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Capítulo X UN ESCENARIO PARA LA ARQUITECTURA: LA PLAZA

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Capítulo X

UN ESCENARIO PARA LA ARQUITECTURA: LA PLAZA

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DESDE el punto de vista de la historia del urbanismo, lo más relevante de la plaza que preside el imafronte, amén de su estructura trapezoidal irregular, es que fue proyectada y construida para -y en razón de- la arquitec­tura de los dos edificios principales que la cierran, esto es, el palacio episcopal y la propia fachada de la Catedral. No se trata de un esquema diseñado a partir de formas geométricas ideales, sino más bien de una solución singu­lar y -por qué no decirlo- magistral, pensada desde la sensibilidad barroca, desde la que, con frecuencia, se pre­fería diseñar en libertad, a partir de exigencias funcionales o de códigos formales establecidos, aunque no escritos. Es por esto que no se puede encontrar un modelo que pueda ser considerado como punto de partida, ni un dibujo o realización que sirviera de ejemplo; pero sí, en cambio, una cultura artística determinada e identificable, cons­ciente, como veremos, de la necesidad de transformar un enclave concreto a través de la dimensión y el cerra­miento arquitectónicos.

Para su conformación se siguieron pautas procedentes del urbanismo romano y mediterráneo, que fue transfor­mando muchas ciudades al actuar en puntos concretos, sin pretender alterar toda la red viaria. Fenómeno espe­cialmente característico por su forma de operar sobre los espacios situados delante de los templos o edificios públi­cos, creando ambientes medidos, modelados como marco de una pieza singular. De este modo, el concepto de jerar­quía, tan caro al barroco, se aplicó con todo rigor, pues, según esta concepción, se trataba de valorar la fachada que presidía y dominaba el conjunto.

La Plaza, hoy llamada del Cardenal Belluga, corres­ponde a un trapecio irregular y abierto en sus ángulos; uno de sus lados, el que podríamos considerar la base, se halla cerrado totalmente por el imafronte, mientras que en los perpendiculares a aquél, el Palacio del Obispo y unas viviendas conforman dos bandas que proyectan la mirada hacia la fachada, la cual aparece oblicua, como si fuera una pantalla con una hornacina monumental en su centro a modo de Belvedere. Visual y funcionalmente, este lienzo arquitectónico ejerce de gran escenario que a la vez recibe y proyecta, ya que los dos contrafuertes

circulares de sus extremos actúan como un remate rotun­do que clausura y recoge los puntos de fuga. Es digno de resaltarse este efecto, porque uno de los rasgos más singu­lares del conjunto es su aislamiento respecto del resto de las calles, que al ser estrechas y enlazar diagonal o tangen­cialmente con la misma fachada, no permiten visualizar la plaza hasta que se accede a ella. Consecuencia de esto es la sensación de sorpresa que produce la imagen monu­mental de la Catedral, a la que se suman en el día los contrastes de color y escala.

l. LA CIUDAD Y SU CENTRO REPRESENTATIVO

Si se desea retroceder al pasado para comprender la razón de los cambios introducidos en los diferentes mo­mentos en este espacio y entender cuáles fueron las razo­nes de estas transformaciones hasta llegar al siglo XVIII,

es preciso contemplar cuál fue la función de este espacio en el marco más amplio de la ciudad, ya que ese papel es el que determina la forma y método seguido en el XVIII

cuando se planteó la remodelación de esta área. La prof. Gutiérrez-Cortines ha llegado a la conclusión de que la estructura de Murcia se caracteriza por su zonificación y por la alta especialización de los ambientes y plazas, ya que casi todas eran escenario de alguna actividad específi­ca que les confería una personalidad singular. Siendo su­mamente interesante que esta zonificación fuera perfecta­mente compatible con una gran cohesión fundada en el equilibrio entre los barrios, ya que no se produjo la diso­ciación entre el núcleo donde se concentraba la vida polí­tica y económica, frente a las colaciones destinadas a residencia. Aquí, por el contrario, se detecta un dinamis­mo discreto en todos los extremos, y tampoco se percibe la concentración de una clase social privilegiada en un centro reducido. Esta zonificación se caracteriza por la dispersión en el espacio de las actividades propias de la vida civil y económica cotidiana, y por la existencia de puntos concretos dedicados a funciones específicas. Este esquema difería del sistema tradicional implantado en Europa en la mayor parte de las ciudades conformadas en

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'ffi' ' 'a la Edad Media, en las que la catedral o la parroquia, el mercado y el ayuntamiento se agrupaban en torno a una plaza. La ausencia de esa plaza mayor o de un centro polivalente de fuerte atracción, podría ser una consecuen­cia de la estructura musulmana de la villa, donde se distin­guía el núcleo propiamente económico, la Medina, de los enclaves destinados al gobierno y administración, y de las unidades de residencia. Barrios que se distinguían como sectores singularizados en razón de los grupos raciales o de la pertenencia a los diferentes grupos gentilicios. Tal modelo generó sin duda un sistema global compuesto por varias áreas relativamente autónomas, dotadas cada una de una mezquita y de la residencia de una de las familias más ricas y poderosas. En el siglo xm, después de la Reconquista, al ser consagradas las mezquitas como pa­rroquias, y la mezquita mayor como Catedral, y repartirse las casas principales a los altos cargos que habían colabo­rado en la campaña, se consolidó este esquema disperso.

1 La distribución de las funciones en el espacio es una de las variables que Antonio Bonet Correa (Las claves del urbanismo, Barcelona. 1989) ha destacado como esenciales para estudiar el urbanismo, y en el caso de Murcia se convierte en un elemento clave para entender su estructura. Por su parte, Cristina Gutiérrez-Cortines (Simposio sobre el Barroco. Murcia, 1984) indicó que la zonificación era uno de los rasgos que

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La misma investigadora considera que esta fragmenta­ción fue respaldada por la distribución de funciones que realizó el Concejo en los siglos siguientes, ya que la activi­dad económica se fijó en puntos diversos de la ciudad: el mercado de los jueves se situó en Santo Domingo, y para­lelamente fueron zonas de venta fija e intercambio la plaza de Santa Catalina -donde se encontraba el Con­traste, y los porches donde tenían lugar transacciones de todo tipo, y en cuyas inmediaciones estaban las Carnice­rías- y el plano de San Francisco, próximo al Almudí y entrada de venteros y campesinos portadores de produc­tos, también un espacio de fuerte dinamismo, además de los dos ejes de Trapería y Platería, donde se hallaban las tiendas de los artesanos de residencia fija. 1 El prof. Martí­nez Ripoll también ha llamado la atención sobre el carác­ter polivalente de la Plaza de Santa Catalina, que era a la vez centro de mercaderías y "sede municipal, donde se reúne el concejo" pero sin que llegara nunca a adquirir la

definían la organización interna de la ciudad de Murcia. Esta misma autora ha tratado el tema con mayor extensión en el estudio histórico realizado para el Plan de Rehabilitación Integrada de Murcia (inédito, Murcia 1984-1985) ejecutado a instancias del Ayuntamiento de Murcia y dirigido por A. Muñoz Cosme.

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Plaza de Santo Domingo con el mercado de los jueves

relevancia o la atracción de una plaza mayor. 2

El poder político tampoco consiguió afincarse en un espacio exclusivo, ya que el Ayuntamiento estaba situado cerca de la Catedral, junto al Arenal y pegado al palacio del Marqués de los V élez, pero al celebrarse las principa­les ceremonias en la parroquia de Santa Catalina y en su entorno, no se llegó a crear un área de representación propia. 3 Tal estructura disgregada, en la que las parro­quias serían los hitos más relevantes, ha sido ampliamente comentada por el prof. Bonet Correa, para quien este fenómeno tiene relación con su origen, ya que Murcia "nace de la confluencia de caminos que vienen de la Huerta y de la necesidad de un lugar de encuentro. La ciudad es un producto más de la Huerta, y va a tener una trama compuesta de nudos o puntos de encuentro social y religioso: son las antiguas mezquitas convertidas en Igle­sias, esas plazuelas o plazas con distintas funciones" , en las que no llega a existir una "unica plaza unitaria y polivalente". Aunque en su opinión "Murcia no es la

2 El prof. Martínez Ripoll expuso estos comentarios en torno a la plaza en el Simposio sobre el Barroco celebrado en Murcia en 1984, y anteriormente en "La nueva plaza de la Alameda del Carmen de Mur-

única ciudad carente de plaza mayor. En Andalucía, por lo general -y ésta no es una observación mía, sino de Ricart, el primero que se ocupó de las plazas mayores españolas-, las ciudades en principio no tenían plazas mayores en el completo sentido de la palabra, y cuando la hay siempre es tardía". 4

Tenemos ya dos rasgos que distinguen la ciudad de Murcia, su zonificación y la ausencia de un núcleo poliva­lente, que de existir se hubiera plasmado lógicamente en una plaza mayor. Pues bien, como ha apuntado la prof. Gutiérrez-Cortines, esa dispersión de las funciones deter­minó la creación de áreas especializadas, dominadas por unos usos que les dieron rango y personalidad. La Cate­dral y el Ayuntamiento eran los dos hitos que infundieron carácter representativo a este sector, y habría que añadir­les la residencia del Marqués de los V élez. Pero así como a raíz de la Reconquista ése fue el reparto, el desarrollo posterior inclinó la balanza en favor de la Iglesia, que poco a poco fue conquistando espacios y ocupando solares

cia" (art. cit.). 3 Cristina Gutiérrez-Cortines, Plan de Rehabilitación .... op. cit. 4 Antonio Bonet Correa, Simposio .... o p. cit., p. 19.

