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 ALONSO DE CASTILLO SOLÓRZANO  Novelas cortes anas  Novelas cortesanas

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"Varias novelas cortesanas". Contiene: "La inclinación española" "El duende de Zaragoza" ["La Quinta de Laura" (1649)], "El disfrazado" ["Sala de recreación" (1649)] "El defensor contra sí" ["Huertas de Valencia" (1629)]

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ALONSO DE

CASTILLO SOLÓRZANO

 Novelas cortesanas Novelas cortesanas

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La inclinación española...............................................................................................................3El duende de Zaragoza..............................................................................................................18El disfrazado.............................................................................................................................26El defensor contra sí..................................................................................................................39

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LA INCLINACIÓN ESPAÑOLA

De La Quinta de Laura (1649)

Gobernaba el poderoso reino de Polonia Casimiro, prudente y esforzado rey, temido desus enemigos y amado de sus vasallos: este en las guerras que tuvo con sus comarcanos reyessiempre salió vencedor, porque asistía en ellas, sin exceptuarse del cuidado y trabajo quecausa el peso de la guerra, considerando que la presencia del rey en ella acrecienta el brío delsoldado para pelear mejor; pues como conoce que su dueño le mira, procura aventajarse paragozar después el premio que merece por sus lozanas. Conociendo esto Casimiro, premiaba asus soldados, viniendo por sus puños a verse en mayores estados, y de esta suerte tuvo en susejércitos valientes capitanes que le ganaron ricas provincias, con que era el rey más temido dela Europa. Entre los capitanes que más se señalaron en las guerras que tuvo con el deDinamarca y Moscovita, fue uno que acertó a venirse de España por cierta desgracia que norefiero. Era un gran caballero de las calificadas casas de Castilla: vínose con su mujer, que aesto le obligó temer una violencia de un rey airado, con quien estaba descompuesto por mediode émulos suyos, que envidiaban sus partes y valor. El nombre de este caballero era Enrique,y el de su esposa amada Blanca; tan lealmente sirvió a Casimiro que le obligó a darle premiosmuy iguales a sus grandes servicios, con que llegó a verse conde en la corte de Polonia.

Un día que el rey salió a cazar (libre del trabajo de la guerra, que no se la daban suscontrarios de temor), después de haber muerto dos jabalíes y un ligero corzo, quiso descansar en la margen de una clara fuente, a donde no con majestad de rey, sino con llaneza de igual asus caballeros, quiso merendar en su compañía, acción que no disminuye la majestad real,

usada tal vez; antes acrecienta amor en los súbditos. Después de haber merendado se trató devarias materias, y entre ellas del esfuerzo de todas las naciones Los polacos se daban el primer lugar entre todas, y el segundo al español: otros se apasionaban por el francos: otros por elhúngaro; en efecto hubo diversos pareceres entre ellos, estándoles atento a todo Enrique conmucha nota del rey, porque conoció que por molesto no celebraba su nación, cuando merecíatan buen lugar entre todas; y para meterle en conversación le dijo el rey: Amigo Enrique, quées la causa, porque alabando todas las naciones, dándoles el lugar que merecen, o su pasiónles dicta, tú estás tan mudo, pudiendo dar voto tan bien como todos, según conozco de tu

 prudencia? A esto respondió el cuerdo caballero: —Serenísimo señor, en competencias tales, que suelen resultar de ellas disgustos, nunca

yo doy mi voto; fuera de que sería ignorancia mía introducirme a darle siendo extranjero,

donde tantos caballeros naturales hablan con tanto acierto. —Con todo —dijo el rey—, gustaré de oírte; así te mando que en este particular digas tu

sentimiento. —Porque la obediencia me obliga —dijo Enrique—, habré de obedecerte; y así digo: que

en las victorias se conoce el mayor valor, pues cuantas más se ganaron, eso adquieren de famaa la nación que las consigue; y si hemos de dar crédito a las historias, es cierto que por ellas sesabe que nación ninguna ha alcanzado más nombre, por las grandes victorias que ha tenido,que la española; esta belicosa nación parece que nació solo para aventajarse a todas las demásen el valor y en la bizarría: y la mayor señal de que es esto que digo cierto, es ver que todaslas naciones en poniéndose en competencia de otras, todas se dan a sí el primer lugar en elvalor, porque es cierto que cada una se ha de alabar a sí, y luego el segundo le dan a la

española; de donde se infiere que, reconocida esta por segunda de todas, viene con esto a ser la primera. Y porque vuestra alteza vea cuan inclinados somos los Españoles a las armas, si se

 pudiera hacer una experiencia que diré, lo conociera mejor.

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 —¿Cual es? —dijo el rey—, que por dificultosa que sea, yo la haré poner en ejecución. —Es —dijo Enrique—, tomar un niño pequeño que apenas haya hecho más que dejar el

 pecho de su madre o ama, y encerrar a este tal en una parte oscura donde no vea la luz del sol,y cuando salga hombre de allí, aunque vea cuanto pueda serle cebo de los ojos de agrado, a lo

 primero que se inclinará será a las armas, porque estas le mueven el apetito a seguir su profesión, y le da incentivos para pelear. Esto es lo que siento.

 —Mucho me huelgo —dijo el rey—, de haberte oído eso, y quisiera hacer la experienciamás a mí gusto que ahora puedo; pero tú verás que la hago, sino con la propiedad quequisiera, con la que pueda; y aun será castigo tuyo por no haber alabado mi nación, siquiera

 por cumplimiento.Esto dijo el rey con algún enfado, de que quedó Enrique con pesar de verle así: presto le

tuvo él de haber alabado su nación tanto, y de darle intención para pruebas de ella, porquesabiendo el rey que Enrique tenía un solo hijo de solo dos días que le había nacido,violentamente se le tomó de su casa, con tiernísimo sentimiento de Blanca, su madre, y de su

 padre: A este le hizo encerrar en una oscura cueva que hizo a propósito con sus aposentoscavados en peña viva, capaz de habitar en ellos con mucha comodidad. Cuidaban de este niñodos mujeres, el ama que le criaba, y otra: estas dos sin luz alguna criaron este pequeño infante

hasta la edad de cuatro años, enseñándole la lengua polaca. Desde esta edad a la de quinceaños entró un caballero, y por mandado del rey le doctrinó con luz de vela, de quien aprendiódesde las primeras letras hasta saber bien la filosofía, siendo en él la enseñanza aun másdificultosa, porque como estaba encerrado y carecía de noticias, era menester trabajar más,

 por darle a entender lo que ignoraba de vista: era el niño de gallardo entendimiento, y asícuanto le fue enseñado lo aprendió con eminencia, dando muy buena razón de todo, hastallegar a la edad de cinco lustros, en la cual mostraba grande impaciencia de que el rey letuviese allí encerrado, careciendo de lo que Dios crió en el mundo para regalo del hombre. Su

 prisión era secreta para muchos, porque cuando fue traído a la cueva se le llevaron a su madrede un lugar cercano a la corte donde vivía, y se le puso pena de la vida a ella y a su esposo sidecían que por mandado del rey se había hecho esta violencia; y así, si no era el rey, elcaballero que le enseñaba, su ama, y la compañera que le servían en la prisión, no lo sabían, yesto con el gravamen de ser castigados si revelasen el secreto. El sentimiento de Enrique yBlanca de verse sin su hijo, y no tener otro para su consuelo, les quitó la vida en breve tiempo,

 pesándole ya al rey de haber comenzado a hacer experiencia que le costaba perder en Enriqueun gran soldado: hizo que se les honrase en muerte mucho, y propuso que en saliendo el jovende la cueva le haría grandes mercedes. Su maestro, entre las cosas que le enseñaba (despuésde haberle instruido en la ley cristiana), eran diversas lenguas, en que salió muy erudito.Decíale muchas veces que ninguna cosa había más hermosa que el sol de cuantas criaturasDios había formado después de los ángeles y el hombre, que él era regocijo de la vista, almadel día, fomento de las plantas, y quien ayudaba a engendrar todas las cosas. Esto había

concebido Carlos, que así se llamaba el joven encerrado, con que era sumo el deseo que teníade verle.Tenía el rey dos hijas, las más hermosas y bizarras damas que había en la Europa; la

mayor se llamaba Sol, y la segunda Claudomira; eran dotadas de cuantas gracias puede tener una hermosura, sin las que con el estudio habían ellas adquirido, que era saber muchaslenguas, cantar y danzar; y Sol en particular sabía hacer excelentes versos. De esta dama habíaalcanzado un retrato Rosardo, príncipe de Dinamarca, mancebo bizarro y valiente; aunque tansoberbio que era mal querido de los vasallos de su padre por las demasías que con ellos usaba.Con el de Dinamarca tenía Casimiro firmadas paces, y acabábase el tiempo; de modo que

 presumían que volverían a sus temas antiguas de la guerra, porque el dinamarqués había perdido en las pasadas guerras doce fuerzas que le había ganado el polaco, y deseaba

cobrarlas, por ser las más importantes de su reino. Bien quisiera Rosardo que su padre nointentara guerra con Casimiro, porque estaba enamorado por el retrato de la bella infante Sol,y gustara mas de que se tratara de paces y casamiento con ella que de guerras. Era el de

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Dinamarca altivo y soberbio, al fin padre de Rosardo, que tuvo él a quien parecer, y no osabael hijo tratarle estas cosas, porque sabía cuán ofendido estaba del polaco. Tenía este príncipegrande amistad con el príncipe de Suecia Felisardo, y hallándose los dos en una caza generalque se hizo en los confines de los dos reinos, que duró casi un mes, el dinamarqués le mostróal sueco el retrato de la infanta de Polonia, y de solo verle quedó tan enamorado Felisardo,que desde aquel día no tuvo un punto de sosiego, con lo cual, por poder vivir, se determinó ir 

a Cracovia, corte del polaco, a ver este prodigio de hermosura: previno lo necesario, aunquedeterminó ir encubierto, y puesto en el camino le dejaremos, por decir lo que pasó en Polonia.Tenía Casimiro tanto cuidado con el encerramiento de Carlos, por ver el fin de la

experiencia que en él hacía, que siempre tenía la llave de la cueva consigo: y para llevarle lonecesario para su persona, y doctrinarle el maestro, se la había de pedir al rey; dióla en

 presencia de sus hijas algunas veces, cosa que puso deseo y cuidado en Sol dé saber dé dondeera aquella llave; y así un día llamó a Doristeo, el maestro de Carlos, y preguntóselo; mas él,como le estaba encargado aquel secreto, dijo que era de la librería de su padre. No se satisfizodé esto la hermosa Sol, y así el primer día que vio darle la llave al rey mandó a un paje que lesiguiese y tuviese cuenta donde abría con aquélla llave: anduvo él paje diligente en servirla, yobedeciéndola puntual, siguió a Doristeo, y vio que atravesando un ameno jardín del cuarto

del rey salía a la calle, y abría unos sótanos que estaban contiguos al palacio, volviendodespués a cerrar: esto le dijo a la infanta, la cual tuvo más deseo dé saber aquél secreto, yanduvo de allí adelante con más cuidado por saberlo. Un día que el rey se estaba paseando por una galería que caía a este jardín, había dado la llave de la prisión de Carlos a Doristeo; estovio la infanta, y tuvo cuidado, cuando se la volviese, para estar de secreto encubierta, y oír loque los dos platicaban. Volvió Doristeo a entregar la llave al rey, como acostumbraba, y

 pregúntale él: —¿Cómo está el preso?A que Doristeo respondió:

 —Prometo a vuestra alteza qué le tengo lástima; él está gallardo mozo, y tiene de unosdías a esta parte unas impaciencias de verse encerrado, que temo no se quite la vida con ellas,y así, si es llegado el tiempo en que vuestra alteza ha de hacer la experiencia que desea, tendré

 por acierto que le dé libertad para que salga, y se manifieste a todos. En cuanto a mienseñanza, no tengo ya que hacer, porque cuanto sé lo sabe, y con más eminencia que yo,

 porque en muchas cosas que me pregunta con vivo y claro ingenio me hallo atajado derespuesta. Vuestra Alteza disponga su salida, y no malogre con su prisión una bizarra

 juventud, que excede con las partes que tiene a muchas. —Presto —dijo el rey—, tendrá libertad Carlos, que aguardo a cierta ocasión para verle

libre, y entonces veré lo que tengo en él; en tanto será bien que se le hagan vestidos los máscostosos qué pudieren ser, porque como esto es contrario a lo que espero que se incline,deséate que con las galas no lo ejecute, y también con los regalos; y así te torno a encargar 

que en la materia de guerra no le trates, ni por el pensamiento, antes sepa de cosas de gusto, placer, música y deleites, porque con esto, teniendo puesto el gusto en ellas, no le llevará lainclinación a lo que su natural pide.

Quedó Doristeo muy encargado de servir al rey en lo que le mandaba, con que dejó su presencia. Toda esta plática había escuchado la hermosa infanta Sol con mucha atención,dejándola confusa, porque no podía dar en lo qué fuese con certeza; por una parte sospechabaque este Carlos, de quien habían hablado Doristeo y el rey, era hermano bastando suyo, que elrey su padre le ocultaba por algunos respetos que debían de importar. Este y otros discursoshacia la dama, mas como no sabía la verdad, no daba en lo cierto: con esto creció en ella másel deseo de saber esto; y así se determinó a tomar la llave al rey, y porque no hiciese faltahacer otra, y procurar salir de su confusión. Aquella noche se le ofreció ocasión para ello,

 porque habiéndole dado al rey cierto accidente que le obligó a acostarse, como lo supiesen lasinfantas sus hijas, pasaron a su cuarto a verle, y estando Sol a la cabecera de su cama, vio que

 por debajo de la última almohada de ella asomaba el anillo de la llave, con cuya vista se

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alegró sumamente, y entreteniendo al rey, pudo con disimulo sacársela, y guardarla en lamanga dé la ropa. Volvió a su cuarto, y llamando a un criado suyo, de quien en muchas cosashacia confianza, le encargó que en el más breve tiempo que fuese posible mandase hacerleotra llave como aquella, porque le importaba mucho; obedecióla el criado, y dentro de doshoras la tuvo en su poder, con que se alegró sumamente, agradeciéndole el cuidado con unadádiva de valor.

A la mañana acudió la infanta algo temprano a ver a su padre, y con el mismo disimulovolvió a ponerle la llave en su lugar, de modo que no fue echada menos, porque aun no habíavenido Doristeo por ella cómo acostumbraba para Ver a Carlos. No veía la hora la infanta deexaminar aquel secreto, y con el temor que tenía de ser descubierta aguardaba ocasión decumplir su deseo; ofreciósele muy a medida de él, porque dentro de dos días salió el rey acaza, y haciendo que Doristeo visitase algo de mañana a Carlos, llevósele consigo a estaholgura, habiendo de ser la vuelta el día siguiente a la hora de comer. Apenas vio la infanta asu padre ausente, cuando haciendo poner una carroza, la mandó entrar en el jardín; púsose enella, y saliendo por la puerta de él encubierta con las cortinas, llegó a la prisión de Carlosguiada por el paje que la sabía, sin quererse acompañar de otra persona: salió de la carrozasecretamente, haciendo esperar dentro de ella al paje, y abrió la puerta en ocasión que no fue

de nadie vista, por ser en parte sola aquella prisión. Con la codicia que llevaba de averiguar loque aquello fuese, olvidóse de cerrar la puerta por de dentro, y fuese entrando por la oscuridadde la cueva con más ánimo que su natural pedía: de esta suerte llegó a lo ultimó dé un callejónque venía a rematar en una pieza cuadrada, donde vio en un candelero de plata una velaardiendo que estaba sobre un bufete, y cerca de él un joven sentado en una silla leyendo en unlibro, cuya presencia le enamoró tanto, que desde aquel punto quedó sujeta al vendado hijo déVenus.

Volvió Carlos la cabeza al ruido de las pisadas que había sentido; y pensando ser Doristeo, le dijo:

 —¿Qué novedad es esta, maestro mío, venirme a ver tan a menudo?Con esto que la hermosa Sol le oyó hablar, se arrimó a la pared, atajada, sin poder dar 

 pago adelante, pesarosa ya de haber venido allí. Levantóse de su asiento Carlos, y tomando laluz, quiso ver quién era el que se escondía, y no le daba respuesta, y descubrió con ella un

 portento de hermosura, un erario de perfecciones; en fin, la más hermosa vista que sus ojoshabían tenido hasta allí: es circunstancia de esto saber que ya Carlos estaba solo en aquelencerramiento sin su ama y la mujer que le acompañaba, porque para servirle acudíasolamente un criado con la misma fidelidad de guardar el secreto de esto que Doristeo.Volvamos a Carlos, que así como vio a Sol quedó suspenso con la vela en la mano sin hablar 

 palabra. Estuviéronse mirando el uno al otro un rato, y quien primero rompió el silencio fueCarlos, diciendo:

 —Mi maestro me aseguró que la más admirable cosa que había de ver para alegría de mis

ojos era el sol, y así creo que el que me favorece en este oscuro albergue, y el que tengo presente, es esta criatura de Dios: dime si te llamas así, para que estime y venere tu persona.Respondióle la infanta:

 —Mi nombre es ese que dices: Sol me llamo, pero no el que tú piensas, porque ese no escriatura racional; que solo sirve de alumbrar la tierra y criar las plantas de ella con el ayuda desu calor.

 —¿Pues quién eres, replicó Carlos, que tanto deleite recibo con tu vista? —Una mujer, respondió la dama, que curiosa de saber este secreto he querido averiguarle;

y ya que lo he conseguido, te pido licencia para volverme. —¿Vienes con beneplácito de mi maestro? —dijo Carlos. —Sin él he venido —replicó ella—, que con mi industria pude hacer llave para esa

 prisión. —Luego en tu mano está el darme libertad ahora —dijo él.

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 —Así es —dijo Sol—, mas corre riesgo tu vida, y aun la mía, si por mi ocasión llegases asalir de aquí sin la voluntad del que te encierra.

 —Yo no conozco —dijo él—, superior ninguno, ni eso me ha enseñado mi maestro,aunque sé que se ha de obedecer a los reyes después de Dios. Desear uno su libertad, y

 procurar ser hombre quien ha sido tronco hasta aquí, es justo: perdóname que hasta saber quées la luz del día, por esta vez lo tengo de ver.

Poníale inconvenientes la hermosa infanta para que no saliese, pesarosa de no haber cerrado la puerta por de dentro; mas el joven, aunque aficionado a la dama, tomó el camino dela puerta, siguiéndole la infanta con mucho pesar de haber emprendido cosa con que había dedar disgusto a su padre. Llegaron los dos aun tiempo a la puerta, que abrió luego Carlos, sinoír persuasiones de la infanta que le rogaba no lo hiciese; salió por ella, admirándose de ver laluz del día, la hermosura del sol, y de todo aquello de que le había dado noticia Doristeo, y élhabía carecido en aquel encerramiento. Suspenso estaba de ver esto, sin acordarse ya de lahermosura del sol que tanto le había enamorado, tanto le divertía la novedad de lo queignoraba por práctica, cuando acertó a pasar por la calle un tambor tocando una caja deguerra, y iba a echar un bando por el rey: agradóse del rumor y son que hacía con las

 baquetas, y fuese embelesado tras él, sin reparar en que se reían todos de ver a un hombre de

su edad en buen hábito ir admirado de ver tocar una caja, no quitando los ojos del parche deella. De esta suerte siguió su camino dejándose a la infanta, la cual, afligida de haber sidocuriosa, se volvió a palacio, dejándose con la pena la puerta de la prisión abierta.

Volvamos a Carlos, que suspenso en oír la caja caminaba tras ella, hasta Hogar a una plaza donde se publicó el bando, el cual era que todos los hombres que fueren solteros, desdeedad de diez y seis años hasta cuarenta, se alistasen para la guerra que se esperaba contra elrey de Dinamarca, pena de la vida. Bien entendió el bando Carlos, digo lo razonado de él, mascon la advertencia que el rey dio a Doristeo, no tocándole en la materia de guerra, no sabíaqué cosa era; y así queriéndolo preguntar, vio venir hacia sí un hombre huyendo de otro, conuna espada desnuda en la mano; el que le seguía traía otra espada en blanco: detúvole Carlosdejando pasar al primero; mas viéndose detenido el segundo, le dijo:

 —¡Oh, qué mala obra me has hecho en estorbarme que siga a mi contrario! —¿Porqué causa? —replicó Carlos. —Porque ese hombre me dio un bofetón, con que me afrentó, fiado en que tenía valedores

cerca de sí, y no pude entonces vengarme de él, y ahora lo procuraba.Mientras esto decía el ofendido, Carlos miraba atentamente la espada que traía desnuda, y

muy pagado de sus acerados filos, le preguntó que qué era aquel instrumento. El hombre ledijo, admirado de su inocente pregunta:

 —Esta se llama espada. —¿Para qué es? —replicó Carlos. —Para adorno del hombre, y para defensa suya —dijo el otro—, porque con ella se

ofende y se defiende de su enemigo.Tenía Carlos en esta sazón la espada en la mano, y oyéndole decir aquello, le dijo: —¿Pues teniendo tú instrumento con que ofender a quien te ha afrentado, te estuviste

quieto por el temor, y no te defendiste? ¡Oh, cobarde gallina!, no estés más en mi presencia,que no me agradan hombres afeminados.

Con esto le tiró dos o tres cuchilladas, con que le hizo huir de allí, y se quedó muy ufanocon su espada en la mano, mirándola, y contentándose más de ella cada instante.Contemplando estaba en sus lucidos aceros, cuando se ofreció una cuestión en la misma

 plaza, y fue que vio venir acuchillando a un hombre tres, el cual se vino retirando a dondeestaba Carlos; él, que vio esto, se puso a su lado, y le defendió valerosamente, hiriendo a losdos, con que huyeron de su presencia todos, dejando libre al solo. Preguntóle Carlos que

 porqué le venían ofendiendo aquellos tres, y él le dijo que habiéndoles ganado al juego unacantidad de dineros, ellos sentidos de verse despojados de su caudal se los querían quitar acuchilladas, y lo hicieran si no fuera por tu ayuda.

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 —¿Qué es dinero? —le preguntó Carlos. —Este que traigo conmigo —dijo el hombre, riéndose de su simple pregunta.Mostróselo, y volvióle a decir Carlos:

 —¿De qué sirve este metal? —Este —dijo el hombre—, es aquello con que compramos cuantas cosas son necesarias

 para la vida humana; quien esto tiene en cantidad es estimado por ello, sube con su valora

dignidades, alcanza tener muchos amigos, y aun es causa de tener enemigos, como ahora seha visto, pues por tiranizármele me querían quitar la vida, que es la más preciosa joya delhombre.

Tenía en la mano Carlos una cantidad de reales que el hombre le había dado, y oyéndoledecir aquello, dijo:

 —Si esto es causa de perder un hombre la prenda que mas estima, ¿para qué se ha dehacer caso de ello?

Con esto lo arrojó en el suelo, acudiendo a tomarlo mucha gente del vulgo, que sobreapoderarse de los reales esparcidos, se dieron muchos mojicones, experimentando de nuevoCarlos que el dinero era peligroso en quien le gozaba, pues codiciándolo se procurarían quitar la vida por él, y que también era causa de ensoberbecerse los hombres poderosos con mucha

cantidad de aquel metal, con que se compraban todas las cosas. Estando en esto se vio cercadode ministros de justicia, que habiendo sabido haber herido a dos hombres, le venían a prender:dijéronle que se diese a prisión, y rindiese las armas: dos cosas le pedían que para el orgullo yaliento que había cobrado Carlos eran bien dificultosas de obedecer por él: lo de la prisión yase veía si lo aceptaría quien la había tenido tan larga desde que nació hasta aquel día; y lasegunda menos, pues habiendo oído que la espada era defensa del hombre, teniéndolaconsigo, no se la había de dejar quitar. Porfiaron a que se diese a prisión, mas él, colérico deoírles esto, les acometió con tanto brío, que en breve dejó dos hombres a sus pies sin vida.Acrecentóse el número de los ministros para prenderle, y también el de los heridos por defenderse, tanto era su ardimiento y valor, admirando a todos su arrojamiento; pero comocargó tanta gente a ayudar a la justicia, fue abrazado por detrás, y rendido, quitándole laespada, con que ligándole las manos fue llevado a la cárcel, donde le pusieron esposas a ellas,y una gruesa cadena a un pié, dejándole no poco impaciente de experimentar esto, porque sele figuró que había de durar otro tanto como la pasada prisión, y ser más rigurosa, pues en estale oprimían con hierros, cosa que no había tenido en la otra.

Dejémosle estar aquí, despechado de verse oprimido, y volvamos al príncipe Felisardo deSuecia, el cual llegó encubierto a Cracovia, Corle del de Polonia, el mismo día que salió de su

 prisión Carlos. Había tenido Casimiro con el padre de este príncipe grandes encuentros en susguerras, como valedor que fue del rey de Dinamarca, y deseaba el de Polonia vengarse de él,y así venía este príncipe encubierto, solo a gozar de la vista de la hermosísima Sol, y llevarseun retrato suyo, para tratar después casamiento con ella, y anticiparse al príncipe de

Dinamarca. Eritreo, pues, en la ciudad algo de noche, y todo el día siguiente estuvo Oculto;esta noche supo que había en palacio un sarao, porque habiendo venido él rey de caza aqueldía, quiso que se hiciese por divertirse. El de Suecia quiso ir de embozo, pero no se encubriótanto que un caballero polaco no le conociese; este se lo dijo a otro, y vino a oírlo un criadodel príncipe, el cual se lo dijo a su dueño dentro de la sala del sarao, advirtiéndole el riesgoque corría su persona si era conocida entre sus enemigos: vio a la infanta, y retiróse luego a su

 posada, yendo perdido de amores de ella. Al pasar por junto a la prisión de donde había salidoCarlos, encontróse con una muy grande tropa de ministros de justicia que veníanreconociendo a cuantos encontraban; y temiendo ser reconocido, adelantóse a sus criados, yarrimóse a la puerta de la prisión que fue de Carlos, la cual había dejado abierta la infanta,

 porque con él susto dé verle partir con tanta celeridad no se acordó de volver a cerrar, y así

apenas se arrimó Felisardo, cuando la puerta se abrió del todo: parecióle que el cielo disponíaaquello para que él no fuese conocido, y así echando de ver que había llave puesta en lacerraja, la quitó de ella, y encerrándose echó la llave por dentro, y se la guardó: luego que

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hubo hecho esto se fue entrando por aquella estancia, admirado de no encontrar con persona,y llegó hasta el primer aposento de ella, donde vio luz en una lamparilla, porque la de una

 bugía se había acabado; esta teñía siempre encendida Carlos, por carecer de la luz del día enla lóbrega estancia que habitaba.

