- Capítulo 1 -

Como cada mañana me levanté con el ruido del tráfico de la Diagonal de Barcelona entrando por mi ventana. Ese peculiar sonido que me dejaba cada vez más claro que las ciudades no eran para mí. Vivo en un Ático alquilado, no muy grande en una finca bastante antigua, con mis plantas, los viejos muebles de diseño del comedor que son del propietario y que están repletos de libros y discos, que cuido más que a mí mismo. Un pequeño baño con azulejos blancos de los años setenta, una pequeña cocina con lo indispensable, dos habitaciones interiores y una gran terraza con vistas a la gran avenida, y donde paso casi todo mi tiempo libre. No tengo muchos lujos pero aquí puedo sentirme algo aislado del mundo, aunque el alquiler me supone un gran esfuerzo económico, en estos tiempos que corren.

Aquella mañana, mientras me duchaba y mis neuronas se sincronizaban, intenté hacer el esquema mental, de lo que debía que hacer aquel día. Primero y sin falta, tomarme el café en Can Josep, un bar que hay en mi edificio. Lo lleva Josep, su dueño y es del Español. Hoy creo que me caerá el comentario gracioso esperado, ya que el Barcelona empato en el campo del Osasuna y el Español había ganado en casa con el Levante. Mientras preparaba una respuesta inteligente a sus comentarios mañaneros, recordé que a las 11 tenía que ir a impartir una conferencia a estudiantes en la Universidad Pompeu Fabra sobre Criminología.

Me llamo Carlos Vilaplana y nací en Barcelona un día de Julio de 1982.

Empecé a estudiar Derecho en la universidad de Bellaterra y justamente al finalizar mi carrera mi padre, por motivos de trabajo, tuvo que trasladarse a los Estados Unidos llevándome con él. Es Arquitecto, viudo y yo soy su único hijo. La empresa para la que trabajaba le había hecho una tentadora oferta para establecerse en la ciudad de Los Ángeles, con vivienda incluida y un sueldo más que aceptable. Sí, mi padre era muy bueno en su profesión, con una dilatada cartera de edificios y casas de corte moderno, repartidas por todo el mundo. Nunca había aceptado que yo no estudiase arquitectura, pero con el tiempo me lo gane a él y a su ego.

Una de las razones por la que decidí irme con mi padre a Los Ángeles, era las pocas expectativas laborales que en aquellos momentos un abogado joven y sin experiencia, tenía en Barcelona, además necesitaba un cambio de aires y aquella era mi oportunidad. Una vez afincado en Los Ángeles y tras una larga fase de adaptación de amigos y de ciudad, encontré allí mi primer trabajo. Yo tenía un nivel aceptable de ingles por lo que me resulto relativamente fácil encontrar empleo como becario en un importante gabinete, de un prestigioso abogado Mr. Jhon Calvin, un hombre de casi ochenta años, pelo y bigote blanco. De origen Irlandés con un humor peculiar y con un carácter muy cambiante. De él admiraba su inteligencia, que era fuera de lo común, ya que a sus espaldas llevaba más del noventa y cinco por ciento de casos ganados. Era un abogado con una demanda grandísima en Los Ángeles. A su consulta venían, desde empresarios con problemas, mafiosos con temas pendientes, gente que quería salir de líos varios, políticos con trapos sucios, hasta asesinos con cara de ángel.

Allí aprendí mucho más de lo que en un principio esperaba. Yo no es que hiciera gran cosa, al ser el becario, me ocupaba de las transcripciones de los informes que él me dictaba. Recuerdo que lo mejor eran sus conclusiones finales, las que no quedaban reflejadas en el papel y las que daban casi siempre en el fondo de la cuestión. Podía descifrar y analizar cualquier situación y darle la vuelta por difícil que fuera.Me acuerdo de un caso concreto, de una esposa, que se querelló con su marido, tras vaciar una de sus cuentas millonarias. Él era un conocido empresario de la marca Quettin dedicada al calzado y con gran éxito comercial, ella le fulmino más de novecientos mil euros sin dar explicaciones, fugándose sigilosamente con el querido, veinte años menor que ella y no queriendo volver, ni devolver el dinero. El caso lo gano ella, defendida por el Mr. Calvin, salió en todos los periódicos y televisiones del país. El abogado defensor del señor Quettin, todavía está con la mirada perpleja, desde que el juez dio el veredicto a favor de la esposa. Realmente Mr. Calvin defendido lo indefendible y gano. Era el mejor. Pasé tres años en aquel gabinete, llegando a la jubilación de Mr. Calvin. Como regalo a mi periodo de trabajo con él, y mi dedicación al gabinete y a su abogado ayudante el Sr. Foster, me regalaron un máster en criminología, en una de las más prestigiosas escuelas privadas de Los Ángeles. Seguramente el director del centro le debía algún favor. Empezaba una etapa muy dura para mi, mi padre no paraba de viajar y nos veíamos muy poco. Nuestra comunicación cada vez era más escasa. Yo solo estudiaba, apenas salía de vez en cuando con amigos del centro. Algunas tardes iba a

casa de Mr. Calvin, ya jubilado, pasando largos ratos en aquel jardín, donde hablábamos de casos policiales que él conocía y había defendido. Era como estar viendo una película de acción. Usaba siempre un lenguaje muy expresivo y rico en matices, haciendo que los casos cobraran vida delante de mí. El día que me licencié como criminólogo, llamé desde una taberna irlandesa llamada Dublinia llame a Mr. Calvin con la ilusión de transmitirle la alegre noticia. El ruido del bar era ensordecedor creo que jugaban a fútbol gaélico en la televisión y la música estaba muy alta. Era un partido retransmitido desde Irlanda.

Descolgaron el teléfono y se escucho la voz firme y áspera de Calvin.

— Dígame. — Tras unos segundos le conteste con voz nerviosa. — Sr. Calvin ya soy criminólogo, quería darle las gracias, porque esto se lo debo a usted. Por cierto,… soy Carlos.—terminé por decir. — ¡No muchacho, lo conseguiste tú! ¡Felicidades! Oye, ¿donde estas?— preguntó Mr. Calvin elevando la voz.— Estoy en una taberna como las de Irlanda, Dublinia, ¿la conoce?— Le dije eufórico.— Si la conozco, pásalo bien ¡y brinda a tu salud, a la mía y a la de Irlanda Libre!— contestó Mr. Calvin muy contento.— ¿Le molesto? Sé que no son horas de llamar— dije dándome cuenta de la hora. Exactamente eran más de las 23:30.

— No hijo tranquilo, un viejo como yo jubilado no tiene mucho por hacer y que sea interesante a estas horas. Pero ya que llamas, tengo que pedirte un gran favor... Algo que si haces por mí, te agradeceré con toda mi alma.

En aquel instante se me congelaron las venas, ya que nunca había oído a Mr. Calvin pedir favores a nadie, ni tan siquiera a las personas con más relevancia de Los Ángeles.

— Claro Mr. Calvin, mañana mismo me pasare por su casa a la hora del desayuno y me explica lo que quiere que haga por usted.— Contesté al fin algo dubitativo.— Gracias, mi querido Charles te espero. Harás que mi corazón cuando se vaya de este mundo pueda irse tranquilamente y sé que tú tienes la clave para hacerme ese favor.

Aquella noche Dublinia estuvo llena de cervezas y risas entre mis compañeros de curso, pero en mi cabeza solo corría una duda incesante y curiosa que me intrigaba cada vez más. ¿Que querría pedirme Mr. Calvin? El que había sido mi mentor durante aquellos interesantes tres años, era viudo desde hacia mucho tiempo, y vivía solo en una gran casa de una zona tranquila de la ciudad. Nunca me hablo de su vida, solo sabía que tenía un hijo, aunque no conocía ni su paradero, ni a que se dedicaba. Mr. Calvin no hablaba de él y yo no preguntaba. Lo que si sabía es que era un gran amante de los coches. Tenía un Mercedes 600 del 1963, que me encantaba y una pieza de museo, un Jaguar XK

del 1958. Apenas los utilizaba, solo se conformaba contemplándolos en el garaje y limpiándoles el polvo. No solía salir demasiado, pero cuando lo hacía, daba largos paseos y en alguna excepción solía ir al teatro, pero cada vez en menos ocasiones. Recuerdo una vez, en la que me había comentado que quería volver a su país, Irlanda para comprarse una casa en Galway. Pero tristemente me reconoció, que el tiempo se le había echado encima y apenas le quedaban fuerzas para tal cambio. Era una gran persona, fuerte y de convicción, pero siempre en el fondo de su interior, había escondido un punto de inmensa tristeza. No sabía descifrar si era por soledad, o por todas aquellas personas que había tenido que defender, como abogado, aún a sabiendas que la mayoría no eran inocentes.

