capítulo iv principios fundamentales de la vida social

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doctrina social de la iglesia

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Captulo IV

Captulo IV

PRINCIPIOS FUNDAMENTALES DE LA VIDA SOCIAL

Los principios ticos para la vida social tienen por objeto una ordenacin de la sociedad que respete la dignidad y libertad del hombre y que sea propicia para un autntico desarrollo humano. De estos principios, surgen criterios de juicios sobre situaciones, estructuras y sistemas sociales.

Al reconocimiento de la dignidad y libertad del hombre y al concepto de bien comn, estn unidos cuatro principios fundamentales de la DSI referentes al orden social. Por una parte los principios de solidaridad y subsidiaridad, que indican cmo ha de realizarse la cooperacin en la vida social. Por otra, los principios de autoridad y participacin, que se refieren al modo de ejercer la responsabilidad en la vida social.

La solidaridad como virtud y como principio

La solidaridad est en estrecha relacin con el concepto de bien comn. Surge de considerar las muchas interdependencias que crea la vida social y de tomar conciencia de las necesidades ajenas, sin excluir a nadie, y considerarlas como propias. La interdependencia, as asumida, conlleva exigencias de bien comn. De este modo, la interdependencia, da lugar a una categora moral. Cuando la interdependencia es reconocida as escribe Juan Pablo II, su correspondiente respuesta, como actitud moral y social, y como virtud, es la solidaridad. Esta no es, pues, un sentimiento superficial por los males de tantas personas, cercanas o lejanas, sino determinacin firme y perseverante de empearse por el bien comn; es decir, por el bien de todos y cada uno, para que iodos seamos verdaderamente responsables de todos.

La solidaridad es una virtud humana, pero tambin una virtud cristiana en la medida en que responda al seguimiento de Cristo y a la accin del Espritu Santo. La solidaridad es sin duda una virtud cristiana, manifestacin de caridad, y la cari dad es signo distintivo de los discpulos de Cristo (cf. Jn 13, 35).

Ms an, a la luz de la fe, la solidaridad tiende a superarse a s misma, al revestirse de las dimensiones especficamente cristianas de gratuidad total, perdn y reconciliacin. Entonces el prjimo no es solamente un ser humano con sus derechos y su igualdad fundamental con todos, sino que se convierte en la imagen viva de Dios Padre, rescatada por la sangre de Jesucristo y puesta bajo la accin permanente del Espritu Santo. Por tanto, el prjimo debe ser amado, aunque sea enemigo, con el mismo amor con que le ama el Seor.

La solidaridad es tambin un principio ordenador del orden social. De acuerdo con el principio de solidaridad, el hombre debe contribuir con sus semejantes al bien comn de la sociedad, a todos los niveles. Este principio lleva a considerar que toda persona y grupo social, por pertenecer a la sociedad, estn indisolublemente ligados al destino de la misma. Esto exige colaborar en el bien de los dems no slo por utilidad comn, sino por considerar a las personas y grupos humanos como semejantes (incluyendo pueblos y naciones) con los que tienen interdependencias y comparten un bien comn.

Como se lee en el Catecismo de la Iglesia catlica, el principio de solidaridad es una consecuencia directa de la fraternidad humana y cristiana (cf. SRS 38-40; CA 10). La fraternidad exige que cada uno, sin excepcin, debe considerar al prjimo como otro "yo", cuidando en primer lugar de su vida y de los medios necesarios para vivirla dignamente.

El principio de solidaridad exige que todos contribuyan al bien comn de la sociedad a travs de las diversas actividades de la vida econmica, poltica y cultural, cada uno de acuerdo con sus capacidades y posibilidades. Al decir rodos se incluyen los hombres, los grupos, las comunidades locales, las naciones y los continentes.

Con el principio de solidaridad, la DSI se opone a todas las formas de individualismo social y poltico que desprecian el bien comn, dejando la preocupacin por los dems a una cuestin de sentimientos altruistas o al consenso poltico.