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en los aledaños del templo. 5 Aparte de la ampliación de la Catedral en el siglo XVI, que exigió la ocupación de parte de la calle que corría delante de ella, 6 habría que citar la compra de casas para construir la torre y poder dejar un ámbito abierto en su entorno. 7 Más importante aún fue la idea de instalar los Seminarios en este enclave, programa iniciado en 1592 cuando se creó el de San Fui~ gencio. El documento de la fundación es sumamente inte­resante, pues revela que la elección del solar formaba parte de un proyecto institucional que comprendía la co­nexión permanente de la Catedral -como sede del Cabil­do-, el Palacio del Obispo y el Seminario -como lugar de residencia de profesores y futuros clérigos. Así, después de enunciar las razones para la fundación y aludir repeti­damente a las recomendaciones del Concilio de Trento para fomentar las vocaciones y los estudios de formación de los sacerdotes, y el interés por ubicar estos centros cerca de las catedrales, donde estaba el grupo más selecto de clérigos, se trató detenidamente acerca del lugar elegido:

haviendo tratado y conferido cerca de la comodidad de algunas Casas, y haviendo considerado las calidades, que concurren en el Taller, que esta dicha Iglesia tiene junto a las Casas que dicen de los herederos de Andosilla, ansi de ser aquel sitio sagrado, y de la Iglesia, como de poderse haber, y comprar algunas casas circunvecinas con más comodidad que en otras partes ... y que principalmente el dicho Seminario estará tan cerca de la Iglesia y Casas Episcopales, que con mucha facilidad de día, y noche, y a cualquier ocasión puedan ser visitados y requeridos por su Señoría y Prelados, y Capitulares. 8

Texto que nos muestra la voluntad de la Iglesia de concentrar en un mismo lugar los principales centros de formación o culto. En el caso concreto de Murcia la cesión del taller para instalar los primeros servicios del Semina­rio, fue sólo un primer paso de una estrategia que contem­plaba la adquisición paulatina de todos los edificios y espacios colindantes hasta llegar al Arenal. Como indica­ron varios testigos, en un primer momento el Seminario de San Fulgencio se fundó "sobre la Casa que se compró de los dichos Andosillas, las cuales por aprecio costaron mil quinientos treinta y tres ducados, y tres reales, y ansí mismo la Iglesia Catedral le dió un pedazo de solar que solía ser taller de su obra, esto demás de otro pedazo que la ciudad dió para ensanche de dicho Seminario". 9 Eso significa que ya desde finales del quinientos la Iglesia había expandido su influencia sobre varios trozos de tierra que estaban entre el hospital y la casa del Marqués de los Vélez, hasta llegar incluso al Arenal. Al Seminario de San Fulgencio le siguió el de San Leandro -situado en la Plaza

s Cristina Gutiérrez-Cortines. Plan de Rehabilitación .... op. cit. 6 Las principales noticias acerca de las reformas más importantes en

el entorno de la Catedral fueron recogidas por Rosselló y Cano en su estudio sobre el urbanismo en Murcia. Aunque en este trabajo no se llevó a cabo un análisis detallado de los edificios que conformaban esa área y tampoco refleja las diversas etapas del proyecto de apertura de la plaza y remodelación paulatina de la trama urbana. es una obra de consulta obligada y el instrumento más importante de los que se disponen para estudiar la historia del urbanismo en Murcia (V. Rosselló Verger y G. M. Cano García. Evolución urbana de la ciudad de Murcia (831-

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de los Apóstoles, a espaldas de la capilla de los Vélez-, cuyo solar pertenecía al Marqués de Espinardo, y cuyo permiso de edificación fue dado el 15 de abril de 1749, aunque no se demolió la obra anterior ni se iniciaron los trabajos de edificación hasta 1755. 1° Conquista que fue completada con la construcción durante esos mismos años del Colegio de Teólogos, o de San Isidoro, contiguo a San Fulgencio. Edificios que a su vez tan sólo estaban separa­dos por una callejuela del Hospital de San Juan de Dios, el cual a pesar de estar retranqueado en una replaceta, enlazaba con el Seminario de San Isidoro y constituía otra barrera arquitectónica perteneciente al mismo dominio eclesiástico.

Tal predominio favoreció la especialización del sector en un sentido representativo y religioso, teniendo cabida la política en aquellas ocasiones en que las autoridades concejiles y las eclesiásticas actuaban conjuntamente. Fue por tanto un paso obligado de procesiones, escenario de fiestas y de encuentros, pero nunca lugar de transacciones, proclamas o de debate, pero sí era, en cambio, un escena­rio privilegiado y único en jerarquía moral y política. Y aunque, como se comprobará, la fisonomía de este encla­ve sufrió transformaciones radicales a lo largo del siglo XVIII, mantuvo sin embargo el carácter de espacio clau­surado que había tenido anteriormente, y conservó tam­bién su función de escenario de la vida religiosa y festiva.

2. EL ENTORNO DE LA CATEDRAL

2.1. Los edificios

Si se pretende valorar el alcance de las reformas intro­ducidas en el siglo XVIII, la primera medida sería deter­minar cómo era el entorno y en concreto la plaza antes de su ampliación. La respuesta no es clara, ya que, como se ha comprobado, la Iglesia, en un solo siglo, reedificó la mayor parte de los edificios que tenía en esta zona de la ciudad y adquirió otros, introduciendo nuevos valores formales y de escala. Transformaciones a las que hay que añadir importantes variaciones en la trama viaria y en las callejuelas que trababan esta área, hasta ahora no valora­das suficientemente~ y en algún caso ni siquiera cono­cidas.

Los datos para rehacer la morfología originaria son incompletos, y los existentes han sido contemplados como anécdotas aisladas, sin que hasta ahora se haya tratado de situar minuciosamente cada una de las piezas en su lugar. En líneas generales, no hay problemas para saber cómo era la plaza en su mitad norte, siendo en cambio bastante

1973). op. cit.). 7 Sobre la adquisición de casas y las reformas en tomo a la Catedral

cfr. Cristina Gutiérrez-Cortines Corral, Arquitectura del Renacimiento .... op. cit.

8 Diferentes Instrumentos. Bulas y otros Documentos .... op. cit .. pp. 84 Y. y 85.

9 Ibídem. p. 18. 1° Concepción de la Peña Velasco. Martín Solera. La .figura del

Alaq'{e en la .11urcia del siglo .\T/11. op. cit., pp. 280 y ss ..

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Colegio de San Leandro

diferentes las versiones respecto a la mitad sur, que com­prende hoy la zona ocupada por el Ayuntamiento, el Palacio del Obispo, los Seminarios de San Fulgencio -hoy Escuela de Arte Dramático- y San Isidoro -actualmente Instituto Francisco Cascales-, edificios todos que tienen una fachada al mediodía sobre el antiguo Arenal y el río Segura.

La razón fundamental de la diversidad de opiniones acerca de la estructura de esta área tal vez sea la serie de pequeñas transformaciones que se fueron realizando desde los tiempos de la Reconquista de la ciudad, algunas de las cuales no se vieron refleJadas en documentos instituciona­les. 11 Por otra parte, tampoco se conoce con exactitud la red viaria de la urbe musulmana, y en especial dónde se han de fijar los límites entre la Alcazaba y la Medina. Se cree que la frontera de ambos enclaves pasaba por la calle de los Apóstoles y proseguía por la plazuela que había delante de la fachada de la Catedral. Como ha indicado el prof. Rosselló, la Alcazaba -que era, y sigue siendo, el núcleo más representativo y sede de los poderes públicos­coincidía más o menos con el conjunto formado por el Ayuntamiento actual, el Nuevo Palacio del Obispo y los

11 Son varios los trabajos de interés acerca de la estructura y morfolo­gía de la Murcia musulmana. entre ellos. cabe señalar por su concepción global. el reciente estudio del prof. Juan Torres Fontes, "El recinto urbano de Murcia Musulmana". en .\furcia .~fusu/mana. Ed. Francisco J. Flores Arroyuelo, Murcia. 1989. pp .. l51-197.

Seminarios de San Isidoro y San Fulgencio, mientras que La Medina englobaba la Mezquita, cuyo solar coincidía al parecer con la cabecera y cuerpo principal de la Cate­dral, e incluía una parte de su entorno cuya extensión ha sido motivo de diversas controversias.

El prof. Rosselló ha confrontado los diversos estudios realizados por Amador de los Ríos 12 y el prof. Torres Fontes, 13 a los que hay que añadir la tesis doctoral de J. García Antón 14 en los que se viene a demostrar que existe una coincidencia en las grandes líneas y disensiones en los matices y detalles. En lo referente a la estructura concreta del entorno de la Catedral, tampoco hay un acuerdo respecto al diseño específico de las calles, adarves y rincones que la envolvían en el momento de la Recon­quista, pero estas dudas no nos afectan si se tiene en cuenta que fue un área sometida a algunos cambios sus­tanciales a lo largo de los siglos xv y XVI, como conse­cuencia de la ampliación o construcción de los edificios que allí estaban ubicados. No obstante, y como se com­probará al estudiar las gestiones llevadas a cabo para la adquisición del solar del Palacio del Obispo, aún se puede precisar más de lo que se ha hecho hasta ahora acerca de

12 Rodrigo Amador de los Ríos. op. cit., pp. 145-149 13 Juan Torres Fontes. Documentos de Alfonso X El Sabio. Murcia,

1960; y Repanimiento de Afurcia. Madrid, 1960. 14 José García Antón. "Las Murallas Islámicas de Murcia". en Afur­

cia .\.fusu/mana. op. cit .. pp. 199-213 .

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Casa de los Puxmarin hoy desaparecida en el extremo oeste de la plaza del Cardenal Belluga

la morfología de esta zona de la ciudad. La antigua resi­dencia del prelado ocupaba la mayor parte del lugar don­de posteriormente se abrió la plaza, y adosados a él varios edificios, como la Audiencia Vieja o las cocheras y casas del vínculo de los Puxmarin en el extremo oeste. 15 La presencia de este inmueble es cosa sabida y harto docu­mentada, por lo que resulta innecesario traer a colación las numerosas alusiones a la situación de. la residencia episcopal.

Pero, aun sabiendo dónde se hallaba cada uno de estos edificios, hay que tener en cuenta las alteraciones sufridas en la trama urbana y en las relaciones de volúmenes y huecos, al ampliar la Catedral o construir el Seminario en el lugar ocupado por el primitivo taller. Valga adelantar que, en este sentido, los datos parecen demostrar que desde la Reconquista hasta el siglo xvm la red de calles fue transformada sensiblemente, en razón de las exigen­cias planteadas desde la arquitectura, detectándose a la

15 A. E., leg. s/n, carta del provisor al obispo, 30 de noviembre de 1756.

16 Juan Torres Fontes, "El pasadizo del Obispo", Boletín de Informa­ción del Excmo. Ayuntamiento de Murcia. n.o 18, 1967, pp. 3-19.

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vez un silencio persistente respecto a motivaciones que podrían clasificarse dentro del marco de la planificación urbana.

Parece que en la Baja Edad Media unas calles de escasa anchura separaban el Palacio del prelado de la Catedral por el este y de la residencia del Adelantado por el sur, mientras que existía una plazuela delante de la fachada del templo, probablemente de forma irregular, que estaba junto al taller y los dos palacios, espacio denominado en el tiempo "llano de Santa María". La estrechez de ambas calles queda demostrada por el hecho de haber sido supe­radas por sendos pasadizos volados para comunicar el palacio con los dos edificios que lo enfrentaban. Así, en tiempos del obispo D. Diego de Bedán, en 1429, se cons­truyó un puente para permitir el paso directo desde las habitaciones de la residencia a la Catedral, 16 que debía de quedar más o menos a la altura de la capilla del Bautismo y enlazaba directamente con la Claustra. 17

17 La prof. Gutiérrez-Cortines ha mostrado que el cambio de orienta­ción de la Capilla de San Juan de la Claustra y la construcción de la nueva puerta que da al pasillo del Museo Diocesano, antiguo pasillo del claustro, fue una de las manifestaciones de las reformas profundas que

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Claro es que, al avanzar el muro del templo, con la consiguiente ampliación de las capillas, se tomó parte del terreno público, por lo que fue necesario más tarde abrir otra calle como si se desdoblara la anterior. La prof. Cristi­na Torres Suárez ha mostrado que en 1525 ya se estaba pactando esa operación, ya que en esa fecha el Concejo acordó escribir al cardenal obispo de Cartagena para que "de un pedazo de su casa que está frontera de la pared de la Claustra se hagan ciertas capillas en la calle, y para calle se tome de la casa de obispo, y haciéndose lo susodicho, hubiere por bien que se tome de la capilla para las capi­llas, y de la casa del obispo otro tanto para calle". 18

Ahora bien, así como al avanzar la Catedral hacia adelante en la zona donde estaba el palacio, su dueño donó parte de su jardín para abrir otra calle, en el ángulo sudoeste de la fachada -donde estaba la plazuela- no hubo ninguna cesión, lo cual quiere decir que la Catedral avan­zó sobre la "Llana" mermando sus dimensiones origina­!es. A su vez, la calle que separaba la residencia episcopal de la casa del Adelantado tampoco debía de ser demasiado ancha, porque con motivo de la visita a Murcia de los Reyes Católicos, en el año 1488, el Concejo mandó levan­tar otro pasadizo, esta vez de madera, "para cuando vinie­ran a esta ciudad sus altezas". 19 Tal medida, a la vez que corrobora el carácter angosto de las calles, demuestra tam­bién que el conjunto de edificios y las vías de tránsito, atravesadas por pasadizos, constituían una fisonomía me­dieval, en la que el espacio abierto se encontraba absoluta­mente dominado e invadido por los edificios. Prepotencia arquitectónica que, como veremos, siguió prevaleciendo hasta la creación de la plaza en el siglo xvm, tal vez como reflejo de una cultura urbana moderna, partidaria de los espacios y las grandes dimensiones.

