casero viana francisco - desde la terraza

307

Upload: jr

Post on 07-Nov-2015

5 views

Category:

Documents


3 download

DESCRIPTION

ciencia

TRANSCRIPT

Desde la terraza

Ttulo: Desde la terraza

Autor: Francisco Casero Viana

Francisco Casero Viana, 2015

del diseo de la cubierta: Alexia Jorques

Espasa Calpe, S. A., 2015

Ediciones Tagus es un sello editorial de Espasa Calpe, S. A.

Va de las Dos Castillas, 33. Complejo tica. Ed. 4, 28224 Pozuelo de Alarcn, Madrid (Espaa)

Primera edicin en libro electrnico (epub): Marzo 2015

ISBN: (epub): 978-84-15623-89-2

Conversin a libro electrnico: Agaram InfoTech Pvt. Ltd.

Las guerras seguirn mientras el color de la piel siga siendo ms importante que el de los ojos.

Bob Marley (1945-1981)

Dedicado con especial cario a mi esposa Lola, a mis hijas Mara Dolores, Sofa y Carolina, y a mis nietos, ngela y David.

I

La tarde se consuma lentamente sobre la casa. Una mujer de mediana edad, arrellanada en una mecedora a la que imprima un ligero balanceo, vio cmo se alejaban los dos jvenes cogidos de la mano por el sendero que conduca, al final de la loma, hacia el azul turquesa del mar.

La vista desde lo alto del promontorio era magnfica. Mirabas a la derecha, hacia el sur, y veas parte del gran puerto natural de Dar-es-Salaam; al otro lado, una inmensa playa de rubia arena fina que se perda en la distancia.

El ocano, all abajo, con su inmenso azul, contrastaba con el del cielo, ms claro, que acentuaba su color debido al efecto que producan los pequeos cmulos de nubes blancas.

Abandonando por un instante sus reflexiones, la mujer pens que aquella era una bonita tarde de agosto, aunque inmediatamente se dej llevar otra vez por el abatimiento que la consuma. Se encontraba sola y la fe no era su fuerte ltimamente. La perdi haca ya unos meses atrs.

Acodada en el reposabrazos de la mecedora, con el brazo izquierdo flexionado y la barbilla apoyada sobre el dorso de la mano semicerrada, record de nuevo la tragedia. Su esposo y sus compaeros, con el piloto de la avioneta, haban muerto recientemente en un accidente areo.

Saba que no se poda resucitar a los muertos, pero conforme pasaba el tiempo lo echaba ms en falta, y hubiese dado hasta su vida por tenerlo all de nuevo con ella.

En esta ocasin, la angustia y el llanto no vinieron, el temor a la soledad tampoco. Y todo se lo debo al muchacho que camina por el sendero en compaa de Shammar, recapacit. Pero por qu pienso en eso otra vez, si me hace tanto dao?, se pregunt la doctora Ferrer, confusa.

Bueno, crea saberlo; sin embargo, la mente humana no siempre admite lo que ocurre. Todo era debido al shock que recibi cuando le comunicaron la noticia y a pensar que no le volvera a ver. Tambin saba que algunas personas haban llegado a perder la razn en situaciones semejantes, y ella haba estado muy cerca.

Indecisa entre quedarse en la terraza o entrar en al saln, rememor lo que le dijo su esposo antes de ir a vivir all. Haca ya mucho tiempo.

La pennsula de Massani, en la zona este, junto al mar, es una de las zonas ms tranquilas de la ciudad y est tan solo a unos pocos minutos en coche del hospital. Si te parece, podemos construir una casa all le dijo, con ganas de que le agradase la zona.

Lo que vieron le encant. Se trataba de una pequea loma cuajada de csped, con algunos grupos de palmeras diseminados y algn arbusto de guajava, de flores blancas y penetrante olor, que alegraba la vista.

Hacia el interior, una pradera rala de verdes y pequeas gramneas, salpicada por alguna acacia solitaria, se extenda casi hasta la ciudad, rota solo por alguna otra vivienda residencial de gentes adineradas.

A la izquierda se hallaba el europeo barrio de OysterBay, en el que cada da de construan nuevas viviendas para diplomticos de otros pases y funcionarios del Gobierno. Aunque ella no gustaba de aglomeraciones, la zona le pareci encantadora.

Un poco ms all, Coral Beach, a partir de un terrapln que en algunos lugares poda alcanzar los quince metros de desnivel hasta conformar una magnfica playa de arena coralina. Y al frente, a cierta distancia de la orilla, las olas rompan contra los bajos creados por el arrecife, formando una media luna de espuma blanca.

La idea que me ha propuesto mi marido es excelente y las vistas relajantes; lo ideal para un buen descanso despus de horas de agotador trabajo, pens en aquel momento, y no se equivoc.

Hicieron proyectos sobre cmo sera la casa. Ella quera una terraza amplia, con una mecedora para poder ver desde all las puestas de sol al atardecer, pues era algo que le encantaba. Tambin tendra un jardn con setos y flores.

Aquellas palmeras daran sombra a la terraza de la casa. La construiremos aqu haba afirmado ella.

De acuerdo. Hablar con los del Departamento de Tierras y Agrimensura para iniciar todos los trmites sobre la parcela y la vivienda respondi su marido, aprobando la decisin, aunque ya sabes lo lentos que son con cualquier clase de papeleo.

l quera un lugar donde poder reposar en un cmodo silln y fumar una pipa de vez en cuando mientras lea algn libro, y el lugar le haba agradado cuando lo vio por primera vez.

El saln sera amplio para poder recibir a los amigos. El cuarto de estar tendra una mesa camilla con otra mecedora, para las labores de ella, cuando no tuviese turno en el hospital. Adoraba las mecedoras.

La cocina le encantaba cocinar, sobre todo platos espaoles de su tierra, tambin debera ser amplia y bien amueblada. Me gustan las casas de dos plantas con tejado de teja gris o verde a dos aguas le dijo a su esposo, igual que las que haba en Espaa. La terraza tendra una pequea escalera delantera, con una barandilla que pintaramos de blanco. En la planta superior solo habra habitaciones y baos para nosotros dos y por si viene algn invitado.

En aquel momento se sinti afortunada. Podra vivir en una casa diseada por ellos, a su gusto, trabajando en el hospital de la ciudad, para desarrollar lo que siempre haba querido hacer, para lo que se haba especializado, y no caba duda de que all tendra mucho trabajo.

Cuatro aos despus, todo se haba derrumbado a su alrededor. Tena cuarenta y tres aos y haca tres meses ya que haba perdido a su marido.

Sacudi la cabeza llenando sus pulmones con la ligera brisa de mar, mientras la visin de aquellas dos siluetas le traa otros recuerdos.

Al menos, un porvenir lleno de esperanza se abre ante ellos, se dijo en voz baja, observando que en slo tres das, la presencia del muchacho le haba cambiado el aspecto del futuro que antes vea negro.

Cuando ella lleg, de Dar-es-Salaam se poda decir que era una ciudad llena de contrastes, no caba la menor duda.

Vista desde el aire, pareca una ciudad cosmopolita europea por los edificios altos y modernos, entre los que destacaban algunos edificios coloniales; sin embargo, un poco ms all, junto al gran puerto, la inmensa planicie de planchas onduladas de los barrios de Majumbasita, Makarangwe o Mbagala servan de techo a las humildes viviendas de una mayora de nativos. Lo haba visto en tantas ocasiones al aterrizar la avioneta de los FlyingDoctors, en la terminal del aeropuerto, que era imposible olvidarlo.

Intentado mantener un cierto urbanismo, las calles de aquellos distritos seguan un trazado sin excesivo control, paralelas al inmenso puerto natural, como si fuese un caleidoscopio de colores en funcin de la pintura de los techos de plancha o la herrumbre de los mismos.

La mujer se frot los brazos con las manos porque la temperatura haba comenzado a bajar. Una ligera brisa se haba levantado y la humedad del ocano era ms evidente; el mar se haba rizado significativamente, pero segua haciendo una tarde bonita, con aquellas nubes sobre el horizonte, tapando el sol de tanto en tanto.

Regres la vista hacia los jvenes.

Cuando el muchacho lleg, era una mujer vaca, sin ambiciones, sin ilusin. Despus del fallecimiento de su esposo, el trabajo, la pasin y la felicidad dejaron paso en su lugar a otras apetencias no menos intensas: el trabajo por la inactividad, la pasin por la apata y la felicidad por la desventura.

Instintivamente apoy la cabeza sobre la mano derecha como si quisiera depositar en ella todos sus confusos pensamientos, y durante un tiempo que no pudo precisar se mantuvo as. Luego la alz para mirar nuevamente a los jvenes y, en la lejana, apreci sus esbeltas siluetas como si estuviesen a dos pasos de ella. Casi poda tocarles, casi poda ver sus rostros y saber lo que pensaban y lo que se decan, presintiendo que se hallaban sentados en el tronco del rbol cado, en aquel en el que dos das antes se haba sentado con Javier mientras le contaba su historia.

Slo que en l, ahora se hablaba de amor, de presente y de futuro, no de hechos pasados, y le acometi la envidia. Una envidia sana por lo que los dos haran y ella no podra realizar ya.

Imperturbable ante la belleza del atardecer, se levant del balancn para dejarles solos, para no turbarles en su intimidad, a pesar de la distancia, y abandon la terraza para dirigirse al saln, mientras recordaba unas escenas parecidas en las que ella y su esposo fueron los protagonistas, aunque, en otros lugares, en otros momentos.

Al entrar en la estancia, descubri que el adormecido silencio de su interior pareca hablarle. Observ lentamente el contenido del aposento que tan bien conoca, como si en ese momento fuese indito, y repar de nuevo en cada uno de los objetos que haba en su interior, en lo que haba sido habitual y cotidiano y a lo que no haba dado tal vez el significado que mereca. Antes eran formas inertes que no expresaban nada; sin embargo, ahora, adems de verlos los senta. Y como si hubiese dado con la clave que descodificase la esencia de todo lo que la rodeaba, su mente comenz a relacionarlos como deba ser: el silln con su esposo, su cesto de costura con los hilos y las telas, los reflejos con la luz que entraba por la ventana, la mecedora con su reposo. Y cada objeto, cada mueble.., le habl con el lenguaje entraable del recuerdo grato, ntimo.., y todo cobr una nueva dimensin. Lo anteriormente insignificante comenz a revelar un nuevo valor: como el aparador de estilo ingls con aquel clido color cerezo, sobrio de lneas, con todas aquellas fotografas que expresaban lo que hicieron en cada momento, que refrendaban la historia que le haba contado a Javier. Luego se acerc al silln de su esposo acaricindolo con ternura, casi sin darse cuenta de que lo haca evocando la imagen de l. Y junto al silln, vio la mesilla auxiliar sobre la que estaban apilados varios libros los ltimos que l estuvo leyendo, y la pipa con la tabaquera.

Camin despacio hasta llegar a la mesa camilla con su tapete de punto oscuro casi rozando el suelo, y lo acarici tambin con la mente en otro momento y lugar, mientras su mano volaba trmula, sin apenas rozarlo, advirtiendo la tibieza de sus fibras, hasta que tropez espontneamente con el objeto, con el sobre que contena la carta. Aquel involuntario encuentro le hizo regresar al presente. Con la boca amarga y el pulso acelerado de golpe entorn los ojos. Saba que aquello era ya agua pasada, pero los acontecimientos sucedidos aparecieron para que los reviviese otra vez, para una vez ms regresar expresamente al pasado, a recordar con nostalgia a los vivos y a los muertos, los encuentros y los desencuentros.

