capítulo ix

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CAPÍTULO IX Espacio civil y experiencia moral 1. Al hablar —y nos referimos al habla cotidiana—hacemos, o pretendemos hacer un traspaso unos a otros de "un mundo"; esto es, de una realidad pretendidamente común que incluye cosas, estructuras, relaciones, pero, sobre todo, significados tales como indicar, pedir, estar de acuerdo, desear, tener reservas, negar, ocultar, etc., significados por los que una conciencia expresa para otra, sus estados, sus disposiciones, su modo de enfrentar lo que pasa. Y es un hecho que quien habla espera que el destinatario aprehenda el mismo significado que el emisor intenta expresar por sus palabras. Y esto es, como ya hemos visto, lo que se llama propiamente comunicar o quererlo hacer, cada vez que nos dirigimos al prójimo. Ahora bien, como hizo Aristóteles a propósito del principio de no-contradicción, partiremos de este supuesto radical: de que no se puede negar, y menos públicamente, que existen algunos significados comunes; y que no es necesario demostrarlo: que sólo basta esperar el ataque de los impugnadores de este supuesto para mostrarles que usan, y por tanto, dan crédito, al supuesto que impugnan'. Como ya tendremos ocasión de señalar, la presunción de que hay un mundo común y comunicable representa un compromiso ético muy serio para la vida de todos y, sobremanera, para la del filósofo. Pero, no sólo un compromiso ético: la posibilidad de llamar "verdadera" o "falsa" una afirmación, la que sea y de quien sea, está fundada en esa convicción de la que venimos de hablar: de que los interlocutores —usted y yo— estamos en lo mismo; y que, si ocasionalmente esto no llega a ocurrir, es algo que por principio puede ser corregido con un nuevo esfuerzo de convergencia o de ajuste de las perspectivas ontológico-lingüísticas (hermenéuticas) en torno al objeto que de alguna manera ambos tenemos en la mira de una misma significación. En definitiva, al hablar, y, por el hecho de hacerlo, afirmo la convicción de que mi experiencia es transmisible a, comunicable con, la suya; que mediante el acto de nombrar, esta experiencia va co-identificando los diversos objetos

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CAPTULO IXEspacio civil y experiencia moral1. Al hablar y nos referimos al habla cotidianahacemos,o pretendemos hacer un traspaso unos a otros de "un mundo";esto es, de una realidad pretendidamente comn queincluye cosas, estructuras, relaciones, pero, sobre todo, significadostales como indicar, pedir, estar de acuerdo, desear,tener reservas, negar, ocultar, etc., significados por losque una conciencia expresa para otra, sus estados, sus disposiciones,su modo de enfrentar lo que pasa. Y es un hechoque quien habla espera que el destinatario aprehendael mismo significado que el emisor intenta expresar por suspalabras. Y esto es, como ya hemos visto, lo que se llamapropiamente comunicar o quererlo hacer, cada vez que nosdirigimos al prjimo.Ahora bien, como hizo Aristteles a propsito del principiode no-contradiccin, partiremos de este supuesto radical:de que no se puede negar, y menos pblicamente,que existen algunos significados comunes; y que no es necesariodemostrarlo: que slo basta esperar el ataque de losimpugnadores de este supuesto para mostrarles que usan,y por tanto, dan crdito, al supuesto que impugnan'.Como ya tendremos ocasin de sealar, la presuncinde que hay un mundo comn y comunicable representa uncompromiso tico muy serio para la vida de todos y, sobremanera,para la del filsofo. Pero, no slo un compromisotico: la posibilidad de llamar "verdadera" o "falsa"una afirmacin, la que sea y de quien sea, est fundada enesa conviccin de la que venimos de hablar: de que los

