chavez zambrano desafios de l nacion multicultural

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  • Repensando los Movimientos Indgenas

  • Carmen Martnez Novo, editora

    Repensando los Movimientos Indgenas

  • De la presente edicin:

    FLACSO, Sede EcuadorLa Pradera E7-174 y Diego de AlmagroQuito-EcuadorTelf.: (593-2) 323 8888Fax: (593-2) 3237960www.flacso.org.ec

    Ministerio de Cultura del EcuadorAvenida Coln y Juan Len MeraQuito-EcuadorTelf.: (593-2) 2903 763www.ministeriodecultura.gov.ec

    ISBN: Cuidado de la edicin:Juan Guijarro Diseo de portada e interiores: Antonio MenaImprenta: Crearimagen Quito, Ecuador, 1. edicin: mayo de 2009

  • ndice

    Presentacin . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 7

    Introduccin . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9Carmen Martnez Novo

    PARTE I.LO INDGENA COMO UTOPA.POSIBILIDADES Y LIMITACIONES

    Celebrando lo indgena en Bolivia. Unas reflexiones sobre el ao nuevo Aymara . . . . . . . . . . . . . . . 39Andrew Canessa

    Autonoma desterritorializada . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 49Deborah Poole

    PARTE II. EL MOVIMIENTO INDGENA FRENTE ALAS PARADOJAS DEL DESARROLLO

    La deriva identitaria del movimiento indgena en losAndes ecuatorianos o los lmites de la etnofagia . . . . . . . . . . . . 69

  • Vctor Bretn Cansancio organizativo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 123Luis Alberto Tuaza

    PARTE III. LAS AMBIGEDADES DE LAEDUCACIN INTERCULTURAL

    La textualidad oral Napo Kichwa y las paradojas dela educacin bilinge intercultural en la Amazonia . . . . . . . . . . 147Michael A. Uzendoski

    La crisis del proyecto cultural del movimiento indgena . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 173Carmen Martnez Novo

    PARTE IV. NEOLIBERALISMO YMULTICULTURALISMO

    Los desafos del multiculturalismo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 199Emma Cervone

    Desafos de la nacin multicultural.Una mirada comparativa sobre la reindianizaciny el mestizaje en Colombia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 215Margarita Chaves y Marta Zambrano

  • A partir de la reflexin sobre el multiculturalismo en Amrica Latina, esteartculo examina los desafos que los procesos de reindianizacin plante-an al nuevo proyecto de nacin multicultural en Colombia. La investiga-cin acadmica ha resaltado el reconocimiento de la pluralidad y el nfa-sis en los nuevos derechos culturales, pero no ha profundizado en doscomponentes clave de estos procesos: de una parte, su compleja articula-cin con los cambios en la economa poltica y, de otra, la pregunta porla persistencia y transformacin contempornea del mestizaje, un dispo-sitivo ideolgico central de los proyectos de nacin en Latinoamrica.Mediante una mirada comparativa, en este trabajo entrelazaremos el vuel-co multicultural y las transformaciones del mestizaje con el conflictivocontexto social y econmico en el cual opera la visibilizacin tnica enColombia. Para ahondar en ello, nos detendremos en los procesos demovilidad identitaria y reindianizacin en Putumayo y Bogot, enfatizan-do en las fuertes tensiones y ambigedades generadas entre agentes tni-cos y estatales que promueve la nacin multicultural.

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    Desafos a la nacin multicultural. Una mirada comparativa sobre la reindianizacin y el mestizaje en Colombia1

    Margarita Chaves* y Marta Zambrano**

    1 Este artculo es uno de los resultados del proyecto de investigacin Identidades y Movilidades. LasSociedades Regionales en los Nuevos Contextos Polticos y Migratorios, que se basa en una compa-racin entre Colombia y Mxico, financiado por Colciencias y el ICANH. Sintetiza y avanzasobre el trabajo comparativo previo de las autoras (Chaves & Zambrano, 2006).

    * Instituto Colombiano de Antropologa e Historia.** Universidad Nacional de Colombia.

  • De nacin unitaria a nacin plural

    De 1988 a 1999, diez pases latinoamericanos reformaron o cambiaronsus cartas magnas para afirmar el carcter pluricultural de sus naciones(Iturralde, 2000). Destacando la creciente visibilidad tnica y un girodesde las confrontaciones y movimientos sociales basados en las afiliacio-nes e intereses de clase hacia aquellos centrados en las identidades, algu-nos estudios han concluido que estaramos presenciando el advenimientode un nuevo modelo multicultural y pluralista, destinado a socavar a lanacin mestiza y unitaria que caracteriz a la regin durante poco ms deun siglo (lvarez, Dagnino & Escobar, 1998; Assies, 1999; Gros, 2000).

    Si bien las reformas constitucionales expresan un cambio de direccinen los antiguos proyectos unitarios de nacin que buscaban conjugar la ciu-dadana bajo el manto de un pueblo, una religin y un idioma, argumen-tamos, primero, que es necesario revisar si y cmo se ha replanteado el mes-tizaje. En lo que sigue, sugerimos que los nuevos proyectos pluralistas, lejosde poner a la sombra el mestizaje, lo revitalizan. Pero en vez de alentar elcamino en la direccin usual, de los polos marcados como indio y negrohacia el blanqueamiento, propician su inversin; es decir, el trnsito desdelo mestizo hacia la etnizacin o reetnizacin en direccin a esos polos.

    Segundo, proponemos que tal inversin, a su vez, tiene que ver con loscambios econmicos y sociales del periodo. Los Estados-nacin no slohan reconocido la diversidad de sus componentes tnicos; tambin sus re-gmenes econmicos, laborales y sociales se han transformado, plegndo-se a los dictados de instituciones monetarias internacionales que hanabierto los flujos de la economa neoliberal creando, por ejemplo, zonasde libre comercio que facilitan la circulacin de capital transnacional(Harvey, 1989; Comaroff & Comaroff, 2000; Friedman, 2004). Com-binadas, las presiones financieras y las demandas sociales y tnicas hanresultado en conflictivos procesos de descentralizacin, privatizacin e in-ternacionalizacin, de manera que la aprobacin de polticas de reconoci-miento cultural ha coincidido con el agravamiento de desigualdades so-ciales, la crisis econmica y nuevos conflictos polticos. Siguiendo aNancy Fraser (1997), interrogaremos la relacin entre el reconocimientode las diferencias culturales y la justicia social. Proponemos que en La-

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  • tinoamrica, y particularmente en Colombia, la conjuncin entre conce-sin de derechos diferenciales para minoras culturales y disminucin dederechos sociales para las mayoras: campesinos, los sin tierra, poblado-res urbanos y habitantes de las calles, entre otros, requiere examinar sulugar en los virajes contemporneos. Demanda, a la vez, estudiar susestrategias para buscar la inclusin en los derechos de las minoras.

    Del mestizaje a los mestizajes

    En su dimensin ideolgica y como componente central de la construc-cin de las naciones latinoamericanas, el mestizaje ha provocado fuertescontroversias, generalmente asociadas con posiciones polares. Por unaparte, un nmero importante de influyentes intelectuales involucrados enla construccin de las naciones latinoamericanas y generaciones anterio-res de acadmicos de la regin lo promovieron y celebraron como unaforma de democracia racial (Da Silva, 1998). Otros, por el contrario, lovieron como un obstculo en el proceso de civilizacin y en el proyectomoderno de construccin de los estados nacionales (Pineda, 1997). En elmismo periodo, pero desde una posicin ideolgica opuesta, otros acad-micos, especialmente latinoamericanistas norteamericanos, consideraronel mestizaje como una ideologa problemtica que creaba desigualdad,mantena las jerarquas raciales y persegua la homogenizacin y el blan-queamiento (Stutzman, 1982; Wright, 1990; Wade, 1993).