Sin embargo, si volvemos al intento de rehacer la mor­fología de este entorno, aún sigue sin aclararse cuál fue la distribución de las unidades construidas en el lugar donde hoy se encuentra el Palacio Episcopal ya que, al parecer, algunas noticias que se citarán en breve demuestran que al levantarse la nueva residencia del prelado se alteró sensiblemente la zona, al desaparecer una calle, abrirse otra nueva y construirse parte de aquélla sobre la vía pública y un trozo de la explanada del Arenal. Pero si se desea dilucidar esta cuestión, es preciso tratar de conocer con toda la precisión posible cuáles eran los solares ocu­pados por la casa del Marqués de los Vélez y sus aledaños.

En este sentido, los datos recogidos más arriba sitúan exactamente el lugar en que se encontraba la Casa del Adelantado. Pero así como indican que este edificio afrontaba con el viejo Palacio -ya que fue levantado un pasadizo entre ellos-, no revelan cuáles fueron los límites laterales. Sabemos, por un texto publicado por el prof. Torres Fontes, que la fachada sur de la residencia del Marqués "quedaba sobre la muralla y el río", ya que

se hicieron en esta parte del templo y en sus anexos, como consecuencia de haberse ampliado el templo por los pies y alterado el sistema de entrada que habitualmente tenía, y que daba acceso al claustro (La Arquitectura del Renacimiento ... , op. cit., pp. 101 y ss.)

18 Cristina Torres Suárez, "Cooperación Municipal en la Construc­ción de la Catedral 1512-1525", en Homenaje al Projésor Juan Barceló.

también en tiempos de los Reyes Católicos los regidores "decidieron reparar el lienzo del adarve que está debajo del mirador de la casa del Adelantado, que estaba malpa­rado y se podía caer". 20

Ambas referencias definen el marco aproximativo acerca de la ubicación de este palacio, pero no permiten precisar los límites en el este y el oeste. Las opiniones publicadas hasta el momento coinciden en general en adjudicar a la casa del Adelantado todo el solar ocupado hoy por el Palacio, pero sabemos que en su testamento el obispo D. Juan Mateo López indicó que, cuando decidió trasladarlo a otro lugar, además de "solicitar de dicho Señor Exmo. que se sirviese vender por justa tasación las dichas casas, y todo el sitio contiguo, que poseía su Ex­ma", había ampliado este solar porque "después sucesiva­mente compré otras casas contiguas", nueva propiedad en el lugar con la que no contábamos. Y añadió que "entre otras casas y sitios que compré para verificar sitio oportu­no, y desembarazado para dicho palacio, compré unas co­cheras contiguas a la muralla, y eran de Juan Tizón ... ". 21

Dato que demuestra que se trataba de un enclave con mayores incidencias de las previstas hasta ahora al consi­derar que estaba casi exclusivamente ocupado por los edificios de la Iglesia o la casa del Marqués.

Por tanto, si se revisa lo dicho hasta aquí, se deduce que el palacio de los V élez lindaba en el sur con el Arenal, donde tenía un mirador, al oeste con la Casa del Concejo, y al norte con una calle y la Llana de Santa María, sin que, en cambio, se hayan indicado con precisión los límites en el este, o sea, en ell ugar donde hoy se encuentran el jardín del Palacio y el patio del Seminario de San Fulgencio. La primera medida para rehacer la trama urbana de este enclave es recordar que cuando se comenzó el Palacio aún no se habían construido los grandes edificios que ahora vemos, ya que a pesar de estar allí el antiguo Seminario de San Fulgencio, era un centro de menores dimensiones que el levantado en el XVIII. Ahora bien, ¿cómo era esta zona antes de crearse el centro de estudios eclesiásticos? Puede adelantarse que entre el Hospital de Santa María de Gracia y el palacio del Marqués había una zona ocupa­da por diversas viviendas, solares y edificios varios, y una calle que poco a poco fue conquistada por la Iglesia, hasta llegar a su total dominio cua.ndo se construyeron los tres seminarios (San Fulgencio, San Leandro y San Isidoro). Valga señalar como hipótesis que era una zona congestio­nada, donde después de levantarse el primer Seminario a finales del siglo xvi pervivían espacios abiertos -la calle ya citada, que además estaba cruzada por una muralla.

Los documentos relativos a la fundación del Seminario de San Fulgencio en 1592, revelan que antes de iniciarse las obras en el lugar que se pensaba adaptar para este colegio, existía una casa llamada "Casa del Rincón" -el viejo taller de la Catedral-, que al parecer asomaba al

Murcia, 1990, pp. 663-668. 19 Juan Torres Fontes, "Estampas de la vida murciana en el reinado

de los Reyes Católicos", Murgetana. Murcia, 1960, pp. 102-125. 20 Ibídem. 21 A.C.M., G-460, n.• 25, 14 de octubre de 1751.

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Arenal y que daba a la actual replaceta o ensanche, situa­da frente a la capilla de la Transfiguración, y otras vivien­das rodeadas a su vez por espacios abiertos. Así, en el texto se indicaba que era conveniente instalar allí el Seminario porque podrían adquirirse "casas circunvecinas con más comodidad, que en otras partes, y que por las espaldas se puede tomar la parte que fuera necesaria para ensanchar la casa del Rincón, que está junto a la muralla, a la parte del Arenal, adonde se puede sacar una puerta, para que en el invierno los colegiales y ministros de dicho Colegio, sin salir de él, tomen el sol, y que por aquella parte puedan tener agua viva por el acueducto viejo, que antiguamente solía regar las tierras de la Rinconada, cosa tan importante para la limpieza del Colegio". 22 El texto es elocuente y sumamente aclaratorio, en tanto muestra que, además de las edificaciones ya citadas, existía una zona que anterior­mente había sido cultivada, más próxima al Arenal, y que probablemente quedaba en la parte exterior de la muralla que aquí aparece claramente documentada y de la que se hablará más adelante. Pero desde el punto de vista urba­nístico, ahora interesa resaltar que, desde que fue ubicado el primer Seminario en el ángulo frontero a la Catedral y hasta finales del xvm, el proceso fue de ir cubriendo con arquitectura los espacios abiertos, a la vez que se fue cerrando la visión del río con una cortina de edificios.

2.2. Las calles y la trama urbana

Uno de los aspectos en que la documentación relativa a la construcción del Palacio es más rica en sorpresas es todo lo relativo a la trama urbana. La primera noticia se refiere a la apertura de una calle nueva -la actual-; pero veamos directamente la explicación del obispo Mateo: "y en atenta correspondencia a su generosidad ofrecí, que en la nueva planta dejaría a beneficio del público, como dejé, una calle muy espaciosa entre dicho palacio y las casas de la ciudad en que habitan los caballeros Corregidores, con gusto, y en general satisfacción de todos los ciudada­nos". 23 Es evidente que el obispo se refiere a la calle que va desde la Glorieta actual a la Plaza de Belluga. Es curioso observar que hasta ahora todos los estudiosos han creído que esa vía era de origen medieval, cuando en realidad no sólo fue creada como resultado de las negocia­ciones de 1748, sino que además se ensanchaba en el punto de encuentro con la actual Plaza de Belluga, for­mando una plazuela que hoy ha desaparecido. Esto signi­fica que, anteriormente, la Casa del Adelantado y la Casa del Concejo eran colindantes, lo que explica alguno de los conflictos que hubo en el siglo XIV con motivo de los intentos de aquél por invadir espacios interiores pertene­cientes al municipio.

Pero aún se puede añadir algo más en tomo a la morfo­logía de esta zona de la ciudad ya que existía otra callejue-

22 Bulas y o1ros documemos .... op. cit.. pp. 84-85. 23 A.C.M .. G-460, n.o 25, 14 de octubre de 1751. 24 A.E., leg. s/n .. carta del intendente al obispo, 22 de febrero de

1758. 25 Véase la fig. 36 del estudio urbano de Rosselló y Cano en el

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la entre San Fulgencio y el Palacio del Marqués, que en este caso fue cerrada y pasó a formar parte del solar de la residencia episcopal. Aunque la versión que dio el obispo Mateo en su testamento acerca de la negociación con el Concejo no recoge este dato, todo parece indicar que el silencio respecto a este hecho fue una medida táctica del obispo para evitar que hubiera constancia escrita acerca del tema, ya que deseaba ocultar que, a cambio de todo el terreno recibido del Ayuntamiento -el trozo del Arenal más esta calle y otro retal de terreno delante del Palacio-, él se había comprometido a derribar todo el Palacio Viejo. Es decir, en el pacto entre las dos instituciones, el obispo anexionaba la callejuela, adelantaba el frente del Palacio para guardar línea recta y avanzaba por el Arenal hacia el río; y, en contrapartida, donaba la "Calle Nueva" y se comprometía a tirar todo el palacio viejo y dejar libre su espacio para crear una plaza grande. Pero como no le interesaba que esa versión del pacto se recogiera en nin­gún documento, nada dijo al respecto, contando sólo aquello que le convenía, ya que sus planes de financiación del Palacio Nuevo preveían que debía concluirse con el dinero que se sacara de la venta del Palacio Viejo, y si éste era derribado para ampliar la plaza se perdía esa fuente de ingresos.

La información sobre las cláusulas del acuerdo salió a la luz cuando el Cabildo catedralicio y el Concejo trataron de presionar al obispo Rojas para que ampliara el espacio previsto para la Plaza, dejando libre todo el solar ocupado por el Palacio Viejo, lo que implicaba la renuncia a obte­ner fondos por la venta del edificio. Ante este problema, el prelado envió a su hermano, D. Bernardo de Rojas, para que analizara el tema sobre el terreno, y éste, después de estudiar detenidamente todas las propuestas, advirtió que en el trato con el Ayuntamiento el diocesano se había comprometido a mucho más de lo que luego recogió en su testamento, porque "la calle que vuestra Señoría ilus­trísima dice dejó su antecesor para paso entre el palacio y casa de los Corregidores, fue en lugar de otra que era más larga que desde el Arenal pasaba a la Iglesia y salía donde había un santísimo Cristo", es decir, había una calle que iba desde el Arenal hasta la Catedral, cuya traza trataremos de dilucidar a continuación; y además, como añade nuestro relator, el obispo, no contento con esto "tomó de la plazuela que está delante de la iglesia algún terreno para sacar lineal la fachada del palacio que cae al norte, donde están las cuatro puertas, las dos de en medio que entran al zaguán que sale al patio, otra a la capilla, y la que cae hacia San Fulgencio, donde ha de ser la audien­cia con oficinas para los notarios", 24 noticia clara que demuestra cómo había avanzado sobre el terreno público el Palacio, en contra de la opinión dominante acerca de su posición, pues hasta ahora se ha venido defendiendo que al trazar in situ este edificio se había retranqueado, lo que implicaba el ensanche de la calle. 25 Visto este dato

que se recoge un croquis de las principales reformas introducidas cuando se creó la plaza del Cardenal ~ellug~; en él se indica que el nuevo palacio se retranqueaba hacia atrás respecto al espacio ocupado por el edificio que le precedió (V . M. Rosselló y G. M. Cano, op. cit., pp. 85-86).

