caramelos que no saben a chocolatina

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18 Domingo, 16 de noviembre de 2014 Literatura uno sonríe, a veces pasa la página, a veces se devuelve, a veces le gusta mucho, a veces muy poco, a veces quiere repetir tres veces. Porque es la vida misma, con sus sin sen- tidos, con lo que no entendemos incluso, escrita en esos relatos –si pudiesen llamarse así–. En fin. Este es el Rubén que contestó del otro lado, que puso el título, y que a mí se me hace exacto al de la foto- grafía en blanco y negro. Y así comenzó todo: “Donde se resuelve el cuestionario que Mónica Quintero Restrepo le formuló a Rubén Vélez, el autor de un libro de reciente aparición llamado Niño de buena ortografía mata a su hada madrina. El título del libro es engañoso. También son engañosos los nombres de los capítulos. ¿Por qué? “No son engañosos; son alusivos. Como mi escritorio no tiene madera de púlpito, no se presta para la producción de palabras de un solo sentido y apabullantes. Mi principal R ubén Vélez, para mí, es exacto al hombre de la fotografía en blanco y negro: el de las cejas levantadas, la mirada a cualquier lugar y la son- risa burlesca –puede ser el efecto de la imagen–. Él dijo que prefería responder por correo. Por eso no sé si ya está más viejo que el de la foto. Escribí las preguntas, mirando de vez en cuando la foto, por si de pronto me miraba. Esperé. Cuando uno lee que un hombre es expoeta y exa- bogado le parece extraño, sobre todo por lo primero. También si usan para describirlo, varios en coincidencia, las palabras rebelde y provocador, porque de pronto va y se rebela en una pregunta –o va y lo regaña, nunca se sabe–. Entonces llegaron las respuestas: se rebeló, me regañó, me hizo sentir vieja –me dijo señora, yo que a los 27 toda- vía me siento joven, pero quizá es porque no tuvo una foto para mirarme– y me divirtió, también. Igual que Niño de buena ortografía mata a su hada madrina, su más recien- te libro. Aunque yo esperaba al niño de buena ortografía todo el tiempo, hasta que descubrí la forma y los títulos, Caramelos que no saben a chocolatina Una entrevista, para nada tradicional, con el escritor Rubén Vélez, que presentó recientemente su libro Niño de buena ortografía mata a su hada madrina. Imagen que en el libro acompaña el relato Al pie de Nuestra Señora del Tiempo Perdido. Fotos cortesía Sílaba Editores. I MÓNICA QUINTERO RESTREPO

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Entrevista de Mónica Quintero a Rubén Vélez, autor de "NIño de buena ortografía mata a su hada madrina"

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Page 1: Caramelos que no saben a chocolatina

18 Domingo, 16 de noviembre de 2014

Literatura

uno sonríe, a veces pasa la página, a veces se devuelve, a veces le gusta mucho, a veces muy poco, a veces quiere repetir tres veces. Porque es la vida misma, con sus sin sen-tidos, con lo que no entendemos incluso, escrita en esos relatos –si pudiesen llamarse así–.

En fin. Este es el Rubén que contestó del otro lado, que puso el título, y que a mí se me hace exacto al de la foto-grafía en blanco y negro.

Y así comenzó todo: “Donde se resuelve el cuestionario

que Mónica Quintero Restrepo le formuló a Rubén Vélez, el autor de un libro de reciente aparición llamado Niño de buena ortografía mata a su hada madrina.

El título del libro es engañoso. También son engañosos los nombres de los capítulos. ¿Por qué? “No son engañosos; son alusivos. Como mi escritorio no tiene madera de púlpito, no se presta para la producción de palabras de un solo sentido y apabullantes. Mi principal

Rubén Vélez, para mí, es exacto al hombre de la fotografía en blanco y negro: el de las cejas levantadas, la mirada a cualquier lugar y la son-

risa burlesca –puede ser el efecto de la imagen–. Él dijo que prefería responder por correo. Por eso no sé si ya está más viejo que el de la foto. Escribí las preguntas, mirando de vez en cuando la foto, por si de pronto me miraba. Esperé. Cuando uno lee que un hombre es expoeta y exa-bogado le parece extraño, sobre todo por lo primero. También si usan para describirlo, varios en coincidencia, las palabras rebelde y provocador, porque de pronto va y se rebela en una pregunta –o va y lo regaña, nunca se sabe–.