Reconoció Felisardo el aposento, y vio en él un lecho de grana, con alamares de oro, yropa en él muy delgada: cerca de este lecho habla dos cofres con vestidos, que reconoció,

habiendo primero encendido una bugía que halló allí sobre un bufete: vio diversidad de libros,así de ciencias como de entretenimiento; admirándose de que en estancia donde había tantascomodidades para habitarla no estuviese su dueño. Aquí estuvo el extranjero príncipe hasta lamañana que se vistió; esto no porqué le avisase ser de día la luz de algún resquicio, por carecer de esto aquel albergue, sino que por la costumbre de su dormir, cuando despertó juzgóser de día. Levantóse, y apenas se había acabado de vestir, cuando oyó abrir la puerta deaquella estancia, cosa que le puso en no poco cuidado, por tener la llave él, y haber otra; eraque entraba Doristeo a que le llevasen lo necesario, el cual como le sintiese Felisardoescondió la luz de la lamparilla: reconoció Doristeo estar sin ella, y así le dijo:

 —Carlos, ¿parece que estás sin luz? —Así es —dijo Felisardo—, hablando en lengua polaca, que era en la que Doristeo le

habló. —Pues yo vuelvo —replicó él—, a que traigan luz y lo necesario.Ya tenía Felisardo prevenido un vestido de los que halló en un cofre, el cual a toda priesa

se le vistió porque no le hallasen con el que traía al uso de Suecia. Dióle lugar para esto elespacio que tardó en volver Doristeo con la luz; esta la trajo el hombre que acudía a servirle.Entraron dentro, y advirtiendo en la persona de Felisardo, le desconoció, diciéndole muyalborotado:

 —Mancebo, ¿quién os ha traído a este lugar en que habitaba otra persona? —Yo me he venido a él —dijo Felisardo—, hallando la puerta abierta. —¿Pues cómo —replicó Doristeo—, la puerta hallaste abierta? —Bien lo conoceréis —dijo Felisardo—, pues extrañáis que no soy el que aquí habitaba.Extraño fue el sentimiento que tuvo Doristeo de oírle esto, conociendo la mala cuenta que

había de dar al rey de lo que se le encomendó; pero el remedio que halló para librarse de sucastigo fue, que pues tenía debajo de su mano a aquel mancebo qué se había encerrado allí,que él supliese la falta del ausente, sustituyéndole; y así le dijo:

 —Joven (a quien no conozco), ¿qué causa lo ha obligado a entrar aquí sin licencia deldueño de esta estancia.

 —A librarme de mis enemigos —dijo Felisardo—, que me querían quitar la vida. —¿Pues cómo hallé cerrada la puerta? —replicó Doristeo. —Porque en ella había llave —dijo Felisardo.De esto se maravilló Doristeo, y le preguntó donde la tenía: mostrósela Felisardo, que no

debiera, que estaba encima de un bufete, de la cual se apoderó Doristeo por tenerle seguro para lo que habla pensado hacer, y luego le dijo: —En este albergue asistía por mandado dé nuestro rey un caballero de vuestra edad, el

cual no sé por cual medió ha conseguido su libertad, y se ha escapado de esta, que por haberleencerrado podemos llamar prisión, a donde no estaba por delito ninguno, sino por gusto delrey, para hacer cierta experiencia, que si era curiosa para su alteza, era muy pesada para el

 paciente. Yo os hablo claramente, a mí se me había cometido la guarda de este joven: yo hedado mala cuenta de él, no por culpa mía, sino por diligencia suya; el faltar dé aquí me ha decostar la vida, y así siendo primero yo que otro, habréis de prestar paciencia, y suplir por él entanto, asegurándoos de dos cosas. La primera que no os ha de venir ningún daño de esto; y lasegunda que yo procure que salgáis de este encerramiento con brevedad. El que se ausentó de

aquí se llamaba Carlos, vos habréis de suplir por él, tomando este nombre, volviéndoos aasegurar que procuraré en breve vuestra libertad, y quizá será para medra vuestra.

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Mucho sintió Felisardo que se dispusiesen sus cosas de modo diferente del que se pensó; pero considerando que de ser hallado por orden del rey, también había de ser preso, y que deesta suerte, fiándose de aquel caballero en lo que le prometía, podría ser mejorase de dicha, ledijo:

 —Yo, caballero, hice mal en no pelear con mis enemigos antes que encerrarme aquí; ya lohice, yo estoy dispuesto a pasar por la pena que me viniere: de vos me fío, que como caballero

trazareis modo como no me venga ningún daño.Reconoció Doristeo en los acentos de lo que hablaba que no era natural de aquel reino, yasí le dijo:

 —Holgaríame mucho de saber quien sois, con la misma promesa de que en nada seréisdeservido: fiaos de mí, y creed que soy caballero que os sabré servir en todo.

Parecióle al príncipe que le estaría bien descubrírsele, y así le dijo quien era, a lo quevenía, y lo que le había sucedido hasta entrar allí, dejando admirado a Doristeo oírle esto, y nodiscurriendo en el modo de haberse librado de allí Carlos. De nuevo se le ofreció, pidiéndolecon muchos encarecimientos que le ayudase a cumplir con el rey en su fidelidad, pues con esole libraba dé la muerte, que era infalible, a saber su descuido. Con esto le dejó lo que había decomer, sirviéndole el hombre, a quien encargó el mismo secreto, advirtiéndole que corría el

mismo riesgo por su persona que el mismo Doristeo. Con esto se dejaron al pobre caballeroencerrado, cercado de varios pensamientos sobre lo que sucedería de él. Sus criados fueron

 presos de la justicia, y tenidos por espías; diéronles graves tormentos porque confesasen a quéhabían venido allí, y ellos dijeron que pasaban adelante, y les obligó a hacer noche enCracovia el deseo de ver aquella gran corte: no pudieron saber de ellos otra cosa, que no fue

 poco no revelar el secreto de que su príncipe estaba allí encubierto.Volvamos a Carlos, el cual estaba en la cárcel preso; y habiéndose dado cuenta a los

 jueces de lo criminal como aquel hombre se había resistido a la justicia sobre prenderle, ymuerto dos hombres, le condenaron a muerte; pero en su descargo se ofrecieron algunas

 personas a jurar como aquel hombre estaba sin juicio, porque viendo tocar una caja de guerra,que echaban un bando, la fue siguiendo en cuerpo, muy admirado, que había arrojado eldinero, que había quitado a otro hombre la espada, y otras cosas de las referidas que por ellasse debía de argüir que estaba loco. No se satisficieron de esto los jueces, y quisieron verse conel preso, al cual hicieron algunas preguntas en términos jurídicos; pero como él no teníanoticia de aquellas cosas por su maestro Doristeo, a cada una preguntaba lo que era muy de su

 juicio, cosa que dio a los jueces motivo para echarle fuera de la cárcel, mandándole alistar enuna de las compañías que se hacían contra el de Dinamarca y Suecia, solo para que abultasecon la gente, porque en él conocieron que le faltaba capacidad, pues después de haberle

 preguntado su nombre no supo decir quién era, ni donde había nacido. Con esto salió Carlosde la cárcel, y comenzó a seguir la profesión de Marte, porque acabado el tiempo de las paces,asentadas entre el polaco y dinamarqués, se comenzaron los dos reyes con sus valedores a

 prevenir para volver a sus antiguas enemistades; y así a toda priesa con el publicado bando el polaco hacía gente; pues con la hecha sin dejarse ver apenas, salió por soldado ordinarioCarlos en una compañía de infantes, marchando para juntarse con el ejército del rey.

Doristeo, confuso y discursivo siempre sobre la libertad de Carlos, se vio con el rey, aquien suplicó que se sirviese de dar libertad a aquel joven, que ya estaba en edad para salir deaquel encerramiento. Estaba el rey con deseo de verle, y así permitió que saliese de allí, y quese le tuviese cuenta con las acciones suyas, para ver a lo que se inclinaba: con esto fueDoristeo a la prisión por Felisardo, a quien dio cuenta de lo bien que había negociado sulibertad, y díjole que se vistiese el más rico vestido de los que allí había, que eran de Carlos, yfuese a besar la mano al rey; obedecióle, y vestido lucidamente fue acompañado de Doristeo averse con el rey. Había la infanta oído algo de esta plática, y estaba aguardando a ver a Carlos,

que pensó que se había vuelto a la prisión. Llegaron Felisardo y Doristeo a la presencia delrey, que los estaba aguardando con grandísimo alborozo; ya el joven venía instruido de

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Doristeo en lo que había de decir, y para llevar su mentira adelante, y así luego que se postródelante del rey, le dijo:

 —Cuando hubiera estado más tiempo encerrado en aquel oscuro albergue por gusto devuestra alteza, lo debía de haber dado por bien empleado por llegar a recibir este sumo favor de besar su real mano: aquí está este humilde vasallo vuestro deseoso de seguir el camino demi padre en vuestro servicio.

Holgóse el rey de ver la persona del fingido Carlos, y abrazándole le dijo: —Costosa experiencia he querido hacer en vos, pero os ha de ser muy bien premiada por lo que habéis padecido; id a besar las manos a mis hijas para que os conozcan, que Doristeotendrá cuenta de vuestra persona, pues sustituye el lugar de vuestro padre.

 —En ese le tengo, serenísimo señor —dijo Felisardo—, y así le guardaré el mismorespeto que al que me dio el ser.

Llevóle Doristeo a la presencia de las infantas, a quien besó las manos, admirándose lahermosa Sol de verle, porque no olvidó tan brevemente las especies del verdadero Carlos desu memoria, que no echase de ver que este era otro, y no el que ella vio con tanto gusto en lacueva, y este cuidado la mudó de semblante, de modo que se lo conoció Doristeo. Ya sabíanlas damas que aquel caballero era el de la experiencia que hacía el rey, porque las infantas se

lo habían dicho, y así todas pusieron los ojos en Felisardo, que tenía buen talle, deseosas deque él se pagara de alguna de ellas.

Volvió Doristeo con Felisardo a la presencia del rey, y él le habló en varias materias,hallándole capaz de todo, porque en todas discurría bien. La última de que se trató, donde elrey quería comenzar a ver el efecto de su experiencia, fue de la guerra, tratándole de la que al

 presente tenía con el rey de Dinamarca, y el de Suecia, su valedor, y que iba disponiendo suejército para marchar con él contra los dos reyes, de quien tenía aviso que también se

 prevenían contra él. Aquí a nuestro fingido Carlos y verdadero Felisardo se le mudó elsemblante por dos cosas, de modo que el rey lo echó de ver. La primera, porque le pesó deque se hiciese la guerra contra su padre, y la segunda (que se le puede mejor dar nombre de

 primera, y más principal) porque el príncipe era pusilánime y de cobarde y afeminadocorazón, de manera que nunca se vio en ejercicio de armas, porque el poco brío y aliento lehizo caer muchas veces en vergüenza; lo que le dijo al rey fue que parecería mal al mundoque entre reyes que habían sido amigos (según estaba informado) hubiese tan reñidas guerras,de donde resultaba menoscabo de las haciendas y pérdida de vida; que si su voto valiera, él lediera antes a la composición que al rompimiento. No le pareció bien al rey esta primera acciónen el joven, cuando de su persona y edad se prometía que en oyendo nombrar guerra, y viendogusto en él de que se hiciese, él se había de ofrecer a servirle, y aun molestarle a que seapresurase a partir. Dióle cuenta el rey del bando que había echado, y de cómo ningúncaballero bien nacido dejaba de irle sirviendo; a que respondió con mucha tibieza que él losimitaría, pero estando siempre cerca de su real persona, pareciéndole que allí era estar en el

cuarto de la salud. Todo esto notaba el rey, y le pesaba mucho de que le saliese mal la crianzadel joven, y así le dijo: —Yo te tengo, o Carlos, por tan hijo de tu padre, que aunque has hablado tibiamente en la

guerra, puesto en ella sé que me molestarás para que te ponga en puestos peligrosos dondemostrar tu valor.

Aquí mucho más turbado que antes, respondió: —Yo haré lo que los caballeros que asisten a vuestra alteza cerca de sí —que fue lo

mismo que decir: estaría con los ancianos acompañándole; aunque la razón fue equívoca, noquiso el rey apurarle más en esto, mandóle que tuviese por posada la casa de Doristeo, y así lellevó a ella, pesaroso este de que en el príncipe hubiese tan poco valor que hablase así al rey.

Vinieron todos los caballeros de la corte a visitarle allí, y sacáronle a caballo a ver la

ciudad; en este tiempo había el rey dispuesto hacer otra prueba de este joven, y así un día que paseaba el terrero del cuarto de las infantas solo, aguardando unos caballeros que habíanofrecídole venir allí, mandó el rey salir a un balcón a una dama de las más hermosas de

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 palacio, y que le favoreciese, trabando plática con él. Era esta señora de las que más privabancon las infantas, llamada Laudomira; parecióle bien a Felisardo, y comenzó a llegarse hacia el

 balcón, y viendo la ocasión a medida del deseo para hablarla, la dijo: —Bien deseaba mi afecto la libertad del encerramiento que tuve, pues con ella carecía de

tantos gustos. —Muchos son los que se pierden sin ella —dijo la dama—, y esta corte perdía en vos un

gran caballero que la ilustrase. —Bésoos la mano por el favor que me hacéis —dijo él—; pero quiero advertiros que nohe mudado de estado en cuanto a estar preso, si bien es más dulce prisión la que padezco.

 —Nos os entiendo —dijo la dama—, mas infiero de esa razón que vivís contentos conalgún empleo.

 —Con el que tengo presente —dijo él—, que de solo haberos visto hoy con atención mehabéis robado la libertad.

 —Sin duda —dijo la dama—, estáis pensando en la brevedad de la vida, que no habéistenido espera, a que con más finezas o demostraciones yo conociera vuestra voluntad, puestan presto me la habéis dicho. —El estilo que se tiene en palacio, si no lo sabéis, es enamorar,servir y obligar sin declarar la pena hasta que el tiempo permita que se diga sin ofensa de la

dama; mas yo os disculpo, que copio quien ha pasado poco por estos lances, recluso en unencerramiento, no habéis sido curioso en informaos primero de lo que aquí se una en este

 particular. —Así es —dijo él—, pero ya que mi inadvertencia ha pecado en esta parte, no

desmerezca mi fe en dejar por eso de ser favorecido vuestro, y que tenga permisión paraserviros.

 —Yo os la doy —dijo la dama—, con tal condición que seáis muy firme, porque si veoque no lo sois, demás de la opinión que perderéis, me daré por tan ofendida, y procuraré muyde veras vuestro castigo.

Así se lo prometió Felisardo, aunque picado de la dama, que por razón de estado lagalanteaba, que él mas enamorado estaba de Sol desde que la vio la primera vez, pero deseaballevar adelante el engaño de ser el fingido Carlos, y así pasaba con él. Continuó algunos díasel galanteo, siendo ya público en palacio, y aun envidiado de algunas damas,

Otro día se ofreció ocasión de hablar Felisardo con la hermosa Laudomira en el mismo puesto, y ella le arrojó desde el balcón una banda por favor, de que Felisardo hizo muchaestimación. Todo esto ordenaba el Rey, el cual mandó a Darisio, un caballero de su cámara,que como que era galán antiguo de Laudomira, le sacase al campo y procurase quitarleaquella banda. Aguardó este caballero a que desamparase el príncipe el lugar en que habíarecibido el favor, y encontrándose con él, le dijo:

 —Señor Carlos, yo tengo necesidad de hablaros a solas fuera de este lugar, y aun de laciudad; si sois servido, veníos conmigo, que en breve sabréis para lo que sois llamado.

Parecióle a Felisardo que venía Darisio con disgusto, y que el llamarle era para tener conél alguna pesadumbre, y así le dijo: —Si es tan breve lo que me queréis decir, ¿para qué hemos de cansarnos en salir fuera,

 pudiéndolo saber dónde estamos? —No conviene —replicó Darisio—, y así haced lo que os pido.Hubo el príncipe de seguirle, bien cercado de temores, porque era en extremo tímido.

Salieron fuera de la ciudad, y habiéndose apeado y dado los caballos a sus lacayos, Darisio ledijo esto:

 —Señor Carlos, el ignorar que yo soy galán de la hermosa Laudomira, y más antiguo quevos, ha sido causa de haber inadvertidamente tratado de galantearla; por forastero y estar conmigo disgustada, ha querido despicarse con vos y llegado a favoreceros con esa banda; a

mí me importa que la corte no vea prenda suya en vuestro poder; y así os pido que me la deisde bueno a bueno, porque si no será fuerza que la cobre con la espada en la mano.

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Turbóse Felisardo viéndola resolución de Darisio, que no la quisiera tan determinada; yasí le respondió:

 —Señor Darisio, no puedo negar que esta banda que traigo no me la haya dado lahermosa Laudomira; yo no sabía que vos la servíades, y así no culparéis que yo admitiese elfavor; huélgome de haber sabido ser vos quien la festeje, y porque prendas en quien con verasno es favorecido están de más, hago cuenta que me ha dado esta banda para vos; tomadla, que

no es razón que yo traiga lo que se me dio más por despique que por voluntad.Dióle la banda, y muy ufano con ella Darisio quiso ponérsela luego al cuello, masFelisardo le pidió que no lo hiciese, ya que se la había dado. Condescendió Darisio con sugusto, y volviéronse los dos muy en paz a la ciudad, admirado Darisio de que el fingidoCarlos hubiese tan corto ánimo, que no le tuviese para defender el recibido favor. Vióse luegocon el Rey, a quien dio cuenta de lo que había sucedido, mostrándole la banda, con que seadmiró mucho, viendo cuan mal le salía el pronóstico del difunto Enrique, padre del que

 pensaba ser Carlos, y mandó a Darisio que publicase aquella mengua de Carlos por la corte,hasta ver si en otra ocasión hacia otro desaire como el sucedido, y así se lo prometió Darisio.

Hecha la prevención del ejército, se dispuso el Rey, habiendo nombrado general aDarisio, y él oficiales en los tercios, a partir de allí a dos días. No quedó en todo el reino

 persona de importancia que no fuese con el Rey; él hizo dar a sus criados muy buenas ayudasde costa para que fuesen lucidos, y entre ellos fue uno Felisardo, el cual, pareciéndole que ir contra su padre a pelear no era cosa que le había de estar bien, determinóse a pedir al Rey lenombrase por alcaide del alcázar de Cracovia, palacio real, con tres fines: el primero, de no ir d la guerra contra su padre; el segundo, procurar enamorar a la hermosa infanta Sol; y eltercero, para que si no era favorecido de ella, irse secretamente a su tierra. Este oficio le pidióal Rey, dejándole con mucho sentimiento de oír tal petición, porque aquello eradeclaradamente mostrarse cobarde y enemigo de ir a la guerra. Lo que le respondió fue:

 —Carlos, sois muy mozo para ese cargo; nunca le doy a caballeros de vuestros pocosaños, sino a personas que me han servido mucho, y ya por ancianos debo jubilarlos. Venidconmigo donde yo fuere, pues lo hacen todos los grandes príncipes y caballeros de Polonia, yyo mismo no me reservo de lo que me puede suceder; y adviértoos que en tanta juventud

 parece muy afrentosa cosa que excuséis el trabajo, y no sigáis a vuestros progenitores, quefueron tan grandes soldados.

Iba a disculparse Felisardo, mas no le quiso oír el Rey; lo que hizo fue mandarle apercibir  para el día siguiente, con que no se pudo excusar.

Partió el Rey de su gran corte en busca de su enemigo, donde le dejaremos marchandocon un ejército de veinte mil nombres, por decir lo que hizo nuestro Carlos con un trozo degente que había partido antes. Iba, como dije, por un soldado ordinaria, aunque muy estimadode su capitán por su buena persona. Estaba el enemigo fortificado tres leguas de donde hizoalto aquel trozo del ejército, y era un grande llano capaz para darse batalla campal; allí

quisieron fortificarse, pero habiendo pareceres en contra, pasaron una legua más adelante, yen un puesto más a propósito asentaron su real y se comenzaron a fortificar. Desde este puestoenviaron algunos soldados por espías del enemigo pan saber qué gente era la que traía y quédesignios; entre ellos fue nombrado Carlos, el cual, gozosísimo de ir a ganar nombre, seadelantó a los otros, y aquella noche, acercándose cuanto pudo a las trincheras del contrarío,

 pudo toparse con otra espía que se despachaba a lo mismo que él para saber del ejército polaco lo que hacía y determinaba; pidiéronse el uno al otro el nombre, y como no se le pudiesen dar por ser de contrarios ejércitos, lo remitieron a las armas; en breve despachó conla espía contraria Carlos, porque murió en sus manos. Sucedióle a este espía otra, y siguió los

 pasos de su compañero; y llegando otro soldado en seguimiento de los dos difuntos, Carlos peleó con él y pudo rendirle y llevársele prisionero a la presencia de su general, a quien dio

cuenta de lo que le había sucedido, y del mismo prisionero se certificó el general, estimandoen mucho el valor de Carlos. Allí supo la gente que traía el contrarío y cómo venía con

 presupuesto de ganar un puesto eminente, para desde allí estar ventajoso al contrario para

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cualquier facción; mandóle poner a recaudo el general, y a Carlos le hizo luego alférez de unícompañía de caballos. Desde aquel día atentado con el premio este joven dio másdilatadamente a conocer su valor, porque teniendo un encuentro con el enemigo sobre elreferido puesto, defendiendo el ganarle, m vio pelear con mucho aliento y brío, matandomuchos enemigos, hasta que pudo prender a un coronel de los mejores soldados que tenía elde Dinamarca. Todo esto fue a vista del Rey, que desde una colina pudo ver la batalla y en

ella las proezas de Carlos. Murió gente de una parte y otra, y húbolos de hacer retirar lanoche; mandó el Rey llamar a Carlos, y por lo esforzado que anduvo en la prisión del coronelle hizo espitan de caballos de su misma compañía por muerte del que la gobernaba. Yatenemos espitan a nuestro héroe, con no poca envidia de muchos soldados.

Continuóse la guerra, y por no ser largo en referirla por menudo, digo que la última batalla que se dio, que fue la campal, habiendo peleado los reyes por sus personas, vio el dePolonia hacer hechos portentosos Carlos. Hallóse el Rey sin caballo, que se le habían muerto,y él apeándose del suyo se le dio, y a fuerza de armas cobró otro, con que se metió por lo más

 peligroso de la batalla, hiriendo y matando a cuantos topaba hasta llegar a encontrarse con elestandarte real del rey de Suecia, que iba cerca de él; allí, ayudado de solo su valor, se entró

 por lo peligroso de las armas, y pudo prender al rey Floriseo de Suecia, encomendándole a

cuatro soldados que eran de su compañía, y él yendo delante haciendo con su espada lugar hasta que le dejó en puesto seguro en una tienda de su maestre de campo. La batalla tuvo fincon la muerte del rey de Dinamarca, con que el ejército se desbarató y puso en huida,siguiendo el alcance lo que duró el día la gente del Polaco. Con esto se retiraron los dePolonia, y el maestre de campo, a quien se entregó el rey de Suecia preso, quiso ganar lasgracias con lo que Carlos había peleado a costa de su sangre; y así, tomando al Rey en sucompañía, le llevó a la tienda del de Polonia y se le presentó, diciendo que él por su persona lehabía preso. No se puede decir el gusto con que el polaco le recibió; hízole muchas honras almaestre de campo, y después mochos agasajos al prisionero, el cual no pudo sufrir que aquelsoldado usurpase la gloria al que le había preso, y así le dijo:

 —Mi suceso no es nuevo en lances de guerra, pues de la manera que ha sido mi prisión pudiera haber sido la tuya a tener al cielo de mi parte; sería novedad que quien no me ha preso peleando gozase de la gloria del premio; y así, lo primero que te advierto, oh rey de Polonia,es que sepas que quien me prendió no es este caballero; menos edad tiene, y creo que le oínombrar Carlos.

Tenía ya el Rey noticia de Carlos por el servicio que le había hecho aquel día con darle sucaballo, y así mandó llamarle, muy enfadado con el maestre de campo por la tiranía quequería usar con el verdadero autor de aquella hazaña. Mandóle dejar su presencia y el cargoque tenía y que le buscasen luego a Carlos; muchos se dispusieron a buscarle por dar gusto alRey, que le vieron deseoso de tenerle en su presencia, y con la diligencia que hicieron lehallaron que venía a curarse de dos heridas que traía, aunque no peligrosas. Llegó a besar la

mano al Rey, el cual le echó los brazos al cuello, diciendo: —Bien sea venido el nuevo Aquiles de mi ejército; llegad, Carlos, que así me dicen osllamáis, que quiero honraros con el cargo que vuestro maestre de campo ha perdido por ambicioso, pues deseaba quitaros la gloria que vos merecisteis a costa de vuestra sangre, por haber preso al rey de Suecia; este os doy con cuatro mil escudos de renta.

 —Besósle la mano Carlos por el favor que le hacía, y pidióle licencia para irse a curar;diósela el Rey, mandando que la cura se le hiciese en una tienda que tenía de respeto cerca dela suya, adonde quiso que se alojase. Siguiéronle muchos caballeros, deseosos de agradar alRey, y así por lisonjearle le comenzaron desde aquel día a cortejar acompañándole.

 No permitió el Rey que el de Suecia se alojase fuera de su tienda, y así le tenía en sucompañía, siendo este agasajo algún consuelo para la pena de su prisión. En dos sillas estaban

sentados los reyes cuando acertó a venir a la tienda Felisardo, el cual, mientras duró la batalla,ahorrándose de peligros, se había retirado fuera de ella, y desde el lugar que escogió paraseguro de su persona vio toda la refriega, y ahora venía entre la tropa de la gente A ver al Rey;

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 pues como entrase en la tienda acertó a poner en él los ojos su padre el de Suecia, el cual, sin poderse contener, se levantó con los brazos abiertos, y se fue para su hijo, diciendo:

 —Felisardo mío, en buen hora te vean aquí mis ojos, que tanto han sentido tu ausencia, yel no saber dónde estabas.

