carta a un amigo

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A NUESTRO AMIGO HIPÓLITO, QUE CUANDO NACIÓ, YA LE BRILLABAN EN SUS PUPILAS, LA GOTA MILAGROSA DE LA PINTURA. Tú, Hipólito, no lo sabes, no puedes saberlo. No, no, porque las personas, sin verlo, Llevamos sembrada en los sentimientos, las virtudes que otros ven. No, no te has dado cuenta, amigo, pero posees dos poderosas armas: EL PINCEL Y LA RISA Con el brillo de los ojos. Yo te he visto iluminar el pincel. Después, como tejiendo el bien con tus delicadas manos, descosías, una hebra de hilo blanco de la túnica de un monaguillo, que, igual que un nervio que se enrosca en el silencio, escapaba del lienzo. Estaba sentado, el infante, cansado. Y sus párpados, cerrados como dos plumitas, se extendían en su recta celestial. Es mágico, Hipólito, ese hilo que viaja, que germina en las manos de Santa Ángela y lo conviertes en jazmín. Grandiosa obra. Sublime, es ésta, la que estamparon en la Iglesia de la Estrella. Templo y refugio de tu espejo infantil, donde acudes tantas veces, para mirar en el cuadro el rostro moreno de Mari Pepa… Tu madre. Aun teniendo el corazón de hielo yo he visto, al mismo tiempo, que me consolabas a mí, que, con una catarata de risas, destronabas el reinado amargo de las penas, que asfixia el pálpito del corazón, pone una negra corona a la esperanza, y desvía la órbita natural de nuestro pensamiento. Aun así…Nos pasamos, Hipólito, toda la vida buscando lo que no tenemos. Un día, el amanecer te regaló el amor que nunca tuviste. Un amor que olvida la edad, calma la ira, y como una tempestad, abre la ventana oculta de la felicidad.

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Page 1: CARTA A UN AMIGO

A NUESTRO AMIGO HIPÓLITO,

QUE CUANDO NACIÓ,

YA LE BRILLABAN EN SUS PUPILAS,

LA GOTA MILAGROSA DE LA PINTURA.

Tú, Hipólito, no lo sabes, no puedes saberlo. No, no, porque las personas, sin verlo,

Llevamos sembrada en los sentimientos, las virtudes que otros ven. No, no te has dado cuenta, amigo, pero posees dos poderosas

armas:EL PINCEL Y LA RISA

Con el brillo de los ojos. Yo te he visto iluminar el pincel. Después, como tejiendo el bien con tus delicadas manos, descosías, una

hebra de hilo blanco de la túnica de un monaguillo, que, igual que un nervio que se enrosca en el silencio, escapaba del lienzo. Estaba sentado, el infante, cansado. Y sus párpados, cerrados como dos plumitas, se extendían en su recta celestial. Es mágico, Hipólito,

ese hilo que viaja, que germina en las manos de Santa Ángela y lo conviertes en jazmín. Grandiosa obra. Sublime, es ésta, la que estamparon en la Iglesia de la Estrella. Templo y refugio de tu

espejo infantil, donde acudes tantas veces, para mirar en el cuadro el rostro moreno de Mari Pepa…

Tu madre.Aun teniendo el corazón de hielo yo he visto, al mismo tiempo, que me consolabas a mí, que, con una catarata de risas, destronabas el

reinado amargo de las penas, que asfixia el pálpito del corazón, pone una negra corona a la esperanza, y desvía la órbita natural de nuestro pensamiento. Aun así…Nos pasamos, Hipólito, toda la vida buscando lo que no tenemos. Un día, el amanecer te regaló el amor que nunca tuviste. Un amor que olvida la edad, calma la ira, y como

una tempestad, abre la ventana oculta de la felicidad.Todos nos alegramos – amigo – de que hayas salido de ese mal

enemigo, que ha dejado tu aula ciega. Pero ahora, volverá libre tu imaginación para que alumbre tus cuadros. Esa imaginación –

Maestro – que juega volando entre colores, como un bosque lleno de mariposas, juega.

¡UN ABRAZO! SANTI RUEDA ÁLVAREZ

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