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51 CAPITULO V LA TERCERA POSICION 1. La construcción de una política El 13 de noviembre de 1946, el presidente argentino daba precisas y amplias instrucciones al doctor Diego Luis Molinari, cabeza de la delegación oficial que viajaría a México para asistir a la transmisión del mando presidencial en dicho país, porque “mucha gente querrá saber cuál es la solución argentina” y porque “empezarán por decirles que el plan quinquenal tiene aspectos totalitarios”, según palabras del líder justicialista. ¿Y por qué no decían lo mismo de los planes sancionados por la monarquía británica, similares al argentino? El 25 de noviembre, al hablarles a los trabajadores en el Teatro Colón, Perón contraatacó, afirmando: “Los partidos totalitarios realizaban toda su obra para la guerra y nosotros estamos realizando toda nuestra obra para la paz” y además señalando que su movimiento rechazaba tanto el “régimen capitalista” como el “estatal puro”. También habló de un nuevo sistema “que hemos de ir tanteando —apuntó— empíricamente para entrar en él”. Dos días después, en el mismo escenario, se dirigió a los industriales, a los que recordó su disertación del 25 de agosto de 1944 en la Bolsa de Comercio, para puntualizarles que todo se había cumplido como él lo había predicho. En la parte medular de su discurso, Perón señaló la marcha de “un mundo en su cruda evolución hacia nuevas formas”. Y manifestó: “Parecería que una tercera concepción pudiera conformar una solución aceptable, por la cual no se llegaría al absolutismo estatal, ni se podría volver al individualismo absoluto del régimen anterior. Será una combinación armónica y equilibrada de las fuerzas que representan al Estado moderno para evitar la lucha y el aniquilamiento de una de esas fuerzas, tratando de conciliarlas, de unirlas y de ponerlas en marcha paralela para poder conformar un Estado en el cual, armónicamente, el Estado, las fuerzas del capital y las fuerzas del trabajo, combinadas inteligente y armoniosamente, se pusieran a construir el destino común con beneficio para las tres fuerzas y sin perjuicio para ninguna de ellas”. Dijo algo más Perón ese día: que a esa concepción los comunistas llaman “bonapartismo” y precisó: “Por eso, para ellos, yo soy ‘bonapartista’. Tan no lo somos que la concepción bonapartista de la revolución francesa fue una concepción de lucha y de destrucción, y la nuestra es de paz, constructiva para bien de todos”. Perón estaba entrando doctrinariamente en la Tercera Posición. Los hechos no iban sino a confirmar los dichos en la dirección tercerista que estaba brotando. En Nueva York, el doctor Arce sostenía el principio de “no intervención” en la “cuestión española”, a partir de la sesión del 3 de diciembre en la Asamblea General de la ONU. Se atrevió a decir que el peligro de comprometer la paz y la seguridad internacionales podía derivar “precisamente de cualquier tentativa destinada a mezclarse en la política interna del Estado español”. El 12 de diciembre se aprobó “el retiro de Madrid de los jefes de todas las misiones diplomáticas” por 34 votos contra 6, más 13 abstenciones. Negaron el voto esa vez: la Argentina, Costa Rica, República Dominicana, Ecuador, El Salvador y el Perú. Un año después se iba a replantear el “caso español” y la delegación argentina mantendría inconmovibles sus posiciones. La filosofía de la Tercera Posición, tanteada empíricamente en 1946, iba a ser formulada rotundamente en el curso de 1947. Como lo han descubierto en los últimos tiempos diversos estudiosos extranjeros, Perón fue un auténtico precursor del llamado Tercer Mundo, inexistente por aquellos días. “Su mérito consiste —escribe Peter Waldmann— en que en una etapa muy temprana del proceso internacional de descolonización reconoció y formuló con bastante claridad los problemas más importantes y los principales objetivos de los países menos desarrollados”. Por su parte, Rudolf Knoblauch reconoce: “La tercera posición es superadora del marxismo internacional dogmático y del capitalismo demoliberal”, y agrega: “Perón se consideraba, en parte con razón, como el precursor del movimiento del tercer mundo...”. Y otro autor germano, Karl-Alexander Hampe, formula este juicio aún más comprensivo: “Bajo el gobierno de Perón, en los años cuarenta y cincuenta, la política exterior argentina jugó un papel rector en América latina, sobre todo en el enfrentamiento con los Estados Unidos. En aquel momento, Perón adoptó una concepción que luego sería proclamada como doctrina común del tercer mundo”. El reconocimiento es algo tardío, pero lo mismo vale. El 6 de julio de 1947, el presidente argentino dirigió un mensaje a todos los pueblos del mundo, por medio de más de mil radioemisoras (entre ellas, la BBC de Londres), en que planteaba objetivos de cooperación económica y de paz mundial, desechando “los extremismos capitalistas y totalitarios”, fuesen éstos de derecha o de izquierda. “La labor —señaló— para lograr la paz internacional debe realizarse sobre la base del abandono de ideologías antagónicas y la creación de una conciencia mundial de que el hombre está sobre los sistemas y las ideologías, no siendo por ello aceptable que se destruya la humanidad en holocausto de hegemonías de derecha o de izquierda”. En su histórico mensaje, Perón reclamaba el “desarme espiritual de la humanidad”, porque ya no podían ser factores coexistentes en el mundo “la miseria y la abundancia, la paz y la guerra”. El documento Por la cooperación económica y la paz mundial fue enviado por la Cancillería argentina a los gobiernos hispanoamericanos y a la Santa Sede. La idea de que “el hombre está sobre los sistemas” constituye el núcleo antropológico y filosófico de la Tercera Posición. Se trata del hombre integral, rescatado de las filosofías naturalistas, sociobiologistas, economicistas y materialistas dialécticas que reconocen como raíz el pensamiento de la Ilustración, por el cual la persona humana quedó parcialmente vaciada, por exclusión de componentes sustanciales: las creencias, la fe, las potencias no racionales, el cual la persona humana quedó parcialmente vaciada, por exclusión de componentes sustanciales: las creencias, la fe, las potencias no racionales, el sentido de lo sagrado. El justicialismo www.elbibliote.com

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CAPITULO V