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se comprueba que, una vez más, las exigencias de la arqui­tectura se impusieron sobre las necesidades de espacio público, lo que justifica plenamente las protestas del Con­cejo. Malestar que por otro lado era recogido por el Cabil­do y que la misma Iglesia reconocía, ya que el propio D. Bernardo de Rojas, cuando informó a su hermano sobre estos hechos, valoraba el trato diciendo que "es constante que en esto tomó mucho más que dexó el ante­cesor de V. S. 1.". 26

No obstante, desde el punto de vista de la estructura urbana, uno de los aspectos que más interesa de lo dicho más arriba es la situación de la calle "que desde el Arenal pasaba a la Iglesia y salía donde había un Santísimo Chris­to". Tenemos una vía pública desconocida hasta ahora, difícil de ubicar en detalle, pero que probablemente se pueda situar entre el Palacio y San Fulgencio, dentro del lugar ocupado hoy por el patio del antiguo Seminario y el jardín del Palacio.

Si se contempla el plano proporcionado por D. Ber­nardo de Rojas destaca con toda claridad una línea que arranca del muro este del palacio, forma ángulo y discurre perpendicular hacia el llamado Colegio Viejo, muro de anchura desigual señalado como "muralla". Si se observa detenidamente el discurrir de este cerco, el primer rasgo a destacar es que estaba envuelto por los edificios que se habían ido construyendo a su alrededor, lo que demuestra varios supuestos importantes: primero, que el ala sur del Palacio, conforme a una costumbre ya impuesta en el siglo XVIII, se levantó sobre parte de la muralla, rebasándola en sus dos lados. Y si recordamos la compra de las coche­ras de Juan Tizón, citadas más arriba, que estaban "conti­guas a la muralla", es lógico presumir que se hallaran enclavadas en lugar muy próximo a la residencia del mar­qués.

En segundo lugar, el plano muestra también que pro­bablemente la calle no era recta y debía ir bordeando el curso de la muralla, como tantas otras callejuelas. Pero en cambio interesa resaltar que, según afirmaba el propio hermano del obispo, "era más larga" que la calle nueva cedida por D. Juan Mateo López entre el Palacio y la Casa del Concejo, valor no muy elocuente, pero indicativo para rechazar el que esta vía, cerrada ahora, fuera en línea recta desde el Arenal.

Llama también la atención la falta de referencias acer­ca de la imagen de Cristo Crucificado a la que se alude en el texto, que lógicamente debería estar adosada a la Catedral o en una hornacina o humilladero casi pegado al ángulo de la capilla de la Transfiguración, donde se unen hoy la calle Apóstoles y la Plaza, y que sería, como se ve aún en tantas ciudades antiguas, una llamada o convocatoria acerca de la proximidad del lugar sagrado.

Otra cuestión es saber si esta calle pasaba por dentro o por fuera del muro de Alcázar. En el primer caso, eso

26 A.E., leg. s/n., carta del intendente al obispo, 22 de febrero de 1758.

27 J. Fuentes y Ponte sitúa entre la Puerta del Puente y la del Toro la "Puerta del Sol, con antepecho sobre el río, y cerca de la casa de los Corregidores que llaman Darxarife, y luego estaba la torre de Caramajul en la fortaleza que dió D. Alfonso a los caballeros Templarios. y labraron

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justificaría la existencia de una puerta que no viene seña­lada en el croquis, y que quizás pudiera relacionarse con la entrada que algunos autores han denominado Puerta del Sol, que estaba entre la Puerta del Toro y la Puerta del Puente. 27 Sin embargo, y a pesar de que aún no ha habido acuerdo acerca del lugar exacto donde se encontra­ba esa entrada, debía de ser un portillo o acceso de menor relevancia, que serviría de paso a esa calleja, si bien no parece éste el lugar más adecuado para profundizar en un tema, el de las puertas de la ciudad, que escapa a nuestro campo de investigación. Los datos recogidos acerca de las puertas dan a entender que desde la Reconquista hasta el siglo XVIII hubo diversas intervenciones en las edificacio­nes primitivas que justificaron también cambios sustan­ciales en los accesos. Recordemos una vez más el texto de 1594 donde se trata del solar del Seminario y en el que se alude a la posibilidad de abrir una puerta para salir direc­tamente al Arenal. Esto quiere decir que, salvo la muralla, cuya traza era más difícil de modificar, hemos de pensar que el resto de los elementos, incluso las entradas secun­darias -como sería ésta- debieron de sufrir alteraciones sustanciales en el transcurso de los siglos, ya que el cambio de función de los monumentos más relevantes, como fue el de Alcázar en Hospital, el de viviendas en Seminario, o el de residencia del Adelantado en Palacio Episcopal, eran medidas tan fuertes que por sí mismas impulsaron intervenciones de todo tipo en la trama, puntos de enlace, portillos y sobre todo en la alineación de las construc­ciones.

Ahora bien, estas afirmaciones no impiden que desde nuestro punto de vista resulte muy interesante identificar la traza de esa calle citada en el texto porque revela que la Catedral, y en concreto la "Llana de Santa María", era un punto nodal en esta zona. Pero hay algo más importan­te: si esa calle aparecía frente a una de las puertas de la Catedral, la llamada antiguamente puerta de San Ginés, se explicaría aún mejor la orientación de la fachada, as­pecto que sólo será entendido cuando se reconstruya exac­tamente la forma de la antigua plaza.

Claro es que para llegar a ese conocimiento habría que revisar la cuestión dentro de las diferentes propuestas so­bre la morfología de esta zona de la ciudad y el diseño de las murallas llevadas a cabo hasta ahora. Y, dentro de este marco, quizás pueda engarzarse en la reciente aportación del prof. García Antón, que ha marcado el punto de encuentro entre la muralla exterior y el cerco de la Alca­zaba, en un lugar muy próximo a la pared medianera entre San Isidoro y el Palacio, sitio por donde debía de desem­bocar la calle al Arenal; y ha señalado también que el muro de la Alcazaba describía una línea quebrada, lo que revela por lo menos que era un cierre irregular. Es eviden­te que el boceto de D. Bernardo de Rojas, donde se señala la muralla, ha de ser confrontado con todas las aportacio-

N. S. de Gracia y Buen Suceso, con hospital. Tenía esta torre ocho torreo­nes unidos en cuadro" (Javier Fuentes y Ponte, ;Murcia que se fue. Madrid, 1872, p. 34). Según esta descripción !a puerta estaría próxima al Ayuntamiento, pero ha sido también ubicada en las proximidades de la calle nueva que se abrió en el siglo XVIII.

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nes e investigaciones arqueológicas realizadas, pero lo que sí parece posible es que la callejuela reseñada fuera un camino de ronda del muro de la Alcazaba. 28

Como sigue relatando el mismo obispo Mateo, "últi­mamente deví a esta nobilísima ciudad, que así para el beneficio del colegio Seminario Episcopal del Seminario de San Fulgencio, como para más extensión del nuevo Palacio, se sirviese concederme un pedazo de sitio del Arenal, en el que está fabricado el lienzo que mira al poniente, y por el mediodía se extendía hasta los pretiles del río". 29 Es decir, el Palacio se había iniciado en la antigua casa del Adelantado y sobre un pequeño solar anexo, incorporándosele también otras casas, cuyos due­ños fueron silenciados por el prelado, y un espacio del Arenal, colindante con el río, que donó el Concejo y que corresponde al llamado "martillo", lo que supuso el avan­ce del edificio sobre un solar público.

Es interesante observar que esta solución mereció un juicio negativo por parte del hermano del obispo Rojas, pues según él, aunque el Ayuntamiento había donado ese solar por "el aspecto público", es decir, por bien de la ciudad y con intención de mejorar la imagen, era una medida desacertada porque como "hace escuadra con el Arenal, pues además de que cortó este paseo que era público, aun para el aspecto se peJjudicó, pues seguían al Palacio las nuevas y hermosas obras del Colegio de San Fulgencio, S. Isidoro y Hospital de San Juan de Dios, que hacían unión con la fachada del Palacio Nuevo, y que sólo hizo la ciudad por complacer al Prelado o por las ofertas que hacía tan geniales como V. S. l. sabe". 30 Más tarde veremos que el trato contemplaba la creación de la Plaza de Belluga en toda su extensión, pero ahora interesa tan sólo resaltar que, tal y como indicaba este personaje, al avanzar hacia el río con el ala sur del Palacio, se cortaron la continuidad del paseo y la gran perspectiva que se había ido creando al levantar los Seminarios y el Hospital. Inter­vención que lógicamente no agradó a una persona como fue D. Bernardo de Rojas, imbuido ya de conceptos urba­nísticos más próximos a lo que pudo haber visto en sus viajes por Italia y otros lugares, donde se habían aceptado plenamente las condiciones necesarias para producir las grandes avenidas que caracterizan el urbanismo barroco. Vemos que el obispo Mateo y el arquitecto Pedro Pagán, cuando propusieron la ubicación y forma del Palacio, concedieron más importancia a las exigencias concretas de su residencia y a las ventajas de posición que adquiría el edificio al avanzar sobre el Arenal, desatendiendo en cambio valores urbanísticos genéricos. 31

28 Si seguimos, como estamos haciendo, a José García Antón, hemos de tener en cuenta que por hallarse aquí la Alcazaba y el Alcázar, fue precisamente una de las zonas más afectadas por remodelaciones musul­manas y cristianas, y que además fue donde se levantaron los palacios de los gobernantes (José García Antón, "Las murallas islámicas de Mur­cia" , art. cit.).

29 A.C.M., G-460, n.o 25, 14 de octubre de 1751. Jo A.E., leg. s/n., carta del intendente al obispo, 22 de febrero de

1758.

3. UN ESPACIO PARA LA ARQUITECTURA

El panorama expuesto hasta ahora revela que el deseo de ampliar y dotar de un carácter monumental a los edifi­cios de la Iglesia, que había servido para engrandecer la imagen del paisaje urbano, a la vez era la causa de la paulatina merma de la red viaria y de zonas libres, ya que la invasión del Arenal, el avance del Palacio sobre la calle que corría delante de su puerta o la ampliación de la Catedral sobre el "Llano de Santa María", así como el cierre de la callejuela que salía a esa plazuela, fueron medidas muy potentes desde el punto de vista urbanístico, que significaban una regresión hacia los esquemas de ciu­dad medieval, con calles tortuosas y estrechas. Pero así como en el Medievo los modelos poseían un equilibrio entre la red viaria y la arquitectura, con la construcción de los Seminarios, el Palacio y la Catedral se desorbitó la escala de las edificaciones en relación con el espacio cir­cundante, lo que evidenció la necesidad de iniciar una reforma encaminada a crear nuevos ambientes abiertos.