interlocutores usted y yo estamos en lo mismo; y que, siocasionalmente esto no llega a ocurrir, es algo que por principiopuede ser corregido con un nuevo esfuerzo de convergenciao de ajuste de las perspectivas ontolgico-lingsticas(hermenuticas) en torno al objeto que de alguna maneraambos tenemos en la mira de una misma significacin.En definitiva, al hablar, y, por el hecho de hacerlo, afirmola conviccin de que mi experiencia es transmisible a,comunicable con, la suya; que mediante el acto de nombrar,esta experiencia va co-identificando los diversos objetos(tericos y prcticos) con que se encuentra el interscomn, y al mismo tiempo significando ese inters, proponindolobajo una cierta luz a la consideracin pblica. Estees uno de los aspectos de la cuestin. Pero, hay otro, quees justamente el que nos proponemos desarrollar ahora: laconviccin de que hay una experiencia comn no deberainducir a nadie a suponer que en ella y por ella terminenlas diferencias, conflictos y lejanas entre los sujetos. Todolo contrario, la experiencia comn es experiencia de unconflicto siempre renovado; un anhelo de aclaracin jamssatisfecho plenamente.Ahora bien, el campo de esta convergencia-divergenciaes lo que Heidegger ha llamado "mundo" y que nosotros,a causa de algunas notas diferenciales que quisiramosmantener, denominamos "espacio civil".Pero, lo que ms importa, por el momento, son las coincidencias:En contraste con lo que ocurre con el espacioabstracto, "objetivo", no podra decirse que en esteespacio civil (o en "el mundo" de Heidegger) estn allcontenidos, ni los hombres, ni las cosas indiferentes, insolidariamentey sin que el modo de ser de stos afecteal ser del otro. Deberemos afirmar, al revs, que este espaciocivil slo empieza a existir en virtud de la presenciade dos o ms hombres, y que las cosas se organizanall, vueltas hacia los significados que provienen de aquellapresencia.Igual que la idea de "mundo", y con ms razn an,tampoco este trmino de "espacio civil" hace referencia, aalgo propiamente "subjetivo". Y cmo podra ser subjetivolo que est siempre "antes" que el individuo, lo queest "ya ah, instituido", y hacia donde el individuo siempreest vuelto (la intencionalidad, en el sentidoheideggeriano); donde se suele perder, pero a la vez, lanica va por la que puede reencontrarse a s mismo? As,si es verdad que este espacio no es "una categora" en elsentido realista, tampoco es un invento, una demarcacinarbitraria. Y a tal punto no lo es que el sin sentido, la locurao la maldad son esencialmente modos de quedar fueradel espacio civil: conductas atpicas.2. Nuestro tema especfico es ahora el de la experienciamoral. Digamos por lo pronto que llamaremos "experienciamoral" a los significados de "bueno" y "malo" tal comose entienden en el espacio civil recin descrito. Al desplazarla investigacin "axiolgica" hacia este campo, no hacemosms que continuar el derrotero iniciado en la PrimeraParte de este libro. En efecto, este espacio no es otroque el examinado anteriormente, bajo el ttulo general de"Topografa cotidiana" con tres estructuras espaciales bsicas:el domicilio, la calle, el trabajo. Estas estructuras, enun sentido simblico, estarn presentes en este nuevo enfoquede la espacialidad civil (sobre todo en los conceptosanalgicos de "inobjetabilidad", "acto intencionado", proyectode ser).El sujeto sigue siendo, pues, el hombre en ese su modohabitual, sostenido de ser: nosotros mismos en nuestra reiteradacirculacin por este "mundo de la vida"2.Hay un privilegio propio de este espacio y que alcanzaa la tica, y slo a ella, a tal punto de dejarla en virtud deese don, por encima de cualquier otra disciplina sistemtica,racionalmente organizada, en torno a un campo especficode intereses.

