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CAMINO A LA INMORTALIDAD: La enfermedad que tuvo el Libertador a lo largo de su vida y
las muchas crisis que presentó en los últimos años de ella sin duda tuvieron que influir en
alguna forma en el desarrollo de las guerras de la independencia, el nacimiento de la
república y tal vez mucho más, en la evolución de los hechos que llevaron a la desintegración
de su obra política. Para conocer la secuencia y evolución clínica de su enfermedad se ha
tomado fielmente la mayor información posible de los diversos autores citados,
representativos de la inmensa bibliografía que hay sobre el Libertador, transcribiendo casi
textualmente muchos de sus textos. En forma somera hemos tenido el cuidado de relacionar
los períodos de su enfermedad con el contexto histórico que se vivía en ese momento, sin
embargo no pretendemos realizar una investigación histórica exhaustiva. Intentamos construir
y estructurar el conocimiento de la historia clínica y relacionarlo con la información que
conocemos de sus últimos momentos y de la autopsia del hombre más grande íntimamente
ligado a la historia de nuestra América.
VIAJE A SANTA MARTA RENUNCIA Y MUERE: El 7 de Mayo Bolívar sale de Bogotá. No
puede regresar a Venezuela, incluso teme por el Gobierno de Páez le incauté las minas de
Aroa, hacienda de sus padres. Por ahora su destino es la costa. Quiere descansar un poco
para reponer su quebrantada salud. Si mejora y le conceden el sueldo el ex - Presidente se
residencia en Europa. En Cartagena recibe una noticia que le acelera el corazón. El Mariscal
Sucre ha sido asesinado traidoramente. Bolívar no encuentra palabras ni lagrimas para tanto
dolor. Llora como un niño y se ve en este crimen una cruel venganza de sus enemigos. Los
asesinos sabían muy bien que Sucre era el sucesor legítimo de Bolívar, el único que todavía
podía restaurar la unidad Gran Colombiano. Mientras tanto el gobierno del Presidente
Mosquera se hunde. Cada soldado se hace General y todos se creen con derecho a
sublevarse. A los 3 meses le sucede el Vice - Presidente Caicedo. Apenas toma el mando le
sustituye una insurrección militar. Urdaneta se alza con el poder pero decide que vuelva
Bolívar. Es el único que aún puede unir y evitar la Guerra. El Libertador escucha a los
emisarios. Le duele el caos total. Tengo la obligación de salvar a la patria como cualquier
soldado. Ofrezco por los sacrificios de que soy capaz. Pero no veo todavía que mi regreso
aplaque a los revoltosos. No puedo aceptar otra vez la Presidencia sin el consentimiento de
unas elecciones. En los últimos meses de su vida Bolívar fue tan humano como nunca lo
había sido. Bolívar siempre cuerdo, siempre lúcido, siempre atento al desarrollo de la patria
que el fundó. Le duele tener que proclamar ¡”He Arado en el Mar"...! Le duelen las columnas
de quienes el honró. Le duele la falta de piedad y cariño de quienes creyó podrían ahora
amarle o al menos respetarle. Le duele morir huérfano de amor después de haber dado
integra su vida por la igualdad, la libertad y la justicia en América. La enfermedad está
bastante avanzada, los medios le envían a Santa Marta y llega a la Hacienda San Pedro
Alejandrino y su dueño le ofrece la casa."Reciba usted por esta generosidad, las gracias más
expresivas de mi parte. ... yo pienso seguir por allá y desde luego hoy acepto seguir por allá y
desde luego hoy acepto la oferta de usted, aunque sea por unos pocos días" .El médico que
asiste a Bolívar el Dr. Reverend, escribe a principios de Diciembre. "El enfermo disimula los
padecimientos, pues sólo ha algunos quejidos. Se le nota un sensible entorpecimiento de sus
facultades mentales".