Téngase en cuenta que todos los datos recogidos hasta ahora indican que la "Llana de Santa María" era una pequeña plaza, que funcionaba como enlace de varias vías y vestíbulo del templo, concebido en la Edad Media como punto de encuentro entre el área militar o representativa del Alcázar y Palacio del Adelantado y la iglesia principal, y que desde el siglo xvi había sufrido constantes invasio­nes que habían disminuido su tamaño. La ampliación del tramo final del templo y la nueva merma producida para alinear el Palacio Episcopal convertían este espacio en una zona abierta a todas luces insuficiente para acoger las funciones que podían serie destinadas. A su vez, y desde el punto de vista de las relaciones formales internas y de su capacidad como escenario visivo, había sido transfor­mada en un lugar estrecho, demasiado angosto en relación con la preponderancia que habían cobrado las procesiones y celebraciones que por derecho tenían como telón de fondo la fachada de la Catedral.

En consecuencia, no es de extrañar que el cardenal Belluga, en 1712, varias décadas antes de iniciarse la fa­chada, enviara una solicitud al Cabildo diciendo que "quiere ensanchar y poner mejor en planta el palacio episcopal, dejando libre, desembarazada y con más campo la fachada y portada principal de esta Sta Iglesia, para cuya obra, que haría el año próximo, necesitaba de las casas del Cabildo contiguas al Palacio, dando el Obispo por ellas propiedad de venta equivalente el molino de los Abades". 32 Propuesta que quedó pendiente de discusión para cuando volviera el prelado y que no llegó a realizarse.

Pero ahora lo que interesa es valorar en su justa medí-

JI Esta mentalidad de preeminencia de lo concreto frente a la ima­gen general urbana, parece haber dominado todo el programa emprendi­do por el obispo Mateo y por su arquitecto Pedro Pagán, desinteresados por los valores monumentales del "grand Style" que había dominado numerosas intervenciones europeas. Sobre estos conceptos cfr. Giulio Cario Argan, La Europa de las Capitales, op. cit.; y Leonardo Benévolo, Storia del/a cilla, Bari, 1976, pp. 653 y ss.

32 A.C. M., B-33, f. 66, 15 de julio de 1712.

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da esta intención de Belluga, ya que nos plantea un doble problema: por una parte, muestra el sentir de las autorida­des de la Diócesis respecto a la conveniencia de remodelar el entorno de la Catedral casi en tu totalidad, como un proyecto arquitectónico y urbanístico, que incluía al Pala­cio y la plaza; y por otra, nos obligará a reflexionar en torno a la conciencia que pudo tener Jaime Bort al proyec­tar el imafronte acerca del encuadre urbano que iba a rodear su obra, y hasta qué punto proyectó para una futura plaza inexistente o, por el contrario, trabajó para el marco concreto que de momento envolvía el templo.

La aspiración a crear espacios amplios, engalanados con bellos edificios y en los que la trama urbana encierre su propia monumentalidad, y sea portadora de efectos, como experiencia de un espectáculo urbano y visual fue sin duda una de las aportaciones del urbanismo barroco, que en toda Europa se fue implantando como un principio abstracto que subyacía en la intención de los grandes proyectos o de las reformas modestas. Y también dominó en la época la concepción de la ciudad como un todo, donde la arquitectura se entendía como presencia activa, volcada e integrada con el exterior. Por eso lo lógico es suponer que en la mente de los altos cargos de la Iglesia estuviera presente un programa de gran alcance, donde arquitectura y espacio tendrían tratamientos dependien­tes: el que en 1712 ya se hablara de ensanchar la plaza y construir una nueva sede para residencia del prelado reve­la con toda claridad que a los ojos de éste y de los capitula­res fachada, plaza y Palacio eran un conjunto indivisible. Otra cosa muy diferente es el calendario de la realización, el cual, como hemos comprobado, hubo de escalonarse y fue llevado a cabo en diferentes momentos. Y de hecho, la documentación revela que en la mente del obispo D. Juan Mateo López y del Cabildo, la obra del palacio y la creación de la plaza eran facetas de un plan único e integral.

Pero antes de conocer la documentación y datos con­cretos, aún queda una pregunta obligada: se trata de si en esta primera muestra de intenciones de 1712, se diseñó o encargó un proyecto, que pudiera haber servido de punto de partida a las reformas posteriores. Aunque nunca se puede afirmar nada rotundamente, todo parece indicar que la propuesta del obispo de 1 712 no llegó a sobrepasar el estadio de primeras conversacione~, previas a cualquier decisión concreta. Prueba de ello es que cuando el obispo D. Juan Mateo López negoció con el Ayuntamiento cuál iba a ser el emplazamiento exacto del solar para el Palacio y las dimensiones de la plaza ampliada, se barajaron diver­sas alternativas, sin que se aludiera a un proyecto oficial dibujado. 33 Da la impresión de que las propuestas de reforma fueron realizadas "desde la calle", es decir, como resultado de !a reflexión y juicio sobre la realidad existen­te, pero no como reflejo de un esquema. Eso implica que cuando Jaime Bort tuvo que elegir las dimensiones y ca-

33 Si en 1712 o 174 7 llegó a ejecutarse un proyecto dibujado. al no aludirse a él en ningún documento nos permite suponer que de haber existido no adquirió rango oficial. ni fue tampoco un texto de debate. ya que posteriormente todos los acuerdos se hicieron argumentando en

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racterísticas de la fachada, sabía que se pensaba constrUir otro palacio frente al que entonces había y que se barajaba la posibilidad de ensanchar el "Llano de Santa María", pero aún no pudo saber cuáles iban a ser las dimensiones concretas de esos espacios ni las características del edificio que pronto se iba a levantar en las inmediaciones del imafronte.

Sin embargo, el que no se hubiera encargado un pro­yecto formal, con un dibujo donde quedara reflejado, no quiere decir que no funcionaran como referencias remotas los modelos realizados en otros lugares o los conceptos más reconocidos en el urbanismo de la época, ya que las razones esgrimidas para crear la plaza coincidían con ins­tancias implantadas contemporáneamente en otras villas, en las que las principales reformas se realizaron a partir de la ampliación y conformación de plazas y huecos. Y también fue característica de esta época la necesidad de crear espacios ante la arquitectura, quizás como respuesta al esfuerzo decorativo y expresivo volcado al crear las grandes fachadas de los templos barrocos. Tal vez por eso sea preciso reconocer que la plaza, antes y después de realizarse la fachada y de ser abierta, mantuvo dos rasgos que la enlazaban más con el siglo XVII italiano que con el urbanismo del siglo xvm francés o europeo: por una parte, su carácter casi exclusivamente religioso, singulari­dad que quedaba consolidada al tener como principal frente un programa iconográfico tan marcadamente devo­cional y heroico; y por otra, su configuración casi hermé­tica, a modo de núcleo cerrado, o de coso urbano, cuya naturaleza era engrandecer y servir de solaz a los edificios que lo circundaban. Aislamiento que, como acabamos de resaltar, lo separa de las fórmulas empleadas en la Francia del setecientos, donde las plazas fueron entendidas como núcleos de enlace, parrillas de distribución de calles y avenidas. 34 La plaza de Belluga, en cambio, nació como un conjunto arquitectónico al que se accede por calles estrechas, responde en esto a una sensibilidad más medite­rránea, y más cercana a las experiencias romanas o del sur de Italia que a los grandes proyectos de las plazas reales francesas.

4. UNA PLAZA PARA ORNATO DE LA FACHADA Y UN PALACIO PARA LOS OBISPOS

Quienes han estudiado la creación de este espacio, además de reconocer instancias estéticas y la importancia de la fachada como desencadenante de la idea, siempre han )Jecho constar que su génesis estuvo estrechamente ligada a la construcción del Palacio episcopal. Los prof. Martínez Ripoll, Roselló y Cano mostraron que la pro­puesta de apertura de este área fue realizada por el obispo D. Juan Mateo López, como parte de un programa que incluía el traslado de la residencia del prelado a un nuevo

tomo a la realidad arquitectónica y espacial. pero no a programas traza­dos de antemano.

1' Louis Hautecoeur. "Les places en France au XV lile siecle'' , Ga::el­le des Beaux Ans. marzo. 1975. pp. 89-116.

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edificio, en el solar de la antigua mansión del Marqués de los Vélez, lo que permitiría derribar parte del antiguo palacio para ampliar el "Llano de Santa María". 35

Esa dependencia de ambas empresas es cierta, y res­pondía además a una estrategia de reforma del entorno de la Catedral que no podía disociar ambos temas. Es más, si como hemos visto la creación de la Plaza formaba parte de un pacto realizado entre el prelado y el Concejo, que incluía la apertura o cierre de calles colindantes, la cesión de un trozo en el Arenal y un cambio de alineaciones importante en los lados del Palacio, esto implica que estamos ante un plan de remodelación de mayor alcance que el de definir los límites precisos del espacio abierto frente a la Catedral. Por eso, el calendario de esta reforma urbana corre paralelo a la construcción del Palacio, y este edificio ha de ser valorado también como elemento de cierre, levantado para un lugar específico, que había de convivir con la fachada de la Catedral, monumento estre­lla en el tratamiento que se dio a la plaza.

Por eso quizás, los documentos donde se plasmaron las intenciones y proyectos tratan de ambos temas conjun­tamente, y no siempre es fácil entresacar los propósitos reales que justificaron el empeño de los prelados por la empresa. A veces las alusiones a los beneficios estéticos que reportaría encubren otras razones de tanto o mayor peso, que probablemente todos conocían pero que no interesaba utilizar como argumento. Entre ellas, la más importante fue el deseo de levantar una residencia para el obispo que fuera digna y representativa, ya que la anterior era un edificio viejo y decrépito. Así, en una carta confi­dencial enviada por el provisor al obispo Rojas en 1757, en la que le informaba acerca de los acuerdos llevados a cabo por su predecesor y le describía el palacio viejo que pensaban vender, decía que "hallo que es una casa grande de campo, nada correspondiente al honor de la dignidad, pues más parece cortijo de Andalucía, que Palacio de un Prelado. Es una casa muy vieja, y aquí hay tradición, fue palacio de los Reyes Moros: lo más de sus paredes es de tierra y creo que importan más los remiendos que el principal". 36

En efecto, aunque hubiera habido una propuesta del cardenal Belluga en 1 712, quien tomó la iniciativa y sentó las bases para su realización fue el obispo Mateo. Pero esta vez todo parece indicar que los acuerdos escritos o las convocatorias al Cabildo estuvieron precedidas de lar­gas conversaciones con el Concejo y de algunas gestiones para poner rápidamente la operación en marcha y evitar cualquier escollo que pudiera surgir al confrontarse los intereses de las distintas partes. Así, la primera medida fue conseguir el solar que correspondía a la vieja residen­cia de los Adelantados y algunas casas contiguas, con el fin de iniciar las obras del nuevo Palacio, ya que de nada

3l Antonio Martínez Ripoli realizó su tesis de licenciatura sobre el Palacio del Obispo, en la que incluyó numerosa documentación inédita, que sirvió para datar con argumentos válidos las obras de este conjunto, atribuir la traza definitivamente a Pedro Pagán y enmarcar el edificio en el contex.to de la arquitectura de la época. Trabajo que consultaron V. M. Rosselló y G. M. Cano, para su estudio sobre la evolución de Murcia, y donde quedaron reflejadas las principales aportaciones del prof. Martínez Ripoll que siguen aún inéditas.

servía el hablar de plaza si previamente no se erigía otro palacio.