 No pudo Felisardo huir el cuerpo a este impensado suceso, y así toda su máquina dio entierra, con pedirle al Rey su padre la mano y besársela. Novedad se le hizo al Rey ver el favor 

que el de Suecia hacía al que tenía por Carlos, caballero de su corte; y así le preguntó que dedónde conocía a Carlos. —A Felisardo dirá vuestra alteza —dijo el sueco—: conózcole de que es el heredero de

mis estados y príncipe de Suecia.Volvió el polaco con esto al príncipe, y díjole:

 —¿Vos no sois Carlos el que yo tuve recluso en una cueva? —No, Señor, dijo Felisardo, si bien es verdad que en esa cueva me retiré temiendo ser 

conocido en vuestra corte, por las diferencias que entre vuestra alteza y mi padre había.Aquí se quedó el Rey admirado y confuso con lo que le oía, no sabiendo cómo se había

abierto la prisión da Carlos; y para certificarse mejor, determinó enviar a llamar a Doristeoeso el correo que despachaba a sus hijas avisándolas de la victoria; así lo hizo aquella noche

 porque le sacase de la confusión en que estaba. Cenaron los dos reyes y el príncipe Felisardo juntos, y mientras se daba orden en hacer curar los heridos y enterrar les muertos, hubo lugar de llegar el correo a Cracovia y dar las cartas a las infantas, que se holgaron mucho con lafelice nueva de la victoria; y sabiendo que el Rey enviaba a llamar a Doristeo, le cometieronel visitar a su padre de su parte y darle la norabuena de su dichoso suceso. Llegó Doristeo alejército, y habiendo hecho su embajada de parte de las infantas, en presencia de muchoscaballeros que acompañaban al Rey, este se apartó con él a un retiro de su tienda, a quien dijoestas razones:

 —Doristeo, bien se te acordará que corrió por tu cuenta la crianza de Carlos,depositándole tú en aquel retiro y encerramiento, para experimentar en él la inclinación quesacaba de allí: curiosidad que yo emprendí hacer por lo que oí a su padre; tú me ibasinformando cada día de cuanto se pasaba con él, y tenía avisos, así de sus condiciones comode lo que aprendía de ti. Después de tenerle allí veinte años y más, me suplicaste que le sacasede allí, que ya tomaba con impaciencia aquel retiro; ye vine en lo que me pediste, y así salió;trujístemele a mi presencia, al cual examinándole en la suficiencia, no me descontentó; mas

 probándole en el valor; le hallé con un natural temor, ajeno de ser hijo de tal padre. Prosiguióen esto con la prueba que hice de la banda, y vi ser tan pusilánime que se la dejó llevar aDarisio. Después vi que el venir a la guerra lo hizo de mala gana, antes procuraba excusarlocon pedirme el oficio de alcaide de mi alcázar. Aquí sé cuan mal ha probado, pues en esta

 batalla última me han informado que infame y encogidamente se retiró de pelear, cuandotodos hicieron su deber en mi servicio. Este joven que he tenido por Carlos ha parecido ser 

Felisardo, príncipe de Suecia; él me ha dicho que salió del encerramiento de Carlos, y por noser conocido se valió de la astucia de ser tenido por él. A mí bien me pudo engañar, que nuncavi a Carlos, más a ti no puede ser. Yo deseo salir de esta confusión, y para eso te he enviado allamar. Pues estamos solos, dime la verdad de lo que en esto sabes con claridad, porque de nolo hacer, no tienes segura tu cabeza.

Turbósele él semblante a Doristeo, y balbuciente en las palabras, dijo de rodillas estas: —Invictísimo Casimiro, rey de Polonia y señor mío, yo no te pienso negar nada de lo que

me mandas decir, aunque me cueste la vida, y si lo he hecho hasta aquí, ha sido por defenderlade tu rigor, pues era cierto que me habías de mandar cortar la cabeza. Yo entrando como solíaa la prisión de Carlos hallé a este joven en ella, cosa que me causó no poca admiración.Pregúntele que quién le había traído allí, y él me dijo que había hallado aquella puerta abierta,

de donde infiero que el mismo Carlos no pudo salir de allí, sino que alguno le sacó con otrallave que hizo, porque esa la tenía en mi poder. Temiendo, como he dicho, tu rigor, me valí dehacerte aquel engaño; no es posible escondérsenos Carlos, que no sea conocido de mí.

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Oyendo el Rey esto, le vino al pensamiento si aquel caballero que tan hazañosos hechoshabía ejecutado en la guerra era Carlos; pues tenía este nombre, y así se lo comunicó aDoristeo. Preguntóle al Rey por las señas de él, y dándoselas, vio que era el mismo, con que elRey recibió extraño gusto; y para verificar más esto mandó a Doristeo que de su parte fuese avisitarle a su tienda, que estaba herido en la cama; hízolo Doristeo con no poco alborozo,deseando que fuese aquel caballero herido el fugitivo Carlos. Entró Doristeo en su tienda, y

hallóle en la cama, con cuya vista fue grande la alegría que recibió. No menos la tuvo Carlos,que echándole los brazos al cuello le dijo: —Padre mío —que así le llamaba como le había criado y doctrinado—, ¿qué venida ha

sido esta aquí que tanto regocijo me habéis dado con vuestra presencia? —Más le recibiréis, hijo de mi alma, dijo el anciano Doristeo, si supiésedes de qué parte

vengo a visitaros.Sentóse en una silla y díjole cómo el Rey le mandó que de su parte supiese cómo se

hallaba de las heridas, y que después de saber de su salud, deseaba conocerle por el que habíatenido encerrado en la cueva, y que de esto le había de resultar gran bien. Holgóse Carlosmucho de oír aquello, y díjole que las heridas no eran cosa de consideración que le obligasendesde ese otro día a estar en la cama, que besaba a su alteza su real mano por el favor que le

hacía sin méritos de su parte. Aquí le preguntó Doristeo cómo había salido de la cueva, y él ledijo que una bizarra y hermosa dama le abrióla puerta, de cuya vista quedó muy pagado; ycon esto le contó cómo la había dejado por irse tras el son de la caja de guerra, con todo lodemás que le sucedió, admirándose de oírselo Doristeo, porque no llegó a saber la resistenciade la justicia ni su prisión, ni tampoco daba en quién pudiese ser la dama que le abrió.Preguntóle las señas de su rostro, y como aquel que las tenía muy en la memoria, se las dijo,con que Doristeo presumió que sería la infanta Sol, pero no daba cómo hubiese podido hacer llave para la puerta ni aun saber aquel secreto. Estúvose con Carlos Doristeo una hora, y alcabo de ella se despidió, y fue a dar al Rey cuenta de que el herido era el verdadero Carlos.Holgóse el Rey de esto, y no veía la hora de verle; esotro día cumpliósele su deseo, porqueCarlos fue a besar la mano al Rey, y él le honró mucho, y le hizo conde con diez mil escudosde renta. Supo allí Carlos quién era, y el Rey dijo en presencia de sus caballeros la prueba quehabía hecho de él y cómo salió cierto lo que había dicho Enrique, su difunto padre, de lainclinación española, pues por tenerla a las armas, había señaládose en ellas más que todos yocupado el puesto que gozaba.

En este tiempo murió el general Darisio de una aguda enfermedad que le dio, con queluego ascendió a aquel puesto Carlos, encomendándole el Rey su ejército y dándole orden

 para que con él siguiese al de Dinamarca hasta hacerle guerra; se entró en su tierra, y él se fuea Cracovia, donde fue recibido con mucho regocijo de toda la ciudad, haciéndose muchasfiestas por la victoria; llevóse al rey de Suecia y a su hijo Felisardo consigo, teniéndolos en sucorte en forma de presos, sin salir de un cuarto de su palacio, que era no poca pena para

Felisardo, porque estaba muy deseoso de galantear a la hermosa Sol, con quien deseaba casar,y así le había dado de esto parte al Rey su padre.Volvamos a Carlos, que con su ejército entró en Dinamarca, y a dos jornadas se encontró

con el del Rey nuevo, a quien osó dar batalla campal, en la cual fue también preso como el deSuecia, por demasiada alentado y haber querido empeñarse en lo peligroso dé la batalla. Suejército, viendo preso a su Rey, se desbarató, y volvió a entrarse la tierra adentro; no quisoseguir Carlos el alcance por ser ya la entrada del invierno y comenzar los fríos en aquellatierra, que son grandes, y así se volvió a Cracovia, donde se le hizo un recibimiento muygrande, por mandarlo así el Rey. Besóle la mano, y de él oyó muchos favores, con no pocoenvidia de los caballeros de su corte. Al nuevo rey de Dinamarca aposentaron en otro cuartode palacio, dándole gente que le sirviese y guarda que asistiese a tener cuenta con él.

El segundo día que Carlos llegó le hizo el Rey su almirante, dándole tierras y todo cuantoera de su padre. Con esta merced fue a besar la mano a las infantas, que ya lo deseaban, en

 particular la hermosísima Sol, que desde que le vio la primera vez le amaba Así conoció

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Carlos que quien le había dado libertad en la cueva era Sol, con cuya vista quedó muyenamorado.

Las dos hermanas le hicieron muchas honras, que así se lo mandó el Rey. Con esto Carlosera el más estimado caballero de la corte de Polonia, y a quien todos cortejaban y aplaudían

 por dar gusto al Rey, el cual le comenzó desde entonces a ocuparle en el manejo del gobiernodel reino, hallando en él grandísima capacidad para todo.

En medio de estas felicidades fue el cielo servido de querer llevarse al rey de Polonia.Dióle una enfermedad en tiempo que los reyes de Dinamarca y Suecia trataban de medios de paz. Esta se hacía con ofrecerle feudo cada año, y así se concertó. Tenía el enfermo Casimironoticia de cuan gran soldado era el rey de Dinamarca, y también la tenía del encogido ánimodel príncipe de Suecia, y así escogió al primero para yerno suyo, casándole con la segundahija; esto dispuso hacer, aunque no lo publicó hasta que vio que su mal se aumentaba,manifestando los médicos que estaba muy de peligro. Visto esto, mandó juntar a los grandesde su reino, y hallándose todos en su aposento, y Carlos entre ellos, dijo estas razones:

 —Grandes y príncipes de Polonia, mi enfermedad crece de modo que los médicosafirman que es mortal. He mandado juntaros para deciros que la felicidad de un reino consisteen tener rey que le sepa gobernar con valor y prudencia; el valor para saber defenderle de sus

enemigos, y la prudencia para saber guardar justicia, dándole a cada uno lo que le pertenece.Yo no dejo varón que me suceda; el reino ha de heredar Sol, mí primera hija, la cual deseoque halle muy buen empleo en príncipe que tenga las calidades que he dicho; de loscomarcanos a este reino no hallo ninguno que me contente, y más por el inconveniente quehay en que, si caso a mi hija con príncipe heredero de reino, darále primer lugar al suyo antesque al mío, y al reino de Polonia no le está bien admitir segundo lugar, siendo tan poderosoque merece el primero. Para esto he considerado que mi hija case con vasallo mío, y este conlas calidades que he dicho: muchos hay que la merecen, mas el que más acción tiene a ser interesado en este favor es Carlos, a quien para experimentar su inclinación tuve en unencerramiento desde que nació hasta la edad de veinte años, poco más. Este es mi gusto,Carlos se case con mi hija Sol, y sean mis herederos, y a esto no me hade contradecir ninguno, pena de la vida. En segundo lugar, quiero que el rey de Dinamarca case conClaudomira, mi segunda hija, obligado siempre a la promesa del feudo que ha prometidodarme; y Felisardo, si gustare, le daré a mi sobrina Clarista, hija de un hermano mío, que por su muerte tengo en tutela.

A todo esto no le replicó vasallo, antes todos con mucho gusto se holgaron tener a Carlos por su rey, el cual, besando la mano a Casimiro, dio la mano a Sol, desposándolos elarzobispo de Cracovia, que se halló presente: lo mismo hizo el de Dinamarca con Claudomira,y Felisardo con Clarista, que fueron llamados allí para este efecto, estando de ello muygustoso el rey de Suecia. Apretóse el mal del polaco, con que murió dentro de tres días;hiciéronsele suntuosas exequias, y acabadas, fueron luego jurados por reyes de la Polonia

Carlos y Sol, con que los lutos se convirtieron en fiestas; los demás señores se fueron a susretiros con sus esposas, donde vivieron con mucho contento, y Carlos mucho más, que fuemuy valeroso rey.

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EL DUENDE DE ZARAGOZA

De La Quinta de Laura (1649)

Zaragoza, insigne y antigua ciudad, la principal del reino de Aragón, fue patria de la máshermosa dama que conocieron aquellos tiempos en la Europa; así se celebraba por superior ensu hermosura la discreta Leonarda. Era única hija de sus padres de la más ilustre familia delreino. A la fama del grande lote que tenía (por ser inmediata a heredar un rico mayorazgo),había muchos que la pretendían por esposa, Entre los caballeros que la festejaban con eldecoro y respeto que a su calidad se debía era don Jaime de Luna, caballero noble y rico; elotro era don Carlos, no inferior en calidad, si en la hacienda lo era a éste, por ser hijo segundode su casa.

Era don Carlos caballero de veintidós años, gentil persona, buen rostro y proceder generoso, apacible de condición, y en las gracias adquiridas y naturales consumadísimo;

 porque además de su ingenio (que le tenía clarísimo) hacía versos con mucha gala, sin ser enesto mordaz, que la agudeza, aplicada a la mordacidad, no debe ser alabada, sino aquella queen honrar a todos luce y campea. Andaba diestramente a caballo en las dos sillas, siendo elque en las fiestas que se hacían torneaba con resolución y justaba con alientos, pues eratemido su brazo de los feroces brutos que las verdes riberas del caudaloso Ibero crían yalimentan. Con esto era valentísimo caballero; sólo le faltaba tener bienes de fortuna, lomucho que su persona merecía, pues heredando su hermano mayor el mayorazgo de sus

 padres, le daba unos cortos alimentos de quinientos ducados, con que pasaba con máslucimiento que él con cuanto tenía, si bien lo gozó poco, muriendo recién casado y dejando un

solo hijo, que le heredó, para que por su vida don Carlos no gozase lo que le pudiera hacer lucidísimo en su patria.Este caballero era uno de los pretendientes principales de la hermosa Leonarda, a quien

ella deseaba favorecer por inclinación, si no conociera en la avaricia de su anciano padre quese inclinaba a don Jaime, su competidor, por más rico. Procuraba don Carlos lucir en los autos

 públicos con su corta hacienda, ayudado de la que tenía una hermana suya, doncella, que vivíacon él (cuyo nombre era Luciana), mas era corta la competencia en cuanto al poder, y teníadon Jaime ganada la voluntad del padre de Leonarda, con que tratándose su casamiento hubode que darse don Carlos sin la prenda que amaba y servía. Si en mano de doña Leonardaestuviera hacer elección y casarse por su gusto, cierto era que no eligiera otro que a donCarlos; mas como era fuerza obedecer a sus padres, guiada por su inclinación hubo de

obedecerles y admitir por esposo a don Jaime, el cual celebró sus bodas con muchos regocijosque a ellos hicieron sus amigos, que tenía muchos; sólo en ella no se halló don Carlos, con el

 justo sentimiento de perder al dueño de su alma. Retiróse a una aldea que era' de su sobrino, yallí con su hermana pasaba con suma melancolía, informándose de cómo le iba con el nuevoestado; decíanle que se querían mucho los novios, con que perdía la paciencia. En estasoledad do la aldea, a los quince días del empleo de Leonarda quiso manifestarle en versos la

 pena que padecía, viéndole en ajeno poder; y así, valiéndose de una dama, amiga do la reciéncasada, la envió éstos, la cual, hallando ocasión de verse con ella a solas, se los dio, y ella losleyó, que decían así:

Si a un ausente, ya olvidado,

 permites, bella Leonida, publicar quejas al aire

de sentimiento y envidia,

Clorindo, pastor que al Ebro

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 sus márgenes verdes pisa,

 y con llanto de sus ojos

las agosta y las marchita,

rompiendo los aires vagos

 sus cuidados comunica

con las peñas que en sus ecos

le vuelve ansias repetidas; siente con razón su pecho

que goce con mayor dicha,

quien, sin méritos de amante,

 sus bienes le tiraniza.

Siente que los bellos rayos,

que su beldad comunica,

como águila perspicaz 

los mire atenta su vista.

Siente que el comunicarle

amor, que las almas liga,

 ya con nudo indisoluble sean una cosa misma.

Siente que este bien le usurpe

una ambiciosa avaricia,

madrastra que con rigor 

aun sin delitos castiga.

Siente que por obediente

tu voluntad no resista

empleo que fue en agravio

de una fe tan bien nacida.

Y cuando a tanta memoria

que me aflige y me lastima,

no diera acuerdos pasados

que el corazón martirizan,

la soledad de estos bosques

me da en experiencias vivas

tantos recuerdos de penas,

que han de acabar con mi vida.

Considero en un aliso

dos amantes tortolillas,

que con amor conyugal 

 se están haciendo caricias.Veo a la yedra del olmo

a su tronco tan unida,

que con prisión de esmeraldas

de abrazarle no se quita.

Veo a la vid amorosa

que al verde álamo se aplica,

con vínculos de amistad 

que su gusto solemniza.

Si en los ejemplos del campo

las plantas vegetativas

 sus halagos los frecuentan, sus amores multiplican,

quien racional ha nacido,

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cuando a una fe que la obliga,

la dará aumentos de paga

 para su mayor estima.

¡Ay, Leónidas, de mis ojos

aun apenas conocida

de mi alma, cuando ajena,

no puedo llamarte mía!Goza de tu caro esposo

con más dilatada vida

que lo que tendré, pues veo

que tendrá muy breves días.

Y quien sin fortuna nace

muera entre tantas desdichas,

que es bien de los desdichados

cierto aliento y cierta pira.

Procuró don Carlos volver presto a Zaragoza en compañía de su hermosa hermana; trató

de divertirse, ya en ejercicios militares, como solía, ya en la caza, a que era inclinado, y ya en jugar. Ofrecióse un día en la casa de juego tener palabras con don Lope de Lizana, caballerode los nobles de Aragón, y empeñáronse tanto en ellos, que la soberbia de don Lope (pocoreportada de la cordura) le obligó a decirle una palabra injuriosa a don Carlos, el cual, paradescargarse de ella, sacando una daga dio dos puñaladas a don Lope, con que en breveespacio le quitó la vida. Revolvióse la casa del juego, porque de entrambas partes habíavaledores y amigos; tenía más granjeados por su apacible trato don Carlos, y ellos pudierondarle escape, con que se pudo ausentar d^ la ciudad. Acriminóse el caso, y más teniendo por contrario al virrey, que era .algo deudo del difunto, con que trataron de remitirlo los deudos avenganza. La justicia hizo las diligencias que le tocaban en buscar al homicida, y los parientestambién, en particular un hermano de don Lope, llamado don Ximen, caballero alentado y no

menos soberbio que el difunto. Obligóle con esto a don Carlos a buscar reino extraño; y así,desconocido, se pasó a Francia, adonde estuvo, mudado el nombre, cosa de medio año sinsaberse de él si no era su hermana y dos amigos muy íntimos suyos, que dilataron por Zaragoza estar en Nápoles; con que los deudos del muerto le fueron a buscar allá por orden dedon Ximen, que por hacer mejor su hecho se quedó en Zaragoza.

En este tiempo don Jaime, esposo de la hermosa Leonarda, tuvo una peligrosaenfermedad, de que murió en pocos días, no dejando hijos ni esperanzas de tenerlos por haber 

 poco tiempo que era casado. Tuvo aviso de esto don Carlos, el cual estaba impacientísimoviendo que por aquella muerte se privaba de volver a festejar a su viuda Leonarda; no faltarongalanes codiciosos del buen dote de la dama que se ostentaron pretendientes suyos,comenzando a galantearla. Ella estaba muy sentida de la muerte de su esposo, que le quería

 bien, y no trataba de dar oídos a ningún casamiento que sus padres la proponían,suplicándoles la dejasen por entonces gozar de su estado, que no tenía mucha edad para correr riesgo no dar sucesión a su casa. Bien se acordaba de su don Carlos, más veía ser su venidaimposible sin riesgo de su vida; lo que hizo fue tener muy estrecha amistad con la hermosaLuciana, hermana de don Carlos, de modo que siempre estaban juntas. Había quedado estaseñora muy pobre con los gastos de su hermano, y como en los tiempos que corren se miramás a la hacienda que a la virtud y nobleza, no había quien la festejase para casarse con ella.Dejémosla en este estado, y a Leonarda muy acariciadora suya, y volvamos a Carlos.

Considerando Carlos que su ida a su patria corría peligro, y que viendo a Leonarda viuday no la asistiendo la volvería a perder, trató de estar de secreto en Zaragoza y procurar por cuantos medios pudiese efectuar el casamiento con esta dama, que después de hecho se

 buscarían medios para componerse con sus enemigos.Partióse con esto de París, donde estaba, avisando a don Artal de Bolea, amigo íntimo

suyo, cómo partía de Francia, y que deseaba estar de secreto con él en uno de sus lugares.

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Quisiera don Artal disuadirle de que tratase de venir a Zaragoza, por el peligro que podíatener su venida sabiéndolo sus contrarios», y cuando le avisó de esto ya estaba él en el reino yaun en la aldea de don Artal. Recibióle con mucho gusto, pidiéndole que no le cegase tanto elamor de Leonarda que se atreviese a perder su vida, pues era cierto que se la procuraríanquitar sus enemigos.

 —Antes —dijo don Carlos— tengo pensada cierta cosa, que si me sale conforme la tengo

imaginada, espero verme de mejor fortuna.Quiso don Artal saber lo que era, y don Carlos le dijo: —Vuestra casa, amigo don Artal, está en la misma calle de la hermosa Leonarda, tan

enfrente de ella, que miran sus balcones a los vuestros. Vos estáis en esta aldea retirado por ahorrar gastos que habéis hecho, con que vuestra casa está en empeño, cordura de loscaballeros que no pueden pasar conforme piden sus obligaciones, donde con dos años deretiro se hallan sobrellevados. Lo que yo he imaginado es que encerrado en vuestra casa, conun ingeniero que de Francia he traído conmigo, él haga una mina desde vuestra casa a la deLeonarda, de modo que venga a comunicarse con la cueva que dentro tiene, y esto es fácil,

 porque si bien me acuerdo de una vez que me bajaste a vuestra cueva, corre lo que está obradoen ella hacia la parte donde puedo estar la que tiene la casa de Leonarda. Como yo consiga la

correspondencia de las dos cuevas de modo que yo pueda pasar a la casa de Leonarda,dejadme hacer, que yo sabré volver al estado de valido suyo de modo que ella sea mi esposa.

Admiróse don Artal de ver cuánta sutileza tiene un amante en aquello donde interesafavor y medro. Aprobó su traza, y dispúsose que don Carlos se fuese sin ser visto a su casa, yque el secreto de estar allí don Carlos se fiase de un criado suyo, hombro anciano y antiguo ensu casa, a quien él tenía en ella desde que se vino a la aldea. Todo esto hecho, Carlos se viodonde deseaba, llevándose consigo al ingeniero francés, el cual trató de dilatar un callejón quetenía la cueva (llamado caño en Aragón), y éste hacerle de modo que se comunicase con elque tenía la casa de la dama. Metieron hombres en la obra, diciendo que don Artal la mandabahacer, con que en breve tiempo vinieron a comunicarse las dos cuevas, dejando un pequeñoagujero entre las dos capaz para sólo poder entrar por él un hombre.

Era aquella cueva muy poco frecuentada de la familia de don Fernando, padre deLeonarda, y así no fue sentido el rumor de la obra, por ser en la anchurosa calle del Coso, tancelebrada en roda España por ilustrar tanto a aquella ciudad, con haber sido en el estrago deinnumerables mártires que perdieron sus vidas en defensa de la ley católica, en tiempo delcruel Daciano.

Hecho todo a propósito de lo que había menester don Carlos, aguardó a que en una nochetodos estuviesen en quieto silencio, y llevándose una luz bajó a la cueva, por donde caminóhasta verse en la de la casa de Leonarda. Pasó por ella, y habiendo mirado bien sus pasos por las partes donde carecía de luz del día, vino a salir donde tenía la puerta, que era un obscurorincón del patio; a veinte brazas de esta puerta tenían el agua del servicio de la casa, donde se

conservaba fresca todo el verano: hasta aquí pudo llegar el enamorado caballero en el silenciode la noche, cuando todos estaban recogidosHallábase confuso don Carlos porque no sabía cómo hacer saber aquel secreto a su dama:

escribírselo en un papel era el más acertado medio; pero no hallaba persona que con secreto yfacilidad le pusiese en sus manos sin ser visto de sus padres; parecíale que su hermana sería

 buen medio para esto, mas por otra parte no se resolvía a darla a ella cuenta, porque no perdiese la amistad de Leonarda, si acaso ella lo tomase a mal. Con estas dudas se consolaba,con bajar a la cueva y pasearla, hasta tenerla bien tanteada para cuando fuese su salida.

Abrióle un extraordinario camino la ocasión para facilitar más su pretensión, y fue queuna fiesta bajó a la cueva y pasó a la casa de Leonarda, llegando adonde tenía el agua;acertaron a estar con otra luz las criadas sacándola, y siendo visto don Carlos, se le ofreció

una traza, que fue quien le ayudó para lo que intentaba. Esta fue cubrirse la cara con unlenzuelo y caminar con su luz adonde las criadas estaban descuidadas do su venida. Sintieron

 pasos detrás, y volviendo las cabezas vieron la luz que enderezaba a ellas y que la traía un

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hombre cubierto el rostro; con que sin aguardar a ver más, con acelerada huida salieron de lacueva al patio asombradas, dando voces que en la cueva habían visto un bulto de un hombre,que con el miedo dijeron ser de dos cabezas y cosa disforme y espantosa. Divulgóse por lacasa, y los criados de ella comenzaron a reír, atribuyendo a miedo suyo lo que afirmaban concerteza, con las experiencias que se tiene, que el miedo forma estas ilusiones en la fantasía.Ellas lo aseguraban con juramentos, pero no eran creídas. Súpolo don Fernando, y aunque las

quiso desvanecer de aquello que afirmaban, no pudo.Había habido un tiempo en esta casa un duende, de que el anciano caballero se acordaba,y aun otros de su edad, por las burlas que hacía, que eran graciosas, y contó esto delante dedos criados suyos, con lo cual les dio que imaginar que podría ser éste y que volvía a aquellugar, que es muy ordinario habitar estas lóbregas estancias estos espíritus que son de los quese quedaron entre nosotros cuando aquella ruina de Luzbel. En fin, por la casa se divulgóhaber duende, y aun por toda la ciudad. No se holgó poco don Carlos que corriese esta fama,

 porque con capa suya pensaba que había de lograr sus intentos; y así, para mejor confirmar esto, se valió de un gracioso niño que tenía el criado anciano de don Artal, al cual vistió defrailecillo é instruyó en lo que había de hacer, convencido con regalos.