Recuerdo también los primeros días en el gabinete y a Mr. Foster su ayudante, ciudadano de Boston afincado en los Ángeles. Habían sido alumnos de la misma universidad, compartiendo incluso hermandades. Eso había hecho que entre los dos surgiera una gran amistad, a pesar de la diferencia de edad. Recuerdo que en la oficina el olor de su pipa era tan peculiar como el color de su pelo. Me solía explicar historias de los dos, durante su etapa de universitarios, comprobando que no habían sido dos santos en aquella época. Foster estaba casado con tres hijos a uno de ellos se lo traía los viernes a la oficina a imprimir trabajos de la escuela, era muy callado y pelirrojo como el. Otra anécdota que recuerdo con cariño, fue la presencia sin previo aviso en el gabinete de Laura Collins, actriz de moda del porno en Hollywood, para exponer un caso a Mr. Calvin relacionado con

unas herencias, contra su hermana, la conocida cantante punk Andrea Collins, solista de los Darks Days. Era Rubia, alta, y con grandes ojos azules. Al parecer, mi reacción ante aquella visita causó sensación y tremendas carcajadas en Mr. Calvin y MrFoster. Nunca había tenido a una estrella del cine x a mi lado. Me regalo su sonrisa al ofrecerle un café de la vieja máquina que teníamos allí medio rota pero que daba unos esplendidos capuchinos. De recuerdo me hice una foto con ella y Mr. Calvin. Creo que aun la conservo en alguna caja. Más tarde pasado un año el juicio indudablemente lo gano ella por apostar por Mr. Calvin. Tuvimos varias amenazas de muerte por carta incluso quisieron chantajear a Mr. Calvin para dejar el caso pero no lo consiguieron.

Llegó la mañana y me levante con una resaca algo considerable, después de la fiesta en la taberna Irlandesa Dublinia. Me duche para cumplir con mi cita de aquel día. El sol se hallaba en pleno apogeo de calor. La gente paseaba por los jardines andando o en bicicleta recorriendo la zona. Yo caminaba absorto en mis pensamientos sobre mi futuro. Mi intención era volver a Barcelona tenía 26 años y necesitaba encontrar un empleo y orientar mi vida. Existía la posibilidad de quedarme allí en Los Ángeles pero mi interior me decía que tenía que volver. Mi padre estaba en esos momentos en Nueva York inmerso en la construcción de un edificio para una conocida firma japonesa dedicada al mundo de la electrónica y solo nos llamábamos cada dos días. En nuestra última conversación, me había dado la sensación de que tenía un idilio, ya que me hablaba con una amabilidad y felicidad algo exagerada en él.

A lo lejos ya se veía la casa de Mr. Calvin. Una construcción colonial con tonos blancos y amarillos. Distribuida en dos plantas y un inmenso jardín cercado con una valla. Tenia gran variedad de plantas que le cuidaba un jardinero de confianza y una balsa con carpas, donde se distraía de vez en cuando tirándoles pan a los peces y buscando soluciones a sus casos más difíciles. Al acercarme a la verja del camino de la entrada, pude verlo sentado, junto a una mesa con un café, leyendo el periódico, bajo una sombrilla. Pulsé el timbre y salió su ama de llaves, una mujer simpatiquísima de color llamada Amanda. Siempre me gustaba verla sonreír, porque contagiaba alegría aquella mujer. Mr. Calvin me había comentado alguna vez, que mientras limpiaba la casa solía cantar blues, decía que lo hacía como los ángeles. Él solía cerrar los ojos, sentado en el comedor de su casa, sintiéndose transportado a un pub de New Orleans escuchando blues del bueno.

Después de saludar a Amanda, me acerque a Mr. Calvin pisando la hierba húmeda del jardín hasta llegar donde estaba el.

— Hombre Carlos, te estaba esperando, siéntate, por favor. —Me dijo sonriente con el periódico en la mano.

Me senté frente a él, en el momento en que Amanda aparecía con una jarra de Café y unas pastas de chocolate con pasas, que ella misma hacía y que eran un pecado para los cinco sentidos.

— Y bueno Carlos, ¿ya sabes que vas hacer ahora? Ya tienes una carrera y una especialidad. Te falta decidir donde quieres ejercer.— Pues no lo tengo claro todavía pero me gustaría volver a Barcelona, establecerme allí— contesté.

Mr Calvin había sido casi como un padre para mí, durante aquellos años y sabía que se preocupaba por mi bienestar. En aquel momento me miro pensativo dejando el periódico en la mesa muy suavemente y cogiendo el café para darle un largo sorbo.

— Si quieres puedo hablar con algunas de mis amistades, podría echarte un cable para encontrar un trabajo interesante en Los Ángeles pero entonces el favor que quiero pedirte tendría que esperar y no me queda mucho tiempo.— continuó descolocándome un poco.— ¿Su favor? Explíqueme porque si es algo de Barcelona o de España que quiere que le mande puedo hablar con amigos y en pocos días lo tenemos aquí.— Hummm, te lo agradezco hijo, un vino del Penedés no me disgustaría, pero lo que necesito pedirte, es mucho más importante, aunque no se si estás preparado para ello. Lo mire con expresión de no entender nada.

— ¿A que se refiere Mr. Calvin?, empieza a preocuparme.— musite sin estar del todo seguro de querer saber.

Mr. Calvin se inclino hacia mí cruzando las manos en la mesa y clavando la mirada en mis ojos. Por unos instantes no podía moverme, me estaba estudiando como si yo fuera el abogado rival en uno de sus casos, aunque su mirada no era desafiante, sentía que me tenía que revelar algo importante o simplemente confesar algo que le quemaba por dentro.

— Carlos me estoy muriendo, no sé el tiempo que me queda. Supongo que Foster te habrá llenado la cabeza de historias y leyendas sobre mí. Sabrás que desde hace mas 30 años no he perdido un juicio, he dominado en todas las situaciones, tengo el dinero que quiero y la vida que toda persona soñaría, pero hay una cosa en mi corazón, que no logré solucionar ni evitar, a pesar del dinero y mi supuesta inteligencia. La misma causa por la que mi mujer murió, después de una depresión que la llevo al suicidio.

En aquel instante sentí que el sudor provocado por el calor de aquella mañana, se transformaba por unos instantes en frío. No entendía que podría hacer yo por él. ¿Que es lo que le pasaba a Mr. Calvin? ¿Se moría? Era inimaginable para mí ver a alguien como él hablar de algo que le hacía sentir tan vulnerable e impotente. Yo no conocía ni su estado de salud, una noticia que me había caído como un jarro de agua fría, helando mi sangre. Todo aquello no me lo esperaba.

— Mr. Calvin ¿que le sucede? No sabía nada de su enfermedad ni tampoco del problema que dice aun tener. También lamento lo de su mujer, sabía que había fallecido

pero desconocía las causas o el modo en que había ocurrido.— dije al fin, intentando encontrar sentido a todo aquello.

— Mi enfermedad ya no me preocupa,— musitó Mr. Calvin con un suspiro- lo que he llevado durante casi 15 años siempre clavado en mi corazón, es la desaparición de mi hijo Paul. — ¿Su hijo? ¿Que pasó, se marchó de casa y no ha vuelto?— pregunté con cautela. — Se fue a Barcelona, y allí desapareció.

Mi cara en aquellos momentos debía ser un poema.

— ¿Como que se fue a Barcelona, no lo entiendo? — Mi hijo se fue a Europa de vacaciones y en su visita a la ciudad condal, quiso pasar por la montaña de Montserrat. Allí desapareció misteriosamente.— ¿Su hijo estuvo en la montaña de Montserrat?— pregunté atónito. ¿Como es posible que desapareciera allí? Yo he estado algunas veces. Se trata de un lugar especial a donde acuden muchísimas personas de todas las nacionalidades. Allí se encuentra el monasterio y la Virgen de Montserrat, patrona de Cataluña. — El motivo de su viaje era simplemente por turismo. Él era investigador, y se marchó con dos amigos más con la intención de visitar varias ciudades Europeas. Tenían pensado pasar por Roma, Londres, Barcelona, Paris y si no recuerdo mal, también Ámsterdam.

— ¿Entonces no estaba solo allí?

— No, como te digo se fue con dos amigos; Steve Corrison y Arthur Gate. Era un viaje que tenían planeado desde hacía mucho tiempo. Por lo que sé, querían pasar unos días en Barcelona antes de ir a Roma, con la intención de visitar la montaña, pero algo paso y él no volvió.— ¿Los otros dos compañeros volvieron?— pregunté seguro de que alguna pista debía haber.— Si— contestó tristemente Mr. Calvin.— Entonces, ¿ellos deben saber lo que paso, no?— Es inexplicable Carlos, lo que ellos testificaron a la guardia civil no tiene coherencia ninguna. Afirmaron que mi hijo había decidido quedarse en aquel lugar y que lo perdieron de vista. Algo tuvo que suceder.— exclamó con la misma energía que usaba para defender sus casos.— Pero, ¿la policía tuvo que realizar alguna investigación?—— Se rastreo toda la montaña, o parte de ella pero no encontraron rastro alguno. Solo su reloj, que me fue enviado por Steve a través de mensajería. La policía les interrogo a los dos pero no sirvió de nada. Ambos decían desconocer lo que le había podido suceder. Y para más desgracia, actualmente Steve estaba interno en un Psiquiátrico en las afueras de Los Ángeles y Arthur desgraciadamente falleció al poco tiempo en un accidente de avioneta.