LA TERCERA POSICION 1. La construcción de una política El 13 de noviembre de 1946, el presidente argentino daba precisas y amplias instrucciones al doctor Diego Luis Molinari, cabeza de la delegación oficial que viajaría a México para asistir a la transmisión del mando presidencial en dicho país, porque “mucha gente querrá saber cuál es la solución argentina” y porque “empezarán por decirles que el plan quinquenal tiene aspectos totalitarios”, según palabras del líder justicialista. ¿Y por qué no decían lo mismo de los planes sancionados por la monarquía británica, similares al argentino? El 25 de noviembre, al hablarles a los trabajadores en el Teatro Colón, Perón contraatacó, afirmando: “Los partidos totalitarios realizaban toda su obra para la guerra y nosotros estamos realizando toda nuestra obra para la paz” y además señalando que su movimiento rechazaba tanto el “régimen capitalista” como el “estatal puro”. También habló de un nuevo sistema “que hemos de ir tanteando —apuntó— empíricamente para entrar en él”. Dos días después, en el mismo escenario, se dirigió a los industriales, a los que recordó su disertación del 25 de agosto de 1944 en la Bolsa de Comercio, para puntualizarles que todo se había cumplido como él lo había predicho. En la parte medular de su discurso, Perón señaló la marcha de “un mundo en su cruda evolución hacia nuevas formas”. Y manifestó: “Parecería que una tercera concepción pudiera conformar una solución aceptable, por la cual no se llegaría al absolutismo estatal, ni se podría volver al individualismo absoluto del régimen anterior. Será una combinación armónica y equilibrada de las fuerzas que representan al Estado moderno para evitar la lucha y el aniquilamiento de una de esas fuerzas, tratando de conciliarlas, de unirlas y de ponerlas en marcha paralela para poder conformar un Estado en el cual, armónicamente, el Estado, las fuerzas del capital y las fuerzas del trabajo, combinadas inteligente y armoniosamente, se pusieran a construir el destino común con beneficio para las tres fuerzas y sin perjuicio para ninguna de ellas”. Dijo algo más Perón ese día: que a esa concepción los comunistas llaman “bonapartismo” y precisó: “Por eso, para ellos, yo soy ‘bonapartista’. Tan no lo somos que la concepción bonapartista de la revolución francesa fue una concepción de lucha y de destrucción, y la nuestra es de paz, constructiva para bien de todos”. Perón estaba entrando doctrinariamente en la Tercera Posición. Los hechos no iban sino a confirmar los dichos en la dirección tercerista que estaba brotando. En Nueva York, el doctor Arce sostenía el principio de “no intervención” en la “cuestión española”, a partir de la sesión del 3 de diciembre en la Asamblea General de la ONU. Se atrevió a decir que el peligro de comprometer la paz y la seguridad internacionales podía derivar “precisamente de cualquier tentativa destinada a mezclarse en la política interna del Estado español”. El 12 de diciembre se aprobó “el retiro de Madrid de los jefes de todas las misiones diplomáticas” por 34 votos contra 6, más 13 abstenciones. Negaron el voto esa vez: la Argentina, Costa Rica, República Dominicana, Ecuador, El Salvador y el Perú. Un año después se iba a replantear el “caso español” y la delegación argentina mantendría inconmovibles sus posiciones. La filosofía de la Tercera Posición, tanteada empíricamente en 1946, iba a ser formulada rotundamente en el curso de 1947. Como lo han descubierto en los últimos tiempos diversos estudiosos extranjeros, Perón fue un auténtico precursor del llamado Tercer Mundo, inexistente por aquellos días. “Su mérito consiste —escribe Peter Waldmann— en que en una etapa muy temprana del proceso internacional de descolonización reconoció y formuló con bastante claridad los problemas más importantes y los principales objetivos de los países menos desarrollados”. Por su parte, Rudolf Knoblauch reconoce: “La tercera posición es superadora del marxismo internacional dogmático y del capitalismo demoliberal”, y agrega: “Perón se consideraba, en parte con razón, como el precursor del movimiento del tercer mundo...”. Y otro autor germano, Karl-Alexander Hampe, formula este juicio aún más comprensivo: “Bajo el gobierno de Perón, en los años cuarenta y cincuenta, la política exterior argentina jugó un papel rector en América latina, sobre todo en el enfrentamiento con los Estados Unidos. En aquel momento, Perón adoptó una concepción que luego sería proclamada como doctrina común del tercer mundo”. El reconocimiento es algo tardío, pero lo mismo vale. El 6 de julio de 1947, el presidente argentino dirigió un mensaje a todos los pueblos del mundo, por medio de más de mil radioemisoras (entre ellas, la BBC de Londres), en que planteaba objetivos de cooperación económica y de paz mundial, desechando “los extremismos capitalistas y totalitarios”, fuesen éstos de derecha o de izquierda. “La labor —señaló— para lograr la paz internacional debe realizarse sobre la base del abandono de ideologías antagónicas y la creación de una conciencia mundial de que el hombre está sobre los sistemas y las ideologías, no siendo por ello aceptable que se destruya la humanidad en holocausto de hegemonías de derecha o de izquierda”. En su histórico mensaje, Perón reclamaba el “desarme espiritual de la humanidad”, porque ya no podían ser factores coexistentes en el mundo “la miseria y la abundancia, la paz y la guerra”. El documento Por la cooperación económica y la paz mundial fue enviado por la Cancillería argentina a los gobiernos hispanoamericanos y a la Santa Sede. La idea de que “el hombre está sobre los sistemas” constituye el núcleo antropológico y filosófico de la Tercera Posición. Se trata del hombre integral, rescatado de las filosofías naturalistas, sociobiologistas, economicistas y materialistas dialécticas que reconocen como raíz el pensamiento de la Ilustración, por el cual la persona humana quedó parcialmente vaciada, por exclusión de componentes sustanciales: las creencias, la fe, las potencias no racionales, el cual la persona humana quedó parcialmente vaciada, por exclusión de componentes sustanciales: las creencias, la fe, las potencias no racionales, el sentido de lo sagrado. El justicialismo