Era un chiquillo muy donairoso, de edad de cinco años; éste, pues, vestido en la forma

que he dicho, bajaba con el cebo de los regalos a la cueva de Leonarda, acompañándole donCarlos, y la paseaba todos los días. Tenía don Fernando un criado muy preciado de valiente yalentado, y éste hacía mucho donaire de lo que contaban los dos criados haber visto, diciendoser cosa de risa haber duendes, y que todo cuanto de ellos contaban eran patrañas de viejas ymentiras, y aunque le contaban cuentos de sucesos experimentados de estos espíritus, se ría detodo, y para darles a entender que se engañaban todos, ofreció bajar él solo a la cueva con unaluz, y así lo ejecutó; esto fue en ocasión que a ella habían bajado don Carlos y el niño; divisóla luz que el niño llevaba, el cual iba con el capillo calado de modo que no pudiese verlo elrostro, y así como le reconoció fue tan grande el pavor que tuvo, que sin aguardar a más salióde la cueva, perdido el color del rostro.

Estábanle aguardando sus camaradas y otros criados de la casa de don Fernando, yviéndole salir con el semblante turbado fue tanta la risa que les dio, que no podían entender loque les dijo. Acabado el regocijo, y vaya que le daban, oyeron su relación, que fue haber vistoal duende con una luz y en hábito de frailecillo. Aquí se les dobló la risa, de modo que elhombre corrido o impaciente juraba con grandes juramentos que lo que les decía era verdad.Creció con esto la fama de que había duende, aumentándose con el artificio de don Carlos,que deseaba por aquel camino entablar su pretensión de nuevo con la hermosa Leonarda. Lascriadas que tenía esta dama no quisieron estar más en su servicio, y así se le despidieron, por lo cual hubo de buscar otras, y no hallaba quien quisiese estar allí.

Hallóse la hermosa Luciana con muchas obligaciones de criadas y poco con que acudir aellas, y así una de éstas quiso ir a servir a Leonarda, de que tuvo mucho gusto su amiga; era

mujer de ánimo, y hacía burla de lo que decían del duende, no dudando bajar a la cuevacuando lo rehusaban los demás criados. Esta bajó un día a ella cuando acertó hallarse allí donCarlos acompañado del niño, dando grandes carcajadas de risa para ser oído; mas ella,

 perdido el temor, lo atendió, cosa que admiró don Carlos que iba encubierto detrás de él, elcual, como conociese a Teodora (que así se llamaba esta criada de su hermana), recibiómucho gusto en hallarla allí, ella se llegó al frailecillo, teniéndolo por el duende, y concaricias le comenzó a llamar. Hallóse atajado el chiquillo, porque como no había llegado aaquellos lances, no sabía lo que había de hacer. Bien lo conoció don Carlos; y así, para que élno lo errase, viendo la buena ocasión que se le había ofrecido de hallar allí a Teodora, sedescubrió a ella. Recibió la criada con su vista un poco de susto, pareciéndole que eratransformación del duende y no su verdadero señor don Carlos, y así se turbó; mas llegándose

a ella don Carlos, le aseguró que era él mismo, dándola cuenta de su traza. Preguntóla cómoestaba en aquella casa, a lo cual Teodora le satisfizo diciéndole cómo por temor del duendeque pensaban haber allí, se habían ido las criadas de Leonarda, y ella, con beneplácito de su

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hermana, había venido a servirla, teniendo suma dicha estar allí para lo que se le ofreciese desu gusto. Holgóse mucho de esto el enamorado galán, y dióla cuenta de su nueva pretensión, ycomo iba enderezada a casarse con Leonarda, a quien amaba tanto; díjola que por entonces nola dijese nada hasta que otro día la diese un papel suyo en que determinara declararla elsecreto con que estaba allí. Holgóse Teodora do haber venido al servicio de Leonarda para

 poder servir a Carlos, y así de nuevo se le ofreció, con que se despidieron por aquel día.

Todos los criados de la casa estaban aguardando a la puerta de la cueva a Teodora, y comoveían que tardaba, y juzgaban que debía de haber visto algo, y que ocasionada de algúndesmayo no salía, y ya determinasen tres o cuatro en compañía bajar a la cueva a ver lo que lahabía sucedido. Salió Teodora donde estaban con el semblante que había entrado, de lo cualse admiraron todos, preguntándola si había visto algo, mas ella, muy disimulada, dijo que losque antes habían entrado debían de haberlo hecho con temor, y que este temor les ofrecieraimágenes fantásticas que no vieron, porque ella había andado toda la cueva, y no habíahallado en ella nada ni visto cosa alguna. Dijeron algunos que no a todos se manifestaban losduendes, sino a los que querían, que a ella le había sucedido bien. El criado que había visto alniño, oyendo esto perdía la paciencia, diciéndoles de nuevo lo que había visto, con muchosmás juramentos, con que ocasionó la risa de los demás. Al fin Teodora quedó calificada por 

mujer de grande ánimo y valor, y a ella mandaron entrar por lo necesario que había de guardar en la cueva de allí adelante, ofreciéndose ella a hacerlo con mucho gusto.

El día siguiente, a la hora del medio día, se vio Teodora con don Carlos, el cual le dio un papel para su dama, diciéndole el modo que había de tener para dársele, que fue éste. Comolas mujeres son tan amigas de saber, Leonarda se vio a solas con Teodora, y con muchosecreto la dijo:

 —Amiga Teodora, yo he oído decir a mi padre, hablando de estas cosas de duendes, queha oído que a algunas personas se manifiestan con espantos y a otras las tratan de paz, y aunregalan; por tu vida, que ahora que estamos a solas tú me digas si algo de esto último te hasucedido, porque cuando tres personas han afirmado que han visto asombros y tú dices queno, quedo con sospecha que eres de las que el duende ha tratado de paz. Díme en esto lo quete ha sucedido.

Vio Teodora buena ocasión para dar el papel de Carlos, y así le dijo lo mismo. —Hermosa Leonarda, lo que me has dicho he oído decir, y así iba con cuidado de inquirir 

y saber si a mí se me manifestaba lo que a los otros, y con algún ánimo anduve toda la cueva,mas en toda ella no vi la primera vez nada; en esta segunda, lo que sí puedo decir de novedades que encima de una cestilla de fruta he hallado este papel que tomé con algún pavor; aquí letraigo; hacerle la señal de la cruz, por venir de mano de aquel espíritu, y veamos lo quecontiene.

Recibió Leonarda alguna alteración de oiría esto, y no quería abrir el papel; pero Teodorase le tomó de las manos, y abriéndole se lo puso en las suyas; perdió Leonarda algo del miedo

que había tenido, y reconociendo la letra de Carlos por haber tenido otros papeles suyoscuando la galanteaba, leyó estas razones con admiración:

«Como el amante simboliza mucho con el soldado en las empresas que

toma a su cargo imitándolo, yo me valgo de las estratagemas que puedo y me

dicta el amor para conseguir la empresa que más deseo. Juzgábame de

ausente y de corta ventura; por lo primero, veo experiencias cuánto se

aventura a perder quien no parece a los ojos de quien adora, y con lo

 segundo, conozco, por lo que ha pasado por mí, que es necesario solicitudes

 para que recuerdos de mi voluntad muevan tu pecho a que se incline de nuevo

a hacerme favor. Hálleme imposibilitado de poder manifestarme en Zaragoza

 por la muerte que en ella hice, y que esto podía serme contrario a mi

 pretensión que es merecer; heme valido de la astucia con haber minado esta

cueva desde las casas de don Artal, mi amigo, para que, cumpliendo con mi

 presencia y los deseos de amante, conozcas que en lo firme de quererte no he

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desdicho nada de lo que he sido hasta ahora. Perdona mi atrevimiento, y

conoce de mí esta firme voluntad que espero ver lo que dispones en orden a

 pagarla. De todo aguardo respuesta. El cielo te me guarde.

CARLOS, tu esclavo.»

Admirada quedó la hermosa Leonarda de leer el papel de don Carlos, conociendo con

cuántas veras le amaba, pues su afición le había obligado a buscar aquella traza para sugalanteo; comunicó esto con Teodora, y ella entonces, viendo cuánto celebraba la fineza deCarlos, le dijo cómo la había hablado por la cueva y dado aquel papel, encareciéndole lomucho que la estimaba y quería, la cual deuda debía pagar: y así la suplicó lo respondiese a su

 papel, porque con él se consolaría mucho. Ofreció Leonarda hacerlo; y así, para otro día,cuando bajó Teodora a la cueva, le llevó la respuesta. Estábala aguardando el enamorado donCarlos con muchos desees de que le trújese este consuelo; dióle el papel, y en él leyó estasrazones:

«No se os puede negar, don Carlos, que vuestro atrevimiento ha sido

 grande haber emprendido vuestra vuelta a Aragón, donde desean vuestra

muerte, como en haber dado causa al mal nombre que ha cobrado esta casacon vuestra máquina; en vuestro favor sólo tenéis la disculpa de que amor os

ha forzado, así lo conozco, y os agradezco la voluntad que me tenéis, deuda

que quisiera pagar si la obediencia de mi padre no lo estorbase; por ahora no

trato de mudar de estado; con el tiempo se pondrán las cosas en vuestro favor;

de mi parte tenéis seguro la certeza; de la importa que dispongáis, como de

vuestros enemigos viváis seguro. El cielo lo ordene guarde.

LEONARDA.»

Quedó don Carlos con leer este papel tan gustoso, que el contento le tenía loco; abrazabamuchas veces a Teodora, dándola gracias por el tercio que la había hecho para con Leonarda,ofreciéndola no olvidar aquella amistad. Con esto se despidió de él, diciéndolo que dijese a sudama que procurase no olvidarle, que él trataría de disponer como se compusiere con susenemigos, pero que permitiese procurar ocasión cómo él la viese a solas. Llevó a la hermosaLeonarda este recado su criada, y ella, deseosa de comunicar sus pensamiento, aquella tardeenvió llamar a doña Luciana, hermana de su galán, a quien dio cuenta de todo lo que pasaba,dejándola contentísima, porque estaba cuidadosa de que no tenía nueva alguna de su hermano,y no sabía si se había partido de Francia.

En aquella visita trataron las dos amigas de ver al duende fingido, y para esto lodispusieron de modo que no se diese nota en casa; esto fue aguardar ocasión a que los padresde Leonarda estuviesen fuera de casa, en un hábito que se daba a una monja, algo deuda suya,

que no acudió Leonarda, por ser tan recién viuda. Vino Luciana a verse con su querida amiga,y habiendo quedado las dos solas, bajó Teodora a la cueva a dar aviso a don Carlos, el cualestaba avisado para hacerlas esta visita del día antes. Subió el enamorado caballero al cuartode Leonarda, donde contar cuánto se celebró aquel favor sería alargar más este discurso. Allíostentó finezas, que conoció su dama, la cual, obligada de ellas, le prometió pagárselas conser su esposa, por cuya deseada promesa los dos hermanos no acababan de rendir las gracias.Discurrióse largamente sobre qué modo tendrían para guiar esto bien, y Luciana, como eradiscreta, dio su parecer en esto, diciendo que para la seguridad de su hermano importaba quecorriese voz de que había muerto en Nápoles, donde todos pensaban que estaba. Esto sedispuso por el medio de don Artal, su amigo, el cual fingió una carta que le venía de Nápoles,en que muy por extenso le contaban una larga enfermedad que fingieron, y tras ella su muerte.

Esta se divulgó por Zaragoza; sus enemigos se holgaron, sus amigos lo sintieron, y esto corrió por la mayor parte de la ciudad, donde era bien querido. Su hermana se cargó de luto y recibió

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 pésames, al tiempo que don Carlos goza de verse algunas veces con su dama. De cuyas visitasresultó el desposarse los dos de secreto, por asegurar más su pretensión.

Con la muerte de don Carlos que se fingió, don Ximen de Lizana, hermano del caballeroque murió, comenzó a galantear a la hermosa Luciana con muchos veras, frecuentando sucalle con paseos y procurando con solicitudes de fuertes medios el favor de esta dama, cosa deque recibió don Carlos mucho gusto, pues por este camino se facilitaba más el manifestarse en

su patria. Aconsejó Leonarda a su amiga que favoreciese a don Ximen, y ella la obedeció conmucho gusto, porque le había cobrado amor viendo cuán bien le estaba este empleo. Llegaronlos dos amantes a corresponderse por papeles, y algunas veces permitía Luciana que lehablase a una reja de su casa de noche, con que don Ximen se hallaba muy favorecido y nodeseaba ya más que este casamiento se concluyese.

En este tiempo el padre de Leonarda, con los muchos achaques que trae consigo unacansada vejez, vino a morir, cosa que le estuvo bien al oculto don Carlos, pues si elcasamiento de Leonarda so guiara por su consejo, era tanta su avaricia y ambición dehacienda, que nunca viniera en que se casara con este caballero. Después de haberle hecho susexequias y recibido pésames de toda la ciudad su madre de Leonarda, y ella le pareció a estadama que se efectuase primero el casamiento de don Ximen y doña Luciana, para que seguro

con esto don Carlos después se hiciese el sayo; los que mediaban esto apretaron el punto conlos deudos de Luciana, de modo que dentro de quince días que murió don Fernando se casódon Ximen. Hiciéronse a sus bodas muchas fiestas en Zaragoza, y los caballeros de una y otra

 parcialidad hicieron paces y acudieron a estos regocijos muy conformes.Faltaba ahora dar cuenta la hermosa Leonarda a su anciana madre del casamiento de don

Carlos, segura de que lo había de tomar bien porque la quería con extremo. Valióse para estode su confesor, con quien ya lo tenía de antes comunicado; era un prudente religioso, el cualtuvo modo para sabérselo decir con los amores de los dos y la estratagema de la cueva, cosade que no quedó muy admirada. Vio que su hija tenía bastante hacienda para los dos, que

 podía muy bien suplir la que le faltaba a don Carlos, y así (conociendo el gusto que esto teníaLeonarda), vino en que se hiciese.

Importaba que Luciana diese cuenta a su esposo de cómo su hermano era vivo y quehabía sido falsa la nueva do su muerte. Estaba este caballero muy enamorado de su esposa, yholgóse de tener a don Carlos por hermano, viendo que la muerte de don Lope la habíaocasionado él con palabras mayores. Llano todo y unánimes las partes, don Carlos semanifestó en habiendo alcanzado perdón del virrey de la muerte que había hecho; con que secasó con la hermosa Leonarda, renovándose con esto las fiestas que duraron algunos días, por lo bien que era amado don Carlos do todos. Gozóse con su esposa alegremente, y pagó aTeodora el buen tercio que le hizo, casándola muy bien con el dote que le dio; y al niño quefue el duende fingido recibió en su casa, donde se crió, saliendo muy medrado de ella, perocon el nombre del Duende de Zaragoza, que nunca le perdió en cuanto vivió.

Gustosos dejó a todos la novela de la hermosa Florinda; diéronle las gracias de haberlesentretenido tan bien. Rematóse la tarde con sonoras letras que cantaron; y aquí el autor de estelibro da fin a él, pidiendo perdón de sus yerros y ofreciendo segunda parte de la Quinta de

 Laura, que saldrá, con sus bodas y fiestas hechas a ella, presto.

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EL DISFRAZADO

De Sala de recreación (1649)

Es en la insigne y coronada villa de Madrid, corte de los reyes de España, el campo quellaman de Leganitos un ameno sitio donde las calurosas noches del verano concurren muchasdamas y caballeros, con el ligero traje que permite la noche, a gozar el frescor que pocas faltade aquel lugar, con la vecindad del altivo puerto de Guadarrama, piadoso socorro contra elfuego de la canícula, así con su blanca nieve como con sus regalados y frescos vientos. Aquí

 pues, una noche que la luna no comunicaba sus plateados rayos, por ser el último cuarto demenguante, se salieron dos damas vecinas de aquel sitio a gozar del sonoro murmullo de lafuente de Leganitos, con la permisión que da la noche y el embozo de los sereneros: ibanacompañadas de dos criadas en solo el traje de enaguas brillantes y pretinillas de lo mismo,habiendo mandado a un anciano escudero, en cuya confianza salieron, que se quedase algodetrás por no ser conocidas por él y tener más libertad para desenfadarse con el embozo. Deesta suerte pues iban las dos damas con sus criadas y el escudero a la vista, cuando habiendotomado el camino alto del colegio que llaman de Doña María de Aragón, bajaron por él a lafuente de Leganitos, y antes de ella, como cuarenta pasos, se les ofreció al encuentro unhombre vestido en tosco traje. Venía con una capa de paño pardo, una montera de lo mismo,capote de dos faldas y calzones de lienzo blanco. Este pues, emparejando con las damas,acertó a caer al lado de la más hermosa, cuyo nombre era Serafina; y el de la otra, que era suhermana, Teodora; y con el despejo que permite la noche, habiendo visto el buen brío de ladama y por estar cerca de su hermosura, le dijo:

 —Bien hace la luna en no salir a mostrarnos su luz si sabía que a este feliz campo habíade salir beldad de más lucidos rayos.Repararon las dos damas en la persona que les había hablado, habiendo entendido la

hipérbole, y causóles admiración en ver que desdijese el traje del lenguaje cortesano que leoían. Paráronse con esto atentamente a mirarle, y él, embozándose en la tosca capa con que secubría, se estuvo quedo.

Era doña Serafina despejada, y a esto se le añadía ser mujer, que todas son perdidas por novedades, y quiso descifrar aquel enigma; y así con libre despejo, quitando el rebozo alencubierto, le dijo:

 —Corramos la cortina a este personaje embozado, hermana mía, que me ha dado antojode saber de él, porque miente en sus encarecimientos, mas de lisonjero cortesano que de tosco

 plebeyo. —No os juzgo por tan desconfiada, hermosa señora —dijo él—, que os haya dicho el

espejo que he andado corto en alabaros lo que el cielo os concedió, para que muchos me hanganado por la mano en las alabanzas.

 —Ninguna merecen mis partes —dijo Serafina—, pero una lisonja cuesta poco, y así por lo bien que me está, admito el encarecimiento, que no lo fuera a haberme visto con la claridaddel día; con ella quisiera veros, por deshacer sospechas que tengo de que habéis gustadomudar de traje, por seros conveniente el disfraz, o por querer con él tener esta nocheentretenimiento, cansado del cortesano que siempre usáis.

 —Os habéis engañado —dijo él—, que este me concedió mi humilde nacimiento, si bienencubro unos altos pensamientos, muy ajenos de él.

 —Y cuáles son esos deseo saber —dijo ella, tomando asiento algo apartado de la gente.Él, acercándose más, dijo:

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 —Mis pensamientos son anhelar a ser más de lo que soy, y así me llego donde veo qua se pueden ajustar a mi deseo, comunicándole con quien me los pueda dar realce.

 —Los habéis empleado mal —dijo ella—, porque si pensáis haber topado con algunaseñora encubierta, soy tan amiga de desengañar, que os digo luego que aquí se remontan muy

 poco con la bajeza del empleo. —Si, como conozco que me engañáis, supiera la verdad de lo que sois —dijo él—, aun

hablara con más gusto; pero topar engaños a los principios, ¿qué me puedo prometer después? —¿Luego aquí llegaste con deseo de empleo? —replicó ella. —No soy tan desvanecido —dijo el embozado—, que presuma que con tan pocas partes

le puedo tener sin mayores asistencias y finezas; mas en esta dicha de baberos topado quisieracontinuar con esperar que mi voluntad os merezca siquiera este breve rato de audiencia,

 porque no en balde el cielo guió mis pasos a este sitio, donde tanta ventura he tenido deencontraros.

 —Yo venía con ánimo de refrescarme en la fuente con sus claros cristales —dijo ella—;de esto estoy desahuciada por faltarme un búcaro que se olvidó en casa, y así admito vuestrodeseo, y esta noche a costa de mi sed la quiero pasar en conversación con vos.

 —Bésoos la mano —dijo él—, por el favor que me hacéis, que no es poco, cuando en mi

veis tan pocas partes para merecérosle. —Así Dios os guarde —dijo Serafina—, que nos digáis qué capricho ha sido el vuestro en

vestir esta noche ese traje, que me ha dado sospecha que aquí entretenéis el tiempo hasta quese llegue la hora en que con él entréis donde os aguardará otro mejor empleo.

 —Soy tan nuevo en esta corte —dijo él—, que aun no he tenido esa buena suerte; mi trajees este, no ajeno de mi nacimiento, en él ando de día; y porque la noche es capa que encubremuchos defectos, quise, ya que encubre los míos de andar mal vestido, que el alma os digaque ha sido gran dicha mía haberos visto para que sepáis que en mí acrecentáis desde hoy elnúmero a muchos rendidos que tendréis con vuestra hermosura.

 —Muy a ciegas os habéis enamorado —dijo ella—, o lo fingís estar, señor encubierto.Respondedme derechamente a lo que os pregunto, que sabiendo quién sois, aun me tendréismás de espacio aquí por esta noche.

 —¿No me dais esperanzas que serán otras? —dijo él. —Como sepa la causa de ese disfraz, podrá ser que vuestra cortesía me vaya obligando — 

dijo Serafina. —Bien pudiera —dijo él—, mentiros, como fingido cortesano, diciéndoos lo que no soy,

mas no os he mirado tan apriesa que me obligue a fingir mentiras cuando deseo que de miexperimentéis verdades.

Admirábase Serafina de ver hablar aquel hombre así y porfiar en que era lo que mostraba por su hábito, y deseaba que con más luz la luna le desengañase. Hablaron gran rato, elembozado tratando de que le debía ya voluntad, y ella no se persuadiendo a que la hablaba

con veras ni que era hombre plebeyo.Cumplió la hermosa Cintia sus deseos a la dama saliendo a desterrar alguna parte de lassombras de la noche. Era esto a tiempo que la más gente desamparaban el sitio de la fuente deLeganitos, con que las damas y el disfrazado se fueron acercando a la fuente, ellas seguidas desu anciano guardián, y él de otro hombre vestido en el mismo tosco traje. Mientras ellas serefrescaban, el nuevo aficionado se llegó al que le seguía, y hablándole un poco al oído, seapartó de ellos, causándoles algún recelo a las damas aquella breve plática, porque como lacorte es madre de tantos embusteros y gente de mala vida, se temieron de que el nuevoamartelado y su compañero no fuesen de los que con prendas ajenas viven y campan enMadrid; así se lo comunicó Serafina a Teodora, dándola motivo a esto venir las dos adornadascon algunas joyas de valor, de que juzgaron que a costa de alguna violencia se querían

apoderar de ellas: consoláronse en que aun había gente en aquel sitio, si bien apartada del queellas habían de nuevo elegido. Volvieron a la plática con el disfrazado galán, ellas porfiandoen que les dijese quién era, y él en perseverar que no tenía más calidad de la que manifestaba

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su traje, si bien la que había adquirido con haber sido admitido a su conversación era yamucha.

Con la luz que comunicaba la blanca hermana de Febo reparó Serafina con más atenciónen el nuevo acompañante suyo. Consideróle un mozo de edad de veinte y cuatro años, degentil disposición y buen rostro. El traje es el que se ha referido, más como cuerda hízose unaconsideración la dama, y fue que siempre la gente agreste y humilde manifiestan en las manos

quién son, por más que se quieran encubrir, o curtidas de andar en el trabajo, o toscas en lahechura por aquello en que se ejercitan. Teníalas el disfrazado de bonísima hechura y blancas, por donde conoció la dama que era el hombre más de lo que publicaba. Confirmóse esto conque habiéndose refrescado en la fuente, sacó un lienzo para limpiarse la boca, el cual semanifestaba blanco, grande y delgado y con buen olor. No quedó Serafina poco contenta dever esto, porque en lo que había hablado con ella le había parecido bien, y su deseo era saber quién fuese y la causa por qué venía en aquel traje.

Daba el anciano escudero priesa a las damas para que se volviesen a casa, y ellas resistían juntamente con el embozado, que con ruegos le pedía dilatase la estada otro poco; en estollegó el que se había despedido de él con una bandeja en que traía búcaros finos de Portugal yunos dulces de Génova, cosa que se halla con mucha facilidad en Madrid, habiendo de todo

mucho. Presentóselo a las damas, y ellas, así en la galantería con que se ofreció como en lacalidad del regalo, calificaron el buen gusto del que se le ofrecía, y hicieron más misterio del

 personaje. El ver aquel lugar fresco ya solo y sin gente obligó a las damas a recogerse a su posada, diciendo Serafina:

 —Yo he tenido, señor mío, muy buena noche pasándola con vuestra cortés conversación,si bien me holgara de no dormir con el cuidado de saber a quién tengo de agradecer el agasajoque a mi hermana y a mi habéis hecho sin conocernos; este sitio le frecuentamos algunasnoches; no os aseguro que vendremos a él la que viene, por haber en esta dilatado nuestraestada; con todo, acudid mañana aquí, que deseo, si os lo merezco, saber quién seáis.

 —Sintiera mucho —dijo él—, que habiéndome costado vuestra vista no verme en lalibertad con que antes estaba, parara en no continuar el recibir este favor; estimo el que mehacéis, y prometo veros mañana, mas ha de ser con pretexto de que no os puedo servir por ahora con deciros quién sea, por cierta causa que lo impide, pero asegúroos que no la habrá

 para dejaros de servir mientras el cielo me diere vida.Con esto se despidieron las damas del disfrazado, a quien pidieron que ni las acompañase

ni siguiese, que en obedecerles echarían de ver su cortesía. Prometióselo así, con que dejaronsu presencia; mas el compañero del encubierto las siguió a largo trecho, y supo su casa.