En aquellos instantes me sentía como si me estuvieran explicando un guión de una película de ciencia ficción, no sabía que decir, lo encontraba todo tan irracional y misterioso y aún no entendía que podía querer de mí Mr. Calvin con todo aquello.

— Realmente, ¿que es lo que quiere que haga por usted Mr. Calvin? ¿Papeles? ¿Información?, ¿Quizás algún tramite que no enviaron?— pregunté dudando de que existiera algo después de tanto tiempo.— Hijo, lo que quiero es que averigües que paso con Paul. Quiero que busques alguna luz, alguna explicación a su desaparición. Pocos años después me enteré de que habían habido más desapariciones en la montaña de Montserrat pero todo ha quedado en un total olvido para la policía.— comentó con la expresión más triste que jamás había visto en él.

Me quede mirando por unos segundos, la fuente que teníamos a escasos metros, con la mirada atónita. Estaba ante una situación que no sabía como asumir o tratar y que desconocía por completo.

— Pero Mr. Calvin, no sé si podré ayudarle con esto. Conozco la montaña de Montserrat pero apenas he estado dos veces en mi vida, además creo que remover cosas que han pasado hace 15 años será complicado para encontrar pruebas y testigos de aquella época. Aún no tengo decidido que vaya a volver a Barcelona y dudo mucho que con mi poca experiencia en éste tipo de casos, pueda llegar a un buen resultado.- musité a modo de excusa.

Mr. Calvin volvía a mirarme con aquella expresión analizadora, la misma que era capaz de desmontar cualquier elocuente defensa.

— Siempre he creído en ti Carlos. Desde el primer día que te vi de pie en el despacho de Mr. Foster. En tu mirada, a pesar de los nervios, encontré la misma fuerza que yo solía tener a tu edad. Solo te hace falta creer en ti mismo.

Aquellas palabras sentidas me emocionaron. Ojalá mi padre hubiera sido capaz de pronunciarlas alguna vez con aquella convicción.

— Aún no le puedo prometer nada,— empecé a decir cogiendo aire— pero si decido volver a Barcelona, haré todo lo que esté en mi mano. Se lo prometo.— Te estaré eternamente agradecido hijo— exclamó Mr. Calvin estrechándome la mano.— Toma, esto es la copia del informe de la Guardia Civil que me fue entregada.— terminó ofreciéndome un sobre grande y cerrado.

Aquella conversación había durado más de dos horas, llegando la hora del almuerzo. Me invito a que me quedara pero decidí marcharme, ya que tenía otros invitados en la casa esperándole y no quería robarle más tiempo. Recuerdo que me acompaño hasta la puerta de la entrada y que me abrazo como un padre dejando caer alguna lágrima.

— Gracias por todo Carlos. Confió en ti y siempre lo haré.— me susurró al oído antes de soltarme.— Si decido volver a Barcelona, usted será el primero en saberlo Mr. Calvin. Gracias por el desayuno.— contesté emocionado.

Me marché caminando por la gran avenida rodeada de lujosas e inmensas casas. A unos treinta metros me gire y aun estaba allí, de pie observándome, apoyado en la verja del jardín. Me quede mirándole unos instantes, viendo como me hacia un gesto de complicidad con la mano. Fueron seis o quizás siete segundos, pero en aquel instante sentí, que pocas veces más vería al Mr. Calvin. Presentía que yo era su última esperanza, el último cartucho en su vida para aliviar el dolor que escondía en aquel gran corazón. Me di cuenta que además de ser un excepcional abogado por no decir el mejor de aquel estado...era un gran padre.

El camino a casa fue una tormenta de pensamientos en mi cabeza respecto a lo que pudo pasarle a Paul. Quizás se había caído por algún barranco y quedando oculto entre la maleza o quizás lo hubieran raptado por algún motivo, pero aquello último no tenía sentido, porque alguien hubiera pedido algún rescate. Quizás escapo y decidió empezar una nueva vida, ser otra persona, pero la policía ya habría dado con él. Todo eran hipótesis confusas para mí.

Amparado al fin por la tranquilidad de mi casa, puse algo de música de fondo, de Nick Cave. Abrí una cerveza y decidí leerme el informe de la guardia civil, tumbado en el sofá. En un canal de la televisión local, daban una película que ya había visto años atrás en mi época universitaria. No recordaba el nombre del western, pero aquellas imágenes no desviaron mi atención en ningún momento de aquellos papeles.

- Capítulo 2 -

El informe de la Guardia Civil no me aclaraba nada, es más, me dejaba más dudas de las que ya tenia alborotando en mi cabeza. Aquello era un simple informe de trámite sobre unos hechos a los que no habían podido dar explicación. Un caso más de desaparición sin pistas y sin resultados en los que basar una investigación.

El Coronel jefe del servicio criminalista, Claudio Santos Parraezdecía lo siguiente: “En relación con la desaparición en la montaña de Montserrat de Paul Calvin de nacionalidad americana el 22 de agosto del 1995. Pongo en conocimiento del Señor John Calvin que tras 3 días efectuando rastreos diarios con perros adiestrados por el cuerpo especial de búsquedas de la guardia civil, no hemos encontrado ningún indicio de pérdida del desaparecido Paul Calvin en la montaña ni tampoco se han encontrado sus restos o evidencias de su cuerpo en estado de descomposición. A su vez hemos informado a las autoridades del Monasterio de Montserrat en caso de aparición del mismo nos lo comunique de inmediato. Tampoco tenemos testigos presenciales de la persona en la Montaña ni ha sido visto en los pueblos colindantes a Montserrat el día de la desaparición.Afirmamos que las declaraciones de sus acompañantes Steve Corrison y de Arthur Gate ambos de nacionalidad americana no han sido lo suficiente coherentes ni relevantes para procesar un plan de búsqueda detallado en la montaña.

Estamos a su total disposición y dejamos una vía abierta de investigación que nos acerque al paradero de la persona desaparecida Paul Calvin en los próximos días.

Aquella semana transcurrió rápidamente, lo suficiente como para no darme tiempo para pensar en mi futuro. Aquel informe se había quedado relegado en uno de los estantes de mi habitación, porque no sabía aún cuándo volvería a Barcelona. Desde Estados unidos no podría mover ningún hilo respecto a la desaparición de Paul y aquello solo sería útil si al final tomaba la decisión de trasladarme a la ciudad condal. Sin embargo la imagen de Paul seguía invadiendo mis pensamientos en los momentos menos insospechados. Según me había dicho Mr. Calvin, su hijo era alto, pelo rizado rubio, delgado y con gafas. Su carácter era abierto y solía ser muy bromista. Era muy inteligente. Seguramente había heredado la inteligencia de su padre. Le encantaba leer desde muy pequeño, aunque cuando entro en la Universidad, se decantó por licenciarse en ciencias Físicas y Matemáticas. Sus matrículas de honor le permitieron ejercer como profesor e incluso había publicado algún libro científico. Lo más curioso es que había trabajado en proyectos y estudios para la Nasa, aunque no era de extrañar, debía ser todo un “cerebrito”.

Mr. Calvin también me había contado que tenía una novia, creo recordar que se llamaba Marie y que había estudiado para maestra en una Universidad de Santa Mónica. Paul había estado un tiempo viviendo con ella en su apartamento de universitaria antes de iniciar el viaje a Europa. Según me

comentó Mr. Calvin, era una chica demasiado buena para su hijo. El tipo de mujer que habría deseado cualquier suegro, pero Paul siempre anteponía sus estudios e investigaciones ante el lado afectivo. Marie estaba siempre en segundo plano en aquella relación, una posición que ella llego a entender y aceptar porque sabía que para Paul su mundo de formulas y números era esencial. Por desgracia al final, ella se cansó, y es que todo tiene un límite, aun cuando se siente amor por alguien. Así fue, como uno o dos días antes de viajar a Europa, Marie le dejó.

Una noche, la muchacha había llamado a Mrs Calvin desesperada por su relación con Paul y porque se le habían metido muchas cosas e ideas en la cabeza que estaban cambiando el carácter simpático y alegre de su novio. Le explico tristemente como se sentía y le vaticino que la relación con Paul se estaba deteriorando por su conducta y obsesión por el trabajo.

