carta del padre de lubac a m. lÉgaut

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69 Cuadernos de la Diáspora 30 Madrid, AML, 2018 CARTA DEL PADRE DE LUBAC A M. LÉGAUT Friburgo, 2.8.72 (1) Cher Monsieur Légaut, Por fin he podido leer (y releer) con toda tranquilidad su artículo «Para entrever la Iglesia del futuro». Es uno de los escasísimos estu- dios sobre la crisis actual que osa presentarla en toda su gravedad y que, al mismo tiempo, trata el problema actual en profundidad. De principio a fin me siento en perfecto acuerdo con su inspiración y si me permito, una vez más, señalarle algunos puntos en los que no me expresaría como usted, espero que sepa comprender que lo que le he dicho hace un momento no es ninguna cláusula de estilo. Me parece que lo que usted ha escrito ahí es (tome usted el término en el mejor sentido) una "Utopía"; pero de las Utopías que pueden resultar más fecundas que el programa más práctico cuando están bien orientadas. – Lo que usted propone, aquello en lo que usted pone el acento va a contrapelo de las tendencias que en la Iglesia de hoy sostienen muchos de los que piensan ser su ala más adelantada; y no puedo sino felicitarle por ello. Usted insiste en lo esencial, que cada vez se olvida más (y que no lo era antes tanto; algunas de sus críticas del pasado reciente me parecen excesivas, – pero esto es un punto secundario). Mi objeción principal (caso de serlo) es un poco la misma que le hacía, sin duda de forma demasiado breve y drásticamente, a propó- sito de su obra: mi temor de que muchos, dada su situación actual y su inclinación a la crítica negativa, retengan sólo la mitad de sus frases y las deformen debido a ello. Veo en ellos una especie de rabia des- tructora, de la parroquia, de la diócesis, del papado, y para provecho de una secularización y de un activismo socio-político con un total (1) Anotado al margen por Légaut: RD de la Route | 21 Chemin des luix (sic) Vives | 1700 Fribourg | Suisse

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Page 1: CARTA DEL PADRE DE LUBAC A M. LÉGAUT

69Cuadernos de la Diáspora 30 Madrid, AML, 2018

C A RTA D E L PA D R E D E LU BA C A M. LÉGAUT

Friburgo, 2.8.72 (1)

Cher Monsieur Légaut,

Por fin he podido leer (y releer) con toda tranquilidad su artículo «Para entrever la Iglesia del futuro». Es uno de los escasísimos estu-dios sobre la crisis actual que osa presentarla en toda su gravedad y que, al mismo tiempo, trata el problema actual en profundidad. De principio a fin me siento en perfecto acuerdo con su inspiración y si me permito, una vez más, señalarle algunos puntos en los que no me expresaría como usted, espero que sepa comprender que lo que le he dicho hace un momento no es ninguna cláusula de estilo. Me parece que lo que usted ha escrito ahí es (tome usted el término en el mejor sentido) una "Utopía"; pero de las Utopías que pueden resultar más fecundas que el programa más práctico cuando están bien orientadas. – Lo que usted propone, aquello en lo que usted pone el acento va a contrapelo de las tendencias que en la Iglesia de hoy sostienen muchos de los que piensan ser su ala más adelantada; y no puedo sino felicitarle por ello. Usted insiste en lo esencial, que cada vez se olvida más (y que no lo era antes tanto; algunas de sus críticas del pasado reciente me parecen excesivas, – pero esto es un punto secundario).

Mi objeción principal (caso de serlo) es un poco la misma que le hacía, sin duda de forma demasiado breve y drásticamente, a propó-sito de su obra: mi temor de que muchos, dada su situación actual y su inclinación a la crítica negativa, retengan sólo la mitad de sus frases y las deformen debido a ello. Veo en ellos una especie de rabia des-tructora, de la parroquia, de la diócesis, del papado, y para provecho de una secularización y de un activismo socio-político con un total

(1) Anotado al margen por Légaut: RD de la Route | 21 Chemin des luix (sic) Vives | 1700 Fribourg | Suisse

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desconocimiento del Evangelio y de toda vida espiritual. Ellos corren el riesgo de sólo comprender y retener, de manera exagerada, la parte negativa de sus expresiones.