Llevó Serafina algún cuidado, inclinada al encubierto galán y obligada de su cortesía; yaquella noche comunicó con su hermana Teodora su inclinación, hablando de él mucha partede la noche, deseando la que venía verse con él. No menos cuidadoso partió el amarteladogalán, que la hermosura de Serafina le hizo perder la libertad; y así poco sosiego tuvo aquella

noche, mas al fin la pasó con esperanzas de verla la que venía.Vino la siguiente noche, bien deseada de Serafina y del encubierto enamorado; y en elmismo puesto en que se habían encontrado la noche antes se hallaron esta. No mudó de trajeel galán, cosa que sintió Serafina; por de no haberlo hecho se presumió que no debía ser hombre principal, sino plebeyo y de baja suerte, porque cuando lo fuera, por agradar a susojos había de mudar de traje. Hablólas el forastero con mucha cortesía, mostrando no pocogusto de que hubiesen cumplido su palabra en salir a gozar de la noche, de que les dio lasgracias.

 —No hemos hecho poco, os prometo —dijo Teodora—, que hay quien impida el gozar denuestra libertad y quien nos pida cuenta de nuestras dilaciones.

 —No lo dudaré yo —dijo el forastero—; pero perdonando el atreverme, sin habéroslo

merecido antes, ¿no me diréis si es marido o hermano el que pide cuenta de eso? —Basta que haya quien la pida —dijo Serafina—, a vos no os toca saber más de que

hacemos esto con alguna pensión.

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 —Yo lo estimo —dijo el forastero—, mas volviendo a la plática pasada, os suplico medigáis si sois casada.

 —¿Qué os importa saberlo? —dijo ella.Algo me debe de importar desde anoche acá, que no deseo veros empleada —dijo el

forastero. —Dueño tengo —dijo Serafina, fingiendo—, aunque no en Madrid.

 —Juráralo yo —dijo el galán—, de mi corta dicha, que nunca me la da la fortuna sinomenguada. —Si supiera que lo habíades de sentir —dijo Serafina—, no os lo dijera. —Pues no os encarezco —replicó—, cuánto me holgara de veros en libre estado, que

aunque el mío es tan indigno de merecer serviros por la desigualdad que hay entre los dos,siendo yo un bajo hombre, nacido de padres labradores, y vos una señora principal, como elamor no exceptúa a nadie, después que me ha hecho suyo, habiéndome rendido con vuestrosojos, deseara veros sin dueño de la manera que si hubiérades de serlo mío.

 —Extraño capricho es el vuestro —dijo Serafina—, que conozcáis las desigualdadesentro los dos y deseéis aun en esto verme desocupada; pues porque aprendáis de lo claro queos hablo, os digo que he fingido que soy casada, no lo siendo, ni aun deseo por ahora verme

en esa sujeción. —Mucho me habéis obligado —dijo el forastero—, con haberme hablado con veras; con

las mismas os digo que si de aquí fuera desengañado de esto, no me volviérades a ver.Con cada razón de estas engendraban Serafina y Teodora nuevas confusiones, no

acabando de dar en lo que aquel hombre podría ser. Veíanle con efectos de enamorado, oíanque confesaba ser hombre plebeyo, el traje lo aseguraba, y mucho mas no le habiendo mudadola segunda noche que le veían. Deseaba ver a Serafina en estado libre, que parece que estotiraba a pretenderla. En todo discurrían, y nada averiguaban. Con la misma galantería que lanoche pasada habló el forastero con las dos hermanas, y con más prevención las regaló junto ala fuente. Allí estuvieron hasta ser hora de recogerse, dando al encubierto galán licencia paraacompañarlas hasta cerca de su casa, de suerte que no se extrañaron que él ni el compañeroque traía consigo las viesen entrar en su casa.

Eran estas damas hijas de un principal caballero, que por servicios que hizo a la majestadde Felipe III en Flandes tuvo un hábito con encomienda; y cuando murió se le hizo merced dedar la misma encomienda a quien casase con la hermosa Serafina, la cual tenía varios

 pretendientes; pero era tan moza, que no trataba de casarse, aunque su anciana madre leinstaba en esto: con la encomienda, que era de tres mil ducados de renta, pasaban madre y doshijas, ahorrando de ella para el dote de la segunda; y con intento que fuese cantidad, notrataba Serafina de casarse por entonces: tanto deseaba el remedio de su hermana.

Despedidas las dos damas del forastero, él se fue a su posada, perdido de amores por Serafina. No iba con menos cuidado la dama, porque se le acrecentó el afecto con que el galán

 preguntó su estado, y le pesó de su ficción, persuadiéndose a que en aquel bajo traje habíamás de lo que publicaba, aunque él confesase ser un humilde hombre.Con alborozo aguardaban la siguiente noche, cuando antes que a la luz del día venciesen

las nocturnas sombras, estando las dos hermanas en un cuarto bajo de su casa haciendo labor,se les entró por la puerta una dama embozada con el manto; su entrada fue con algunaalteración, y vióse de esto el efecto, porque apenas puso el pié en la sala donde las dos damasestaban, cuando ella misma acudió a cerrar la puerta con la aldaba, indicio que dio de que lohacía para más asegurarse. Alteráronse Serafina y Teodora, y dejando la labor, se levantaron arecibirla. La dama recién llegada, con alguna congoja que del susto que traía procedía, lesdijo:

 —Perdonadme, hermosas damas, el atrevimiento de haberme entrado aquí sin pediros

licencia, que la causa de haberlo hecho lo pide, pues es tal, que a no hacerlo, ponía en gran peligro mi vida. Mi entrada aquí ha sido huyendo de quien juzgué muchas leguas de estacorte, y aun imposibilitado con prisiones de poder venir aquí. Mi corta suerte ha querido, por 

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castigo de mi inobediencia, que todo se le haya hecho fácil para que yo lo padezca. Temo perder la vida a manos de quien presumo que me sigue; si hay piedad en vuestros pechos, quedonde hay nobleza nunca falta, os suplico me amparéis por esta noche, que a la mañana yodaré aviso a persona que me favorezca y defienda de quien me intenta matar.

Cuando esto acabó de decir la afligida mujer ya había descubierto el rostro, en quienvieron las dos hermanas más que mediana hermosura, y con la congoja la acrecentaba más.

Consigo trae la recomendación la beldad; ella movió a piedad los pechos de las dos damas, yasí Serafina, como hermana mayor, tomó la mano en responderla, diciendo: —Afligida señora, sosegad el pecho, que en parte estáis donde seréis servida con mucho

gusto y amparada de quien os pretende ofender; a esta casa no se atreverá nadie, y así, con esaseguridad podéis perder el temor que habéis cobrado. La petición vuestra es muy justa, y nosfavorecéis en quereros valer de esta casa para refugio vuestro esta noche, y todas las quefuéredes servida podréis estar en ella basta que os veáis asegurada de vuestros recelos ytemores.

Agradeció la dama lo que le ofrecía Serafina con las más corteses razones que pudo, conque, a importunación suya y de Teodora su hermana, se quitó el manto y ocupó una almohadade su estrado. Esta ocasión fue parte para no ir Serafina y Teodora a verse con el forastero en

la fuente de Leganitos, cosa que él sintió mucho, acompañándole en el sentimiento Serafina,que, como tan inclinada al disfrazado galán, no quisiera que se hubiera ofrecido aquel estorbocon la apasionada y temerosa dama.

 No perdió el galán la esperanza de ver a las dos hermanas, hasta que vio que por ser algotarde no vendrían al puesto; prestó paciencia a su despecho, y retirase con su compañero a su

 posada. En tanto las dos hermanas trataban de asegurar los temores a la huésped queimpensadamente se les había venido. Regaláronla con una sazonada cena, habiendo dadocuenta a su anciana madre, que estaba entonces indispuesta, de su venida, hallandoaprobación en su piedad de haberla amparado, viendo en su agradable y hermosa presencia ser digna de todo buen agasajo. Llegóse la hora de retirarse a dormir, y lleváronla Serafina yTeodora a su aposento, donde se le había hecho una limpia cama, muy cerca de la en que lasdos dormían. Después de acostadas quiso Serafina que su huéspeda les diese cuenta de lacausa de haber escogido su casa para refugio y seguridad de su fuga; y para obligarla a que deella les hiciese relación, le dijo así:

 —Perdonad, hermosa señora, si en esta casa no se os ha hecho el hospedaje que merecevuestra persona, que en la voluntad no se ha podido errar, antes cuanto viéredes que se usa dellaneza con vos lo habéis de atribuir todo a muestras de amor; digo esto por haberos dadocama en este mismo aposento que nosotras la tenemos, que a dárosla en otra parte, había deser apartada algo de aquí, y quien está con desconsuelo y temores mejor lo estará en compañíaque en soledad, y más de quien, como nosotras, os desea servir. Estimaremos mucho, si lacausa lo pide, que nos deis parte de vuestra pena, que las que se comunican suelen descansar 

los pechos en que dan aflicciones. —De nuevo —dijo la afligida dama—, os vuelvo a dar las gracias de las honras y favoresque me habéis hecho, y en lo que me pedís perdón me hallo más agradecida, pues con la penaque tengo no pudiera tener más alivio que con estar cerca de quien me la consuele, y así,cumpliendo con lo que me mandáis, aunque sea renovar mi sentimiento, os haré relación demis trabajos, que pasan de esta suerte.

»Sevilla, metrópoli de la Andalucía, ciudad populosa y de las más ricas de España, es mi patria; nací en ella, hija de padres nobles, de la familia de los Monsalves, bien conocida entodas partes. Don Enrique de Monsalve, veinticuatro de Sevilla y del hábito de Alcántara, fuequien me dio el ser en su casa; fui la tercera de sus hijos, porque dos varones nacieron primeroque yo. En mi tierna edad fallaron mis padres, quedando a cargo de mi hermano mayor, cuyo

nombre es don Rodrigo de Monsalve, del hábito de Santiago, el cual, sustituyendo el lugar demis padres, tuvo siempre particular cuidado con mi persona, porque me quería en extremo. Elhermano segundo, llamado don Antonio, inclinóse a la guerra, y así fue a servir a su majestad

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a los estados de Flandes, donde es capitán, habiendo ganado mucha reputación en la milicia ycrédito de gran soldado. Yo me estaba en compañía de mi hermano don Rodrigo, que nodeseaba poco mi remedio, y este amor le debí, que aunque le salieron grandes casamientos,

 porque es cuantioso su mayorazgo, no trató de efectuar ninguno liaste ver mi empleo; la pocaedad que tenía causaba no haberle hecho; y así, mis mayores cuidados por entonces eranocuparme, después de la labor, en los pueriles juegos de las niñas, hasta que me vi en edad de

tratar de otros entretenimientos; tuve maestros de danzar y cantar, porque tengo razonablevoz, y estas dos cosas supe con gran destreza.»Una señora que había sido grande amiga de mi madre, y yo lo era de una bija que tiene,

quiso nacerme un agasajo una tarde de las de la primavera, y así pidió licencia a mi hermano para llevarme a una quinta que tenía, a quien bañaban los cristales del undoso Guadalquivir,río de Sevilla, en la parte que llaman de San Juan de Alfarache; fui con ella y otras señoras ala quinta, donde tenía gran prevención de merienda. Tenía esta señora, juntamente con aquelladama hija suya, un hijo estudiante; eran de segundo matrimonio los dos. Este fue de secreto ala quinta sin saberlo su madre, y llevóse consigo un caballero, grande amigo suyo, natural deCórdoba, del ilustre linaje de los Godoyes, bien conocido en nuestra España. Habíanseescondido los dos en un aposento de la casa de la quinta, que se correspondía por una puerta

secreta con el cuarto principal de ella, y desde allí gozaron aquella tarde de cuanto hicimos,que ya podéis considerar, damas mozas y que salen tarde a estas holguras, cuánto se dan a lalibertad una vez que les toca el gozar de ella, con la seguridad que teníamos de que no éramos

 juzgadas de nadie; si bien doña Rufina, la hija de la señora de la quinta, no ignoraba el estar escondido allí su hermano con el otro caballero, y también sabía esto el jardinero, con cuyo

 beneplácito habían entrado allí regalándole, que no hay cosa que no facilite el dinero.»Habíamos paseado el jardín de la quinta y un pedazo de la huerta que en ella había, no

 perdonando aun a la fruta que no había llegado a sazón: golosina de mujeres; después de estonos retiramos a una espaciosa sala, donde cada una de las damas mostró sus habilidades, y yotambién las mías de cantar y danzar, con no poca admiración de las amigas y aun de losescondidos caballeros, que todo lo estaban viendo por dos barrenos que habían dado a la

 puerta que caía a aquella parte. Caíle en gracia al cordobés don Esteban, que este es sunombre, y vino a ser esto cuidado y amor en breve término.

»Con haber el sol templado la fuerza de sus rayos, dilatando la tierra sombras, nossalimos otra vez al jardín, llevando allá los instrumentos de arpa y guitarras que habíamostraído, adonde continuamos la música, acompañándome dos criadas de la señera de la quinta,que tenían buenas voces y mucha destreza. Nada se les escapaba a los galanes, que todo looyeron, y enviaron con el jardinero un recado a doña Rufina que procurase venirse a la casade la quinta conmigo solamente. Quiso dar gusto a su hermano, cuyo era el recado, y comoque alguna precisa causa le molestase, me pidió la acompañara. Yo, que estaba ignorante delo que me había de suceder, víneme con ella, dejando a las demás amigas a la orilla de un

estanque entreteniéndose en varios juegos, y mano a mano nos entramos en la sala, donde nossalieron al encuentro los dos caballeros. Asústeme con su presencia, mas conociendo ser eluno hermano dé la amiga que iba conmigo, aseguróme. Recibiéronnos con muchas alabanzasde mis gracias, en particular quien más las exageró fue don Esteban. Yo le estimé el favor queme hacía, y mudando otra plática, tuvo este caballero lugar de declararme cuánta afición metenía después que me había visto allí, pidiéndome licencia para servirme y galantearme desdeaquel día. Yo, que nunca me había visto en aquellos lances, turbada y perdido el color no supequé me le responder. Callaba a todo con el empacho en que me hallaba; mas mi amiga,esforzando la parte de don Esteban, me dijo:

»—Cierto, doña Clara —que este es mi nombre—, que estás tan turbada y asustada comosi hubieses visto dos dragones. ¿Es nuevo desear galantear los caballeros a las damas, siendo

iguales en calidad, cuando se dirigen sus pensamientos para honestos fines? El señor donEsteban es tan gran caballero, como todos saben, desea servirte; no es justo que a esto le seasdesconocida y des mal pago a su voluntad.

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»Tanto me persuadió esta dama y su hermano, que cuando salí de allí ya don Estebanhabía alcanzado licencia de mi para servirme, y yo tenía un cuidado más en mi pecho: grandesson los efectos que causa el amor, pues quien nunca había sabido qué cosa era, antes hacía

 burla de los que oía quejarse de él, ya comenzaba a amar a quien no había visto hastaentonces. La causa lo merecía, porque sin exageración os digo que no he visto caballero demejor presencia, talle, rostro y demás partes que don Esteban, si bien mi hermano don

Rodrigo casi le llega a igualar.»Desde aquel día comenzó este caballero a festejarme secretamente. Escribímonos, dondeen amorosos conceptos y encarecidos amores iba nuestra correspondencia echando másraíces. Tal vez por el orden de doña Rufina nos veíamos en su casa, mas eso era teniéndola aella presente, o a la vista por lo menos, con que no recibió mi amante de mi más favor quedarle una mano. Tenía un pleito de consideración en Sevilla sobre un mayorazgo, y hasta salir con él no determinaba pedirme a mi hermano; y así, con esperanzas de tener presto sentenciaen favor, se pasaba el enamorado caballero importunándome siempre en que le diese entradaen mi casa. Tanto instó en esto, que hube de permitirle que me hablase a una reja de nochealgo tarde, porque como mi hermano era mozo, venía a deshora a recogerse, y temía que leviese. La continuación de los amantes en comunicarse aumenta más eslabones a la cadena del

amor.»Amábame tiernamente don Esteban, pagábale esta encendida afición, y como amor tiene

cosas de niño en pedir siempre más de lo que le dan, él importunaba en desear ser másfavorecido de mi, hasta que ablandé esto mi pecho, de manera que le hube de dar entrada encasa, de que resultó por mi mal acuerdo perder la prenda de mas estimación en las mujeres, si

 bien con el pretexto de ser mi esposo, de que me dio la palabra delante de un devoto crucifijocon grandes protestas de que la cumpliría. La continua asistencia todas las noches en micuarto causó el tener prenda viva de don Esteban, cosa que me puso en notable cuidado,

 porque como crecía cada día más el preñado, así se aumentaban en mí los temores. Instaba enque me pidiese por esposa a don Rodrigo, pues con eso se soldaban todos los defectos; mas élme animaba a que en viéndome desembarazada de aquel peligro lo haría luego.Aumentáronseme temores, recelándome que este caballero me trataba con engaño, pues encosa que tan bien lo estaba, y más para su seguridad, ponía inconvenientes.

»Aquí, señoras mías, pagaron mis ojos con lágrimas la poca advertencia y muchadeterminación que fuese a arrojarme con don Esteban. De mi flaqueza vinieron a ser testigosdos criadas, que pluguiera al cielo nunca yo les diera parte de ella, pues tan caro me cuestahabérsela dado, pues quien lo hace cautiva su libertad y presta sujeción a quien es inferior aella. Ya se llegaba el término en que esperaba mi parto, cuando hallando a una de estas doscriadas y un hombre que de su aposento salía a deshora, la reñí con alguna blandura, por no

 poder mostrar el rigor que pudiera a no saber ella mis defectos. Pues esto solo la irritó demodo, que me dijo algunas libertades que me encendieron en cólera; y presumiendo que no se

atreviera a lo que hizo, la castigué con mis manos, pesándome no poco de haberlo hecho; pero¿qué cólera repentina fue buena? Por tenerla han sucedido mil desdichas; yo soy una de lasque han pasado por sus desdichados efectos. Trató la criada de vengarse de mí, y hízolo muy asu salvo. Era moza de buena cara, a quien mi hermano había inclinádose, si bien ella nunca leadmitió; mas después ella con mi ejemplar desdijo de su primera constancia en sujeto máshumilde, como era el que hallé en su aposentó. Tuvo pues ocasión de verse con don Rodrigo,a quien dio parte de los amores de don Esteban y míos, basta decirle en el estado en que mehallaba, cosa que él no había caído en ello, porque este nuevo uso de guarda infante, tomadode Francia, me fue propicio para encubrir mi defecto. Deseó don Rodrigo hallar ocasión devengarse de mí y de don Esteban, quitándonos las vidas; pero reparaba en que no era culpadaen esto la inocente criatura que habitaba en mi vientre, y así lo que le encargó a la criada fue

que le avisase cuando yo hubiese desembarazádome del penoso preñado; así se lo prometió latraidora mujer, aunque no tuvo lugar de hacerlo, como sabréis.

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»Llegó el día de mi parto, comenzándome los dolores desde la tarde; envié a avisar a donEsteban, y quiso mi corta suerte que estuviese ausente de Sevilla en una aldea, dos leguas deaquella ciudad. Diósele un papel mío a don Fernando, un hermano suyo, el cual sabía esteempleo, y acudió algunas noches acompañando a don Esteban; este, viendo que su hermanono venía, envió un criado a llamarle a toda diligencia. Ya era de noche, y mi parto se fuedilatando hasta la mitad de ella. Estaban don Fernando y un criado suyo en la calle

aguardando allí para recibir la criatura.»Y sucedió que mi hermano viniese a aquella hora a acostarse; era la noche muy oscura, yaunque él divisó dos bultos a la puerta falsa de su casa, ellos no le vieron. Dióle deseo deaveriguar si era don Esteban; el que era causa de su deshonor, y arrimándose a una pared,

 previno una pistola de dos que traía para su defensa todas las noches. En esto sintió que abríanla puerta y que una criada salía fuera a la calle; a su salida se llegaron los dos hombres arecibirla; ella les dio un niño que había yo parido, y que con gritos manifestaba el deshonor desu madre; penetraron estos el pecho de mi airado hermano, y así, irritado de la cólera queoyendo esto recibió, pensando que el uno de aquellos hombres fuese la causa de su deshonra,apuntándole la pistola, no le erró; fue el desgraciado don Fernando el que perdió la vida con laviolencia de dos balas que le pasaron el pecho. El criado, que vio el estado de las cosas, con

su criatura gritando comenzó a huir; mas siendo seguido de don Rodrigo con la espada en lamano, a pocos pasos le atravesó de una punta por las espaldas, dejándole allí pidiendoconfesión a voces. Todo esto habían visto las criadas, las cuales me lo fueron a decir a míluego; yo, temiendo verme ya trofeo de la muerte y en las manos de mi hermano,animándome me vestí a toda priesa y me salí de casa, yéndome a la de don Esteban, que noera lejos de allí.

»Aun no había venido, por no poder haberse desembarazado de un negocio importante asu pleito; pero el criado que le fue a avisar, que era el gobierno de su casa, había vuelto a dar orden a don Fernando que me asistiese. Contéle cuanto pasaba, aunque incierta de que donFernando era muerto; y lo que él hizo fue tomar dos caballos y dineros y ponerme en el uno;subióse en el otro, y partióse de Sevilla para Córdoba.

»Llegamos a Carmona, donde estuvimos de secreto dos noches, porque yo me reparasemas de mi flaqueza y susto. Allí supimos lo que pasaba en Sevilla, de un forastero que posóen nuestra posada. Dijo pues que así como don Rodrigo mató a don Fernando e hirió demuerte a su criado, tomando la criatura la dejó en una casa del barrio a una mujer de un criadosuyo encomendada, y él se volvió a casa con ánimo de acabar con mi vida. De las criadassupo mi fuga, cosa que le dio notable pena, por no poder vengarse del todo. No lo creyó, yandando buscándome por la casa, que es grande, llegó entonces la justicia a ella, que habiendollegado adonde estaba muerto don Fernando, de su criado, que aun estaba con vida, supoquién fue el que le había muerto. Fue preso don Rodrigo y llevado a la cárcel, donde se leentregó al alcaide; buscáronme luego en casa, y visto que no parecía, con la luz que le dieron

las criadas de la ficción de don Esteban, fueron a su casa al tiempo que él venía de su jornada,que era bien tarde; diéronle cuenta de lo sucedido, trayéndole al difunto hermano a su presencia; y llamando él al criado que gobernaba su casa, le dijo un mozo de caballos que él lehabía ensillado dos, en que se había partido en compañía de una mujer. No quiso oír más elalcalde de la justicia, que era quien hacia la averiguación, para mandar despachar gente por los caminos que procurasen detenerme a mí y al criado, y a don Esteban dieron la casa por cárcel, con guardas de vista.

»Esto fue lo que dijo el forastero, con lo cual el criado determinó tomar otro camino delque había pensado y venirse a esta corte; así lo ejecutó, y nos venimos por extrañas veredas adeshoras hasta Madrid, donde habrá que llegamos como un mes, poco mas; desde aquíescribió el criado de don Esteban a su amo mi llegada a esta corte, y con la pena que estaba,

así de saber que estuviese preso como de carecer de su vista. En respuesta de esta carta vinootra, no como yo esperaba; porque ¿qué culpa tenía yo de la muerte de don Fernando?

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¿Mándele yo matar, por ventura? Si mi hermano lo hizo, ¿era justo tener el enojo contra mí?Lo que la carta contenía era que luego que la leyese se partiese de Madrid y me dejase.

»Fuerte mandato le pareció a Leandro, que así se llamaba el criado de don Esteban, alcual pareciéndole mal que usase de este rigor con quien no se lo había merecido y le costabamuchas lágrimas, le significó cuánto me debía, y que pagaba un firme amor que le tenía coningratitud, y que aunque perdiese su gracia, no había de dejarme. Esta carta su le envió a don

Esteban por la estafeta: desconsiderada resolución de Leandro, no advirtiendo las diligenciasque se hacían para saber dónde yo estaba. Andaba el alcalde de la justicia solícito en esto, yvino a dar con la carta enviada por la estafeta, y por ella supo dónde estaba yo. Habiendo sidoLeandro el que me había traído, y no obstante que vieron el despego con que don Esteban metrataba, se persuadieron a que por su orden me habían traído aquí, y que después se habíacansado de mí; con esto doblaron las guardias a don Esteban, que le pedía don Rodrigo mihermano la fuerza de su casa, y don Esteban a don Rodrigo la muerte de su hermano donFernando. Determinóse el alcalde de la justicia, sin darse por entendido de dónde yo estaba, adespachar un alguacil, para que con una requisitoria me trajese a Sevilla, y a Leandro preso enmi compañía. Había sido el alguacil hijo de un criado de mi hermano, y dióle cuenta del caso,

 para ver qué determinaba que hiciese, el cual le mandó que hiciese cuanta apretada diligencia

 pudiese en Madrid para hallarme, y que hallada, avisase con un propio. Esto me avisó uncriado de mi hermano que oyó hablar a don Rodrigo con el alguacil, sabiendo la parte donde

 por entonces me tenía Leandro, que sabido esto, mudó de posada, y se vino cerca de estos barrios.

»Ayer, que salía acompañada de la huéspeda de casa a tomar el fresco en el campo deLeganitos, al volver de una esquina, vi a mi hermano en el más extraño traje que se puedeimaginar; venía con una capa parda de las que usan traer los labradores manchegos, unamontera parda, capotillo de dos faldas del color de la capa y polainas, con calzoncillos delienzo; extrañé su disfraz, y alteróme de manera, que apenas pude dar un paso adelante. Lacompañera que me llevaba de la mano reparó en esto, y preguntóme la causa de mi susto; yose la dije y cuan temerosa estaba de que me había conocido. Confirmé esta sospecha con verleenderezar con pasos algo acelerados hacia la parte donde estaba; viendo esto mi compañera,me dejó y se entró en una casa. Yo, con la turbación que tenía, sin repararen que me dejase,aceleré pasos y valíme de vuestro amparo, de que hago la estimación que es justo, pues si noeligiera vuestra casa, que es ya sagrado para mi, creo lo pasara mal. El que mi hermano no mehaya seguido he extrañado mucho, no sé qué haya sido la causa, que tengo por sin duda queno reparó en mí, aunque me lo pareció, porque a hacerlo, es sin duda que me siguiera, y mivida corriera peligro. Esta es mi infeliz historia; yo me hallo bien confusa en no saber en quéhayan parado las cosas de don Esteban y en ver a mi hermano aquí libre de la prisión donde ledejé.