Por lo que sé, debió ser una relación extraña, supongo que Marie pensó en más de una ocasión la posibilidad de dejarlo, hasta que se vio con las suficientes fuerzas para afrontar la ruptura. Mr. Calvin me dijo que, tanto él como su esposa, habían tenido siempre una buena relación con ella y más después de la desaparición de Paul en Montserrat.

A los pocos días de la fatal noticia, Marie se había desplazado hasta Los Ángeles para estar con Mrs Calvin e informarse de todo lo acontecido en Europa. Las noticias que venían de Barcelona no eran buenas, todo eran llamadas entre

embajada Americana y la guardia civil. Además de muchos faxes, sin esperanza alguna, que no cesaban de llegar.

Curiosamente durante aquellos días Amanda la sirvienta insistía en que sentía algo extraño en todo lo referente a la desaparición de Paul, presintiendo que estaba vivo en alguna parte que no sabía describir o definir. Amanda era de origen africano de familia de hechiceros. Toda su niñez había transcurrido en Nueva Orleáns, dentro de una familia muy pobre. Su padre trabajaba en el campo y la madre se ocupaba de siete hijos, además de ir por las noches a hacer la limpieza en un club nocturno. Amanda era la segunda de los mayores. Sus creencias eran muy espirituales, casi siempre estaba rezando por todos los buenos espíritus. Llevaba o solía llevar amuletos para la buena suerte y para ahuyentar las malas vibraciones como decía ella. Creo que incluso Mr. Calvin llevaba una especie de pluma de no recuerdo que ave, que según ella, traía buena estrella.

Había sido la nana de Paul durante su niñez, enseñándole juegos y canciones típicas de la época de Amanda en New Orleans. Era como su segunda madre. Siempre que Paul venia a visitar a los padres que era de mucho en mucho, traía cosas para los tres, Amanda nunca se quedaba sin nada. Tenían una relación muy estrecha e incluso sabia cosas del muchacho, que ni sus padres conocían y que el mismo Paul le había confesado. Como por ejemplo la venta del coche que le había regalo Mr. Calvin para su aniversario, un lujoso Audi que le sirvió para costear y terminar una pequeña investigación que

llevaba a cabo en Chicago. Necesitaba pagar el alquiler del equipo y al personal que tenía a su cargo en aquel proyecto. Amanda también se enteraba de los amoríos antes que los demás. Pero en los últimos años venia advirtiendo, que la ciencia y lo que los blancos le estaban inculcando a Paul, como decía ella, le estaban cambiando, ya no era el mismo que conocía.

De todas formas la que peor parte se llevo por la desaparición de Paul, fue Mrs. Patricia su madre. Apenas obtuve información de ella, nunca la conocí. Pero lo poco que pude averiguar me confirmaba que era una persona hogareña y entregada hasta el mínimo detalle a la vida de su esposo y su hijo. Mr. Calvin ocupaba su ojo derecho y en el izquierdo estaba Paul. Apenas salía de casa y si lo hacía era en compañía de Amanda, por compras o para ir al club del Cofee Garden con alguna amiga de las casas cercanas. Allí charlaban y se distraían jugando a cartas o en reuniones vecinales, donde unas se escuchaban a las otras, exponían sus vivencias y también cuchicheos del barrio. Era un club de clase alta de la zona residencial a la que pertenecían los Calvin. Amanda nunca había puesto un pie dentro, se sentía discriminada en aquel lugar.

Tras la pérdida de Paul y tras el paso del tiempo y no recibir noticias desde Europa, Mrs Patricia fue perdiendo las ganas de vivir poco a poco, hasta caer en una inmensa depresión por la ausencia de su hijo. Acudieron a aquella casa los mejores Psicólogos y Psiquiatras del estado, traídos gracias a la amistad

y reputación de Mr. Calvin. Incluso un médium para intentar aportar algo de luz sobre la desaparición de su hijo.

Poco más de dos años después, Mrs. Patricia se suicido. Ella padecía del corazón, decidiendo acabar con su vida tomando unas pastillas que hicieron que dejara de latir, alejándose de aquella tristeza continua. Se había dicho que la muerte era natural, porque Mr. Calvin no quería se supiera la verdad, preservando la imagen pública que se tenia de su esposa. En el acta el forense testificaba que fue por ingestión masiva de fármacos de varios tipos, produciéndole así un paro cardíaco irremediable. La encontró muerta Amanda tras llamar a la puerta varias veces y no recibir respuesta.

El funeral se hizo en el Rosedale cementery, en un día de lluvia, en el que la afluencia de gente fue masiva, acercándose hasta allí para dar el ultimo adiós a Mrs Patricia. Había gente del mundo del cine, de la televisión, algunos políticos, algún mafioso agradecido por la eficacia del gabinete de Mr. Calvin y muchísimos amigos y enemigos de profesión. Mr. Foster también había estado en todo momento según me dijeron y Marie vestida con un traje oscuro y unas gafas oscuras. Sin dejar de llorar, solía mover la cabeza como diciéndose no, a sí misma, a raíz de algo que nadie que estaba allí sabía o simplemente conocía. Mr. Calvin estuvo más de cuatro meses sin poder salir de casa, siendo Mr. Foster la persona que mantuvo durante aquel tiempo el gabinete para que no fuera en declive y no perdieran clientes. Solían comunicarse telefónicamente y por

fax. Teniendo que hacer presencia Mr Calvin, tan solo un par de veces en algún juicio. A pesar del estado de tristeza en el que estaba inmerso, ganó los casos de una forma magistral, sin dar cancha al abogado rival. Dicen también que lo vieron algunas veces en el Rosedale cementery, con Amanda, llevando flores y hasta en algunas ocasiones, se le solía ver sentado durante muchas horas en el lugar donde se hallaba la tumba de su esposa.

Poco a poco fue retomando las riendas de su vida, enredándose con lo que era el día a día en su trabajo. Así, fueron pasando los años hasta que decidieron contratarme a mí, un chico para ayudar en varias de las tareas del gabinete.

Recuerdo el día que vi aquel anuncio publicado en el panel de una de las oficinas de búsquedas de empleo de la ciudad, en la calle 27, edificio de la Works L.A , además lo recuerdo porque creo que aquella oficina era la más concurrida por mi aquellos días.

Llame al teléfono que indicaban de información, y me presente esa misma tarde, en la que justamente había tenido una gran discusión con mi padre acerca de los derechos humanos. Llegue allí cerca de las cinco. El edificio era y es moderno, solo para negocios de alto Standing. Distribuido en cuarenta pisos de altura, a los que se puede acceder con tres ascensores. El gabinete ocupa nada más y nada menos, que toda la planta treinta y siete. Yo que no soy muy amigo de los ascensores, recuerdo que el primer día, pase un mal momento porque se me hizo eterna aquella ascensión. Además

compartía el cubículo con dos chicas, que se bajaron en la planta veinticinco y que no paraban de hacer comentarios obscenos sobre un conocido actor llamado Johnny Deep. Una vez en la treinta y siete se abrió la puerta del ascensor, y ya estaba directamente en el lujoso gabinete. Mr. Foster ya me esperaba de pie al lado del mostrador de recepción. En cuanto le vi, su pelo anaranjado fue lo primero que me llamó la atención. Si me hubiera hecho una mueca en aquel momento, creo que me habría echado a reír, porque me recordaba mucho al mudo de los hermanos Marx, con aquel pelo rizado y pelirrojo. La entrevista fue corta. Recuerdo que cuando pasamos frente al despacho de Mr. Calvin lo pude ver por primera vez, reclinado sobre un montón de papeles redactando algo, supuse, en lo que estaba trabajando ese día. Durante la entrevista con Mr. Foster no hizo ademán de participar, hasta que salió el tema de mi procedencia, la ciudad de Barcelona. En aquel momento estaba ya de pie, a punto de despedirme cuando sentí unos pasos que se aproximaban lentamente a la puerta del despacho. Era él, algo había llamado la atención del famoso Mr. Calvin. La palabra Barcelona lo obligo a levantarse para ver quien estaba hablando con Mr. Foster. Recuerdo que asomó solo su cabeza y parte del pecho por la puerta y mirándome fijamente me dijo:

— ¿Ha dicho usted de Barcelona?— Yo asentí sin saber muy bien que decir.— ¿Y que hace en los Ángeles?— Pues, por el azar y por motivos profesionales de mi padre me trasladé aquí. Acabo de terminar mi carrera...

— Ya...— exclamó fríamente entrando en el despacho y cerrando la puerta con algo de firmeza. Quizás todo lo relacionado con Barcelona no entraba en sus esquemas o simplemente no lo tenía superado. La desaparición de Paul era su caso perpetuo, pendiente, el que nunca había ganado.

Me quede mirando a Mr. Foster buscando una explicación a la reacción de Mr. Calvin, y al ver su cara de circunstancias me dije a mi mismo, que no tenía nada que hacer. Por unos segundos el ambiente se podía cortar con cuchillo hasta que Mr. Foster se puso las gafas para ver de cerca, ya que era algo cegato y me soltó una frase más o menos así.