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reconoce su centro de irradiación en un hombre recuperado en la totalidad de su ser. Y se proyecta de lo interno a lo externo como Tercera Posición humanista y cristiana. La propuesta, hecha desde la periferia del mundo, carecía entonces del poder suficiente para imponerse. La realpolitik le exigiría a Perón concesiones y algunos renunciamientos, siempre en términos de praxis (nunca de doctrina), en ese mundo en derrumbe, cuya área periférica empezaba a conmoverse precisamente hacia 1947. El 15 de agosto de ese mismo año, la India recién alcanzaba su in dependencia; al año siguiente la logró Birmania; en 1949, en China cae Autoy, último bastión “nacionalista” y se llega a la República; y el mismo año nacen los Estados Unidos de Indonesia, luego que Holanda pone fin a su dominio. En 1952 se hundirá en Egipto la monarquía servil de Faruk y al año siguiente será proclamada la Republica. China Popular es reconocida por Gran Bretaña, Suiza, Pakistán e Israel en 1951. En mayo de ese mismo año, Mohammed Mossadegh logra que el sha Reza M. Pahlevi sancione la ley de nacionalización de los yacimientos petrolíferos de Irán, pero en agosto de 1953 será derrocado y puesto en prisión. En rigor de verdad, la tercera fuerza toma cuerpo recién en la década de 1950 y no deja de ser ilustrativo señalar que en abril de 1955, cuando ocurre la reunión de Bandung, el peronismo se aproximaba al término de su primer ciclo. Y de no haber vivido Juan Perón esa crisis desorbitada, que descompone su frente interno a comienzos del 55, se hubiese contado entre los participantes de aquella histórica conferencia afro-asiática, junto a Nehru, Nasser y Chou-En-Lai. Por documentos publicados por el Departamento de Estado correspondientes a 1948, sabemos que a los norteamericanos les resultaba difícil entender qué significaba la Tercera Posición y hasta llegaron a creer que se podía tratar de “un poco de demagogia para consumo interno”, según reza una comunicación del encargado de negocios en Buenos Aires, Gus W. Ray, del 20 de febrero de 1948. En ese mismo despacho Ray expresa que varias veces le preguntaron a Bramuglia y al mismo Perón “qué querían decir con Tercera Posición”, y agrega: “Perón ha explicado que él tiene una tercera posición en sentido económico: él no cree en estados socialistas o comunistas o en ninguna forma de economía totalitaria”. Pero también señalaba que los capitalistas disponían “de trusts o monopolios que causan abusos”. Y concluía Ray: “Perón describe su posición como algo entre la extrema izquierda y la extrema derecha”. Evidentemente, impregnados de una cosmovisión utilitaria terminaban reduciendo la doctrina a términos de negocios. No había enigma alguno en las formulaciones de Perón, fácilmente comprensibles para los habitantes de la periferia. 2. Las “Actas de Chapultepec” y la “Carta de las Naciones Unidas” En su Mensaje... “del 4 de junio, Perón anunciaba al Congreso el envío para su tratamiento, de las Actas de Chapultepec y de la Carta de las Naciones Unidas. La ratificación de ambos acuerdos, a los que ya había adherido el gobierno militar, ponía fin al aislamiento argentino. Ahora nos sería permitido ingresar en la organización internacional de la postguerra. Sin embargo, ello podría suponer compromisos militares, políticos o económicos que limitarían nuestra voluntad soberana. Por tal razón, Perón advertía que “...era necesario tener en cuenta que cuando las decisiones internacionales rebasan el marco general de las declaraciones constitucionales, los pueblos pueden optar por no convalidar las extralimitaciones en que se haya incurrido o recurrir a la reforma de la Constitución...”. Por ello apelaba a la sabiduría y patriotismo del Congreso “...para establecer la definición certera de lo que mejor convenga a la República.” Era un paso difícil el que se iba a dar, sobre todo por su posible costo político interno, teniendo en cuenta que meses antes, las elecciones presidenciales se habían definido por la opción “Braden o Perón”, y las Actas parecían ser la continuidad de Braden. Pero el ingreso de la Argentina en la ONU y en el concierto americano, ¿era una imposición estadounidense? Desde la perspectiva latinoamericana, la cuestión tenía otros matices. Existían inquietudes reales respecto de la creciente supremacía norteamericana y su marcado “universalismo” que los llevaba conjuntamente con otras potencias a acuerdos como los de Bretton Woods o Dumbarton Oaks sin ni siquiera tener en cuenta los problemas de la Argentina, sus “socios de la guerra”. El problema se hacía más agudo aún por el estricto control de los Estados Unidos sobre sus economías, como así también cierto clima de retorno al tantas veces repudiado “intervencionismo”, como por ejemplo la “actuación” de Braden en Buenos Aires; la caída de Vargas, obligado a renunciar en octubre de 1945, después del discurso del embajador Berles (jr) pidiendo un cambio de gobierno en Brasil y la no menos inquietante “doctrina” Rodríguez Larreta, que sostenía que la sola presencia de un gobierno antidemocrático en América era una amenaza para la seguridad de los demás. Pero la incorporación de la Argentina no era una cuestión simplemente regional. También tenía que ver con la integridad del bloque americano, que en condición de tal debía concurrir a San Francisco preservando, ante el proyecto universalista de Dumbarton Oaks, su autonomía en cuanto a resolver su seguridad regional, así como también enfrentar la ofensiva desigualdad del Consejo de Seguridad y el poder de veto de las grandes potencias. Stettinius y Rockefeller —sabiendo que debían nadar entre dos aguas— debieron comprometerse en México a apoyar en la Conferencia las pretensiones latinas... El tema de la Argentina había sido ya discutido entre Roosevelt y Stalin en Yalta. Allí Roosevelt había asegurado a su par que no apoyaría la admisión de la Argentina. No obstante, los compromisos de México obligaron a la diplomacia yanqui a cambiar de actitud. Ello dio lugar a una de las más agrias disputas con la delegación soviética en San Francisco. Molotov se pronunció vehementemente contra el fascismo prusiano de los argentinos y reclamó lo convenido en Yalta acerca de la incorporación de Ucrania y Bielorusia con derecho a voto en la Asamblea. Los latinoamericanos hicieron saber que no tolerarían a ambas repúblicas soviéticas a menos que la Argentina fuera admitida también. Molotov propuso dilatar el tratamiento de la cuestión y requirió el

