catÁlogo de la retrospectiva del pintor brosio (1925-2015)
TRANSCRIPT
EL PINTOR DE LOS MINEROS
EXPOSICIÓN TEMPORAL - DEL 9 DE ABRIL AL 26 DE JUNIO DE 2011MSM
EXPOSICIÓN:
Comisario de Honor: Ambrosio Ortega Alonso
Coordinación General: MSM
Selección de obra y textos: Gonzalo Blanco
Diseño: MSM / Artefacto Producciones / Mónica Pérez
Registro y Logística: MSM / Artefacto Producciones / Arancha Espadas
Patrocinio: Caja España – Caja Duero
Propietarios de las obras:Gonzalo Blanco, José María Carnero, Feli Cueto, Vicente de los Ríos, Alfredo Escandon, José Fraguas, MaríaDolores Garrido, Antonio Herreros, Ambrosio Ortega, Gonzalo Suárez, Rosa Ramos, Sandra Ruiz Ogarrio, JuliánZapico, Familia Arias Navarro, Galería Ármaga, Caja España-Caja Duero, Izquierda Unida Palencia, DiputaciónProvincial de Palencia
Imágenes:Alberto Schommer, Ambrosio Ortega, Fernando Cuevas, Centro de Interpretación de la Minería de Barruelo deSantullan, Manuel Ramos, Rubén del Valle, TVE, MSM
Textos:Ambrosio Ortega, Gonzalo Blanco, Fulgencio Fernández, Julian Alonso, MSM
Transporte y montaje: Artefacto Producciones, León
Seguros: Hiscox
CATÁLOGO
Edita: Museo de la Siderurgia y la Minería de Castilla y León
Coordinación: MSM / Gonzalo Blanco
Diseño y Producción: MSM / BN Comunicación
Textos: Gonzalo Blanco / Fulgencio Fernández / Julián Alonso
Fotografías: MSM / Alberto Schommer / Rubén del Valle / Ambrosio Ortega / Fernando Cuevas / Manuel Ramos.
Impresión: BN Comunicación
Este catálogo ha sido editado con motivo de la exposición “Brosio, el pintor de los mineros” celebrada en el Museode la Siderurgia y la Minería de Castilla y León en Sabero (León-España) entre el 9 de Abril y el 26 de Junio de 2011.
Todos los derechos reservados.
Esta publicación no podrá ser reproducida ni transmitida por ningún medio sin el permiso de la Junta de Castilla y León.
Copyright fotografías y textos: Los autores. Copyright Reproducciones Autorizadas: Propietarios de las fotografías.
Distribución gratuita.
Créditos
JUNTA DE CASTILLA Y LEÓN
Presidente de la Junta de Castilla y León
Juan Vicente Herrera Campo
Consejera de Cultura y Turismo de la Junta de Castilla y León
María José Salgueiro Cortiñas
Viceconsejero de Cultura de la Junta de Castilla y León
Alberto Gutiérrez Alberca
Secretario General de la Consejeria de Cultura y Turismo
José Rodríguez Sanz Pastor
Director General de la Fundación Siglo para las Artes de Castilla y León
José Luís Fernández de Dios
Ambrosio Ortega Alonso, Brosio, ha vivido durante muchos años en la oscuridad.
Primero fue la oscuridad de la mina. Con apenas diecisiete años cumplidos comenzó a tra-
bajar en las peligrosas minas palentinas de Barruelo de Santullan. En ellas conoció a fondo
el duro trabajo del minero, trabajo que quedó para siempre grabado en su retina y que supo
reflejar años después en sus extraordinarias acuarelas.
Luego fue la oscuridad de la cárcel. Más de veinte años en prisión por motivos estrictamen-
te políticos marcaron para siempre su trayectoria vital, pero también su trayectoria artísti-
ca, ya que como él dice “la cárcel me dio un oficio que no tenía”. Ambrosio aprende de
forma autodidacta a pintar en prisión y sus escenas carcelarias encierran un dramatismo
difícil de superar.
Finalmente fue la oscuridad de la enfermedad. La brillante carrera de este pintor, cuando
ya tenía proyectada su primera gran exposición en Nueva York, se vio truncada por graves
problemas de salud.
El Museo de la Siderurgia y la Minería de Castilla y León ha querido rescatar la figura de
Ambrosio Ortega de esta oscuridad y darle la luz que se merece. Para ello, y con el título
“Brosio, el pintor de los mineros”, el centro ha organizado la mayor muestra que hasta la
fecha se ha realizado de este pintor, toda una retrospectiva, con más de cincuenta cuadros
y cien bocetos, que abarca varias décadas de trabajo intenso y que recorre una amplia
temática: mina, cárcel, campo y mar, paisajes, retratos …
Brosio es uno de los principales acuarelistas de nuestro país. Sus obras aúnan una mezcla
de tonos fríos y cálidos y presentan una técnica muy personal, casi aerográfica, que otorga
a los personajes que la pueblan, muchos de ellos mineros, un aura especial, que los hace
aparecer como sombras vencidas por el trabajo que realizan. El realismo social de la obra
de Ambrosio Ortega nos permite conocer la dureza de muchos oficios.
La Consejería de Cultura y Turismo agradece a Ambrosio Ortega Alonso su disposición y
generosidad para la realización de esta exposición, así como la colaboración de todos los
prestadores de obra y el patrocinio de Caja España – Caja Duero, segura del éxito de la
misma y esperando que sea del agrado y sirva de disfrute para todos cuantos la visiten.
María José Salgueiro Cortiñas
Consejera de Cultura y Turismo
“Nunca podréis encadenarme el alma” 011 Gonzalo Blanco
A Brosio, el olvidado, jamás se le olvida 017 Fulgencio Fernández
Brosio, el pintor invisible 031 Julián Alonso
Catálogo de Obras 041
041 Mina
077 Cárcel
087 Campo y mar
101 Retratos
107 Paisajes
113 Otra Obra
131 Escultura “A los mineros”
Exposición 141
Sumario
“Nunca podréis encadenarme el alma”
GONZALO BLANCO
Bajó tempranamente a la mina, a los l6 años, y se “escapó” un día de este horror cuyos pecu-
liares jinetes del Apocalipsis se llaman grisú, derrumbamiento de capas, silicosis o muer-
te. Ingresó en la guerrilla, en los maquis de El Norte de Palencia y pudo sortear las per-
secuciones de una guardia civil, la de posguerra, ebria de detenciones y palizas. Ingresó
en prisión, y allí estuvo la friolera de veintitrés años y medio. Protagonizó una fuga (una
de tantas en su vida) mítica en la historia de los penales españoles. Pero fracasó, fue
capturado de nuevo y regresó a la celda, tanto a la convencional como la de castigo.
”Huyó” de dos penas de muerte precisamente con ese cumplimiento sobrado de su
tiempo en cárceles.
Tras un paréntesis de éxito civil, de exposiciones con acogida fulgurante de crítica y
venta, de vida en libertad, de reconocimiento público como militante político, como artis-
ta, amigo y tertuliano de Blas de Otero, de Buero Vallejo, de Tierno Galván, de Carlos
París… se cierne sobre su salud un mazazo súbito: una encefalopatía, con tres “répli-
cas” como en los peores terremotos, que le sumerge en un coma severo. Otro descen-
so a la oscuridad pero con una diagnosis desesperada. Se fuga también.
Sobrevive contra todo pronóstico y tiene que empezar de nuevo a aprender a leer y a
escribir, se hace poco a poco con su conciencia, retoma pacientemente sus pinceles,
prosigue su labor de militante, de modo épico y precario, de resistente neto y puro.
Después, despojado de sus principales recursos, herido en sus núcleos vitales –cerebro,
manos y ojos– es sometido a una existencia errática en una cartografía vital igualmente
errática. Afuera la transición política, descafeinada por el tiempo, el desarrollismo precoz,
la fiebre recién inventada del consumo, instalan una marea de vaselina sobre el tejido
social de la España contemporánea.