— Bueno chaval, que la fuerza te acompañe. Si eres el elegido pronto te llamaremos, ¿de acuerdo?...— comentó ofreciéndome su mano a modo de despedida.

A éste hombre, a pesar de la edad que tiene, rozando los setenta años, es como un adolescente enganchado al mundo de Star Wars. Le encantan esas películas, tiene todos los libros, dvds, camisetas. Recuerdo que una vez hablábamos de la saga, nunca nos poníamos de acuerdo con los personajes. Tampoco nunca le dije que me recordaba al mudo de los Marx... Aunque sé, que no se habría enfadado.

— De acuerdo— contesté estrechando su mano. Él me miró y con su siempre franca sonrisa me guiño un ojo de complicidad. Aquel gesto hizo que me tranquilizara, y sentí, que me empezaba a caer bien desde el primer día. Al contrario que con Mr Calvin, del que me lleve una imagen fría, distante,

dictatorial y antipática. Más tarde y con el tiempo, he podido comprobar que es una de las personas más entrañables que he conocido en mi vida.

Durante aquella misma noche y sin estar muy animado, mi padre me puso al corriente de quien me había hecho la entrevista y la reputación del gabinete en el que había estado. Al final sentí vergüenza por lo acontecido, pero sobre todo por no haber sabido estar a la altura de las circunstancias. Aunque no sabía que la vergüenza de verdad, estaba por venir.

Dos días más tarde sonaba el teléfono en mi bolsillo. En aquel momento, yo estaba haciendo unas compras con una amiga de mi padre que venía a cenar a casa aquella misma noche. Era muchísimo mayor que él, muy extraña y nada simpática, además, porque no ser sinceros, bastante fea. Pensé que la arquitectura le estaba quitando la analítica visual a mi padre o quizás estaba más necesitado que yo en aquellos tiempos. Cogí el teléfono al instante.

— Si, dígame…— — Mr. Carlos la fuerza le acompaña, fue usted el elegido— soltó la voz masculina al otro lado del teléfono.

En aquel preciso momento, la monada arquitectónica cubista, que mi padre había conocido en una fiesta del colegio de arquitectos en Los Ángeles, me endosaba una cucharada de mermelada de degustación en la boca, para que yo la probara, sin importarle que estuviera al teléfono. La verdad es que creo que no le importaba que yo estuviera hablando con

el presidente de los Estados unidos o con mi padre, lo principal para ella era que yo probara la asquerosa mermelada.

— Si?.... uppssss muchss graciassfff oggggh ffffffff— medio escupí.— ¿Te sucede algo muchacho? ¿Te pillo en algún momento de esos que tenemos pocos los sesentones?

Me quede mirando a la amiga de mi padre con cara de pocos amigos, mientras me limpiaba la mermelada yo mismo con un papel, cuando vi que si comprabas 1 te regalaban 3, así debía de ser. Se llamaba la fruta del bosque, pero más bien parecía moho del bosque. — Perdone, estoy bien. He tenido un percance. Estoy en un supermercado y me han echado algo encima unos niños, creo que con una de esas pistolas de agua.— mentí. Toda excusa era buena para no mencionar la verdad.— Vaya, bueno te repito, la fuerza te acompañó, has sido el elegido…— volvió a exclamar como si fuera un actor de la guerra de las galaxias…

La ley de Murphy aquel día estaba a prueba conmigo y cuando las cosas quieren salir ridículas y torcidas, salen. En ese mismo instante unos niños ruidosos y que además tenían a la madre despistada, hablando o flirteando con un chico de seguridad, tamaño armario ropero, en la sección de ofertas congeladas, me envistieron por detrás con un carro de la compra, repleto de potingues, entre ellos la oferta del lote de

mermelada de las frutas del bosque, haciéndome caer de morros, en el frío suelo del supermercado y ante la atenta mirada de los clientes en aquel momento. Alguno incluso me aplaudió. El ruido en el micrófono del móvil hizo percibir a Mr Foster, que me había pegado un buen leñazo y además con espectadores.

— ¿Estas bien, muchacho?

Aquella había sido mi entrada en el gabinete de Mr. Calvin.

He pasado tres años en él , repletos de experiencias y vivencias que jamás olvidare. Las charlas entre Mr. Calvin y Mr. Foster, acerca de leyes y como estaban cambiando los tiempos en Estados Unidos. Las largas conversaciones sobre las guerras absurdas que el país había provocado. Ellos estaban en contra de la pena de muerte y de la manipulación que tiene Estados Unidos en otros países del mundo. Mr. Calvin siempre decía, que cuando defendía a un mafioso o político solo se limitaba a usar lo que le habían enseñado en la Universidad. Nunca defendió ni ofreció sus servicios a personas que hubieran matado a otras personas, aun en los casos en los que le propusieron cifras astronómicas para la defensa jurídica. No era un hombre de política. Creía en la gente de a pie, siempre solía decir que la peor enfermedad de esta sociedad era el dinero. Mr. Foster me dijo una vez que cada año donaban una suma muy alta de dólares, a centros para gente sin recursos de Los Ángeles. También sabía que varias personalidades del mundo político le habían hecho un hueco en las candidaturas estatales, pero él nunca había

aceptado aquel tipo de retos. En más de una ocasión había defendido a personas sin apenas recursos económicos, solo porque eran causas justas, gente que se quedaba sin empleo y la empresa se limpiaba las manos, o que perdía su casa por el impago de unas facturas, hasta incluso madres que injustamente perdían la custodia de sus hijos por culpa de maridos adinerados y con poder, con la malsana intención de arrebatarles los hijos a las esposas. En éstas ocasiones, no cobraba sus honorarios, aunque en realidad, tampoco lo necesitaba. Era pura vocación y corazón. Una vez, recuerdo que me dejó en ridículo delante de Mr. Foster de una manera muy elegante y cómicamente, porque yo llevaba un traje algo antiguo de color azulado oscuro y he de confesarlo, a veces muy arrugado, se notaba que odiaba llevar traje y corbata. Lo peor de la anécdota, es que lo dijo cuando teníamos la visita de una fiscal que me gustaba y que mensualmente venia a la oficina. Se llamaba Jeanne. El maestro de los motes, Mr. Foster la había bautizado con el sobre nombre de piernas largas. Era morena, ojos marrones con un pelo bastante largo, que le llegaba hasta la cintura y una figura de gimnasio. Creo que desde ese día no me atreví más a mirarla. Recuerdo a Mr. Calvin de pie con ese aire de abogado importante, mirándome de arriba a bajo.

— Con ese traje vas a espantar a las chicas jóvenes y a las viejas. ¿Como te van a mirar con eso? Parece que llevas el uniforme de mi tatarabuelo en la batalla de la independencia en vez de un traje— exclamó.

— Mr. Calvin es que no soy muy de trajes y solo tengo dos.— medio tartamudee pensando que el color rojizo de mi cara podía compararse con el granate de la moqueta del despacho.

Mr. Foster explotó en una carcajada sonora, y la fiscal esbozó una leve sonrisa de aprobación a Mr. Calvin, aquello fue lo peor para mí. Ese mismo día cuando volví de haber entregado una documentación a un cliente, que esperaba un informe referente a un testamento familiar, me encontré encima de mi mesa dos elegantísimos trajes Armani, envueltos en plástico con una nota firmada por Mr. Calvin y Mr. Foster con broma incluida. Sé que Mr. Calvin los había elegido para mí y que él mismo los había pedido telefónicamente. Nunca supe como pudo acertar con mi talla pero me encantaban. Y si, era cierto, desde aquel día me miraban más las chicas.

Otra de las cosas que recuerdo con gran cariño fue cuando Mr. Foster, trajo una de sus máscaras de Joda, el personaje de Star wars. Nos la estábamos probando, mientras Mr. Foster me hablaba del personaje, ya que era su favorito. Justo en el preciso instante en el que Mr. Foster se colocaba la careta, se abrió la puerta del ascensor, con la presencia de Mr. Calvin y el Alcalde de Los Ángeles, que en aquel momento era Terry Williams, un tipo de lo más apático que había entrado en aquel gabinete. Lo peor fue que Mr. Foster no se había dado cuenta de la visita, empezando a emitir sonidos y a soltar tonterías contra el poder de la oscuridad y contra los trekis, si los fans de Star Trek. Las carcajadas de Mr. Calvin, mías y seguidas de las del alcalde hicieron que se diera cuenta de la situación. Creo que repitió la palabra perdón unas quinientas

veces aquella tarde. Seguramente nunca más en mi vida volveré a trabajar con dos personas tan especiales para mí como Mr. Calvin y Mr. Foster. Estando cercana la jubilación de Mr. Calvin un día me llamó a su despacho y al entrar me tiro en la mesa un sobre con la matriculación al master de criminología que él mismo había tramitado para mi.