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reconocimiento del Comité de Lublin (gobierno polaco procomunista). Llevada la cuestión a voto, triunfó la tesis americana y la Argentina fue admitida. Su delegación pudo actuar en la Conferencia y signar la Carta. El primer objetivo de Chapultepec estaba logrado, pero el problema de conciliar la autonomía de un acuerdo regional referente a seguridad y defensa con el derecho de veto del Consejo de Seguridad fue larga y arduamente negociado en y entre las delegaciones. Según Vandenberg, se desató un “infierno” entre los universalistas y los regionalistas del Departamento de Estado. La fórmula que superó la cuestión fue la de consagrar el derecho de “legítima defensa”, individual y colectiva en caso de ataque armado. Tal lo incorporado en el Art. 51 de la Carta. El camino hacia el sistema americano estaba abierto, no era posible retroceder. La composición de un sistema interamericano con la reincorporación argentina calmaría preocupaciones al par que ampliaría sus bases de negociación frente al poderoso “socio” del norte. En nota al Foreign Office de febrero de 1947, el embajador británico en Estados Unidos, Lord Inverchapel, escribía “durante cuarenta años o más la Argentina ha sido una espina en la carne de sucesivos gobiernos norteamericanos, en razón de haber liderado continuamente la resistencia latinoamericana a la hegemonía de los Estados Unidos sobre el hemisferio occidental. Tanto los liberales argentinos —entre ellos el Dr. Saavedra Lamas— como los nacionalistas y militaristas han exasperado a los estadistas norteamericanos con su pretensión de ser la voz de América Latina contra la dominación “yanqui” o la “diplomacia del dólar”. Su exasperación durante años recientes ha sido acompañada por la incómoda conciencia de que la Argentina representa más que un desafío transitorio, y que otros países latinoamericanos, aunque inclinados a sospechar de la Argentina como de un trepador arrogante, a pesar de todo, la consideran una bienvenida punta de lanza contra la penetración norteamericana” (citado por C. Escudé, Gran Bretaña, Estados Unidos y la declinación argentina 1942-1949). La ratificación de las Actas no fue tratada sino hasta agosto y es tuvo precedida por una creciente agitación promovida por algunas agrupaciones nacionalistas. El Senado la aprobó el 19 por unanimidad y con solo el discurso del senador Diego Luis Molinari. La pieza de Molinari es un discurso relativamente ambiguo. Tanto podían apoyar como rechazar las Actas, lo que revela una convicción no muy profunda. El 15 de agosto José Luis Torres, en una carta que luego hiciera pública, trataba de convencerlo para el voto en contra. Sin embargo, en la postdata hace esta salvedad: “supongo que una de las razones por las cuales el gobierno quiere la aprobación de las actas es para alinearse contra Rusia, es decir para que la Argentina forme un bloque con toda América si la lucha contra Rusia se produce. Pero en ese caso, y precisamente para que la adhesión a América sea verdadera, habría que preservar su soberanía y acaso acrecentarla. ¿Por qué, ante la posibilidad de un hecho semejante, hemos de aceptar que nos internacionalicen por completo?”. Por elevación, Torres aludía a las declaraciones de Perón del 1º de agosto, que se referían a la actitud argentina ante potenciales conflictos que en “caso de materializarse, la encontrarán junto a Estados Unidos y las otras naciones americanas”. No obstante la agitación continuó, promovida por activistas de la Asociación Libertadora Nacionalista y alimentada por la prédica de Torres, Ibarguren y otros desde las columnas de Tribuna. El trámite se complicó en Diputados. En la comisión respectiva, la bancada peronista propuso reservas a la soberanía y los radicales, cláusulas interpretativas. Las propuestas no prosperaron y se aprobó lo girado por el Senado. Hubo abstención radical y voto en contra de siete diputados peronistas. El 21 de agosto, Bramuglia salió a explicar el alcance de lo firmado. En un discurso radial dijo: “... la soberanía de la Argentina no ha sido tocada. Tampoco comprometida. La Carta... y el Acta... no tienen fuerza”. “... En ninguna parte de las Actas de Chapultepec, en ninguna de sus declaraciones, recomendaciones o resoluciones se advierte la posibilidad de un gobierno centralizado, formado por la concurrencia de los gobiernos americanos, ni en torno al país considerado más fuerte ni en torno al considerado más débil (...) No hay en América y para América estados que puedan ser carceleros de ninguno. Nadie ni ninguna de las naciones de América están tomadas por las proyecciones de ninguna conferencia”. Más allá de discursos y prevenciones, los hechos posteriores de la diplomacia peronista, evidenciarán que aún en las sinuosidades de la realpolitik es posible mantener incólumes los principios y transitar el camino universalista de la postguerra, sin mengua de la soberanía. 3. La “paz” con los Estados Unidos La ratificación de la Carta y de las Actas no significó el cese del ambiente hostil en las relaciones con los Estados Unidos. Ni siquiera las medidas tomadas en la Argentina para erradicar espías nazis. Es que el problema tenía que ver más con la heredada animadversión de Hull, que subsistía en la administración de Byrnes frente al Departamento de Estado (Braden seguía como subsecretario para los Asuntos Latinoamericanos). Como anota Peterson, los senadores Connally y Vandenberg criticaban la dureza de la Administración, que comprometía la solidaridad interamericana, esencial frente a la ahora peligrosa difusión del comunismo. Por otra parte, no debemos olvidar que una de las primeras medidas de Perón fue el restablecimiento de las relaciones diplomáticas y comerciales con la URSS (junio de 1946). El 8 de enero, Truman reemplazó a Byrnes por Marshall y poco después, “saludó” el Decreto Nº 1921 de Perón por el que la Argentina adquiría los bienes de la propiedad enemiga. La situación internacional empeoraba a raíz de las amenazas soviéticas en Grecia y Turquía lo que empujaba al mundo a la “guerra fría”. El 24 de marzo Truman pronunció su famoso discurso-doctrina. El 3 de junio, en una reunión con el embajador en los Estados Unidos, Oscar Ivanisevich, el Secretario de Estado Marshall y D. Acheson, con la ostensible exclusión de Braden, Truman declaró: “... su buena voluntad para reanudar las consultas con las

