categorías universales y pensamiento periférico, deconstrucción de la nación homogeneizante

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Ponencia V EREH Título: “Categorías universales y pensamiento periférico: deconstrucción de la nación homogeneizante” Conceptos claves: nación – homogeneización – pensamiento periférico. Autor: Javier Sadarangani Leiva. Institución: Universidad de Chile / Eclosión. Centro de Acción y Reflexión Histórica. Contacto: [email protected] / (+56 9) 8- 824 69 73 Durante las últimas dos o tres décadas, algunos exponentes de las ciencias humanas, particularmente de la historia, se han propuesto revisar y repensar ciertas categorías de análisis que hasta ese entonces parecían medianamente consolidadas. Ciertamente, sabemos que los asuntos de preocupación de la disciplina nunca estarán resueltos ante la incesante inquietud que nos embarga la misma historia; sin embargo el nuevo contexto mundial – incierto, ambiguo y enigmático –, formulaba nuevas preguntas que no buscaban necesariamente ampliar las fronteras del conocimiento (histórico, en este caso), sino escarbar en aquellos supuestos que estaban más cercanos a la certeza. Entre estos supuestos o categorías encontramos a la nación y sus implicancias. 1

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Page 1: Categorías Universales y Pensamiento Periférico, Deconstrucción de La Nación Homogeneizante

Ponencia V EREH

Título: “Categorías universales y pensamiento periférico: deconstrucción de

la nación homogeneizante”

Conceptos claves: nación – homogeneización – pensamiento periférico.

Autor: Javier Sadarangani Leiva.

Institución: Universidad de Chile / Eclosión. Centro de Acción y Reflexión

Histórica.

Contacto: [email protected] / (+56 9) 8-824 69 73

Durante las últimas dos o tres décadas, algunos exponentes de las ciencias humanas,

particularmente de la historia, se han propuesto revisar y repensar ciertas categorías de

análisis que hasta ese entonces parecían medianamente consolidadas. Ciertamente, sabemos

que los asuntos de preocupación de la disciplina nunca estarán resueltos ante la incesante

inquietud que nos embarga la misma historia; sin embargo el nuevo contexto mundial –

incierto, ambiguo y enigmático –, formulaba nuevas preguntas que no buscaban

necesariamente ampliar las fronteras del conocimiento (histórico, en este caso), sino

escarbar en aquellos supuestos que estaban más cercanos a la certeza. Entre estos supuestos

o categorías encontramos a la nación y sus implicancias.

Hoy en día la nación constituye una de las principales formas de clasificación de la

humanidad, es decir desde hace alrededor de doscientos años el mundo se viene

configurando como un sistema de grandes unidades denominadas “naciones”. Este

resultado se entiende considerando el relativo éxito que tuvo la narrativa nacional y los

movimientos políticos que la defienden, o nacionalismos, que tomaron lugar en distintos

momentos y lugares, haciendo extensiva una concepción nacional en todos los rincones de

la sociedad. Incluso, en el terreno de la intelectualidad – o “inteligencia” como ha querido

llamársele – entendido, supuestamente, como una instancia de altas capacidades reflexivas

y analíticas, ha sido motivo de disputa entre quienes se conciben como “autores

intelectuales de la nación” y otros que, con cierta suspicacia, se alejan de ella. Lo cierto es

que el espíritu nacional duerme apacible y cómoda en el inconsciente de grandes

colectividades sociales, pero surge altiva y ferviente en determinadas ocasiones como lo

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hemos podido constatar últimamente. En definitiva, la concepción nacional goza de una

gran legitimidad y salvo en reducidos espacios1.

La historiografía en Chile ha prestado poca atención a la discusión conceptual de

este fenómeno; ésta, más bien, ha delegado dicha labor a los teóricos europeos y, los más

progresistas, a los pensadores asiáticos. Sin embargo, sí lo ha hecho con las implicancias

políticas, sociales y culturales del nacionalismo en nuestro país, pero empleando modelos

analíticos foráneos.

Nadie duda del gran aporte que Eric Hobsbawm dio a la disciplina histórica. Su

capacidad de realizar importantes análisis en la historia social, económica, política, cultural

e, incluso, artística lo han convertido en uno de los historiadores más versátiles y de más

alto impacto a nivel global. Su trayectoria, expresada por su vasta bibliografía, lo sitúa

dentro de los historiadores más significativos del pensamiento occidental; y sus inquietudes

también lo llevaron a intentar descifrar a la nación como fenómeno histórico. No obstante

su insoslayable impronta eurocentrista lo llevó a aseverar que “fuera de Europa es difícil

hablar de nacionalismo” o calificar a América Latina como una parte del mundo “anómala

y rara”2. A pesar de estas afirmaciones, los historiadores chilenos se han valido de los

principios de la nación esgrimidas por este inglés con aspiraciones universales.