    Si reconocemos los lazos ambivalentes que tejen las ideologas naciona-listas, estas percepciones divergentes resultan comprensibles. Mientras queel discurso de la nacin mestiza apuntaba hacia una ruptura con el pasadocolonial ibrico y marcaba diferencias con las aproximaciones europeas ynorteamericanas que condenaban la mezcla racial, al mismo tiempo man-tena las jerarquas raciales, celebrando lo blanco dentro de su dominiomediante la educacin e incorporacin de los mestizos y la asimilacin par-cial de las poblaciones indias y negras (Smith, 1997a; Da Silva, 1998).

    Recientemente, algunos acadmicos se han distanciado de las posicio-nes polares para entender, en cambio, el mestizaje como una pluralidad deprocesos localizados y como un terreno disputado de interacciones entre

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  • discursos y prcticas de lite y subalternas, atravesadas por desigualdadesde gnero y relaciones de poder (Anzalda, 1987; Hale, 1997; Smith,1997a, 1997b; Wade, 2003). La antroploga Carol Smith, por ejemplo, hasugerido que el mestizaje consiste de tres procesos conectados: (1) la pro-duccin y reproduccin social y de gnero de gente con una herencia bio-lgica mixta o diversa; (2) la identificacin personal y colectiva con comu-nidades mestizas o con el sujeto nacional mestizo creado por los intelec-tuales involucrados en la construccin de la nacin; y (3) los discursos deintelectuales y subalternos acerca de la posicin en la sociedad de los mes-tizos y su relacin con otras identidades (Smith, 1997b).

    Desde una posicin convergente, el antroplogo Peter Wade (2003)ha revisado su aproximacin previa al mestizaje (1993), la cual compartamucho con el postulado de Ronald Stuzman (1981), quien caracteriz elmestizaje como la ideologa todo inclusiva de la exclusin. En cambio,Wade ahora propone ir ms all de la idea del mestizaje como un proce-so de exclusin disfrazada. Para ello, ha investigado la multiplicidad demestizajes que existen en Colombia, Brasil y Venezuela, pases donde losmestizos constituyen la mayora de la poblacin y donde la idea de mez-cla encuentra arraigo entre la lite y los subalternos. Pero como ideologanacional, el mestizaje no ha estado libre de ambivalencias, pues como yahemos mencionado, no todos los constructores de nacin lo celebraron.De manera ms importante, Wade seala que mientras la nacin mestizahegemnica promova un proceso disimulado de blanqueamiento cultu-ral y fsico, de exclusin y de dominacin masculina, a la vez requera larecreacin constante de las divisiones raciales y tnicas; es decir, la dife-renciacin entre blancos, indios y negros, que se supona deba eliminar.La multiplicidad de mestizajes se revela con ms fuerza, sin embargo,cuando se considera la orilla subalterna, donde ha encontrado un frtil te-rreno de produccin de versiones alternativas de la mezcla cultural yracial.2 Por ejemplo, mestizas y mestizos no han entendido la mezcla racialy cultural como un proceso que fragua una raza csmica (como la llamel idelogo mexicano Vasconcelos), o como una armoniosa fusin de sus

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    2 De la Cadena (2000) estudia este asunto en el caso peruano.

  • componentes indio, blanco y negro. Ms bien, la han experimentadocomo la incorporacin de distintas sensibilidades y prcticas que opera enel cuerpo y como un mosaico que permite afiliaciones simultneas y sub-secuentes con diferentes grupos.

    Wade tambin explora dos de los tres procesos relacionados con elmestizaje sealados por Smith (1997b): la identificacin de los mestizosy la produccin de discursos polticos, exploracin en que aade un girointeresante.3 Examina el caso de la msica tropical en Colombia, unaexpresin regional de la costa caribe, inicialmente marginada pero que,gracias a su exitosa difusin en los cincuenta y sesenta, cambi la sem-blanza interna andino/europea de la nacin y su imagen internacional,tropicalizando al pas. En este viraje, los negros ganaron visibilidad, invir-tiendo en parte las jerarquas raciales, mientras que los mestizos reorien-taron sus identificaciones, afilindose con frecuencia con los negros antesque con los blancos. As, la mezcla racial y cultural, mas no la fusin cul-tural y racial, permiti mltiples cruces e identificaciones, al tiempo quereforz sus componentes raciales constitutivos; un punto sobre el cualvolveremos de nuevo cuando presentemos los casos de reindianizacin enPutumayo y Bogot. Antes, queremos insistir en dos vertientes tericasrelacionadas que hemos encontrado tiles para situar el mestizaje comoun proceso multifactico, fluctuante y como un terreno debatido, indis-pensable para avanzar en el examen de los desafos que plantean los pro-cesos de etnizacin y reindianizacin que abordamos en este artculo.

    Primero, la vertiente que resalta la utilidad de recurrir a la aproxima-cin relacional para analizar el mestizaje. La provocadora sugerencia deWade de que el centro (blanco-mestizo) necesita de los mrgenes(negroindio) para definirse as mismo, provee una poderosa herramien-ta para el anlisis de los flujos pasados y presentes de la produccin de laidentidad en Colombia y en Latinoamrica. Proponemos que esta apro-ximacin debe extenderse para analizar los cambiantes y selectivos signi-ficados que cuentan como mestizaje.

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    3 Vase Smith (1997a) sobre el primer proceso.

  • Segundo, la vertiente que examina las identidades fronterizas y sus posi-bilidades. Hace dos dcadas, Gloria Anzalda (1987) interrog los persis-tentes binarismos que atraviesan el mestizaje y la constitucin de las cate-goras raciales. En contraste con la subsiguiente produccin acadmica,Anzalda destac la faz positiva del mestizaje: su capacidad para retar lascategoras fijas y establecidas.4 Sin embargo, esta autora no neg las com-plejas dificultades y disyuntivas que involucra el mantener mltiples afilia-ciones; en su lugar, las examin. La postura de Anzalda es afn con la revi-sin de Wade, sealada lneas atrs, pero adems esta autora examin elpersistente estado de transicin que configura las subjetividades sociales yde gnero de los mestizos, en particular de las mestizas. En la aproximacinde Anzalda, la frontera y las zonas fronterizas sobresalen como conceptosclave para entender el mestizaje. Por ejemplo, analiz el permanente crucede fronteras que supona ser chicana, fronteras que en este caso son fsicasy sociales: entre los Estados Unidos y Mxico, entre ser chicana y gringa,entre mujeres y varones, entre mujeres lesbianas y heterosexuales.5 Al inte-rrogar las desigualdades que marcan estas fronteras, esta autora no sloseal la fluidez de los contextos y de las circunstancias, sino que tambinreconoci que existen lmites a las posibles identificaciones de una mestiza.Siguiendo este camino, Anzalda enfatiz la necesidad de examinar el sen-tido y la direccin de los cruces de frontera: en qu direccin cruza la gentela frontera? Y quines pueden hacerlo? Estas preguntas nos conducendirectamente a las fronteras y jerarquas entre mestizos, una dimensin cen-tral en la actual reconfiguracin de las identidades indgenas y negras enColombia y en Latinoamrica, donde las mujeres mestizas han jugado unpapel clave. Examinaremos estos problemas ms adelante. Antes, sin em-bargo, es necesario ubicar la reindianizacin en contexto.

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    4 Sobre otras revisiones del mestizaje, vase por ejemplo el volumen especial del Journal of LatinAmerican Anthropology (1997).

    5 Sobre los planteamientos de Anzalda acerca de las fronteras, vase las elaboraciones de Alarcn,1990 y Lugo, 2000.

  • La etnicidad y los derechos sociales en Colombia

    La provisin de derechos otorgados a las poblaciones reconocidas comotnicas despus de la firma de la Constitucin de 1991 ha llamado laatencin acadmica internacional. Gracias a la formulacin participativade la nueva Constitucin y de las leyes subsecuentes que han garantizadouna amplia gama de derechos territoriales, polticos, econmicos y cultu-rales, Colombia aparece a la cabeza del modelo multicultural en Lati-noamrica (Assies, 1999; Gros 2000). El giro multicultural y la reorien-tacin hacia las polticas identitarias en Colombia, como en otros lugares,han revelado la importancia y el papel clave de agentes colectivos antesignorados en la redefinicin de lo pblico y la ampliacin de la ciudada-na. Sin embargo, no se ha examinado casi su relacin con las formacio-nes de clase, las desigualdades econmicas y los asuntos de justicia social.En este aparte exploraremos algunos de estos aspectos.