El mismo obispo en su testamento expuso con su habi­tual habilidad cuáles habían sido las razones que motiva­ron la decisión. Con gran agudeza su primera medida fue apoyarse en la autoridad y prestigio de su predecesor: "El Exmo. y Rvmo. Cardenal Belluga de Santa Memoria, mi muy amado, y venerado favorecedor, me aconsejó y en­cargó, no una, sino muchas veces, que sería muy del agrado de Dios que yo me alentase a emprender esta obra, confesando que la había premeditado muchas veces y deseado poner en ejecución, pero que lo había omitido por las dificultades que le ocurrieron y hallarse preocupa­do de otros piadosos y loables asuntos ... ", y a continua­ción indicaba que, una vez comenzadas las gestiones, la "empresa era ardua", pero "no sólo por la falta de medios, sino por la dificultad de conseguir sitio oportuno", 37 afir­mación que, vista desde la distancia, revela la habilidad del obispo para conseguir ese lugar espacioso y bien orien­tado. A esta razón sumó la opinión de las. autoridades y del pueblo: "Y declaro, que movido y obligado de los comunes deseos, así de los limos. Sres. Capitulares de mi Santa Iglesia, como de todos los moradores de esta ínclita ciudad, Nobles, y Plebeyos de que se erigiese un nuevo Palacio Episcopal en otro sitio conveniente", motivos a los que añadió la ruina del edificio viejo, al señalar "la suma incomodidad que han padecido mis antecesores, y especialmente todos sus familiar.es, y por estar el palacio antiguo en que habito amenazando ruina, y ocasiona mu­chos gastos para su reparación". 38

Esta pobreza aún debía de ser más evidente para este prelado que había residido varios años en Italia y era tenido por personaje sensible y conocedor de las artes. 39

De todos modos, no olvidemos que el obispo, junto a razones de tipo práctico, aludió también a motivos más representativos, demostrando así que la obra del nuevo edificio formaba parte de un programa de mejora de ima­gen y remodelación del entorno de la Catedral.

Dentro del marco de este trabajo tal idea es importante porque, desde el momento en que la fachada de la Cate­dral y el Palacio eran trabajos promovidos por la Iglesia, tutelados en ambos casos por el obispo, puede afirmarse que se trata de un programa urbano conjunto, compuesto por presencias arquitectónicas conscientes y calculadas, que entran dentro de una concepción integral del planea­miento. Valga citar aquí los comentarios de Paolo Sica en tomo a la concepción dieciochesca de las reformas urba­nas, cuando señala que "a falta de modelo teórico de la

.ciudad en si misma, la renovación de la arquitectura apa­rece como el más facil e inmediato terreno de enfrenta­miento". 40

Pero sería un error ignorar que el deseo de levantar

36 A.E., leg. s/n., carta del provisor al obispo, 2 de mayo de 1757. 37 A.C.M., G-460, n.o 25, 14 de octubre de 1751. 38 Ibídem. 39 La fama y prestigio del obispo Mateo fue ex.presada por el autor

del informe sobre el viejo palacio enviado al obispo Rojas el 6 de julio 1757 (A.E., leg. s/n.).

40 Estamos ante un fenómeno claramente demostrable a través de los conjuntos monumentales levantados en toda Europa, y en los que las

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Proyecto para plazuela frente a la Catedral

ArchiVO Episcopal de Murcia .

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Page 17: Capítulo X UN ESCENARIO PARA LA ARQUITECTURA: LA PLAZA

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otro palacio no fue la única razón que motivó esta empre­sa. En un documento presentado por el obispo Mateo en 1748 al Cabildo, en el que exponía la forma de financia­ción de la empresa, indicaba que era necesario crear un entorno constructivo más relevante adecuado a la grande­za de la fachada: "No he oído cosa más frecuente en varias conversaciones a las personas más distinguidas de ambos Cabildos, eclesiástico y secular, y a naturales y forasteros, sino un continuo y justo sentimiento de que la suntuosa fachada de dicha Iglesia que hoy se fabrica. estuviese favo­recida por el Palacio Episcopal", exigencia de orden ar­quitectónico que también defendió con argumentos rela­cionados con el urbanismo, ya que el edificio viejo afeaba el paisaje y no era digno de estar situado frente a tan gran monumento: "porque aún a los sujetos más rústicos les he oído al mirar su hermosa arquitectura, prorrumpir en amenazas de ruina contra su estorbo que tanto embaraza su vista, ponderando todos a una voz, que con todos sus respetos se hacía posible su demolición, y no menos cuan­to pe¡judica al decoro de la Santa Iglesia Catedral y ornato de esta ciudad. los castillos y corrales que están en su inmediación y que la gente pobre ha fabricado con la piadosa tolerancia de los marqueses de Villafranca". 41

Tales afirmaciones en palabras del prelado que empren­dió la construcción del Palacio y dejó preparadas las con­diciones para abrir la plaza, revelan claramente que la construcción del imafronte tenía una segunda parte no arquitectónica, tocante al ámbito urbano.

En esta línea de pensamiento, una de las razones esgri­midas que merece la pena destacar es la exigencia de dignidad y decoro del entorno de la Catedral. Idea que aún parecía prioritaria en 1757 y que en gran medida fue la que -como veremos más adelante- determinó la defini­tiva destrucción de todas las dependencias y construccio­nes que había adosadas al viejo edificio. O sea, cuando se planteó la alternativa de dejar las caballerizas y servicios anexos al palacio viejo, D. Bernardo de Rojas indicaba que era conveniente demoler y no convenía hacer en su lugar las oficinas para los criados de librea porque "que­daban frente de la Iglesia, inmediatas a la fachada, y por consiguiente, así por los habitadores, como por sus habita­ciones no podían ser de buen aspecto al público, ni el estar lavando y limpiando coches y mulas. y sacar estas en el verano a la calle, como es costumbre, y aquí más preciso frente a la Iglesia, con las conversaciones que son regula­res en esta gente, lo considero no sólo de deformidad para la Iglesia, sino muy contrario al genio de V. S. Ilustrísi­ma", consideraciones que aplicaba también a otros edifi­cios como la cárcel, que en principio se pensaba haber mantenido allí, porque "lo mismo sucedería con los pre­sos", en virtud de lo cual era mejor desembarazar esa zona de toda actividad poco digna. 42

Son muy interesantes estos argumentos porque, en el fondo. lo que se estaba defendiendo era la conveniencia

plazas y las remodelaciones en gran medida no deben su fisonomía a un modelo teórico. abstracto, basado en formas ideales. sino a la implanta­ción de una arquitectura determinante y potente. Cfr. Paolo Sica. Histo­ria del Urhanismo. FJ siglo \11/l. Madrid. 1982. pp. 219-281.

4 ' A.C.M., B-42, ff. 403-404, 28 de enero de 1748. 42 A.E., leg. s/n., carta del intendente al obispo Rojas. de 22 de

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de liberar el espacio de todas aquellas funciones que pu­dieran restar grandeza al templo, denotando una sensibili­dad muy a tono con la propuesta de zonificación propia de la ciudad dieciochesca, partidaria de crear lugares pri­vilegiados, de uso casi exclusivo, cuyo uso dependía de las actividades propias de los monumentos que en ellas había enclavados. En este caso podemos decir que la plaza era concebida como un lugar al servicio de la fachada, medio de valoración y escenario de un acontecimiento arquitec­tónico.

Al estar vinculadas ambas actuaciones su calendario se solapaba, ya que era preciso esperar a finalizar el Pala­cio para derribar el anterior y adecuar el espacio libre. Si a esto se añade que el prelado preveía acabar su nueva residencia con el dinero obtenido de la venta del palacio viejo y de los servicios anexos, se explica que las inciden­cias de orden financiero o el ritmo de los trabajos cons­tructivos de la nueva casa episcopal retrasaran la apertura de la plaza y condicionaran las decisiones relativas a su diseño. Y fue precisamente esa dependencia financiera lo que motivó la presentación de dos propuestas diferentes respecto a las dimensiones y características del edificio que había de caracterizar junto con la fachada, el futuro espacio.

5. UN ESPACIO NECESARIO Y POLÉMICO

Cuando se ahonda en la historia de las transformacio­nes urbanas a veces se descubre que, en ausencia de una teoría, prevalecieron los modelos experimentales, ordena­dos en razón de jerarquías establecidas a través de la cultura y de las experiencias realizadas con anterioridad. Pues bien, la solución final para la plaza responde preci­samente a la aplicación de unas categorías muy simples, entre las cuales la principal fue dejar hablar a la arquitec­tura y mantener el espacio como un vacío respetuoso o un intervalo al servicio del monumento.

Sin embargo, esta solución tan simple no pudo abrirse paso con facilidad, ya que para ello era necesario derribar el Palacio viejo en su totalidad, y esto suponía renunciar a unos dineros que el obispo deseaba dedicar a la construc­ción del nuevo. Por eso, desde un principio se manejaron dos propuestas: la primera era dejar libre todo el solar ocupado por el viejo Palacio con todas las construcciones anexas, como la Audiencia, la cárcel, unas cocheras y varias casas, para dejar un área que coincide con la plaza actual; y otra, la que el obispo Mateo presentó al Cabildo en 174 7, más reducida, según la cual "después de demoler lo necesario para una explanada o plazuela de 120 pal­mos ... se preservaba la otra parte en que estan las cárceles de fa Dignidad, caballerizas y cocheras, que no impedían su hermoso prospecto, y se vendía la porción que quedaba del viejo palacio". 43 Aunque estas fueron las condiciones

febrero de 17 58. 43 Hemos tomado el texto literalmente de un documento de 1752 por

ser más claro que el que expuso el obispo en 1748 cuando se dirigió al Cabildo para proponer las diversas formas de financiación que pensaba poner en marcha para realizar el Palacio (A.E .. leg. s/n., Autos hechos para la vena del Palacio Viejo).

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previstas oficialmente por D. Juan Mateo López, sabemos que a la vez negoció con el Concejo otro esquema que preveía la apertura de un espacio mucho mayor, pues, como ya dijimos más arriba, era la condición que le exigía la Ciudad como canje por el suelo público que había tomado en el Arenal para levantar el "martillo", por los metros que había avanzado sobre la plaza para alinear el palacio y como compensación de la calle que había cerra­do e incorporado a su residencia. Pero en principio este doble pacto no salió a la luz y comenzaron así las obras del edificio episcopal.