Otros autores como Benedict Anderson, tal vez dentro de los más paradigmáticos y

validados al momento de aproximamos al “problema de la nación”, tienen una mayor

deferencia hacia los movimientos nacionales del continente al considerarlos “pioneros” al

ser efectivamente los primeros “movimientos de independencia nacional”3. No obstante, su

auto-declarada inexperiencia en la historia latinoamericana cuesta ubicarlo dentro de

referentes plausibles para comprender el porvenir de la nación en nuestra región. Ambos se

suman a una larga lista de intelectuales extranjeros cuyos supuestos y esquemas,

paradójicamente, han servido como base desde la cual historiadores de otras latitudes, entre

esas la nuestra, “comprenden” sus propias experiencias históricas. De ahí que nos asalta la

1 Entre esos espacios podríamos señalar a la academia la cual, además de poco democrática y críptica con el conocimiento, posee exiguos y pobres medios de transmisión, haciendo de ella un núcleo de producción de conocimiento pero vertical y exclusivista.2 Hobsbawm, Eric, La era de la revolución 1789-1848, Ed. Crítica, Buenos Aires, 2011, p. 131; Hobsbawm, Eric, Nacionalismo y nacionalidad en América Latina, en Sandoval, Pablo (comp), Repensando la subalternidad. Miradas críticas desde/sobre América Latina, IEP, Lima, 2012.3 Es importante aclarar que tampoco buscamos un reconocimiento, ni mucho menos una reivindicación de los movimientos nacionales en Latinoamérica durante el siglo XIX y XX. Anderson, Benedict, Comunidades Imaginadas. Reflexiones sobre el origen y la difusión del nacionalismo, FCE, México, 1993, p. 80.

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pregunta, ¿es posible entender nuestra realidad (“periférica” desde la concepción

noratlántica, occidental, blanca, masculina y adultocéntrica) a través de esquemas

conceptuales importados?

En definitiva, la categoría “nación” ha estado dada principalmente por el viejo

continente, universalizando sus principios al resto del mundo. En ese sentido, Europa ha

sido el principal pensante de la nación en nuestro país, y los historiadores chilenos no han

sido más que una proyección de tales paradigmas.

Con esto no queremos, en lo absoluto, eclipsar la labor de importantes exponentes

regionales como François-Xavier Guerra, Antonio Annino, Mónica Quijada, entre otros que

han buscado pensar a la nación desde el devenir histórico y los escenarios de nuestro

continente, pero lamentablemente éstos han tenido poca cabida en las publicaciones locales.

Bajo este ordenamiento de consideraciones intelectuales a nivel mundial, donde lo

foráneo (particularmente lo europeo) nos parece más riguroso y exacto, nos constituimos

como una asignada y auto-asignada periferia que recibe estos modelos de pensamiento e

implementarlos de manera forzada en nuestra realidad para, eventualmente, comprenderla.

Y creemos que los estudios actuales sobre la nación evidencian con elocuencia esta relación

que existe con el conocimiento (una suerte de colonialidad epistémica e intelectual)4. En

ese sentido, el preguntarse “¿qué es la nación?” desde nuestra condición “recluida” nos

obliga a la deconstrucción del concepto y advertir sobre nuevas aristas en él sin que estas

impliquen una universalidad de la categoría:

En primer lugar es necesario establecer que tanto la nación como el nacionalismo sí

tuvieron lugar en América en general. Para desgracia de Hobsbawm y del “culturalismo

eurocéntrico”5 este hecho es irrefutable, el cual está apoyado tanto de documentación como

de bibliografía que hace excepcional a quien sostenga lo contrario. Es más, los

movimientos nacionalistas europeos desarrollados a mediados del siglo XIX vendrían a

constituir experiencias ulteriores a las que acontecieron a partir de 1776 y 1810 en

América; y las particularidades de estos respecto a las del viejo continente no las priva de

una consideración histórica.

4 Esto explica, entre otras cosas, que los principales exponentes del Grupo de Estudios Subalternos en India quienes, por lo demás se han embarcado en esta labor deconstructiva, muestren especial interés en esta temática. A saber Partha Chaterjee, Homi Bhabha, Gayatri Chakravorty, entre otros.5 Frase tomada de Amin, Samir, El eurocentrismo. Crítica de una ideología, Siglo XXI Ed., Ciudad de México, 1989, p. 86.