    De una parte, el reconocimiento tnico ha provocado una significati-va operacin de justicia social. Desde la aprobacin de la Constitucin de1991, 31.3 millones de hectreas (un poco ms de una cuarta parte delterritorio nacional) han sido tituladas y entregadas como tierras de res-guardos indgena, mientras otras 3.4 millones de hectreas han sido otor-gadas y legalizadas como territorios colectivos para comunidades negrasen la costa del Pacfico (Repblica de Colombia, 2004; Agudelo, 2003).6Adems de tierras, las poblaciones indias y negras lograron la ratificacinde derechos colectivos especficos: a la educacin relacionada con sus cul-turas y a elegir sus representantes para organismos legislativos, bajo unacircunscripcin electoral tnica. Asimismo los colectivos indios obtuvie-ron el derecho a gobernar y legislar en sus territorios, y al uso y promo-cin de sus prcticas mdicas, entre otros.

    Los estudiosos del tema no se han puesto de acuerdo en la identifica-cin de los resortes que empujaron tan generosa dotacin de derechos.Mientras algunas perspectivas proponen que por esta va se habra salda-do una deuda histrica con los grupos ms discriminados (Van Cott,

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    6 No hemos conseguido cifras ms actualizadas. Antes del reciente cambio de la pgina web delMinisterio del Interior y de Justicia, la informacin sobre titulacin estaba disponible, peroahora se ha suprimido.

  • 1999), otros enfoques arrojan una sombra de duda sobre ello. Sealan encambio la reconfiguracin del Estado colombiano mediante una renovadapresencia en reas antes consideradas perifricas, ahora vistas como estra-tgicas pero disputadas por grupos insurgentes, lo cual permitira a la vezla penetracin del capital transnacional (Jackson, 1995; Escobar &Pedrosa, 1996; Villa, 2002). Todos parecen coincidir, sin embargo, en unpunto poco resaltado: la distribucin de tierras y derechos, es decir la ope-racin de la justicia distributiva, ha sido dirigida a minoras. Esto resultaobvio en el caso indgena, que no rebasa el 4 por ciento de la poblacingeneral; pero tambin se cumple en el caso de las colectividades negras,mucho mayores en proporcin (entre el 10.6 por ciento y el 26 por cien-to del total poblacional, segn diferentes estimativos; vase, por ejemplo,DANE, 2005). El nmero de beneficiarios ha sido reducido, ya que soloaquellos reconocidos como tnicos por el Estado, es decir las poblacionesrurales del Pacfico, han sido sujetos de derecho, mientras se han dejado delado las mayoras negras que habitan en espacios urbanos (Agudelo, 2004).

    En contraste, desde el punto de vista de derechos reservados para lasmayoras mestizas o no tnicas, el panorama resulta desolador. En lasreas rurales, por ejemplo, nunca se ha acordado una reforma agraria inte-gral que corrigiese la inequitativa distribucin de la propiedad de la tierraen Colombia. Ms grave an, los tmidos avances promovidos por el Ins-tituto de la Reforma Agraria creado en 1961,7 han sido contrarrestados,al punto que en el presente ha hecho carrera el concepto de contrarrefor-ma agraria, encabezada por grupos paramilitares, los cuales tambin hanliderado los prominentes procesos de desplazamiento forzado. Aqu seunen los dos polos de las actuales transformaciones, el social y el cultural.Entre las poblaciones ms afectadas se cuentan precisamente aquellasrecientemente definidas como tnicas: las comunidades negras delPacfico.

    Vale la pena anotar adems que desde la firma de la Constitucin seha experimentado un aumento sostenido y sin precedentes de la desigual-dad econmica. En 2000, el campen latinoamericano de la multicultu-

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    7 Iniciando su primer periodo, lvaro Uribe Vlez cre el Instituto Colombiano para el DesarrolloRural (INCODER) que reemplaz al antiguo INCORA, sepultando la poltica de redistribu-cin de tierras rurales que lo orientaba.

  • ralidad recibi a la vez una destacada mencin como el noveno pas en elmundo con peor distribucin de la riqueza (Livingston, 2004). Tal vezresulte provechoso entonces relacionar y situar los derechos y oportunida-des otorgados a las minoras en el contexto de las crecientes desigualdadeseconmicas y sociales reservados para las mayoras, para no hablar delprolongado conflicto armado y las persistentes violaciones de derechoshumanos que atraviesan el panorama colombiano en la actualidad. Es eneste contexto donde se produce el resurgimiento tnico encarnado en laetnizacin de los colectivos negros y la reindianizacin que analizamos eneste artculo. La estrategia de entrada a estos procesos implica complejosentrecruces entre reconocimiento, pertenencias tnico-raciales y jerarqu-as y clases sociales. Para ello nos concentraremos en lo que resta sobre loscruces de frontera en el mestizaje que se encuentran en la base de la rein-dianizacin.

    De la desindianizacin a la reindianizacin

    Los procesos de reindianizacin pueden verse desde dos ngulos: (1) co-mo el reverso deliberado de los procesos de desindianizacin; y (2) comola reconfiguracin de la parte indgena de las identidades mestizas (Cha-ves, 2005). En el primer caso, la reindianizacin le da sentido inverso alproceso por medio del cual las comunidades indgenas se autodespojan desu identidad en respuesta a presiones externas. En su estudio sobre la re-surgencia indgena en Nario, Joanne Rappaport (2006), siguiendo aBonfil Batalla (1987), considera que la desindianizacin tiene poco quever con el mantenimiento o el rechazo de la cultura indgena, pues esen-cialmente es un proceso ideolgico relacionado con la identificacin per-sonal y de grupo. La prueba de ello es que los mestizos desindianizados,han preservado la cultura indgena en muchas reas de la vida cotidiana.La prdida de tierras, el trabajo asalariado, la proximidad a los centrosurbanos, la educacin rural y las prcticas de discriminacin racial secuentan entre las principales causas de rechazo de la identidad indgena.

    Los primeros esfuerzos por revertir los procesos de desindianizacin enColombia se remiten a los aos setenta, cuando el naciente movimiento

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  • indgena promovi la lucha por la recuperacin de tierras indgenas enmanos de terratenientes, que en el Cauca obtuvo logros trascendentales(Findji, 1992; Rappaport, 2000; Vasco, 2000). Alentados por el xito dela aprobacin de medidas legislativas que ratificaban la propiedad colec-tiva de los resguardos, algunos colectivos reafirmaron sus identidadesindgenas. Este es el caso de las comunidades de Natagaima y Coyaima enla regin andina central y de los zenes de la costa Caribe (Triana, 1993;Pardo, 1993), cuyos antepasados haban intentado escapar de la discrimi-nacin mediante su insercin en dinmicas que les permitiera ser consi-derados como campesinos. De esta manera, contraviniendo la ruta quepor va del mestizaje buscaba el blanqueamiento, coyaimas, natagaimas yzenes se reafirmaron como indgenas para recuperar sus derechos terri-toriales colectivos.

    En los aos ochenta, pastos (Rappaport, 1994) y yanaconas(Zambrano, 2000) del suroccidente andino, y kankuamos y wiwas en laSierra Nevada de Santa Marta (Morales y Pumarejo, 2004) optaron porla misma estrategia. Al igual que sus predecesores, estos colectivos carec-an de los diacrticos culturales que acadmicos y expertos generalmentehan asociado con la indianidad: lenguas indgenas, atuendo y cosmovisio-nes primordiales. No obstante, sustentados en los ttulos coloniales depropiedad de sus resguardos, lograron reivindicarse como indgenas yhacer valer sus reclamos territoriales.