 No se holgaron poco las dos hermanas de oiría relación que doña Clara les hizo de sus

trabajos, por sacar de ella que el embozado a quien ellas hablaron las noches pasadas era donRodrigo sin duda alguna, porque las señas que daba de su vestido conformaban con las queellas habían visto en el disfrazado caballero; quien con mas exceso se alegró era Serafina, quedeseaba que aquel entendimiento, cortesía y demás partes que en él había conocido fuese ensujeto principal, y así se persuadió siempre a esto. De nuevo consolaron Serafina y Teodora adoña Clara, dándola buenas esperanzas que todo pararía en bien con el favor del cielo, enquien esperase que la había de remediar sus trabajos. Con esto se durmieron hasta la mañana,aunque doña Clara, con la pena que tenía, no lo pudo hacer como Teodora, que vivía sincuidados, que Serafina ya tenía los que bastaban para no sosegar con descuido, y así, fue ellaquien más noticia podía dar del desasosiego de su huéspeda.

Parecióle a doña Clara el día siguiente escribir un papel a Leandro a la posada, en que le

daba cuenta de dónde estaba y la causa que la obligó a quedarse allí, de la cual ya tenía noticia por la huéspeda, que volvió asustada y con pesar de haber perdido a doña Clara. Quien, mayor le recibió fue Leandro, que con amor y lealtad servía a esta dama desde que la sacó de Sevilla,

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y aunque pudiera hacer diligencias por saber dónde estuviese, no osó salir de casa, por elaviso que tenía de que los andaban buscando en Madrid por orden de la justicia. Admirósemucho de que don Rodrigo se hubiese venido a Madrid, habiéndole dejado preso, y trató devivir con más cuidado porque no le encontrase, por saber de su resolución que donde quiera,que fuese le quitaría la vida.

Con esto, en anocheciendo fue a verse con doña Clara, consolándola en su aflicción,

diciéndola que todas aquellas cosas habían de parar en bien. Dio las gracias a la madre deSerafina y Teodora de la merced que hacían a doña Clara, y díjoles que con su licencia queríallevarla a la posada; no se lo consintieron, enojándose mucho, así de que tratase de mudarla enocasión que corría peligro su vida como de que lo hiciese por temer que les causada fastidio,que aunque estuviese años en su casa, no le podría dar a quien con tanto gusto la servía. Denuevo les rindió gracias doña Clara, con que Leandro se volvió a su posada; halló en ella unacarta de don Esteban, que le reprendía de su inadvertencia de haberle escrito por la estafeta,habiendo otros modos como hacerlo, que había esto sido causa de despachar juez a prenderlo;de que le dieron aviso a don Esteban que se pusiese en cobro, y también la persona de doñaClara, hasta que él avisase otra cosa, tratando de servirla y regalarla con mucho cuidado.Dábale con esto aviso de cómo don Rodrigo se había salido de la cárcel engañando o los

 porteros de ella, y que se entendía iba a Madrid; que de nuevo le encargaba el ocultar a doñaClara y el cuidado con ella, hasta que él saliese libre de su prisión, pues al alcalde le constabaser él tan ofendido con la muerte de su hermano como don Rodrigo con haber faltado suhermana de su casa. Mucho contento recibió Leandro con leer esta carta de su dueño,conociendo por sus razones que presto vendrían a bien estas cosas. Dio aviso de esto a doñaClara el día siguiente, con que fue parte para que se consolase y esperase presto verdad endescanso.

Este mismo día recibió doña Serafina un papel de la mano de una mujer embozada, lacual le dijo que aguardaba respuesta de él. Lo que contenía era esto:

«Como en los amantes que bien quieren es su mayor tormento la ausencia,

quien la padece, faltando la presencia de quien ama, suplica a la causa, sinohay otra precisa que lo estorbe, se sirva de dar lugar a que ejerza la piedad 

obras suyas, y cesen las del rigor de faltar tantos siglos del puesto en que su

dicha mereció el mayor empleo que podía esperar su deseo.»

 No poco se holgó la hermosa Serafina de leer este papel, que ya acusaba al dueño deremiso u olvidado, y no la había puesto en poco cuidado haber faltado su recuerdo, cuandoella faltaba del señalado puesto, que era descuido en él no haber sabido la causa de no verle.Pidió la mujer embozada que esperase, y respondiendo al papel, se le entregó, el cual puestoen las manos de quien con afecto le esperaba, que era el disfrazado don Rodrigo, leyó en élestas razones:

«No merecía piedades quien con tanto descuido vive, que lo mismo queexagera con voluntad lo trata como con olvido; este nombre le diera antes, si

no me pareciera la cortedad recato, y que por él se deben perdonar los yerros,

con la pena de haber padecido ausencia: de haberla tenido hubo precisa

causa, que impidió nuestra salida. Esta noche nos veremos donde sabéis, que

hay muchas cosas que deciros.

 Dios os guarde.»

Contentísimo quedó don Rodrigo con la promesa de la dama, la cual comunicó su salidacon su hermana en la forma que había de ser, pues por la huéspeda que tenían les parecía

grosería dejarla en casa, sospechosa de su salida. Dióla muy buena Teodora, con tener a unaamiga de su madre enferma, a quien pidieron licencia para irla a ver un rato; concediósela, yacompañadas de solo su escudero, se fueron a la casa de la amiga por cumplir con él, yhabiendo estado allí un poco rato con la amiga, dieron la vuelta por el campo que llaman de

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Leganitos, y en el mismo puesto señalado hallaron al disfrazado don Rodrigo en el propiotraje en que hasta entonces andaba. Recibiólas con mucho gusto, exagerándoles cuánto habíasentido su larga ausencia, padeciéndola con mil temores de que hubiese sido por falta de saludo quiebra de voluntad.

 —Ni uno ni otro ha sido —dijo Serafina—, sino haber tenido a nuestra madre indispuesta; pero cuando lo que decís fuera, bien se os ha mostrado el amor que publicáis tener, pues haber 

dejado pasar tiempo sin procurar saber de las dos, pues no ignorábades nuestra casa, puestoque se os permitió venirnos acompañando hasta ella; ¿qué responderéis a esto?Dijo el enamorado caballero:

 —No faltado voluntad, que esa no la puede haber en mí, sino temor o recelo de dar notaen vuestra casa con venir a ella o enviar papel, hasta que ya no lo pudiendo sufrir, me resolvía lo que viste.

¿Cortedades tiene quien encarece que ama? —dijo Teodora—; no me parece que osdisculpáis derechamente.

Apretaban las dos sobre esto al caballero, y él porque se mudase plática les dijo: —Si yo como amo con voluntad dispusiera las cosas a medida de mi deseo, no errara en

ninguna acción; mas quien tiene nido natural, como nacido en agrestes paños, ¿cómo queréis

que acierte?Vio aquí Serafina la ocasión a su propósito para lo que traía pensado, y no la quiso perder,

diciéndole: —Señor don Rodrigo do Monsalve, basta el disfraz para conmigo, que ya sois conocido, y

dure lo que mandáredes para vuestros vengativos intentos. Yo he sabido quién sois, y tanto devuestras cosas, que os admiraréis; con que en cuanto a disculparos, no tenéis salida. Decid vosque habéis andado ocupado en cosas tocantes a lo que viniste de Sevilla aquí, saliéndoos de la

 prisión, y nos daremos por satisfechas, yo a lo menos, que deseo sumamente vuestra quietud yque todos vuestros negocios se hagan como deseáis.

Absorto su quedó don Rodrigo sin poder hablar: tal le tenía la turbación, admirado decómo podía ser conocido de aquella dama andando en aquel traje, y no habiendo puesto los

 pies jamás en Madrid. Discurrió sobre esto, de modo que el callar tanto aseguró a las demásque era él. Lo que le respondió a Serafina fue:

 —Señora mía, yo no sé qué es lo que me decís con rebozos; mi nombre no es ese, ni yonací con tal dicha que merezca ese noble apellido que me dais; vos me habréis tenido por otrode quien os han dicho algo, que en cuanto a mí, estoy seguro que no me ha traído cuidadoalguno a Madrid, sino ver la corte, y mi venida ha sido importante a ella.

 —A buscar a vuestra hermana —acudió Teodora—; no hay que encubriros, que devuestras cosas sabemos las dos mucho, y os diremos cuanto hay en esto si gustáis.

Volvió don Rodrigo a turbarse y ellas a apretarle de modo, que por saber él cómo habíantenido noticia de sus cosas, vino a confesar ser don Rodrigo de Monsalve y quien decían.

Holgóse sumamente Serafina de que le hubiese salido cierto lo que ella tenía por dudoso,habiendo con cautela habládote; y así, en conformidad de haber confesado quién era, sesentaron en otro puesto menos juzgado que aquel, y don Rodrigo refirió de nuevo su historiasin discrepar en nada de cuanto habían las dos damas oído a doña Clara; solo lo que varió enella fue, no el decir que venía a Madrid en busca de su hermana, sino que habiendo estado

 preso por la muerte de don Fernando, y salido de la prisión engañando a los porteros de ella,se había venido a Madrid disfrazado para estarse así en tanto que se componía la muerte, y lafuga de su hermana decía que había sido para Lisboa, adonde pretendía ir presto en buscasuya.

Bien quisiera Serafina componer aquellas cosas por la seguridad de doña Clara y por tener en Madrid más quieto a don Rodrigo, mas parecióle temprano, que quiso tenerle más

obligado para tratar de esto. Aquella noche se ocupó toda en relaciones, y así no se trató de lavoluntad, aunque a la despedida bien significó la suya don Rodrigo para con la hermosaSerafina, la cual le favoreció con decirle que estimaba su fineza, pero que deseaba saber con

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apretada información si dejaba algún cuidado en Sevilla, antes de determinarse a favorecerle,que ella tenía quien se lo dijese; bien lo creyó don Rodrigo; y así, apretando en saber quién lehabía dicho sus cosas, no pudo conseguir el saberlo, por donde quedó con sospechas de quede su hermana se sabían, cosa que le aumentó el cuidado para hacer mayor diligencia en

 buscarla.Correspondíanse estos dos amantes en amor, y estaba tan adelante esta correspondencia,

que se trataba entre los dos de casamiento, enterado cada uno de la calidad del otro. En tantola justicia de Sevilla hacia sus diligencias en buscar a don Rodrigo con requisitorias, en que legastaron alguna cantidad de hacienda.

El alguacil que había venido en busca de doña Clara y de Leandro hizo también susdiligencias en buscarlos en Madrid, pero todas en balde, por el cuidado con que Leandrovivía, habiendo mudado de posada, y no saliendo de ella sino de noche, y este a solo visitar adoña Clara, a quien daba buenas esperanzas de que presto se había de ver empleada en donEsteban. Dona Clara era regalada de las dos hermanas sus huéspedas y de su anciana madrecon mucho amor, y a ella se le habían cobrado de manera que, cuando fuera hermana suya, nose le tuvieran mayor. Deseó Serafina ver acabadas aquellas cosas y reducidas a paz por lo queinteresaba, pues no tendría de asiento a don Rodrigo allí, menos que con saber dónde estaba

su hermana, y para comentar a tratar de esto, lo primero que hizo fue dar cuenta o doña Claracómo se comunicaba con don Rodrigo su hermano. Díjole la correspondencia que había entreloa dos, y asimismo con el fin que se continuaba, deseando pagarle su amor y finezas condarle la mano de esposa. No se puede exagerar cuánto se holgó la afligida dama de oír esto,

 pareciéndole que el cielo abría camino para que sus cosas parasen en bien, teniendo de su parte a Serafina, que era cierto había de aplacar el enojo de su hermano y alcanzarle el perdónde él.

Comunicó Serafina con esta dama qué modo o camino se podía tomar para que donEsteban y don Rodrigo se conformasen, y ocurrióle a doña Clara este. Tiene en Sevilla tanganadas las voluntades de todos el conde de Palma con su agasajo y afabilidad, que no seofrecía en aquella ciudad cosa ardua ni dificultosa que como él la emprendiese no laalcanzase, y así todos se valían de su amparo y intercesión para tedas sus cosas; en particular tenía gran suerte en componer enemistades, como se había visto por experiencia en muchasque había compuesto entre caballeros, que a no mediar la autoridad, pararan en muertes ydesdichas; pues quiso doña Clara valerse del conde para que con su intercesión se templase la

 justicia, y su hermano y don Esteban se compusiesen, y así se le escribió una carta en orden aesto, dándole cuenta de quién era, dónde estaba y de cómo don Rodrigo asistía en Madrid,habiendo llegado allí en su busca y el trueque traía para hacer su hecho, de modo que su vidacorría peligro; finalmente, le daba cuenta de todo, y le suplicaba mediase en esto, solicitandoel que don Esteban le cumpliese la palabra que le había dado casándose con ella y haciendo

 paces con don Rodrigo.

Recibió la carta el Conde, el cual habiendo sabido de quién era y enterado también delcaso, quiso servirá esta dama como lo sabe hacer con tanta galantería y generosidad de ánimo.Vióse con don Esteban, y sin darle cuenta de la carta de dona Clara, le comenzó a persuadir tratase de cumplirle la palabra que le había dado habiendo prendas de por medio. No rehusabaesto don Esteban, que sí bien estuvo algo frío cuando la fuga de su dama, entonces estaba másenamorado y deseoso de verla como a los principios de su amor; lo que sentía era ver que donRodrigo no hubiese acometido a tratar de que esto se hiciese, estándole un bien a su honor; demodo que don Esteban vivía quejoso de dos cosas: la una, de la muerte de su hermano, y laotra, del despego de don Rodrigo en no haber tratado de conciertos. A todo esto se obligó elconde que pondría la mano en ello; y dejando a don Esteban muy en hacer cuanto le pedía,trató con la justicia que esto viniese a concierto, perdonando don Esteban la muerte de don

Fernando, con que aplacó su rigor, y don Esteban tuvo libertad con una fianza de estar a loque le sentenciasen. Esto sabido en Sevilla, no sabiendo el conde adónde había de dar avisode lo que había hecho a doña Clara, se resolvió de irse a Madrid; en su compañía se llevó a

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don Esteban y a un primo de este caballero, natural de Córdoba. Tuvo aviso de esto donRodrigo por su confidente, y holgóse que el negocio tuviese este concierto.

En tanto que llegaban a Madrid el conde, don Esteban y su primo, la hermosa Serafina,viéndose una noche con su don Rodrigo, le dijo cómo su hermana se comunicaba con ella yera muy su amiga, de quien había sabido todos sus sucesos; y que si le importaba su empleo,entendiese que primero había de preceder el perdón de ella que el darle su mano. Ya tenía

dona Clara noticia por Leandro de cómo el conde de Palma había reducido a don Esteban y lotraía consigo a Madrid, que así se lo había don Esteban escrito. Viendo don Rodrigo esto, conmucha facilidad dijo que perdonaría a su hermana por lo bien que le estaba darle su manodespués. Agradecióselo Serafina, y mandóle que para la noche siguiente mudase de traje yviniese a su casa, adonde estaría su hermana con ella aguardándole, qué no quería másrabosos ni guardarse de su madre.

Obedecióla don Rodrigo, el hombre más contento del mundo; y así, luego que vino lanoche, con un bizarro vestido de color vino a casa de Serafina acompañado de dos criadoslucidos con una vistosa librea. Fue recibido de la hermosa Serafina y de su hermana Teodoray llevado a la presencia de su madre, a quien había Serafina dado cuenta de todo el suceso yde la afición que esto caballero la tenía con el fin de ser su esposo. Allí halló don Rodrigo

grandes agasajos en los brazos de doña Blanca, que así se llamaba la anciana señora, ymuchas lágrimas en los ojos de su hermana, que postrada a sus pies le pedía su mano y perdónde haberte sido causa de sus disgustos. Don Rodrigo la abrazó sin muestra de enojo alguno, yaquella noche estuvo dos horas de visita muy gustoso, siendo favorecido de los ojos de suSerafina, que por estar en la presencia de su madre, no se extendió a más el favor. Supo donRodrigo cómo su hermana era huéspeda de doña Blanca y sus hijas y por el camino que habíavenido allí, que fue ponerle en muchas obligaciones, estimando el gran favor que le habíanhecho. Con esto se acabó la visita, mandándole en secreto Serafina que volviese a verla todoslos días, cosa que don Rodrigo obedeció con mucha puntualidad por lo que en hacerlointeresaba.

Llegó el conde de Palma a Madrid con los caballeros que le acompañaban, y sabiendoLeandro la casa que le tenían apercibida para posar, acudió a ella a verse con su dueño, el cualse holgó mucho con él; preguntóle luego por doña Clara, de cuya salud le dio muy buenasnuevas, y asimismo de todo cuanto pasaba y se ha dicho, porque así se lo había mandado doñaClara. Holgóse don Esteban de tener esto vencido y que don Rodrigo la hubiese hablado yvisitase, y así se lo dijo luego al conde, el cual el siguiente día, llevando contigo a donEsteban y a su primo en su carroza, se fue a casa de doña Blanca, guiado de Leandro; fue enocasión que acertó a estar allí don Rodrigo, cosa de que el conde recibió mucho gusto. Pidiólicencia a doña Blanca para visitarla; túvola, y en su presencia careó los dos caballerosenemigos antes, a quienes hizo amigos luego. Y para aumentar más mi gusto, llamando al

 párroco, don Esteban dio la mano de esposo a su doña Clara, y don Rodrigo a doña Serafina.

Habíale parecido bien a don Sancho de Godoy, primo de don Esteban, la hermosa Teodora, yquiso que a estas bodas acompañase la suya; informó el conde de quién era, y así se dieron lasmanos. La fiesta de las velaciones celebraron muchos caballeros mozos de Madrid con unalucida máscara, a que se siguieron muchos saraos, siendo todo fiestas un mes que estuvieronen la corte, el cual pasado, se volvieron a Sevilla todos tres contentos con sus queridasesposas, despidiéndose del conde de Palma con muchos agradecimientos que le dieron por elfavor que les había hecho.

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EL DEFENSOR  CONTRA SÍ

De Huerta de Valencia, prosas y versos (1629)

A maitines tocaban las campanas de los monasterios de Madrid, insigne villa de España yCorte de su poderoso Rey, cuando su rumor más vario que armonioso percibieron los oídos deseis encarnizados tahúres que desde primera noche habían estado jugando al juego que llaman

 pintas, siéndolo contagiosas contra la hacienda y las opiniones de los que la pierden. Acabóseel juego, más por voluntad del garitero que por gusto de los congregantes de su garito, quecomo se hallase sin barajas de que sacar provecho, y poco ganoso de salir a buscarlas adeshora, y en noche de las más lluviosas del invierno, solicitó su despedida. Entre los que sehallaron en esta junta fue uno el capitán don Carlos Coronel, valentísimo soldado que en lasocasiones de las guerras de Flandes contra los rebeldes de las Islas, había mostrado bien elvalor de su persona, desde que terciando una pica salió a empuñar una gineta1; y ahora, enmadura edad, pretendía ser castellano del Castillo de Amberes, cargo importante que siemprese da a soldados de tanta satisfacción como lo era don Carlos.

Salió, pues, este caballero de la casa del juego, a que era inclinado mucho, sin compañíaalguna, y tomando el camino de su posada, que era a los barrios de Antón Martín, yendo éldesde los de Leganitos, al emparejar con una estrecha calle cerca del Carmen, vio salir de unacasa un tropel de gente, que unos tras de olios con espadas en blanco iban corriendo por lacalle abajo, lisio pudo ver el capitán con la luz de una pequeña linterna que llevaba. Parósehasta que vio la calle desembarazada de aquella gente, que no tuvo por cordura meterse en la

 brega a poner paz, donde vio tanta confusión; y esto vino a ser frontero de la casa donde

habían salido los de la pendencia. Vínole deseo de entrar en ella, por ver su puerta abierta, y púsole en ejecución. Pasó el zaguán, y hallóse en un pequeño palio, de donde vio salir luz deuna sala baja que había en él. Entró en ella, y ofreciósele a la vista el más horrendoespectáculo que sus ojos habían visto en su vida. En el suelo estaba una hacha ardiendo, ycerca de ella, en medio de un lago de sangre, un joven de edad de veinte años, que habíarendido la vida a manos de quien con cruel intento le había ciado muchas puñaladas que tenía

 por el cuerpo, de que había salido aquella sangre. Cerca de este cadáver estaba un estrado, yen él una mujer echada, atadas las manos, falto el rostro del rosado color. De suerte que a lavista parecía estar falta del vital aliento. Absorto se quedó el capitán de tener tan extrañoobjeto delante de sus ojos, y maravillábale mucho la singular hermosura de la dama, que aunfalta de la vida (a su parecer) no había acabado la muerte de hacer sus destrozos en ella. En

esto estaba, cuando con un penoso suspiro advirtió la dama al capitán que aún no había elalma desamparado la corpórea cárcel. Alegróse de esto grandemente el valiente soldado,viendo con vida a quien tanto le había enternecido con su imaginada muerte, y llegóse aquitarle las ligaduras de las manos. La dama, que le sintió venir, comenzó (vertiendo copiosaslágrimas de sus hermosos ojos) a decirle:

 —Señor y hermano mío, pues la piedad vive ausente de vuestro pecho, y es gusto vuestro,no razón, que yo muera, no le contradigo. Sólo os suplico deis lugar a que con más veras hagaotro acto de contrición de mis graves culpas, ya que me negáis que las oiga mi padreespiritual.

Quiso don Carlos desengañarla con manifestarle bien su rostro, y alzó el hacha que estabaen el suelo, dejándose ver de ella a su luz; y entonces la dijo enternecido:

1 lanza corta.

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 —No soy yo, afligida señora, quien habéis pensado y temido, sino quien se compadece deveros en esa aflicción, y quien se ofrece a sacaros de ella, si no consiste en más queausentaros del rigor de vuestro hermano.

Más atenta miró la dama el rostro de quien esto la decía, y como se asegurase no ser suhermano, con algún aliento que cobró de esto le dijo:

 —Señor mío (que algún ángel debéis de ser), no puedo dejar de aceptar tal ofrecimiento,

 pues me importa no menos que la vida salir de aquí huyendo del rigor de dos hermanos míosque han de volver a quitármela, como lo han hecho a este inocente caballero que ha pagado loque no debía. Más despacio sabréis mi larga historia y corta dicha. Ahora importa salir deaquí, fiando de esa honrada presencia me amparará en esta desdicha.

Así se lo volvió a prometer el capitán; y habiéndola desligado, la tomó de una mano parallevarla, mas ella le rogó que la dejase tomar un cofrecillo que estaba allí a la vista. No diolugar a esto el capitán, porque se anticipó a tomarle antes que ella. Con esto, pues, salieron deallí con no poco recelo de la afligida dama, por temerse que les habían de ir siguiendo sus doshermanos. Mas este se le aseguraba el capitán, diciéndola que aunque le veía de aquella edad,tenía aún valor para defenderse de ellos bastantemente. Llegaron, pues, adonde el capitánvivía, que era en una principal casa, en quien tenía un honrado cuarto, siendo él servido de

una ama de mayor edad y de dos criados. Novedad se les hizo a todos no el venir tarde sudueño, que esto era ya costumbre suya, por ser aficionado al juego, sino con la compañía quetraía; cosa que no le habían conocido hasta allí flaqueza alguna.

Dejóla el anciano clon Curios su cama, y en otro aposento separado de aquel mandó quele hicieran para él otra, encargando mucho a la ama el regalo de aquella señora, la cual seacostó luego a ruego del capitán, y allí la llevaron una conserva para que cobrase algúnesfuerzo, que no admitió la cena por haber aquella noche cenado antes de su desgracia. Conesto la dejo la ama porque reposase lo que restaba de la noche, aunque no pudo dormir nada,

 por permitirlo así la causa de su pena. Tampoco el capitán la pasó bien con el deseo de saber ala mañana qué se habría hecho de aquel hombre que dejó muerto, y de la gente de aquellacasa. Levantóse con este cuidado, e informándose de la ama qué hacia su nueva huésped,díjole que reposaba un poco, porque toda la noche la había sentido desde su aposento llorar ysuspirar. Encargóla que la diese en despertando algo con que se reparase de su desvelo; y conesto salió de casa algo más de mañana que acostumbraba acompañado de sus criados. Quiso

 pasar por la calle donde le había sucedido el fracaso de la noche pasada; y reconociendo lacasa de la dama, vio estar en ella mucha gente. Llegó a informarse qué había allí, y unanciano, que a todo había estado presente, le dijo:

Señor mío, habiéndose descuidado anoche el alcalde y alguaciles, a quien tocaba hacer ronda en este cuartel del Carmen, han hallado esta mañana a un hombre muerto en esta casade muchas heridas. Son los dueños de ella dos caballeros hermanos, y una hermana doncella.

 Ninguno de ellos parece, y los vecinos más cercanos están presos, por hallar un tabique que

dividía las dos casas roto. Ellos dicen que le rompieron los criados por pedir favor, y quesalieron por allí a pedirle por tenerlos cerrados; y que por la misma rotura se le entraron a dar el dueño de la casa y un hijo suyo, los cuales dicen haber salido en seguimiento de loshomicidas, pero por más ligeros de pies se les escaparon. Está aquí el alcalde a quien estos

 barrios le tocan; y después de haber puesto en la cárcel a los que por ventura no tienen culpa,embárgales los bienes, así los de la casa donde sucedió esta desdicha, como los de la vecina aella. El difunto dicen que es un caballero mozo, y no el que galanteaba en esta casa, sino unamigo suyo íntimo que le acompañaba siempre. Esto es lo que puedo deciros acerca de lo queme preguntáis.