Evoc el da que recibi aquella carta mientras el dolor y el llanto hacan presa en su nimo. En ella, leda y releda con incredulidad, el Ministerio de Sanidad solicitaba autorizacin para realizar un homenaje pstumo a su esposo y a sus dos compaeros. Y mientras recordaba aquello, sus facciones fueron adquiriendo otra vez la severidad propia de los afligidos por la nostalgia y la impotencia.

Dios, cunto le echo de menos! Y a Perrier. A Max tambin, por supuesto, se dijo. Mientras, su mente todava trastocada intentaba abrirse paso por entre la maraa torturante de la memoria.

Se enter del accidente porque un polica con voz spera, lleg hasta su casa para comunicarle la desgracia y acompaarla al hospital, pero all no le permitieron que les viese.(Segn el director, al que conoca suficientemente, estaban carbonizados).

Y en cierto modo agradeci no verlos bajo la lnguida luz del depsito de cadveres, para poder recordarlos como haban sido y aprender a vivir sin mortificarse demasiado. Aunque, a pesar de su esfuerzo, de da oa sus voces, incluso perciba su presencia, de noche ay, de noche! Cuando el insomnio, la soledad y el silencio invadan el ambiente, cuando su espritu se sosegaba, entonces lamentaba su ausencia. Y la casa, luminosa y acogedora hasta el da del fatal accidente, en vez de asemejarse al remanso de paz y concordia que fue, se encoga. Se encoga presentando su lado oscuro, angustindola, cerrando su curvatura como la pescadilla que se muerde la cola y ella en su interior, dentro del crculo vicioso sin saber cmo romperlo, sin otra salida, sin otro consuelo.

Qu triste es la soledad cuando te abandonan de esta manera!, pens llena de amargura. La metamorfosis que sufri su alma en los ltimos meses hizo que se sintiese cansada, tanto como lo estuvo hasta que conoci a Oscar. Cansada y harta de la vida malgastada y sin sentido que entonces acab con su voluntad.

Despus, ya no. Con l a su lado, no.

Al menos, a partir de ese momento comenz a vivir, a considerarse mujer, a tener otros alicientes. Comenz a sentirse til al ayudar a la gente del campo de refugiados, a la gente de la sabana, a la gente que haba aprendido a querer y que a su vez la quera a ella tambin. Pero la dicha dur poco.

Aos ms tarde, su vida se trunc con la de l, en el momento del accidente, y lo que apareci delante de ella slo fue confusin. Por eso, al leer aquel escrito por primera vez, lo mismo que en cada ocasin que reparaba en el sobre, de inmediato, los fantasmas salan de la carta para danzar a su alrededor, llamndola, aturdindola con sus cuitas, haciendo que se considerase, en parte, culpable.

Record tambin que entonces opt por dejarla de lado, para salir a la terraza de la casa, pensando que la brisa marina la calmara un poco y que se acod sobre el pasamano de la hmeda y pegajosa baranda pintada de blanco. Pero, sin desearlo, volvi a navegar por el proceloso mar del tiempo y el espacio, conducida por aquel desconcierto que no la abandonaba.

Pens en aquella ocasin: Ahora qu va a ser de m sin l? Cul esmi lugar? Qu debo hacer?. Y sigui debatindose, pensando en su porvenir, sin llegar a ninguna conclusin. A cuestas con su desconsuelo, grit al silencio la maldita gracia que le haca el homenaje. Le iban a devolver a su esposo con vida? Claro estaba que no. Sin embargo, pensndolo bien, por la labor que los tres hombres realizaron, el homenaje era un reconocimiento que merecan a pesar de que no les haca ya puetera falta. Ms tarde, cuando se pudo sobreponer, pens en contestar al Ministerio dando su aprobacin, pero con condiciones.

El homenaje estaba previsto que se realizase quince das despus de recibir la misiva del Ministerio, en el Ambassador, uno de aquellos edificios de rancio estilo colonial convertido en hotel, y ella no poda presentarse con aquel aspecto de desolacin que cabalgaba sobre ella desde que le diesen la fatal noticia.

Haciendo de tripas corazn, el da sealado se levant ms temprano que de costumbre para desayunar sin prisas. Deba ir arreglada pero sin llamar la atencin; tampoco le apeteca.

Se puso un vestido beige claro de chals, con escote en media luna, tirantes finos y florecillas bordadas diminutas, que le permita tener los brazos y los hombros al descubierto para estar ms fresca. Y sobre el vestido, una chaqueta ligera de algodn, abierta e informal, tambin de color beige con ribetes negros.

Compona su atuendo unos zapatos cerrados de medio tacn, del mismo color y tono del vestido, que hacan juego con un bolso de mano del mismo color tambin. No se puso maquillaje, porque no lo necesitaba dado su color de piel, y porque pens que no era lo ms adecuado para la ocasin. Se arregl el pelo y sali a la calle.

Al llegar a Samoa Street, un ingente trfico desordenado y catico de vehculos y personas inundaba la avenida. Estuvo dubitativa entre coger un taxi o no. De todas formas, dispona de tiempo suficiente para dar un nuevo paseo por la ciudad, recordando las veces que lo haba hecho con scar, las cosas que le parecieron extraas la primera vez que las vio y las explicaciones que l le dio en cada momento.

Casi sin darse cuenta, sorteando personas y vehculos que pitaban avisando del peligro, cruz calles y lleg al mercado del pescado.

Era, posiblemente, el lugar con mayor afluencia de nativos de la ciudad a aquellas horas de la maana. Los incontables vendedores de pescado, sentados sobre cubos de plstico de diferentes colores y tamaos, vueltos del revs, exponan el tributo de sus redes en enormes cestos de caa tejida que reposaban sobre un suelo mojado y sin pavimentar. Detrs de ellos, al lado o un poco ms all, otros nativos cocinaban el pescado recin capturado con la consiguiente humareda producida por sus rsticos fogones de carbn y el olor a pescado frito.

Desde all se poda ver la terminal de los ferris que llevaban al otro lado del puerto natural.

Alrededor del puerto, en el barrio de Kivukoni, modernas y luminosas construcciones, repletas de oficinas y viviendas residenciales, se entremezclaban con algunos edificios de finales de 1.800; los que construyeron los alemanes a partir de la Conferencia de Berln de 1.885 y los ingleses al finalizar la Gran Guerra de 1.914, durante sus respectivos protectorados.

Pas junto a la residencia del presidente de la nacin y se encontr junto al scari Monument, cerca de Samoa Avenue. Cientos de personas deambulaban por las aceras, unas con la pretensin de venderle alguna tela, una talla en madera o alguna fruta. Otras, simplemente ociosas, estaban sentadas en cualquier lugar, observando el trasiego de gentes, vehculos a motor y bicicletas, entre los que imperaban las motocicletas.

Se encontraba realizando el mismo recorrido, no obstante, qu confusa se senta caminando sola por donde lo hizo en otras ocasiones con l! Sigui caminando en direccin a SokoineAvenue y vio la Azana Front LutheranChurch con su torre lateral de tejado piramidal y los pequeos ventanales rematados por cubreaguas de teja roja, aunque se dirigi por Nkrumah Street, sin saber por qu, hacia el mercado de frutas y verduras de Kariakoo el mayor mercado de productos autctonos de frica Oriental.

Sin duda, como le dijo l, su esposo, aquella ciudad era una ms de la costa este africana de los ltimos tiempos. Una ciudad con ciertas pretensiones, como lo pudiese ser Mombasa, que era el puerto ms importante de Kenia. Sin embargo, Dar-es-Salaam posea, adems, el aliciente de ser la capital de Tanzania; una ciudad no tan mundana aunque s ms acogedora.

Y era cierto. Pues a pesar de todo, a pesar del sabor agridulce propio, a pesar del ambiente hmedo, pegajoso y con sabor a mar, a pesar de la mezcla de estilos arquitectnicos y humanos, la ciudad gozaba de un gran encanto.

En Dar-esSalaam le sigui diciendo Oscar, entonces, lo ms significativo de la ciudad es el puerto.

El puerto? haba preguntado ella extraada, ya que no vea nada extraordinario en el movimiento de buques de carga o pasajeros.

S. El puerto repuso l con cierto nfasis como profundo conocedor del lugar. Porque el puerto es otra cosa. Tiene vida propia, totalmente independiente de la ciudad que lo rodea, a la que ampara y alimenta como solcita madre, procurndole el necesario sustento para que pueda perdurar: con los buques de carga abarloados a los muelles en espera de que sus bodegas se llenen de copra o pieles, algodn o mandioca, caf o clavo, o de todo un poco. Ves las gentes? Van y vienen. Hombres de mar que llenan las cantinas cuando estn varados en tierra. Sabas que desde aqu se exporta el ochenta por ciento de la mandioca y la copra que se produce en el pas?

No, no tena ni idea dijo con candidez.

Mira hacia aquella parte le dijo. Ves las embarcaciones nativas de pesca, con su vela latina, mientras los indgenas en tierra reparan sus redes o los palangres y las nasas?Y aquellos muelles repletos de fardos de mercancas? Aquello de all son almacenes de copra sigui sealando l. Todo eso es lo que confiere a la ciudad, en su conjunto, una actividad poco comn en otros puertos de estas latitudes.

En aquel momento y de forma inconsciente, mir su reloj y desterr los recuerdos para vivir el presente. Entonces, s decidi tomar un taxi para marchar al hotel, donde se deba celebrar el acto.

En el Ambassador, el saln Victoria, no haba perdido su personalidad con el paso de los aos y segua conservando el aspecto de refugio incuestionable que los caballeros ingleses que vivan en la ciudad an defendan a toda costa. Y aquel decimoquinto da, despus de recibir la misiva del Ministerio, all estaba ella, en la estancia donde se deba celebrar el acontecimiento que le traa sin cuidado, pero al que se vea obligada a acudir en memoria de los muertos.

Se trataba de un edificio colonial de dos plantas que fue una residencia militar en 1892, durante el tiempo que dur la Colonia de frica Oriental Alemana, aunque, posteriormente, los ingleses lo remodelaron hasta convertirlo en el actual Hotel Ambassador.

El acceso a la puerta principal que daba al interior del edificio se haca subiendo una pequea escalinata semicircular de tres peldaos, pavimentada con baldosa hidrulica, en tonos blancos y grises, y de los mismos colores que el resto del pavimento del vestbulo y la recepcin. A continuacin, haba dos amplios salones que diplomticos, oficiales y comerciantes ingleses utilizaron como club social. Saba que la planta superior dispona de 48 habitaciones con camas y mosquiteras, y un bao ms que decente para los tiempos que corran.

Se acerc al mostrador de recepcin. Iba a preguntar por el saln Victoria, pero decidi seguir a varias personas que caminaban en direccin a una sala determinada, hasta la estancia que ya estaba preparada para el acto.