    Hacia finales de los aos ochenta, el movimiento indgena conjugesfuerzos con el movimiento indgena internacional para cuestionar prc-ticas discriminatorias y racistas an vigentes en los discursos y polticasestatales, las cuales desdeaban sus modos de vida. Apoyados en discursose intervenciones acadmicas que elogiaban el conocimiento local indge-na y la solidez de sus prcticas ecolgicas, lograron la adecuacin de losprogramas estatales dirigidos a ellos y algunas reformas a la normatividadque los rega.

    En la dcada de los noventa, la corriente de revalorizacin indgenaque se articul en la nueva Constitucin estimul el auge de los procesosde reindianizacin que llega hasta el presente. Estos procesos tienen encomn con los que se dieron en los aos setenta y ochenta que sus propo-nentes tampoco cuentan con los diacrticos clave para su reconocimiento

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  • oficial. Sin embargo, las dinmicas de reindianizacin de este periodo in-cluyen una diversidad de agregados sociales heterogneos ubicados a lolargo y ancho del pas. Entre ellos se incluyen migrantes y colonos, ascomo habitantes urbanos que no vinculan sus demandas por reconoci-miento a la recuperacin de un territorio ancestral (rural), sino al accesoa polticas pblicas diferenciales de amplio rango. Significativamente,estos nuevos procesos cuestionan la fijacin de las categoras tnicas y ledan reverso a la direccionalidad del mestizaje: desde el lugar privilegiadodel blanqueamiento hacia lo indgena.

    En el segundo caso, la reindianizacin es el resultado instrumental dela bsqueda por inclusin de sectores subalternos mestizos cuyas expe-riencias de vida estn profundamente enmaraadas en prcticas y discur-sos discriminatorios. Como sealbamos antes, el mestizaje visto desdeposiciones subalternas no es una fusin, sino una mezcla en la que sus ele-mentos constitutivos mantienen su identidad, lo cual facilita mltiplesidentificaciones y cruces de frontera en diferentes direcciones, segn elcontexto. Sin embargo, el cruce de las fronteras tnicas plantea la pregun-ta sobre quines, dentro del significativo sustrato mestizo colombiano, lobuscan. Exploraremos esto a continuacin, enfocndonos en los casos dereindianizacin en Putumayo y Bogot, y posteriormente responderemosa este interrogante desde una perspectiva comparativa que a la vez nospermite examinar los contrastes y las convergencias entre el centro y laperiferia, las acciones de los agentes e intermediarios tnicos y las cons-trucciones de la etnicidad.

    Naturalizar la diferencia. La reindianizacin en Putumayo

    Putumayo es una regin fronteriza en mltiples sentidos: zona de transi-cin entre los ecosistemas andinos y amaznicos, frontera internacionalentre tres estados nacionales Colombia, Ecuador y Per y frontera decolonizacin para cientos de campesinos sin tierra y desempleados urba-nos. Histricamente, se ha caracterizado por una tenue presencia del Es-tado y por el desafo que comunidades civiles y grupos armados le plan-tean por diversos medios (Ramrez, 2002). La economa regional depen-

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  • de de la explotacin de petrleo, maderas y el cultivo de hoja de coca,controlado por la guerrilla y los paramilitares, para su procesamiento condestino al mercado mundial (Jansson, 2006). Desde hace una dcada laguerrilla, los paramilitares y el ejrcito se disputan el control militar, eco-nmico y poltico de extensas reas rurales de este territorio, generandodesplazamientos espaciales de poblacin, internos y externos, que hanreconfigurado el carcter eminentemente rural de su poblacin y acele-rando los procesos de urbanizacin (Chaves, 2009).

    Las dos olas ms importantes de colonizacin hacia Putumayo fueronresultado de la articulacin de dinmicas de expulsin de poblacin en laregin andina central, a causa principalmente de la concentracin de tie-rras y la violencia poltica, y de atraccin de poblacin hacia Putumayodebido al desarrollo de nuevas economas extractivas como la exploraciny explotacin petrolera, en los aos sesenta, y el auge de la economa dela coca, en el decenio de los ochenta. La mayora de sus 400 000 habitan-tes son mestizos, generalmente colonizadores de tercera a primera gene-racin (DANE, 2005). Una significativa proporcin de ellos proviene delos vecinos departamentos de Cauca, Nario y Tolima, en el surocciden-te colombiano, reas que en conjunto presentan el nmero ms alto depoblacin indgena en Colombia. Los migrantes y sus descendientes nose identificaban, sino hasta hace poco tiempo, ni como tnicos, ni comomestizos, sino ms bien como colonos, trmino con el que aluden asu origen forneo. Los indgenas, por su parte, representan actualmenteslo el 15 por ciento del total de la poblacin; pero a pesar de ser mino-ritarios ocupan un lugar prominente en las representaciones hegemnicasregionales. Estas combinan repertorios alusivos a la diversidad cultural ybiolgica de la selva amaznica, con imgenes de poderosos chamanes ysabios nativos ecolgicos cuyo renombre se extiende en todo el territo-rio nacional. Adems de los colectivos indgenas nativos inga, kams,siona, kofn y huitoto, el horizonte multicultural regional se nutre de lasculturas regionales asociadas con las procedencia de los colonos y la dediscretos ncleos de indgenas migrantes ember-cato, venidos deRisaralda, y Pez (los nasa) del Cauca, reconocidos por el Estado en losaos ochenta.

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  • En Putumayo, los procesos de reindianizacin se iniciaron tmida-mente hacia finales de los aos ochenta, en el pico de la produccin dediscursos expertos que propendan por la defensa de la diversidad cultu-ral y biolgica de la amazonia. La revaluacin positiva de las culturas ind-genas que estos generaron, situaron a las comunidades en el centro de laspolticas de desarrollo nacionales, internacionales y locales, poniendofreno a la desindianizacin y promoviendo las identidades indgenas entoda la regin. La identidad indgena se articul con el giro multiculturalconsignado en la nueva Constitucin colombiana que, tras la aprobacinde la Ley 60 de 1994, que regula las transferencias econmicas a los res-guardos, le dio un auge inusitado a la reindianizacin. A partir de enton-ces, es posible diferenciar dos momentos en este proceso. El inicial, cuan-do comunidades heterogneas de colonos venidos de los departamentosvecinos de Nario y Cauca principalmente, y de indgenas inga y kamsanativos del Putumayo pero desindianizados, abandonaron las asociacionescampesinas que los agrupaban y conformaron cabildos para acceder aderechos.8 Las certificaciones de membresa que los cabildos estaban encapacidad de expedir, acreditaban a sus portadores como indgenas, per-mitindoles ingresar al rgimen subsidiado de salud, acceder a becas esco-lares y universitarias, conseguir la exencin del servicio militar para losvarones y habilitar a los colectivos para demandar la titulacin de resguar-dos. Por este medio, accedan a los dineros de transferencias econmicas.

    A medida que se afianzaba la organizacin de los cabildos, en algunos deellos se fueron refinando las adscripciones tnicas de sus miembros. A par-tir de la rememoracin de experiencias previas a la migracin hacia Pu-tumayo, algunos individuos y familias de colonos reconstruyeron su identi-ficacin como indgenas quillacinga, awa y pasto de Nario, nasa y yanaco-na de Cauca y pijao de Tolima. Atendiendo a esta heterogeneidad de histo-rias y orgenes, los lderes proclamaron sus cabildos como multitnicos.

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    8 El cabildo como forma de gobierno de los resguardos se remonta al periodo colonial. En los aossetenta, los indgenas de la regin andina apropiaron ambas instituciones como pilares de sumovimiento. En la regin amaznica, en cambio, los resguardos y los cabildos tienen una histo-ria reciente que se consolid en la dcada de los ochenta, cuando el Estado emprendi una pol-tica de constitucin de amplias reas de proteccin especial, entre las que se encuentran resguar-dos indgenas y parques naturales.

