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&_ cover_story 064 065 ensaba que conocía Chicago. Vine hace tres años, al festival Lollapa- looza. Eran los primeros días de agosto y nos escalfábamos en nuestro propio sudor bajo el sol de cuarenta grados. Grant Park estaba repleto de gente en shorts y con lentes oscuros. El punto de encuentro era la fuente de Buckingham, alguna vez la más grande del mun- do, un pastel de bodas que por la noche lanzaba chorros de agua pintados de colores. Detrás de los escenarios, el cielo negro se recortaba con las luces fluorescentes de los rascacielos que rodean al parque. Al salir, todavía con la energía a tope, caminé por las amplias avenidas; las moles se sucedían unas a otras, un horizonte de estructuras luminiscentes sin final. Llegué al río, que se adentra en el paisa- je urbano cargando las corrientes del lago Michigan: las luces plateadas de las coronas de los rascacielos, ellos mismos pero deforma- dos, se multiplicaban en el espejo de agua. Cuando pensaba en Chicago, pensaba en Al Capone. En Ciudad Gótica. En lugares comu- nes. Si las ciudades son como las personas, a ella aún no lograba comprenderla. Me recibía, sí, pero había algo en ella que resultaba inasi- ble, una belleza con pasado, una historia oculta en la disposición urbana. En Michigan Avenue, las fachadas de los edificios conforman un ca- tálogo de estilos arquitectónicos, del neoclási- co y el art déco al expresionista high-tech y el posmoderno, una metrópoli futurista entreve- rada sin pudor con construcciones antiguas de terracota ornamental. Algo estaba ahí que se me escapaba. Esta vez, inscrita en el lobby del neogóti- co Tribune Tower, encontré una frase de Mark Twain: “Para el visitante ocasional es imposi- ble seguir el ritmo de Chicago, una ciudad que cumple sus profecías antes de formularlas. Siempre es una novedad, pues nunca será la Chicago que viste por última vez”. Chicago no es una ciudad amable. Los inviernos son crudos y los veranos calientes. Los vientos del lago Michigan (no en vano la llaman The Windy City) la golpean, levantan la hojarasca en otoño y refrescan en primavera. Los hombres que la escogieron para establecer la “más grande ciudad del Midwest” lo hicieron porque lo más característico del terreno era, pa- radójicamente, la ausencia de rasgos distintivos: una planicie a orillas del agua. Así, un pequeño asentamiento se transformó, al iniciar el siglo xx, en un poderoso centro industrial de más de dos millones de habitantes. Para entonces, Chicago era ya el fenómeno urbano más extraordinario del continente y, quizá, del mundo. Un incendio de causa incierta (todavía se debate la responsa- bilidad de la vaca que pateó un candelero en un establo al sureste del Loop) destruyó 800 hectá- reas de la urbe; durante tres días en octubre de 1871, las llamas se propagaron con las corrientes de aire. Chicago –dura, golpeada– escogió rena- cer, de manera literal, de las cenizas. La necesidad de reconstrucción, los intere- ses comerciales, su ubicación estratégica, y las migraciones de norte y sur son factores que mo- tivaron el ascenso de Chicago como capital de la arquitectura. Nada, sin embargo, como la visión de sus hombres. En la época de la industrializa- ción acelerada, el crecimiento de Chicago había sido desordenado y sin planificación alguna. Con un lienzo en blanco para experimentar, y ante una situación urgente de renovación, arquitec- tos, ingenieros y planeadores concibieron una metrópoli que fuera tan bella como funcional. Imaginaron la Chicago del futuro. P POR LILIÁN LÓPEZ CAMBEROS LA HISTORIA DE CHICAGO ES LA DE ESTADOS UNIDOS: UNA CIUDAD QUE SE HIZO A Sí MISMA, CONCEBIDA PARA RESPLANDECER. CUATRO FORMAS DE RECORRERLA (POR EL AGUA, SOBRE RUEDAS, DESDE LAS ALTURAS Y A PIE) DESCUBREN UNA URBE QUE SIEMPRE SERá NUEVA, A PUNTO DE REVELARSE.

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Un recorrido por los hitos arquitectónicos de Chicago: de la Chicago Architecture Foundation a la Willis Tower, de Mies van der Rohe a Frank Lloyd Wright, de Daniel Burnham a Saul Bellow.