011el pintor de los mineros
El retrato genial de un Brosio casi salvaje que creó Alberto Schommer, en 1970 que le equipa-
raba a los prohombres más eminentes del país, empezó a virarse de pronto, a perder sus per-
files de reto y lucha, y así, el ser humano de nombre de pila Ambrosio Ortega Alonso, natural
de Barruelo de Santullán (Palencia), es devorado en una ceremonia larga y minuciosa por el
dios Moloc del olvido.
Entra casi a formar parte de la nómina de los habitantes oscuros de las cunetas y de las tapias
de cementerios. Hoy tiene ochenta y seis, vive en un humilde piso en Herrera de Pisuerga
(Palencia) sin apenas recursos económicos, recién operado de cataratas y sometido a pastillas
y a dietas estrictas. No obstante mantiene en toda su pujanza la mirada penetrante de sus ojos
azules y el farallón poderoso de su frente despejada. También el aplomo en las respuestas y en
el afecto viril del saludo.
Esta exposición en el Museo de la Siderurgia y la Minería de Castilla y León, ¿es la última, por
ahora, fuga de este prometeo barruelano, de este Harry Houdini de nuestros días, dotado de
una naturaleza de acero, que no se resigna como en los peores momentos del presidio y de las
penas de muerte a aceptar la derrota?
“Nunca podréis encadenarme el alma”. Es el título de uno de los cuadros de sus pri-
meras exposiciones. Es, sobre todo, su ex libris, su logotipo, su marca, su eslogan, su denomina-
ción de origen. Y la muestra del Museo de Siderurgía y la Minería de Castilla y León pretende
levantar acta, contra del olvido, de este hombre y esta obra sencillamente prodigiosos.
El Museo de la Siderurgia y la Minería de Castilla y León, en el corazón del valle de la monta-
ña oriental leonesa, bañado por el Esla, se aposenta en los espacios recuperados de la Ferrería
neogótica del siglo XIX y del antiguo centro minero del pueblo. Es todo ello como un templo
laico, en el que durante unos meses se oficiará la liturgia en torno a Brosio, el pintor de los
mineros. Este proyecto ha concitado una suma admirable de solidaridades, empezando por la
Fundación Siglo de la Junta de Castilla y León que no ha escatimado ilusión y medios y, sobre
todo, por la tenacidad, destreza y buen hacer del Director Roberto Fernández en el plantea-
miento y en la ejecución de un proceso, cuya prehistoria abarca varios años.
Para los perfiles artístico y humano de Ambrosio Ortega hemos tenido la suerte de contar con
dos escritores de fuste en nuestra región Julián Alonso, ensayista, poeta, crítico de arte, editor,
poseedor de una vasta información cultural; un hombre que mientras anda escanea la realidad
en sus capas más escondidas y luego la vierte de un modo escandalosamente connatural y de
extraordinaria eficacia en poemas visuales, en publicaciones de culto, en exposiciones y
encuentros de arte y letras. El otro es Fulgencio Fernández, conocido por Ful en los ambien-
tes más lúcidos y populares de León. Un periodista que arrastra su corpachón profético por los
pasillos del diario La Crónica, pero también y sobre todo por cualquier lugar insólito donde se
esté larvando una noticia capaz de engendrar asombro. Es cronista con vocación de detective.
En el disco duro de su cabeza revolotea una arquelogía viva de nombres, de anécdotas, de
tipos humanos, de acontecimientos locales que él desencripta pacientemente y nos los entre-
ga elevándolos a categoría de historia. Sin él una zona sustancial de la vida de León permane-
cería opaca. Con la figura de Brosio vive, desde hace años, un jaleo personal de admiración y
justicia: Ha hecho de guardaespaldas contra el asedio que el olvido ejerce sobre este acuare-
lista excepcional y este político insobornable llamado Ambrosio Ortega.
Al filo de estas observaciones deseo hacer mención especial de Jose Manuel Nebot, un legen-
dario comunista de Oviedo, coetáneo de Brosio, testigo y alentador de sus primeros pasos tras
salir de la cárcel (“casi no sabía caminar, no se acostumbraba a la luz, hablaba en voz baja
como temiendo a ser escuchado”, comenta) un “canguro” providencial que le condujo a salas
de exposición, a los periódicos, a las encuentros decisivos con los intelectuales y artistas de
Asturias y fuera de Asturias. Él, junto a José María Laso Prieto –uno de los paradigmas indis-
cutibles en las movilizaciones filosóficas y culturales en diferentes ambientes de Oviedo con
amplia repercusión en el ámbito nacional– instalaron a Brosio, con ocasión de su exposición
monográfica sobre la minería en la Galería Península de Madrid, en el corazón del núcleo de
intelectuales y artistas más brillantes y combativos de la transición.
013el pintor de los mineros
Gracias a ese encuentro y a sus derivas posteriores, Carlos Paris hablaría de Brosio en El rapto
de la cultura; Laso le incluiría como tema urgente –su persona, su obra, su pasión por la polí-
tica y la libertad– en el núcleo de filósofos de Oviedo y Schommer le inmortalizó en el libro
Retratos Psicológicos.
Finalmente yo he tenido la fortuna de tener que movilizar a una larga lista de poseedores de
obra de Brosio. No se trata, generalmente de coleccionistas al uso, sino más bien de “devotos”
y amigos del pintor, en cierto modo los cuadros forman parte del paisaje más entrañable de sus
vidas. No han puesto el menor reparo a ceder la obra para este proyecto. Aunque al descolgar-
los de la pared he visto en sus rostros el mismo gesto disimulado que brota cuando se marcha
de casa un hijo o un familiar querido. Aquí hay una nómina probablemente incompleta de nom-
bres: Gonzalo Súarez, Maria Luisa Escandón, Vicente Rios, Feli Cueto, Sres. de Zapico, José
María Carnero, José Fraguas, Antonio Herreros, Sandra Ruiz Ogario, Rosa Ramos, Antón Arias
Tronco…; de instituciones (Diputación de Palencia, Caja España-Caja Duero, Agrupación
Palentina de Izquierda Unida, Galería Ármaga…); de lugares (León, Palencia, Oviedo,
Valladolid, Madrid, Barruelo, Guardo, Herrera). Como por una suerte de encantamiento pare-
ce adquirir perfil y vida el universo Brosio: su biografía, su producción artística, el patrimonio
político que sembró en numerosos ambientes y personas en su etapa de libertad. Sabero
puede jugar el impagable papel de escaparate, de espejo, de onda expansiva, capaz de
impregnar a la opinión con este capital simbólico que se esconde en la figura de Ambrosio
Ortega Alonso, Brosio el pintor de los mineros.¿Seremos capaces, entre todos, de poner en valor
este patrimonio, de actualizarlo a través de una Asociación o Fundación Brosio, que se con-
vierta en foco de nuevas actividades artísticas y testimoniales a partir de esta muestra?
A Brosio, el olvidado, jamás se le olvida
FULGENCIO FERNÁNDEZ
Vaya por delante una confesión, jamás había escrito en un catalogo de arte, ni una crítica de
arte, ni esperaba hacerlo en mi vida pues, para qué ocultarlo, jamás me consideré capa-
citado para ello, seguramente sea una herencia cruel de ser otro integrante de esa gene-
ración de españoles que ya no íbamos al seminario, que estudiamos un bachillerato con
desprecio absoluto del latín y las bellas artes… Dice un colega de aquellos tiempos:
“Mérito tenemos de estar aquí habiendo aprendido música en los coches de choque y
arte en los calendarios de Explosivos Río Tinto”. Ahora, eso sí, sabemos de memoria los
cuadrados de los treinta primeros números y las raíces cuadradas de otros tantos.
Entonces, ¿qué hago aquí, en el catálogo de Brosio?
Muy sencillo. Me sugieren escribir de Ambrosio Ortega y antes de que mi cerebro me
proponga ninguna reflexión, me recuerde mis carencias, ya he dicho que sí, convenci-
do, porque me parece el mayor de los privilegios poder hablar de una de las personas
cuya biografía más me ha impresionado en mi quehacer profesional como periodista,
cuya personalidad más me ha atraído.