  • Desde 1991 hasta 2002, los nmeros de poblacin indgena en todoslos municipios de Putumayo crecieron exponencialmente, incrementn-dose hasta en un 25 por ciento. Hasta 1999 la inscripcin de los nuevoscabildos se adelant sin ningn tropiezo. Ante el retiro de la oficina regio-nal de Asuntos Indgenas de Putumayo en 1996, el reconocimiento de losnuevos cabildos qued en manos de los secretarios de gobierno de lasalcaldas municipales, quienes para salir del paso ante las numerosasdemandas o movidos por intereses compartidos con las empresas promo-toras de salud (a las que el gobierno central transfera los recursos paraatender a los indgenas), aprobaron las solicitudes y registraron las plani-llas de las nacientes autoridades indgenas. Lo que nunca previeron losfuncionarios locales ni los lderes reindianizados fue que la estrategia deconformacin de cabildos adquirira tal fuerza que termin por despertarla preocupacin de los grupos ya reconocidos. La disminucin de losrecursos y servicios estatales de salud y educacin reservados para ellosprovoc tensiones y antagonismos hasta entonces desconocidas entre losactores tnicos reconocidos y aquellos en busca de reconocimiento.Tampoco se pudo prever que se incrementaran las cuentas de cobro delas empresas de prestacin de estos servicios hasta ocasionar la reaccin dela Direccin General de Asuntos Indgenas (DGAI) del Ministerio delInterior (hoy Direccin de Etnias, DET) para frenar las demandas porreconocimiento y, de este modo, las cuentas de cobro de las empresas pro-motoras de salud y los colegios privados. Irnicamente, la lgica que apartir de 1993 haba sujetado la provisin de servicios pblicos a las reglasdel mercado y al inters privado, ahora se volva en contra de su msimportante promotor: el Estado (Chaves, 2003).

    Se inici entonces una segunda etapa en los procesos de reindianiza-cin jalonada por la intervencin de la DGAI. Desde febrero de 1999 ypor cuatro veces consecutivas hasta abril de 2000, esta oficina emiti des-de Bogot circulares dirigidas a las alcaldas municipales de Putumayoordenando frenar el registro y el reconocimiento de los nuevos cabildos.Mediante la contratacin de funcionarios provisionales, se dedic a pro-mover la depuracin de las mltiples afiliaciones tnicas y de los censosen cada cabildo y reiterativamente les record a los gobernantes locales laspautas normativas y los principios jurdicos que deban tener en cuenta a

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  • la hora de posesionar a los cabildos. En lugar de frenar el proceso, la ame-naza que la medida represent para la organizacin de los nuevos cabil-dos, tanto rurales como urbanos, gener una multiplicacin mayor deidentidades indgenas que hicieron virar el proceso de la reindianizacinhacia la reetnizacin. Ante la negativa del Estado a reconocer su hetero-geneidad, los cabildos se recompusieron por pertenencias tnicas diferen-ciadas o depuradas, como el Estado las demandaba (Chaves, 2003). Pa-radjicamente, los criterios establecidos por las piezas jurdicas que laDGAI consideraba como definitivas en el esclarecimiento de la identidadindgena, fueron los mismos que los re-etnizados utilizaron para crear suscabildos y continuar en su bsqueda por reconocimiento. Se trataba delos apartes del convenio 162 de la OIT que proponen el auto-reconoci-miento como sustento vlido de los reclamos de la identidad indgena, encombinacin con el artculo 3 de la Ley 89 de 1890, por el cual se definela organizacin de los cabildos.

    Con el fin de intervenir de manera ms drstica en la delimitacin delos acreedores a derechos circunscritos para las comunidades indgenas, laDGAI enfatiz en la visibilizacin de los diacrticos de la diferencia cul-tural asociados con la definicin de una parcialidad indgena segn elartculo 2 del Decreto 2164 de 1995:

    [Constituye un parcialidad indgena]... el grupo o conjunto de familias dedescendencia amerindia, que tienen conciencia de identidad y compartenvalores, rasgos, usos o costumbres de su cultura [...] que lo distingue de otrascomunidades, tengan o no ttulos de propiedad, o aunque no puedanacreditarlos legalmente, o aunque sus resguardos fueron disueltos, dividi-dos o declarados vacantes (nfasis aadido).

    Liderados ahora por un grupo de mujeres, los nuevos cabildantes respon-dieron a la frrea negativa de los funcionarios de la DGAI a aceptar la ma-nera como la gente vive como muestra fehaciente de su cultura. En manosde ellas, las prcticas alrededor de las cuales gira la vida cotidianas de lasfamilias se transformaron en usos y costumbres y su evaluacin tica encosmovisin propia. Costumbre es recibir bien a la gente que llega devisita, costumbre es cuidar a los nios, costumbre es buscar el alimento

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  • para la familia. Usos son todas las modalidades, ritmos y estilos derivadosde sus prcticas de trabajo y socializacin en el mbito domstico, hoy re-elaboradas a la usanza de las culturas regionales que ellas representan enPutumayo. Cosmovisin es su valoracin moral sobre la bondad o no desus acciones y decisiones. Adicionalmente, desplegaron su conciencia deidentidad en ceremonias performticas que proclamaban su pensamien-to y sus formas de vida como genuinas expresiones de su diferencia cul-tural. (Chaves, 2005). A la DGAI no le qued ms remedio que paralizarcualquier reconocimiento hasta tanto se realizaran las investigaciones yestudios legales para producir los conceptos administrativos que fuerannecesarios sobre los pueblos indgenas y su relacin con la sociedad nacio-nal y el Estado.

    Los nodos de tensin que se desvelaron en el momento del desmem-bramiento de los cabildos multitnicos entre indgenas y funcionarios delEstado, entre miembros de los cabildos desautorizados y entre estos y losdems indgenas de la regin, evidenciaron la constitucin de una jerar-qua tnica conforme con los diacrticos culturales que cada uno de ellosdetentaba para su reconocimiento. Entre estos diacrticos, la lengua ind-gena y la autoctona fueron los ms valorados y a aquellos que no pudie-ron demostrarlos se los discrimin por considerrselos mestizos. En ordendescendente, la jerarqua indgena configurada fue la siguiente: indgenasnativos que hablan su lengua, por lo cual su diferencia cultural resultaincuestionada; indgenas nativos que ya no hablan la lengua, pero que alser del lugar encuentran soporte poltico entre los primeros; indgenasmigrantes que hablan su legua; indgenas migrantes que ya no la hablan,pero que en sus regiones de origen an se conserva, lo cual les permite unmargen de juego para impugnar sus reclamos negados; y finalmente, enel lugar ms bajo, indgenas migrantes que no tienen una lengua y cuyoreferente tnico en el lugar de origen tampoco cuenta con ella (si bien alleso no ha impedido su reconocimiento; este es el caso de los pastos).

    Hasta antes de la depuracin se consideraba que los pastos eran loscolonos de los cabildos multitnicos; despus de la misma, la ecuacinse invirti y los colonos de los cabildos multitnicos resultaron ser pastos.Su postergada identificacin como etnia indgena se relacionaba con ladificultad que enfrentaban para sustentar su pertenencia/diferencia tni-

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  • ca debido a la carencia de un idioma y una cultura singulares. Sin embar-go, en el momento mismo en el que el poder discriminatorio de la faltase hizo evidente con la depuracin, su identidad comenz a enunciarsecategricamente a partir del color; es decir, a partir de la asociacin de laapariencia racial con posiciones de inferioridad social, evidenciando noslo su subordinacin cultural frente a otros indgenas sino su histricasubordinacin racial y cultural dentro del mestizaje (Chaves, 2002).

    Al actuar como criterio que posibilitaba la reindianizacin y no comobarrera de la movilidad hacia el blanqueamiento, el color revivi en lamemoria de quienes lo esgriman no solo su subordinacin y margina-miento, sino los privilegios y las posibilidades de ascenso de los blancos,demarcando los lmites de la inclusin en determinados espacios socialesy estableciendo jerarquas entre mestizos. As, las estrategias de los gruposque competan por inclusin en esta contienda se limitaron a dos posibi-lidades: autenticar la diferencia tnica de acuerdo con el ideal de comuni-dades indgenas conscientes de su singularidad cultural, su continuidaden el tiempo y su anclaje en un territorio; o la de naturalizar la pertenen-cia tnica en huellas racializadas entre quienes carecan de las anteriores(Chaves, 2002).