— Mañana empiezas, en el centro más prestigioso de la ciudad— dijo sonriendo.— Pero...Mr. Calvin, yo no puedo pagarlo…— musité sin saber que decir. — No hagas preguntas es mi regalo por tu dedicación durante estos años. Pronto este gabinete se cerrada, en meses y tú tienes que empezar a pensar en tu futuro, muchacho.

No tuve más remedio que aceptar. Empecé las clases mientras veía que se iban agotando los días en el gabinete. Mr. Foster también se jubilaba, además se lo había sabido preparar bien para tener una buena jubilación, además de la importante suma de dinero que le entrego Mr. Calvin por todos los años vividos en aquel gabinete.

El último día de trabajo y la cena que se hizo después en casa de Mr. Calvin fueron muy tristes para mí, porque sentía como si dejara una familia aunque no fuera la mía. Estaban allí todos, Mr. Calvin, Mr. Foster con su esposa Mrs Roberta que hacía dos de él, era muy ancha aquella mujer, Marie, la que había sido novia del desaparecido Paul y que

estuvo muy callada durante la cena dejando caer alguna lágrima en los brindis y como no, Amanda, con un traje de noche. Nunca la había visto así, advirtiendo que debía haber sido muy guapa en su juventud y Paolo el viejo jardinero, de procedencia italiana, que tenía una semejanza al personaje de video juegos Súper Mario Bross. Se lo dije a Mr. Foster al oído durante la cena y me dio su aprobación con una alegre carcajada. Pero Mr. Calvin estaba pensativo aquella noche, ahora ya se porque. Lo observe detenidamente muchas veces notando que en el fondo de sus silencios escondía algo que aquellos momentos yo desconocía. Presentía un laberinto interior en el que escondía el sentimiento más doloroso que jamás hubiera imaginado, la verdad sobre la muerte de su esposa y la misteriosa desaparición de Paul, su único hijo.

- Capítulo 3 -

El marcador señalaba Ángeles Lakers 101 – 121 Boston Celitcs un resultado algo humillante en el Staple Center, pero aún quedaban los partidos de vuelta, en Boston. No fue el mejor día para ir a ver a los Lakers, nadie esperaba esa clara derrota. Estaban en el último cuarto del partido cuando me marche antes de que terminara, por no pillar los grandes atascos. Yo soy más de fútbol, pero he de reconocer que es todo un espectáculo ver partidos de la NBA. Solía conseguir entradas gracias a mi padre, ya que tenía amistades influyentes en la directiva del club. Alguna vez íbamos juntos.Aquella noche durante mi vuelta a casa me vino a la mente, la ultima charla en el jardín de Mr. Calvin. Ya habían pasado más de dos meses de aquel encuentro y no sabía nada de él. El tema de su hijo Paul me inquietaba, pero también mi vida en aquellos momentos, necesitaba otra vez de un cambio. Desde allí no podía hacer nada por él y casi ni por mí.Las luces anaranjadas de la carretera y el poco tráfico en aquellos momentos me permitió dejarme llevar por mis pensamientos mientras escuchaba algo de música en la radio. De repente recordando la conversación con Mr. Calvin, la imagen de la única pista, me asaltó. El reloj encontrado en la montaña de Montserrat y que le había sido enviado por Steve, un dato que, por otro lado, no salía reflejado en el informe de la guardia civil. -¿Se habrían olvidado de aquel detalle? Qué extraño.- Pensé. Bajo mi punto de vista, aquella era una prueba importante, de hecho era la única prueba.Paré el coche en un amplio arcén justo delante de un bar de copas llamado Music Life. Se escuchaba la música desde el

exterior y el ambiente era de lo más vario pinto. Se veía a algún individuo vendiendo pastillas a la gente que estaba entrando y saliendo del local y algún que otro pasado de alcohol buscando pelea. No parecía un lugar muy seguro pero me detuve solo unos instantes con la intención de llamar a Mr. Calvin, cumpliendo con la intuición que en aquel momento sentía. Preferí no bajarme del coche manteniendo el motor en marcha por si acaso.Marqué el teléfono, eran aproximadamente las 9:30 de la noche pero no me contestó nadie. Le dejé en el contestador mi consulta lo más detallada posible y proseguí mi camino a casa. Era extraño que no estuviera en casa a aquellas horas. Conduciendo a poca velocidad y jugándome una multa de las grandes, quise probar suerte con Mr. Foster intentando tener noticias también de él.Aprovechando el semáforo en rojo marque rápidamente el número. El ruido del viejo Volvo, que mi padre me dejaba prestado, cada vez era más sonoro, creo que era por un dichoso agujero en el tubo de escape. En la calle parado a mi lado, un Ford rojo, que mezclaba su música en aquel instante, con los gruñidos y explosiones de mi Volvo cada vez mas decadente. Iban cuatro ocupantes de color escuchando rap. No me atreví a mirarlos porque igual me metía en problemas, pero creo que se reían de todo ser viviente que se movía por allí. Supongo que habían fumado o tomado algo de más.Mr. Foster tampoco contestaba a mi llamada y la situación ya me empezaba a preocupar, aunque aquello también podía deberse a algo casual. También le deje un mensaje en el contestador y seguí hacia mi casa por la gran avenida Valley.

Pare en un área de servicio cercana para comprar algunas cervezas y una pizza. Aparque el Volvo blanco cerca de la puerta de entrada de la tienda. El suelo estaba mojado, había llovido horas atrás y hacia algo de frío. El lugar estaba prácticamente vacío, solo éramos cuatro personas en la cola para pagar. Esperando mi turno, con las dos budweiser y la pizza de carne con picante mi mirada se detuvo en la zona de las revistas llamándome la atención una publicación americana, “Mystical world” y donde en la portada se podía leer el titular de uno de los reportajes de aquel número; “The magic mountains“. No tuve más remedio que cogerla por la coincidencia, con mis pensamientos en aquellos momentos. La abrí buscando el contenido interior y mi curiosidad cada vez era más grande. La primera página era un desplegable a doble tamaño, del Monte Salkantay en Cuzco Perú. En la siguientes, el Machu Pichu en Perú, el monte Fuji en Japón, el monte Olimpo en Grecia, El monte Sinai en Israel, El cerro de Uritorco en Argentina, La Torre del Diablo en Estados Unidos y ahí estaba, la montaña de Montserrat en Barcelona, España. En aquel momento me embargó la emoción al reconocer aquellas formas tan familiares que me trasportaban a mis dos únicas visitas a la montaña, mientras mis ojos leían lo que decía el reportaje sobre el lugar. En la cola ya solo quedaba una persona, así que el siguiente era yo. No tenía casi apenas tiempo además sabía que allí no estaba bien visto coger las revistas para leerlas. Así que la puse en la cesta. Era mi turno.

— Dos budweiser, una pizza picante y la revista. Total 11 dólares caballero— dijo el cajero mirándome.— Okey, un segundo.

Empecé a buscar en los bolsillos de mis tejanos, comprobando para mi desgracia que solo llevaba 8 dólares. Me lo había gastado todo en el Staple Center en bebidas y un par de perritos calientes.

— ¿Sabes que?, dejo la Pizza y me llevo la revista y las cervezas.— dije después de un momento de duda.— Muy bien, vaya veo que tu también estas enganchado a estos temas, ¿he? Jejeje.— me contestó el cajero al ver la revista.

El chico era rubio, con muchas pecas en la cara y vestía un uniforme azul con una placa en la que ponía su nombre Rufus Cowell. Tenia cara de cansado, algo normal, al llevar tantas horas allí de pie, pero la revista fue el detonante para verlo animado en aquel momento.

— Bueno, en realidad no es para mí— mentí— es para un trabajo de mi hermano. — Pues dile que si necesita información de cosas de éstas buff... yo soy el friki numero uno de la ciudad de Los Ángeles. Le puedo echar un cable.— ¿Ah sí?, pues ya se lo comentare. — Toma esta es mi tarjeta de la estación de servicio, este es mi teléfono. ¡Ah! y dile que también colaboro en un programa de radio “La séptima luz “todos los sábados a las 12 de la noche. Tocamos todos estos temas. Le encantará. — Perfecto, se lo diré.— La verdad es que aquella conversación me incomodaba. No conocía de nada a aquel tipo y podía tratarse de un loco o fanático de lo sobre natural.

— Sabes, la semana pasada hablamos del chupa cabras y hemos llegado a la conclusión que es mitad Lobo mitad mono.

Me lo quede mirando pensando que se estaba quedando conmigo... y acentuando mi incomodidad cogí el cambio del dinero y la tarjeta. — Vaya, no lo había pensado... Bueno lo dicho, le pasaré tus datos a mi hermano. ¡Que vaya bien la noche!— Dije sin darle más rienda a la conversación y apresurándome para salir.