Vamos a suponer que estos rasgos generales desistematicidad y de organicidad racionales propios de cualquierdisciplina cientfica, tambin los posee la tica, disciplinacuyo inters especfico consistira en investigar "objetivamente"los principios que ms adelante llamaremos"dignidades" por los que una conducta luce cierta cualidado, por el contrario, "denuncia" cierta deuda de ser determinada.En otras palabras: "lo bueno" y "lo malo" de lasacciones por las que el ciudadano muestra su modo de habitarel mundo y de recoger su propio ser de l.Supongamos por un momento la existencia de un saberobjetivo acerca de la existencia humana. Esto equivaldra aafirmar que contamos con algunas pocas personalidadessabias y expertas en asuntos de la vida, as como existenalgunos pocos expertos en biologa molecular u otros, enegiptologa, u otros ya en el campo de las derivacionesexpertos en el manejo de instrumentos de alta precisin, alos que hay que acudir toda vez que se deban salvar cuestionesdifciles en una u otra materia. Pero, esta hiptesislleva a uno de los conflictos ms crnicos e insolubles entreteora y prctica, entre el mbito de las razones especulativasy el de las convicciones operantes. Entre filosofa y vida.Porque ocurre, en este punto, que el hombre comn,que reverencia a veces hasta niveles desmedidos la autoridadde los sabios y de los expertos, apenas el conocimientode stos roza ciertos puntos neurlgicos de su propiarealidad personal, entonces, dando un salto atrs, se poneen guardia contra "las razones", por muy bien fundadasque sean, y contra "la observacin rigurosa de los fenmenos"y no reconoce ventaja alguna al juicio cientficorespecto del valor de sus propias opiniones.Unas de las zonas "sensibles", la ms sensible, es la delsaber moral, incluido all el poltico. Y preferimos seguirllamando a este saber "experiencia moral" a fin de presentarloen una oposicin visible al conocimiento distanciadode la tica.Es un hecho que en este territorio nadie estar dispuestoa renunciar a lo que su experiencia dictamine o a lo que"su vida le ha enseado" como bueno o como malo, comojusto o injusto, a despecho de cualquier "simple teora".Este es el reducto intransable de la experiencia.Cabra suponer an que es por tozudez o ignorancia delas cosas que esta experiencia no acepta sobre s un conocimientodistanciado, impersonal, que eventualmente lacontradiga y amenace invalidarla; que es, en buenas cuentas,por estrechez intelectual que se cierra ante l. Paso apaso quisiramos ir mostrando que esta suposicin no esexacta, cuando se trata justamente de una experiencia decualidades3; especficamente, de ciertas cualidades quelucen o deslucen a travs de las acciones humanas.Por el momento, plantearemos el conflicto de la siguientemanera: el campo propio de la tica es la experiencia. Sinembargo, tal experiencia "no reside" en un sujeto que otrosujeto, el "sujeto cientfico", pueda objetivar pues, entonces,no podramos hablar de "experiencia". Reside,por el contrario, en una colectividad de sujetos morales; yestos sujetos no pueden perderse en el traspaso de la prcticaa la teora sin que se derrumbe ipso facto el sentido dela investigacin. En otras palabras: no es posible que latica hable de cosas que de alguna manera pudieran pasarinadvertidas o ser inalcanzables para la experiencia comn,como ocurre respecto de la generalidad de las otras ciencias;por el contrario, es a la Etica que le va su ser en que loshechos a los que apunta como sujeto de su investigacin,sean hechos radicados en una realidad, no determinadoscausal, directamente, por otros hechos externos. Le va suser en que sean realmente "hechos subjetivos"4.Si miramos las cosas, ahora desde el otro lado de lacontraposicin: esa experiencia que apareca tercamenteirreductible al juicio distanciado de la ciencia, correspondea un saber que no es simplemente uno ms entre otrossaberes posibles, sino a ese saber preciso y nico por el queel portador de la experiencia acredita su condicin de sujetoinobjetable. De modo que, someter este saber a una decisinfinal del juicio docto, no representara como en cualquierotro caso, un simple acto de humildad sino la renunciaa la condicin de sujeto. Renuncia que tal experiencia intuyecomo degradante (mala). Y este es el punto clave. Que es loque comprendi el Segismundo calderoniano y que lo hizodespertar de su sueo cavernario y solipsstico5.En definitiva: como aquel individuo indiferenciado quesoy; en mi calidad de empleado, de padre de familia, deciudadano, soy tambin ese ser que no puede delegar enningn otro ser humano ni divino aquel saber cualitativoque