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“La excepción de los casos coloniales”, sostuvo Partha Chaterjee, “no invalida la

universalidad de la preposición […] la colonia sería convertida en la frontera del universo

moral de la humanidad normal”6. En otras palabras, la condición “anómala”, “rara” y

excepcional de América Latina (y de otras regiones) en términos históricos fue/es algo así

como una piedra molesta en el zapato para el pensamiento occidental, y cuya forma de

resolver tal entuerto se basó en una universalización de las categorías a pesar de la

multiplicidad de excepciones; es decir “minorías” que muchas veces fueron mayorías. En

ese sentido, el posicionamiento del pensamiento occidental-noratlántico se logró a partir de

la exclusión y ocultamiento de las experiencias nacionales periféricas, quitándoles de

validez al no encajar dentro del rígido esquema planteado. Es decir, se volvieron procesos

ininteligibles7. Entonces, trasponer los resultados de un desarrollo histórico específico (el

de Europa en este caso), a situaciones en otros países que no necesariamente comparten las

mismas precondiciones (América Latina), puede solamente establecer lecturas parciales y

poco acabadas de los fenómenos históricos acontecidos.

En segundo lugar, los estudios sobre la nación provenientes del centro occidental

han sido poco inclinados a considerar como gravitante una dimensión, a nuestro juicio,

central en el proceso de construcción nacional: la homogeneización socio-cultural de

amplias capas sociales como condición sine qua non de la expansión de la nación. Si bien

este proceso alcanzó mayor desarrollo e impacto en América Latina dada su heterogeneidad

en este aspecto (y por eso, a su vez, es más perceptible por los/as historiadores/as

latinoamericanos), creemos que la nación trae consigo una irrenunciable concepción

homogénea de las colectividades que cobija, extinguiendo las particularidades culturales y

reemplazándolas por una cultura nacional estándar8.

6 Chatterjee, Partha, La nación en tiempo heterogéneo y otros estudios subalternos, IEP, Lima, 2007, pp. 30-31.7 Marcos García de la Huerta plantea que este reduccionismo alimentado por la “ceguera ante la diferencia” no forma parte de una actitud “moderna”, sino que es posible retrotraerlas hacia los inicios de la irrupción hispana en el continente americano en el siglo XVI, ante el dilema jurídico y cristiano sobre la condición del indígena. García de la Huerta, Marcos, Reflexiones Americanas. Ensayos de Intra-Historia¸ Ed. LOM, Santiago, 1999, pp. 61-62.8 Me sujeto principalmente a la definición entregada por Mónica Quijada: homogeneización entendida como “…la tendencia histórica y procesual a eliminar o ignorar las diferencias culturales, étnicas, fenotípicas, etc. de un grupo humano, de forma tal que el mismo sea percibido y se autoperciba como partícipe de una unidad etno-cultural y referencial”. Quijada, Mónica et. al., Homogeneidad y nación con un estudio de caso: Argentina, siglos XIX y XX, Ed. CSIC, Madrid, 2000, p. 8.

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Ahora bien, esta concepción homogénea aloja tanto en términos históricos, es decir

es constatable en tanto hecho e intención en la historia; como en términos discursivos. Esta

última acepción alude a lo hegemónico y exclusivista que busca ser la narrativa nacionalista

en relación a otras pues no ha sabido ni querido convivir con el resto; con aquellas, por

ejemplo, que interpelan a la clase, al género, a la étnia, a la sexualidad, etc.9 La nación, en

consecuencia, subordina dichas formas de identidad desconociéndolas o transformándolas

en tristes minorías que se resisten al camino emprendido por la nación: el de la modernidad.

Tales resistencias son interpretadas como “remanentes del pasado de la humanidad, algo

que las personas deberían haber dejado atrás, pero que por alguna razón no lo

hicieron”10.

Esta relación que sostiene la nación con aquellos grupos, sectores o individuos, y en

general con los subalternos que no logran formar parte del grupo selecto o, “comunidad

imaginada”, ha sido una característica muy propia del nacionalismo prematuro, es decir

aquel que se desarrolló durante el siglo XIX; que si bien fue más notorio en las experiencias

americanas con la marginación fenotípica y cultural, también ocurrió en Europa pero

empleado otros criterios de exclusión11.