    Dilemas de la reindianizacin en Bogot

    Cuando el reciente despertar tnico se hizo sentir en Bogot, quedabanmuy pocos rastros en la urbe que manifestaran su pasado indgena. Losefectos de un proyecto republicano que se haba empeado en moderni-zar el pas y borrar las marcas indias de la capital colombiana, parecanhaber logrado su cometido (Rawitscher, 2000). No exista entonces me-moria o historiografa que recordara que durante buena parte del periodocolonial la poblacin indgena haba sido mayoritaria en la ciudad y queslo al fragor de tres siglos de mestizajes, procesos de expropiacin e inter-vencin estatal haba cambiado radicalmente la situacin (Zambrano,2008). En cambio, el agitado centro urbano de cerca de cinco millones dehabitantes, en su mayora migrantes de primera o segunda generacin, semostraba hacia los aos ochenta como una ciudad moderna, tnicamen-

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  • te invisible y poblada por ciudadanos annimos. Lejos pareca haber que-dado tambin una de las ltimas, ms publicitadas y en apariencia exito-sa campaa de destierro de la contribucin indgena a la historia de la ciu-dad, la cual haba culminado con la prohibicin en 1948 de la venta yconsumo pblico de chicha, bebida fermentada de maz, que haba acom-paado al ocio popular durante tres siglos (Vargas, 1990; Saade, 1999;Calvo & Saade, 2002).

    Sin embargo, inesperadamente, cuarenta aos despus volvieron losindios a la ciudad. Lugareos desindianizados y migrantes indgenas quese haban cobijado bajo el precario manto de la ciudadana universal,tomaron el camino de vuelta, desde el blanqueamiento hacia la indigeni-zacin (Oliveira, 1999). Este cambio de rumbo, cuya cronologa se super-pone con la aprobacin e implementacin de la Constitucin de 1990,habra de pesar en la transformacin de los imaginarios urbanos, que vira-ron desde el desprecio hacia el aprecio de la etnicidad, desde la ciudad dela igualdad hacia la ciudad de la diferencia.

    En 1990, un colectivo de raizales (antiguos habitantes) de Suba, pue-blo de indios durante el periodo colonial, luego convertido en municipiorural y, a la postre incorporado a la ciudad en 1954, consigui algo sinprecedentes en la historia de la nacin: el reconocimiento oficial comoprimer cabildo urbano. Desde entonces se desencaden en Bogot un c-mulo de peticiones de reconocimiento adelantadas por colectivos de dis-tintos orgenes geogrficos: raizales de Bosa, antiguo pueblo de indios, in-migrantes ingas procedentes de Putumayo, pijaos del Tolima y quichuasde Otavalo, Ecuador. El momentum alcanz tambin a los raizales de mu-nicipios vecinos: Cha, Cota y Sesquil. Sin embargo, en pocos aos, elfermento inicial de reclamos y reconocimiento empez a enfrentar ladecidida oposicin del gobierno central, que en los primeros momentoslo apoy. Luego, ha experimentado un movimiento pendular, entre lasospecha y la ratificacin. As, el cabildo urbano de Suba, aprobado en1991, antes de la firma de la Constitucin, perdi la ratificacin oficialen 1999. Por su lado, el de Bosa, reconocido en 1999, cay pronto en en-tredicho y bajo investigacin (Durn, 2004). Y a pesar de cumplir decerca los rgidos criterios lingsticos y culturales que dictaminan la etni-cidad, por mucho tiempo pareci imposible que los quichuas de la ciu-

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  • dad lo obtuvieran debido a su procedencia ecuatoriana. El contragolpeincidi tambin en los municipios que rodean a la ciudad: el Cabildo deCota, con una historia republicana que se extenda por casi un siglo, fuedisuelto por la Oficina de Asuntos Indgenas del Ministerio del Interior(Weisner, 1987; Fiquitiva, 1999, 2004). Mientras tanto, en Bogot, laalcalda actu como balanza mvil de estrategia de reconocimiento y des-legitimacin del gobierno central, convocando a todos los grupos tnicosurbanos (indgenas, afro y gitanos-rom), reconocidos o no, para formularpolticas de inclusin y reconocimiento cultural.

    El caso de Suba ilustra la volatilidad de las configuraciones identita-rias, as como los dilemas que plantea. En el curso de diez aos los des-cendientes de una antigua comunidad india, convertida en un agregadomestizo, volvieron a ser indgenas, logrando el reconocimiento como co-lectivo; ocho aos despus, sin embargo, el cabildo perdi tal estatuto y,por ende, el acceso a los derechos diferenciales reservados por la Cons-titucin. Durante el proceso, la identidad de la gente raizal de Suba osci-l desde el anonimato compartido hacia la legitimacin de la indianidadgenrica, y cuando esta fue rebatida, hacia la etnicidad muisca bajo sos-pecha.

    Como haba sucedido en los procesos de reindianizacin en Colombiaen los ochenta, en los inicios de la dcada de los noventa los antiguoshabitantes de Suba no desplegaban los diacrticos privilegiados de la in-dianidad: idioma, atuendo, territorio y prcticas rituales. Al contrario,como lo recordaran ms tarde los miembros del cabildo, haban intenta-do durante varias generaciones borrar cualquier marca india: apellidos,prcticas propias y particularmente las memorias compartidas. Mientrastanto, las tierras colectivas no solo se haban fragmentado por reparticinentre herederos, sino que su propiedad se haba concentrado en las manosde forneos.

    Precisamente las memorias sobre el pasado indgena regresaron de ma-nera inesperada en un momento de aguda expansin urbana de la capital,que provoc el cambio de vocacin de las tierras de Suba, agudizando sumercantilizacin y los conflictos por titulacin y propiedad. El hallazgo deun instrumento del siglo XIX que registraba la disolucin del resguardo deSuba fue una pieza central en la rememoracin del pasado colectivo y en

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  • el logro del reconocimiento, pero a diferencia de los casos de reindianiza-cin anteriores en Nario y Tolima, no garantiz la propiedad, individualo colectiva, de las antiguas tierras de resguardo en el presente. Una vezconstituido, el Cabildo lanz un llamado en 1991 a la comunidad pararecuperar unas tierras invadidas por un urbanizador ilegal. Marcharon demanera organizada hacia el lugar pero fueron interceptados por la polica,que arrest a 42 personas. Despus de los resultados adversos de la toma,el cabildo escogi la va del litigio legal para restaurar las propiedadescolectivas, pero poco a poco vari de objetivo, concentrndose en cambioen obtener otros beneficios provistos para los grupos tnicos: transferen-cias econmicas y prestacin de servicios educativos y de salud. Pero estosreclamos tambin habran de fracasar. Primero los proveedores de serviciosprotestaran y luego los funcionarios del Estado central daran reversa a lasregulaciones que haban reconocido al Cabildo.

    Como ya se ha insinuado, en un pas como Colombia, donde los dere-chos para la poblacin general no se materializan en acceso efectivo alempleo, la educacin y la salud, las provisiones especiales para los grupostnicos minoritarios a la vez alientan su bsqueda y provocan la sospechasobre quienes los demandan. En 1997, la Secretara de Salud de Bogotdenunci el incremento inusitado de indgenas registrados en Suba. Enun lapso de seis meses haba saltado de 1 836 a 7 456 el nmero de afi-liados al sistema gratuito. Siguieron acusaciones por parte de algunosmiembros del Cabildo sobre la laxitud de sus directivas en los criterios deafiliacin de nuevos miembros y acerca de manejos dudosos en otrosasuntos. Las denuncias culminaron en la disolucin del organismo degobierno indgena, dictada por la DGAI en 1999.