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repúblicas americanas...” al par que expresaba su deseo de poner fin a la desinteligencia argentino-norteamericana. Quedaba abierto el camino para discutir en Río de Janeiro el Tratado previsto en el Acta de Chapultepec. 4. La Conferencia de Río (15 de agosto- 2 de setiembre de 1947) No hubo grandes sobresaltos en la Conferencia de Río. La delegación argentina actuó acorde con la relativa “paz” lograda con los norteamericanos, bajando la intensidad de su intransigencia habitual. No obstante, no dejó de plantear sus divergencias, “...y fue entonces el ausente de Chapultepec quien en Río de Janeiro se transformaría en gran interlocutor del debate sobre los principios que contendría el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca. Las primeras figuras de la discusión resultaron ser Atilio Bramuglia y George Marshall”. (Archibaldo Lanús, De Chapultepec al Beagle). Las cuestiones fundamentales sobre las que la delegación insistió vigorosamente fueron las referidas a la definición del concepto de agresión y uso de la fuerza; al sistema de votación para la toma de decisiones; al ámbito del Tratado; la “no automaticidad” y la inclusión de una cláusula de denuncia. Lo logrado al respecto no fueron triunfos espectaculares, sin embargo marcan una línea coherente en la preservación de la soberanía. Discutida la primera cuestión, la Delegación trató de circunscribir el asunto sólo a la agresión externa, obviando las sanciones colectivas en caso de agresión intramericana. Los norteamericanos se opusieron por lo que consideraron una desvirtuación del carácter regional del sistema. Transaron en “agotar los medios de solución pacífica” por el Organo de Consulta. “El rechazo de la acción pacificadora será considerado para la determinación del agresor y la aplicación inmediata de las medidas que se acuerden en la reunión de Consulta” (Art. 7). En la redacción del artículo 6, la Argentina obtuvo la eliminación de la figura amenaza de agresión, porque entendió que podía servir al intervencionismo en los asuntos internos de otros estados. Respecto a la segunda cuestión, la delegación intentó defender el principio de la “unanimidad”, lo que implícitamente suponía un derecho de veto para cualquiera de los Estados miembros. No hubo consenso y se aceptó la propuesta norteamericana de los “dos tercios de los estados signatarios”, con la salvedad de que “ningún estado estaría obligado a emplear la fuerza aramada sin su consentimiento” (Arts. 17y 20). En estos casos y en el contexto general del Tratado no existe ningún mecanismo de automaticidad, por cuanto las decisiones eran obligatorias si eran adoptadas previamente por el Organo de Consulta. El artículo 25 contiene la propuesta argentina respecto a la denuncia unilateral. La determinación de la zona de seguridad permitió a la Argentina, en armonía con Chile, reivindicar su soberanía sobre el sector antártico y las islas del Atlántico Sur. En efecto, la subcomisión de Redacción de la Comisión II, al redactar el artículo correspondiente, tomó como base la zona de neutralidad consignada en la Declaración de Panamá de octubre de 1939 que sólo llegaba hasta los 58º S, dejando fuera todo el espacio al sur del Pasaje de Drake. La propuesta fue rechazada por el delegado Pascual La Rosa, sin intención de negociar nada si no se incluían la Antártida y las islas. Se postergó la votación y se constituyó un comité militar integrado por la Argentina, Chile y los Estados Unidos. Es importante señalar —lo puntualizamos en el primer capítulo— que la Argentina y Chile habían acordado previamente el mutuo reconocimiento de derechos sobre la Antártida y el accionar conjunto al respecto (Declaración Conjunta del 12 de julio de 1947).

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El Comité aceptó la proposición argentina y la zona de seguridad se extendió hasta el Polo por sobre los meridianos de 24º y 90º de longitud oeste (Artículo 4º) (ver mapa). Como puede verse, la extensión incluía, además, el Sector Antártico Argentino-Chileno, las Islas Malvinas, Georgias, Sandwich, Orcadas y Shetland del Sur. Argentina y Chile agregaron una declaración al Tratado por la cual no reconocían”... la existencia de colonias o posesiones de países europeos” en la zona de seguridad. Guatemala y México también lo hicieron, respecto de Belice “llamado Honduras Británicas”. Los ingleses —como veremos más adelante— no tardarían en reaccionar y los norteamericanos eludieron todo compromiso mediante una reserva en la que declaraban, ante las reivindicaciones antes señaladas “... que el Tratado de Río de Janeiro no tiene efectos sobre la soberanía o el status nacional o internacional de cualquiera de los territorios incluidos en la región delimitada...“. Curiosa reserva a un tratado que pretendía defender la integridad de América; sólo comprensible en función de la ambivalencia de las lealtades norteamericanas, con latinoamérica y con Inglaterra. Esta contradicción se pondrá en evidencia en 1982 durante la guerra de Malvinas y hará del Tratado letra muerta. Fuera de estas cuestiones técnico-políticas, Bramuglia insistió vehementemente para la convocatoria a una Conferencia Panamericana que tratara cuestiones económicas. No estaba en el temario de la Conferencia, pero correspondía al estado general de inquietud e insatisfacción de los Estados latinoamericanos, especialmente aquellos que habían comprometido su economía en la guerra. En efecto, habían sido proveedores de materias primas estratégicas en un mercado de precios regulados y debían afrontar ahora un mercado “libre” en el que los productos primarios caían, los manufacturados ―como así también el requipamiento industrial y los capitales necesarios para su financiación— eran escasos y caros. Todo contribuía al desequilibrio, con el consecuente agotamiento de las reservas, inflación y endeudamiento. La propuesta argentina apuntaba a demandar un esfuerzo financiero desde Estados Unidos, capaz de recomponer el sistema y a ”...eliminar extremismos capitalistas y totalitarios, cualquiera sea su origen y la fracción a que pertenezcan...” (Harold Peterson, La Argentina y los Estados Unidos, discurso de Bramuglia, 1970). La respuesta norteamericana fue un no intransigente a todo. Marshall se encargó de decirles a los latinos que se ocuparan de los problemas de la defensa hemisférica y dejarán para la reunión de Bogotá el problema económico. Además abundó en explicaciones, tratando de convencer a todos de que la reconstrucción de Europa era prioritaria por sobre los problemas de la “hermandad” latinoamericana. Además, la reindustrialización de Europa, a mediano o largo plazo, les iba a permitir reencontrarse con sus tradicionales mercados distraídos por la guerra. Frustración y descontento, provocaría esta falta de “sensibilidad hacia el sentir de la América latina”. (Gordon Connell-Smith, Los Estados Unidos y la América Latina, 1977). 