Esta suerte “homogeneidad discursiva”, como la he llamado, consiste en definitiva

en la anexión indiscriminada de estos sectores, grupos e individuos en categorías

derechamente ajenas a ellos, al sostener, por ejemplo, que el pueblo mapuche, aymará o

rapanui son chilenos, cuando en realidad las naciones son instancias en constante tensión y

disputas internas entre la homogeneidad utópica y la heterogeneidad real desde el momento

mismo en que éstas irrumpe bruscamente en el escenario histórico. Los mapuche en Chile,

los vascos y catalanes en España, los palestinos en Israel, los irlandeses en el Reino Unido,

los negros en Sudáfrica y Europa Central, los kurdos en Turquía, etc. Y la lista se nos

9 Benedict Anderson denominó a esto “bound series” o series de adscripción cerradas que operan como categorías excluyentes unas de otras. Anderson, Benedict, The Spectre of Comparisons: Nationalism Southeast Asia and the World, Ed. Verso, Londres, 1998, p. 25.10 Chaterjee, Partha, La nación en tiempo heterogéneo…, op. cit., p. 58. 11 La nación, para muchos intelectuales nacionalistas europeos en el siglo XIX, entre tantas características debía ser también “progresiva”, en tanto sea capaz de sostener una economía viable, un desarrollo tecnológico, una organización estatal, una fuerza militar, etc. De aquí se desprende la idea de “nación viable” que obligaba a las naciones a cumplir con dichos requisitos, entrando en abierta tensión con aquellos grupos étnicos que no eran capaces de aquello. La solución para estos últimos era el de unirse a las naciones que sí podían alcanzarlas. Esto evidencia, en cierto modo, que las naciones se verticalizaron entre ellas mismas, entrando en criterios de exclusión y asimilación hacia otras más pequeñas. Hobsbawm, Eric, La era del capital 1848-1875, Ed. Crítica, Buenos Aires, 2010, pp. 96-97.

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amplía considerablemente cuando recogemos otros tipos de conflictos más allá de los

culturales. En ese sentido, las políticas asimilacionistas o “mecanismos de

homogeneización” no completaron su cometido: el de ampliar las fronteras de la nación

uniformando a los resabios periféricos, entiéndase principalmente etnias y culturas. Sin

embargo, sí tuvieron relativo éxito en términos discursivos, ejemplo de aquello es el hecho

cuando pronunciamos la voz “chilenos” entendamos a todos los sujetos que habitan el

territorio que comprende Chile. Pero este uso apresurado de amplias categorías es tanto un

error que comete el sentido común como los medios más académicos, y que responde

justamente al sostenido avance del “culturalismo eurocéntrico” y a la consolidación y libre

circulación de simples fórmulas inteligibles. Al respecto Marcos García de la Huerta

expuso la siguiente frase que muchas veces ha sido considerada de perogrullo, pero en tanto

tal, ha sido un error muy frecuente:

“La realidad humana es disímil con respecto a sí misma, heterónoma, diversa. La

identidad no es unívoca; no es posible reducirla a uno de sus rasgos o elementos

constituyentes ni asociarla a un determinado momento en el que se realizaría

plenamente”12

Ante estos contextos, tal vez la respuesta más exitosa y promisoria a la

‘deconstrucción de la nación homogeneizante’ – en sus dos acepciones –, es la que dio el

gobierno boliviano a partir del desarrollo del concepto “Estado plurinacional”, el cual ha

dado justa cabida a comunidades indígenas históricamente marginadas del proceso político

y desarrollando estrategias de convivencia a partir de las diferencias que cada una de ellas

posee13. Pero, a pesar de estos atisbos democratizantes, las tensiones respecto a la

autonomía, independencia y representatividad de dichas comunidades hacia el Estado no

han podido ocultarse.

Esto demuestra, una vez más, que no existe una narrativa de la nación que resuelva

estas contradicciones, ya que posee una irrenunciable dimensión homogeneizante, la que, a

pesar de formular amigables intentos de conciliación, el ejercicio creativo se mantiene

inerte en el seno del espíritu nacional. Esta comprende grandes colectividades pues es el 12 García de la Huerta, Marcos, Identidades culturales y reclamos de las minorías, Ed. Universitaria, Santiago, 2010, p. 55.13 Sobre los fundamentos de este principio ver García Linera, Álvaro, Identidad Boliviana. Nación, mestizaje y plurinacionalidad, La Paz, Vicepresidencia del Estado, 2014.

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Page 7: Categorías Universales y Pensamiento Periférico, Deconstrucción de La Nación Homogeneizante

resultado de una sumatoria de “comunas” o comunidades sin que tengan mucha relación

unas de otras, las cuales fueron despojadas de su legitimidad y soberanía traspasándolas a

instancias más colectivas por medio de la fuerza14. Son, entonces, estas comunidades las

que constantemente desafían la hegemonía de la nación.