Llegue a casa en medio de un torrente de lluvia que pocos minutos después de salir del área de servicio, cubrió la ciudad.En la Televisión de Catalunya vía satélite, daban las noticias que se emitían las 24 horas. Me estaba poniendo al día de todo lo que pasaba por allí, porque aquello me hacía sentirme más cerca de Barcelona, de mis amigos, familia, mi calle, el Mediterráneo, el pan con tomate, el buen vino y tantas otras cosas que no se valoran, hasta que ya no las tienes al alcance.Después de ojear la revista “Mystical world” con una cerveza fría y sin mi deseada pizza, tenía hambre. De música de fondo me acompañaba el ruido de la intensa lluvia que golpeaba en mi ventana, cuando decidí releer con más calma lo que decían en aquel artículo en referencia a la montaña de Montserrat.

“Hace muchos siglos en el año 880, una tarde de sábado en la montaña de Montserrat, unos niños pastores que estaban con sus rebaños en la montaña, vieron una inmensa y radiante luz que descendía del cielo a los montes con una celestial melodía de fondo, llamando la atención de todos los pastores que quedaron admirados por el extraño fenómeno.

Después de aquello todos fueron a avisar al párroco para hacerle participe de dicha experiencia como algo maravilloso, divino e inexplicable. Todos los habitantes de los alrededores empezaron a congregarse para ver la misteriosa luz que venía del cielo. Parece ser, que durante cuatro sábados se pudo ver descender aquella luz de los cielos. Los testigos de aquellas extrañas apariciones relataban que se podían oír melodías celestiales que procedían de las alturas. Unos pastores encontraron la estatuilla de la virgen siguiendo la dirección del rayo de luz en una cueva de la montaña. Con tez morena, tallada en madera de álamo, se estima que pertenece al siglo XII de origen románico. En su mano derecha sostiene una esfera que simboliza el universo. Después de intentar en vano su traslado a Manresa decidieron construir la ermita de Santa María origen del actual monasterio. A 720 metros sobre el nivel del mar simboliza el lugar espiritual de Catalunya y se le ha catalogado de montaña mágica. Se ha hablado muchas veces de que contiene una gran emisión energética de radiaciones telúricas y cósmicas y se la relaciona con elementos mitológicos, como el Santo Grial, cuevas sin descubrir, un lago subterráneo escondido y la presencia de luces extrañas, entre otras muchas leyendas."

Verdaderamente Montserrat era una montaña muy especial para los catalanes y para la gente espiritual de todo el mundo. Dicen que hasta incluso los Nazis en la segunda guerra mundial estuvieron de paso por allí. En aquella época el abad del monasterio de Montserrat Antoni M. Marcel tuvo que aceptar la visita de Heinrich Himmler. Venían con la intención de constatar que allí se encontraba el Santo Grial y el arca de

la alianza. Cuentan que los alemanes no quisieron apenas ver el monasterio, solo les interesaba la montaña. Así que todo el séquito de personalidades y mandos alemanes se dirigieron hasta algún lugar ahora desconocido, donde se dice que Hitmler desapareció por un tiempo indefinido, portando una pequeña caja que nadie sabía que contenía y apareciendo al cabo de un rato sin ella.La verdad es que aquel artículo desvelada cosas sorprendentes, toda la información que leía de la montaña, desde lo histórico hasta lo referente a especulaciones y leyendas acerca de ella, despertaban en mí más interés. Recordaba que yo había estado en dos ocasiones. La primera, en una visita con el colegio, donde perdimos a Ramonet, el travieso de la clase, en el monasterio y se lió una buena. Al final apareció después de más de media hora de búsqueda poniéndose hasta el culo de dulces en una parada ambulante a la entrada del monasterio. La segunda vez que subí a la montaña era más mayor y fue con mi amigo Ricard, por motivos de una promesa que quiso cumplir y logró. Aun mantengo en la memoria el recuerdo vivo de nuestra entrada en la capilla y mi encuentro con la estatuilla de la Virgen de Montserrat. Me quede inmóvil unos instantes allí delante mirándola fijamente. Parecía que quisiera decirme algo, fue una sensación muy extraña y agradable.

Eran las once y algo de la mañana cuando mi teléfono rompió el silencio. Era domingo y yo aun dormía. La noche anterior me había acostado tarde buscando más información en Internet sobre Montserrat.

— Si— contesté con voz algo apagada y aun tumbado en la cama.— Hola Carlos, escuche tu mensaje en el contestador pero era tarde y no te pude llamar.— La voz de Mr. Foster terminó por despertarme de golpe.— Quería comentarte que Mr.Calvin está ingresado en el Central Hospital por el problema que tiene.— Se que esta delicado pero no me ha dicho lo que tenia.— contesté sentándome en la cama.— Humm, tiene cáncer en un pulmón, al parecer ayer por la mañana tuvo una recaída y lo tuvieron que ingresar de urgencias.

Me quede en silencio por unos instantes, no tenia palabras. Mr. Calvin estaba mal. El hombre que mejor controlaba las situaciones estaba mal.

— Iré a verlo hoy... ¿en que habitación está?— pregunté sin pensarlo dos veces.— Si, le hará ilusión verte. Está en la 323. No quiere visitas pero la tuya quizás si la acepte.— De acuerdo, me pasaré por allí a eso de las cinco. Mr. Foster, muchas gracias.— Ok Carlos te mando un abrazo y transmítele mi fuerza a Mr Calvin. Saldrá de ésta, estoy seguro.

Volvía a llover otra vez esa misma tarde. Dejé el Volvo en el parking del hospital y subí hasta la 323. El olor de los hospitales siempre pudo conmigo, además se respira un ambiente de tristeza que me invade a cada momento. Cuando

llegué a la puerta llamé y esperé la respuesta que no tardo oírse al otro lado.

— Pase…

Abrí poco a poco con miedo de molestar y allí estaba Mr. Calvin solo, en aquella cama con la televisión encendida y a muy bajo volumen. Creo que daban una serie llamada Lost que estaba de moda. Cuando me vio se le iluminó la cara.

— Hombre... mi querido Carlos, el discreto y siempre tímido Carlos... ¿como sabias que estaba aquí?— Me lo ha dicho ésta mañana Mr. Foster— contesté aliviado viendo su reacción— Ayer le llame a usted para preguntarle algo y al ver que no me contestaba, le llamé a él.— Vaya, ¿te habrá explicado entonces?— Sí, ¿como se encuentra hoy?— Bien, mejor. Solo una mala reacción de unas pastillas de quimioterapia que tomo. ¿Por cierto que querías preguntarme?— Me alegro que este mejor Mr. Calvin— Dije con todo el cariño que le tenía a aquel hombre— Verá, solo era una curiosidad. Leí el informe de la guardia civil y no mencionaban nada del reloj que le fue enviado por los amigos de su hijo.— Humm cierto, cierto. Veo que empiezas a preocuparte por el tema. Aquel reloj me lo envió Steve poco antes de ingresar en el centro Psiquiátrico.— Me contestó acomodándose en la cama.— ¿Y la policía no sabía nada de ello? — No, la policía no sabía nada de la existencia de aquel reloj.

— ¿Y que tiene de especial ese reloj, para que volviera a usted?— Era algo que quería contarte en cuanto decidieras volver a Barcelona, pero veo que no tengo más remedio que comentártelo ahora.— Dígame entonces— Mi curiosidad aumentaba por momentos. — Mi hijo les había encargado a Steve y a Arthur, que si le sucedía algo me entregaran el reloj con un mensaje. El paquete venía con una nota: “En él esta mi casa”. — ¿su casa? ¿Y ellos o usted sabían de qué hablaba?— Totalmente, pero no podían hablar de ello con la Guardia civil porque los habrían acusado de complot o asesinato e incluso de locos.— ¿Y cuando se enteró usted, al volver ellos a los Ángeles? — No hijo, Arthur y Steve no tuvieron valor de hablar de ello conmigo, nunca los vi después de la desaparición de Paul. Se que Arthur poco después desafortunadamente se estrello en una avioneta. Steve fue el que me mandó por mensajería el paquete con el reloj y la nota que te he comentado. — ¿y el reloj donde está? — En mi muñeca ahora mismo— dijo sacando la mano de la sabana en la que ocultaba el reloj. Tal y como me había comentado se trataba de un Rolex plateado de esos grandes y caros, pero parado justamente en la fecha en la que desapareció y a las 12:03. Se lo sacó poco a poco para no desajustar los tubos del suero que tenía conectados y me lo tendió mirándome fijamente.— Toma, todo tuyo.