Aquel era un lugar repleto de fotografas de todos los tamaos. Telones de color indefinido entre el oro viejo y el mandarina apagado tapaban los encristalados ventanales, y supuso que, en su momento, debi tratarse del club por excelencia que, entre copas de jerez y gisqui, y rubias cervezas, haba escuchado tantas y tantas historias de caceras, de poltica, de intereses inconfesables y de guerras y matanzas.

Y all se encontraba ella, curioseando aquellas imgenes enmarcadas, para ocupar el tiempo que quedaba hasta que diese comienzo el homenaje a los vivos y a los muertos.

En algunas de las fotografas, se representaba la caza de animales salvajes que los miembros de la familia real inglesa y diversas personalidades de la aristocracia realizaron en otro tiempo, mientras en otras se poda apreciar a varios grupos de oficiales ingleses rodeados de numerosos scaris.

Curiosamente, en una de las fotografas apareca con uniforme blanco tropical y gorra de plato, el comandante alemn Paul von Lettow-Vorbeck, el genio militar que resisti las invasiones inglesas durante la primera guerra mundial. Y en la contigua, el mismo comandante, pero rodeado de sus oficiales al mando y vestidos todos con el uniforme blanco del Ejrcito alemn, aparecan junto a las escalinatas de entrada al edificio.

La finalizacin de la guerra, el armisticio de noviembre de 1918 y el posterior tratado de Versalles en enero de 1920, hicieron que Alemania entregase Tanganika a Inglaterra.

No entenda por qu mantenan expuestas aquellas fotografas, a menos que fuese en reconocimiento a los actos heroicos de los fotografiados, a pesar de ser del bando contrario. Dej de preocuparle su reflexin para seguir con su inspeccin ocular al saln.

En la pared contigua, las representaciones pictricas que la decoraban fueron realizadas a pincel por el artista, y, aunque tambin representaban escenas sobre la independencia del pas y la construccin de la ciudad, en poco se diferenciaban de las anteriores, debido al talante de los que en ellas posaban, dando la impresin de que toda la historia de Tanzania de principios del siglo se hubiese condensado en las imgenes que atestaban el saln.

Entre tanto, continuaban llegando ms personas al saln, y se formaban pequeos grupos que, sin levantar mucho la voz, cuchicheaban entre ellos, haciendo que el murmullo creciese en intensidad. Pero ella, con su aspecto melanclico, continuaba la lenta inspeccin por los paneles, intentando alejar de s sus acres recuerdos.

Buena poca si se pudiese volver a vivir reflexion en voz baja, a la vista de las imgenes enmarcadas, donde el protagonismo personal de cada individuo le haca ser tenido en cuenta.

Entonces pens que desde la poca colonial, y an hasta mucho despus, el saln debi ser el habitual lugar de reunin de los patricios que el Imperio mantuvo en esas alejadas tierras, en cuyo lugar, sin duda, tejieron la trama para ejercer el control sobre los recursos naturales del pas, que, entre otros motivos, llevaron al enriquecimiento de la Corona. Igual que ocurri con todas las colonias que estuvieron bajo su dominio. Sin embargo, ahora, en su decadencia, la nica diferencia estribaba en que los uniformes y vestimentas de las gentes de las fotografas correspondan prcticamente a otra poca y el acceso a la sala ya no estaba restringido a las mujeres.. Ah, ni a los negros tampoco! Bueno, slo en ocasiones importantes, por supuesto.

Lentamente, el tiempo fue transcurriendo sin que casi se diese cuenta y el saln se fue ocupando con las personas que el Ministerio haba invitado. Cansada de ver fotografas que no le decan nada, dio un vistazo general por el recinto, y pens, que los mullidos sillones tapizados con suave y viejo cuero, igual que las mesas, debieron ser trasladados a un lugar ms conveniente, en su momento, para dejar ms espacio til y poder situar las sillas que ocuparan los asistentes al acto.

Reporteros grficos, corresponsales y periodistas convocados se fueron instalando en lugares cerca del pequeo estrado, sobre el que haba dispuestas una mesa y unas sillas, cerca del atril para el orador. Y todo lo perciba como si ella no estuviese presente, como si se hallase en otra dimensin, pero s se daba cuenta de que los asistentes le eran ajenos en la misma medida que ella era extraa a los dems.

Estaba claro: aunque no le cupiese en la cabeza, era una perfecta desconocida para toda aquella gente, lo mismo que lo debieron ser su esposo, y Perrier, y Max en su momento. Y aquella conclusin favoreci que el desaliento, la rabia y la impotencia encendiesen su espritu, mientras las nimas de los muertos retornaban a su mente otra vez, aturdindola.

Y en tanto se debata entre la realidad y el pasado, percibi que alguien le hablaba y la asa suavemente por el brazo, aproximndola al estrado. Cuando recobr la plena conciencia, se hallaba sentada en una de las sillas que haba detrs de la mesa de personalidades, de cara al saln, al lado de algunas personas a las que no conoca. Quiso decir algo, protestar, pero el acto del homenaje daba comienzo y un hombre negro se hallaba ya de pie ante el atril. ste comenz a pronunciar su discurso poniendo de manifiesto las cualidades de los tres hombres y el trabajo que haban realizado, asegurando que otros como ellos ocuparan su puesto para continuar la misma labor. Entonces lleg una salva de aplausos maquinales, estriles, falsos reflexion la mujer. Poda reconocer el inters de los asistentes por lo que all se estaba diciendo, segn el calor que ponan en su batir de palmas, y eso la puso frentica otra vez, aunque call.

Y cuando se silenciaron los cumplimientos, otro de los hombres que haba sentado a la mesa se acerc al micrfono para tomar la palabra y, en su alocucin, por primera vez la mencion a ella y luego a los tres difuntos. Seguidamente pormenoriz sobre el trabajo que les llev a todos a frica y tambin sobre los trgicos sucesos que haban vivido, aunque silenci detalles relativos a uno de los difuntos. A juicio de la doctora Ferrer, aquel hombre no poda hacer otra cosa; caso contrario, el homenaje se habra convertido en un escndalo, en una pantomima.

Entretanto, la mujer perciba que aquel tedioso discurso se estaba alargando ya ms de lo que poda soportar. El cansancio prenda en ella y la voz le llegaba distorsionada a travs de sus recuerdos que, cuando las ausencias se lo permitan, palabras como: selva, guerrilla, inundacin, quirrgica, avin o doctor, las perciba con la suficiente claridad para que se quedasen grabadas en su cerebro, trasladndola a otros momentos y lugares, impidiendo que se centrase en la disertacin del orador.

Enseguida lleg otra salva ms de aplausos hipcritas.

El conferenciante de turno, regres hasta donde ella se hallaba para que se acercase con l hasta el atril. Se produjeron ms aplausos como los anteriores.

Cmo los odiaba! A quin le importaba lo que estaba sucediendo all? A los periodistas? A las autoridades? Al pblico? Gente farsante. Todos. Incluso ella por prestarse a aquel juego. O tal vez no? Slo en ese momento volvi a recobrar la nocin de la situacin en la que se hallaba.

En ese momento, el orador insert un prembulo por el micrfono y despus le hizo entrega de cuatro medallas de no saba qu orden y cuatro placas de plata una por cada interfecto y otra para ella grabadas con nombres y alguna frase, y enmarcadas las placas en madera pulida y abrillantada.

Las chispeantes luces de las cmaras de los fotgrafos la cegaron momentneamente y dese que la tierra se la tragase, desaparecer, desvanecerse en el aire, pero no fue as. An permaneca junto al atril.

No debi aceptar la celebracin del acto rumi dentro de su incertidumbre.

Entonces se hizo el silencio para que ella pudiese hablar, para que contase la historia de todos ellos desde el principio, pero se senta tan aturdida y con la cabeza tan llena de lagunas, que solamente expres un:

Agradezco sinceramente al Ministerio de Sanidad el homenaje que nos ha realizado a mi esposo, a mis dos amigos y a m. Lamento no poder decir ninguna otra cosa debido a mi estado de nimo. Por otra parte, tampoco sabra qu decir. Espero que me comprendan. Gracias.

Qu otra cosa poda hacer?, se dijo intentando justificarse, mientras escuchaba por encima de los latidos de sus sienes, que repercutan como un tambor en sus odos, las exclamaciones de sorpresa y los comentarios de los asistentes.

Al menos deba ser consecuente con ella misma. No crea en la sinceridad del acto y estaba convencida de que lo haban hecho para lavar algunas conciencias; pero fuese como fuese, ella no estaba dispuesta a entrar en aquel juego.

Cuando baj del estrado, nerviosamente agitada por lo sucedido, record con tristeza que los tres hombres haban sido galardonados a ttulo pstumo y ella en vida, aunque a su reconocimiento no le dio la menor importancia. Pens que siempre ocurra as: la obra de cualquier personaje era reconocida, y no por todo el mundo, cuando el homenajeado estaba muerto.

Claro. Qu importancia tena un muerto ms o menos, y ms si ste era negro? La duda tom forma en su mente. Les habran homenajeado de no producirse el fatal accidente? Seguro que no.

Entonces se arrepinti de no haber contado su verdad. De no haber dicho que cuando llegaron a Tanzania con un encargo concreto del Ministerio de Sanidad, para intentar paliar en lo posible la situacin de malaria, tuberculosis y sida que asolaba a los distritos de Bagamoyo, Kibaha y Kisarawe, se encontraron con una cierta indiferencia y burocratizacin que ralentizaba la actuacin y puesta en marcha del grupo de los FlyingDoctors para atender a regiones ms alejadas.

Deba haber dicho que solo contaban con una avioneta que no estaba operativa la mayor parte del tiempo, que no disponan de un laboratorio de anlisis clnicos en condiciones, y que de esa manera no se poda diagnosticar con precisin.

Deba haber dicho que faltaban medicamentos y que en la mayora de las ocasiones trataban a los enfermos con quinina, pero que no siempre daba resultados positivos contra la malaria; que no haba suficientes camas en el nico y destartalado hospital de la ciudad y as no se poda hacer gran cosa por los enfermos.

Deba haber dicho que, para suplir las deficiencias, se multiplicaron haciendo viajes por separado a los diferentes poblados indgenas, con un intrprete que apenas saba traducir las definiciones mdicas del ingls, lo que no propiciaba el entendimiento con los nativos que, dependiendo de la etnia a la que perteneciesen, hablaban los dialectos bant, aunque todos entendiesen el swahili y un poco el ingls.

Mientras se haca aquellos reproches no se dio cuenta de que se haba parado y mantena las manos pegadas a sus sienes, absorta, y al mismo tiempo indiferente a lo que suceda a su alrededor. Luego se percat de que la gente comenzaba a abandonar la sala, mientras ella se senta incmoda.

Cerca del estrado, un grupo de personas, periodistas en su mayora, mariposeaba a su alrededor. Saba que no tenan la culpa, slo pretendan una entrevista para publicar posteriormente un artculo en sus respectivos peridicos locales, pero se encontraba cansada por el ajetreo de aquel homenaje, al que no estaba acostumbrada, y fue declinando las peticiones. Deseaba que la dejasen en paz para refugiarse en los recuerdos a los que difcilmente se poda sustraer y que al mismo tiempo le agobiaban.

