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CAPÍTULO IV A manera de recapitulación: Ananse en la estación imaginaria LO ÉTNICO NACIONAL A LAS PUERTAS DEL CIELO Mientras escribo estas palabras finales, periódicos y noticieros de radio y televisión difunden el «Acuerdo de la Puerta del Cielo», que el 15 de julio de 1998 firmaron comandantes del Ejército de Liberación Nacio- nal (ELN) y representantes de la llamada «sociedad civil» colombiana. El evento se llevó a cabo cerca de la ciudad alemana de Maguncia, en un monasterio cuyo nombre inspiró el del convenio. El pacto suscrito realza el problema étnico nacional con un énfasis que contradice no sólo la posición tímida que a ese respecto la misma organización guerrillera había hecho explícita hace poco, sino la de las pasadas campañas presidenciales, las de otros protagonistas ele la lucha armada, gremios, sindicatos y gobierno nacional (Cruz Roja Inter- nacional, Comisión de Reconciliación Nacional y Cambio 16 1998: 12, 19, 31, 33, 42; Pastrana 1998). El punto 16 del acuerdo de Maguncia es inequívoco en cuanto al compromiso excepcional de reconocer que a los pueblos étnicos se les han irrespetado su autonomía y terri- torialidad ancestral (Arocha 1998b) y que, por lo tanto, el reconoci- miento de ambas —indeclinablemente— tendrá que hacer parte de la búsqueda de la paz: Impulsar con todos los actores armados y partes concernientes el respeto a la autonomía, creencias, cultura y derecho a la neutralidad de las comunidades indígenas y demás ctnias y sus territorios. (El Tiempo 1998c: 3A; las cursivas son mías). 163

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CAPÍTULO IV

A manera de recapitulación: Ananse

en la estación imaginaria

LO ÉTNICO NACIONAL A LAS PUERTAS DEL CIELO

Mientras escribo estas palabras finales, periódicos y noticieros de radio y televisión difunden el «Acuerdo de la Puerta del Cielo», que el 15 de julio de 1998 firmaron comandantes del Ejército de Liberación Nacio­nal (ELN) y representantes de la llamada «sociedad civil» colombiana. El evento se llevó a cabo cerca de la ciudad alemana de Maguncia, en un monasterio cuyo nombre inspiró el del convenio.

El pacto suscrito realza el problema étnico nacional con un énfasis que contradice no sólo la posición tímida que a ese respecto la misma organización guerrillera había hecho explícita hace poco, sino la de las pasadas campañas presidenciales, las de otros protagonistas ele la lucha armada, gremios, sindicatos y gobierno nacional (Cruz Roja Inter­nacional, Comisión de Reconciliación Nacional y Cambio 16 1998: 12, 19, 31, 33, 42; Pastrana 1998). El punto 16 del acuerdo de Maguncia es inequívoco en cuanto al compromiso excepcional de reconocer que a los pueblos étnicos se les han irrespetado su autonomía y terri­torialidad ancestral (Arocha 1998b) y que, por lo tanto, el reconoci­miento de ambas —indeclinablemente— tendrá que hacer parte de la búsqueda de la paz:

Impulsar con todos los actores armados y partes concernientes el respeto a la autonomía, creencias, cultura y derecho a la neutralidad de las comunidades indígenas y demás ctnias y sus territorios. (El Tiempo 1998c: 3A; las cursivas son mías).

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Ombligados de Ananse

No he podido evitar que este giro desate fantasías sobre el final ele la pesadilla que agobia a los colombianos, y en particular a quienes con base en sus legados ancestrales han transformado los paisajes de costas, ríos y selvas tropicales húmedas colombianas. Entre esas repre­sentaciones hay dos dominantes: la primera, la de los gee)fagos', má­quinas de muerte y desplazamiento ejne desaparecen de la historia. La segunda se refiere a una universidad cpie puede construir cstae iones científicas en el litoral Pacífico, incluida una a orillas del río Baudó.