configura mi experiencia moral: aquel saber por el queconstantemente estoy evaluando mis acciones y las delprximo.Un saber que no puedo delegarlo. Sin embargo, se tratade un saber ganado en actos transitivos al interior de mimundo. Y esto es lo que llamamos "experiencia moral".Ahora bien, es cierto que mi personal experiencia de vidasiempre puede levantarse como una objecin como unaseria objecin como una rplica, como una acusacino como una excusa a los imperativos y normas del procesocomn pblico, eminentemente discursivo. Pero, elconflicto es, digmoslo as, horizontal: pertenece a la vidade un proceso cuyo rasgo esencial es ste: el de ser unsaber que, llegado el momento, ningn individuo pertenecienteal grupo, podra ignorar impunemente: un saberexigible.Este rasgo constituye un privilegio respecto de cualquierotro tipo de conocimiento, por ms elevado que sea; pero,en primer trmino, respecto de la ciencia tica, cuyo campoqueda limitado por este privilegio y, adems, fundado en l.Nos encontramos, as, ante una situacin curiosa, nicay profundamente promisoria: si la tica aspira a ser conocimientoterritorialmente autnomo respecto de otrosconocimientos colindantes, tales como la psicologa, porejemplo o la sociologa, estar forzada por esto mismo areconocer en el acta de su fundacin como ciencia, queaquella presuncin de los "seres racionales" de contar conun saber ltimo e intransferible respecto de ciertas cosas,es la condicin sine qua non de su propia inmunidad territorial;que si las cosas fueran de otro modo de como lasexperimentan y las saben los sujetos morales, entonces, caerasu nica condicin de privilegio; sera en todo una cienciade "objetos" sometidos a leyes objetivas que va descubriendoy luego, controla y manipula el experto: el Sujetocientfico.Pero, lo que hace el investigador en el dominio de latica es des-cubrir, en el sentido de "leer", de interpretar,un saber ya ah, con sus propios testimonios. Un saber exigible,adems. Si entendemos la tica en esta acepcinautodelimitante de "saber hermenutico" y no sustitutivoo reductor de la experiencia moral, entonces, serlcito sostener que su tarea primordial consiste en describira fondo el imperativo que tal experiencia se hace a smisma: el de ser un saber irrenunciable y pleno. Y este erael privilegio que antes anuncibamos.Si esto es as, la palabra la tiene el sujeto intransable delque venamos de hablar. Sin embargo, no la tiene en cuantosujeto solitario, arrancado de su vida cotidiana y obligadoa pronunciarse sobre s mismo, tal vez en las condicionesms deformantes y artificiosas. No, porque, adems,esto sera privilegiar un parecer en desmedro de otros. Lapalabra la tiene ese sujeto, pero, en la misma medida enque hace uso de ella en el comercio diario con otros sujetossus pares; en la medida en que enjuicia y es enjuiciado;en que justifica y es justificado respecto de aquellascosas que concretamente cree deber saber en virtud de sutrato con "el mundo de la vida". Y este intercambio, cogidoen la espacialidad que le es propia, en su temporalidady, esencialmente, en "un juego lingstico" en el que cadaindividuo est dando y recibiendo de cara a la realidad,

constituye el aspecto ms recuperable en trminos tericos(sistemtica, racionalmente organizados) del espacio civil,que es el topos hacia el cual se ha desplazado nuestra investigacin.Hablaremos en este captulo slo de la "espacialidad" deeste intercambio. Un enfoque adecuado del nuevo terreno que nos hemos desplazado exige ganar un punto de observacintal que evite en lo posible el pronombre personal "yo"y todo trato directo y continuo con la subjetividad. En loposible, hay que desplazar a segundo plano a los actores queconfiguran esta experiencia comn e iluminar, en cambio, elcampo (o espacio), "gravitacional", en medio del cual las intencioneshumanas toman figura y sentido, se animan demovimiento y asumen visiblemente el carcter de lo civil. Ode lo juzgable, que es otra manera de decirlo.Metafricamente el espacio que ms se aviene con estaimagen que proponemos es el espacio de la calle. A la callese le llama en efecto, "territorio de todos y de nadie": territoriopblico. Es tambin el espacio menos jerarquizadoms abierto de la topografa cotidiana, por lo queen l la comunicacin resulta ser ms latente que explcita,ms gestual que verbal. Por ltimo, es tan imprevisible yest a tal punto cargado de signos y seales que ms parecerenovar a cada instante la comunicacin por la virtudde s mismo que por la de los ciudadanos que lo atraviesan.Pero este parecer tiene lmite y medida, como veremosms adelante.Ahora bien, queremos