Según testimonio del propio obispo Mateo, el Palacio se comenzó "el mes de julio de 1748" y "puse la primera piedra solemnemente el veintiocho de agosto del mismo año, día del Glorioso Doctor y Obispo San Agustín". 44 El arquitecto que trazó el edificio fue Pedro Pagán, y los trabajos habían comenzado con gran celeridad, ya que en agosto de 1751 se había iniciado el primer piso, la escalera estaba cimentada y casi concluido el lienzo de pared que daba al río. 45 En este mismo documento se comprueba que el silencio del prelado respecto a la negociación con el Ayuntamiento, se debía en parte a que los cálculos sobre la financiación no habían funcionado tan bien como hubiera querido, problema del que se lamentaba en su testamento al indicar había gastado ya entre compra del solar y fábrica más de 80.000 rs. de vellón, y que a causa de las malas cosechas se había visto obligado a pedir un crédito de 2.000 ducados al convento de religiosas de San Agustín, debiendo aún el importe de las cocheras que había adquirido de Juan Tizón -9.000 rs.-, por todo lo cual sólo veía posible finalizar la empresa si se sacaba a subasta el viejo Palacio. 46

El Cabildo siempre fue partidario de ampliar el "Llano de Santa María" y dejar al descubierto la fachada. Así se deduce al menos de un dictamen del chantre en 1750, redactado con motivo de un reajuste económico que de­seaba realizar el prelado para financiar su Palacio, donde se dice que esa obra era "de mayor utilidad de nuestra Iglesia, por facilitarse con este medio que quede al descu­bierto el prospecto de la fachada o portada que estamos concluyendo" y que la obra del Palacio le pareció al Cabildo "muy propia y precisa para la decencia de la

44 El obispo Mateo dedicó varias páginas de su testamento a esta cuestión, ya que en el momento de ser redactado 14 de octubre de 1751 quedaban muchas cuestiones de orden económico sin resolver, y además él había realizado numerosas gestiones que aún no se habían concretado en un documento, por lo que este texto fue concebido en parte como un acta notarial de hechos que sólo él conocía, como era el pacto realizado con el Ayuntamiento para conseguir el solar. Pero lo más interesante de estas páginas es que parece como si el prelado deseara plasmar en ellas la historia de una obra para que fuera conocida de todos los que debían continuarla, propósito que justifica la referencia a numerosas gestiones o adquisiciones llevadas a cabo para conseguir el solar o préstamos para hacer posible la obra (A.C.M., G-460 n.o 25, 14 de octubre de 1751).

4 ~ Ibídem. 46 Como en la mayor parte de las iniciativas constructivas eclesiásti­

cas, la financiación dependía de un sistema de trasvase de fondos de unos capítulos a otros y de unas rentas, de la Mitra o de la Fábrica (en este caso lo primero). que a su vez dependían de las condiciones climáticas. El prelado antes de comenzar había tratado de incorporar a los fondos para la obra parte de las rentas de las Pías Fundaciones creadas por el

mitra, en que todos somos interesados" porque además aportaban "el adorno y mejor vista del público y de estas calles inmediatas a nuestra suntuosa fachada". 47 Pero la mejor muestra del apoyo del Cabildo fueron las palabras con que concluyeron ese acuerdo:

guardemos consecuencia, y pues hemos contribuido con nuestros influjos, contribuyamos también con nuestros caudales a una obra que es de tanto esplendor para la ciudad, y a nuestra Iglesia. 48

Tal actitud fue permanente y se prolongó con los años, reflejándose en la ayuda que prestaron para obtener fon­dos para el Palacio, y más tarde en la compra y cesión de casas para derribarlas y ampliar la plaza.

Sin embargo, todo parece indicar que desde un princi­pio el Cabildo pensaba que quizás pudiera triunfar la alternativa que preveía la demolición de todos 1os inmue­bles, ya que en una sesión del 28 de enero de 1748, a la vez que alababan la decisión de construir el Palacio, co­mentaban que, además de "servir para comodidad y de­cencia del prelado y su familia, si llegase el caso y se demoliese del todo o parte del palacio, que hoy tiene la Dignidad, tenga mayor vista la suntuosa obra de esta fa­chada". 49 Esta preferencia era lógica, ya que a pesar de sentirse solidarios con el obispo en la construcción del Palacio, es evidente que los costos recaían fundamental­mente sobre las rentas del prelado, y éste era el que más necesitaba vender el Palacio viejo para continuar el nue­vo, lo que también explica su resistencia a dejar libre toda la plaza.

Las circunstancias se desarrollaron en favor de esta última alternativa, pues después de que los arquitectos Pedro Pagán y Martín Solera señalaron la parte de 120 palmos que debía quedar libre, y una vez tasados los materiales y el solar que ·debía salir a subasta, comenza­ron los escollos. 50 En principio no se pusieron de acuerdo acerca del precio, siendo precisa una segunda tasación, que fue realizada por José Alcamí y Martín Solera, texto interesante porque en él se especifica con mayor detalle cómo era este proyecto inicial ya que iba desde "la pared de la dicha Santísima Iglesia hasta las puertas principales

Cardenal Belluga, siéndole concedido este privilegio por la Corona por espacio de 15 años. También había reducido sus aportaciones a los gastos de la Fábrica de la Catedral al conseguir que los músicos fueran pagados exclusivamente por el Capítulo (A.C.M., B-42 ff. 404 y 404 v .. 29 de enero de 1748). Pero como indicó en su testamento, a pesar de ello, hubo de empeñarse para proseguir la obra; de ahí que al avanzar los trabajos procurara olvidar los viejos pactos respecto a la plaza que se había comprometido a crear.Todo ello está recogido con detalle en el testamen­to del prelado (A.C.M., G-460, n.o 25).

47 Este documento fue emitido con motivo de una serie de intercam­bios de cartas que hubo entre el obispo y el Cabildo, porque el primero notificó que no deseaba seguir contribuyendo al pago de los músicos ya que debía dedicar todos sus caudales a la construcción del Palacio, gasto que a partir de entonces debía recaer exclusivamente sobre la Mesa Capitular y la Fábrica (A.C.M., B-43, 21 de mayo de 1750, ff. 218 y ss.).

48 Ibídem. 49 A.C.M., B-42, f. 404, 28 de enero de 1748. ~o Se trata de los Autos realizados para la venta del Palacio Viejo

(A.E., leg. s/n, 15 de marzo de 1756).

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del Palacio Viejo, línea recta cuarenta palmos, y desde ella por la pared de la Audiencia y otra oficina hacia el arco primero sobre el que se halla la cocina, y parte del tinelo ... ochenta palmos que componen los otros ciento veinte ... advirtiendo que los referidos cuarenta palmos son de la calle principal que media entre dicha Iglesia y el Palacio Viejo, y desde la pared referida de dicha Audien­cia Antigua se ha cortado por la que hace el referido arco siguiéndola en ángulo recto a la parte del mediodía y calle principal que de dicha Santa Iglesia sale al Arenal por el Palacio Nuevo, han hallado ciento catorce palmos, y que ha de servir todo para la dicha plazuela", 51 zona incom­parablemente más pequeña que la que luego formó la totalidad de la plaza.

Pero cuando salieron a subasta las antiguas cocheras, las caballerizas, la cárcel vieja y el pasaje intermedio, así como una casa pequeña que miraba a Frenería, nadie acudió a la oferta. 52 En abril de 17 56 se volvió a repetir con nuevas cédulas y condiciones más favorables y tampo­co dio resultado. La falta de interés probablemente se debiera a que toda la ciudad sabía que el Ayuntamiento y el Cabildo ya estaban tomando medidas para que se cumplieran los acuerdos que habían llevado a cabo en el año 1748 con el obispo Mateo, ya difunto. Las intenciones del Concejo no debían de ser ningún secreto porque el 2 de junio de 1755, antes incluso de que se celebraran las subastas, en el Capítulo de la Catedral se leyó una nota de la Ciudad en la que recordaba el pacto llevado a cabo años antes, texto que iba acompañado de una copia de los documentos originales. El Cabildo, visto que los papeles "eran coincidentes con los que el Obispo envió al Cabil­do", acordó "que en virtud de esa contrata la ciudad tenía derecho a que se efectuara la demolición del palacio vie­jo".53

Esta coincidencia de opiniones entre el Cabildo y las autoridades locales marca el comienzo de una serie de presiones conjuntas encaminadas a convencer al obispo sobre las ventajas que ofrecía el ampliar el perímetro de la plaza incorporando todo el solar del palacio y las casas contiguas. En un memorial del Concejo con fecha del 26 de octubre de 1756, dirigido al obispo de Cartagena, des­pués de repasar uno por uno los hechos que se habían sucedido y las razones y cláusulas del pacto, suplicaba que "aún cuando no se destruya todo el Palacio Viejo, se derribe al menos toda la parte que afronta con la portada de dicha Iglesia y toda la tirantez que corre de levante a poniente, y remate a la entrada de la calle que llaman de la Frenería", pretensión que se justificaba no sólo por ornato público, sino también para beneficio de la fachada y del Palacio, 54 referencia sumamente importante, porque aquí se señalaba exactamente la línea que iba a determinar el lado norte de la actual Plaza de Belluga, que va desde la Frenería hasta el ángulo noroeste de la fachada, traza que, como se deduce del documento, era la que original-

51 Ibídem, 15 de junio de 1757. 52 Ibídem. 53 A.C. M., B-45 . f. 62, 20 de junio de 1755.

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mente se había acordado y que D. Juan Mateo López había silenciado en su versión testamentaria de los hechos.

Es también ahora cuando el Cabildo tomó cartas en el asunto, alineándose decididamente al lado de la Ciudad. Así, en una larga carta enviada a D. Diego de Rojas y Contreras, obispo que todavía no había estado en Murcia, después de notificarle las intenciones del Concejo, le ex­ponían su opinión diciendo que ellos creían que debían derribarse todas las edificaciones existentes delante de la fachada, pues de este modo "se aplicará uno de los deste­llos de su generosidad para que brillen las piedras de nuestra portada, hoy desfumbradas con la obra de otro palacio antiguo, que aun demolido en la parte que no se ha sacado a subasta, ha de dejar con la misma deformidad aquel suntuoso edificio", e insistían con fuerza al aludir al "corto espacio para la plaza, angosta la calle a que corresponde mucha parte del palacio nuevo y este oscure­cido, de modo que si la portada queda deslumbrada, algu­nas habitaciones de este tendrán escasísimas luces, y me­nos si el que comprase dicha obra antigua elevase la nue­va, como es verosímil, fuera de la altura que hoy tiene", y concluían su argumentación señalando que "es más útil de la dignidad episcopal la demolición que la venta al público prospecto precisa, y para la perfección de tan costosa fachada necesaria". 55 A partir de este momento la suerte de la plaza estaba echada, iniciándose un período de información y aproximación entre las instituciones para limar asperezas, que concluiría finalmente con la apertura de todo el espacio.

Dado que el obispo Rojas residía en la Corte, y no tenía una versión directa de los hechos y compromisos de su antecesor D. Juan Mateo López, le era preciso recoger información y revisar todo el proceso; sin embargo, y ante la imposibilidad de desplazarse a Murcia por estar ocupa­do en las responsabilidades del Consejo Real, trató por todos los medios de recabar noticias de personas de su confianza, lo cual generó una serie de intercambios y cartas que constituyen una base documental de gran inte­rés para conocer los propósitos e ideas en tomo a la remodelación de este sector de la ciudad.