A propósito de aquello enfatizaré, una vez más, en la torpeza y ceguera a la cual nos

conduce el empleo de categorías universales heredadas de occidente al momento de percibir

las particularidades de estas comunidades, pero en general la de los subalternos, y, como ya

he dicho, el estudio de la nación pone en evidencia clara que son modelos obsoletos de

pensamiento, al menos para nuestra realidad histórica y social. Así, se hace necesario

establecer esquemas de comprensión que se basen desde las experiencias locales y que

devengan en categorías que sean cuidadosas a la hora de dotarlas de contenido, entendiendo

que sus fronteras son más difusas que cerradas.

No obstante, plantear y defender categorías pensadas desde la periferia no supone

obligadamente renunciar a la trayectoria histórica e ideológica que nos han aportado otras

latitudes. Es más, sería imposible para nosotros comprender los fenómenos históricos que

se desencadenaron y siguen desencadenándose hoy en día en América Latina haciendo caso

omiso a las importaciones de origen europeo. La experiencia nacional en Chile, por

ejemplo, estuvo gatillada por los sucesos desatados a partir de la Revolución

norteamericana y francesa, y posibilitada luego de la crisis monárquica en la península

ibérica.

De esta forma, se nos plantea no sólo como un gran desafío intelectual de reconocer

la potencialidad y la excepcionalidad de la minoría, sino también como un ejercicio

reivindicativo. La siguiente frase del teórico indio Homi Bhabha, creo, resume con

elocuencia ambas dimensiones necesarias en el ejercicio del historiador:

“Los conceptos mismos de culturas nacionales homogéneas, de transmisión

consensual o contigua de tradiciones históricas, o de comunidades étnicas

“orgánicas” (como fundamentos para el comparativismo cultural) están en un

profundo proceso de redefinición. La odioso extremo del nacionalismo serbio

prueba que la idea misma de una identidad nacional pura, objeto de una “limpieza

étnica”, solo se puede lograr mediante la muerte, literal y figurativa, de los

14 Salazar, Gabriel y Pinto, Julio, Historia contemporánea de Chile I: Estado, legitimidad, ciudadanía”, Ed. LOM, Santiago, 1999, pp. 265-266.

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Page 8: Categorías Universales y Pensamiento Periférico, Deconstrucción de La Nación Homogeneizante

complejos tejidos de la historia y las fronteras culturalmente contingentes de la

nacionalidad moderna”15

Bibliografía:

- Amin, Samir, El eurocentrismo. Crítica de una ideología, Siglo XXI Ed., Ciudad de

México, 1989.

- Anderson, Benedict, Comunidades Imaginadas. Reflexiones sobre el origen y la

difusión del nacionalismo, FCE, México, 1993.

- _________________, The Spectre of Comparisons: Nationalism Southeast Asia and

the World, Ed. Verso, Londres, 1998.

- Bhabha, Homi, El lugar de la cultura, Ed. Manantial, Buenos Aires, 2002.

- Chatterjee, Partha, La nación en tiempo heterogéneo y otros estudios subalternos,

IEP, Lima, 2007.

- García de la Huerta, Marcos, Identidades culturales y reclamos de las minorías, Ed.

Universitaria, Santiago, 2010.

- _______________________, Reflexiones Americanas. Ensayos de Intra-Historia¸

Ed. LOM, Santiago, 1999.

- García Linera, Álvaro, Identidad Boliviana. Nación, mestizaje y plurinacionalidad,

La Paz, Vicepresidencia del Estado, 2014.

- Hobsbawm, Eric, La era de la revolución 1789-1848, Ed. Crítica, Buenos Aires,

2011.

- ______________, La era del capital 1848-1875, Ed. Crítica, Buenos Aires, 2010.

- ______________, Nacionalismo y nacionalidad en América Latina, en Sandoval,

Pablo (comp), Repensando la subalternidad. Miradas críticas desde/sobre América

Latina, IEP, Lima, 2012.

- Quijada, Mónica et. al., Homogeneidad y nación con un estudio de caso: Argentina,

siglos XIX y XX, Ed. CSIC, Madrid, 2000.

- Salazar, Gabriel y Pinto, Julio, Historia contemporánea de Chile I: Estado,

legitimidad, ciudadanía”, Ed. LOM, Santiago, 1999.

15 Bhabha, Homi K., El lugar de la cultura, Ed. Manantial, Buenos Aires, 2002, p. 21.

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