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ensabaque conocía

Chicago. Vine hace tres años, al festival Lollapa-

looza. Eran los primeros días de agosto y nos escalfábamos en nuestro propio sudor bajo el sol de cuarenta grados. Grant Park estaba repleto de gente en shorts y con lentes oscuros. El punto de encuentro era la fuente de Buckingham, alguna vez la más grande del mun-do, un pastel de bodas que por la noche lanzaba chorros de agua pintados de colores. Detrás de los escenarios, el cielo negro se recortaba con las luces fluorescentes de los rascacielos que rodean al parque. Al salir, todavía con la energía a tope, caminé por las amplias avenidas; las moles se

sucedían unas a otras, un horizonte de estructuras luminiscentes sin final.

Llegué al río, que se adentra en el paisa-je urbano cargando las corrientes del lago

Michigan: las luces plateadas de las coronas de los rascacielos, ellos mismos pero deforma-dos, se multiplicaban en el espejo de agua.

Cuando pensaba en Chicago, pensaba en Al Capone. En Ciudad Gótica. En lugares comu-nes. Si las ciudades son como las personas, a ella aún no lograba comprenderla. Me recibía, sí, pero había algo en ella que resultaba inasi-ble, una belleza con pasado, una historia oculta en la disposición urbana. En Michigan Avenue, las fachadas de los edificios conforman un ca-tálogo de estilos arquitectónicos, del neoclási-co y el art déco al expresionista high-tech y el posmoderno, una metrópoli futurista entreve-rada sin pudor con construcciones antiguas de terracota ornamental. Algo estaba ahí que se me escapaba.

Esta vez, inscrita en el lobby del neogóti-co Tribune Tower, encontré una frase de Mark Twain: “Para el visitante ocasional es imposi-ble seguir el ritmo de Chicago, una ciudad que cumple sus profecías antes de formularlas. Siempre es una novedad, pues nunca será la Chicago que viste por última vez”.

Chicago no es una ciudad amable. Los

inviernos son crudos y los veranos calientes. Los vientos del lago Michigan (no en vano la llaman The Windy City) la golpean, levantan la hojarasca en otoño y refrescan en primavera. Los hombres que la escogieron para establecer la “más grande ciudad del Midwest” lo hicieron

porque lo más característico del terreno era, pa-radójicamente, la ausencia de rasgos distintivos: una planicie a orillas del agua. Así, un pequeño asentamiento se transformó, al iniciar el siglo xx, en un poderoso centro industrial de más de dos millones de habitantes. Para entonces, Chicago era ya el fenómeno urbano más extraordinario del continente y, quizá, del mundo. Un incendio de causa incierta (todavía se debate la responsa-bilidad de la vaca que pateó un candelero en un establo al sureste del Loop) destruyó 800 hectá-reas de la urbe; durante tres días en octubre de 1871, las llamas se propagaron con las corrientes de aire. Chicago –dura, golpeada– escogió rena-cer, de manera literal, de las cenizas.

La necesidad de reconstrucción, los intere-ses comerciales, su ubicación estratégica, y las migraciones de norte y sur son factores que mo-tivaron el ascenso de Chicago como capital de la arquitectura. Nada, sin embargo, como la visión de sus hombres. En la época de la industrializa-ción acelerada, el crecimiento de Chicago había sido desordenado y sin planificación alguna. Con un lienzo en blanco para experimentar, y ante una situación urgente de renovación, arquitec-tos, ingenieros y planeadores concibieron una metrópoli que fuera tan bella como funcional. Imaginaron la Chicago del futuro.

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Por LiLián LóPez Camberos

LA hISTorIA DE ChICAGo ES LA DE ESTADoS UNIDoS: UNA CIUDAD qUE SE hIzo A Sí MISMA, CoNCEBIDA PArA rESPLANDECEr. CUATro forMAS DE rECorrErLA (Por EL AGUA, SoBrE rUEDAS, DESDE LAS ALTUrAS y A PIE) DESCUBrEN UNA UrBE qUE SIEMPrE SErá NUEVA, A PUNTo DE rEVELArSE.

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Pasajeros a bordo del crucero First Lady. Hacia 1830, menos de 100 habitantes vivían en Chicago.

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Chicago no es la Chicago que conocí. Tres años después, el skyline tiene nuevas adiciones, como la “facultad vertical” de la roosevelt University –una delgada estructura de mosaicos de vidrio en diferentes tonos de azul que se ondula hacia arri-ba– y el Aqua, el edificio más alto diseñado por una mujer (la arquitecta Jeanne Gang), cuyos bal-cones a desnivel simulan el suave oleaje del mar. Las grúas dominan el panorama, promesa de la futura Chicago.

No es lo mismo admirar estas edificaciones caminando por las avenidas (veredas de un espe-so bosque de rascacielos) a surcarlas por el río de Chicago. Por eso, la tarde que llego, lo primero que hago para redescubrir la ciudad y aclimatarme con la vena arquitectónica es subirme al crucero first Lady de la Chicago Architecture foundation (caf).