Desde que recibiese la comunicacin del Ministerio, se sinti obligada a comparecer en memoria de los difuntos. Ellos s lo merecan. Y de todos los periodistas, tan slo experimentaba agradecimiento por los reporteros de la CTN los mismos que aos atrs, durante el asalto y las inundaciones les prestaron su colaboracin desinteresada, pero solo a ellos; sin embargo, fueron los nicos que no comparecieron.

Doctora Ferrer, por favor una voz varonil, pero vacilante, pronunci su nombre al otro lado del grupo de periodistas que todava la rodeaban.

Cuando oy que la llamaban con un espaol claro, inconfundible por su acento, otros recuerdos fragmentados se agolparon a borbotones en su mente, sin orden ni concierto, y en la fraccin de un segundo se sinti transportada a otros lugares, advirtiendo que una extraa complacencia comenzaba a invadirla.

Pero no. Aquello no poda ser otra cosa que una jugarreta ms de su cabeza y continu caminando por entre la cohorte de informadores mientras intentaba desechar los lejanos recuerdos.

Mara Jos. Doctora Ferrer.

En esta ocasin ya no haba duda. Lo haba odo perfectamente. Fue como un mazazo que la hizo detenerse en seco y virar en redondo, buscando ansiosa con la mirada al propietario de la voz.

Se trataba de un hombre joven, rubio, delgado, que vesta pantaln y sahariana claros de algodn, y que llevaba colgando, sujeta a su cuello por una correa, una cmara fotogrfica Nikon. Se mantena fuera del crculo de personas que la asediaban mientras agitaba una mano por encima de las cabezas de los asistentes procurando llamar su atencin.

La mujer, al descubrir al hombre que la haba llamado, entre el grupo de gente que la cercaba, levantando la voz para hacerse or, les dijo en ingls a los periodistas, con tono imperioso:

Por favor, permtanme pasar.

Y sin saber por qu, una sensacin de ahogo le ascendi hasta la garganta, oprimindola, mientras unos cortos y continuos latigazos azotaban su cabeza al abrirse paso para llegar ante el joven, que se esforzaba por aproximarse a ella.

En el rostro de algunos periodistas pint el desaliento al pensar que su entrevista se iba al traste, aunque otros, ms perseverantes, proseguan haciendo sus preguntas a la vez que intentaban cortarle el paso.

Doctora Ferrer, del Daily News Tanzania. Qu opina de este homenaje? pregunt uno de ellos mientras se haca hueco con los codos para situarse lo ms cerca posible de Mara Jos.

Lo siento. No puedo contestar.

Del Mtanzania. Qu piensa hacer a partir de hoy? dijo otro.

Les he dicho que lo siento. Me encuentro muy cansada.

Qu planes tiene para el futuro? preguntaron desde ms lejos.

No quisiera que me tomasen por descorts dijo parndose un instante, pero hoy no poseo fuerzas suficientes para mantener ninguna entrevista.

Se quedar en el pas? volvieron a preguntar.

No lo s respondi mientras reanudaba la marcha. Los acontecimientos de estos ltimos das me tienen agotada. Lo siento repiti abrindose paso. Si me permiten, quisiera saludar a un compatriota mo.

Evit a unos y a otros, respondiendo a todos ellos de forma generalizada pero contundente. Los periodistas, ante las negativas, abrieron el crculo y por fin pudo llegar junto al hombre que la haba llamado.

Sera de verdad un compatriota?

Lo examin superficialmente con cierta incredulidad, a la vez que el corazn se le aceleraba.

El cambio que se acababa de producir en ella la tena turbada. Se debera, acaso, a aquella silenciosa excitacin que la haba asaltado momentneamente por tener noticias de su pas?

Una vez al lado del hombre, mientras le examinaba otra vez de arriba abajo con cierto recelo, le pregunt sin ms prembulos:

Es usted espaol?

Efectivamente. Soy de Valladolid.

Periodista, supongo.

S. As es. Trabajo para El Matinal, uno de los peridicos de mi ciudad.

No sabe usted el placer que me causa estar hablando en mi idioma con un conciudadano expuso la mujer esbozando una tmida sonrisa. Qu hace por estas tierras tan alejadas de nuestro pas?

Motivos de trabajo, por supuesto. Ms concretamente, poder hablar con usted.

Conmigo?Y a qu se debe ese inters?

Desde que regres a Espaa con sor Luca y sor Anglica aos atrs, y contaron aquellas historias tan espeluznantes sobre Ruanda, no he dejado de seguirle los pasos. Tiempo despus quise entrevistarla pero no la localic, y hace unos das me enter por casualidad del triste accidente. Eso fue lo que me hizo venir.

He volado directamente hasta aqu con la intencin de conseguir una exclusiva sobre su trabajo y su vida desde que lleg a frica. Creo que al pblico de Espaa le agradar saber qu es lo que ha hecho una doctora espaola en ayuda de la gente de esta parte del mundo.

Me coge por sorpresa, joven. Esto ha sido impensable para m respondi algo azorada, mientras se sujetaba con la mano izquierda en el respaldo de una de las sillas que haba por doquier. Cmo poda suponer que me tropezara con un conciudadano? Aunque, de todas formas, debera responderle a usted lo mismo que al resto de periodistas: que no me encuentro en disposicin de mantener entrevistas con nadie en estos momentos. No obstante, tal vez me agrade que charlemos en otra ocasin. Hace mucho tiempo que no hablo en nuestro idioma y hasta aqu slo llegan noticias dispersas e intrascendentes de Espaa. Por qu no viene maana por la tarde a mi casa y tomamos el t? pregunt ella, buscando una respuesta afirmativa.

Se lo agradezco, pero ignoro dnde vive, doctora objet l, mientras observaba la palidez lechosa que iba aflorando cada vez con ms intensidad al rostro de la mujer.

Habla usted ingls?

S, lo suficiente para hacerme entender.

Entonces no tendr ningn problema para encontrarme. Sobre la colina que hay en el barrio de Massani, en la zona norte, hay una casa de una sola planta pintada de blanco y verde. Esa es mi casa. Le parece bien venir a las cinco de la tarde?

Acudir complacido respondi el joven con una sonrisa de satisfaccin dibujada en su rostro por lo fcil que le haba resultado conseguir su objetivo.

Ella no le respondi. Dio media vuelta sorprendida por los acontecimientos y se dirigi a la salida del saln entre la marea de gente que ya comenzaba a desaparecer.

El periodista la vio marchar con andar cansado pero erguida, intentando hacerlo con naturalidad. Casi inmediatamente la mujer se detuvo, dio media vuelta y levant una mano para recabar la atencin del periodista, al tiempo que le llamaba en espaol:

Eh, joven. Acrquese. No me ha dicho su nombre.. le dijo, elevando la voz desde una cierta distancia.

No me ha dado usted ocasin aleg l desde donde se hallaba mientras caminaba hacia ella.

Al llegar a su lado, dijo tendindole la mano:

Ha sido tan precipitado todo esto.. Perdneme por este olvido. Mi nombre es Javier Laguna, doctora.

Me alegro de conocerle, Javier confes estrechando la mano de l. Le espero maana por la tarde. No lo olvide.

No lo olvidar. Se lo aseguro ratific el periodista, sonriente, viendo cmo se alejaba.

II

La tarde siguiente, a las cinco menos cinco, Javier se apeaba del viejo automvil que, harto de rodar por Londres, el hotel puso a su disposicin, ante la ausencia casi total de taxis en la ciudad. Mir hacia la casa de una sola planta, pintada de blanco y verde, como dijese la doctora, y observ el tejado de pizarra a dos aguas, sobre el que haba una chimenea en una de las alas. Grandes ventanas, cuyas hojas estaban pintadas del nveo color, contrastaban sobre los marcos pintados de verde quimera. Y ante la casa, dos grupos irregulares de tres palmeras se alzaban a cierta distancia, para que el sol, al llegar al medioda, filtrase sus rayos entre las palmas, y a la terraza no llegasen ms que tachas de mortecina luz y sombra. Le agrad lo que vea y reinici el camino. Como ella dijese, los colores de la esperanza y la pureza aparecan tambin en la balaustrada que circundaba la terraza. Entonces, ascendi los cuatro escalones que le llevaban hasta la vivienda y la puerta se abri cuando coga la aldaba para llamar, dejando ver en el hueco a una joven de claro color oscuro, tenuemente aceitunado, que vesta un ajustado sari floreado.

Es usted el seor Laguna? pregunt la joven, en un dificultoso espaol con acento indefinido.

Antes de responder, Javier se qued mirando, sorprendido, a la persona que abri la puerta, mientras un escalofro recorra su espalda. Fue como una premonicin. Se trataba de una joven de unos veinte aos. Delgada. El valo de su cara, ligeramente redondo, haca que destacasen unos ojos rasgados, vivos, en cuyo interior, unas pupilas intensamente negras como una noche sin luna rutilaban con intensidad, debido a la inteligente mirada que posean. Javier acus el impacto que le haba producido la muchacha. Haba conocido a muchas jvenes en Espaa, nada profundo, encuentros de una tarde o un par de das y luego nada ms, si te he visto no me acuerdo; pero aquel escalofro era otra cosa que no saba definir bien y que lo haba dejado paralizado durante unos instantes.

La joven se apercibi del inters que despertaba en el periodista y esgrimi una sonrisa que le permiti mostrar la hilera de pequeos dientes blancos, nacarados, que resplandecan entre sus labios.

S, soy yo respondi Javier, apenas con un hilo de voz, todava sorprendido por la inesperada aparicin de aquella muchacha.

La doctora le espera. Quiere pasar? dijo la joven, hacindose a un lado, para franquearle la entrada.

Javier entr en la casa y esper a que la muchacha hiciese lo propio despus de cerrar la puerta, y al hacerse a un lado para permitirle el paso, inevitablemente pudo aspirar el aroma bienoliente que desprenda, notando cmo una marea turbadora le ascenda por el estmago hasta embotarle la mente. A continuacin, todava desconcertado, la sigui hasta el saln, admirando la cadencia de sus caderas, percibiendo que iba descalza.

Al fondo, al lado de la ventana, sentada en una mecedora junto a una mesa camilla cubierta por un enorme tapete de punto oscuro que llegaba casi hasta el suelo, estaba la doctora esperndole. Haba descansado bastante bien, despus de muchas noches de insomnio, y su aspecto ya no denotaba tanto agotamiento como el da anterior. El periodista la encontr ms serena y satisfecha segn le manifest. Ella, que estaba deseando su llegada, aunque no se lo dijo, presentaba una sonrisa afable, y l se lo agradeci, porque, aquello pens, acortaba las distancias.

Tome una silla y sintese aqu, junto a m. Qu me puede contar sobre la actualidad de nuestro pas? le pregunt, una vez el joven tom asiento a su lado, enfrentado a ella.

Durante ms de media hora, las preguntas de la mujer y las respuestas del periodista se sucedieron continuamente. No obstante, el muchacho segua un tanto inquieto. El aspecto honorable de ella, su personalidad y el hecho de la reciente tragedia le imponan, a pesar de la cordialidad que mostraba hacia l.

La doctora Ferrer, al cabo del tiempo, compungiendo el gesto y llevndose las manos a las mejillas, le dijo:

Javier. Perdone mi descortesa. Usted ha venido a tomar el t conmigo y a que le cuente algo.

Bueno.. Esa era mi pretensin, pero no se preocupe, que no tiene la menor importancia. Tiempo habr para eso.