Voy a tratar de explicarme. Hace muchos años que mi pasión es recorrer pueblos, hablar
con la gente anónima, escuchar historias y tratar de contarlas. Llevar a las páginas del
periódico historias humanas, personajes arrojados de manera injusta a las cunetas del
olvido mientras llenan cada día los espacios que a ellos les corresponderían las mismas
caras sin gesto, las mismas declaraciones sin sustancia, idénticas descalificaciones sin
gracia, biografías vacías de verdad pero construidas en un gabinete especializado en
adornar curriculums.
017el pintor de los mineros
…Y mil historias más: tiernas, ejemplares, increíbles, admirables, seductoras… Pero solamen-
te dos veces me he quedado paralizado ante quien me contaba su peripecia vital, pedía no
tener que decir nada y seguir escuchando. Escuchar. Fue ante Evangelina Guerra y ante
Ambrosio Ortega, Brosio, el pintor de los mineros, el protagonista de la muestra que podre-
mos ver en el Museo de la Siderurgia y la Minería de Castilla y León (MSM) durante unos
meses.
Reconozco que es especial para mi ver esta exposición pues muchas veces le había comenta-
do al director del MSM: “¿Cómo un museo de la minería no ha mostrado nunca la obra del pin-
tor de los mineros?”.
Pues ya está aquí.
Os cuento primero lo de Evangelina Guerra para ayudar a entender mejor lo de Brosio.
Evangelina es una mujer indomable de Los Llanos de Valdeón, donde aún vive con 95 años de
edad. Todavía era muy joven cuando en aquella España cruel y en guerra fue madre soltera. Y
orgullosa de serlo pues era lo que ella había querido y lo que pudiera pensar aquella sociedad
ruin le traía sin cuidado. Estaba, y sigue estando, muy orgullosa de subir tres veces al día hasta
Collado Jermoso cargada como una mula, con treinta, cuarenta o cincuenta kilos de material
por escarpadas pendientes para que en aquel lejano alto construyeran su famoso refugio, al
que montañeros avezados tardan hoy cuatro horas en subir con mochilas especiales y material
sofisticado. “Yo subía en alpargatas de esparto, que nada más que se mojaban se estropeaban
y quedaba prácticamente descalza”.
¿Se puede subir tres veces al día hasta Collado Jermoso? Casi todos opinan que no, pero ella
podía, porque tenía un motivo para ello: “Había que darle de comer a una hija”. Y a un padre
que tenía escondido en el pajar, era un topo, buscado por la Guardia Civil un día sí y otro tam-
bién. Pero nadie le arrancó a Evengelina una palabra de su escondite o su paradero.
Mientras esta mujer me contaba cómo tenía escondido durante años a su padre recordé una
frase, muy corta, ingenua y valiente, que Brosio me había dicho durante una entrevista.
– ¿Cómo le llevaron a la cárcel siendo casi un niño?; le pregunté.
– Pedía en la plaza dinero para los que estaban en el monte.
No veía Evangelina el delito de ser libre y tener un hijo de soltera. No veía Brosio el delito de
tener ideas y defenderlas.
Si Brosio te habla, te cuenta su vida, sabes que todo es verdad y jamás lo vas a olvidar. Porque
la mejor obra de este otro indomable es su biografía, sin que esto sea un menosprecio hacia
su trabajo pictórico.
Recuerdo como supe de la existencia de Brosio. (¡Qué contundente suena su nombre!). Había
ido a la cuenca minera de Laciana para entrevistar a Benjamín Rubio, un histórico luchador,
un minero al que había conocido en los días aquellos de la recordada Marcha Negra de 500
trabajadores sobre Madrid para exigir que no se cerraran las minas. Benjamín era uno de los
históricos, había estado en la cárcel, fue uno de los fundadores de Comisiones Obreras en el
valle. Le quise hacer una fotografía y él eligió el lugar: al lado del monumento al minero que
hay en un parque de la villa.
– Me parece muy apropiado el lugar y el motivo; le comenté.
– No es por el lugar ni por el motivo, es por el autor del monumento, Brosio el de
Barruelo de Santullán.
Se quedó callado, como si no se pudiera pronunciar el nombre de Brosio en vano, y me pre-
guntó: “¿No lo conoces?”.
Por el respeto con el que aquel viejo luchador pronunció el nombre de Ambrosio Ortega creí
que era alguien a quien no se podía negar, y en voz baja le dije, sinceramente le mentí: “Creo
que sí”.
Benjamín fue tajante: “Si dices que ‘crees es’ es que no lo conoces, te lo digo yo, si lo cono-
ces no lo dudarías, a Brosio no lo olvidas jamás”.
019el pintor de los mineros
Aprendí la lección. Recogí el guante y seguí las huellas del pintor palentino. Y, curiosamente,
volví a escuchar muchas veces esa frase del lacianiego: “A Brosio no se le olvida jamás”.
Apunté el nombre de Brosio en rojo en la lista de trabajos pendientes. La admiración con la
que hablaba de él un luchador como Benjamín Rubio aseguraba una biografía apasionante.
Mi condición de estudiante en la Universidad de Oviedo había dejado algunos nombres pro-
pios en la mitología del movimiento obrero y antifranquista, con especial cariño para Horacio
Fernández Iguanzo, tal vez porque le llamaban El Paisano o porque resonaba en mi mente el
estribillo de una recordada canción de la transición: “Hasta las piedras si hablaran, hablarían
bien de Horacio”.
No recuerdo qué disculpa utilicé para pedirle al luchador asturiano una entrevista cuando ya
era un político en activo (¿que valorara la Marcha Negra de Laciana en el marco general de la
lucha minera?) pero accedió sin problemas y en aquella entrevista le pregunté: “¿Conoce a
Brosio?”.
– ¡Como no! A Brosio no se le olvida.
Los dos habían estado en el penal de Burgos y Horacio recordaba haber acudido a ver una
exposición del palentino en Asturias. Valoraba mucho su pintura, su formación autodidacta,
pero admiraba mucho más su biografía. Él mismo me puso en una pista fundamental, otro
veterano comunista vasco afincado en el Principado: José María Laso Prieto. “Es muy amigo
de Brosio”.
De Laso Prieto conocía una anécdota que circulaba por Asturias y que hablaba de cómo esta
gente había hecho de la cárcel una escuela. Estaba Laso en Oviedo por motivos laborales y acu-
dió a la presentación del libro del conocido filósofo Gustavo Bueno “El papel de la filosofía en
el conjunto del saber”. Allí, entre cátedros y filósofos, nuestro personaje participó activamente
en el debate, hasta el punto que Bueno pidió hablar con el al final del acto. Le preguntó donde
daba clase y José María Laso le dijo: “Soy viajante de chocolates Zahor y ahora estoy estudian-
do el bachillerato”.
Laso era buen amigo de Brosio, como me había dicho Horacio “El Paisano”. También había
sido compañeros de presidio en Burgos y el antiguo viajante de chocolates estaba en el secre-
to de la formación de Brosio como artista autodidacta. “Allí todos hacíamos algo para sobrevi-
vir, para olvidar y para formarnos. Brosio pintaba y pintaba”.
El ‘viajante’ me remite en mi acercamiento al pintor palentino a unas palabras del escritor y pro-
fesor Carlos París, que hablaba de ambos con motivo de una exposición de temas mineros en
Madrid en la que participaba su amigo el de Barruelo de Santullán: Escribía París: “Tanto
Brosio como José María Laso no sólo encarnaban la larga y dura lucha de la izquierda, sino la
liberación de lo que yo he llamado, en uno de mis libros, el rapto de la cultura. Hombres sali-
dos de las capas populares, trabajadores, que habían accedido a la convencionalmente llama-
da ‘cultura superior’ a través de estudios nocturnos o de universidades a distancia, si no entre
los muros de un penal. Convertido, según se dijo con el humor que, en medio de las situacio-
nes más trágicas no abandona a nuestro pueblo, en la Universidad de Burgos, donde llegó a
existir una gran biblioteca de marxismo, astutamente encuadernados los volúmenes, que el
sacristán dejaba pasar inconscientemente con peregrinos e inofensivos títulos. Y en semejan-
te tan poco propicio ámbito, allí donde, como escribió Cervantes, ‘toda incomodidad tiene su
asiento’, allí Brosio se lanzó a la creación pictórica, y Laso fue adquiriendo una sólida forma-
ción en filosofía y en ciencias jurídicas, que luego completaría en la Universidad”.