La primera fue el propio Nuncio, quien visitó la obra del nuevo Palacio y le dio una versión sumamente crítica de la misma, opinión que manifestó el propio obispo Rojas en una carta dirigida al Cabildo: "yo suponía estar el Plan hecho a la Romana, y por algún arquitecto Italia­no, por el mucho tiempo que estuvo en aquella corte Su Señoría Ilustrísima, y porque me era notorio su buen gusto y talentos para todo, después de la estancia del Señor Nuncio en esta ciudad, me ha dicho como testigo ocular, no corresponden las convenienCias y repartimiento inte­rior al gusto ni a lo que se practica por los buenos Arqui­tectos de Italia y de esta Corte". 56 En la cuestión de la plaza reconocía las ventajas de despejar todo el espacio ocupado por la vieja residencia y anexos, pero también

s• A.E., leg. s/n., 26 de ocubre de 1756. ss A.C.M., G-280, carta del Cabildo al obispo, 27 de octubre de 1756. s6 A.C.M., G-280, 2 de julio de 1757.

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Vista de la plaza del Cardenal Belluga con la casa de los Puxmarin al fondo

Vista actual de la plaza del Cardenal Belluga

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Vista de. la plaza del Cardenal Belluga a principios de siglo

las dificultades que había para buscar acomodo a las de­pendencias y servicios enclavadas en el antiguo inmue­ble. 57

La primera reacción del obispo cuando comprobó que el Cabildo y el Concejo estaban de acuerdo, fue de reserva y cautela, ya que no se quería comprometer la autoridad y tampoco se podía transgredir un acuerdo institucional. En esta línea se expresaba el provisor de la Diócesis cuando escribía a D. Diego de Rojas y le decía que "no hay duda, que si se demoliera todo lo que pretenden el cabildo y la ciudad, que quedará una plaza muy decente", ventaja que además podría proporcionar "mejores vistas al palacio nuevo por la parte del Norte, y se dejaría ver a mayor distancia la portada de la Santa Iglesia, que es primorosa", pero como muy bien aclaraba, esas razones no eran in­compatibles con la forma de obtener la licencia del obis­po, y por eso continuaba que "me parecía debieran pre­tenderlo de V. S. Ilma. por pura gracia y no de justicia en virtud de las ofertas". 58

En los meses que siguieron el provisor volvió repetidas

57 Ibídem. 58 A.E .. leg. s/n., carta del provisor al obispo, 30 de noviembre de

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veces sobre el tema con el fin de contentar a todos, plan­teando las distintas salidas. Por una parte, expuso las dudas acerca de la interpretación del compromiso que contemplaba la apertura de una plaza de 120 palmos, ya que no se había especificado si éstos debían ser de 60 x 60 o de 120 x 120, en vista de lo cual "puede haber no poca disputa". A su vez, advertía que en caso de abrir toda la explanada, quien más se beneficiaba era la fachada, por lo que parecía oportuno sugerir al Cabildo que contri­buyera con sus fondos a suplir una parte del perjuicio que eso iba a producir al Obispado. 59

Este debate continuó a lo largo de 1757, ya que al obispo le urgía resolver los problemas de espacio que le ocasionaban la renuncia a las construcciones dedicadas a cochera, Audiencia, Archivo, caballerizas y cocina, lo que provocó una nueva revisión de lo realizado hasta enton­ces, y dio lugar a una segunda crítica más dura aún que la anterior. En ella el informante indicaba que al aplicar la vista y simetría, "esta obra no me ha parecido bien, pues se reduce a unos cuartos muy capaces y de gran

1756. 59 A. E .. leg. s/n., carta del provisor al obispo. 2 de mayo de 1757.

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Vista oblicua del imafronte con la fachada del Palacio Episcopal

pompa para la habitación y recibimiento del Prelado, con las antesalas correspondientes, pero sin las divisiones ne­cesarias para la comodidad", faltándole dormitorios y de­pendencias secundarias. En la misma línea, advertía que los miradores que daban al Arenal "están ruinosos y que si no se reparan con tiempo se vendrá abajo", denuncian­do entre otras cosas que "los maestros sólo tuvieron por objeto el prospecto y buen parecer por la parte de afuera que ciertamente lo tiene, y no miraron la comodidad de los habitantes". 60 Sería largo referir con detalle la inspec­ción del mensajero del prelado, en la que de forma casi implacable fue relatando las soluciones formales, la pesa­dez del claustro o el salitre de la piedra. Estimación nega­tiva que también alcanzó al tracista y ejecutores, pues no se recató en decir que en opinión del Nuncio "si esta obra hubiera estado a cargo de algún Maestro de la Corte, o Italiano, en la mitad de terreno pudiera haber hecho mayor y más cómoda habitación". Lo cual no le extraña­ba, porque cuando murió Pedro Pagán, le sucedió un sobrino "o pariente a quien encontré cuando vine traba­jando de albañil, y le considero como tal, como a todos los demás maestros de esta ciudad, por unos meros albañi-

"" A. E .. leg. s/n., carta del provisor al obispo. 6 de julio de 1757. " 1 El juicio acerca de los arquitectos es mucho más largo y extenso.

acusándoles de no saber construir. de falta de gusto. desconocimiento de

les sin inteligencia alguna de arquitectura". 61 Tras expo­ner estas razones, el provisor creía oportuno que D. Ber­nardo de Rojas, hermano del obispo, entendido en arqui­tectura y conocedor de los conceptos vigentes en este arte, debería visitar la obra, dar su opinión y traer quizás a maestros de la Corte para dar un dictamen y corregir lo hecho, buscando un lugar para incorporar al Palacio las oficinas y servicios que en caso de ampliar la plaza no tendrían cabida. 62

Al margen del interés de estas opiniones para la histo­ria de la arquitectura y como reflejo de las dificultades concretas y casi domésticas que ofrecía la renuncia al aprovechamiento de las habitaciones y casas situadas jun­to al Palacio viejo, la relación acerca de la escasa calidad de la construcción del edificio es indicativa de los escasos medios que manejó el Obispado para levantar su sede, lo que explica las reticencias a toda renuncia, ya que el valor mayor era el del solar.

Entre idas, informes y venidas pasaron varios meses hasta la llegada de D. Bernardo de Rojas, quien vino dis­puesto a resolver el problema de la plaza e introducir las reformas necesarias en el nuevo edificio con el fin de

la regla. hasta vaticinar incluso que la obra se deterioraría pronto (Ibí­dem).

62 Ibídem.

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situar en él las caballerizas, cocinas y demás servicios. Fue entonces cuando se abrió una encuesta, que por su cues­tionario demuestra que se deseaba recabar respuestas en favor de la apertura de la plaza. Siguiendo la costumbre en este tipo de preguntas, todas las contestaciones eran similares. Más o menos todos coincidieron en afirmar que "se hallaban muy torturados sus vecinos y en particular la nobleza, por reconocer que dicha explanada no e-ra decente ni correspondía a la hermosura y vistas de la citada fachada, que además de lo ancha, es mucho más su elevación, siendo todos de común sentir, y el testigo como uno de ellos, que destruyéndose todo el sitio que compren­de dicho palacio antiguo, desde la puerta principal que se halla en él, hasta la que mira a la calle de la Frenería, y desde ella se manifiesta la citada nueva fachada ... ". Des­crito el lugar, a continuación defienden las propuestas oficiales, pero en este sentido es digno de señalar que los testigos se daban cuenta de que la reforma beneficiaba en la misma medida al Palacio que a la fachada: "Serviría de la mayor hermosura, utilidad, adorno y conveniencia y más destruyéndose así mismo las dos casas pequeñas y una cochera que hay contiguas, y en la calle principal que al presente existe y media con ambos palacios, y la misma utilidad, hermosura y conveniencia se le sigue a el citado Palacio nuevo, por caer el tercio de la hermosa y espaciosa capilla que se ha fabricado y habitaciones en bajo y en las que se han de continuar y hacer a la parte del Norte, que caen a dicha calle, que derruida dicha parte del Palacio Viejo, darán sus balcones y luces a dicha plaza, segun todo se halla demostrado en dicho mapa o diseño". 63

Esta valoración global de cuáles serían las ventajas de la remodelación y apertura de todo el espacio obligaba más al prelado y le forzaba en parte a ser más generoso en sus concesiones. Sin embargo, el factor que convenció al obispo fue la versión amplia, contundente y cualificada de su hermano D. Bernardo de Rojas. De su lectura se deduce que contaba con su favor y plena confianza para establecer pactos con el Cabildo y la Ciudad, por lo que

63 Aunque la encuesta comprende numerosos testimonios, que hubie­ra sido interesante comentar, no parece oportuno insistir en una cuestión que en gran medida era una fórmula casi convencional, y cuyos matices nos harían entrar en detalles que sería demasiado largo tratar aquí. Lo cual no quiere decir que en un futuro no sea posible analizar detenidamente una documentación tan directa y oportuna en una cuestión como es la

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su informe parece casi un acta en la que se dibujó y determinó el perfil de la plaza. Su texto, apoyado constan­temente en un plano que se conserva en el Palacio Episco­pal, explica la traza de la futura plaza con una recta que marcaría el límite sur, y que va desde la puerta del templo hasta la entrada de la Frenería; y especificaba que era oportuno tanto para la Catedral como "para la hermosura de la fachada del palacio ... la demolición de todo lo que en el plan remitido a V. S. l. va designado en color verde, en el que se indican unas cocheras y casa pequeña que posee el mayorazgo del conde de Monte-Alegre, que que­dará su compra y demolición de cuenta del cabildo y casi hace esquina frontera del palacio nuevo, al que servía de mucha deformidad". 64 Finalmente, D. Bernardo de Rojas concluía: "Por el plan remitido a V. S. I., en que van deno­tadas con el color pajizo las casas del cabildo, verá V. S. 1, no es preciso llegar a ninguna de estas, quedando la Plaza o sitio con las líneas o fachadas que demuestra el plan y muy capaz". 65 Si se comprueba detalladamente la locali­zación de cada uno de los edificios incluidos en el plano, vemos que el esquema enviado por D. Bernardo de Rojas corresponde exactamente a la Plaza tal y como se encuen­tra hoy.

Desde el punto de vista de la historia del urbanismo en Murcia, y en concreto de las circunstancias que deter­minaron su creación, puede considerarse que este plano es el auténtico diseño, que sin duda recoge ideas y pro­puestas anteriores, vivas en la mente de muchos, pero que no habían conseguido sobreponerse a los inconvenientes, intereses o escollos. Por tanto no puede hablarse de una idea original, sino de la plasmación de un proyecto pacta­do y previsto, que sólo llegó a realizarse por la imposición moral de la arquitectura. El mejor defensor de la creación de esa plaza fue sin duda la propia arquitectura, que actuó como argumento monumental e ineludible: es decir, fue­ron la escala de la fachada y su dimensión los criterios que se impusieron por encima de otras razones cotidianas y domésticas.

reforma urbana. poco debatida, y en la que raras veces se puede conseguir información sobre el pensamiento del hombre de la calle (A.C. M., G-91 ).

"" A.E., lcg. s/n., carta d::l intendente al obispo, 22 de febrero de 1758.

65 Ibídem.

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