Agradeció el capitán que le hubiese dado cuenta de lo que deseaba saber, y asistió allí aver con la demás gente qué había el embargo, por ser su conocido del alcalde, y advirtió de él

las cosas que se tomaban por inventario de más valor. Hecha, pues, esta diligencia por elalcalde, fue a dar cuenta de todo al presidente, y nuestro capitán a la dama que tenía en sucasa. No estaba levantada, que la ama no se lo había consentido porque se reparase algo del

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desvelo de la noche pasada. Díjole don Carlos lo que había visto, y cómo sus hermanos sehabían ausentado; y de nuevo comenzó a renovar su llanto la hermosa dama. El capitán laconsoló, animándola y esforzándola, con que no la había de desamparar mientras Dios lediese vida; y en pago de esta voluntad la suplicó le cumpliese el deseo que tenía de saber confundamento el origen de aquella muerte. Corresponder quiso la dama al favor que a suhuésped debía con darle cuenta de lo que deseaba saber; y así, incorporada en la cama, le rogó

que la prestase atención, y comenzó su historia de esta suerte:A la pretensión de un hábito para mi hermano mayor vino don Fadrique, mi padre, desdeMálaga, de donde somos naturales, a esta Corte, no gustando que mis dos hermanos leacompañasen, por saber cuán peligrosa estancia sea para la juventud, pues sus divertimientosy ostentaciones siempre son polilla de las saludes y haciendas. Y así, aunque en anciana edad,quiso más asistir sin su compañía que dar ocasiones con ella a lances tan forzosos. Duró su

 pretensión algunos días más de los que pensó, respecto de los muchos servicios que en sumocedad tenía hechos en tiempo de Filipo Segundo, prudentísimo y santo Monarca. En estetiempo, permitió el Cielo disponer el fin de su vida con un largo mal, con que fue forzoso por consuelo suyo, pues le faltó el de mi madre, que era viudo, que viniésemos mis hermanos y yoa asistirle a su enfermedad aquí. Pocos días fueron los que le gozamos con vida, que el Cielo

fue servido de que la perdiese porque hoy la tenga mejor, que esto nos pudo prometer sugrande cristiandad, Hechas las exequias conforme a su calidad, mi hermano mayor, que sellama don Antonio, prosiguió con su pretensión, mas no con tal puntual asistencia comodebiera; porque el ser demasiado de galán le divertía de lo que mil le importaba, tratando másde servir a damas que de cortejar a las personas de quien pendía su buen despacho. Yo mehallaba muy extraña en la Corte, y aunque en ella tenía amigas, como me hubiese criado en elencogimiento de mi patria, parecíame mal su desenfado y despejo, su continuo paseo de CalleMayor y Prado, su frecuencia de visitas en sus casas de caballeros mozos, que aunque sehagan con el honesto fin que se hacen (que así lo creí siempre), dan ocasión a las mordaceslenguas que digan más de lo que ven y piensen lo que no hay.

Por fiestas de aquel glorioso Santo Patrón de Alcalá de llenares, milite glorioso en laSeráfica Religión Franciscana (de San Diego, digo), se corrieron toros en aquella insigne villaa que acudió toda la Corte. Fueron allá mis hermanos con determinación de no volver hasta elsiguiente día. El mismo que partieron (poco antes de medio día) me puse al balcón, al tiempoque vi entrar en mi casa un caballero acompañando a dos mujeres embozadas. Como en mi

 posada no había otro vecino, por vivirla toda mis hermanos, presumí que vendrían a buscar aalguno de ellos aquel hombre y mujeres; y así hice a una criada que se pusiese a un corredor que caía al patio a ver a quién buscaba. Tardóse un rato, y vino a decirme que en el zaguánestaban hablando los dos a solas. Había una escalera falsa que bajaba a unos entresuelos delcuarto principal, y de ellos salía una ventana con una celosía al mismo zaguán, por dondequise curiosamente escuchar lo que los dos hablaban. ¡Oh, cuántos daños han venido a las

mujeres por esta impertinente curiosidad de desear ver y saber novedades! Mil desdichas quehan sucedido por esto nos pudieran ser escarmientos a estar advertidas de ellos.Volviendo a mi relación, señor don Carlos, yo me puse a escuchar al galán y a la dama.

Lo que él la decía, que me acuerdo, eran unas razones como estas: «Señora mía, en otrasocasiones con más cortesía os he suplicado excuséis ponerme en lances donde agravie laamistad de un amigo a quien debo tanto. Presumí que el habéroslo dicho con algún despejo ydesamor os hubiera avergonzado, para que no reiterárades persuasiones que no han de ser dealgún efecto. El verme ausentar de vuestra casa, huir de la de mi amigo cuando estáis en ella,veo que no ha sido de provecho para que dejéis de ofenderle con un tema impertinente. Estome mueve a huir de vos con tanto cuidado, el cual no hubiera en mí a veros libre del amanteque tenéis, porque nadie conoce vuestras partes ni las supiera estimar como yo. Oblígame

mucho que digáis ser amor el que me tenéis, mas desoblígame al pagarle la ofensa que, aun enoíroslo hago al ausente. Considerad esto mejor y ved si fuérades vos don Juan, vuestro dueño,si gustárades que amigo vuestro solicitara cosa de su gusto. Hoy he excusado en la Iglesia el

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 ponerme cerca de vos, y aun la cortesía al fin de la misa, por no tener ocasión de hablaros.Paréceme que no me ha valido esto, ni el entrarme en esta casa para no ser seguido de vos.¿Qué es lo que ahora me queréis después de este desengaño?». Tierna le escuchaba estascosas la mujer (cuya hermosura hay pocas que la excedan en esta Corte), y con algunaslágrimas que derramaba de cuando en cuando, le dijo: «¡Ay, don Enrique! ¿Es posible que tanmal pagues una fe, un amor y una voluntad tan pronta en amarte como te tengo? Dos años ha

que acompañado de tu amigo don Juan te vi la primera vez; plugiera al Cielo no te viera, quedesde entonces ni mi memoria se ocupa sino en acordarse de ti, ni mi deseo es otro que de ver  pagada esta voluntad, ni mis ojos quieren otro objeto que el de tu persona. Si he favorecidodesde entonces a don Juan con lícita correspondencia, no ha sido con gusto mío, sino con elfin de que en su compañía me viese. Sufrí, padecí, procuré vencerme a mí misma, pero amor que se apoderó de veras de mi pecho por borrar de él a tu amigo, me obligó a manifestarte miscuidados, a decirte mis penas y querer obligarle a corresponder a lo que debes. Conozco quehabiendo favorecido a tu amigo es trato doble el que uso con él; pero, a una pasión tan grande,a un afecto tan incorregible, ¿quién le ha de poder resistir? Confieso que una mujer principalcomo yo (con el cuantioso dote que sabes tengo, a cuyo casamiento aspiran tantos caballerosen esta Corte) hace mal en abatirse a rogar que la quiera quien no la estima; hace mal en

solicitar a quien no la admite y, finalmente, desdora su opinión en seguir a quien le huye. Peroacaba tú con esta loca pasión; que me deje y veráste libre de mí. Mas, ¿para qué quiero yovivir sin ti?, ¿hallar ausente el gusto de tu memoria?, ¿y estos ojos de tu vista? Vuelve,Enrique mío, a considerar cuánto me debes, a advertir cuántas lágrimas me cuestas, y da lugar a que por un resquicio entre la piedad en tu pecho, que como yo sepa que me tienes alguna,me engañaré juzgándola por amor, para consuelo de tantas penas como padezco por tusrigores».

Íbasele acercando con estas razones, y hallándose el leal don Enrique atajado, y aun conalguna turbación (según conocí de su semblante, que le miré con más atención que debía), loque pudo hacer por librarse de la persuasión de la dama fue subirse por la escalera, dejándolasin respuesta. Viendo este desprecio la desengañada señora, embozóse y fuele siguiendodesatinadamente. Él apresuró los pasos (según supe después) y viendo que subía tras él, cerrótras de sí la puerta de la escalera, que era de golpe. Ya yo había con presteza subido arriba, altiempo que pude oír decir a la dama: «¡Ah, ingrato y desconocido de tanto amor, el Cielocastigue tus rigores, y a mí me quite la vida, para que no vea en tu pecho la dura roca del mar,un helado mármol y un fuerte bronce, rebelde a los pesados martillos del artífice!». Con estose salió de la casa, bañada en lágrimas, y el caballero se estuvo paseando por el corredor.Sucedió esto en ocasión que nadie lo pudo ver, porque los criados habían ido con mishermanos a Alcalá, y un escudero anciano que vivía fuera de casa con un pajecillo no estallaen ella.

Con esto mandé a la criada (que me avisó primero del coloquio del caballero y la dama)

que saliese como que iba a otra cosa y buscase ocasión de hacer entrar al caballero dondeestaba; porque os aseguro, señor capitán, que así la persona de don Enrique como su acciónme parecieron tan bien, que desde aquel punto me aficioné a él. Salió la criada y preguntóleque a quién buscaba; él la dijo que a nadie, sino que el excusar ser visto de cierta persona lehabía obligado a entrarse hasta allí y cerrar la puerta, no entendiendo que fuese de golpe.«Pues si gustáis —dijo la criada— de estar en parte más decente, aquí en esta pieza podéisentraros.» Hízolo el caballero por dar lugar a que la agraviada dama se alejase de allí; yhallóme a mí, que con cuidadoso descuido salía de mi aposento a aquella pieza. Saludómecortésmente, y yo a él, diciéndome después de esto:

 —Hame obligado, hermosa señora, el querer excusar un lance de pesar haberme validodel refugio de esta casa, y he sido venturoso, pues me le ha ofrecido mi buena suerte de gusto

con vuestra vista. —Yo me huelgo, señor mío —respondí yo—, que esta casa haya sido quien os haya

excusado esa pesadumbre, y por la cortesía de lo segundo os beso las manos, aunque conozco

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de mí que no soy para lo que decís. Pero deseo saber si era cosa de pendencia con algúncaballero igual vuestro sobre la pretensión de alguna dama, porque vi salir de aquí una nomuy gustosa.

 —Con ella, si he de deciros verdad —dijo él— me ha sucedido la pendencia. —Pediríaos celos —dije yo. —De la lealtad a un amigo —replicó él.

 —No entiendo lo que me decís —le dije. —Obligación a ser buen correspondiente me ha hecho parecer mal a esa señora que vadisgustada —me replicó don Enrique.

 —Ya os miro con más atención —dije—, y como a un prodigio de estos tiempos, pues enellos hay quien guarde en este particular decoro a su amigo, sin forzarle una hermosura (quesé que la tiene aquella dama) a decir de este buen término.

 —Yo me precio de salir bien de mis obligaciones —me respondió , que hago poco casode las en que me ha querido poner esa señora tan a peligro de mi reputación; y así en este casohe innovado, desdiciendo de mi cortesía, y perdiéndosela en hablarla tan libremente.

 —Todo lo he visto —dije yo—, y quisiera conocer a vuestro amigo para decirle cuánseguro puede estar de vuestra amistad y cuán receloso del amor de aquella dama.

 —Huélgome —dijo don Enrique— que hayáis sido testigo de mi valor, conociendo las partes de la quejosa dama. A faltarle la correspondencia de quien la sirve (aunque engañado),hallara en mí gusto de estimar los favores que ahora pierden quilates con su doble trato.

 —Y aun sin eso, le dije, os estaba mal servir para casamiento a quien tiene tan mudablecondición, pues acordándoos de esto habíades de vivir receloso marido.

 —Ella ha tenido mal gusto —dijo él— conocidas las partes de quien tanto vale como miamigo.

 —En esto no sé qué os diga —le repliqué—, que si alguna disculpa tiene su yerro es esa.Esta razón se me vino tan prontamente a la boca, que quisiera ahora antes morir que

haberla dicho, porque más atento en mí don Enrique, mudó de plática y comenzó a alabar mirostro con las exageraciones con que lo hacen todos los que quieren obligar. Prometióservirme desde aquel día con beneplácito mío. En mi semblante echó de ver que aunque conrazones lo rehusé, no me pesaba de su oferta. Con esto se despidió, diciéndome:

 —Más despacio quiero que os informéis de quién soy, dándome licencia para que osvisite.

Dije la dificultad que en esto había, así por tener dos hermanos, como por el recato de micasa, con que se fue diciendo:

 —Yo me buscaré ocasiones en que veáis que os deseo servir con veras, para dejarlamenos esperanza a aquella dama.

Dejándome con esta razón no poco contenta, que como os digo le había cobrado afición.Aquella tarde vinieron unas amigas por mí para llevarme al Prado en su coche. Fui con

ellas, más por ver a don Enrique que por acostumbrar yo estos paseos. Era día de fiesta,cuando todo lo bizarro de la Corte ocupaba aquel ameno y frecuentado sitio. Entre algunoscaballeros que andaban por el Prado, pude ver a don Enrique, que iba en un brioso caballohablando con otros dos amigos suyos. Pasaron por donde estaba nuestro coche sin habernosvisto; y yo que atentamente había puesto los ojos en él, pregunté a aquellas señoras que siconocían aquel caballero, dándoles las señas de él. Una de ellas me dijo ser amigo de suesposo, y llamarse don Enrique; del apellido no me dijo, porque no le sabía. Mas de queestaba informada ser extranjero y que se portaba lúcidamente en la Corte, teniendo amistadcon los más calificados caballeros de ella. Contentáronme las nuevas que de él me daban, ysiguiendo nuestro coche la carrera que los otros, discurriendo por el Prado, di lugar a que donEnrique me pudiese ver; con que llegó al estribo a hablar con la dama que me había hecho

relación de él, tomando aquello por achaque para verme de más cerca. Allí la preguntó quiénera yo, dando lugar a esto el ir conmigo, y con otra señora hablando otros dos caballeros que

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le acompañaban. Después de esto se pasó al estribo donde yo estaba, y habló conmigo toda latarde, quedando muy conformes los dos de vernos en aquel puesto.

Finalmente, por no cansaros más, yo le di licencia (ya con más asentada afición) para queme hablase de noche a una reja baja de casa, y de esto se extendió a darle entrada en un jardín,

 pero con pretexto de que me había de dar palabra de esposo, Así lo prometió, y fiándome deella, dio lugar la continua comunicación, y sobre todo el continuo amor que le tenía a que él

tomase la posesión que le pudiera dilatar hasta que los santos vínculos de la Iglesia nosligaran.Vino en este tiempo a esta Corte un caballero de mi patria, de quien mi padre fue tutor por 

muerte del suyo que lo dejó así ordenado en su testamento; y desde la edad de doce años sefue criando en compañía de mis hermanos y mía, queriéndole como si él lo fuera nuestro. Esteen mayor edad tuvo una pendencia con un caballero a quien quitó la vida, y esto le obligó aausentarse de Málaga yéndose a Sevilla. Y como fuese esto a tiempo que la flota se partía

 para Nueva España, pasóse allá, por dar lugar a que la muerte se compusiese, y los ánimos delos parientes del difunto se aquietasen. Hízolo esto mi padre con el amor que si fuera por unode nosotros; y sacando el perdón del Rey, le avisó que se viniese a su patria, con intento decasarle conmigo, porque le vio inclinado a esto, y a mí no desdeñosa de las partes de don

Félix, que así se llama. Llegó, pues, como digo a Madrid, y sabiendo la muerte de mi padre noquiso posar en casa por venir con un primo suyo, mas acudía cada día a ella. De saber quecomunicaba este caballero tan familiarmente conmigo tenía don Enrique tan grandes celos,que no había satisfacción que le asegurase con tener de mí la que le bastaba para vivir sintemores. Halló don Félix novedad en mi semblante, y algún retiro en la comunicación, cuandoél se pensó tener de mí algunos favores, y sintió esto entrañablemente, por parecerle habría

 puesto la afición en persona que fuese de mi gusto, olvidando servicios pasados con la largaausencia. De esto me dio algunas quejas por una criada que antes fue tercera de nuestrosamores, y esta no sabía los de don Enrique y míos. La cual, enamorándose de don Félix, quisoengañarle por un modo extraño; y fue haciéndole entender que yo le amaba, pero quedisimulaba en la presencia de mis hermanos esto, por verles inclinados más a que yo fuesemonja que casada. Llevóle algunos favores de cintas y trenzas de cabellos, que ella le dabafingiendo que eran míos para entablar mejor lo que tenía pensado; y con esto se atrevió aescribirle amorosamente, y pudo engañarle con facilidad por no haber tenido papel mío.Porque como don Félix estaba en casa, no había necesidad de escribirle en nuestros primerosamores, y él se acordaba muy poco de la letra que hacía. Con esto le trajo engañado unos días,hasta que le avisó una noche que por el jardín le daría entrada con una llave maestra quemandó hacer para este propósito, todo fingiendo que era por orden mía. Acudió don Félix a lahora que le avisaron, y fue al tiempo que don Enrique venía a verme, como lo hacía las másde las noches, y esta fue anticipándose de la hora señalada. Vio, pues, venir a don Félix, yretirándose a una parte secreta, cerca de la puerta del jardín, pudo con la oscuridad de la noche

estar allí sin que le viese el que llegaba. Tocó don Félix a la puerta, y como estuviesecuidadosa la criada aguardándole, abrió luego y díjole: «Señor don Félix, tanto os habéistardado, que mi señora se ha retirado a su cuarto y dudo que pueda salir a este jardín, peromandóme que aguardásedes en él hasta que por mí os avisase lo que habéis de hacer». Entrócon esto don Félix, dejando a don Enrique en la calle loco de celos, y aguardó a que sesosegasen los de dentro, y con la llave que también tenía maestra entró en el jardín; y comoquien le sabía bien, fuese por otra calle, dejando la principal que iba a mi cuarto, paraescuchar lo que pasaba. Y desde una mesa de murta que le ocultaba, pudo ver a la criada salir y decir al galán: «Señor don Félix, seguidme y entrad con silencio donde os aguarda miseñora». Siguióla el engañado caballero, y vio don Enrique que después de haberse entradocerraron la puerta que salía al jardín. Llegó a ella el celoso caballero, y teníamos entre los dos

hecho concierto que si habla ocupación forzosa que estorbase el poder entrar en mi cuarto, pondría un lienzo atado a la reja para que no tocase con la espada a ella. Pues esta noche quisomi corta fortuna que yo estuviese indispuesta, y así puse el lienzo en el lugar que os he dicho.

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Advirtió en esto don Enrique, y con lo que había visto presumió que el lienzo se ponía por excusarle que entrase cuando yo tenía otro galán conmigo. Mil veces, según me dijo, estuvo

 por romper la puerta y entrar a quitar la vida al que juzgaba tirano de su esposa y ofensor suyo. Mas quiso aguardar ocasión para la futura noche y vengarse más a su salvo; con esto sefue a su casa. Venida esotra noche, anticipóse a entrar en el jardín, por parecerle que allíescondido aguardaría al galán esperado; pero estuvo hasta más de media hora sin sentir nada.

Visto esto, llegó a la reja, y no halló en ella el lienzo, que era señal de tener franca la entrada;de esto se ofendió de nuevo don Enrique, pues consideró que le quería complacer aquellanoche, ya que no lo hice la pasada. Tocó a la reja y yo, que estaba desvelada aguardándole,

 bajé al punto a abrirle. Entró en mi aposento, y todo turbado, que apenas acertaba a hablar, medijo: «Ingrata, vil mujer, indigna de la noble sangre que tienes pues tanto degeneras de ella,¿es posible que en tanta hermosura haya que en tanta hermosura haya tal facilidad?, ¿que nomirando a lo que te debes y me debes admita nuevo empleo tu gusto? Bien me recelaba yo deeste don Félix tan mal venido a esta Corte para mí. Yo nunca tuve intento de cumplirte la

 palabra que te di de esposo, que si le tuviera, hoy con tu muerte, dando fin a tus días, le dieraa mi agravio». Tras de estas razones prosiguió con hacerme extensamente relación de cuantohabía visto la noche anterior; y después de haberme hecho con ella el cargo de culpada, sin

admitirme disculpa se fue, dejándome hecha un mar de lágrimas, considerando (por verme sinla culpa que me imputaba) que nuevo empleo le había obligado a fingir aquella quimera paraolvidarme. Aquí entraron los celos con tanto afecto, que no había sosiego en mí; y así pasé loque restaba de la noche en continuo desvelo y llanto. Entre varios discursos que hice, pasóme

 por el pensamiento si alguna de mis criadas había engañado a don Félix, porque en sus ojoshallaba aquellos días novedad, haciéndome (a hurto de mis hermanos) señas sin haberle dadocausa para esto después que había venido a esta Corte. Con este pensamiento pasé aquel día

 bien afligida, que se me hizo un siglo. Llegada la noche, retíreme a mi cuarto algo temprano,fingiéndome indispuesta, y en él me encerré con luz que tuve secretamente encubierta para loque pretendía hacer. Cerca de la media noche era cuando, sintiendo rumor en el jardín, me

 puse a la reja que caía a él, de donde pude divisar dos bultos, que con la oscuridad de la nocheno pude bien distinguir de quién fuesen. Mas de que sentí que se entraban en mi cuarto por lamisma puerta que daba entrada a don Enrique, déjelos asegurar cosa de media hora, y

 poniendo la luz en una linterna (dejados los chapines por no ser sentida), me fui al aposentode Marcela, que así se llamaba la criada de quien tenía la sospecha por verla muy familiar condon Félix. Abrí la puerta, y descubriendo la luz hallé a Marcela y a este caballero muyconformes; alborotáronse con la novedad de la luz y mi presencia, y mucho más don Félixviéndome, por hallarse engañado de la traidora Marcela, que en mi nombre le favorecía. Yo ledije: «Por cierto, señor don Félix, que no creyera de vuestras partes tal flaqueza como la queveo, pues juzgaba de ellas no faltarles en esta Corte, donde hay tan bizarras damas, quien lasestimara y pudiera merecer mejor que una criada. Bajeza vuestra ha sido entraros en su

aposento, y asimismo guardar poco el decoro a esta casa, donde tenéis experiencia de lo queos han estimado sus dueños. Quien os ha visto entrar aquí juzgará no ser por esta mujer eldesvelo, sino por mí, y a mi opinión le ha estado muy mal. Yo atajaré esto con despedir esacriada, y quitando la causa evitaré la ocasión de tales atrevimientos. Salid fuera con el mayor secreto que pudiéredes, y estimad que no llamo a mis hermanos para que vieran cuán mal

 pagáis lo que os desean servir». Tal estaba don Félix de corrido y avergonzado, que no acertócon su turbación a responderme palabra. Y así luego me obedeció, saliéndose por donde habíaentrado con la llave que le dio la traidora Marcela. Después de haber salido del jardín yarrojado la llave por encima de las paredes, encerré a Marcela en su aposento llevándome lallave de él, que no quise castigarla entonces por no alborotar la casa. Con esto que vi aquellanoche, estaba algo más consolada de la pena que tenía, presumiendo que don Enrique volvería

a que le diera satisfacción con la verdad a costa de mi reputación.Llegó la mañana, y luego que vi a mis hermanos salir de casa, fuime al aposento de la

libre Marcela, a quien hallé muy llorosa y afligida. Llevaba una daga de uno de mis hermanos,

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que había sacado de su aposento, y con ella desnuda en la mano la dije: «Este acero, atrevidaMarcela, ha de quitarte la vida si no me confiesas cómo has dado entrada aquí a don Félix;dime la verdad de bueno a bueno, antes que mi enojo tenga causa para ser mayor negándomelo y te cueste caro». Lloraba la falsa criada, y después de haberlo regateadomucho, me confesó enteramente todo lo que en este caso había. Yo, ofendida con tal agravio,no tuve sufrimiento para reportarme, y así, en presencia de otras dos criadas, la maltraté, de

manera que a no quitármela de las manos, la privara de la vida. Con esto la despedí luego decasa sin aguardar a la venida de mis hermanos, porque no quisiesen averiguar la causa ysabida se encontrasen con su amigo don Félix.