— No, no me lo dé.— comenté nervioso. Jamás hubiera imaginado que lo tuviera allí, tan cerca de mí.— Hijo, es la única prueba. Nunca debes dejar un cabo suelto recuérdalo... En nuestra profesión, los mínimos detalles son los más importantes para ganar un caso.— Sí, pero es que aún no se muy bien cuando volveré a Barcelona. Pero reconozco que todo esto me está intrigando cada vez más, prometo devolvérselo en cuanto tenga las cosas un poco más claras.— Acabé por decir cogiendo con mano temblorosa aquel valioso objeto.— Cuando quieras hijo. Sabes, he alquilado una casa en Galway para pasar una temporada. Si decides volver a Barcelona, estaremos a 3 horas de avión.— Eso está muy bien Mr. Calvin, pero primero recupérese— contesté guardando aquel reloj en mi americana.

A medida que las pruebas se iban acercando a mi, sentía más fuerte la necesidad de seguir encontrando respuestas a la desaparición de Paul hacía más de 15 años. Aquella tarde me había olvidado de preguntarle a Mr Calvin sobre los motivos que llevaron a Steve a enloquecer de la noche a la mañana. Me extrañaba muchísimo también, que Steve y Arthur no hubieran querido dar la cara para explicar lo que había ocurrido aquel fatídico día a las 12:03. Todo era extrañísimo.Me metí en el coche y saque el reloj del bolsillo. A simple vista no tenía nada especial, efectivamente estaba parado a las 12:03 y la fecha era un 12 de agosto. Mire detenidamente si había alguna señal o mueca con algún dato más, pero estaba todo normal. Intente abrirlo con un tornabis pero al ser un modelo original se necesitaba una llave especial. En aquel

momento se me paso una idea por la cabeza que no había tenido antes y era la posibilidad de poder mantener una entrevista con Steve. Pensé en hacerle una visita al Psiquiátrico para ver si podía hacerle algunas preguntas, aunque no sabía el nivel mental de locura que tenía, ni el motivo por el cual estaba en aquel estado. La mejor forma de averiguarlo era ir hasta allí haciéndome pasar por un viejo amigo de la infancia y ver que podría sacar de ello.Estaba a unos cuarenta minutos en coche desde el hospital, así que no me lo pensé dos veces y salí para allí.El camino se me hizo bastante largo pero me sentía como en una de esas películas en las que el detective va buscando pruebas. Yo solo era un simple abogado novato con una reciente especialización en criminología, algo que no me servía de mucho, ¿o tal vez si?

Llegue al Psychiatric center Stanfords cuando ya casi anochecía. Era un centro moderno con la fachada de ladrillos oscuros y un gran letrero encima de la puerta principal. Un inmenso aparcamiento con figuras de mármol daba la bienvenida al centro. Dejé el coche allí y entre en la recepción. A aquellas horas no había apenas visitantes. Una chica rubia mascando chicle conectada al Messenger disimuladamente levanto la vista y me sonrió. — Hola, en que le puedo atender. — Venia a visitar a un amigo Steve Corrison.— comenté devolviéndole la sonrisa. No quería que se notaran los nervios que tenía.— ¿Tiene hora concertada?

— No, veras es que mi visita es una sorpresa. Él ni se lo imagina.— Pues lamento decirle que entonces no puedo darle acceso al centro.— contestó volviendo la mirada a la pantalla del ordenador.— Es que mi amigo necesita que le den sorpresas, según dijo el médico, creo que para estimular su razonamiento y despertar la razón.— solté sin saber que excusa poner.— ¿Quien le dijo eso? ¿Que médico?— Si, ese que bromea tanto— contesté viendo que la conversación empezaba a ser ridícula.— ¿El doctor John Malcom?— preguntó ella evitando que saliera de allí corriendo.— ¡Si, ese! Es un cachondo. Él me lo dijo.— Ya, verás es que aún así, no se puede dar acceso sin cita previa.

Desde luego aquello no estaba siendo nada fácil.

— Va, enróllate. Imagínate que tu estas en mi lugar y vas a ver a tu mejor amiga. — Ya, pero tengo normas.— Joder, esto es una putada para el que está aquí encerrado, y para los amigos... ósea yo... que no tenemos permiso para entrar y dar un sorpresón. Quizás hasta dentro de seis meses no pueda volver a venir a verlo.— me quejé usando la alternativa de la lástima y el enfado.— Ehhmm venga va, hablaré con la doctora Meiers que está de guardia, veré que puedo hacer.— contestó al final dando vueltas al chicle de una forma visible.

En aquel momento le lancé un beso con mis manos al que me respondió con una sonrisa mientras hablaba con la doctora jefe, haciéndome la señal de Ok con la mano y confirmando que me dejaban pasar.

— Ya puede pasar, pero solo 10 minutos porque ya es tarde. Le acompañara el chico que vendrá ahora y que le esperara fuera de la habitación. — Gracias. Porque estoy casado y con cinco hijos si no te pedía en matrimonio ahora mismo.

Seguí a aquel celador por un largo pasillo, escuchando la risa sonora de la muchacha que aun daba vueltas a mi comentario, hasta que llegamos a una habitación. Me abrió la puerta y al entrar vi a un hombre sentado en el borde de una cama, mirando algo que reconocí al instante. Sobre sus piernas tenía abierta el mismo número de la revista que yo había comprando en la estación de servicio, el “Mystical world” con el especial montañas mágicas. Aquello me sorprendió tanto o más que tener a Steve delante de mí.Él no levantaba la mirada de la revista y mientras me iba acercando vi que la tenía abierta por la página que hablaba de Montserrat. En aquel momento un escalofrió y una sensación de miedo me recorría todo el cuerpo. Aquello era surrealista. Que hacía yo visitando a Steve, no lo conocía de nada y no sabía cómo iba a reaccionar a mis preguntas en referencia a la desaparición de Paul.Me senté a unos dos metros de él, bajo la atenta mirada del celador que nos observaba por la ventana de la puerta. Steve al notarme levantó la cabeza poco a poco hasta que se

encontraron sus ojos con los míos, clavando su mirada en mi. Era desconcertante y tras un largo silencio se dirigió a mí.

— ¿Tu también quieres saber cosas de la montaña?

- Capítulo 4 -

Tras la pregunta de Steve, se hizo un silencio largo que necesitaba ser roto de alguna manera. Yo me sentía sorprendido por aquellas palabras, por su mirada inquietante, por esa habitación sin ventanas, la luz fría del fluorescente y por el misterio que guardaba aquella visita al centro. No tenía más remedio que empezar a hablar y ser muy cauteloso con mis palabras, si no quería hacerle cambiar de conducta o despertarle aquella locura o demencia que había aflorado después de la desaparición de Paul.

Steve tendría unos cuarenta y tantos. Era muy delgado y no muy alto, pelo rubio corto, ojos azules y pómulos muy hundidos. Llevaba puesto un pijama blanco algo manchado de babas en el pecho y unas zapatillas marrones. Sentí pena, no sabía que trauma habría causado que aquel hombre terminará allí y de aquella manera.

— Hola Steve, ¿de que montaña me hablas?— Terminé por preguntar intentando darle a entender que desconocía el tema. — Lo sabes muy bien, la que te llama... la que te susurra... la que te envuelve... Todos me preguntáis lo mismo, ya os lo he dicho no recuerdo nada... se fue... se fue... se fue… se fue— exclamó con una risa sonora y algo escalofriante.— Yo solo vengo a hablar contigo y conocerte— contesté sin saber muy bien como salir de aquello. — Ella sabe porque estás aquí... lo sabe todo... todo... todo— dijo balanceando su cuerpo hacia adelante y hacia atrás

apoyando la revista en su pecho con las dos manos y la mirada perdida fija en el suelo.— Yo era amigo de Paul y me gustaría saber que paso realmente allí aquel día. ¿Recuerdas esto?— Pregunté sacando de mi bolsillo el reloj. Sentía que tenía que arriesgarme. En aquel instante paró el balanceo de su cuerpo clavando otra vez aquella mirada extraña en el objeto que yo le mostraba y entonces vi que en sus ojos brillaban unas lágrimas que necesitaban salir. Sus labios se movían susurrando el nombre de Paul... Paul...

— Ellos sabían todo lo que hacíamos, alguien les informo de lo nuestro y querían saber cómo... solo querían saber cómo... Mataron a Arthur y pronto vendrán a por mí…— musitó entre sollozos.— ¿Ellos? ¿Quienes son ellos?— pregunté con total confusión. — Ellos... Estaban en Roma, en Paris, Londres nos seguían pero no... no ¡no tendrán lo que buscan!— gritó con rabia y con la mirada otra vez al suelo.— ¿Que buscan Steve?— pregunté sintiendo que aquella visita llegaba a su fin.— Lo que tienes en tus manos, estas en peligro ahora irán a por ti.

Sentí miedo, sensación que siempre venia a mí en situaciones que no controlaba, pero me acorde de Mr. Calvin y en su forma de afrontar las dificultades. Quise ser como él por unos instantes. Me di cuenta que aquello ya no tenía vuelta atrás y que debía aprovechar aquella oportunidad por quizás