5. La Conferencia de La Habana (21 de noviembre de 1947 al 24 de marzo de 1948) Lo que caracterizaba a la política de ayuda y cooperación económica de los Estados Unidos no era una simple falta de sensibilidad. Como hemos visto, en tanto era una potencia económica rectora — conjuntamente con otros países industrializados— procuraron restaurar en el mundo de postguerra los mecanismos económicos internacionales que habían servido de base a la vieja supremacía europea, destruida por la crisis de los años treinta y la guerra: sistema multilateral de pagos e irrestricta libertad de comercio mundial. Todo lo que oliera a “proteccionismo” o bilateralismo en las relaciones comerciales era considerado como política negativa que podía llegar a justificar las no muy liberales políticas de discriminación, boicot, dumping, etc. En la Conferencia de La Habana se trató de coronar un proyecto de Carta para la Organización Internacional del Comercio, en el marco de la O.N.U., pacientemente elaborado en Ginebra meses antes, la Argentina participó como miembro de las Naciones Unidas, aún cuando no en las preparatorias y es obvio que sus propuestas debían chocar con el proyecto de acuerdo con los caracteres de la política peronista. La delegación fue encabezada por el senador Diego Luis Molinari y su accionar estaría sujeto a instrucciones muy precisas que apuntaban a defender la independencia económica y rechazar toda norma que favoreciese el comercio y el empleo de los países altamente desarrollados, como así también la subordinación a organismos internacionales en materia de adoptar políticas económicas nacionales o acuerdos regionales. Molinari intervino el 2 de diciembre, formulando un planteamiento de tipo doctrinario en el que se cuestionaba la supremacía del dólar y su respaldo metálico concentrado peligrosamente en una sola mano; el control a través de organismos internacionales de los mecanismos del comercio internacional (seguros, fletes, pagos, etc.); el sistema de préstamos y arriendo que afectaba especialmente a América latina y por último la consagración del sistema liberal capitalista con exclusión de otros vigentes y posibles. Al respecto, reivindicó la Tercera Posición y los logros de la economía social justicialista. Salió al cruce de las críticas que se hicieron a nuestro país acerca de la política de precios de los productos agrícolas, como así también ante las versiones que presentaban a la Argentina como beneficiaria insensible del hambre y la necesidad de los pueblos y su supuesta negativa a cooperar en la reconstrucción de la economía mundial. Para ello dio cifras sobre donaciones argentinas en carne, trigo y otros productos a Finlandia, Noruega, Grecia, Francia, la Santa Sede, Italia, Luxemburgo y la Cruz Roja, por un valor de 94 millones de dólares, entre 1940 y 1946. Consignó también que durante el gobierno peronista diversos organismos habían contribuido con 1.151 millones de dólares en créditos y préstamos otorgados a Bélgica, Checoslovaquia, Finlandia, Francia, Italia, España y Rumania, en la Europa destruida y a Bolivia y Chile en América.

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El 19 de diciembre, Molinari hizo pública las posibilidades de la Argentina de contribuir con embarques de productos agrícolas por valor de 5.000 millones de dólares. Bramuglia aclaró desde Buenos Aires que la oferta no se refería a metálico sino a volumen de exportaciones posibles. Conil Paz y Ferrari transcriben (Política Exterior Argentina 1930-1962) un editorial del New York Times de esa fecha en el que se insiste en que el error de la Argentina es considerar el Plan Marshall como una empresa comercial. “También indica que ese país cree que su habilidad en vender alimentos a las naciones necesitadas es una forma de ayuda”. Como puede verse el editorial es un modelo de la hipocresía de la prensa americana... La conferencia concluyó el 24 de marzo con la firma de la Carta, complejo documento de 106 artículos y más de 5.000 palabras. Junto con Polonia, la Argentina se abstuvo de firmarla por no haberse considerado ninguna de sus propuestas y reservas. La eficacia del acuerdo lo evidencia el hecho de que fuera firmado por cincuenta y dos países y sólo ratificado por uno: Liberia. Truman desistió en diciembre de 1950 de someter la Carta a la aprobación del Congreso. 6. La Conferencia de Bogotá (30 de marzo-29 de abril de 1848) Tal como había sido previsto en Lima en 1938, los países americanos concurrieron a Bogotá para integrar la IX Conferencia Internacional Americana. Había que concluir la labor iniciada en Chapultepec, continuada en Río de Janeiro en lo defensivo, con la creación de un organismo político regional. Pero las condiciones de 1948 no eran las mismas de 1938. Ni si quiera las de 1945. Las diferencias entre los aliados occidentales y los rusos ya eran un conflicto que producía alineamientos y bloques. En marzo de 1947 Truman definía su doctrina de asistencia a los países “libres” amenazados por el totalitarismo soviético y se trazaba la estrategia de la “contención”, que daba por descontado un agresivo expansionismo comunista de Rusia y que obligaba a occidente a alinearse en la defensa. Era la guerra fría. En junio de 1948 la decisión soviética de bloquear Berlín pondría al mundo en vilo ante la eventualidad de una tercera guerra mundial. De ahí lo perentorio en la concreción de la estructura regional. Sin embargo, diversos eran los criterios que había que conciliar. La Junta de gobierno de la Unión Panamericana había elaborado un proyecto de organismo regional con caracteres de carta constitucional que debía ser tratado en Bogotá y no precisamente a “libro cerrado”. Contrariamente a lo que sostiene Arthur Whitaker (La Argentina y los Estados Unidos), Perón dio a esta Conferencia una importante significación a juzgar por la nutrida y jerarquizada delegación que presidió Bramuglia. El 24 de marzo, en declaraciones a la prensa, Perón sostuvo la necesidad de fundar toda organización continental en una sólida integración económica: “... Para fundar una verdadera comunidad entre los pueblos americanos es necesario que nos entrelacemos en nuestros intereses (...) Nuestra política consiste en