cerro de la silla - el siglo de torreón · 2014-12-16 · 10•sn siglonuevo el cerro de la silla...

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10 Sn Siglo nuevo E l Cerro de la Silla se vincula a mi niñez, a mi obra, a mi familia, a lo más entrañable de mis orígenes. Se trata, como ustedes saben, de la in- confundible montaña que constituye el emblema de la ciudad de Monterrey, pe- ro en esta ocasión me refiero también a la exposición que sobre este motivo se inauguró a finales del año pasado con el nombre de La eterna silla, en la Biblioteca Universitaria Raúl Rangel Frías de la Uni- versidad Autónoma de Nuevo León. En efecto, bajo el enunciado de Cerro de la Silla, asiento de siglos, reuní 80 pintu- ras y 20 fotografías alusivas a esta belleza natural de mi natal Nuevo León, que se acompañan con poemas alusivos al lugar, preparados por mi compañero, el escritor Alejandro Ordorica. De verdad, ha sido una invaluable o- portunidad exponer esta muestra en el majestuoso marco de la Biblioteca Magna de la Universidad neoleonesa. Mientras transcurría la ceremonia inaugural llegué a pensar que mi presencia cada vez más frecuente en esta cálida ciudad desmiente ese refrán que reza que “nadie es profeta en su tierra”, aunque lo asumo con mo- destia, pero no exenta de inmensa alegría, pues se trata de mi propio terruño. Y si bien, como ustedes saben, la man- zana es un icono que predomina en mi pintura, hay otra imagen que aparece también en mi obra con especial énfasis: el Cerro de la Silla, que marca mi niñez con las primeras imágenes en la memoria. La primera –la manzana–, representa el símbolo universal que va aparejado a la historia de la humanidad, no sólo en fun- ción de la mitificación del paraíso, sino como el fruto inicial que alimentara des- de tiempos inmemoriales al ser humano. En cambio, el Cerro de la Silla se vincula a lo más próximo y tangible, a mi tierra y a mi sentido de pertenencia. En todo caso, son dos realidades que se conjuntan y me trasladan al universo de la imaginación y los ensueños. Así, reaparecen y se fusionan, aunque ahora mi brújula apunte más al norte, y así en mi obra emerja espléndido el Cerro de la Silla, bajo el cielo de Monterrey, a par- tir de lo más profundo de mi alma. En esta montaña tan significativa descubrí los primeros colores, ese verda- dero abanico rico y diverso que parecía siempre distinto según la hora en que la contemplara. Así, me miro muy pequeña, caminando de la mano de mis padres o, más grande, rumbo a la escuela, ya fuera la primaria María Valdés o la secundaria en el Colegio La Paz, pero siempre con este inigualable paisaje de fondo. En fin, un cerro que adquiere una personalidad única y se vuelve inseparable a lo largo de toda la vida, que cruza nuestro espí- ritu y nos afianza. Por eso, cuando pinto esta montaña regia, en cada trazo late mi memoria y es el corazón el que recuerda. Es más, siento que la silla hace las veces de todo un planeta para los que somos de aquí, pues lo mismo significa amanecer que plenilunio; desierto que agua, y así, hogar, familia, amor... Por eso consideré que una forma de rendir tributo a mi tierra, a mis antepasa- dos, a mis paisanos, era pintar La eterna silla, que continúa guiándome con una luz inextinguible y que ojalá también siempre les ilumine a todas y a todos en estas tierras. En fin, inaugurar esta expo- sición resultó una experiencia conmove- dora, con un dejo de nostalgia y añoranza, pero también optimista hacia el futuro. Desde luego, agradezco a la comuni- dad universitaria su decisivo apoyo, así como a quienes expresaron conceptos muy generosos sobre esta muestra en la ceremonia de inauguración, como Romeo Flores Caballero, presidente del Conse- jo para la Cultura y las Artes de Nuevo León; Porfirio Tamez, director general de Bibliotecas de la Universidad, y el escritor Miguel Covarrubias, quien nos ofreció una visión histórica sobre La Silla. § Correo-e: [email protected] Cerro de la Silla Martha Chapa la manzana flechada la manzana flechada la manzana flechada

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Page 1: Cerro de la Silla - El Siglo de Torreón · 2014-12-16 · 10•Sn Siglonuevo El Cerro de la Silla se vincula a mi niñez, a mi obra, a mi familia, a lo más entrañable de mis orígenes

10 • Sn

Siglo nuevo

El Cerro de la Silla se vincula a mi niñez, a mi obra, a mi familia, a lo más entrañable de mis orígenes.