LA ÚLTIMA PROCLAMA: El 10 de diciembre de 1830 es el día de la última proclama del
Libertador, dictada desde su lecho de moribundo. Firmó el testamento y recibió los Santos
Sacramentos de manos del humilde cura de la aldea de Mamatoco, quien llegó en la noche
con sus acólitos y varios indígenas.
Luego, rodeado de sus más íntimos amigos, como José Laurencio Silva, Mariano Montilla,
Joaquín de Mier, Ujueta, Fernando Bolívar, etc., el notario Catalino Noguera empezó a leer el
histórico documento, pero apenas llegó a la mitad, porque la emoción y el dolor le ahogaron la
voz. Continuó la lectura Manuel Recuero. La última Proclama dice así:
A los pueblos de Colombia:
Habéis presenciado mis esfuerzos para plantear la libertad donde reinaba antes la tiranía.
He trabajado con desinterés, abandonando mi fortuna y aun mi tranquilidad. Me separé del
mando cuando me persuadí que desconfiábais de mi desprendimiento. Mis enemigos
abusaron de vuestra credulidad y hollaron lo que me es más sagrado, mi reputación y mi amor
a la libertad. He sido víctima de mis perseguidores, que me han conducido a las puertas del
sepulcro. Yo los perdono.
Al desaparecer de en medio de vosotros, mi cariño me dice que debo hacer la manifestación
de mis últimos deseos. No aspiro a otra gloria que a la consolidación de Colombia. Todos
debéis trabajar por el bien inestimable de la Unión: los pueblos obedeciendo al actual
gobierno para libertarse de la anarquía; los ministros del santuario dirigiendo sus oraciones al
cielo; y los militares empleando su espada en defender las garantías sociales.
¡Colombianos! Mis últimos votos son por la felicidad de la patria. Si mi muerte contribuye para
que cesen los partidos y se consolide la Unión, yo bajaré tranquilo al sepulcro.
TESTAMENTO DE BOLÍVAR: El testamento de su excelencia El Libertador de Colombia
General Simón Bolívar es el documento mediante el cual el Libertador Simón Bolívar declaró
su última voluntad antes de fallecer el 17 de diciembre de 1830. Fue dictado en Santa Marta,
Colombia, el 10 de diciembre, el mismo día en que dictó su última proclama y recibió los
sacramentos por parte del Obispo de Santa Marta José María Esteves,1 y fue firmado por
Bolívar y el escribano José Catalino Noguera al día siguiente.2 El original consta de 4 páginas
manuscritas por ambas caras y estuvo archivado en una notaría de Santa Marta hasta que fue
robado por desconocidos quienes lo vendieron al gobierno venezolano. El presidente Marcos
Pérez Jiménez lo restituyó a Colombia donde fue depositado en un banco por la Sociedad
Bolivariana hasta que dicha institución lo donó al Museo Nacional de Colombia el 24 de junio
de 1960.3
El documento está constituido por catorce cláusulas en las que Bolívar declara u ordena
elementos de diversa índole, incluyendo su creencia en Dios y la Iglesia Católica, sus bienes y
su destino (las tierras y Minas de Aroa...y unas alhajas), que se paguen sus deudas y la
donación de dos libros que fueron propiedad de Napoleón a la Universidad de Caracas.
También ordena una remuneración para su mayordomo José Palacios, que se quemen
algunos documentos, nombra sus albaceas, y divide lo que queda de sus bienes en tres
partes: una para cada hermana María Antonia y Juana. La tercera para sus sobrinos: Juan,
Felicia y Fernando Bolívar, para que lo "disfruten con la bendición de Dios.