Shammar, por favor llam sin apenas alzar la voz, y, al momento, la muchacha descalza del sari floreado apareci con andar suave, portando una bandeja que contena el servicio completo para tomar el t con unas galletas.

Javier, algo embarazado nuevamente por su presencia, la observ en silencio, y en silencio tambin la joven deposit la bandeja sobre la mesa camilla, retirndose tan discretamente como lleg.

La doctora distribuy el servicio sin musitar una palabra, y ese lapso fue utilizado por Javier para, con cierta prevencin, preguntarle sobre la conveniencia de utilizar una grabadora durante la entrevista.

Mientras ella colocaba delante de l una taza mediada por la ambarina y perfumada infusin, le dijo al joven:

Le he recibido porque tena necesidad de saber de nuestro pas y no he querido ser descorts con un conciudadano estando tan lejos de casa. Usted me coment el inters que tiene por informar a la opinin pblica espaola sobre lo que hemos estado haciendo aqu, no es eso? dijo ella, imprimiendo una cierta gravedad a sus palabras.

Efectivamente respondi el joven, sorprendido por el tono de la inesperada pregunta, cuando pensaba que ya estaba todo resuelto. Pretenda entrevistarla.

La amabilidad que present la doctora momentos antes haba desaparecido, y sus facciones se endurecan conforme pensaba lo que le iba a responder al periodista:

Cree usted, de verdad, que con una entrevista, con unas preguntas hechas, preestablecidas, que seguro llevar escritas, va a contar todo lo que hemos pasado en Ruanda y los motivos por los que cada uno de nosotros vino a esta parte del mundo?

Javier enmudeci durante unos segundos por la sorpresa que le produjo aquel cambio de actitud, y seguidamente respondi sin malicia:

Esa era mi intencin.

Creo sigui diciendo la mujer, con el mismo tono, que lo que hemos hecho y vivido, Javier, si de verdad le interesa, no se puede resumir. Se cuenta la historia completa o no se cuenta. Desde su inicio.

Bien. Usted dir respondi bastante perplejo, sin saber en qu acabara aquella conversacin.

Yo? No, Javier. Usted es quien hace las preguntas. Pero tenga en cuenta que le responder lo que crea oportuno. Y no me agradara que interrumpiese o deshilvanase mis recuerdos cuando est hablando. No quiero que las cosas se hagan a medias. Me comprende? Comience por la primera.

Aquella manifestacin le desarm totalmente. l haba ido a la casa, convencido de que la entrevista sera una ms, entre las que haba realizado en su corta vida como periodista. Unas preguntas que prepar en el hotel y unas respuestas claras y concisas a las que l dara la forma que ms conviniese al artculo que posteriormente preparara. Algo rutinario que ya haba realizado en otras ocasiones, adornndolo despus con ideas de su propia cosecha. Sin embargo, vacilando, pregunt fuera del programa establecido como si hubiese sido un incompetente:

Vive a gusto aqu, doctora?

Por supuesto respondi la mujer como impulsada por un resorte, sin meditacin previa, para, al instante, rectificar la respuesta. Bueno.. Digamos que viva antes ms a gusto.

Imagino que se referir en vida de su esposo.

S, claro. A eso me refera.

Echa de menos Espaa?

Le dira que s, aunque no s hasta qu punto. Al menos no me he planteado la posibilidad de regreso y probablemente no lo haga nunca.

Tan mal le fue en nuestro pas? pregunt l, extraado por la respuesta.

Ni bien, ni mal. En realidad, ni estaba a gusto con el trabajo que realizaba ni con mis jefes. Esperaba otra cosa de la vida despus de tanto tiempo de estudio. Ms tarde surgi la posibilidad y cambi de aires, y vivir tantos aos aqu hace que esto se le meta a una en la sangre. No soy la nica. Me he adaptado a una nueva forma de vida, a sus gentes, a sus costumbres. Aqu respiro paz y sosiego, a pesar de que tan slo echo de menos a mi esposo.., pero.., he sido feliz, me he sentido necesitada y me he entregado a mi trabajo, dando todo lo que llevaba dentro. Al contrario que en Espaa. Las gentes de este pas me adoran.., y yo a ellos. Me refiero a los indgenas.

Javier escuchaba a su anfitriona que, con los ojos entornados, iba desgranando sus respuestas lentamente, entremezcladas con sus sentimientos.

Le apetece que salgamos a la terraza? pregunt ella, de pronto.

S. Por qu no? repuso el joven, tal vez sugestionado por la energa de las palabras de la doctora. Crea comprender las razones que ella tena, por los argumentos que empleaba, y lo cierto era que senta una envidia sana por las experiencias que tuvo. Ser capaz de experimentar algo tan intenso en algn momento de mi vida?, se preguntaba.

Aunque, por otra parte, la postura de la doctora haba roto todos los esquemas que tan minuciosamente preparase l durante la noche anterior en el hotel, y pensando en ello, decidi no seguir ninguna pauta preestablecida con aquella mujer, que, debido a su estado de nimo, se presentaba difcil como entrevistada. Era ella la que de alguna forma quera marcar el patrn a seguir.

En tanto Javier pensaba esto, la doctora se haba levantado todava gil de la mecedora y haba emprendido el camino que conduca a la terraza.

Una vez fuera de la casa, se acod en la baranda con la mirada fija en el mar, esperando que el joven llegase a su lado. Mientras, a lo lejos, varias embarcaciones se vean con sus claros velmenes desplegados. Luego, acodados los dos en el pasamanos, con la mirada perdida en la distancia, en aquellas velas que flameaban contra los estayes, obenques y burdas de cada palo mayor, Javier, de improviso, le dijo a la doctora:

Imagino que echar mucho en falta a su esposo.

Usted qu cree?

Solamente lo imagino. Aunque est claro que no puedo conocer sus sentimientos ni saber lo que pasa por su cabeza.

Est usted casado?

No. De momento, no.

Entonces, no lo puede ni tan siquiera imaginar asever con el tono altanero que le confera la diferencia de edad y probablemente de experiencia. Sabe acaso lo rpidamente que se acostumbra una mujer en el lecho a la calidez del cuerpo de su compaero cuando est enamorada? Sabe lo que pasa por la mente de esa mujer cuando percibe que su esposo ya no regresar jams? Se imagina lo que le puede parecer el lecho, en el que slo encuentra el espacio vaco de su marido? Pues yo se lo dir.

Javier iba de sorpresa en sorpresa, por las reacciones, para l, un tanto ilgicas de la doctora. Se estaba comportando de una forma imprevisible. Cierto era que no tena casi ninguna experiencia, que no conoca bien a las mujeres, pero antes de que l pudiese asimilar las preguntas que le haba formulado, ya segua ella con su razonamiento, as que decidi callar y escuchar lo que le deca. No estaba all para eso?

El lecho, lo mismo que toda la casa, es una inmensidad muerta de recuerdos vivos, a los que quieres olvidar y no puedes, atormentndote continuamente, presa de una impotencia contenida que te va minando el espritu.

Javier pens que aquellas reflexiones eran debidas a las preguntas que le haba realizado momentos antes sobre su esposo, por lo que, algo azorado, no pudo por menos que musitar:

Lo siento. Siento haber avivado esos recuerdos.

No se preocupe usted por eso. No necesito que nadie traiga a mis fantasmas. Vienen solos. Viven conmigo permanentemente.

En tal caso, doctora, me alivia de un peso que haba recado sobre mi conciencia. Puedo preguntarle cmo conoci a su esposo?

S. Por supuesto. Pero.., sa es una larga historia. A veces pienso en ello y siempre llego a la conclusin de que el futuro es inescrutable y el destino imprevisible.

La nueva respuesta dej a Javier ms desconcertado que antes, sin saber qu decir, y tras unos segundos de vacilacin, inquiri inocentemente:

Cree usted en el destino?

A la fuerza he de creer. Si no, qu explicacin puede encontrar usted a dos personas que nacen a ms de seis mil kilmetros de distancia, con diferencias raciales y culturales, se unan en matrimonio y aborden una tarea comn?

Javier no respondi. Su desconcierto iba en aumento, conforme se adentraba en una entrevista, de la que no haba sospechado ni las preguntas ni las respuestas, donde todo estaba resultando producto de la improvisacin, y en ese momento no llegaba a comprender lo que haba querido decirle la mujer. Se pas la mano por la cara y esper a que la doctora Ferrer continuase. Pero ella tambin esperaba que el periodista hablase, que respondiese de alguna manera a su lgica reflexin o que continuase con su orden de preguntas, hasta el momento inocentes para un profesional experimentado.

Dndose cuenta de la ingenuidad del muchacho, que a pesar de todo tuvo el coraje de viajar hasta all, buscando una entrevista, le dijo:

Mire. Abundando sobre lo que le he manifestado, para m el futuro es una consecuencia de los devenires del destino, y el destino es como un barco de vela. Sales a la mar, marcas un rumbo, el viento y las olas te zarandean, y cuando aumenta su fuerza.., o cambias el rumbo o naufragas. Si naufragas, unas veces pereces en el naufragio y otras no, pero lo probable es que el lugar a donde queras ir ya no sea accesible, por no corregir la derrota a tiempo, y tu futuro cambie irremisiblemente. Eso fue lo que me ocurri a m el da que conoc a scar.

Cuando termin de decir esto, se qued unos momentos como ausente, perdida entre sus recuerdos, mirando las velas, que se apreciaban ya pequesimas en el casi imperceptible horizonte.

Javier se dio cuenta de que no examinaba ningn lugar en concreto, slo su interior, y aprovechando el nuevo lapso intent escudriar su rostro por si poda descubrir algo que le diese una pista sobre la personalidad un tanto trastocada de la mujer.

Entonces imprimi un pequeo giro a su cuerpo, para acodarse en la baranda con un solo brazo y as tener una mejor visin de la doctora, observndola detenidamente. El contorno de su cabeza se recortaba ntidamente sobre la luz del sol que comenzaba su declive, y desde esa perspectiva una aureola luminiscente, rojiza, pareca irradiarle a travs del cabello, mitigando las imperfecciones de la madurez que asomaba a su rostro. Debi ser bonita en su juventud, pens, pero inmediatamente se vio obligado a abandonar aquellos pensamientos. La doctora, despus de hundirse otra vez en su memoria, continuaba hablando con la impasibilidad propia de los obnubilados.

Haca ya tres aos que tena terminada mi carrera y estaba trabajando como MIR en el hospital Santa Engracia. El tiempo transcurra, y todos los proyectos de futuro que tena planeados, como dioses con pies de barro, se desmoronaron uno detrs del otro. Y cada da lo mismo. Guardias, guardias y guardias. Mis nimos fueron mermando con el paso del tiempo y mi ilusin tambin. No es que fuese sediciosa o no me adaptase a las normas, no. Ocurri que no tard en darme cuenta de que mi futuro estaba en manos de los grandes mdicos del hospital, de los omnipotentes jefes de equipo, de los patrones de la medicina. Pude observar que all nadie ascenda, que nadie obtena una consulta en su equipo si ellos no lo permitan, que all no valan los conocimientos personales. Me preguntaba una y otra vez si eso era lo que yo poda esperar. Y ca en una profunda depresin que me hizo casi aborrecer mi trabajo, sabe?