Junto con usted, pienso que una descentralización bien hecha sería un signo de vitalidad, propicio para la vida en la Iglesia; pero yo haría una distinción más clara entre la descentralización administrativa y la autoridad espiritual. Para la independencia de la Iglesia, para su refor-ma, para su renovación espiritual en el sentido exacto que usted indi-ca, nada es más necesario hoy que la autoridad del sucesor de Pedro — autoridad que se fundamenta en las Escrituras mucho más rotun-damente de lo que muchas veces se dice. Sólo ella es la que podría generar la reforma de la figura del obispo que usted considera; por todo tipo de razones de organización práctica, tanto las conferencias episcopales, como tantas otras instituciones parecidas, son inestima-

P. Henr i de Lubac s j

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Henri de Lubac (1896-1991)

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bles — pero, de cara a las iniciativas que usted desea, siempre serán un obstáculo insuperable si el obispo no conserva su libertad personal; y su relación directa con el Papado es lo que le asegura esta libertad que, por el contario, un colectivo episcopal corre el riesgo de ahogar (y aquí yo podría citarle un buen número de ejemplos tópicos).

En principio, estoy de acuerdo con usted sobre el sacerdocio; no obs-tante, creo que habría que evitar un corte demasiado tajante entre "culto" y "palabra"; una especialización en la práctica sería nefasta si ésta hiciera olvidar la relación necesaria entre las dos. Lo que aquí me hace ser un poco reticente es el hecho de que muchos, en la actuali-dad, proponen lo mismo que usted pero con un espíritu totalmente contrario: dejar el culto, lo "sagrado", algo casi pagano y supersticio-so, en manos de un clero mediocre que atienda a la masa habitual; mientras que los ministros de la palabra, de esencia superior, serían los heraldos del cristianismo filosófico y secularizado. Ya ve que entre esta idea y la suya hay un abismo.

Lo que me parece un progreso en este artículo suyo, en relación con su obra del año pasado (2), es una preocupación por la Iglesia más explícita y creo yo que más justa. Y, cuando dice usted, hacia el final, que, si la Iglesia ha seguido siendo esencialmente la misma a pesar de sus tropiezos, ha sido porque, en cada época, algunos creyentes se levantaron y retomaron, con una tenacidad inquebrantable y a menu-do a precio de una dura pasión, lo que incesantemente se deshacía, no sólo me siento de acuerdo con usted sino en profunda comunión. Invoquemos juntos el Espíritu de Dios para que hoy suscite tales cre-yentes — muy especialmente entre los obispos.

Confíe, cher Monsieur Légaut, en mi respetuosa simpatía.

Henri de Lubac, sj.

CARTA A M. LÉGAUT

71Cuadernos de la Diáspora 30 Madrid, AML, 2018

(2) Aquí el padre de Lubac parece referirse, como antes más arriba, a Introduction à l'intelligence du passé et de l'avenir du chritianisme (París, Aubier, 1970), traducido al cas-tellano en dos partes: Reflexión sobre el pasado y el porvenir del cristianismo (Madrid, AML, 1999) y Creer en la Iglesia del futuro (Madrid, AML, 2013, 2ª ed. completada).

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N O TA A E S TA C A R TA

por Domingo Melero

En esta carta, el P. Henri de Lubac (1896-1991) acusa recibo del artí-culo «Pour entrevoir l'Église de demain» (1), enviado por M. Légaut (1900-1990). Primer elemento a notar: Légaut enviaba sus libros y artículos a gente notable y conocida, incluidos los obispos de Francia, para que conocieran su pensamiento. En ella, el padre de Lubac, tras haber leído y releído el artículo, le comenta a Légaut algunos puntos, no todos. En lo que sigue, nos limitaremos a recordar el contexto de la carta y a destacar dos elementos de la misma.

1. El contexto. Estamos en 1972, siete años después de la clausura del Concilio Vaticano II y a mitad del pontificado de Pablo VI (1963-1978). Son tiempos difíciles y llenos de tensiones para el catolicismo; tiempos que aún duran hoy pues no son fáciles ni una apertura ni un cambio que sean fruto de la profundidad.

Un poco antes, en 1970-71, Paris-Match y periódicos como Le Monde se han hecho eco del matemático universitario convertido en campe-sino que, tras un silencio de treinta años, publica un ensayo de sete-cientas páginas de letra menuda, sobre la situación espiritual del hombre actual y sobre la situación del cristianismo (2).

Sin embargo, sólo las revistas católicas (no las literarias o las filosófi-cas) se fijan en Légaut y se fijan, especialmente, en su reflexión acerca del pasado imperfecto y del porvenir incierto del cristianismo pues no reparan tanto en su testimonio sobre el itinerario del hombre, que es un tema más de fondo y más difícil de captar quizá porque su actualidad no es tanto periodística como de seriedad personal (3).

72Cuadernos de la Diáspora 30 Madrid, AML, 2018

(1) Aparecido en la revista Lumen Vitae, este artícuo será luego el cap. 2 de Mutation de l'Église et conversion personnelle (MECP), París, Aubier, 1975.