Santa Marta, 10 de diciembre de 1830
En nombre de Dios todo Poderoso. Amén. Yo, Simón Bolívar, Libertador de la República de
Colombia, natural de la ciudad de Caracas en el Departamento de Venezuela, hijo legitimo de
los señores Juan Vicente Bolívar y María Concepción Palacios, difuntos, vecinos que fueron
de dicha ciudad, hallándome gravemente enfermo, pero en mi entero y cabal juicio, memoria y
entendimiento natural, creyendo y confesando como firmemente creo y confieso el alto y
soberano misterio de la Beatísima y Santísima Trinidad, Padre Hijo y Espíritu Santo tres
personas distintas y un solo Dios verdadero, y en todos los demás misterios que cree, predica
y enseña nuestra Santa Madre Iglesia Católica Apostólica Romana, bajo cuya fe y creencia he
vivido y protesto vivir hasta la muerte, como Católico fiel Cristiano, para estar prevenido
cuando la mía me llegue con disposición testamental, bajo la invocación divina, hago, otorgo y
ordeno mi Testamento en la forma siguiente:
Primeramente encomiendo mi Alma a Dios nuestro Señor que de la nada la crió, y el cuerpo a
la tierra de que fue formado, dejando a disposición de mis Albaceas el funeral y entierro, y el
pago de las mandas que sean necesarias para obras pías, y estén prevenidas por el gobierno
Declaro: fui casado legalmente con la Sra. Teresa Toro, difunta, en cuyo matrimonio no
tuvimos hijo alguno.
Declaro: que cuando contrajimos matrimonio, mi referida esposa, no introdujo a el ninguna
dote, ni otros bienes, y yo introduje todo cuanto heredé de mis padres.
Declaro: que no poseo otros bienes más que las tierras y minas de Aroa, situadas en la
Provincia de Carabobo, y unas alhajas que constan en el inventario que debe hallarse entre
mis papeles, las cuales existen en poder del Sr. Juan de Francisco Martín vecino de
Cartagena.
Declaro: que solamente soy deudor de cantidad de pesos a los señores Juan de Francisco
Martín y Poules y Compañía, y prevengo a mis Albaceas que estén y pasen por las cuentas
que dichos Señores presenten y las satisfagan de mis bienes.
Es mi voluntad: que la medalla que me presentó el Congreso de Bolivia a nombre de aquel
pueblo, se le devuelva como se lo ofrecí, en prueba del verdadero afecto, que aún en mis
últimos momentos conservo a aquella República.
Es mi voluntad: que las dos obras que me regalo mi amigo el Sr. Gral. Wilson, y que
pertenecieron antes a la biblioteca de Napoleón tituladas "El Contrato Social" de Rousseau y
"El Arte Militar" de Montecuculi, se entreguen a la Universidad de Caracas.
Es mi voluntad: que de mis bienes se le den a mi fiel mayordomo José Palacios la cantidad de
ocho mil pesos, en remuneración a sus constantes servicios.
Ordeno: que los papeles que se hallan en poder del Sr. Pavageau, se quemen.
Es mi voluntad: que después de mi fallecimiento, mis restos sean depositados en la ciudad de
Caracas, mi país natal.
Mando a mis Albaceas que la espada que me regaló el Gran Mariscal de Ayacucho, se
devuelva a su viuda para que la conserve, como una prueba del amor que siempre he
profesado al expresado Gran Mariscal.
Mando a mis Albaceas se den las gracias al Sr. Gral. Roberto Wilson por el buen
comportamiento de su hijo el Coronel Belford Wilson, que tan fielmente me ha acompañado
hasta los últimos momentos de mi vida.