Laso Prieto repitió la misma frase que ya era el estribillo de la vida del artista que ahora llega
al Museo de la Minería: “Imposible olvidarse de Brosio”.
Si os cuento todo esto es evidente que no lo hago por abrumaros con mis afanes por acercar-
me a la figura de Brosio sino por poner sobre la mesa el ambiente en el que este artista se con-
virtió en el pintor de los mineros. Fueron otras muchas las personalidades que convivieron con
021el pintor de los mineros
él en los largos 23 años que Ambrosio Ortega permaneció en las cárceles franquistas. Más
tiempo incluso del máximo que permitían las duras leyes de la dictadura: 20 años. Él propio
Brosio explicaba las causas, sin ocultar nada, como siempre hace. “A causa de la presión inter-
nacional Franco promulgó una ley que establecía el tiempo máximo de estar en prisión por
motivos políticos en 20 años. Pero como yo había participado en un intento de fuga cuando lle-
vaba tres años allí (entró en 1946) pues decidieron que aquellos tres años no contaban y empe-
cé de nuevo a cumplir los veinte de mi pena. ¿Injusto?, claro, pero ¿a quién iba a reclamar?”.
No hace falta imaginarse las condiciones en las que vivirían Brosio y otros tantos compañeros
en penales como el de Burgos o Santoña, que en ambos estuvo nuestro pintor, o en Teruel,
donde sufrió un degradante castigo colectivo. No hace falta imaginarlo porque lo han contado
y porque el abatimiento y el aburrimiento era tan grande que el poeta salmantino Marcos Ana,
(otro resistente, seguramente el único que pasó en cárceles franquistas tanto tiempo como
nuestro pintor por motivos políticos) nos recuerda en su ‘Tercera balada en la cárcel de Burgos”
lo que podían llegar a hacer los allí encerrados para entretenerse y matar el tiempo, para no
caer en la depresión o la desesperanza: “El patio consta de 6.587 losas. Las 153 de los ejes a
nivel miden 60 centímetros por 70. Las doce que van en declive, desde cada uno de los vérti-
ces del cuadrilátero secundario hasta el centro de éste, es decir, hasta los sumideros, 1,20 por
un metro”.
Hay otros muchos testimonios que hablan del impacto que Brosio causó a sus compañeros y
el generoso recuerdo que guardan de él. Como el de dos dirigentes comunistas catalanes,
Emiliano Fábregas y Miguel Núñez. El segundo de ellos cuenta en su libro ‘La revolución y el
deseo’ como “al llegar al penal de Burgos, tras los cacheos desagradables –por no decir humi-
llantes–, la toma de huellas dactilares y las fotografías con el número infamante de fuera de la
ley, me trasladaron a la celda del período obligatorio de aislamiento en el segundo piso, donde
se permanecía unos quince días. No se comía más que el rancho y no se permitían comuni-
caciones”. Y recuerda posteriormente que esta vida entre rejas era la que llevaban artistas
como Agustín Ibarrola o el palentino Ambrosio Ortega, “cuyos cuadros de temática minera reci-
birían años después el elogio unánime de la crítica”.
Agustín Ibarrola estuvo mucho menos tiempo en la cárcel y él mismo reconocía en una larga
entrevista que hasta en prisión se puede mantener la dignidad y recuerda para ilustrar estos
comportamientos dignos a gente como Brosio, Marcos Ana… gente que reconoce que le dejó
una huella muy profunda.
También Miguel Núñez rememora el curioso (más bien significativo) episodio de la llamada
Universidad de Burgos. “No era algo casual, sino que respondía a la intensa actividad literaria
y artística que realizaban los presos. Éstos organizaban, con gran sentido práctico y aprove-
chando el talento y los estudios de muchos de sus compañeros de infortunio, cursos que inclu-
ían estudios de gramática, literatura, matemáticas, historia, contabilidad y, por descontado,
política. Algunos de ellos se convirtieron en excelentes jugadores de ajedrez. Disponían de una
biblioteca clandestina, que incluía las más importantes obras de Marx y Engels, entre ellas ‘El
capital”. Bien es cierto que en la cubierta de los mismos no aparecía el nombre de Marx, como
ya se ha dicho.
En aquel ambiente creció la pasión de Brosio por la pintura, aunque no fue en Burgos sino
antes, en otro penal con fama de muy duro cuando retomó aquella afición que ya había teni-
do de niño, pero no eran tiempos para pinturas. “Estaba en El Dueso y a otro compañero le
enviaron para que se entretuviera una cajita con pinceles, pinturas... A él no le hizo mucha ilu-
sión y me dijo: Mira a ver si tú sacas algo de esto. Así comencé a experimentar, sin que nadie
me dijera nada, ni me explicaran, siempre fui un autodidacta”.
Tal vez por ello Ambrosio Ortega a la hora de definir, con su habitual parquedad, su estancia
en la cárcel lo haga recordando su anterior trabajo de minero y vinculando los dos mundos que
habían marcado profundamente su dura biografía: “La mina y la cárcel son muy parecidas; es
cierto que tienen una gran diferencia, la libertad, pero también muchos puntos en común, son
023el pintor de los mineros
dos mundos crueles en los que la supervivencia resulta penosa, porque con la mina también
se han contado muchas mentiras, a la gente la llevan allí de visita, les montan en unas vago-
netas y realizan unos 'recorridos turísticos' por lugares muy bonitos con la disculpa de que no
se puede bajar a los pozos por motivos de seguridad".
Esos dos mundos, la cárcel y lo que nos ocultan de aquellas minas, están en sus cuadros. Los
verán en la exposición del Museo de la Siderurgia y la Minería y de su evolución, de su técni-
ca, de su maestría, les hablarán voces mucho más autorizadas en este mismo catálogo y en
otros foros. Yo sigo empeñado en la gran obra de Brosio, su propia biografía, aunque hace falta
ser muy bruto para no emocionarse ante obras como ‘Celda de castigo’. También la dureza de
los trabajos mineros se hace muy evidente en sus cuadros dedicados a esta profesión, anulan-
do así la mentira de las minas para turistas que tanto molestan al viejo minero de Barruelo de
Santullán.
Un reportaje sobre el tren de la Feve me llevó hace bastantes años hasta una carretera que,
según los carteles, iba a Barruelo de Santullán. La cogí sin dudar, pregunté por Brosio y me
advirtieron que iba a encontrar a un hombre enfermo.
Lo encontré. Y estaba enfermo. Era complicado hablar con él pero utilizar nombres como Laso
Prieto pareció ablandar a aquel hombre cansado que dejó asomar su “noble calavera” y una
mirada penetrante. “No estoy para muchos esfuerzos y las pocas fuerzas que me quedan las
tengo que emplear en pintar, para vivir, que a mi nadie me paga nada”.
–¿23 años en las cárceles de Franco como preso político y no tiene derecho a nada, a
una pensión? No es eso lo que dicen en los informativos, donde se habla de ayudas,
de restituciones, de...
No dijo ni una palabra pero no hizo falta, no seguí por esos caminos. Su mirada pronto me hizo
comprender que el crédito que había logrado con mis credenciales de presentación estuve a
punto de perderlo en un solo segundo.
Al fin se sentó. Hablamos largo y tendido, con voz débil y pausada él. Al fin estaba ante Brosio,
el de Benjamín Rubio, el de Horacio El Paisano, el de Laso Prieto, el compañero de Ibarrola…
del que todos decían que “jamás te olvidas de Brosio”.
Y, paradójicamente, me encontraba ante un olvidado, ante un expulsado a la cuneta de las
bondades de la reconciliación y la restauración de sus derechos, de la dignidad de su lucha,
de la coherencia de su vida, de la legitimidad de su postura ideológica.