El termino solidaridad, ampliamente empleado por Juan Pablo II, equivale a otras expresiones utilizadas tambin en la DSI (sobre todo, en los textos ms antiguos) como amistad, entendida en el mbito social, y caridad social. Pablo VI gustaba hablar de la civilizacin del amor, en la cual tambin es esencial la solidaridad. La solidaridad tiene una dimensin horizontal, con nuestros contemporneos, y otra vertical o histrica, con las generaciones que nos han precedido y con las venideras. A todos alcanza el deber de solidaridad.

El Catecismo lo explica con escs palabras: Herederos de generaciones pasadas y beneficiando nos del trabajo de nuestros contemporneos, estamos obligados para con todos, y no podemos desinteresarnos de aquellos que vendrn a aumentar todava ms el crculo de la familia humana. La solidaridad universal es un hecho y un beneficio para todos, y tambin un deber.

Algunas manifestaciones especficas de la solidaridadLa solidaridad, tanto como virtud que impulsa la responsabilidad personal, como principio ordenador de la vida social, tiene un conjunto de exigencias que han de ser concretadas en cada momento y lugar. No obstante, pueden sealarse algunas manifestaciones de la solidaridad que se hacen continuamente presentes

La distribucin de bienes y la remuneracin del trabajo. La creacin y mantenimiento de puestos de trabajo, y la consiguiente remuneracin, es una tarea de solidaridad de gran importancia ante el problema del desempleo.

El esfuerzo en favor de un orden social ms justo. La solidaridad lleva al dilogo y a buscar soluciones superadoras del egosmo que armonicen los legtimos intereses de las partes. Un orden social justo contribuye a que las tensiones puedan ser mejor resueltas, y los conflictos encuentren ms fcilmente su salida negociada.

La resolucin de los problemas socio-econmicos. Muchos de esos problemas son consecuencia del afn exclusivo de ganancias o de poder que lleva a abusar de los ms dbiles. La solidaridad lleva a subordinar estos intereses a bienes superiores.

La DSI propone diversas formas de solidaridad: solidaridad de los pobres entre s, de los ricos y los pobres, de los trabajadores entre s, de los empresarios y los empleados, solidaridad entre las naciones y entre los pueblos. La resolucin de los problemas de la sociedad exige formacin y espritu de servicio. Este espritu de servicio efectivo, expresin de solidaridad, tiene que impregnar la universidad y dems instituciones docentes. Es necesario afirmaba el Beato Josemara que la universidad forme a los estudiantes en una mentalidad de servicio: servicio a la sociedad, promoviendo el bien comn con su trabajo profesional y su actuacin cvica (...) La universidad no debe formar hombres que luego consuman egostamente los beneficios alcanzados con sus estudios, debe prepararlos para una generosa tarea de ayuda al prjimo, de fraternidad cristiana.

La difusin de los bienes espirituales de la fe. La comunicacin de bienes espirituales es ms importante an que la comunicacin de bienes materiales. Esta forma de solidaridad se lleva a cabo mediante el apostolado de los laicos y a travs de iniciativas de la jerarqua o de instituciones eclesisticas. A lo largo de la historia bimilenaria de la Iglesia, la fuerza de la fe a menudo ha empujado a iniciativas educativas, laborales, asistenciales o culturales que han creado condiciones sociales capaces de hacer posible a todos una vida digna del hombre y del cristiano. Estas Iniciativas, valiosas en s mismas, han facilitado tambin la difusin de los bienes espirituales de la fe.

Principio de subsidiaridadLa dignidad humana exige respetar la mxima libertad posible de personas y grupos sociales. Por ello, se debe observar la regla de la entera libertad en la sociedad, segn la cual debe reconocerse al hombre el mximo de libertad, y no debe restringirse sino cuando es necesario y en la medida en que lo sea.

El respeto a la libertad es parte fundamental del bien comn y una de sus manifestaciones es respetar y favorecer la libre iniciativa de los ciudadanos. Exige un mbito adecuado para actuar, lo cual es amenazado por una intervencin demasiado fuerte de sociedades superiores y, en particular, del Estado.