LA CASA DEL TINAO» GREGORIO RÍOS

Maguncia revive un sueño cpie lome') cuerpo arquitectónico imaginario el 25 ele noviembre de 1992, cuando navegaba por ese río en una ca­noa que don Justo Daniel Hinestrosa impulsaba a remo. El sabio de la botánica y la medicina de los libres le imprimía a la embarcación un movimiento firme y pausado, el cual, por fortuna, permitía deleitarse ron los pichindés verdeoscuios de las orillas, cuyas ramas acariciaban la superficie tranquila. La mañana no parecía ele invierno por su brillo nítido y azul cpic se reflejaba en el agua. Sobre la margen derecha, va­rias mujeres desnudas reían, jugaban y retozaban, antes de ponerse en el oficio de lavar la ropa que habían llevado desde sus casas. Apenas se percataron ele que en la canoa viajaban forasteros, se sumergieron has­ta cubrir sus senos.

En la ribera izquierda al final ele la primera calle que uno toma ha­cia Chachajo había una colina redonda con una casa de tablones verti­cales que remataban en calados tallados con preciosismo, cerca del te­cho de cuatro aguas en tejas de zinc. Cuando la vi, accioné emociona­do la videocámara c hice la anotación verbal correspondiente a la mi­rada cpie grababa: «Éste sería el sitio ideal para la estación científica de la Universidad Nacional». Al oírme, clon Justo replicó: «Esa era la casa elel tinao Gregorio Ríos».

Sin despegar la mirada ele la colina, mi imaginación comenzó a re­correr los espacios cpie intuía y los fue transformando ele acuerdo con

El etnohistoriador Augusto Gómez introdujo este sinónimo ele especulador ele finca raíz cu la conferencia que dicte') dentro del simposio titulado Las ciencias so­ciales v la construcción del Estado-nación, celebrado en Popayán con c4 auspicio del Departamento de Antropología de la Universidad del Canea y el Banco ele la República (abril 23 y 21 ele 1998).

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el patrón de fantasías que habitaba en mi memoria desde cpie comen­cé a hacer investigación en el litoral Pacífico. El viaje que hice en 1982 con Nina de Friedemann desde Tuinaco hasta la aldea ribereña de Los Brazos, sobre el río Cüelmambí, me causó una perplejidad particular. Casi no vi ruedas y, además de los cuerpos de las personas, había po­cos «transformadores mecánicos» de energía. Por el rio no pasaban muchas canoas propulsadas por motores fuera de borda, y las únicas máquinas de minería consistían en las motobombas que los paisas ha­bían introducido, asociados con los tradicionales capitanes de minas. ¿Cómo desarrollar rodillos y palancas que relevaran a las personas de tanlo esfuerzo, pero cuya introducción no se tradujera en destrucción irreparable de bosques y orillas?

A lo largo de los recorridos de esos meses, siempre llegaba a la misma respuesta: montar una estación científica que le permitiera a ingenieros, antropólogos y ecólogos interactuar entre sí, con las co­munidades de la base y con el medio, hasta comprender la clase de in­geniería que debe aplicarse en esos bosques húmedos, en esos ríos abundantes o en esos manglares amenazados. La ¡dea de llegar a cons­truir un sitio que permitiera observaciones a largo plazo también se me vino a la cabeza al percatarme de que a partir de largas entrevistas y observaciones puntuales era muy difícil dar cuenta de la complejidad de las percepciones que comparten pescadores y cónchelas de la en­senada de Tuinaco en cuanto a las relaciones entre cambios climáticos, régimen de mareas y disponibilidad de animales.

Con el paso del tiempo mi imaginacicni no sólo resaltaba el espacio físico para el aprendizaje mutuo con las comunidades, las observacio­nes prolongadas y la innovación científica, sino también el lugar que permitiera perfeccionar el trabajo interdisciplinario. Este tendrá que basarse en algo diferente de la repartición milimétrica de funciones conforme a parcelas estrechas que cada quien defiende a partir de su entrenamiento especializado, y deberá aproximarse a una perspectiva histórica e integral de la relación entre la gente y la naturaleza y brin­darle a los grupos de la base máximas oportunidades para conocer y aprehender los hallazgos que se vayan logrando.