– ¿Ves este pueblo?, ¿sabes lo que es Palencia?, ¿imaginas lo que es ser pobre en estos luga-
res? Pues aquí y así nací yo, condenado a trabajar desde niño, primero en el campo y nada
más que me dejaron, con 14 años, en la mina. Fui muy poco a la escuela, aquí en el pueblo,
en Barruelo de Santullán y ahí se produjo realmente mi primer contacto con la pintura.
Dibujaba a lápiz, no porque me gustara sino porque era lo que había y lo que tenía a mano.
Pintaba lo que veía porque ni siquiera sabía lo que era un museo, nunca había visto uno, ni
sabía lo que eran los pinceles ni las paletas, ni un óleo, ni una acuarela, nada. Reproducía cua-
dros que veía en los libros de la escuela, dibujaba lo que veía, lo que era la vida de entonces
y así comencé a pintar cosas de la mina, que era la vida de esta comarca”.
Antes de la mina, cuando sólo era un niño, vino la guerra, que le marcó profundamente. Una vez
finalizada la contienda un hermano suyo fue de los que se tiró al monte, un maquis. Brosio mira
a los mismos montes por los que anduvo su hermano y otros muchos guerrilleros y susurra como
si todavía lamentara no haber cumplido su viejo deseo, no haber podido hacer lo que entonces
le pedía el cuerpo y su conciencia, casi infantil pero rotunda y clara: “Me hubiera ido al monte
con él, con mi hermano, pero no me dejó, yo era casi un niño… Y me convertí en un enlace, en
su contacto, en quien llevaba mensajes del monte a la familia y de las familias al monte”.
Y se afilió al Partido Comunista. Y se sentía tan orgulloso de su lucha que apenas la ocultaba
por lo que en 1946 ingresa en prisión con dos penas de muerte a sus espaldas. Conmutadas
por veinte años de prisión aunque, como ya se ha dicho, finalmente cumplió 23. Hasta el año
1970, en plena vejez del dictador.
025el pintor de los mineros
Había vivido más tiempo en la cárcel que en libertad (o, cuando menos, en la calle, lo de la
libertad en aquellos tiempos también era cuestionable). Pero salió de prisión con las mismas
convicciones que había entrado, convencido de que había tomado la senda correcta, y lo pri-
mero que hace al recobrar la libertad es reintegrarse a su misma lucha de siempre, con sus
mismos compañeros de viaje, hasta el punto que buena parte de lo recaudado con su trabajo
de pintor va a parar a manos del Partido Comunista de su tierra.
Dedicó sus primeras obras fuera de la cárcel a los duros trabajos de sus paisanos, al campo y
la mina, a los segadores, a la trilla, a los sudores implacables bajo el sol de Palencia…
Y, sin embargo, aún hoy, muchos años después, en su pueblo, en Barruelo de Santullán, hay
una cuidada página web con un apartado para las personas ilustres de la localidad. Allí no figu-
ra Brosio. Sí están el cerillero del café Gijón, una mujer que llevaba los santos por las casas,
un cantante de ópera, un director de coros y otro escultor. Estoy seguro de que todos ellos lo
merecen. Pero Brosio no está, ni por pintor, ni por luchador por la libertad, ni por digno, ni por
resistente...
Incluso hay un acta municipal en la que se da cuenta de la solicitud por parte del grupo muni-
cipal de Izquierda Unida para que se le ponga el nombre de una calle para Brosio y Ursi (otro
escultor local) y se decide “dejarlo sobre la mesa”. Era el año 2009. Sobran los comentarios,
Ya sé que hay otros condicionantes, que todos los hemos sufrido alguna vez, pero lo justo es
justo y colgar el nombre de Brosio en una web o ponerlo en la placa de una calle es un acto
de justicia mínima que se hace muy difícil entender que se evite.
Pero saltemos en el tiempo hacía aquellos días felices en los que el ‘eterno’ prisionero tenía a
su disposición toda la luz de la libertad para llevarla a sus cuadros. Gustaba la obra que hacía
aquel Brosio libre, llegaron las primeras exposiciones, en Gijón, en Oviedo, Avilés, Sama...
Asturias. “Allí tuve éxito. También en Madrid (con una recordada reseña en Cambio 16). En
Bilbao fui seleccionado –el único artista que no era vasco– con otros pintores de allí para rea-
lizar los frescos en las bóvedas de los Arcos de la Ribera”.
Parecía que llegaba una nueva vida, más justa, para Brosio, a quien invitaron a exponer en
Quito y a su regreso todo estaba preparado para acudir a otro punto del mundo con sus obras,
Nueva York. Pero la suerte no debe entender de justicia y el propio pintor recuerda como se
truncó todo. “A la vuelta de aquel viaje a Quito y probablemente a causa de él, sufrí el prime-
ro de dos infartos cerebrales. Estuve tres días en coma, nunca pensé en volver a pintar pues
creí que nunca volvería a andar, que sería un vegetal para siempre”.
La enfermedad se llevó el sueño americano pero no su vida. Surgió el indomable minero y
luchador. Se recuperó, para vivir y para pintar. La batalla por la vida de aquellos años no fue
menos dura y valiente que las de su etapa de luchador por otras causas. Y sus problemas no
parecían tener fin. Otra enfermedad, cruel para un pintor, cataratas, vino a cerrar su círculo de
desgracias, también luchó contra este nuevo contratiempo.
Y ahí sigue. Contra viento y marea. Sin un reproche a las piedras que el destino ha ido ponien-
do en su camino.
– Brosio, ¿mereció la pena?
– ¿Cómo vivís vosotros hoy?
– Bien.
– ¿Hay libertad?
– Sí.
– ¿Va alguien a la cárcel por pensar diferente?
– No.
– Entonces mereció la pena. A mi me han machacado, pero mereció la pena. No es
nada extraordinario lo que yo he hecho, no lo entendéis porque sois de otra época
y cada biografía es hija de una época histórica y la mía es hija de aquellos años,
que fueron malos pero fueron los que nos tocó vivir.
027el pintor de los mineros
Hace unos días, hablando con Evangelina Guerra, la de Los Llanos de Valdeón, recordé la refle-
xión de Brosio y le quise hacer la misma pregunta.
– ¿Mereció la pena Evangelina?
– Claro. ¿No saqué adelante a mi hijo?, ¿no crié a mi nieta y estoy criando al biznieto?
– Sí.
– Entonces mereció la pena.
Pero cuando me iba hizo una reflexión en voz alta. “Yo lo que digo es sí habrá un Dios?
Bastaría con que hubiera justicia.
Brosio,el pintor invisible
JULIAN ALONSO
Las trayectorias existencial y pictórica de Ambrosio Ortega, a partir de cierta etapa de su vida,
son como dos líneas paralelas, a veces tan cercanas la una a la otra, que terminan por
converger confundiéndose en una sola. Brosio pinta porque vive y vive porque pinta. Se
entrega en cuerpo y alma a plasmar sobre el papel o el lienzo lo que ha sido su periplo
vital.
Al igual que los primitivos pintores de Altamira o Lascaux, que por el hecho místico de
plasmar en las paredes de sus cuevas las imágenes de los animales que eran su susten-
to, creían firmemente que por conductos mágicos poseerían el alma de esos animales y
propiciarían su caza, así Brosio pinta las escenas de su juventud, el duro trabajo minero
en el que se desenvuelve antes de ingresar en una prisión en la que -cuando por fin sale-
ha pasado más años que los que tenía cuando ingresó en ella, algunos con la espada de
Damocles sobre su cabeza de saberse condenado a muerte. Y para él, pintar esas esce-
nas de duro trabajo en las que el hombre se enfrenta y vence a una naturaleza hostil, es
de alguna manera un modo de magia simpática con la que propiciar mantenerse vivo y
firme en sus convicciones.
“Cierra la puerta, echa la aldaba, carcelero/ ata duro a ese hombre. No le atarás el alma.
No le atarás el alma… / …Porque es un pueblo el que ha gritado ¡libertad!, vuela el tiem-
po. / Y las cárceles vuelan”, escribió Miguel Hernández, un poeta que murió encarcela-
do tres años antes de que Brosio ingresara en la prisión que devoraría su juventud pero
no le ataría el alma porque la imaginación tiene alas poderosas y Ambrosio Ortega apren-
dió a moverlas gracias a los pinceles.