Entonces llegaron las respuestas: se rebeló, me regañó, me hizo sentir vieja –me dijo señora, yo que a los 27 toda-vía me siento joven, pero quizá es porque no tuvo una foto para mirarme– y me divirtió, también. Igual que Niño de buena ortografía mata a su hada madrina, su más recien-te libro. Aunque yo esperaba al niño de buena ortografía todo el tiempo, hasta que descubrí la forma y los títulos,

Caramelos que no saben a chocolatina

Una entrevista, para nada tradicional, con el escritor Rubén Vélez, que presentó recientemente su libro

Niño de buena ortografía mata a su hada madrina.

Imagen que en el libro acompaña el relato Al pie de Nuestra Señora del Tiempo Perdido. Fotos cortesía Sílaba Editores.

I MÓNICA QUINTERO RESTREPO

Page 2: Caramelos que no saben a chocolatina

19GENERACIÓN, una publicación de el COLOMBIANO

aliado no está para los alaridos de ayatolá. El juego de la alusión: ¿no es el que le conviene a la literatura?”.

En su penúltimo libro, que se titula Luisa vuelve y baila, usted dice que no tiene que haber acción a todas horas, pero amamos tanto la acción. ¿Cómo atrapar al lector de nuestro tiempo? Si el libro no le da acción, correrá a cambiarlo por un boleto de cine. “Amamos tanto la acción hollywoodense. Pero un libro, para ser emocionante, no necesita de las ‘emociones de película’. Si viene con alma se salva. Seamos optimistas y pensemos que hay lectores que piensan que una buena his-toria no es la que atrapa a los consumidores compulsivos de crispetas y a los tiburones del negocio del cine”.

¿Un libro entre autobiográfico y novelesco? Uno siente, por su tono, que es más lo primero que lo segundo. “El hecho de que lo haya escrito en primera persona, no quiere decir que se trata de unas confesiones. Es un tic que me ha facilitado la escritura. Cuando utilizo la terce-ra persona, tengo que bregar más, y salgo con textos secos, como estas respuestas, que en realidad son másca-ras para salir del paso. Yo, yo, yo. Digo yo y se me pren-de la memoria, pero no tanto como la imaginación. ¿Qué es el yo a fin de cuentas si no un álbum que uno trata de completar a punta de cuentos?”.

Su biografía, que es muy escueta, habla de un expoeta y un exabogado. ¿Qué significa ese ex en el primer caso? ¿Por qué ha roto con la poesía? ¿Es la poesía un asunto de muchachos? “Ni siquiera de muchacho cumplí con la poesía. Mis poe-mas son prosaicos. Así que podría decirse que sigo en las mismas, ahora con títulos felices. Los títulos de mis poe-marios no son encantadores. Turismo irregular, La gente es un caso, Medellín me mata. ¡Qué falta de poesía! ¡Qué musa más mustia”.

¿Por qué son tan importantes las imágenes para acom-pañar sus historias? “De niño y de muchacho, me gustaba llenar los álbumes de chocolatinas Jet (aviones, carros, animales). Después de viejo, para entretenerme, me dio por armar álbumes con las fotos de mi archivo personal. Para que no se vie-ran incompletos, a cada foto le acomodé una historia: la que ella sugería”.

Supongo que es difícil hablar sin tapujos de sí mismo y por eso hay que darle la palabra al álbum familiar... “Es difícil escribir, ya sea de uno mismo o de los demás. Para no tener que matarme, hice trampa: le confié a la ima-gen la misión de ‘escribir’ la mitad del libro”.