Se trata, como ustedes saben, de la in- confundible montaña que constituye el emblema de la ciudad de Monterrey, pe-ro en esta ocasión me refiero también a la exposición que sobre este motivo se inauguró a fi nales del año pasado con el nombre de La eterna silla, en la Biblioteca Universitaria Raúl Rangel Frías de la Uni-versidad Autónoma de Nuevo León.

En efecto, bajo el enunciado de Cerro de la Silla, asiento de siglos, reuní 80 pintu-ras y 20 fotografías alusivas a esta belleza natural de mi natal Nuevo León, que se acompañan con poemas alusivos al lugar, preparados por mi compañero, el escritor Alejandro Ordorica.

De verdad, ha sido una invaluable o-portunidad exponer esta muestra en el majestuoso marco de la Biblioteca Magna de la Universidad neoleonesa. Mientras transcurría la ceremonia inaugural llegué a pensar que mi presencia cada vez más frecuente en esta cálida ciudad desmiente ese refrán que reza que “nadie es profeta en su tierra”, aunque lo asumo con mo-destia, pero no exenta de inmensa alegría, pues se trata de mi propio terruño.

Y si bien, como ustedes saben, la man- zana es un icono que predomina en mi

pintura, hay otra imagen que aparece también en mi obra con especial énfasis: el Cerro de la Silla, que marca mi niñez con las primeras imágenes en la memoria.

La primera –la manzana–, representa el símbolo universal que va aparejado a la historia de la humanidad, no sólo en fun-ción de la mitifi cación del paraíso, sino como el fruto inicial que alimentara des-de tiempos inmemoriales al ser humano. En cambio, el Cerro de la Silla se vincula a lo más próximo y tangible, a mi tierra y a mi sentido de pertenencia. En todo caso, son dos realidades que se conjuntan y me trasladan al universo de la imaginación y los ensueños.

Así, reaparecen y se fusionan, aunque ahora mi brújula apunte más al norte, y así en mi obra emerja espléndido el Cerro de la Silla, bajo el cielo de Monterrey, a par- tir de lo más profundo de mi alma.

En esta montaña tan significativa descubrí los primeros colores, ese verda-dero abanico rico y diverso que parecía siempre distinto según la hora en que la contemplara. Así, me miro muy pequeña, caminando de la mano de mis padres o, más grande, rumbo a la escuela, ya fuera la primaria María Valdés o la secundaria en el Colegio La Paz, pero siempre con este inigualable paisaje de fondo. En fi n, un cerro que adquiere una personalidad

única y se vuelve inseparable a lo largo de toda la vida, que cruza nuestro espí-ritu y nos afi anza. Por eso, cuando pinto esta montaña regia, en cada trazo late mi memoria y es el corazón el que recuerda. Es más, siento que la silla hace las veces de todo un planeta para los que somos de aquí, pues lo mismo signifi ca amanecer que plenilunio; desierto que agua, y así, hogar, familia, amor...

Por eso consideré que una forma de rendir tributo a mi tierra, a mis antepasa-dos, a mis paisanos, era pintar La eterna silla, que continúa guiándome con una luz inextinguible y que ojalá también siempre les ilumine a todas y a todos en estas tierras. En fi n, inaugurar esta expo-sición resultó una experiencia conmove-dora, con un dejo de nostalgia y añoranza, pero también optimista hacia el futuro.

Desde luego, agradezco a la comuni-dad universitaria su decisivo apoyo, así como a quienes expresaron conceptos muy generosos sobre esta muestra en la ceremonia de inauguración, como Romeo Flores Caballero, presidente del Conse-jo para la Cultura y las Artes de Nuevo León; Porfi rio Tamez, director general de Bibliotecas de la Universidad, y el escritor Miguel Covarrubias, quien nos ofreció una visión histórica sobre La Silla. §Correo-e: [email protected]

Cerro de la SillaMartha Chapa

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