No es casualidad que, en su exposición de mayo de 1975 en la “Galería As” de
Barcelona, incluyera una obra a la que titulaba “Nunca podréis encadenarme el alma”,
ni es casualidad que por aquel entonces declarara a un periodista de Cambio 16 al
hablar de sus pinturas sobre la vida y el trabajo en la mina: “la mina y la cárcel tienen
bastantes puntos en común: mundos dramáticos en los que la supervivencia resulta
penosa”.
031el pintor de los mineros
De la cárcel había salido en 1970 después de 23 años de encierro, pero la mina no abando-
naría nunca su corazón porque hay lazos que no se pueden romper ni aunque uno quiera y de
eso, cualquier vecino de cualquier pueblo con tradición minera sabe mucho. La mina es uno
de esos venenos que una vez inoculados en el cuerpo crean una dependencia devastadora,
mezcla de odio y amor y Brosio, como minero de convicción, siempre ha tenido esa dependen-
cia, ese maldecir de la mina para sí mismo pero no consentir que en su presencia se hable mal
de ella porque sería como mentarle a la madre.
Cuando presentaba en aquel mayo de 1975 su exposición en Barcelona, ya había mostrado
sus obras por otros lugares. El mismo artículo de Cambio 16 y reseñas en Triunfo,
Informaciones, Ya, Pueblo o La Gaceta del Norte, dan fe de ello situando exposiciones en
Oviedo (1972), Madrid (1974), Gijón(1974), Segovia (1975), Guardo (1976), León (1980) y,
aunque por primera vez y de manera testimonial, en septiembre de 1974 aparecerá en
Palencia, con motivo de las fiestas patronales de San Antolín, en una exposición de pintores
palentinos que el Ayuntamiento propicia y a la que Brosio aportará una obra. En la misma sala,
que se situaba frente al Instituto Viejo, muy cerca de la ya histórica e imprescindible librería
Alfar y desaparecida hace ya muchos años, a finales de noviembre de 1976, llevará a cabo su
primera exposición individual en la capital palentina.
Pero cabe aquí hacer un breve inciso para reproducir, por poner algún breve ejemplo, lo que
decía en 1975 “La Gaceta del Norte” a propósito de nuestro artista: “Brosio es un pintor. Esto
es lo que importa. Lo que asombra es esto otro: desde sus primeras experiencias autodidactas
ha seguido un proceso de maduración a lo largo del cual ha logrado no sólo un lenguaje de
dolor y de ternura, con el que se comunica, sino originales invenciones en el estricto terreno
de la forma. Hay más, su color es alucinante y misterioso, y con él consigue una escenografía
estremecedora, donde restallan los lamentos, brincan los gritos y se convulsionan las injusti-
cias sociales”. O para este otro, aparecido el mismo año en el diario “Informaciones”: “Brosio:
Un pintor minero, para el cuál la mina es criatura de vida apasionada y edificante: el suceso
de la mina, su magia y su poética, su drama y su ejemplario moral puestos a información en
esta pintura por un hombre que, como Ambrosio Ortega, tanto sabe de soledades. Pintura de
edificación de la soledad, de su ley y de su hombría. Pintura en su mundo, plena de virtud”.
Pero volviendo a Palencia, llega a la ciudad como un cometa que desde el espacio profundo
se acerca a su tierra, la ilumina, deja una estela de luces que poco a poco se van apagando y
desaparece casi en el olvido, sostenido por la memoria de unos cuantos devotos que a menu-
do nos hemos preguntado por dónde andaría Brosio, por qué se haría invisible como ese
Garabombo, personaje de la novela de Manuel Scorza, al que nadie veía a fuerza de no que-
rerlo ver.
Expone en 1977 una de sus acuarelas mineras, en un homenaje colectivo a Pablo Picasso y
desaparece. Vuelve, unos años después, en 1981, como participante en la “I Bienal de pintu-
ra Provincia de Palencia”, que con notable éxito ocupará el claustro de la catedral entre el 13
y el 31 de octubre. Del 14 al 27 de noviembre de ese mismo año, en un segundo homenaje a
Picasso llevado a cabo en la Delegación Territorial de Cultura, nos mostrará otra de sus acua-
relas, la que lleva por título “Mina cerrada” y desaparece de nuevo. Sale una vez más a la luz
en 1984, en otra exposición de “Artistas Palentinos” propiciada por la colaboración de
Ayuntamiento, Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Palencia, Delegación y Casa de la
Cultura, pero a partir de aquí, por lo que a la capital palentina se refiere, parece condenado por
otros o por sí mismo al silencio y al olvido. No se sabrá más de él por el momento.
Sin embargo, la vida y la obra de Brosio, no acaban ahí. La memoria es terca y los cometas,
cada cierto tiempo, regresan a iluminar de nuevo nuestro cielo y a dejarnos un poco de su polvo
de estrellas como recuerdo hasta su próxima visita.
Y regresando a aquella primera exposición palentina de la galería “Medici’s”, lo que había en
ella eran fundamentalmente acuarelas y algunos óleos. Acuarelas peculiarísimas, con una
sabia mezcla de tonos fríos y cálidos que confiere a las obras un dramatismo raro de conse-
033el pintor de los mineros
guir. Trabajadas de una manera que yo calificaría de aerográfica, porque aunque se aprecia-
ban perfectamente las figuras de los mineros que en ellas se representaban, tenían no sé qué
calidad extraña, qué luz de otro mundo, que difuminaba los contornos para crear un todouno,
como se dice en el argot de la mina, en el que la escena conservaba una calidad de figura
única, sin individualidades, donde los personajes se fundían con su entorno sin solución de
continuidad, creando una especie de masa moldeable, rodeada por un aura casi viva, que
recordaba el ambiente de los comics de ciencia ficción planetaria que por entonces comenza-
ban a publicarse y se adelantaban a la estética lumínica de películas posteriores donde lo que
primaba eran las atmósferas casi fantasmagóricas, como de mundos iluminados por otros
soles. Da fe de ello un pequeño folleto de ocho páginas a tamaño cuartilla, donde se reprodu-
cen cuatro de aquellas obras, todas ellas del mismo tipo que las aportadas para las dos expo-
siciones de homenaje a Picasso.
Y tengo que decir que no andaba el pintor muy desencaminado, porque en realidad era otro
mundo el que pintaba, otro mundo nada ajeno porque está en este: el del esfuerzo al límite, el
afán poderoso, la muerte casi épica de quien trata de arrancarle a la tierra una riqueza que
beneficia a otro.
Pero ¿qué personajes son los que habitan en lo cuadros de Brosio, de aquel Brosio de la segun-
da mitad de los setenta que yo más conozco?: masas obreras rodeando al compañero que les
arenga y llama a la lucha, con un paisaje minero como fondo y a la vez protagonista, que muy
bien pudiera ser el del barruelano y mítico “Pozo Calero”; galerías en las que vagonetas, herra-
mientas y trabajadores saltan por los aires en una explosión que inunda de luz y muerte la
oscuridad de la mina; luces fantasmagóricas que salen de los cascos de trabajo; seres extra-
ños en mundos extraños, que se muestran al espectador con ojos alucinados. Escenas todas
de un expresionismo atroz.
Decía Valle Inclán y me gusta citarlo, que las cosas no son como son, sino como nos parecen
–o quizás como las recordamos, añado- y la mirada de Ambrosio Ortega, tamizada entonces
por tantos años de encierro, es una mirada introspectiva, hacia un universo hecho de recuer-
dos y sensaciones que el tiempo ha ido tamizando dolorosamente y ha dotado de una luz extra-
ña y fantasmal que los pinceles del artista tratan de aprehender sobre la superficie del cuadro
con la convicción de quien está seguro de su mensaje e intenta comunicárselo a los demás.
Y así es como Alberto Schommer representa a nuestro hombre, como un pintor obrero, mili-
tante y vital, convencido y listo para la acción, con los pinceles dispuestos como armas carga-
das de futuro, para una batalla que se libra a la vez en dos frentes no tan distintos: el mundo
interior del creador y la nueva y entonces esperanzadora realidad que se encuentra cuando
sale a la calle, tanto tiempo después, a recorrer un país que ya no es el mismo que conoció
porque se adivina más cálido.