El modo en que Dios acta respecto a sus criaturas, marca una pauta a seguir en el respeto a la libertad y autonoma en el orden temporal: Dios no ha querido retener para l solo el ejercicio de rodos los poderes. Entrega a cada criatura las funciones que es capaz de ejercer, segn las capacidades de su naturaleza. Este modo de gobierno debe ser imitado en la vida social. El comportamiento de Dios en el gobierno del mundo, que manifiesta tanto respeto a la libertad humana, debe inspirar la sabidura de los que gobiernan las comunidades humanas. Estos deben comportarse como ministros de la providencia divina.

En esta lnea se sita el principio llamado de subsidiaridad elaborado por la DSI y que supone una firme defensa de la libertad y la autonoma personal y social frente a estructuras sociales superiores. El Papa Po XI, a quien se debe la primera formulacin amplia de este principio, lo califica como un gravsimo principio, inamovible e inmutable.

La encclica Centesimus annus explcita el principio de subsidiaridad con escs palabras: una estructura social de orden superior no debe interferir en la vida interna de un grupo social de orden inferior, privndole de sus competencias, sino que ms bien debe sostenerle en caso de necesidad y ayudarle a coordinar su accin con la de los dems componentes sociales, con miras al bien comn. Este principio incluye tres elementos:

No interferir en la vida de los grupos sociales inferiores, ni absorberles en lo que puedan hacer por s mismos. En palabras de Po XI: como no se puede quitar a los individuos y darlo a la comunidad lo que ellos pueden realizar con su propio esfuerzo e industria, as tampoco es justo, constituyendo un grave perjuicio y perturbacin del recto orden, quitar a las comunidades menores e inferiores lo que ellas puedan hacer y proporcionar y drselo a una sociedad mayor y ms elevada. Consecuencia de ello es que ni el Estado ni sociedad alguna debern jams sustituir la iniciativa y la responsabilidad de las personas y de los grupos sociales intermedios en los niveles en que estos puedan actuar, ni destruir el espacio necesario para su libertad.

Sostener y ayudar a los grupos inferiores para que puedan realizar aquello de lo que son capaces: coda accin de la sociedad, por su propia fuerza y naturaleza, debe prestar ayuda a los miembros del cuerpo social, pero no destruirlos y absorberlos. Este segundo elemento viene a potenciar a los grupos inferiores, dndoles el soporte necesario. Es precisamente este aspecto lo que da nombre a codo el principio, ya que, en tiempo de los romanos, el subsidium era el apoyo que se daba desde la retaguardia a las lneas de vanguardia.

Coordinar la accin de los grupos inferiores, siempre con vistas al bien comn de la sociedad. En esta coordinacin se ha de incluir la supletoriedad, en la que el grupo superior suple al inferior en aquello en que ste ltimo sea realmente incapaz de hacer (incluso con apoyo) y que sea necesario para un funcionamiento de los grupos sociales o para otros aspectos del bien comn.

Con este principio, que se opone a toda forma de colectivismo, se protege a las personas, a las comunidades locales y a los grupos intermedios del peligro de perder su legtima autonoma y se trazan los lmites de la intervencin del poder inusitado del Estado en la vida social. Tambin salvaguarda los derechos de los pueblos en las relaciones entre sociedades particulares y la sociedad universal.

Consecuencia inmediata de este principio es la necesidad de prestar apoyo a la iniciativa social sin absorciones ni intromisiones innecesarias. Su aplicacin evita cambien el absolutismo poltico y la centralizacin de los poderes del Estado a expensas de las instituciones locales.

El principio de subsidiaridad intenta armonizar las relaciones entre individuos y sociedad respetando la mxima libertad posible. Por lo dems, es un principio de buen gobierno en todas las realidades humanas, pues el hombre se dedica con mayor empeo a lo que considera propio y cercano.