El paseo es obligatorio y está lejos del cliché de todo viaje: durante hora y media, un arquitecto de la fundación o un voluntario amante de la arqui-tectura descifra el horizonte de metal y vidrio con el nombre, estilo y contexto geográfico de cada construcción. Se trata de una interpretación del espacio urbano, una nueva forma de entender la trayectoria de Chicago en relación consigo misma y con el río, que no la atraviesa sino que le da ori-gen. recorrerla por agua es la forma más auténtica de acercarse a ella, con perspectivas únicas e in-conseguibles a nivel de calle, que van revelando poco a poco la magnificencia de esta ciudad hecha a sí misma.

El crucero parte del embarcadero del puente de Michigan Avenue, inspirado en el del río Sena. Los visos parisinos no son casualidad: a inicios del siglo pasado, cuando la ciudad se replanteó con el Plan de Chicago (uno de los documentos de pla-neación urbana más importantes de la historia), el arquetipo para la nueva metrópoli fue París. Con ella en mente se propusieron las grandes aveni-das y los bulevares interconectados con el siste-ma de parques, del que Chicago tiene el de mayor tamaño en el país. Daniel Burnham, autor del plan

y uno de los arquitectos más interesantes que ha visto la historia, concibió un nuevo modelo de integración entre espacio público y privado, con-virtiendo a Chicago en un ejemplo admirable: con diversas ordenanzas oficiales se dispuso que toda la orilla del lago fuera pública, que el paseo del río estuviera cien por ciento abierto al paso peatonal (algunos edificios fueron recortados para este fin) y que las áreas verdes cercanas al lago se conser-varan intactas.

Chicago es más grande que sus edificios: es agua, es verde y es amplitud. hacia el final del re-corrido, cuando el crucero desemboca en el gran lago, atravesando Navy Pier con su enorme rueda de la fortuna, el paisaje es el de una ciudad ar-moniosa que convive con su pasado, sin dejar de mirar nunca hacia adelante. Los antiguos chica-guenses creían, con gran razón, que su mercancía de mayor valor era el futuro.

Vista del río de Chicago desde la Trump Tower.

El edificio Aqua, sede del Radisson Blu. Múltiples cruceros ofrecen tours temáticos.

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A lo largo del río hay más de 30 puentes movibles. En otras ciudades se les llama "puentes estilo Chicago".

Vista del río de Chicago desde la Trump Tower.

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CHiCaGo es más Grande Que sus edifiCios: es Verde, es aGua Y es amPLitud, una Ciu-

dad armoniosa Que ConViVe Con su Pasado, sin deJar de mirar nunCa HaCia adeLante.

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Trump Tower, con sus 423 metros de alto. Gran Park en un segway.

La fuente Buckingham, estilo rococó, representa alegóricamente al lago Michigan.

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Al día siguiente renté un segway, un deseo se-creto al que no me había abandonado porque, honestamente, consideraba que esta especie de scooter glamoroso era transporte de flojos. Craso error: el segway requiere equilibrio y lleva algún tiempo dominar la técnica. Antes de iniciar el re-corrido, en el túnel subterráneo de Millenium Park del que partimos, nos enseñan un video informati-vo: un muñeco pasa por descuido sobre un bache y un segundo después azota. Los miembros del grupo, con casco en mano, nos miramos nervio-sos. Anthony, nuestro guía, un rubio de pecas con pantalones rabones sujetados por tirantes, nos enseña lo seguro que es este aparato (no corre a más de 16 kilómetros por hora).

Procedemos a deslizarnos por Grant Park, di-ferente para mí sin las hordas de lollapaloozers. La plancha de 1.3 kilómetros cuadrados es, como Versalles, simétrica a ambos lados de la fuente de Buckingham, esculpida en mármol rosa. Los jardi-

nes y las alamedas forman a su vez otros espa-cios, como Millenium Park. Inaugurado apenas en 2004, contiene ya dos puntos insignia de Chicago: la escultura Cloud Gate, a la que todos le ven forma de frijol, y las fuentes de 15 metros compuestas de pantallas led con mil retratos de chicaguenses que parpadean, respiran y lanzan chorros de agua por la boca. A un costado, el pabellón Jay Pritzker, diseñado por el laureado frank Gehry, es el único espacio sinfónico gratuito al aire libre del país.