Quizás por esto, al ver la casa del finado Ríos reflexioné acerca de aquellos símbolos que pudieran guiar el sentido de la búsqueda. Uno de ellos, sin duda, sería el de Ananse. El cetro fanti-ashanti que apare­ce en la carátula de este libro se reproduciría en papeles o en pinturas sobre las paredes para que de continuo le dijera a los investigadores y a las comunidades de la región que la historia de los pueblos del Afro-

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pacífico es larga, que se remonta a una memoria anterior a la traía y que pervive no sólo en las historias que se repiten en Nigeria, Benín, y el Caribe insular y continental sobre la araña astuta y ubicua, sino también en el espíritu de insumisión cimarrona que les transmiten los padres a sus hijos al ombligarlos con la diosa-dios.

PLEROMA Y CREATLIRA

Otro símbolo con el cual he soñado es el ele la integración entre las personas y su medio. En la base de los escalones empinados y tallados en barro que forman el embarcadero de la casa del finado imagino una canoa azul celeste y roja. En su proa, con letras blancas de esmalte brillante, se lee el nombre de Creatura. El motor fuera de borda atorni­llado a su espejo está marcado con la palabra Plerorna. A quienes les he descrito esta ensoñación, me han preguntado por el sentido ele esos dos nombres exl ranos.

Significarán la búsqueda inspirada por el antropólogo británico Crc-gory Baleson. Próximo a su muerte, ocurrida en 1980, él y su hija escri­bieron Angels Fear (El temor de los ángeles). En esa obra, tomaron del psi­cólogo Cari Cuslav Jung las palabras plerorna y creatura. La primera de­signa a «[...] ese mímelo no viviente descrito por la física, que en sí mis­ino ni contiene ni hace distinciones, pese a que nosotros debemos hacer distinciones en [las] descripciones que hacemos de él». I a segunda pala­bra habla de «[..,] ese mundo de explicación en el cual los fenómenos a describir están gobernados y determinados por diferencias, distinciones e información» (Bateson y Bateson 1988: 18). Para Batcson, el gran error epistemológico de la ciencia occidental consistió en haber separa­do esos dos mundos y en estudiarlos mediante ciencias diferentes, a ve­ces antagónicas. En su reemplazo propuso desarrollar una nueva Epis­temología —que escribía con mayúsculas— y fijarse en la interdependen­cia de plerorna y creatura.

Se trataría de ejne quien navegara en esa canoa tomara conciencia ele que el pilotaje que hace el motorista tan sólo es posible por la interac­ción entre plerorna y creatura. A lo largo de cualquier trayecto fluvial, plerorna, entendida no sólo como motor, sino como río, le sirve de ma­triz a todos los procesos mentales que el piloto tiene que ejecutar para navegar con éxito. Las orillas, los colores del cielo, los movimientos y ondulaciones del agua, o los troncos y embarcaciones que se desplazan por la corriente, se convierten en fuente de mensajes que hacen posible manejar información. Con Bateson, entiendo ese concepto como «la di-

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ferencia que hace la diferencia», por ejemplo, entre dar el giro correcto moviendo el timón de plerorna, para esquivar un palo y no chocar o disminuir la velocidad ante un potro pequeño impulsado por un indíge­na, quien lo lleva cargado de plátano. En este último caso, la diferencia que hace la diferencia consiste en desacelerar a tiempo para disminuir el oleaje, y que las turbulencias que el motor agita no lleguen a hundir al remero con su cargamento.