    La tajante respuesta de esta entidad invita al examen. Mientras que va-rios de los miembros del cabildo haban solicitado un correctivo, la ofici-na gubernamental los castig a todos, liquidando el organismo. La deci-sin reforz las nacientes divisiones internas. Los miembros se reagrupa-ron, organizando dos cabildos rivales, ambos en busca de reconocimien-to. Recurrieron entonces a la perdurable vena legalista instaurada desde laera colonial: ambos promovieron acciones jurdicas para que el gobiernocentral restaurara el reconocimiento. Despus de insistentes peticiones,lograron que en 2001 el Consejo de Estado ordenara a la antigua DGAI,

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    transformada por entonces en la Direccin de Etnias, que realizara un es-tudio socio-econmico orientado a determinar la existencia o no de laparcialidad indgena de Suba, trmino que a diferencia de Putumayo, eneste caso enfatiza la continuidad del territorio, en parangn con el trmi-no colonial usado para referirse a las localidades indias. De esta manera,el estudio deba certificar la afiliacin indgena colectiva mediante la veri-ficacin de la presencia o ausencia de una sucesin de requisitos:

    [...] una historia comn, adems de una cohesin de grupo, arraigo a unterritorio ancestral, cosmovisin, medicina tradicional, relaciones deparentesco y sistema normativo propio, que los diferencie del resto de lapoblacin colombiana (nfasis aadido).9

    Unos meses despus, el estudio, que sigui de cerca los criterios delConsejo de Estado en su investigacin, aplicacin de encuestas y realiza-cin de visitas, recomend que el cabildo no fuera reconocido. La argu-mentacin central se ancl en la ausencia de una historia comn que liga-ra a sus miembros. Ms bien, razonaba el estudio, la unin haba surgidode la voluntaria asociacin de individuos que:

    [...] en el caso de la pretendida parcialidad de Suba [...] no comparten unpasado comn, ni tienen nexos reales que los liguen con ningn puebloindgena en la actualidad; as como se denota la carencia total de memoriahistrica en cuanto a pertenencia tnica y arraigo a un territorio [...] noposeen rasgos propios de la cultura muisca en aspectos tales como la cos-movisin, medicina tradicional, parentesco y sistema normativo propio.10

    En otras palabras, de acuerdo con el estudio, los miembros del desautori-zado cabildo no formaban una comunidad sino un reciente agregado deindividuos sin cultura y sin ms conexin que los propsitos presentes.Crucialmente, no eran diferentes del resto de la poblacin colombiana.

    9 Ministerio del Interior y Justicia, Direccin de Etnias, A-Z Suba, 2001-2003, 27. 13 de sep-tiembre de 2001. Respuesta del Consejo de Estado a la impugnacin de la Alcalda al fallo detutela a favor del Cabildo de Suba, ff. 29-47.

    10 Ministerio del Interior y Justicia, Direccin de Etnias, A-Z Suba, 2001-2003. 14. Estudiosociocultural. Comunidad de Suba, s.d. (c. 2001), ff. 151-338.

  • Es decir, segn este dictamen, eran demasiado cercanos a la mayora delos colombianos, demasiado mestizos como para merecer legitimacincomo otros tnicos.

    El enfoque del estudio muestra la exitosa migracin de las categorasdiscretas, homogneas y atemporales de la agonizante antropologa clsi-ca hacia la produccin de clasificaciones estatales (Rosaldo, 1991;Restrepo, 1997). Desnuda tambin el ejercicio de poder en el gobierno yel control de la diferencia tnica. Resulta llamativo que en este caso la cir-culacin del conocimiento antropolgico haya echado una mano paraendurecer las fronteras que separan a las mayoras sin derechos de lasminoras que s los tienen.

    Mientras tanto, en Suba no se cej en las demandas por reconocimien-to. Destaca en los renovados intentos que el retorno inicial a una identi-dad indgena genrica y sin nombre, se transform en afiliacin tnicamuisca. Los dictmenes de 1999 y 2001, que disolvieron el cabildo y rati-ficaron las recomendaciones del estudio, actuaron como guas importan-tes en tal reorientacin. Como en otros lugares, las directivas intentaronamortiguar el golpe, proclamando que lo que se haba perdido se podarecuperar (Sotomayor, 1998). En pos de tal propsito, organizaron unforo de memoria muisca en 1999, en el que anunciaron que haban ini-ciado un proceso organizativo para reconstruir las bases culturales delpueblo Muisca (Cabildo Indgena de Suba, 1999: 9). En sus respuestas ynegociaciones con el gobierno central, las directivas del cabildo, en gene-ral varones, buscado cumplir con los criterios del Consejo de Estado. Enbsqueda de la historia comn y de los vnculos ancestrales con el terri-torio, recurrieron a la indagacin letrada y a la historiografa para apren-der la desaparecida lengua muisca, basndose en los diccionarios y cate-cismos escritos por misioneros catlicos coloniales y retornando al tiem-po primordial para reconstruir la historia prehispnica. Mientras tanto,algunas mujeres del cabildo tambin se han empeado en sustentar la per-tenencia muisca pero en vez de remontarse al pasado prehispnico, la hanrelacionado con el pasado reciente, volviendo sobre el espritu de las reu-niones colectivas que se organizaron en los inicios del cabildo en los aosnoventa para or los testimonios de los mayores y situar sus experiencias.Han insistido tambin en la importancia de las prcticas actuales y los

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  • saberes cotidianos, desestimados desde la perspectiva masculina dominan-te, identificando las races muisca en el conocimiento de las plantas, lapreparacin de alimentos y la elaboracin de cermica, entre otros.

    Conclusiones

    En este artculo, hemos examinado los procesos de reindianizacin en doslugares contrastantes de la geografa simblica y poltica del pas: Putumayoy Bogot. El Estado, cuyo poder poltico, administrativo y econmico estfuertemente centralizado en Bogot, ha considerado al Putumayo como unrea marginal selvtica hacia la cual debe expandir su control territorial,ampliamente disputado por grupos armados insurgentes y paramilitares.As, Putumayo todava representa una frontera agrcola dominada por lorural, en la cual se insinan procesos crecientes de urbanizacin donde,como hemos mostrado, surge la reindianizacin como recuperacin de unpasado indgena cercano. En Bogot, en cambio, esta apareci tras un largoproceso de concentracin urbana que supuso la eliminacin de las marcastnicas de los pobladores raizales e inmigrantes. Si en los dos casos, quienesse reindianizan responden a un contexto de desigualdades sociales crecien-tes, contrasta la articulacin inversa entre estas desigualdades y las jerarqu-as tnicas locales. En Bogot los grupos raizales despiertan la desconfianzade las autoridades nacionales mientras que los indgenas migrantes parecencumplir mejor los requisitos oficiales de reconocimiento. En cambio enPutumayo, el Estado valora a los grupos indgenas originarios de ese depar-tamento sobre los inmigrantes de otras regiones.

    Paradjicamente, a pesar de su lejana geogrfica frente al Estado cen-tral, la suerte de la reindianizacin en Putumayo ha estado ntimamentevinculada con las decisiones de las entidades nacionales que tienen sedeen Bogot, como la DGAI. En Bogot, en cambio, aunque sin duda estaentidad ha tenido marcada incidencia en los destinos del reconocimien-to, tambin han pesado las acciones y polticas del gobierno de la ciudad,que ha actuado como balanza mvil de los dictmenes del gobierno cen-tral. Por ejemplo, cuando la DGAI deslegitim al cabildo de Suba, laalcalda de Bogot lo acogi para incluirlo en las polticas pblicas.

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  • Este contraste ilustra bien la paradoja del centralismo que caracterizaal pas. A pesar de la fuerte concentracin de instituciones y directivas delEstado nacional en Bogot, las regiones como Putumayo, marcadas porsu historia y composicin social y tnica, dependen de las decisiones delEstado central. Mientras tanto, all donde el Estado central tiene ms pre-sencia, como en Bogot, crecen las posibilidades de contravenir sus desig-nios, algo que no solo concierne a las polticas tnicas sino a directivasms amplias, como el gobierno local de los asuntos sociales.