(2) Légaut, en los años 30, ya había publicado algunos libros de tipo meditativo con ventas notables.

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Estas revistas católicas además de pedir a Légaut artículos y colabora-ciones extensas como la de este artículo, recensionan también sus libros, y tanto estas recensiones como las entrevistas que le hacen otras publicaciones más divulgativas se fijan no sólo en lo directo de los juicios de Légaut (un aggiornamento es insuficiente) sino en las cuestiones doctrinales a las que éste alude, como la inspiración de las Escrituras o la divinidad de Jesús, por ejemplo, por más que a Légaut lo que le interesa no son tanto las creencias cuanto el modo de llegar a ellas y, sobre todo, la fe, que no es la creencia, que es una actitud fundamental y que tiene que ver con el seguimiento y el discipulado.

Perdida, pues, la posibilidad de llegar (al menos entonces, pues otra cosa es ahora) al hombre común (al hombre adulto que ya ha vivido, hombre o mujer), que es a quien de suyo dirige su obra, Légaut, en previsión de las reticiencias e inquisiciones que podían surgir desde la ortodoxia, así como de las conclusiones hipercríticas que podían extra-erse de sus libros desde el otro lado, colocó entonces una sabia «Advertencia» al comienzo del tomo II, sobre todo al ver que iba a publicarse primero y sin el anterior, que en cierto modo lo preparaba. De cara a la Iglesia jerárquica en la que quería seguir viviendo, quiso precisar así su condición de pensador libre que rinde su testimonio ante sus iguales, y también quiso declarar su disposición a ser juzgado como equivocado, lo cual, sin embargo, debía quedar claro (4).

Quizá esta situación pueda extrañar ahora, pero recordemos, en cuan-to a inquisiciones y reticencias, el tono del primer libro Légaut-Varillon de 1972, o las críticas a Légaut de von Balthasar en El complejo antirromano en 1975; así como el hecho de que, en el tiempo de la publicación de los dos tomos de Légaut, algunos intelectuales católi-

Domingo Mele ro

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(3) Recordemos que el tomo II de lo que Légaut concibió como una única obra que se iba a llamar "El cumplimiento humano" se publicó primero y con el título de: Introducción al pasado y al porvenir del cristianismo, y que el tomo I, de título El hombre en busca de su humanidad, se publicó unos meses después.

(4) Ver lo que explica Légaut sobre su "Advertencia" en: Légaut-Varillon, Debate sobre la fe. Dos cristianos en camino, Madrid, AML, 2007, p. 114-5.

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cos amigos suyos participaron y organizaron un Coloquio europeo de intelectuales cristianos, celebrado en Estrasburgo bajo el título de «Fidelidad y apertura», movidos por la voluntad de reaccionar ante el espíritu considerado destructivo de bastantes críticas a la Institución; algo que también la carta de de Lubac menciona y que sin duda se dio en aquel momento.

2. Recordar este contexto de hace casi cincuenta años hace que des-taquen, sobre todo, dos cosas de la carta, en nuestra opinión.

En primer lugar, el juicio favorable, e incluso el elogio del padre de Lubac a Légaut, y esto pese a sus reservas; juicio que de Lubac, hom-bre prudente y de estudio, no hizo público (hélas!) hasta 1982, y sólo agazapado en una página del segundo de sus tomos sobre La posteridad espiritual de Joaquín de Flore, de Saint-Simon nuestros días; página sin embargo importante por ser donde de Lubac critica la «ruptura instau-radora» propuesta por el padre Michel de Certeau en los años 75-76.

En segundo lugar, este contexto de hace casi medio siglo hace que destaque más aún la sintonía de fondo de ambos creyentes en tanto que discípulos, y ello pese a sus diferencias de temperamento, de posición y de actitud; diferencias evidentes si pensamos en la actitud de uno y de otro ante el modernismo y su represión, en la distinta trayectoria vital de ambos, en el libro de corte clásico de de Lubac sobre La foi chrétienne, de 1970, o en el hecho de que de Lubac participase en el Coloquio que mencionamos antes.

Esta sintonía (emocionante) en una seriedad y en un «don total» común a ambos, es lo que el padre de Lubac capta y formula muy bien al final de su carta: «no sólo me siento de acuerdo con usted sino en profunda comunión» «cuando usted dice, hacia el final, que, si la Iglesia ha seguido siendo esencialmente la misma a pesar de sus tropiezos, ha sido porque, en cada época, algunos creyentes se levantaron y retomaron, con una tenacidad inquebrantable y a menudo a precio de una dura pasión, lo que incesantemente se deshacía».

N OTA A E S TA C A RTA

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