He oído decir que usted es un provocador. ¿Se podría definir la literatura como un acto de provocación? “No sé cómo definir la literatura. ¿Un acto de provoca-ción? No estoy seguro. Eso de provocar es para la gente de la farándula, como Lady Gaga. Sorprende que un truco publicitario del siglo XIX todavía funcione. ¿No se supo-nía que ya estábamos curados de todos los espantos?”.

Entonces, ¿un acto de rebeldía? Es lo que dicen sobre su oficio casi todos los escritores. “Los números de la provocación y la rebeldía exigen muchos aspavientos y forcejeos, y sucede que nací cansan-do (un yo cansado: ¿real o novelesco?). Ahí tiene usted mi señal particular metafísica: un cansancio sin causa”.

Ni provocador, ni rebelde... ¿Nada más que un “com-pletador” de álbumes? “Ni provocador, ni rebelde, ni ‘niño terrible’. Eso: un señor ocioso que últimamente ha tratado de completar álbumes que no saben a chocolatina. ¿A qué? Ni idea. Lo cierto es que todos sus caramelos son escasos”.

Más alusiones, más idas por la tangente... “Compréndame, señora periodista; pienso que el autor es la persona menos apropiada para hablar de sus propias creaciones. ¿Y no es así? Su especialidad no es la crítica literaria. Al autor le gustaría que un virtuoso de la crítica se ensañara con su último álbum, pero, como se sabe, esos especialistas sólo tienen tiempo para los productos de las grandes editoriales. Piensan en grande. Démosle la pala-bra, entonces, a un lector aplicado” I

Sobre el libro en cuestión, de parte de un lector que no fue

educado por Hollywood

JUAN JOSÉ HOYOS, MAYO 27 DE 2014. “Solo quiero decirte que estuve leyendo durante estos días tu último libro, Niño de buena ortografía mata a su hada madrina. Me cuesta trabajo resumir lo que sentí a medida que iba pasando sus pági-nas. Muchas historias me divirtieron (tu ele-gante humor negro puede que haga rabiar a mucha gente; a mí me hace reír a carca-jadas). Otras me pusieron a pensar en las vidas y los destinos de lo que podría llamar-se -espero no ofenderte- “nuestra genera-ción” (los que ya pasamos la línea de som-bra de los cincuenta...). Algunas más -el secuestro de tu hermano, los muertos que bajan por el río Cauca, las fincas abando-nadas, los retratos de los nuevos ricos- me devolvieron a los años macabros de las motosierras y el narcotráfico, que por cierto no han acabado. Otras me hicieron pregun-tarme sobre el sentido de la poesía y del oficio de escribir. Pero por encima de todo, de principio a fin -tengo que usar esta pala-bra melodramática- casi todas las historias me conmovieron... Los retratos de tu madre, tu padre, tus hermanos. El barrio, el vecindario, los amigos del colegio, las casas, las fincas, el tío negociante, Bernarda. La historia de Lorenzo Jaramillo. Tu propio (a veces desolado) autorretrato. En algún momento, cuando hablabas de los años setenta, hasta recordé las clases de Economía I en la Universidad de Antioquia a las que asistíamos con tanto desgano que a veces preferíamos quedar-nos afuera hablando de los libros que está-bamos leyendo: Cortázar, Leopoldo Marechal y otros... No te he dicho nada de la edición, ni de la estructura narrativa (el álbum) que esco-giste porque ya este mensaje está dema-siado largo, pero las dos me parecen grandes aciertos. En pocas palabras, solo quería decirte, Rubén, que me gustó mucho tu libro. Pienso que es una Obra (las mayúsculas son tuyas) de arte hasta en sus pasajes más sórdidos y amargos. En últimas, como decía Hegel en su tratado de Estética, el arte no tiene nada que ver con la belleza, sino con la verdad. Y este libro -para usar una palabra ‘culta’ que ya casi nadie usa- la rezuma”.

Arriba, ima-gen del relato Creced y haced buenos negocios. Abajo, una foto del autor. Cortesía Sílaba Editores.