El paseo transcurre feliz, con sus incidentes. Un señor en crocs se desliza hacia el pasto y lue-go choca con su propia esposa, haciéndola girar sobre su eje. Anthony los mira horrorizado. Nos encaminamos a Museum Campus por el Lakefront sin despegarles la vista de encima. Desde el pla-netario apreciamos otra de las vistas más icónicas del skyline chicaguense: la luz vespertina rebota con destellos blancos sobre los edificios, y por de-

bajo el agua turquesa del lago brilla y se extiende hacia donde el ojo no ve más.

De regreso, Anthony señala la Trump Tower, la segunda más alta de Chicago, una estructura de cuatro bloques que se van alargando y espigando en distintos niveles, una torre "jenga" que emite su propio resplandor. “La cosa más bonita con el nombre de Trump”, sentencia Anthony. El señor en crocs una vez más choca con su esposa y los demás continuamos adelante, cada vez más cerca del Loop, donde los rascacielos se erigen solem-nes. Es momento de mirar Chicago desde arriba.

Cloud Gate, escultura original del británico de origen indio Anish Kapoor. foto

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miLLenium ParK, inauGu-rado en 2004, Contiene Ya dos Puntos insiGnia

de CHiCaGo: La esCuL-tura CLoud Gate Y Las

fuentes Con PantaLLas Led Que retratan a miL

CHiCaGuenses.

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Waldorf Astoria Chicago

La cara más elegante de la ciudad recibe con

las esculturas de resina y azúcar del

artista mexicano Javier Marín.

11 East Walton Street.T. (+1 312) 646 1300.

waldorfastoria chicagohotel.com

Radisson Blu Ocupa los primeros 18

pisos del edificio Aqua, con un diseño de

interiores al mismo tiempo eléctrico y

marino.221 North Columbus

Drive.T. (+1 312) 565 5258.

radissonblu.com

Langham Hotel La firma británica

traslada el encanto londinense a la urbe

más norteamericana de todas, con salas de

té, taxis típicos y decoración en rosas y

dorados.330 North Wabash

Avenue.T. (+1 312) 923 9988.

chicago.langham hotels.com

Sixteen at Trump International

Hotel & TowerUna panorámica sin comparación en una

de las mejores terrazas de Chicago.

401 North Wabash Avenue.

T. (+1 312) 588 8030.sixteenchicago.com

Dónde hospedarse

Dónde comer

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Cómo LLegAR United Airlines y Aeroméxico ofrecen diariamente vuelos directos entre la ciudad de México y Chicago, con llegada al aeropuerto O’Hare. El trayecto dura cuatro horas en promedio.

ABSoLuTeLy SegWAy TouR 238 East MonroeT. (+1 312) 552 5100chicagosegways.com

CHICAgo'S fIRST LADy RIveR CRuISe 112 East Upper WackerT. (+1 847) 358 1330cruisechicago.com

CeLeBRACIón ARquITeCTónICA Con una audiencia de casi medio millón de personas al año, la Chicago Architecture Foundation (caf) se ha constituido como el espacio por excelencia para celebrar la arquitectura chica-guense. Un foro dedicado al diseño urbano y la construc-ción de comunidades de una ciudad profundamente diversa, organiza paseos, exhibiciones y programas de divulgación sobre el tema. Acercarse a ellos es imprescindible para conocer la cara histórica de Chicago.224 South Michigan AvenueT. (+1 312) 922 3432architecture.org

TErrITorIo DE ArqUITECToS

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Chicago es una ciudad vertical. El Loop (llamado así por las vías elevadas de tren que corren en circui-to) es su distrito financiero y sede de numerosos emporios instalados en rascacielos, de la agencia de publicidad Leo Burnett a Sears holding, Boeing y United Airlines (cuyo edificio, diseñado por ricar-do Bofill, hace un curioso homenaje a la arquitectu-ra dórica griega con una cúspide piramidal similar al Partenón).

hubo un momento, antes de los años vein-te, en que los edificios de más de 80 metros de altura estuvieron prohibidos, por el temor de que las calles se oscurecieran (el primer rascacielos, el Montauk, era de diez pisos). Con el tiempo, Chica-go entendió que debía crecer en dirección al cielo, y empezó así la carrera por la cima más elevada. Desde 1973, la Willis Tower (antes Sears), con 527 metros hasta su punta, es la más alta del hemisfe-rio occidental. Un cubo de vidrio que sobresale de la estructura principal permite caminar sobre aire a 103 pisos de altura: las calles se vuelven líneas, los coches hormiguean y los techos antes inaccesi-bles de los otros edificios se revelan como figuras geométricas que se aplastan con el zapato. En un día despejado como en el que subí, es posible mirar hasta tres estados fronterizos (Indiana, Michigan y Wisconsin) y señalar con los dedos los inmuebles que compiten en fama: el John hancock Center, rival directo de la Willis, con un observatorio 98 metros más bajo; el vecino 311 South Wacker Drive, una de las edificaciones más altas cuyo material

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Desde el pabellón Jay Pritzker, Crain Communications con su cumbre de diamante.