imaginarnos el espacio civil, convirtudes de apertura y elasticidad ms o menos semejantesa las de la calle (pero sin que esto signifique que actemgicamente con independencia de los sujetos). Como lohabamos adelantado, para que surja este espacio basta laposicin de dos "cargas intencionales", as como surje uncampo de tensiones con la mera posicin (de los equiposen la cancha) y de una pieza blanca y de otra negra en eltablero de ajedrez.Ese hombre que se me aproxima, dando signos a distancia,por el hecho de aparecer en mi horizonte, convierte elcampo ednico contemplativo, global en que yo estaba inmerso,en un campo polarizado y en una estructura al serviciodel juego de intenciones reales y supuestas que allempiezan a desarrollarse.Junto con el surgir del otro en el horizonte, surge la interpretacincomo arte previsora. Y a este modo vital, cotidiano,de intuir-previsor lo llamaremos, en una terminologaprxima a la de Ser y Tiempo, "estado interpretativocivil", que termina de configurar el espacio propio de lavida civil. Podra decirse que signo e interpretacin son loselementos visibles originales, primarios, que "cargan" y"recargan" este espacio, que lo dinamizan y lo mueven.Apariencia y realidad: esto es, reino del signo como aparicino apariencia de un significado, y por lo tanto, bsqueda(inacabada) de la realidad del otro a travs de la interpretacin.Todo esto podra parecer relativamente cierto, pero noen el lmite al que nosotros queremos llegar y pronto.Permtasenos, pues, recurrir a una imagen algo inslita afin de avanzar con ms rapidez hacia la proposicin deese lmite.Imaginemos a ciertos seres vivientes, racionales, peroque, a diferencia de nosotros, posean un cuerpo grfico.Estos seres caminarn por las calles, tomarn cerveza, seacostarn y tendrn pesadillas o sentirn pena, igual quelos hombres de carne y hueso. Sin embargo, a ellos les sucederque cuando sientan pena, por ejemplo, su cuerpogrfico tome la forma de la expresin "PENA", y cuandoduden de algo, su cuerpo grfico tome la forma de la expresin"DUDA"; y as, siempre asumir la forma grficade lo que les est pasando.Divisar a uno de estos sujetos que se nos acerca en lacalle, corresponder, entonces, a algo semejante a una lectura.Respecto de aquel ente que nos hace seas a la distancia, de inmediato nos percatamos de que se trata de "unser grfico"; pero lo que nos interesa apenas lo divisamoses saber qu estado actual expresa su forma grfica: qu sepropone, ahora que viene hacia m en actitud ambigua omisteriosa.A propsito de esta imagen quisiramos preguntar losiguiente: supuesto que el cuerpo del prjimo, en algnsentido, es semejante a la forma grfica mvil de la quevenimos de hablar. Qu significa leer esos signos? En generalleer, significa dirigir la atencin desde una serie designos grficos hacia la cosa significada por ellos: desde laexpresin escrita "rbol" al rbol real denotado por la expresin.La pregunta que nos hacamos podr, entonces,reformularse as: Hacia cul realidad lleva "al lector" elcuerpo humano cada vez esto es: siempre que es significantede algo?Habra que responder: hacia un tipo muy especial designificados; por ejemplo, a la pena que alguien tiene, a laduda que le asalta, al recelo o al miedo a la nostalgia o a laevocacin; significados que no se refieren a cosas rboles,circunferencias; que son, esencialmente, modos porlos que un sujeto est en una relacin precisa con su mundo(sufriendo por, pensando en algo, etc.). De eso ya habamoshablado. Ahora bien, para una "lectura" adecuadade los signos que tiene ante s debemos suponer que"el lector" posee algunas condiciones previas: a) un sistemahipotticamente comn de significados "la apertura"dentro del cual "caen" o desde el cual se puedenalcanzar, las cosas, y los hechos a los que van a dar gestos,ademanes y palabras del prjimo; b) una cierta prcticaen la lectura, y lo que no es menos importante, en lametalectura de esos signos grficos. Ayuda, por lo dems,a la posibilidad de tal lectura directa el hecho indiscutiblede que nuestro cuerpo es un significante natural en relacina lo que significa. Vale decir: que la pena que tengo,por ejemplo, aflora, se deja entrever, se asoma y se prolonga,unas veces ms, otras menos, en el cuerpo significanteque soy. En otras palabras: que el signo es coextensivoy cointensivo a la cualidad que significa; siempre que, durandolo que dura, el significado no reprima ni exagere suintensidad'. Porque, entonces, se vuelve un signo sospechosode estar mostrando para ocultar.Sin embargo y este es el punto clave que queremosalcanzar: la pena que tengo es distinta, mitolgicamentedistinta, de