Algunas manifestaciones prcticas del principio de subsidiaridad

a) En la familia y en la escuela. Dejando que cada miembro de familia o a cada alumno haga aquello que es capaz de hacer. Se trata de dar el apoyo necesario, pero respetando la iniciativa y la responsabilidad de cada uno. Un excesivo proteccionismo paterno dificulta el desarrollo humano de los hijos. Algo parecido ocurre en la comunidad escolar con metodologas que dejan poca creatividad y responsabilidad a los alumnos.

b) En la actuacin del Estado: El Estado no debe sustituir la iniciativa y la responsabilidad de grupos sociales intermedios en los niveles en los que estos puedan actuar, como la educacin, la sanidad y la asistencia social. Lejos de destruir los espacios de libertad necesarios para esta accin, ha de fomentarlos y an ayudar a que se realicen. En el mbito econmico, el Estado ha de respetar la iniciativa privada, evitando nacionalizar empresas, excepto por slidas exigencias del bien comn, y promoviendo la privatizacin de empresas cuando puedan ser gestionadas por la iniciativa privada. En la determinacin de las relaciones laborales, el Estado no debe sustituir a los interesados, excepto si los interesados no pueden o no quieren cumplir esta funcin (MM 173). Sin embargo, el Estado y otras sociedades pueden suplir acciones necesarias para el bien comn que no pueda llevar a cabo la iniciativa de grupos sociales inferiores (supletoriedad).

c) En la empresa: La subsidiaridad se manifiesta en dar a los empleados y directivos iniciativa en el trabajo, autonoma de gestin y capacidad de decisin: los empleados no han de ser tratados como meros ejecutores pasivos de rdenes. Por el contrario, han de hacer lo que puedan realizar eficazmente por s mismos, con el debido apoyo y manteniendo la solidaridad de la organizacin.

d) En el mbito internacional: La solidaridad con los pases en desarrollo ha de orientarse a favorecer las Iniciativas de los nativos.

Principio de autoridadLa DSI llama autoridad a la cualidad en virtud de la cual personas o instituciones dan leyes y rdenes a los hombres y esperan la correspondiente obediencia. Toda comunidad humana necesita una autoridad que la rija. Sin ella la sociedad carecera de unidad, que es lo que la mantiene como tal. Una sociedad bien ordenada y fecunda requiere gobernantes, investidos de legtima autoridad, que defiendan las instituciones y consagren, en la medida suficiente, su actividad y sus desvelos al provecho comn del pas.

La autoridad es necesaria para organizar, coordinar e impulsar metas comunes para quienes forman parte de una sociedad. Toda sociedad reclama que haya una autoridad que la dirija, ya que una pluralidad slo puede vivir como sociedad cuando uno preside y cuida del bien comn, pues una pluralidad persigue muchos fines, pero uno solo persigue un solo fin.

Origen de la autoridadLa autoridad tiene su fundamento en la naturaleza humana, por cuanto la sociedad surge del ser social del hombre y la sociedad necesita de autoridad. En ltimo trmino la autoridad deriva de Dios, autor de la naturaleza social del hombre.

La Sagrada Escritura pone de manifiesto que la autoridad exigida por el orden moral emana de Dios. Por m reinan los reyes, y los prncipes decretan lo justo, se lee en el libro de los Proverbios y de un modo parecido se expresa San Pablo. El propio Cristo recuerda a Pilaro que ningn poder tendra si no lo hubiera recibido de lo alto. Este origen divino del poder da un fundamento trascendente a la autoridad pblica, pero, al mismo tiempo, denota responsabilidad ya que la autoridad debe ejercerse no de modo absoluto, sino como quien acta por encargo divino. A este propsito tambin se lee en la Biblia: Od los que imperis sobre las muchedumbres y los que os engres sobre la multitud de las naciones. Porque el poder os fue dado por el Seor, y la soberana por el Altsimo, que examinar vuestras obras y escudriar vuestros pensamientos.

Hay, pues, un origen divino del poder, pero esta doctrina no justifica ningn modo concreto de gobierno y, menos an los absolutismos, como en algn momento histrico se ha pretendido, interpretando los textos sagrados de un modo abusivo.