Ese 25 de noviembre, mientras don Justo remaba río arriba, yo se­guía soñando con la estación. Se bautizaría con el nombre de Rogerio Velásquez, en reconocimiento al aporte que ese antropólogo ombligado de Ananse le hizo a la identidad afrochocoana y al desarrollo de las ciencias sociales colombianas. No me cabía duda de que algún día esa casa anciana y señorial albergaría al equipo de investigación, y que alre­dedor de ella habría que ir construyendo ámbitos para cada uno de los saberes que se integrarían dentro del esfuerzo total: ecología mental y etnografía de la cinética corporal; historia documental y oral; botánica, y educación. La unión de las exploraciones a realizarse en cada uno de esos ámbitos trataría de responder a la pregunta referente a la materia prima con la cual están hechos los procesos mentales de los baudoseños interactuantes en la región —libres y cholos. Sigo pensando que tan sólo si uno llega a conocer tal materia prima puede responder a la pregunta de cómo ambos pueblos, a lo largo de tres siglos, fueron desarrollando há­bitos para la convivencia pacífica con el entorno y con el vecino. Sin du­da, su existencia está amenazada por la modernización de la economía y la infraestructura. Empero, la sostenibilidad ambiental a la cual hoy obliga la Constitución de 1991 y que, por lo tanto, se plantea como me­dio de impulsar formas de desarrollo alterno y la búsqueda de la paz es inseparable del conocimiento de esa materia prima.

OBSERVACIONES ETNOGRÁFICAS

La estación Rogerio Velásquez incluiría espacios para la ecología men­tal, con estantes para diarios de campo y fichas de observación, y para la etnografía de la cinética corporal, con anaqueles para cintas de vi­deo y un computador para examinarlas y reproducirlas o editarlas, se­gún las necesidades de las comunidades2 . En el primer ámbito, imagi-

La energía eléctrica provendría de paneles solares y de la reutilización de las vie­jas plantas Lister que el Plan Nacional de Rehabilitación repartió a lo largo de los

(continúa en la página siguiente)

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no a un etnógrafo repasando diarios y haciendo las fichas correspon­dientes a sus viajes a Boca de Pepe, con el propósito de hallar si la fili­grana ecológica identificada en los sectores más tradicionales del alto Baudó sobreviviría a los embales de la modernización económica.

Ese interrogante mantendría su validez porque el pequeño puerto del bajo Baudó participaría aún más en la economía de mercado, debido a las ventas de madera a comerciantes ele Buenaventura, y de biche a los libres y cholos del alto Baudó, en cuyas tierras no se cultiva la caña de azúcar. Empero, hasta finales ele 1995 los aíiopepeseños continuaban haciendo cosas muy parecidas a las epte hacen personas que viven muy arriba, en lugares como San Francisco de digne lio, donde el río, por lo estrecho y panchlo, no permite la navegación de botes plataneros. Ima­gino al investigador escribiendo que en ambos lugares las familias ex­tendidas de los libres, al mismo tiempo que mantienen colinos o lotes ele cultivo en las orillas del río, se ocupan de varios tipos de monte: del bi­che, donde comienza a recuperarse la vegetación selvática, después de cultivar un colino, y donde siembran frutales; del alzao, cuya selva ya es prominente y cuyos frutales están en plena producción, y del bravo a cu­yo interior tan sólo se aventuran de día, para cazar, después de haber hecho las preparaciones rituales que los defiendan de los espíritus que habitan esa franja incierta.

Los ombligados de Ananse han intercalado con el clima esos movi­mientos desde la orillas hacia la selva, de manera cpie la tala necesaria para las siembras no ocurra cuando hay más lluvias o que el plantío de semillas y esquejes no tenga lugar cuando llueve menos. La concatena­ción de tareas agrícolas con aguaceros y soles no sc')lo ha dado lugar a una mayor producción agrícola, sino que ha impedido que se erosionen los suelos de la serranía. Si bien ésta no es muy alta, tiene montañas pendientes que aún le sirven de refugios a la enorme variedad de plan­tas, árboles, palmeras, bejucos, insectos, ranas, lagartijas, reptiles, pájaros y mamíferos que ponen a nuestro país en la cartografía ele la megabiodi-versidad.

La improvisación ha dominado la forma romo los ombligados de Ananse solucionan los problemas que les plantea su medio. La capaci­dad e|tie tienen, por ejemplo, de reciclar viejos recipientes plásticos y ha­cer embudos, materas para sembrar o boyas para la pesca se conoce como bricolage. Yo he propuesto reemplazar ese galicismo por una VOZ

líos y que hoy están abandonadas cerca ele ese uelas y puestos de salud.