No debe extrañarnos que los personajes que llenan entonces la obra de Brosio recuerden a
veces a los que poblaban la caverna de Platón, esos que veían la realidad como un juego de
sombras proyectadas sobre la pared de su cueva y quedaban deslumbrados cuando salían a
la luz.
Ejemplo y parábola de ese deslumbramiento que alcanza al propio pintor es, un paisaje caste-
llano donde, con su peculiar esfumato, representa en medio de unos campos tan contempo-
ráneos como intemporales, un antiguo tractor de esos que se veían en los años cuarenta del
pasado siglo. ¿Qué hace allí? ¿qué papel tiene un elemento tan fuera de lugar, tan anacrónico
y tan rodeado de un aura de luz –siempre la luz- casi onírico, como si de una rara holografía
se tratara, como si de una imagen pasada, superpuesta a la realidad distinta que Brosio se
encuentra cuando la compara con sus recuerdos, se tratara?. ¿Será la consecuencia de su sali-
da de la caverna o la añoranza de lo que conoció y ya no está?. Sea lo que sea, es. Y lo es por
obra y gracia del genio que sabe transmitirnos sobre un lienzo lo que en un momento de luci-
dez pasa por su cabeza.
Desconozco si son resultado de la casualidad o de la convicción, pero me sospecho lo segun-
do y me atrevo a decir que no hay personajes más épicos en nuestra pintura última, que los
035el pintor de los mineros
picadores de Brosio, sosteniendo la herramienta entre sus manos como quien sostiene el pan
de todo un pueblo, verdaderos monumentos al esfuerzo, la valentía y el trabajo. Ni hombres
tan fatalistas como los que acompañan a las vagonetas mineras camino de la carga y descar-
ga o tal vez de la muerte, que aceptan como un gaje más del oficio, una hipótesis contempla-
ble y aceptada como algo propio que te puedes encontrar en cualquier recodo de cualquier
galería.
Pero Brosio no se queda ahí. No sólo pinta con esa textura casi pop, con aspecto de tintas pla-
nas y difuminados que sacrifican la nitidez y la precisión en favor de la sugerencia, porque en
sus siguientes exposiciones, unos cuantos años después en la palentina Caja España, que
seguramente todavía se llamaría Caja Palencia, a la acuarela y al óleo, si no estoy equivocado,
porque la memoria es flaca y no existen documentos accesibles para confirmarlo, incluso llega
a emplear la cera en una técnica mixta que enriquece aún más su obra y su manera de traba-
jar. A una de esas exposiciones pertenece el paisaje con tractor al que antes me refería.
Y se vuelve también de algún modo surrealista, con obras como la de unos segadores segan-
do el mar que a mi me recuerda a la que años después pintaría a la cera el malogrado y que-
rido pintor Rafael Oliva para exponer en esa misma sala y en la que un campesino está aran-
do las olas. ¿Qué queda de aquella exposición de la que no se hizo ni un pequeño catálogo?
Ese ha sido siempre el destino de Brosio, pasar –ya lo he dicho- como un cometa, dejar su
impronta y desaparecer en la oscuridad y el silencio, como si no hubiera terminado su larga
condena a pesar de que, de vez en cuando, a uno le lleguen noticias de su vida, que es sólo
suya y de su trabajo que es de todos. Pues hay en toda su obra un modo de grito sordo, una
manera de silencio forzado y forzoso, una muda petición de auxilio que pugna por romperse,
pero parece alcanzar al propio autor que se convierte a nuestro pesar y probablemente al suyo,
en inaprensible.
Por eso, tratando de seguir su estela huidiza, uno descubre que en un momento dado ilustró
la portada de un poemario de Carlos Álvarez, otro poeta que pasó lo mejor de su vida en la cár-
cel. Y descubre que también llegó a realizar algún fresco en el País Vasco, que ha hecho mura-
les, escultura, que hace casi nueve años expuso por penúltima vez en León, que tiene una
faceta de retratista extraordinario, como el 31 de agosto de 2007, año en que su pueblo natal,
Barruelo de Santullán, le rindió un merecido homenaje que incluía una exposición antológica
de su obra, pudo apreciar cualquiera que por allí se acercara, del mismo modo que pudo apre-
ciarse, con algunos pero exquisitos ejemplos, que posee un dominio de la composición y el
dibujo difíciles de imaginar en un pintor autodidacta que, cómo el mismo confiesa, aprendió a
retratar copiando las carteleras y los programas de cine.
Y otro descubrimiento que abunda en la invisibilidad de Brosio, una de las pocas referencias a
su persona que pueden rastrearse en Internet, es en una página vasca donde se habla de
Ambrosio Ortega, pero ni siquiera como pintor sino como hermano de Mariano Ortega Alonso,
uno de los fundadores de la guerrilla antifranquista en la zona norte de Palencia, con motivo
de su apresamiento junto a ese hermano en un piso franco de Bilbao en el lejanísimo 1947.
Qué casualidad: tuvieron que pasar sesenta años desde aquella detención que lo enterró en
vida, para que Brosio regresara una vez más de la oscuridad en la que había estado sumido
durante los últimos tiempos y lo hizo precisamente en su pueblo: en la “Casa del Pueblo” del
lugar minero que le vio nacer, en una especie de resurrección que continuó en la sala de Caja
España en Palencia, en noviembre de ese mismo 2007 y ahora enlaza con esta muestra que
es una nueva –y no la última- reivindicación de la figura impresionante de un pintor que se hizo
a sí mismo en la condiciones más difíciles en que una persona puede desarrollarse y una vez
más nos regala una lección de dignidad y vida que todos deberíamos aceptar y mantener en
la memoria.
Es motivo de alegría, que se pueda llevar a cabo este merecidísimo reconocimiento a un lucha-
dor y un gran artista, merecedor como pocos de todos los elogios.
037el pintor de los mineros
Seguro que él no le da importancia. Es un minero y un activista con muchas batallas sobre sus
espaldas y convencido de que todo lo que hizo lo hizo en cumplimento de un deber histórico,
pero a nosotros, sus compatriotas, sí nos tiene que importar porque es una deuda de justicia
artística y humana y las deudas de justicia nunca prescriben.