Por otra parte, si bien la autoridad tiene su ltimo fundamento en Dios, queda a la libre disposicin de los hombres el tipo de rgimen y el modo concreto de elegir a quienes han de ejercer la autoridad. Si la autoridad responde a un orden fijado por Dios, 'la determinacin del rgimen y la designacin de los gobernantes queden a la libre voluntad de los ciudadanos' (GS 74, 3). Esta concepcin de la autoridad como derivada de la naturaleza humana y, en ltimo trmino, de Dios, contrasta con la idea individualista, segn la cual la autoridad deriva nica mente de un contrato social.

Mandar y obedecer, dos modos de servir al bien comnEl principio de autoridad tiene dos aspectos. Por una parte se refiere a la misin de la autoridad y, por otro, a la obediencia debida de la autoridad.

La autoridad se relaciona con el cuarto mandamiento del Declogo. En virtud de este mandamiento, Dios nos ordena tambin honrar a rodos los que, para nuestro bien, han recibido de Dios una autoridad en la sociedad. Este mandamiento determina tanto los deberes de quienes ejercen la autoridad como los de quienes estn sometidos a ella.

Tener autoridad no es un fin en s mismo: La autoridad no saca de s misma su legitimidad moral. Slo se justifica por el servicio a la comunidad que le da razn de ser o, como ensea el Catecismo: la misin de la autoridad consiste en asegurar en cuanto sea posible el bien comn de la sociedad. En consecuencia, la autoridad slo se ejerce legtimamente si busca el bien comn del grupo y si, para alcanzarlo, emplea medios moralmente lcitos.

El ejercicio de una autoridad implica dirigir la accin de todos hacia el bien comn, no mecnica o despticamente, sino obrando principalmente como una fuerza moral que se basa en la libertad y en el sentido del deber y de la responsabilidad de cada uno.

Esto requiere, en primer lugar, no ordenar o instituir lo que es contrario a la dignidad de las personas y a la ley natural. El ejercicio de la autoridad ha de manifestar tambin una justa jerarqua de valores con el fin de facilitar el ejercicio de la libertad y de la responsabilidad de codos.

Al realizar distribuciones, es necesario que la autoridad las realice sin acepcin de personas, es decir, que acte siguiendo criterios equitativos como establece la justicia distributiva. Para ello ha de actuar con sabidura teniendo en cuenta las necesidades y la contribucin de cada uno y atendiendo a la concordia y la paz .

No actuar mecnicamente exige tener en cuenta que la autoridad se ejerce sobre seres libres y responsables, y como tales deben ser tratados. Las comunidades humanas estn compuestas de personas. Gobernarlas bien no puede limitarse simplemente a garantizar los derechos y el cumplimiento de deberes, como tampoco la sola fidelidad a los compromisos. Las justas relaciones entre patronos y empleados, gobernantes y ciudadanos, suponen la benevolencia natural conforme a la dignidad de personas humanas deseosas de justicia y fraternidad.

A partir de aqu puede hacerse una observacin sencilla, pero importante. Hay abstracciones utilizadas por las ciencias sociales en las que las personas son reducidas a uno solo de su aspectos. Se habla de recursos humanos, consumidores, administrados, votantes, etc. Sera un grave error antropolgico y tico tratarlos slo bajo estas abstracciones sin considerar que, por encima de todo, son personas.

No comportarse de modo desptico implica que el inters personal de quien ejerce la autoridad no debe prevalecer sobre el bien de la comunidad. En este sentido, ha de velarse porque las normas y disposiciones que se establezcan no induzcan a oponer el inters personal al de la comunidad.

El Evangelio da un criterio clave para entender cmo han de actuar quienes tienen autoridad: Quien entre vosotros quiera llegar a ser grande, sea vuestro servidor. Esto lleva a afirmar que el ejercicio de la autoridad debe realizarse como un servicio. La autoridad es para servir, y no para servirse de ella para lucro personal.

Al servicio de la autoridad al bien comn corresponde una leal cooperacin a dicha autoridad por parte de quienes le estn sometidos, obedeciendo sus justos mandatos y ayudando a un recto ejercicio de la autoridad.