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nuestra, cacharreo, cuya exponcnciación —sostengo— en gran parte ha tenido que ver con las escasez, de herramientas propia del Chocó bio-gcográfico, desde la época de la minería colonial. Antes de que se popu­larizaran las motosierras, el machete era prácticamente el único artefac­to del cual disponían y, en consecuencia, lograron que hoy se le den usos que sus inventores quizás jamás imaginaron posibles. Rcutilizan to­dos los objetos manufacturados que llegan a sus manos y les tienen nombres y usos a todos los seres verdes que hay a su alrededor.

Los ombligados de Ananse también se han caracterizado por su ma­nera libre de expresar sentimientos y emociones. Los velorios son quizás los eventos que más los caracterizan como sentipensantes (Eals Borda 1978)1. Las amarras que los libres mantienen entre pensamiento y senti­miento se acoplan bien con la agricultura de tumba y descomposición, eje de todo el sistema productivo de esa región.

Sin deslindar la alegría de la comida y el licor compartidos, han for­mado equipos comunales de trabajo que en algunos lugares aún se lla­man mingas. Así, en una de las orillas del río o la quebrada afluente del Baucló, siembran su arroz y su maíz. Entre tanto, en la ribera contraria mantienen cerdos ramoneros que se mueven por las tres clases de mon­te que distinguen. Dependiendo del desarrollo del animal, lo llevarán al monte alzao, para que recorra el cultivo de frutales que se encuentra allí y aproveche las frutas caídas, como las de las palmas de chontaduro o co­mo los aguacates. Ellas, además, le sirven en una etapa fundamental de su crecimiento, a la cual sus dueños bautizan con el nombre de purga. Después de cosechar maíz y arroz, y cuando ya a los lotes de cultivo tan sólo les quedan pajas dobladas, cañas secas o tallos caídos, mudan de la­do a los cerdos para cpic hagan el carleo, alimentándose de esos residuos.

En la sala de ecología mental podría examinarse la información rela­tiva a la forma como en el bajo Baudó los ombligados de Ananse tam­bién celebran acuerdos con los emberaes para criar y cuidar marranos; sembrar, atender y cosechar maíz y arroz, o talar y vender trozas de ma­dera. Unidos con los del alto Baudó, esos materiales atestiguarían qué

Al respeclo, Eduardo Gaicano escribió en El libro de los abrazos (p. 107): «¿Para qué escribe uno si no es para juntar sus pedazos? Desde que entramos en la escue­la o la iglesia, la educación nos descuartiza: nos enseña a divorciar el alma del cuerpo y la razón del corazón.

«Sabios dentóles de Etica y Moral han de ser los pescadores de la costa colombia­na, que inventaron la palabra senlipensnnte para definir el lenguaje que dice la ver­dad».

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tan difundida continuaría siendo la hermandad espiritual entre libres y cholos. Acerca de ella escribió en detalle Natalia Otero, después ele ha­ber pasado más ele un año en la quebrada ele Amporá, cerca de Pie de Pato. Allá, el respeto entre compadres y ahijados coadyuva en la forma­ción de un territorio biétnico donde nadie se atreve a valerse de las ba­las para zanjar desámenlos territoriales, sociales y políticos. Así, con olios sectores del Aíralo y del San Juan, hasta finales de 1994, el Baudó constituyó un refugio de paz libre de guerrilleros, grupos paramililares, soldados o policías. Si uno espera que surta efecto el respeto hacia la au­tonomía étnico-ten itoi ial que hace explícito el Acuerdo de la Puerta del Ciclo, no sólo es para dejar de ver cómo personas queridas y conocidas caen asesinadas o son desplazadas, sino para poder reanudar el estudio abortado por la violencia, sobre el arraigo de patrones de convivencia pacífica que ligan a los pueblos ancestrales del Baucló.