Mina
BarrenistasAcuarela, 64 x 88 cmPropietario Galería Ármaga
Barrenistas IIAcuarela, 63 x 87,5 cmPropietario Ángeles Riaño Reyero
Picador IVAcuarela, 68 x 47 cmPropietario Vicente de los Ríos López
045el pintor de los mineros
Pozo CaleroAcuarela, 67 x 43 cmPropietario Galería Ármaga
Entrando en la minaAcuarela, 48 x 63 cmPropietario Izquierda Unida Palencia
Entrando en la mina IIAcuarela, 49 x 63 cmPropietario Galería Ármaga(no expuesto)
MineroAcuarela, 51 x 66,5 cmPropietario Julian Zapico
049el pintor de los mineros
Galería de minaAcuarela, 86 x 53 cmPropietario Gonzalo Suárez
Cargando la vagonetaAcuarela, 50 x 70 cmPropietario Jesús Revilla(no expuesto)
051el pintor de los mineros
Mula y minaAcuarela, 51,5 x 69,5 cmPropietario Alfredo Escandón Ales
Picadores en la minaAcuarela, 97 x 67 cmPropietario Obra Social Caja España-Caja Duero
053el pintor de los mineros
Picador IIIAcuarela, 97 x 66,5 cmPropietario Familia Arias Navarro Tronco
PicadorAcuarela, 96,5 x 66,5 cmPropietario Diputación Provincial de Palencia
Picador IIAcuarela, 73,5 x 51cmPropietario Galería Ármaga
Trabajo en las galeríasAcuarela, 97 x 67 cmPropietario Galería Ármaga
057el pintor de los mineros
Entibador IIAcuarela, 97 x 66,5 cmPropietrio Mª Dolores Garrido Prieto
Entibando la GaleríaAcuarela, 96,5 x 66 cmPropietario Alfredo Escandón Ales
059el pintor de los mineros
EntibandoAcuarela, 87 x 55 cmPropietario Rosa María Riaño Reyero(no expuesto)
EntibadorAcuarela, 67 x 47 cmColección Izquierda Unida Palencia
061el pintor de los mineros
El derrabeAcuarela, 96 x 66,5 cmPropietario Antonio Herreros
Minero heridoAcuarela, 53 x 67,5 cmPropietario Feli Cueto
063el pintor de los mineros
EntierroAcuarela, 68,5 x 97 cmPropietario Feli Cueto
Tirando de la mulaAcuarela, 64 x 48 cmPropietario Jesús Revilla(no expuesto)
065el pintor de los mineros
Sudando sangreAcuarela, 47 x 70 cmPropietario Jesús Revilla(no expuesto)
Mitin en el pozo caleroAcuarela, 50 x 70 cmPopietario Jesús Revilla(no expuesto)
067el pintor de los mineros
Lucha obrera,Acuarela, 9,5 x 66,5 cmPropietario Alfredo Escandón Ales
Dando la tiraCera, 44,5 x 61,5 cmPropietario Mª Rosa Ramos Calvo
Serie Negra
069el pintor de los mineros
BasculadorCera, 44,5 x 56,5 cmPropietario Mª Rosa Ramos Calvo
Serie Negra
ProtestaCarboncillo, 67 x 46,5 cmPropietario Mª Rosa Ramos Calvo
Serie Negra
071el pintor de los mineros
Picador andandoCarboncillo, 46 x 65,5 cmPropietario Mª Rosa Ramos Calvo
Serie Negra
EcoCarboncillo, 31,5 x 46 cmPropietario Mª Rosa Ramos Calvo
Serie Negra
073el pintor de los mineros
CaraCarboncillo, 33 x 46 cmPropietario Mª Rosa Ramos Calvo
Serie Negra
DescansoCera, 33 x 45 cmPropietario Mª Rosa Ramos Calvo
Serie Negra
075el pintor de los mineros
PicandoCera, 64,5x 45,5 cmPropietario Jesús María Fernández Corral
Serie Negra
Cárcel
Durmiendo en la celdaAcuarela, 59 x 44 cmPropietario Galería Ármaga
Durmiendo en la celda IIAcuarela, 59 x 44,5 cmPropietario Izquierda Unida Palencia
Entierro en la cárcelAcuarela, 66,5 x 96,5 cmPropietario Alfredo Escandón Ales
Entierro en la cárcel IIAcuarela, 66,5 x 96,5 cmPropietario Familia Arias Navarro Tronco
Celda de díaAcuarela, 59,5 x 44,5 cmPropietario Galería Ármaga
Celda de día IIAcuarela, 58 x 42,5 cmPropietario Izquierda Unida Palencia
FusilamientoAcuarela, 67 x 97 cmPropietario Sandra Ruiz Ogarrio González
Campo y mar
CampoAcuarela, 54,5 x 75 cmPropietario Gonzalo Suárez
089el pintor de los mineros
Labores de campoAcuarela, 55 x 76 cmPropietario Galería Ármaga
AtardecerAcuarela, 44 x 60,5 cmPropietario Antonio Herreros
Atardecer IIAcuarela, 49,5 x 64,5 cmPropietario Ambrosio Ortega Alonso(no expuesto)
Tractorada ComuneraAcuarela, 66,5 x 96,5 cmPropietario Antonio Herreros
093el pintor de los mineros
Campo sembradoAcuarela, 38,5 x 64 cmPropietario José María Carnero Huerga
Sembrando en el campoAcuarela, 47,5 x 59 cmPropietario Izquierda Unida Palencia
095el pintor de los mineros
AgricultoresAcuarela, 44 x 61 cmPropietario Galería Ármaga
SegadorAcuarela, 62 x 79 cmPropietario Mª Dolores Garrido Prieto
097el pintor de los mineros
Secando la hierbaAcuarela, 65 x 48,5 cmPropietario Galería Ármaga
MariscadorasAcuarela, 33 x 47,5 cmPropietario Gonzalo Suárez
099el pintor de los mineros
“Rula” de mariscadorasAcuarela, 33,5 x 48 cmPropietario Galería Ármaga
Retratos
AutorretratoPastel, 64,5 x 48,5 cmPropietario Ambrosio Ortega Alonso
103el pintor de los mineros
RosanaCarboncillo, 64,5 x 49,5 cmPropietario Ambrosio Ortega Alonso
FeliAcuarela, 59 x 46,5 cmPropietario Ambrosio Ortega Alonso(no expuesto)
105el pintor de los mineros
RetratoSanguina, 70 x 50 cmPropietario Ambrosio Ortega Alonso(no expuesto)
Paisajes
PaisajeÓleo, 101 x 94 cmPropietario Marcelina Benito Camino(no expuesto)
109el pintor de los mineros
PaisajeÓleo, 63 x 101 cmPropietario Marcelina Benito Camino(no expuesto)
PaisajeÓleo, 47 x 96cmPropietario Marcelina Benito Camino(no expuesto)
111el pintor de los mineros
PaisajeÓleo, 44 x 69 cmPropietario Marcelina Benito Camino(no expuesto)
Otra Obra
Frescos de la RiberaEs el único artista no vasco participante en la colosal obra de los llamados “Frescos de
la Ribera”, un monumental tapiz pictórico en el techo de la arcada del casco viejo de
Bilbao, junto al Teatro Arriaga. Sus compañeros de creación fueron Alejandro Quincoces,
Roberto Zalbidea, Justo Sanfelices y Ángel Cañada.
115el pintor de los mineros
Brosio despliega en este proyecto, él, un hombre de tierra adentro, privado de luces y
paisajes durante más de un cuarto de siglo en prisiones, una verdadera sinfonía de color
y luz, una épica del mar –tipos, faenas, utillajes, escenarios– que siguen conmoviendo a
los espectadores asombrados de hoy.
Frescos de la RiberaDetalle
117el pintor de los mineros
Frescos de la RiberaDetalle
119el pintor de los mineros
Frescos de la RiberaDetalle
121el pintor de los mineros
Frescos de la RiberaDetalle
123el pintor de los mineros
Bosnia, niñosAcuarela, 88 x 64 cmPropietario Galería Ármaga
125el pintor de los mineros
FerrocarrilAcuarela, 68,5 x 99 cmPropietario Vicente de los Ríos López
ArrastreAcuarela, 66,5 x 96,5 cmPropietario Alfredo Escandón Ales
127el pintor de los mineros
AizcolariAcuarela, 96,5 x 66,5 cmPropietario Alfredo Escandón Ales
La ErmitaAcuarela, 61 x 80,5 cmPropietario José Fraguas Álvarez
129el pintor de los mineros
FloreroÓleo, 63,5 x 48,5 cmPropietario Ambrosio Ortega Alonso(no expuesto)
Escultura
133el pintor de los mineros
Monumento a los minerosDetalleVillablino (León)
Monumento a los minerosDetalleVillablino (León)
135el pintor de los mineros
137el pintor de los mineros
Monumento a los minerosDetalleVillablino (León)
Monumento a los minerosDetalleVillablino (León)
139el pintor de los mineros
Monumento a los minerosDetalleVillablino (León)
Exposición
MSM
Ambrosio Ortega Alonso, en persona, con sus ochenta y seis años recién cumplidos, y
una salud cuarteada por tantos avatares biográficos, presidió la inauguración de la expo-
sición que llevaba su nombre “Brosio, el pintor de los mineros”. Fue la noticia esencial
del evento. Le estaban esperando numerosas personas, vinculadas, según códigos dife-
rentes a su vida y su obra: compañeros de actividad política, propietarios de sus cua-
dros, galeristas, críticos y especialistas de arte, familiares, admiradores y amigos.
Recorrió fatigosamente la muestra en medio de una marea de saludos, abrazos y bre-
ves intercambios de conversación. Prometió regresar pronto. Pasaba, en ese mediodía
luminoso, del olvido oscuro a la claridad de la memoria.