alcanzar convenios bilaterales con todos los países latinoamericanos (...) Nosotros hemos consolidado nuestra independencia económica y queremos llevarla a América, porque la independencia económica argentina en forma insular sería aleatoria...” (A. Lanús, op. cit. 183 subr. nuestro). En el mismo sentido se pronunciará el 24 de mayo de 1948, señalando que “...la mejor manera de consolidar el panamericanismo sería poner fin a la explotación de la América latina por el capitalismo imperialista y los ‘trusts’ sin fronteras...” (Whitaker, op. cit.). Estas precisiones de Perón no fueron simples desplantes destinados a adquirir prestigio y alimentar delirios de grandeza, fueron la reiteración de un reclamo ampliamente compartido por los latinoamericanos frente a las discriminaciones económicas norteamericanas. La punta de lanza argentina habría de funcionar en Bogotá, aunque con magros resultados por la ciega intransigencia del norte. La delegación reiteraría las reservas de la soberanía ya planteadas en otras conferencias, en el sentido de no aceptar nada que pudiera significar una organización superestatal, el rechazo de cualquier compromiso político militar. En síntesis, toda concesión que excediera el marco jurídico-administrativo. Cuando se trató el funcionamiento del Consejo Directivo, nuestra delegación logró la limitación de sus facultades políticas afianzando y fortaleciendo el “Organo de Consulta” o la “Conferencia Interamericana”. También sostuvo con éxito la incorporación de cláusulas de denuncia o enmienda. El 9 de abril la conferencia debió interrumpir la normalidad de sus labores. El asesinato de J. E. Gaitán generó un espontáneo estallido popular de inusitada violencia. La intervención de las fuerzas armadas colombianas pudo restablecer el orden y la conferencia reanudó sus sesiones a partir del 14 de abril. No es este el lugar para analizar el fenómeno del Bogotazo, pero, no cabe duda, la magnitud del levantamiento, su extrema violencia, sus secuelas de muerte y destrucción no dejó de influir en las delegaciones reunidas. Los Estados Unidos, Brasil, Chile y Perú se apresuraron a presentar un enérgico proyecto de resolución por el que se condenaba al comunismo internacional y cualquier totalitarismo, como así también su accionar subversivo, interno o externo. Implícitamente se vinculaba al comunismo con lo ocurrido. El proyecto enfatizaba el contenido político-ideológico de la condena y constituye, sin lugar a dudas, un primer antecedente de lo que más adelante sería la “doctrina de las fronteras ideológicas” tan a la medida de la guerra fría, como apta para encubrir el intervencionismo.

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La Argentina no rechazó la condenación del comunismo, pero exigió se considerara el tema desde el punto de vista económico y social, pues a la ideología había que oponer ideología y hechos. “... La magnificencia del espectáculo americano —dirá Bamuglia— ante la inmensidad de sus riquezas deslumbra, pero desconsuela que en países con tanta riqueza viven muy pocos ricos y muchísimos pobres. Muchos hombres, mujeres y niños que no tienen qué calzar, qué vestir, qué comer, ni vivienda adecuada. Nosotros debemos realizar fundamentalmente la justicia social si queremos que el continente no se impregne de idologías exóticas, de ideologías que contrarían la cultura occidental...”. La propuesta argentina de vincular la lucha contra el comunismo con la lucha contra la miseria y el establecimiento de una efectiva justicia social se tradujo en el texto de la Resolución XXXII. En su discurso del 1º de abril, Bramuglia había dicho: “No venimos a perseguir consecuencias sino a combatir causas”. 7. El Acuerdo Económico No obstante estas prevenciones, al discutirse el “Convenio Económico de Bogotá” volvieron a reiterarse los requerimientos de los latinoamericanos y el desentendimiento de los norteamericanos. Al iniciar sus sesiones, la Comisión IV, que entendía en el tema, escuchó un elocuente discurso de John McCloy, presidente del Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento (actual Banco Mundial) que había sido creado como consecuencia de lo tratado en Bretton Wood, conjuntamente con el Fondo Monetario Internacional. En su exposición, McCloy se esmeró por dejar bien en claro que el mayor esfuerzo financiero del mundo se centraba en la reconstrucción de Europa. Se empeñó además en demostrar a su auditorio que esto sería “beneficioso para América latina. Además “... los países de este continente pueden ser el primer campo experimental de la acción de tipo internacional en asuntos económicos que fue inicialmente trazada en Bretton Woods...”. Pero los latinoamericanos no debían temer ingerencias perniciosas respecto de sus políticas, pues “... el Banco no se ocupa de dictaminar sobre las medidas que deban adoptar los estados miembros en su desarrollo económico, ni sobre el ritmo de su progreso...”. Cada país tiene su propio modelo de desarrollo y a él hay que atenerse “... pero cualquiera que sea la forma que adopte, para su buen éxito deberá ser equilibrada y bien integrada (resaltado nuestro). A partir de allí, los préstamos deberán ser sanos y esta sanidad estaría asegurada por la capacidad de “...cada país en sí, para establecer y sostener un sistema monetario sólido y para lograr la estabilidad financiera...” El banco recibió instrucciones para efectuar una distribución equitativa de sus fondos para préstamos de reconstrucción y fomento, pero en cada caso recibió también instrucciones para lograr una seguridad razonable en la recuperación y cobro, con el fin de evitar las insolvencias y la mala voluntad que son la consecuencia de los préstamos excesivos e imprudentes...