La obediencia a las autoridades en sus justos mandatos est bien establecida en la Sagrada Escritura y en la Tradicin cristiana. San Pablo no duda en afirmar que todos han de estar sometidos a las autoridades superiores, pues no hay autoridad sino bajo Dios; y las que hay, por Dios han sido establecidas, de suerte que quien resiste a la autoridad resiste al mismo Dios. Esto conlleva exigencias concretas: Dad a cada cual lo que se le debe: a quien impuestos, impuestos; a quien tributo, tributo; a quien respeto, respeto; a quien honor, honor. Ms an, el apstol exhorta a ofrecer oraciones y acciones de gracias por los reyes y por todos los que ejercen la autoridad, para que podamos vivir una vida tranquila y apacible con toda piedad y dignidad. En trminos parecidos se expresa San Pedro: Sed sumisos, a causa del Seor, a toda institucin humana... Obrad como hombres libres, y no como quienes hacen de la libertad un pretexto para la maldad, sino como siervos de Dios.

En los escritos de los Padres aparece la ejemplaridad de los cristianos en el cumplimiento de sus deberes cvicos. En la Epstola a Diogneto (s. II) se lee: Los cristianos residen en su propia patria, pero como extranjeros domiciliados. Cumplen todos sus deberes de ciudadanos y soportan todas sus cargas como extranjeros... Obedecen a las leyes establecidas, y su manera de vivir est por encima de las leyes...Tan noble es el puesto que Dios les ha asignado, que no les est permitido desertar.

La obediencia a la autoridad ha de ser un acto de libertad responsable, fundada en saber que la autoridad procede de Dios, que obedecer es cooperar con el bien comn y que, por ello, los mandatos de la autoridad obligan en la medida en que no se opongan a la ley moral. No se trata de una obediencia servil, que ira en contra de la dignidad de la persona, sino de una cooperacin responsable con la autoridad en la bsqueda del bien comn.

En definitiva, autoridades y sbditos sirven, de modos distintos, al bien comn. La autoridad mandando de conformidad con el bien comn de la sociedad y los sbditos obedeciendo los justos mandatos de la autoridad.

Principio de participacinEl principio de participacin se refiere al deber-derecho de quienes forman parte de una comunidad de asumir responsabilidades y tomar parte en las decisiones de la vida social, en el modo y medida que prudencialmente se estimen apropiados.

La participacin libre y responsable en la vida social es una necesidad para el desarrollo humano. Al propio tiempo, dicha participacin facilita un buen uso de la autoridad en la medida en que previene, limita o impide los abusos de poder y evita una hipertrofia de la intervencin de la autoridad.

El principio de participacin tiene dos grandes exigencias: el deber de participacin y facilitar la participacin mediante apropiadas estructuras sociales.

El deber de participacinEl principio de participacin es una exigencia para las personas y grupos sociales. La participacin es el compromiso voluntario y generoso de la persona en los intercambios sociales, Caben diversos modos de participacin, que cada uno ha de determinar con prudencia, pero la participacin siempre es necesaria. El Catecismo recuerda que es necesario que todos participen, cada uno segn el lugar que ocupa y el papel que desempea, en promover el bien comn. Este deber es inherente a la dignidad de persona humana.

Los modos de participacin pueden ser muy variados y dependern de las comunidades respectivas. La participacin se realiza primero en la dedicacin a campos cuya responsabilidad personal se asume: por la atencin prestada a la educacin de su familia, por la conciencia en su trabajo, el hombre participa en el bien de los otros y de la sociedad

En ocasiones, los ciudadanos pueden tener poca conciencia de la necesidad de participar de un modo activo en la promocin del bien comn y retraerse por algn motivo poco razonable. Ante esta conducta, la DSI advierte que la participacin de todos en la promocin del bien comn implica, como todo deber tico, una conversin, renovada sin cesar, de los miembros de la sociedad. El fraude y otros subterfugios mediante los cuales algunos escapan a la obligacin de la ley y a las prescripciones del deber social deben ser firmemente condenados por incompatibles con las exigencias de la justicia.