En esta ocasión, aquella dama que solicitaba a don Enrique y él huía de ella por respetode su amigo don Juan, como lo fue tanto de don Enrique, diole cuenta de él, que me servía yera favorecido de mí. Y don Juan reveló este secreto a su dama, que tuvo maña para saberlode él. Sintió en extremo la despreciada señora que don Enrique tuviese amores, y más con

 persona de prendas, y todo cuanto amor le tenía se convirtió en odio y deseo de vengar tantosdesprecios como había hecho de ella. Y así, sin aguardar a mirar lo que había determinadocon más acuerdo, escribió un papel a don Antonio, mi hermano mayor, dándole cuenta detodo lo que había. Este papel comunico mi hermano con una tía mía; y queriendo ponerme en

un monasterio, que este era su deseo, no se lo consintió mi tía, antes le aconsejó que viviesecon cuidado para asegurar si esto era verdad, que quizá podía ser enojo con el caballero, yhaber levantado aquel testimonio para vengarse de alguna ofensa por mano ajena. Vino enesto mi hermano, y anduvo de allí adelante con cuidado. Mi tía díjome esto, y persuadiómeque le dijese lo que había en aquel caso. Yo, que conocía su rigurosa condición, se lo neguétotalmente, asegurándola ser malicia de quien pretendió revolver a mi hermano con aquelcaballero, a quien no conocía por no haberle visto jamás. En este tiempo, fue tan de veras elenojo de don Enrique, que no puso los pies en mi calle. Lo primero que hicieron mishermanos fue mudar de casa; y así nos fuimos a la que vistes, de donde he salido a esta contanta pena y aflicción. Es la casa algo menor que la otra, y entre más vecindad, a propósito

 para estar más guardada, que era lo que pretendían. Pasáronse más de quince días que no vi adon Enrique, con que estaba tal que perdía el juicio, considerándome imposibilitada de

 poderle ver, y que le tenía justamente enojado con lo que había visto. Fingieron mis hermanosuna jornada a Toledo, por ver si con su ausencia podían cogerme en el lance con mi galán; yel día que partieron para volverse de secreto, esa misma noche quiso mi corta suerte que donJuan, el amigo de don Enrique, pasase por mi calle, y atentamente mirase a mis ventanas. Yo,que estaba a una baja de celosía, álcela e hícele señas que se llegase. Hízolo, y habiéndole

 preguntado por su amigo, me respondió haber estado fuera de la Corte, que había salido arecibir a su madre, y que estaba bueno. Dile cuenta de su olvido y mal pago; díjome que lehabía él dicho la causa de uno y otro, mas que no podía creer de mí tal facilidad. Yo, quedeseaba satisfacerle despacio, le rogué afectuosamente que viniese aquella noche algo tarde a

verme, que lo podía hacer seguramente por estar mis hermanos en Toledo, y no habían devenir hasta de ahí a ocho días, que tenía que le satisfacer bastantemente acerca de aquel particular en que tanta reputación había perdido. Prometióme que vendría sin duda alguna, yaun haría todo lo posible por traer consigo a don Enrique. Yo se lo estimó en mucho, y conesto se despidió de mí. Largo se me hizo aquel día y hasta la media noche, que era la hora enque aguardaba a don Juan y a don Enrique. Vino don Juan solo, por no poder acabar con suamigo que viniese, tal enojo había concebido en su pecho contra mí. Entró don Juan en casa,saliendo a abrirle la criada, tercera de mis amores. Mas apenas había entrado en una sala bajadonde le aguardaba a oscuras, cuando con la luz de un hacha salieron mis dos hermanos deuna caballeriza que estaba enfrente; y dejando el hacha en el suelo se abrazaron con don Juansin poderse valer de su espada. Tapáronle la cara con un lienzo, y la boca con otro, de suerte

que no pudiese dar voces, y le ataron las manos fuertemente. Yo me hallé tan cortada de piescon esto que vi, que no los podía mover para huir de su presencia. Lo mismo hicieronconmigo que con don Juan, salvo que no me taparon los ojos para que con ellos viese dar al

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 pobre e inocente caballero muchas puñaladas con que rindió allí la vida. Atáronme luegocontra una silla, amenazándome que no diese voces; mas yo, no pudiendo sufrir tan horrendacrueldad, di tantas voces que alboroté a los vecinos de la pared en medio. Los criados loshabían dejado fuera de la casa, y sólo había dos criadas, porque un escudero anciano que meacompañaba vivía fuera de ella en el mismo barrio. Pues como los vecinos oyesen quejarmecon tal afecto, para venir a socorrerme, puesto que estaba la puerta cerrada, no hallaron otro

modo sino romper un tabique que confinaba con unos entresuelos a aquella sala donde estaba.Y por allí salieron cuatro hombres de la casa vecina a la mía, con sus espadas y broqueles.Mis hermanos, que vieron tanta gente, no se hallaron seguros y así, abriendo la puerta de lacalle, se fueron ellos y la gente que había salido en mi socorro en su seguimiento, por si

 podían castigar la rigurosa muerte que vieron hecha en aquel caballero conmigo. Tanta fue la pena que recibí en ver esto, que afligiéndoseme el corazón me quedé fuera de mí, y de estasuerte me halló vuestra piedad, a cuyo favor debo estar agradecida y obligada mientras elCielo me diere vida. Este es el suceso de mis amores bien desdichados, pues me veo olvidadade quien prometía ser mi esposo, en cuya seguridad le entregué lo más precioso de mi honor.Véome fuera de la gracia de mis hermanos, y ellos ausentes por esta muerte, y finalmente concelosas sospechas de que don Enrique ha mudado el gusto en este empleo. Tiéneme asimismo

afligida en verme con sospecha de tener prendas animadas del engañado caballero. Sólo envuestro amparo, señor don Carlos, es el consuelo que tengo con muy ciertas esperanzas que

 por vos me ha de venir mi remedio.Acabó su relación doña Brianda, que así se llamaba esta dama, con tantas lágrimas que

enterneció a don Carlos viéndola tan afligida, y así la dijo muchas razones cuerdas en orden asu consuelo, ofreciéndose de nuevo a no la faltar mientras Dios le diese vida, y de hacer cuanto fuere posible porque don Enrique se satisficiese de su engaño. Hora era ya de comer, yhaciendo llegar la mesa a la cama, comieron juntos, procurando el capitán con grande cuidadoel regalo de doña Brianda. Aquella tarde, salió a ver qué había en aquel negocio del caballerodifunto, y acudiendo a la plaza de Santa Cruz a saber qué escribano era el de aquella causa.Cuando llegó a emparejar con la cárcel de Corte, que está en aquel sitio, vio pararse a su

 puerta un coche a quien cercaban muchos alguaciles y gente. Preguntó don Carlos al primeroque se le ofreció qué era aquello, y díjole traer un alcalde preso a un caballero amigo del quehabían muerto la noche pasada, por decirse que habían estado aquella noche juntos, y salidoeste en compañía del que mataron de su casa; y que de él quería saber de raíz este negocio.Acercóse el capitán al coche, y de él vio salir al alcalde y tras él al caballero preso, que eradon Enrique. Era un joven de edad de veinte años, de buen rostro, de gentil disposición y muyfornido de miembros, cuya persona le agradó sumamente al capitán, con particular afición quele cobró. Informóse en estando en la cárcel la parte que le señalaban para alojamiento, yesotro día quiso verse con él. Entró donde estaba, y saludándole cortésmente, halló en donEnrique la misma cortesía con mucho agrado, si bien le vio con tristeza en cuanto duró su

 plática. En ella no le trató el capitán del negocio, sino sólo de pesarle mucho de verle preso,ofreciéndose a servirle por habérsele inclinado desde que le había visto traer el día antes preso. Esto le agradeció don Enrique, estimando en mucho la merced que le hacía en visitarle.Esta visita le hizo el capitán para sólo conocerle mejor, y que él le conociese. Despidióse de ély fuese a dar cuenta a doña Brianda de lo que pasaba, con que de nuevo se afligió la hermosadama, porque amaba tiernamente a don Enrique. Mas el capitán la dijo que él sabía, de amigoscon quien había estado después que salió de visitarle, que al tiempo que la muerte se hizoestaba en una casa de juego, de que tenía muchos testigos para probar bastantemente lacoartada, por haber estado allí casi hasta la mañana.

Bien se pasaría un mes que don Enrique estuvo en la cárcel; mas al fin de este tiempo conel descargo que hizo con seis testigos, hombres principales, probando su coartada, salió libre

de su prisión. Esto supo nuestro capitán, yendo luego a dar las alegres nuevas a doña Brianda,con que se holgó mucho. Informóse don Carlos aquel día de la posada de don Enrique, y suposer cerca del Prado de San Gerónimo. Y porque no se pasase tiempo en el negocio de doña

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Brianda, aquella tarde, que era de verano, cuando lo lucido de la Corte bajaba al Prado, pidióel capitán un caballo a un amigo y acudió a él. Halló allí a don Enrique con otro y llegó adarle la enhorabuena de su libertad, que recibió con muy alegre rostro. De camino le dijo elcapitán que tenía un negocio que comunicar a solas, y si era servido de dejar la compañía loestimaría en mucho. Era cortés don Enrique, y sin presumir nada de lo que podía querer elcapitán, se despidió de los dos caballeros con quien venía, y los dos solos se fueron por detrás

del Monasterio Real de San Gerónimo, cerca de unos olivares del convento. Así a caballocomo iban, le dijo el capitán estas razones: —Señor don Enrique, siendo quien sois, bien presumo que no ignoráis las obligaciones

que tiene un hombre tan bien nacido como vos para corresponder a su calidad, y en particular cuando hay de por medio honor de mujer principal y casamiento. Esto le debéis a mi señoradoña Brianda, y os habéis olvidado de ella injustamente. Porque si bien os disculpan las

 premisas que tuviste de su poco recato, adonde había entre los dos las dos prendas que sabéis,era menester más cierta y apretada información que la de los oídos; pues aunque las vuestrasos aseguraron de su poca fe, y los ojos comenzaron a ver de esto indicios, en caso como este,ya empeñado en ser marido de esta señora y deberle su honor, había vuestra prudencia dehacer apretada pesquisa por saber de esto con más fundamento. Pues si otra noche

continuárades, bien creo que sacárades a luz la verdad, como lo hizo vuestra esposa, de quienoyérades bastante satisfacción. Esta señora ha estado a pique de perder la vida por vuestracausa, y lo mismo la perdió vuestro íntimo amigo don Juan, como vos sabéis. Yo fui quien lalibró de este peligro y saqué de su casa, trayéndola a la mía, donde con la decencia que aquienes se debe la tengo oculta. Lo que le costáis de lágrimas y desvelos no tiene

 ponderación. Os he suplicado que saliésemos a esta soledad para que en ella me digáis lo que pensáis hacer, que en cuanto fuere de mi parte para serviros, yo ofrezco mi persona, hacienday cuanto valiere, así por merecerlo vos como porque de vuestra esposa me ha obligado sudesamparo a que la sirva.

Túrbesele el semblante a don Enrique desde que comenzó la plática el capitán, ytitubeando en las razones le respondió así:

 —Señor capitán, bien sé a todo lo que está obligado un caballero de mi calidad y partes; yde la misma suerte no ignoro que con las prendas que decís haber de por medio en esteempleo había de tener más memoria de esa señora. La información que vos tenéis por su parteos la ha hecho muy en su favor, pero la que yo os haré no lo será, diciéndoos la verdad delcaso sin engaño.

Aquí le hizo la relación de todo lo que había visto la penúltima noche que iba al jardín, y prosiguió diciendo:

 —En esto, señor capitán, ¿puede haber engaño? ¿Aquí, qué tiene que replicar doñaBrianda si la he hallado culpada en cosa tan contra su honor? Pues, ¿por qué me pide que yohaga el empleo tan sospechoso contra el mío?

Sosególe el capitán, y con prudentes razones le dijo la verdad del caso, culpando a lacriada que fue la autora de este daño, y rogando afectuosamente a don Enrique se sirviese deoírlo de boca de doña Brianda. Mas él estaba con tanta pasión, que lo que le había desatisfacer le dejó con más sospecha, presumiendo que esto lo había fingido doña Brianda paradisculparse, acordándose bien don Enrique de las circunstancias que pasaron aquella noche

 para estar cierto de su ofensa, y así le dijo: —Señor capitán, mucho me pesa apasionadamente queráis volver por esta señora, cuando

ella misma sabe que está tan culpada. Yo no tengo que oír satisfacción suya en cosa que tengotanta certeza. A mí no me está bien verla, ni menos cumplirle nada de lo que me pide, yquisiera que no fuera de tanta calidad para ofrecerla dote para entrarse religiosa en unconvento. A mí me pesa de lo que ha sucedido, y no os doy las gracias de lo que habéis hecho

 por ella, pues al ser quien sois, le era debida tal acción. En cuanto yo fuere bueno paraserviros, siempre me hallareis pronto a vuestro servicio, como no me tratéis más de estenegocio, porque me resuelvo en no satisfacer a nada de lo que me pedís.

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 —De esta suerte —replicó el capitán— en balde hubiera hecho la diligencia de sacaros aesta soledad. Yo os he suplicado que oigáis la satisfacción de esta dama no más, y os he dichoa lo que estáis obligado, siendo quien sois, y a todo hallo desabrida respuesta. Pues una dedos, señor don Enrique, o disponeros a ver a doña Brianda para oír sus disculpas, y si ossatisficiere cumplirle la palabra de esposo, o reñir conmigo en este campo, que yo tambiénvengo con esta resolución.

Era alentado don Enrique, y en esta última razón miró atentamente el rostro del capitánque, con la cólera que tenía, estaba falto de color, y dijóle: —Mucho me pesa, señor, que instéis en cosa que sé conocidamente no haber razón de

vuestra parte. Yo os certifico que después que os he visto aquí os he cobrado un natural amor,que me obliga a excusar que lleguemos a rompimiento. Considerad mejor lo que os heasegurado que vi, y poned el caso en vuestra cabeza, y ved si pasando esto por vos nohiciérades lo mismo.

Cuando el capitán llegaba a enojarse, habían de preceder muchas razones para obligarle aesto, y así estaba ya tan colérico, que sin atender a ninguna respuesta de las que le dio, le dijo:

 —Señor don Enrique, lo que saco de todo lo que hemos hablado los dos, es resolveros ano oír a la señora doña Brianda, que es lo mismo que negarle la palabra de esposo que le

habéis dado, pues excusando el admitir su satisfacción (que sé que la dará buena, como es elmismo don Félix, de quien vos temíades, y su criada) es querer eximiros de la obligación quetenéis. Yo he venido a suplicároslo, mas pues mi cortesía y la razón que tengo de mi parte noacaban nada con vos, estoy resuello a que por fuerza de armas se acabe lo que no puedenruegos ni súplicas. Los caballos podemos dar a los lacayos que se los lleven, y en esta soledad(pues ya se acerca la noche) podemos echar esto aparte, que viniendo yo de la de aquelladama no le está bien a mi reputación (sabiendo en esta Corte quién soy y lo que por mi

 persona he granjeado de fama en Flandes tantos años) que volviera sin acabar esto por ruego ocastigo vuestro.

 —Pues estáis con esta determinación —dijo don Enrique— y no puedo excusar queriñamos, no lo rehusaré más, viéndoos empeñado en volver por esta señora, y así convengo enque dados nuestros caballos se haga lo que determináis.

Llamaron a sus lacayos, y disimulando con ellos les dieron los caballos (sin dejarlessospechosos de su desafío) para que los llevasen a sus casas, diciendo querer quedarse allí a

 pie por gozar un rato del fresco de la noche en el Prado.Ya la hermosa Zinthia (sustituyendo a su rubio hermano) salía a dar luz a la tierra, cuando

viendo ser tiempo de mostrar cada uno de los dos caballeros el valor de sus brazos sacaron lasespadas. Era diestro don Enrique, y así se mantuvo contra el capitán espacio de un cuarto dehora alentadamente. Pero como la razón estuviese de parte de don Carlos, y asimismo leaventajase en destreza y valor (acostumbrado a verse muchas veces en tales casos), pudo herir a don Enrique con una punta en el brazo izquierdo, pasándosele de una a otra parte, con que le

obligó a dejar la daga. Asegundó el capitán con un tajo, hallándole desabrigado de ella, yalcanzóle en la cabeza una mala herida, de que se le cubrieron los ojos de sangre; y como no podía acudir a limpiársela con la mano izquierda, por estar herido en el brazo, hallábase ciegode ella, de suerte que, tropezando en un hoyo, vino a caer a los pies del capitán, el cual llegó aquitarle la espada diciéndole:

 —A mí me pesa, señor don Enrique, haber llegado a este-punto con vos. No estáis en elestado que os veo para menos que concederme lo que os he pedido. Si así lo hacéis, meobligaréis a ser un servidor vuestro toda mi vida, y si no acabaré con la vuestra.

Tal se veía don Enrique, que le prometió hacer lo que le pedía, como él oyese primero ladisculpa de doña Brianda a lo que había visto en el jardín. Ofrecióse el capitán a que lesatisfaría de todo; y porque no había orden de poderse ir a pie, por hallarse sin fuerzas don

Enrique y flaco de la sangre que le salía de las dos heridas, se las ató el capitán y,cargándosele en sus hombros, le llevó hasta su casa, a cuya puerta le quiso dejar, por temersedel peligro que le podría venir si le hallasen los criados con el herido. Don Enrique, que

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conoció esto, le rogó entrase en su casa, asegurándole como caballero que no le sería hechoengaño alguno, que en ella no había más personas que su madre y criadas, y un paje de pocaedad. Llamó el capitán fiado en esta palabra a la puerta, y salió a abrirle el paje, que viendoherido a su señor subió a decírselo a su madre, la cual, como no tuviese otro hijo más que adon Enrique, oyendo estas tristes nuevas dejó los chapines y bajó al zaguán (siguiéndola suscriadas), a certificarse de lo que la decía el paje; donde con una luz vieron a don Enrique

cubierto el rostro de sangre, y al capitán también, no por herida que tuviese, sino por haberletraído en sus hombros. Con este espectáculo, comenzó la buena señora y sus criadas a llorar tiernamente; mas don Enrique la suplicó que no recibiese pena, porque aunque venía heridoen dos partes, no creía que eran de peligro las heridas, que a aquel caballero agradeciesemucho el haberle traído hasta allí. Diole las gracias al capitán de haber favorecido a su hijo, ycon esto subieron arriba, para que don Enrique se acostase; y el capitán, viendo lo que donEnrique había dicho a su madre, asegurado de que iba cumpliendo su palabra como caballero,fue él mismo a buscar un cirujano para que le viniese a curar con presteza. Volvió con él,habiéndose primero en su casa lavado el rostro de la sangre de don Enrique. Mas apenas fuevisto de su madre entrar por la puerta, cuando dijo en alta voz:

 —¿Quién si no vos, señor don Carlos, había de ser la persona de quien recibiese este

favor y merced?Reparó don Carlos más en el rostro de aquella señora, y conociéndola dijo:

 —¿Es posible que tanto bien tengo presente en mi señora doña Laura, y que sea madre delseñor don Enrique?

Esto decía cuando ella llegó a abrazarse con el capitán diciéndole: —Vos, señor don Carlos, me habéis traído a España; el cómo, para más espacio dejo la

relación. Cúrese ahora mi hijo, y advertid que sepáis del cirujano qué siente de las heridas, ysea con cuidado.

Esta última razón se la dijo en secreto; conque el capitán, entendiendo por qué se lo decía,quedó con mayor sentimiento de las heridas de don Enrique. Curóle el cirujano y dijo no ser 

 peligrosa ninguna herida, aunque tardarían en sanarse; con que se fue, dejando sosegado a donEnrique, y a su madre y el capitán consolados. Dejaron al herido solo porque reposase un rato(que lo dejara de hacer por saber de dónde se conocían su madre y el capitán), y saliéronse ala sala de afuera, donde tomando asientos mandó doña Laura a sus criadas que los dejasen asolas. Ella fue quien comenzó la plática diciendo:

 —¿Es posible, señor don Carlos, que al cabo de veinte años nos hayamos vuelto a ver enMadrid? ¿Quién me dijera que había de verme en la Corte del Rey de España, y que voshabíades de ser causa de mi venida?

 —Dicha ha sido mía —dijo él— muy grande, en que yo os haya venido a ver a vuestracasa, y más por tan extraño camino. —Decidme —dijo ella— qué ha sido la pendencia de donEnrique, y si sabéis quién le hirió.

 —Muy cerca de vos está —dijo el capitán— quien hizo el daño que habéis visto, porqueos hago saber que fui yo. —¿Vos, señor —replicó ella—, habéis sido? ¿Es posible que sangre vuestra habéis

derramado sin que la que tenéis no os repugnase a ser tan cruel contra vuestro hijo? —¿Luego eslo mío? —dijo el capitán. —Vuestro hijo es —dijo doña Laura— que, como ya os avisé, me pasé a Alemania desde

Flandes, donde me serviste, y le llevé conmigo, pasando plaza de sobrino mío, con Lamberto,mi esposo, hasta que Dios le llevó. Con su muerte (que hará cuatro años que sucedió) volví aAmberes, de donde ya faltábades vos. Y como Enrique fuese ya hombre y oyese decir tantascosas de España, quiso venir a ella, mas considerando que si me pedía licencia se la había denegar, se ausentó de Amberes sin decirme nada, llevándome el dinero que pudo. Yo me atreví

a escribirle (después que llegó a esta Corte) que os viese por tener intento de venir muy prestoen seguimiento suyo, mas esto no pudo ser, porque lo estorbó una larga enfermedad que tuve,de que llegué a estar en lo último de mi vida. Ella y su convalecencia me duró más de un año,

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sin querer en todo este tiempo escribir a mi hijo, tan enojada me tenía el haberle avisado comoestaba y no haber partido de aquí a verme. Luego que me vi restituida de salud, dispuse miscosas, y ofreciéndoseme buena compañía en una señora vizcaína, mujer que había sido de uncapitán, vine con ella hasta Pamplona, su patria. Desde aquella ciudad avisé a Enrique queviniese por mí; no lo pudo hacer, pero salió dos jornadas de aquí a recibirme. A pocos díasque llegué a esta Corte prendieron a mi hijo por la muerte de un amigo suyo, que se dice le

hallaron unos caballeros a deshora hablando con una hermana suya, y estuvo un mes en lacárcel; mas al fin salió de ella como estaba sin culpa. Esto es lo que ha pasado por mí desdeque no nos hemos visto. Don Enrique es vuestro hijo y mío, pues de él me dejaste preñadacuando partiste de Flandes a esta Corte por la primera vez. Con esto podéis estar más pesarosode sus heridas, mas pues vos se las diste, yo creo habrá dado bastante causa; suplícoos me ladigáis, que la deseo mucho saber.

 No quiso don Carlos ocultar a doña Laura nada de cuanto pasaba, y así en breves razonesle dio cuenta de los amores de su hijo y de doña Brianda, hasta haberle sacado al campo.Justamente dio por condenado a su hijo doña Laura, según lo informado por el capitán, yviéndole tan de parte de la dama, le dijo que en aquel caso dispusiese a su gusto, pues a éltocaba tanto como a ella los aumentos y reputación de su hijo. Tomó a su caigo don Carlos

esto, diciéndola que en satisfacer clon Enrique esto le importaba su reputación y descargabasu conciencia. Con esto volvieron a donde estaba el herido, a quien dio cuenta doña Laura decómo era hijo de clon Carlos, aventurando el salirle colores al rostro de confesar su flaqueza,cuando tal padre le daba en el capitán. Besóle la mano don Enrique, y el capitán le abrazó congrande contento. Trataron allí de lo que habían resuelto en lo del empleo de doña Brianda,asegurándole don Carlos ya como padre, a quien debía creer como hijo, que estaba la damainocente de lo que la culpaba, refiriendo todo el caso a doña Laura más por extenso. Ella noquiso dilatar un punto el verla, sabiendo estar en casa del capitán; y así le rogóafectuosamente que se la trajese allí. Fue el capitán a obedecerla, y llegando a su posada hallóa la hermosa doña Brianda y a su ama muy afligidas, porque habían preguntado por él allacayo que había vuelto con el caballo, y había dicho de la suerte que le dejó a pie y apartadodel Prado con un caballero, que por las señas que dio de él a doña Brianda conoció ser donEnrique. Y presumiendo haber salido a desafío, enviaron allá los dos criados del capitán, y nohabían vuelto. Por esta causa las halló con esta pena llorosas el capitán. El cual, con rostroalegre dijo a la dama:

 —Señora e hija mía, que así os puedo llamar de aquí adelante, aguardemos a que lleguealguno de mis criados para que pida el coche a un caballero vecino mío, y en tanto sentaos enesta silla, que quiero brevemente daros cuenta de lo que me ha sucedido, aunque primero demis mocedades, por ser origen de lo que os tengo de venir a decir después.

Sentáronse, y el capitán dijo así: —Habiendo treguas entre el Archiduque de Flandes, Alberto, con los rebeldes de las

Islas, de quien era General el Conde Mauricio, aquel valentísimo soldado, se retiró el ejércitocatólico a sus alojamientos, y los capitanes acudimos a Bruselas, Corte de sus Altezas. Allí se pasaba ociosamente en juegos, entretenimientos y festines. Era yo entonces de veinte y seisaños de edad, muy preciado de la gala, de servir damas y de danzarín en todos los festines quehabía. Pues como se hiciese uno en casa del Conde de Agamón, acudimos a él todo lo máslucido de la milicia española y de las más naciones que había en Flandes. Allí se me ofreciódanzar con madama Laura, una señora flamenca hermosísima, que en esto del danzar (entremuchas gracias que tenía) era la primera en aquellos Estados. Aficionéme a ella tanto, quedesde entonces no pude tener sosiego ni quietud sin estar en la presencia de esta señora. Supomi amor por un papel que la escribí, y respondióme estar imposibilitada de responder a él, por tenerla sus padres tratado un casamiento con un caballero alemán que había de venir allí

 presto. Tan empeñado me vi en amarla, que no me hizo estorbo este desengaño (aunque losentí sumamente) para dejar de acudir adonde se hallase. Dilatóse la venida del alemán por tener guerras el Emperador con el Rey de Dinamarca; aquí acudió este caballero, de suerte

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que se pasaron dos años sin venir al concertado casamiento. En este tiempo, tanto pudeobligar a madama Laura con finezas, asistencias y desvelos, que pude merecer que meadmitiese en su casa de noche por otro jardín como el vuestro; donde con los muchos ruegos y

 persuasiones alcancé lo que esperaba el caballero alemán. Resultó de esto el haber prenda delos dos pariendo a su tiempo un hermoso niño, encubriendo el preñado y parto de su madrecon mucha sagacidad y recato. Dilató la venida el alemán otro año más por durar las guerras,

y al cabo de él vino a Bruselas. Y yo, que asistía en Flandes por consuelo de madama sinacudir a mis pretensiones a España, cuando supe su venida no quise aumentar sentimientoscon su presencia; y así pedí licencia a mi general para venirme a esta Corte con deseo detraerme el niño (que se llamaba entonces Carlos) conmigo, pero no fue posible acabar con sumadre que me lo diese. Despedíme de ella con no poco sentimiento de los dos, que nosqueríamos tiernamente, y pasé a España. Supe después que madama había pasado a Alemaniacon su esposo, donde vivió algunos años, hasta que él murió, y en su casa tuvo siempre aCarlos con nombre de sobrino suyo. La muerte de su esposo la obligó a volverse a su patria altiempo que yo estaba ausente de ella, que por haber vacado la Tenencia del Castillo deAmberes vine a pretenderla. En este tiempo, siendo ya hombre Carlos, que ahora se llamaEnrique, vínose a esta Corte, y en su seguimiento su madre, a los cuales he hoy conocido,

habiendo desafiado a Enrique y dádole dos heridas porque os cumpliese la palabra. Yllevándole a su casa a curar, he tenido tan buena suerte que le he conocido por hijo. Él estádeseoso de veros ya, y su madre también. Esto es lo que puedo deciros que ha pasado paraque veáis cuán bien se han hecho vuestras cosas.

 Notable fue el contento que recibió doña Brianda con las nuevas del que ya conocía por suegro. Llegó a besarle la mano como a padre y defensor suyo, y él la abrazó muchas veces.En este tiempo habían ya llegado los dos criados, hizo pedir el coche en que todos fueron acasa de doña Laura, de quien fue recibida doña Brianda con mucho gusto, y asimismo de donEnrique Carlos, que así se llamaba. Con el contento de haber conocido tal padre y el de suempleo, cobró presto su salud don Enrique, con que se celebraron las bodas de los dosamantes, y asimismo las del capitán y doña Laura, que en el ínterin que mejoraba el herido lotrataron entre los dos. Pasóse un año, y en este tiempo el capitán procuró componer la muertedel amigo de don Enrique, su hijo, con que los hermanos de doña Brianda volvieron a Madridalcanzando perdón del Rey, y estimaron en mucho que su hermana estuviese tan bienempleada. Don Antonio salió con su hábito; y a don Enrique se le dieron por los servicios desu padre con una Encomienda, asistiendo en Madrid con su esposa, donde vivieron conmucho gusto. Al capitán hicieron Castellano de Amberes, donde volvió con doña Lauracontento y honrado con estas mercedes de la Majestad de Felipe Tercero.