Llegaba siempre tarde, y lo curioso era que, adems, pretenda justificar mis retrasos. Los ojos de la doctora seguan perdidos en la distancia, y el silencio sigui a sus palabras durante unos instantes.

A Javier aquel ltimo mutismo le pareci ms que significativo de que otra vez deambulaba por el pasado, y de continuar as la depresin volvera a hacerle mella nuevamente, pudiendo terminar con la entrevista. Deba impedir que tal cosa ocurriese. Deba hacerla regresar al presente, a sabiendas de que las respuestas que ella buscaba no se encontraban en aquel lugar con l, sino donde su mente se hallaba en ese instante precisamente. Por eso pregunt, intentando que volviese a la realidad del momento:

Doctora Ferrer, podra explicarme qu le ocurri en el hospital?

La mujer volvi su rostro hacia el joven, parpade dos veces seguidas y, despus de un momento de vacilacin, respondi:

Espero que sepa perdonar estas ausencias mas. Los recuerdos me asaltan emborronados. S que debo ordenarlos, pero a veces me pierdo entre ellos.

Me he dado cuenta. No se preocupe. Entiendo perfectamente su estado de nimo. Yo mismo me pregunto cmo reaccionara en un caso semejante.

Gracias, Javier. Intentar que no me ocurra en lo sucesivo. Dnde estaba?

Me deca que llegaba tarde al hospital, que sus proyectos de futuro los vea negros.

S, eso es. Todo comenz una oscura y fra noche en la que conoc al que sera mi esposo. Aquella noche, no saba por qu, no era como las anteriores de ese mes de enero. Lo presenta. La inclemencia del tiempo pareca aumentar de alguna manera la baja temperatura del ambiente y yo haba olvidado lo hmeda y fra que se vuelve la atmsfera cuando sopla el viento de levante en aquellas latitudes, sabe?

En las viejas casas como la de mis padres, las puertas y los cajones se hinchaban y crujan y no cerraban bien, y aquello me atemorizaba. Ese da me haba levantado tarde de la cama. Cientos de pensamientos dispares y sin coherencia se fueron sucediendo en mi cerebro uno detrs del otro. Lo mismo pensaba en mi trabajo que en casos que me haban sucedido en la niez, cosas sin importancia pero que me tenan aturdida, como ausente de la realidad. As que no s el tiempo que pas junto a la ventana, mirando el cielo encapotado y lluvioso, viendo aquellas grandes nubes grises y oscuras, empujadas por el viento fro y hmedo que las trasladaba raudas hacia las montaas. Slo s que cuando me quise dar cuenta eran las nueve de la noche y deba entrar de guardia a las diez. Entonces me vest deprisa, sal de casa con apresuramiento y cerr la puerta a mis espaldas mientras miraba el reloj. Estaba alterada. Corriendo baj las escaleras y, debido a la excitacin, tropec un par de veces para, al final, los ltimos cuatro escalones bajarlos de un salto que me hizo llegar casi hasta el portal trastabillando. Cuando sal a la calle, llova con rabia o al menos me lo pareca a m. Abr un pequeo paraguas plegable y sal para ir caminando por la acera hasta donde haba dejado mi pequeo automvil. Puse el motor en marcha, tomando luego el camino de todos los das hacia el hospital Santa Engracia, conduciendo casi lentamente a pesar de que tena prisa. Al darme cuenta de ello, intent acelerar la marcha, pero un algo en mi interior me lo impeda.

No. No era el temor a un accidente. Estaba irritable. Confusa. Esa noche, como ltimamente me vena ocurriendo, volvera a llegar tarde. Me tocaba otro insoportable turno de veinticuatro horas. No los aguantaba. Saba que era eso lo que causaba mi abatimiento y, conforme se apoderaba de m, iba tomando cada vez ms cuerpo en mi cerebro el amargo concepto de la vida, la ruindad de la gente, sobre todo, la de aquella gente con poder, aquella cuyo egosmo impeda que los dems medrasen, la que nos utilizaba en su propio beneficio.

Mientras, en mi interior, haba algo que se rebelaba contra el sistema autocrtico que imperaba entre los jerarcas del hospital. Intentaba luchar contra ello, pero siempre llegaba a la misma conclusin: mi ilusin, mi forma de ver la vida, mis ganas de trabajar en aquello para lo que tanto estudi, era una utopa. No tena ms remedio que adaptarme o dejar el hospital. Sin embargo, adnde iba? Cul era el lugar donde no tropezase con el mismo sistema u otro parecido? Saba que tena fallos, que tena mucho que aprender, pero, lo iba a conseguir haciendo solamente guardias en urgencias? Y mi espritu inquieto segua mortificndome explicaba la doctora, agitada, y con evidentes signos de indignacin impresos en su rostro.

Mientras hablaba, comenzaba otra vez a dar sntomas de agotamiento, manteniendo la mirada en un punto inconcreto del ya imperceptible horizonte.

Javier, que no apartaba su vista de ella, titube unos instantes antes de preguntarle:

Doctora Ferrer, le parece que dejemos para maana la continuacin de su relato?

No. Me encuentro bien. En todo caso, ser mejor que nos sentemos en las mecedoras. Se est tan bien aqu, ahora

Se desplazaron los pocos metros que haba hasta donde se hallaban los balancines. Asientos amplios de alto envs, en los que una madera doblada enmarcaba la ancha rejilla de fibra de caa del asiento y el respaldo, donde todo eran maderas curvadas. La doctora tom asiento en uno de ellos y, a continuacin, sealando el contiguo con la mano, le dijo al periodista:

En ese otro sola sentarse mi esposo.

El joven mir la mecedora con una cierta aprensin, como si temiese que el difunto propietario pudiese reclamar su pertenencia o pudiese estar sentado en ella.

Pero.., sintese, Javier. No se apure. Mi esposo ya no lo podr volver a utilizar, lamentablemente.

l no lleg a entender bien lo que le haba querido decir. No saba si se refera a sus propios pensamientos y aprensiones, o quera decirle que se poda sentar en el balancn aunque hubiese sido de su esposo.

La mujer esper a que Javier tomase asiento, y cuando estuvo segura de la atencin del muchacho, dijo:

Creo que me encuentro mejor. Este.., prosigo, Javier. Entre unas cosas y otras, una vez ms llegaba tarde me reprend para mis adentros.

Conduje mi pequeo Fiat Uno por el recinto del hospital y me dirig al lugar donde sola aparcarlo. Sal de l y corriendo atraves el vestbulo para tomar el pasillo que me conduca al vestuario donde tena asignado mi armario personal. Mir el reloj mecnicamente. Nerviosa. Eran todava las diez menos cinco, y si me daba prisa an llegara a tiempo y no me tendra que escuchar alguna monserga por parte del compaero o compaera saliente. Me cambi rpidamente de ropa, increpndome a m misma por la falta de responsabilidad. Luego sal del vestuario, regres al pasillo y comenc otra vez la carrera para dirigirme a la sala de mdicos en Urgencias. A mitad del camino, me di cuenta de que el estetoscopio no lo llevaba y no poda acceder a una guardia sin mi aparato de auscultacin. De mala gana regres sobre mis pasos. Abr el armario. Cog el objeto. Lo colgu de mi cuello.. y, despus, otra vez la carrera.

Cuando abr la puerta de la sala de mdicos, cuatro personas haba dentro, sentadas alrededor de una mesa. Llegaba diez minutos tarde, jadeando. Si no hubiese sido por culpa del maldito estetoscopio habra llegado con el tiempo justo, me deca a m misma, intentando justificar la tardanza.

Javier la escuchaba mirando su rostro. La doctora, con la cabeza apoyada en el respaldo, mientras hablaba, mantena las palmas de las manos juntas, como si rezase, pero con los dedos entrecruzados junto a la barbilla. En las pausas, cerraba otra vez los ojos para transportarse mejor por la maraa del tiempo y los recuerdos.

La doctora Ferrer, supongo me dijo el hombre que estaba ms cerca de la puerta al verme entrar. Asent con la cabeza, incapaz de contestarle verbalmente hasta que no recuperase la respiracin. Sobre la pequea mesa de juntas situada en el centro de la sala, la carpeta abierta de una historia clnica reposaba delante de l, y ocupando distintos lugares de la mesa, dos mdicos y una enfermera comentaban las incidencias del turno que sustituan.

El mdico que me haba preguntado se levant de la silla en la que estaba sentado y vino hacia m.

Sabe, Javier? Un estremecimiento sacudi mi cuerpo. Personalmente le conoca por cruzarme con l en alguna ocasin por los pasillos, pero jams medi una palabra entre nosotros. Era otro MIR. Y se hablaba en el hospital de la habilidad que tena en sus manos, aunque malas lenguas decan que aplicaba magia en sus intervenciones. Comentaban que era brujo, y yo, tonta de m, les crea explic, amagando una sonrisa. Qu poco le conocan los que llegaron a hacerlo!

Javier, sentado frente a su anfitriona, estaba atento escuchando la narracin, con la pierna izquierda cabalgando sobre la derecha, mientras la expresin de su rostro denotaba el inters que senta por lo que ella deca. O era por la doctora?

Aquella reflexin consigui que abandonase un instante el relato de la mujer, llegando al convencimiento de que en ese momento le era imposible discernir sobre las emociones que le embargaban, y su juventud y falta de experiencia contribua a que as sucediese. Debera pensar ms en ello en otra ocasin, se dijo, y regresando al hilo del monlogo de la doctora, le pregunt:

Le tena miedo por eso?

Miedo? No. Slo respeto. Aunque era un MIR como yo, l s que realizaba consultas e intervenciones quirrgicas. Llevaba ms tiempo en el hospital, y posea una habilidad innata en sus manos y una sensibilidad fuera de lo comn en su trato con los enfermos.

Ya era hora me dijo al llegar hasta m. Sabe que he de entregarle la historia de la ltima paciente que he estado atendiendo y de la que usted se ha de hacer cargo?

S, doctor scar. Bueno.., lo supona. respond al hombre que tena que sustituir, mientras haca un gesto de resignacin. Lo siento, pero no encontraba este maldito trasto.

Los otros ocupantes de la mesa levantaron la cabeza, curiosos por ver lo que ocurra, y callaron regresando a sus quehaceres, de forma casi inmediata, mientras murmuraban entre ellos.

Qu le sucede a usted ltimamente? me pregunt el doctor scar, frunciendo el entrecejo. Tengo entendido que cada da que tiene guardia llega tarde. No est satisfecha con su trabajo?

Sus preguntas me cogieron desprevenida.

La presencia de aquellas personas a las que s conoca bien, pero que en esa ocasin me parecieron intrusos, me puso todava ms nerviosa. Las manos comenzaron a sudarme, y con una precipitacin impulsiva, sin mirar a mi interlocutor, le dije titubeante:

No.., no es eso.. Bueno.., lo que pasa es.. Que de alguna manera estoy harta de tanta guardia Eso es respond un poco histrica, por el nerviosismo que me haba producido la presencia de las otras personas. Puse tal nfasis a mis palabras que los presentes se vieron obligados, al or mi elevado tono de voz, a abandonar su trabajo otra vez, mientras me lanzaban miradas un tanto iracundas. Pero al darme cuenta me calme un tanto, y reduciendo el tono continu explicndole, mientras le miraba directamente:

Lo siento, doctor scar. Llevo ya mucho tiempo que me encuentro bastante nerviosa. Da s, da no y el de en medio me toca guardia. As llevo ya dos aos y todava no s cundo voy a poder ejercer mi especialidad. Y.., la verdad, se me est haciendo pesado.