Facilitar la participacinEs necesario que las estructuras sociales faciliten la participacin, tanto en el mbito poltico como en otros mbitos. Respecto al primero, el Concilio Vaticano II, siguiendo las enseanzas anteriores de Po XII y Juan XXIII, seala: est plenamente de acuerdo con la naturaleza humana que las estructuras jurdico-polticas sean tales que ofrezcan a todos los ciudadanos, cada vez ms y sin ninguna discriminacin, la posibilidad efectiva de participar libre y activamente tanto en el establecimiento de los fundamentos jurdicos de la comunidad poltica como en el gobierno del Estado y en la determinacin del mbito y de los fines de los diversos organismos, como en la eleccin de los gobernantes.

De acuerdo con su naturaleza, la DSI no aporca frmulas concretas de participacin. Las modalidades de esta participacin pueden variar de un pas a otro o de una cultura a otra. Caben muchos modos de participacin que han de determinarse prudencialmente segn las circunstancias de cada tiempo y lugar. Pero, en todo caso, ha de organizarse la vida social de manera que todos puedan sentirse responsables de ella y tomar parte razonablemente en las decisiones sociales. En concreto, la DSI alaba el modo de proceder de las naciones en donde la mayor parte de los ciudadanos participan con verdadera libertad en los quehaceres pblicos.

Junto a las estructuras adecuadas es necesario contar con una adecuada motivacin: Hay que estimular en todos la voluntad de participar en empresas comunes.

La motivacin a participar requiere confianza. Sin confianza en los dems y principalmente en quienes ejercen la autoridad en una comunidad difcilmente se lograr una buena participacin. En este sentido, la DSI seala que corresponde a los que ejercen la autoridad reafirmar los valores que engendran confianza en los miembros del grupo y los estimulan a ponerse al servicio de sus semejantes.

Tambin contribuye a la participacin la cultura existente y una correcta educacin: La participacin comienza por la educacin y la cultura. Asimismo, la existencia de asociaciones intermedias con diferentes objetivos puede facilitar la participacin en la vida social de modo adecuado a las condiciones de cada uno: Para que todos los ciudadanos se sientan inclinados a participar en la vida de los diferentes grupos que componen el cuerpo social es necesario que en estos se encuentren bienes que atraigan y que los dispongan a servir a los dems.

SRS 38.

SRS 40.

SRS 40.

LC 73.

CCE 1939.

GS 27; CCE 1931.

Cf. LC 73.

CCE 1939.

Cf. CA 10.

PP 17.

Ver CCE 1940-1942.

CCE 1941.

Conversaciones con Mons. Escriv de Balaguer, Rialp, Madrid 1968, nn. 74-75.

Cf. CCE 1948.

DH 7.

DH 7.

CCE 1884.

Cf. QA 82. En realidad, el principio de subsidiaridad estaba ya implcito en las enseanzas de Len XIII, pero fue Po XI quien acert a formularlo con precisin.

QA 82.

CA 48; CCE 1883.

QA 82.

LC 73.

QA 82.

Cf. LC 73.

Cf. CCE 1885.

Cf. S. Toms de Aquino, Suma Teolgica, I-II, q. 66, a. 1-2.

Cf. CCE 1897.

Cf. CCE 1898.

PT 281: CCE 1897.

Cf. Suma Teolgica I, q. 96, a. 4.

CCE 1897.

Prv. 8, 15.

Rom 13, 1.

Cf. Jn 19, 11.

Sap 6, 2-4.

CCE 1901.

CCE 2234.

CCE 1902.

CCE 1898.

CCE 2236.

GS 74; cf. CCE 1902.

Cf. CCE 2234.

CCE 2236.

CCE 2236.

CCE 2213.

CCE 2236; cf. CA 25.

Mt 20, 26.

Rom 12, 1-2.

Rom 13, 7.

1 Tim 2, 2.

1 Pe 2, 13. 16.

Espstola a Diogneto 5, 5. 10; 6, 10.

CCE 1913.

CCE 1913.

Cf. CCE 1914, cf. CA 43.

CCE 1916.

GS 75.

CCE 1915.

Cf. GS 31.

GS 31.

CCE 1917.

CCE 1917.

QA 84-85; cf. GS 31.

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