Para cumplir y pagar este mi testamento y lo en el contenido, nombro por mis Albaceas
testamentarios, fideicomisarios, tenedores de bienes a los Sres. Gral. Pedro Briceño Méndes,
Juan de Francisco Martín, Dr. José Vargas, y el Gral. Laurencio Silva, para que de mancomún
et insolidum entre en ellos, los beneficien y vendan en almoneda o fuera de ella, aunque sea
pasado el año fatal de Albaceazgo pues yo les prorrogo el demás tiempo que necesiten, con
libre franca, y general administración. Y cumplido y pagado este mi testamento y lo en el
contenido instituyo y nombro por mis únicos y universales herederos en el remanente de todos
mis bienes, deudas, derechos y acciones, futuras sucesiones en el que haya sucedido y
suceder pudiere, a mis hermanas María Antonia y Juana Bolívar y a los hijos de mi finado
hermano Juan Vicente Bolívar, a saber, Juan, Felicia y Fernando Bolívar, con prevención de
que mis bienes deberán dividirse en tres partes, las dos para mis dichas hermanas, y la otra
parte para los referidos hijos de mi indicado hermano Juan Vicente, para que lo hayan, y
disfruten con la bendición de Dios. Y revoco, anulo, y doy por de ningún valor ni efecto otros
testamentos, codicilos, poderes y memorias que antes de este haya otorgado por escrito, de
palabra o en otra forma para que no prueben ni hagan fe en juicio, ni fuera del, salvo el que
presente que ahora otorgo como mi última y deliberada voluntad, o en aquella vía y forma que
mas allá lugar en derecho. En cuyo testimonio así lo otorgo en esta hacienda San Pedro
Alejandrino de la comprensión de la ciudad de Santa Marta a diez de diciembre de 1830.
Y su excelencia el otorgante a quien yo, infrascrito, Escribano Publico del Número certifico
que conozco, y de que al parecer está en su entero y cabal juicio, memoria y entendimiento
natural, así lo dijo, otorgó y firmó por ante mí en la casa de su habitación, y en éste mi
Registro Corriente de Contratos Públicos siendo testigos los S.S.: Gral. Mariano Montilla, Gral.
José María Carreño, Coronel Belford Hinton Wilson, Coronel José de la Cruz Paredes,
Coronel Joaquín de Mier, Primer Comandante Juan Glenn y el Dr. Manuel Pérez Recuero,
presentes.
MUERTE DE BOLÍVAR: El 17 de diciembre de 1830, en la Quinta «San Pedro Alejandrino»,
cerca de Santa Marta (Colombia), dejó de existir el Genio de la Libertad, el más Grande
Hombre de América. A la 1 en punto de la tarde, «murió el sol de Colombia», Simón Bolívar.
Había recibido de manos del Cura de la aldea de Mamatoco los Santos Sacramentos.
Después de haber dado libertad a tantos millones de suramericanos, Bolívar se halla en su
último instante muy solo. Apenas le rodean Mariano Montilla, Fernando Bolívar, José
Laurencio Silva, Portocarrero, el edecán Wilson, Ibarra, Cruz Paredes, José María Carreño...
El médico de cabecera Alejandro Próspero Reverend, viendo que llegaba el momento
supremo los llamó y les dijo: «Señores, si queréis presenciar los últimos momentos y postrer
aliento del Libertador, ya es tiempo». Pero, indudablemente, Bolívar continúa vivo en el
corazón de los pueblos, en las ideas que parecen escritas para nuestros días, en las acciones
que son permanente ejemplo para todos aquellos que sienten de verdad lo que es una patria
redimida. El Sol de Colombia sigue brillando.
Bolívar lo vivió. Destituido de todos sus cargos por la oligarquía gran colombiana
asesinado, antes, su noble amigo el mariscal Sucre que ganara en los Andes, en 1824, la
última batalla de la Independencia y es necesario decir que nunca se supo quién le preparó la
emboscada de la muerte, fue abandonado, Bolívar, a su suerte. Camino de su destierro a
Venezuela, sublevada ya ante su posible llegada porque iba precedido de la apelación de
dictador, Bolívar no tuvo a su lado nada más que un grupo de amigos: contados con los
dedos.
Enfermo, le curaba el médico francés Alejandro Prospero Reverend. Arribado a la ciudad
costeña de Santa Marta, el Libertador no encontró techo de recepción nada más que en la
casa de un español: Joaquín de Mier. Ya próximo a la muerte se refugió en la Quinta de San
Pedro Alejandrino. Esta mansión pertenecía, también, al mismo español. En San Pedro
Alejandrino pronunció aquella invocación a la ironía: "Jesucristo, Don Quijote y yo hemos sido
los más insignes majaderos de este mundo".