    A pesar de las diferencias, como hemos ilustrado, los mviles de estasdinmicas identitarias no difieren sustancialmente. En un contexto com-partido de giro en el proyecto de nacin y de implementacin de polti-cas neoliberales, mestizos indgenas y colonos de la alta amazonia y mes-tizos recientemente urbanizados o migrantes de origen indgena esperanremediar las crecientes desigualdades sociales, tomando el camino devuelta hacia lo indgena.

    En el periodo inicial del multiculturalismo en Colombia sus reclamosde reconocimiento fueron exitosos. Sin embargo, cuando sus cifras de afi-liacin se incrementaron y pusieron en peligro el limitado crculo de dere-chos y financiacin para las minoras tnicas fueron sometidos al escruti-nio y control estatal. Pero lo que estaba en juego iba ms all de ponercoto a la distribucin de derechos diferenciales; tambin amenazaba laproduccin misma de la diferencia. Los cabildos reindianizados transgre-den un duradero orden simblico e ideolgico que requiere la reproduc-cin de indios y negros (Wade, 2003), y lo hacen erosionando la persis-tente asociacin entre territorio e identidad marginales. Por largo tiempo,la indianidad ha estado anclada en la construccin de un tipo de lugar,persistentemente conectada a contextos inmviles o rurales atrasados,como en el caso de Putumayo, opuestos a la movilidad espacial y los cam-biantes escenarios urbanos metropolitanos, que representa la capital co-lombiana.

    La dinmica de la reindianizacin en Putumayo y Bogot a la vezchoca con el modo de produccin hegemnico de la diferencia en Co-lombia. Adems de la ausencia de diacrticos tales como idioma, atuendo,usos y costumbres, sus complejas historias y mezclas culturales y racialesson difciles de legitimar. Tanto la composicin mixta de los cabildos mul-

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  • titnicos en Putumayo como las inesperadas fluctuaciones identitarias deantiguos y nuevos habitantes indgenas de Bogot, se muestran demasia-do familiares y sobre todo demasiado mestizas para ser reconocidas ofi-cialmente como diferentes. La reindianizacin tambin cuestiona el sen-tido comn que proclama que el mestizaje es una ruta hacia la desapari-cin tnica, va el blanqueamiento, porque subvierte esa direccin y tomael camino contrario.

    En los dos casos el Estado colombiano intervino de manera similar: lasinstituciones encargadas de definir la etnicidad indgena (la DireccinGeneral de Asuntos Indgenas en ambos casos y el Consejo de Estado enel de Suba) produjeron listas detalladas de requisitos y rasgos que los gru-pos reindianizados deban demostrar. Sorprende que estas listas se basa-ran en perdurables construcciones de la alteridad radical producidas porel conocimiento experto (en ambos casos) y, ms recientemente, por elmovimiento indgena en Putumayo.

    Sin embargo, el esfuerzo estatal por coartar la interpretacin ambiguay multivocal de la etnicidad indgena y del mestizaje no ha logrado frenarlas demandas en ninguno de los dos casos. En cambio, ha provocadosucesivos replanteamientos de las demandas. Quienes fueron afectadospor la deslegitimacin estatal se organizaron para cumplir con los nuevosrequisitos. En sus acciones destacan las estrategias diferenciales de gnero.En Putumayo, el liderazgo de los pastos pas a manos de las mujeres,quienes reforzaron la membresa y la participacin en los cabildosmediante la reconceptualizacin de prcticas cotidianas recientes comousos y costumbres. En Suba, en cambio, la organizacin se fragment endos cabildos que continuaron bajo el mando mayoritariamente masculi-no. Mientras los lderes varones buscaron recuperar sus costumbres basa-dos en la investigacin de la historia prehispnica y de la desaparecida len-gua muisca, las mujeres disidentes, en un movimiento similar a las dePutumayo, resignificaron la vida cotidiana y las historias recientes comocultura muisca.

    A la vez, mientras en conjunto sus respuestas indican la sumisin a losrgidos cdigos de la etnicidad y a los requerimientos de legitimidad delEstado, tambin los han resignificado y han generado nuevas formas delegitimidad. En los dos casos, los cabildos se distanciaron de las pertenen-

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  • cias indgenas genricas y se inscribieron en identidades tnicas singula-res. A su vez, la sumisin a los rgidos cdigos tnicos provoc nuevasambigedades. En ausencia de evidencias poderosas para la negociacin dereconocimiento, tales como ttulos coloniales o idiomas nativos, los pastosse apoyaron en la prueba ms evidente heredada del periodo colonial: laapariencia racial, mientras los muiscas de Suba insistan en recuperar suindianidad bebiendo en fuentes coloniales. En otras palabras, ambos hanrecurrido y aceptado las estrategias de esencializacin impuestas por elEstado. As en una perspectiva ms amplia, los casos examinados revelanlas complejidades y las relaciones de poder que atraviesan la construcciny deconstruccin de la diferencia tnica y del mestizaje en Colombia.

    En ese sentido, adems de revelar mucho sobre las relaciones de podere interaccin entre agentes estatales y tnicos y sobre el impacto del saberacadmico, los procesos de reindianizacin examinados abren nuevoscaminos de anlisis. Primero, ponen a prueba las nociones recibidas sobreel mestizaje. En la reindianizacin el cruce de las fronteras tnicas se haceen la direccin opuesta a la promovida por la nacin mestiza: hacia elblanqueamiento. En su lugar, quienes se reindianizan hacen un desdobla-miento para privilegiar el componente indgena del mestizaje. El cruceinverso de las fronteras tnicas plantea tambin la pregunta sobre quinesdentro del mayoritario sustrato mestizo colombiano buscan la reindiani-zacin. Ms all de las especificidades locales y regionales, la respuestareposa en la clase social. La reindianizacin manifiesta un componenteinstrumental muy fuerte porque quienes la buscan persiguen legitimarseculturalmente con el fin de remediar profundas desigualdades sociales.Esta respuesta nos conduce a la siguiente consideracin. Si bien los mes-tizos que se reconstituyen a s mismos como indgenas son subalternos ypobres, no todos los subalternos y mestizos pobres optan por reclamarseindgenas. Algunos no han considerado siquiera este paso o lo rechazanabiertamente.11 Aqu el proceso subraya los lmites del cruce de fronterasporque este supone, como Pablo Vila (2000) ha indicado, la existencia delos aduaneros que se oponen y controlan a quienes cruzan las fronteras.

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    11 Para el caso de mestizos indgenas que no buscan la reindianizacin, vase Sotomayor, 1998.Cunin (2000) y Losonczy (2000) estudian mestizos negros que no buscan reconocimiento tni-co.

  • As, funcionarios, acadmicos y algunos indgenas puros han cuestiona-do los procesos de reindianizacin en Putumayo y Bogot, imponiendosus rgidos cdigos de etnicidad.

    En sntesis, la reindianizacin no slo revela las marcadas jerarquasque subyacen al mestizaje y arroja luces sobre las desigualdades entre suje-tos tnicos y entre estos y otros sujetos, subalternos y dominantes.Tambin pone al desnudo las ambivalencias que la rodean: mientras deses-tabiliza el impulso esencialista de la construccin de la diferencia tnica, ala vez provoca las cambiantes respuestas de los agentes tnicos y estatalesque se benefician de la ratificacin y el control de las fronteras tnicas enla nacin multicultural. Precisamente en ese plano radica uno de los asun-tos ms controvertidos de las polticas diferenciales. Estas suponen la exis-tencia de culturas y comunidades discretas y buscan ordenarlas en mosai-co con trazos fuertes y fijos, lo cual ignora y castiga sus interacciones, mes-tizajes y sobre todo, la construccin poltica de la identidad.

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  • Este libro se termin deimprimir en mayo de 2009en la imprenta Crearimagen.

    Quito, Ecuador