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primario es el concreto; el Aon Center, tercero en altura de Chicago; Marina City, dos torres residen-ciales con balcones semicirculares que capturan la mirada, y uno de mis favoritos, el edificio de Crain Communications, que culmina en un diamante de contorno brillante.

Pasé la noche en el Langham hotel, que ocupa 13 de los 52 pisos del antiguo edificio ibm, sobre Wabash. Completado post mórtem, es el último Mies van der rohe, mítico arquitecto precursor del rascacielos moderno. Los interiores, de aires que recuerdan a la serie de televisión Mad Men, se des-pliegan en pasillos largos y obras de naturaleza intrigante, como la escultura de una delgada cabe-za (de Jaume Plensa) que recibe el lobby. Desde el Travalle, su restaurante y lounge, la vista es es-pectacular, a una altura en que los edificios circun-dantes parecen infinitos y las tonalidades del río se distinguen aún. Al despertar, un mensaje: "¿quieres conocer el barrio de obama?"

Los cubos de cristal de Willis Tower se abrieron al público en 2009.

Tres íconos: Marina City, el último Mies van der Rohe y la Trump Tower.fo

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Con eL tiemPo, CHiCaGo entendió Que

debÍa CreCer en direCCión aL CieLo, Y

emPezó asÍ La Carrera Por La Cima

más eLeVada.

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El ala moderna del Instituto de Arte de Chicago es la renovación más grande desde 1893.

Frank Lloyd Wright inauguró el Prairie Style.

Los dormitorios de la universidad, diseñados por Legorreta.

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.detrás de Quienes Crearon CHiCaGo HabÍa deseos de inmortaLidad.

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En mi última tarde recorrí hyde Park con Emilio, que estudia su doctorado en historia en Chica-go y es amante de la arquitectura. Atravesamos Jackson Park mientras atardecía: los estudiantes trotaban por los senderos, entre árboles cuyas ho-jas ya habían cambiado al rojo y arena. Llegamos a una orilla del lago donde el pasto se convierte en piedras húmedas, y Emilio me mostró la boya has-ta la que nadaba en los días calientes de verano, y también ahora, en las aguas frías de otoño. Una línea anaranjada separaba al lago del cielo. Pensé que Chicago era bella.

recorrimos el campus de la Universidad de Chi-cago, la quinta más prestigiosa de Estados Unidos, que domina hyde Park con sus edificios y espacios abiertos. En la caminata dimos con los dormitorios diseñados por ricardo Legorreta, quien empleó su tradicional paleta de colores: morado, rosa y amari-llo (los estudiantes se refieren a ellos, cariñosamen-te, como Barney, Barbie y Big Bird). En este barrio, tal vez el más hermoso de la ciudad, se instaló la Expo-sición Universal de 1893, con edificaciones efímeras de estilo neoclásico que plantaron el germen de la futura meca arquitectónica. Brindamos, con amigos, en Jimmy’s, del que Saul Bellow era asiduo (Bellow, que describía a Chicago como “esa ciudad sombría”).

hablamos de arquitectura. hablamos del momento de Chicago, destinada desde su concepción a la grandeza. De los hombres que la hicieron: Aaron Montgomery Ward, que luchó, y pagó de su bol-sillo, para preservar las áreas de parques; Louis Sullivan, a quien se le debe el primer estilo ar-quitectónico netamente chicaguense, la Escuela de Chicago; frank Lloyd Wright, que redefinió la arquitectura residencial; Lorado Taft y su fuente del Tiempo, Alison Saar y su monumento a los mi-grantes (un hombre anónimo con una maleta vacía que simboliza los sueños y ambiciones de los que llegaron aquí). Me despedí de Emilio y quise despe-dirme también de Chicago, caminando sin descan-so entre sus edificios. Comprendí que la próxima vez que la pisara sería diferente, con otras cons-trucciones y nuevas caras, con sus profecías ape-nas formuladas. Comprendí también que detrás de quienes la crearon había deseos de inmortalidad. Eran gigantes, y desde lo humano apuntaron a lo imperecedero. Construyeron una ciudad eterna.

La colección del Instituto de Arte contempla culturas de todo el mundo.

Frank Lloyd Wright inauguró el Prairie Style.

Los dormitorios de la universidad, diseñados por Legorreta.

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