Trabajaba porque amaba mi trabajo, pero no estaba de acuerdo con el trato que se nos daba a los residentes. Para eso tanto esfuerzo, tanto estudio, tanta angustia? No haba obtenido el doctorado y despus la especialidad?

Sabe, Javier? Todo aquel barullo me dej bastante trmula. Si hubiese estado a solas con el doctor scar, mi comportamiento tal vez hubiese sido distinto, pero la presencia de los otros mdicos y la enfermera hizo que perdiera el control. Adems, los motivos de mi retraso no les incumban, no tenan por qu estar enterados de mi problema.

Primero tranquilcese me aconsej el doctor scar, preocupado, mientras me tomaba por el brazo y me llevaba hasta el fondo de la sala. Realice unas inspiraciones profundas y ver cmo se relaja. Ya se encuentra mejor? Ahora, dgame: cul es su especialidad?

Endocrinologa le respond, mirndole otra vez a los ojos. Sabe? Me gustara saber cundo voy a poder dedicarme plenamente a ello. Si pudiese compaginar las guardias de urgencias con una consulta como adjunto de mi especialidad, todo sera diferente. Al menos, no me sentira ignorada y utilizada al mismo tiempo.

Est bien. Est bien me dijo el doctor, dispuesto a cambiar de tema. Se daba cuenta de que mi insatisfaccin poda conducir a una conversacin que, en modo alguno beneficiara a ninguno de los dos, y ms habiendo otros mdicos presentes. As que, mientras coga la historia clnica me dijo:

No entiendo cmo envan a un endocrino para sustituir mi guardia, pero vamos a lo nuestro que hay prisa. Ms tarde hablaremos sobre su problema. Le dejar una revista en la que viene un artculo interesante. Solicitan mdicos de todas las especialidades y a lo mejor le puede interesar. Quin sabe?

De qu se trata, doctor? le pregunt al tomar la historia clnica que me tenda, mientras l iniciaba el camino hacia la puerta para salir de la estancia y yo me esforzaba por situarme a su lado.

Se trata de una muchacha de diecisiete aos. Tiene fuertes dolores abdominales intermitentes en la parte izquierda del vientre. El dolor se desplaza hasta la ingle aunque ya he descartado que pueda ser un clico nefrtico. En el reconocimiento he observado que al presionar la parte derecha el quejido es ms fuerte y me temo que el dolor que presenta en la izquierda sea por irradiacin. Sospecho un caso de apendicitis aguda, por eso he mandado que le practiquen anlisis de sangre y de orina, y una ecografa. Los anlisis los estn realizando ya en laboratorio, y la eco se le har de un momento a otro me explicaba mi compaero. De todas formas, no me quiero marchar todava dijo hasta que no vea los resultados. Probablemente, mi presencia pueda ser necesaria.

Interiormente agradec que el doctor scar no se quisiese marchar hasta no averiguar qu le ocurra verdaderamente a la jovencita; pero, al mismo tiempo, me saba mal, que, habiendo terminado su guardia, la prolongase todava ms. Por eso le dije, ya totalmente relajada:

Pero la analtica puede tardar unas tres horas. Usted tendr que regresar a su casa. Su esposa le estar esperando.

Por supuesto que tendr que regresar a casa. De todas formas, no se apure usted por m, nadie me espera. Soy soltero, y con esta paciente pueden surgir complicaciones.

Mire, para su conocimiento le dir que en el servicio de esta noche slo ha entrado un mdico de ciruga y en estos momentos est realizando una intervencin en el quirfano UNO de urgencias.

La respuesta me hizo exhalar un suspiro de impotencia.

No posea usted fuerzas para afrontar aquella situacin? pregunt Javier, que haba escuchado toda aquella parte del relato sin musitar una palabra.

No es que no tuviese fuerzas, es que no me haba enfrentado jams, a un cuadro clnico que, como aquel, poda dar un vuelco en un momento determinado. Si no haba disponible ningn otro cirujano, probablemente la nia muriese por peritonitis, en caso de ser una apendicitis aguda lo que sufra.

Lo que no sabemos es lo que puede tardar en la intervencin que est realizando me dijo. En la mayora de las ocasiones la vida de una persona depende de la rapidez con que se tomen las medidas.

Cul es su especialidad, doctor? le pregunt, caminando por el pasillo, aunque ya lo saba. Fue otro de mis impulsos.

Cirujano. De Ciruga General.

Del equipo del doctor Pradas?. De Juan Pradas?

No. De Agustn.

Vaya una suerte..Lleva.., lleva mucho tiempo en el equipo?

Apenas dos aos. Pero dentro de un par de meses abandono el hospital. Me voy adonde me puedan necesitar. Como usted.., yo tambin quiero practicar ms mi especialidad respondi el doctor scar, dejndome sorprendida. Si me lo permite, le recomiendo que lea ese artculo del que le he hablado. Se trata de la ONG Mdicos del Mundo. Despus, cuando lo haya hecho, si le interesa me lo dice y hablaremos sobre el tema. Tan pronto terminemos con la nia le entregar la revista.

Antes de que yo pudiese responder, a travs de los altavoces comenzaron a citarme para que fuese a un box.

Doctora Ferrer, doctora Ferrer, acuda al box nmero cinco.

Doctor, me llaman por megafona. Podra ser la jovencita de la que me ha hablado?

S. Es ella. Ya la he visitado antes en esa consulta.

Al llegar a la sala de exploracin nmero cinco vi que una joven, casi una nia, estaba acostada sobre una camilla con su cuerpo semidesnudo tapado por una sbana, mientras un gotero penda de su brazo. Tena los prpados hinchados y los ojos enrojecidos por el llanto. Sobre el embozo que cubra su vientre y su torso, un sobre de color marrn contena las placas de la ecografa y el informe del radilogo. Faltaban pues los resultados de la analtica. El doctor scar, cuando se aproxim a la paciente para coger el sobre y ver las placas, le pregunt a la enferma:

Cmo te encuentras?

Me..duele mucho dijo la jovencita, con un sonido mellado en su garganta, a la vez que un gesto de dolor contraa su cara, debido, sin lugar a dudas, a las grandes punzadas que la acometan de forma peridica.

Est bien. No te preocupes. Te vamos a poner buena tan pronto como tengamos los resultados de la analtica. Aunque, probablemente, tengamos que operarte de apendicitis, sabes? le aclar, mientras intentaba tranquilizarla, acariciando su mejilla con el dorso de la mano, y un gesto de ternura apareca en su semblante.

Imagino que eso debe ayudar a serenar a un paciente, no le parece?

La doctora Ferrer se removi en la mecedora y enseguida respondi:

Evidentemente. Todos los gestos de afecto y humanidad que vengan por parte del mdico que te trata sin lugar a dudas son agradecidos por el paciente. Le confieren confianza. Y ese gesto de mi compaero me impresion. Me impresion por el contraste que ejerca la sensibilidad demostrada a la nia con su enorme seriedad. Tampoco es muy normal ese tipo de sentimentalismos por parte de la mayora de los mdicos hacia un paciente, aunque como en este caso se tratase de una adolescente.

Perdone, doctora, quiere decir que no suelen tener ese tipo de contactos con los pacientes? interrumpi Javier.

En la inmensa mayora de los casos, no. No porque carezcan de sentimientos, todo lo contrario, sino porque tienen la creencia de que esas sensibilidades les ablanda el espritu. Porque creen que, llegado el caso, no sern capaces de actuar con la firmeza necesaria, en beneficio del paciente, y el corazn y el carcter se les endurece. Van deprisa. Tienen ms enfermos a los que atender y se deben a todos. Comprende?

S, s. Comprendo pero no comparto. Perdneme por expresar mi opinin con tanta crudeza.

Aunque le pueda parecer extrao, yo estoy con usted, Javier. Tal vez sea porque mi especialidad no implica el mismo trato directo con el enfermo ni adquiero la misma responsabilidad que el cirujano, pero tambin entiendo que si un mdico se involucra mucho con un paciente y ste fallece debe acusar el golpe como algo ms o menos allegado a l y pretende evitarlo.

Javier hizo ademn de intervenir, pero la doctora abort su intento levantando la mano y adelantando el cuerpo hacia su contertulio.

Pero.., djeme que contine expuso la doctora, a la que el relato de esta parte de su vida haba puesto de mejor humor.

S, desde luego.

Mi compaero le pregunt a la nia si haban venido sus padres.

S respondi encogida por un nuevo espasmo. Estn.., estn en la sala de espera.

El doctor scar extrajo del sobre el informe de la ecografa, lo ley, y volvindose hacia m me dijo:

Doctora Ferrer, quiere usted hablar con los padres para que nos den su autorizacin a la apendicetoma? Me temo que tengamos que intervenir con toda urgencia para prevenir una peritonitis. La ecografa seala una importante inflamacin en esa zona y los dolores que la acometen son reflejo del mal que tiene en su interior. Estimo que la intervencin no se debera demorar.

Mientras yo sala para hablar con los padres, el doctor scar llamaba por el telfono interior para que buscasen a un anestesista de guardia y preparasen un quirfano. Tena decidido operar l, aunque su guardia ya haba terminado.

Cuando regres al box, un enfermero empujaba ya la cama de la nia por el pasillo de color crema claro que daba a la zona de ascensores, la que llevaba a quirfanos; y una vez en l, el doctor scar, aunque fue un trabajo delicado por la inflamacin que sufra el intestino, oper con una deslumbrante sencillez que a m me impresion. Entonces comprend, porque decan de l que empleaba magia en sus intervenciones.

Qu motivo le impuls a realizar l mismo la intervencin? pregunt el periodista extraado.

Muchas veces me he hecho la misma pregunta. Incluso se la formul a l tambin pero no obtuve respuesta, slo una sonrisa. Estaba claro que tampoco era cometido mo, y l saba que no podamos contar con un cirujano de guardia si estaba en otro quirfano respondi la doctora Ferrer, de cuyo rostro haba desaparecido todo vestigio de ensueo.

Qu ocurri despus?

Se refiere al estado de salud de la nia?

No. Al artculo de la revista.

Recuerda mi opinin sobre el futuro y el destino? Pues el mo se estaba tejiendo ya.

S, pero no entiendo qu me quiere decir.

No se preocupe, se lo explico. Cuando terminamos la intervencin quirrgica, le di las gracias por permitir que le hubiese servido de ayudante en la apendicetoma. No es que se tratase de una operacin extraordinaria, pero el hecho de que el apndice estuviese lleno de purulencia, con posibilidad de romperse, incrementaba su riesgo, y yo quera saber cmo tendra que actuar en aquellos casos aunque fuese cosa poco probable. A continuacin, despus de cambiarnos el traje verde de quirfano, mientras nos lavbamos las manos, me interes por lo que me dijo un par de horas antes:

Doctor, me deca usted sobre el artculo de la revista, se que me podra interesar?