“. No era fácil acceder a la ayuda. Después de estos planteos, no caben dudas que los debates sólo servirían para plantear posiciones sin resultados concretos. Los latinoamericanos reivindicaron y así quedó consagrado en el artículo 3 del Acuerdo: “... como política general que se tome en cuenta la necesidad de compensar la disparidad que se aprecia frecuentemente entre los precios de los productos primarios y los de las manufacturas, estableciendo la necesaria equidad entre los mismos”. Esto dio lugar a la inmediata y solitaria reserva de los Estados Unidos. Por su parte, la delegación yanqui presionó insistentemente hasta lograr el artículo 25 en el que se establece que “... los Estados no de mandarán medidas discriminatorias contra las inversiones (extranjeras) respecto de posibles expropiaciones” las que estarán “...acompañadas del pago del justo precio en forma oportuna, adecuada y efectiva”. La Argentina y otros países hicieron reserva sobre este artículo, fundadas en la preservación de la supremacía de sus “textos constitucionales, así como no admitir para los capitales extranjeros, otra jurisdicción que la de sus propios Tribunales. Estas y otras reservas encontradas, como así también tardías ratificaciones posteriores, restaron fuerza al Convenio, que quedó como un hito más en el camino de las frustraciones americanas. No obstante este ambiente poco favorable al entendimiento, la delegación argentina propuso un vasto plan económico que atacaba seriamente los problemas básicos de América latina y que incluía, entre otras cosas, la fundación de un Banco Interamericano. Tardaría diez años en crearse. 8. El colonialismo Otro tema en el que los norteamericanos se vieron en aprietos diplomáticos, fue el tratamiento de la iniciativa de Guatemala, Argentina y Chile en el sentido de definir una política regional concreta que terminara con los establecimientos coloniales y territorios ocupados por países europeos, aún existentes en América. La delegación de los Estados Unidos no podía pronunciarse en favor de tales reclamaciones sin ofender a sus aliados europeos, pero tampoco podía oponerse. En Río, cuando se planteó el problema, salvaron la situación con la curiosa Reserva, que ya hemos visto. El debate se originó a partir de un proyecto guatemalteco referido a sus reclamos por Belice. El 8 de abril, el delegado Enrique V. Corominas pronunció un discurso en el que fijaba la posición argentina sumándose en los fundamentos. Los ingleses reaccionaron provocativamente el 14 de abril, precisamente el Día de las Américas, con la distribución casi subrepticia, entre las delegaciones, de un documento de nominado Observaciones sobre la posición de las Islas Falkland y sobre la posición de las dependencias antárticas. Un documento análogo fue presentado con relación al caso Belice. Con bastante superficialidad e inexactitudes, el alegato fijaba los

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supuestos derechos ingleses a las Islas. También se refería al territorio antártico reivindicado por Argentina y Chile como una cuestión en estado de controversia que debía ventilarse ante la Corte Internacional de Justicia. La insólita intervención británica fue impugnada en un brillante discurso pronunciado por Bramuglia el 21 de abril. Con precisión erudita desmontó los argumentos británicos al par que desbarató la infantil maniobra de involucrar a los Estados Unidos en el problema reivindicando la tesis argentina de la específica americanidad de la controversia, amparada por la doctrina Monroe y el pronunciamiento de varios norteamericanos célebres. Respecto a la Antártida, consideró que las cuestiones de soberanía no se ventilaban en una Corte de Justicia. De la misma manera, dijo que Inglaterra no aceptaría llevar a La Haya la discusión de su soberanía sobre el archipiélago británico, tampoco la Argentina lo haría con el sector antártico y las islas del Atlántico Sur. Bramuglia concluía con una invitación a la conferencia a afirmar”... la justa aspiración de los pueblos y de los gobiernos de las repúblicas americanas a que se ponga término al coloniaje y a la ocupación de facto que subsisten en América”. Juvenal Hernández, delegado chileno, expresó también los fundamentos de la posición de su país refutando al documento británico y declarando que “... el único problema que mi gobierno estima pendiente con relación al territorio antártico es el de la determinación de nuestro límite oriental con la República Argentina...” El representante de Guatemala, también refutó las apreciaciones inglesas sobre Belice, al par que los acusaba de “... falsear los hechos históricos...” La conferencia adoptó la Resolución XXXII por la que se declaraba “justa la aspiración americana y resolvía la creación de una Comisión Americana de Territorios Dependientes para estudiar los casos e informar a los estados miembros de los “... métodos pacíficos para la abolición tanto del coloniaje como de la ocupación de los territorios americanos”. Para su posterior consideración en la primera reunión de consulta de ministros de Relaciones Exteriores. La delegación del Brasil juzgó que no era lícito adherir a la Declaración por considerar que la Conferencia Interamericana no era el foro “...apropiado para debatir una cuestión que afecta intereses de países extracontinentales”. La posición del Brasil se comprende merced a las viejas lealtades de los cariocas con sus antiguos camaradas en la guerra y además por la observación de Marshall respecto de la Comisión. Según el delegado norteamericano dicha comisión en busca de resolver el problema se convertía virtualmente en una corte legal. “Si así fuese, los grandes principios de la Ley y la Justicia exigirían que la otra parte —o partes— en disputa fueran también oídas (Enrique V. Corominas, Cómo defendí Malvinas). Los norteamericanos se abstuvieron de emitir su voto final. No estaban tampoco dispuestos a agraviar a su aliado inglés (Peterson, op. cit.). La comisión se reunió el 15 de marzo de 1959 en La Habana y concluyó su gestión el 11 de julio. Los resultados finales obtenidos diluyeron el espíritu de la Conferencia que la creó. Hubo presiones y desinteligencias como las que provocaron el entredicho entre México y Guatemala por Belice. El retiro de la delegación mexicana casi dejó sin quorum a la comisión. Argentina debió reiterar en “declaración” y “reserva” al Acta Final, sus reivindicaciones sobre Malvinas, islas del Atlántico Sur y Territorios Antárticos...

CAPITULO VI

POR LA INDEPENDENCIA ECONOMICA 1. El Plan Marshall y la discriminación hacia la Argentina En la Conferencia de Bretton Woods, en julio de 1944, los aliados discutieron los fundamentos de la reconstrucción del sistema económico mundial destruido por la guerra. En realidad su desarticulación es consecuencia de la quiebra producida por la gran crisis de 1929-30. En efecto, la economía mundial se fracturó en espacios económicos cerrados definidos por su signo monetario (área de la libra, del franco, etc.). Desaparecido el patrón oro, se derrumbó el sistema multilateral de pagos y el intercambio se regió por acuerdos bilaterales.

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