todos los signos que expresan mi pena; jamslos signos de mi cuerpo llegarn a ser su significado, aidentificarse con l. Se trata, pues, de una distancia infranqueableentre la exhibicin que hace el signo y lo que sera,si esto tuviera sentidos, la presencia misma de lo significado.Esto es lo que queramos enfatizar.Ahora bien, es justamente de este desnivel insuperable,de esta no-identidad, que en ltima instancia, se cargany recargan el espacio civil y el estado interpretativoque hemos intentado describir. Si el significado aparecieraall, sin residuo alguno en el significante, si no conservasepara s un trecho inabarcable a la mirada del "lector"que sigue su rastro, bastara una cierta experiencia msdos o tres recetas de correspondencia fisiognmica paratener en nuestras manos sin lectura previa el enigma delprjimo. Y sin apelaciones, tampoco. Y as, el espacio dela intersubjetividad sera un espacio tan previsible, inerme,como lo es el espacio del gemetra. Sera un espacioobjetivo: sin sujetos.Pero, es un hecho que este cuerpo esencialmente significanteque somos sirve a las maravillas para representarsignificados; para actuar, en el sentido teatral del trmino,y permitir as que la verdadera intencin del actor se deslicea nuestras espaldas, detrs del escenario civil.Previa a toda libertad pblica concreta pertenece a la msprofunda e inmediata libertad del prjimo el poderse replegarde la circulacin pblica, ms ac del mundo, el domiciliarse. Y es exacto decir a este respecto que no es la lejanade los otros lo que hace nuestra soledad (lo que nos asola),sino, por el contrario, su cercana. Es sta la que revela aquellaposibilidad siempre al acecho de que el otro nos retiresu presencia, dejndonos delante slo una re-presentacinde s.En resumen: es en virtud de esta realidad que se nosescapa a travs del signo mismo por el que se nos muestra;es en virtud de ese "fundamento de ser" siempre alresguardo de nuestra mirada, que estamos condenados avivir da a da "leyendo" e interpretando la conducta ajena,sabiendo, adems, que corremos el riesgo permanentede ser inducidos a una lectura errada de los significadosque parece proponernos el cuerpo significante del prjimo.Es la proximidad siempre inestable, la lejana que jamsse puede cubrir, al verdadero principio de esa realidadque est all, a nuestro alcance, y que nos interesa, loque mantiene la tensin permanente del campo.Volvamos ahora a nuestro planteamiento metodolgico:el logro, como investigadores, de nuestro acercamientoterico a este espacio va a depender en una medida decisivade que sepamos reproducir los modos bsicos, de pors elementales, por los que la vida en comn intelige (intuslegit) el sentido de los movimientos, el sentido de las palabras,de esta humanidad evasiva que se esconde detrs desu mismo mostrarse. El xito o fracaso de este intento va adepender de que demos con el centro de la siguiente cuestin,de por s elemental: Qu es lo que esperamos "leer"en el texto viviente del prjimo cuando detenemos en lnuestra mirada? Este es el problema clave.Y no digamos que nos interesa "leer" qu es lo que hacey cmo, pues tal inters que no se puede negar que seaun inters ambientalmente presente es previo a una lecturapropiamente dicha: est a la vista que mi vecino sepasea todas las noches alrededor de la manzana. Eso ya losabemos. Lo que nos resulta enigmtico, en cambio, espara qu lo hace, si es que este acto lo hace para algo. En todocaso, sabe por qu.En el mbito de la indagacin cotidiana esas dos preguntas(para qu y por qu) son esenciales`': una conductaparece propiamente humana, ya sea cuando est dirigidaa algn fin previsto por quien la cumple: cuando sehace para algo; o, al menos, cuando el sujeto que la cumplesabe qu principio interno, qu significado est expresandoahora su cuerpo, como significante: por qu sere; por qu est llorando. Saber por qu nuestro cuerpose expresa as y se mueve de tal modo y hacia este lugarms bien que hacia otro, representa la real medida de nuestraidentidad cotidiana. Saberlo y tener el imperio de esasexpresiones es dar carcter definitorio (ethos), y estilo, aaquella identidad.Pues bien, es de esa identidad, de ese ncleo activo deser y de verdad de lo que permanentemente se est hablandoen la conversacin cotidiana. Y es a propsito de lascualificaciones que resultan de esta referencia a la conductapropia y a la ajena, que nadie est dispuesto a delegaren otro ms especializado la ltima palabra sobre el asunto.Es en esta experiencia y no en otras en la que cada cualasume la dignidad de sujeto in-objetable y primero respectode cualquier otro saber.