S, claro. Ya le dije que se trata de la ONG Mdicos del Mundo. Precisan mdicos de todas las especialidades para ser destinados a pases con bajo desarrollo econmico y carencias de todas clases. Lo mismo puede ser un pas en guerra como el que ha sufrido una epidemia o una inundacin. En esos pases, cualquier mdico que vaya, aprende ms en un ao que en diez de trabajo regular en un hospital como ste. Por lo que usted me ha contado y por su estado de nimo, creo que puede ser una solucin acertada a su problema. Si me acompaa le entregar la revista. Yo ya me puse en contacto con ellos y dentro de un par de meses he de marchar a Bruselas, y si usted se decide, tal vez pudisemos ir juntos. No obstante, estudie el tema, le parece bien? me dijo mientras terminaba de secarse las manos y se dispona a salir de la zona de servicios de quirfano.

Leer el artculo y lo meditar, no le quepa duda le respond algo decepcionada en tanto caminbamos hacia el vestuario. Tan pronto me entreg la publicacin, le expuse:Si estimo que me puede interesar, le buscar a usted para realizar todo el trmite. De acuerdo?

De acuerdo.

Tal vez nos veamos antes. Bueno.. Que descanse, doctor. Y gracias.

Gracias a usted. Le deseo una buena guardia. Ah, levante ese nimo que todo tiene solucin en esta vida. Se lo digo por experiencia me respondi, dndose cuenta de mi desilusin. Hasta la vista.

Tena esto algo que ver con lo que me ha dicho de su futuro y destino?Aquello fue lo que me lig a l hasta el da del accidente.

Una semana ms tarde, sobre las diez de la maana, la cafetera del pabelln central estaba rebosando de gente: mdicos, enfermeras, auxiliares y familiares de pacientes, ocupaban las distintas mesas del saln, mientras junto al mostrador se agolpaban los recin llegados con la intencin de pedir su desayuno a los camareros. Yo, en tanto, a pie de barra, tomaba un caf y hablaba con una compaera de laboratorio. Entonces, una mano muy morena se pos sobre mi hombro al mismo tiempo que aquella persona me llamaba por mi nombre.

Doctora Ferrer, buenos das.

Me volv no saba exactamente quin me llamaba aunque la voz me era conocida. Hombre! Si es el doctor scar! Cmo est? exclam alegremente al reconocerle.

Bien. Muy bien me respondi con tono desenfadado, mirando de reojo a mi compaera. Ya ha pensado en lo que hablamos sobre el artculo de la revista?

Os dejo para que podis hablar apunt mi acompaante antes de marcharse, al advertir la mirada de soslayo que le dirigi el doctor scar.

Hasta luego. Te ver despus.

Algo molesta y sin saber por qu, me volv hacia el doctor y le dije:

Ya me tiene a su disposicin. Le escucho.

Nos podemos tutear?

Por m, de acuerdo

Y cmo debo llamarte?

Mara Jos, si te parece bien.

Qu me dices del contenido del artculo? Crees que te puede interesar?

Espero que s, pero me da miedo objet todava cortante, mientras comenzaba a desaparecer el enfado que me acometiese repentinamente cuando se march mi compaera. Lo del artculo es una verdadera aventura. Adems, significa abandonar todo para iniciar una nueva vida.

Efectivamente, lo es. Siempre que abandonamos el entorno familiar, nuestra vida se convierte en una aventura, y qu duda cabe, que en frica, la aventura implica mayores riesgos. A pesar de todo, si te decides a venir, cuidar de que nada te ocurra. Te lo prometo aleg el doctor levantando la mano derecha, intentando dar a sus palabras finales un tinte de solemnidad.

Qued pensativa unos segundos mientras me acariciaba la barbilla, para decirle inmediatamente, influida tal vez por la firmeza de sus palabras:

De acuerdo! Ir contigo! Creo que necesito confiar en alguien.

La doctora Ferrer hizo una pausa. Haba oscurecido totalmente en pocos minutos y sobre la terraza se proyectaba la luz que desde el interior de la casa sala a travs de una de las ventanas. Un escalofro recorri su cuerpo y se restreg los brazos desnudos con las manos, intentando que la sangre afluyese a ellos para proporcionarle el calor perdido. Inmediatamente llam a Shammar y le pidi que trajese un chal, mantenindose en silencio hasta que la muchacha se lo coloc con delicadeza por la espalda, arrebujndola en l. Cuando la joven encendi la luz de la terraza, continu diciendo, ante el silencio del periodista:

El destino segua metiendo la mano en nuestras vidas y en las de otras personas tambin, slo que yo no lo sabra hasta mucho tiempo despus.

Tengo entendido que vinieron ms personas a frica con ustedes. Se refiere a eso?

S, eso es lo que quera decirle. Por esas mismas fechas, en otro lugar lejos de all, el doctor Perrier, despus de regresar de Nicaragua, fue llamado por la direccin de la ONG con la que trabajaba para que se presentase en Bruselas en el menor tiempo posible. Segn nos refiri meses ms tarde, ya en frica, mientras conduca su coche desde Amberes a la capital no dejaba de pensar en lo sucedido. Cuatro aos antes, en el mismo Amberes, l estaba sumido en una profunda depresin. Lea una y otra vez la sentencia que le entregaron en el Tribunal Superior de Justicia de aquella ciudad, y no terminaba de comprender cmo una carrera con nueve aos de estudio y quince de prctica profesional se poda ir al traste en un abrir y cerrar de ojos. Afortunadamente no tena familia. No se haba casado y no tena intencin de hacerlo.

Por algn motivo en particular?

No quera mantener ataduras afectivas de ningn tipo, al menos en aquellos momentos, salvo que se cruzase en su camino una mujer que le hiciese despertar los sentimientos que l crea dormidos y a los que no estaba dispuesto a sucumbir fcilmente. Desde que le entregasen la sentencia, llev una vida bastante movida y en ocasiones llena de peligros y no quera compartirla con nadie. Para qu hablar de cosas dolientes, sombras y angustiosas nos dijo en aquella ocasin Perrier, haciendo un gesto con la mano para desterrar de su mente los recuerdos que desde aos atrs le abrumaban.

Ya. Esta fue la tercera persona, pero hubo una cuarta adems de las monjas, no fue as?

S, ciertamente. Cre que estara usted peor informado, Javier. Casi por las mismas fechas en que el doctor Perrier regresaba de Nicaragua, en otro lugar, en Cambridge, el doctor Forster, de acuerdo con el relato que tambin nos hizo en otro momento, estaba leyendo una revista sobre temas mdicos. Entre aquellas pginas haba un artculo que hablaba de las ONG y de los servicios que estaban prestando en los pases ms deprimidos del globo. Una de las citadas organizaciones deca el artculo, precisaba la ayuda de mdicos de cualquier nacionalidad, para atender las necesidades de un campo de refugiados que dispona de un pequeo hospital en la selva africana, donde se atendan a casi mil personas, todos ellos huidos de la guerra en su patria.

Tambin tena motivos para dejar su pas?

Segn nos dijo Forster, estaba harto de permanecer todos los das dentro del carcelario y deprimente reducto del laboratorio de la universidad, y ser solamente el ayudante del laboratorio de investigacin del profesor.., mmmm.., Be.. Webber, creo que se llamaba. Y con la revista en la mano, llam por telfono al nmero de Bruselas que figuraba all, acordando que seis semanas ms tarde volara hacia aquella ciudad.

Mientras la doctora relataba esta parte de su historia, el relente de aquel atardecer, que pareca acentuar la baja temperatura, haba hecho que ella comenzase a sentir dolor de cabeza, y entendiendo que aquel ira a ms si no se relajaba, no tuvo ms remedio que decirle al periodista:

Javier, le ruego que me perdone pero estoy empezando a tener fro y me encuentro cansada. Le agradecera que regresase maana por la maana. Hacia las diez?

Por supuesto. No tengo otra cosa que hacer.

Se quedar a comer?

Maana se lo dir. Le parece bien?

Como prefiera. Pero me agradara contar con usted. Ah! Le recomiendo una visita por la ciudad para que vaya situndose dijo la doctora mientras se levantaba del balancn.

Me permite que llame al hotel para que me enven el coche?

Claro que s. Hgalo con toda confianza. Como si estuviese en su casa.

Poco ms tarde, Javier se despeda de la doctora junto a los peldaos de la terraza, mientras el automvil negro esperaba a que el periodista subiese en l para emprender el regreso a la ciudad.

III

El suave viento henchido de humedad y yodo que se levantara la tarde anterior, haba conseguido que el da amaneciese gris, en tanto el sol sala y se ocultaba, como si jugase al escondite, con las nubes densas y oscuras que se aproximaban desde el mar.

A las diez menos algunos minutos, el renqueante automvil del hotel ascenda lentamente por el camino que llevaba a la cima de la colina, al otro lado de la ensenada, entonando la aguda y plaidera cantinela metlica de sus viejos muelles. En su interior, el joven periodista espaol confiaba que, una vez concluido el relato de la doctora Ferrer, su artculo mereciese la aceptacin de sus jefes y le concediesen una seccin ms relevante en El Matinal.

Absorto en sus pensamientos, no se dio cuenta de que el automvil se haba detenido al pie de la escalera que conduca a la terraza donde la tarde anterior la doctora diese comienzo a la entrevista.

Ya hemos llegado, seor le advirti el conductor.

Cmo dice? Ah! S! Gracias! respondi Javier algo confundido. Se ape del vehculo y en dos zancadas se situ junto a la puerta de la casa. Esta vez llam con los nudillos.

Shammar abri la puerta, franquendole la entrada con aquella clida sonrisa que haca lucir sus blancos dientes.

Buenos das, Shammar. Est la seora?

Buenos das, seor. La doctora le recibir dentro de unos momentos. dijo, tomando el camino de lo que deba ser la cocina, bajo la atenta mirada del joven.

Javier, despus de que ella desapareciese tras la puerta, retuvo su imagen, percibiendo que el cabello que llevaba recogido en la base de la nuca era muy oscuro, aunque probablemente no tan negro como sus ojos. Tambin record los hoyuelos que se le formaban en las mejillas al sonrer, haciendo que su cara pareciese ms redonda, aunque no por ello menos atractiva, pero inmediatamente pens que se estaba complicando la vida por la impresin que la extica muchacha le haba causado y desterr la imagen de su mente con una ligera sacudida de la cabeza.

Entonces se aventur a entrar en el saloncito en el que estuviera la tarde anterior con la doctora. No haba nadie. Mientras esperaba a su anfitriona, observ con detenimiento la serie de fotografas enmarcadas que haba sobre el aparador. En la mayora de ellas apareca la doctora Ferrer. En unas, con tres hombres blancos y un negro; en otras, slo con el hombre negro. Y casi todas estaban tomadas en los pequeos poblados de la sabana, con sus chozas como fondo, mientras un avin bimotor pintado de amarillo, con una gran cruz roja, junto a la media luna roja, pintadas en los laterales de su fuselaje, apareca tambin en otras tantas. Haba algunas en las que tambin aparecan los habitantes de los poblados; pero en todas, sin excepcin, grandes sonrisas afloraban en los rostros de los fotografiados.

Estaba usted aqu?

La voz de la doctora, a sus espaldas, le sac de su abstraccin.

S, doctora respondi Javier, volvindose hacia la mujer. Estaba contemplando sus fotografas. Parecen todos muy satisfechos, no?

Ms que por el trabajo,