Predecir si la conducta de agentes externos logrará reemplazar esos patrones por los opuestos podrá quizás aproximarse completando el es-ludio de qué tan inconscientes son las reacciones no violentas. El carác­ter mecánico de los comportamientos profundamente aprendidos se lo­calizan en el ámbito de lo que don Agustín Nieto Caballero llamaba los «segundos instintos» (Sáenz, Saldarriaga y Ospina 1997 (II): 120). De ahí la dificultad de acceder a ellos, pero sobre todo de destruirlos, y la im­portancia de analizar el refuerzo que las palabras conscientes siempre lian recibido de los gestos inconscientes (Batcson 1991: 71). Baleson también inspiró este punto de vista al insistir en que el discurso de la comunicación no verbal evolucionó en calidad de instrumento especiali­zado en la expresión de las emociones de las personas y de la rcladcm de ellas con otras y con su entorno (Bateson 1991: 472).

Esclarecer el nexo entre muecas, violencia y paz requiere fotografías, películas o videos impensables por fuera del proyecto de la estación, in­cluido un ámbito para la etnografía de la cinética corporal, el cual per­mitiría entrenar a miembros de las comunidades de libres y cholos en el manejo de cámaras, y la consecuente obtención de imágenes para su posterior análisis.

Esos estudiosos partirían de muestras sobre las etapas ele un conflic­to, como el que describí en el capítulo anterior entre un tío y su sobrino, ambos de la comunidad altobaudoseña de Chigorodó. Interesaría de­terminar el papel ele los coros comunitarios que loman bandos a favor de cada uno de los contrincantes, el carácter ritual de la posesión y exhibi­ción ele aunas, y los medios disuasivos que tienen lugar en el umbral. Aquí, el analista tendría que estar alerta a cpie cuando un acto coinimi-

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cativo privilegia gestos y muecas, el mover la cabeza de lado a laclo no basta para decir no. Al carecer de partículas que expresen la negación, el discurso de la comunicación no verbal tiene que recurrir a medios más intrincados, como el de expresar lo contrario de lo que uno aspira a de­cir, conforme lo hizo aquel sobrino que, cuando su tío pudo haberlo acribillado, no enfrentó a su agresor, sino ejuc —por el contrario— le dio la espalda y le mostró toda su vulnerabilidad. Si uno lograra compren­der cómo es que personas sometidas a una situación emocional que inhibe la plena conciencia consiguen combinar palabras y gestos de un modo tal que alcanzan a desactivar la máxima tcnsic'm que experimentan en el choque agresivo, uno comenzaría a dar respuestas a por qué mien­tras unos pueblos aprenden a evitar el desbordamiento de la violencia, otros asimilan la conducta opuesta.

CONVERSACIONES ENTRE VIVOS Y MUERTOS

Otro de los salones de la casa del finado Ríos se acondicionaría para el trabajo sobre la historia documental y oral por categorías de poblamien-to, patrones de convivencia inlerélnica y patrones de convivencia ambiental. Ese ámbito brindaría la oportunidad de enseñarles a los miembros de las comunidades a cómo leer documentos de la Colonia, mediante co­pias obtenidas en el Archivo General ele la Nación, en el Archivo Cen­tral del Cauca y en los de la propia región. Los ombligados de Ananse aprenderían que sus abuelos tienen razón cuando cuentan que los an­tepasados de los abobándosenos llegaron desde el Aíralo por el río Quito, y que los de los bajobaudoseños arribaron desde el San Juan por los ríos Pepe y Cúremelo. Empero, el estudio de los documentos mostraría que el arribo de los pioneros se remonta a 1690, cuando comenzaron a comprarles la libertad a los esclavistas y adquirieron de ellos la respectiva carta que hacía pública su condición ele libres (Maya 1996), Pese a que esta forma de luchar contra la esclavitud haya sido documentada y resaltada por historiadores como William Sharp (1976) y Germán Colmenares (1980), los afrodescendicntcs del Choce') saben poco de ella. Comprometido con la legitimación del Estado republica­no, el sistema educativo enseña que la libertad fue una dádiva otorga­da en 1851 mediante la abolición oficial de la esclavitud.

Las diferencias entre la enseñanza tradicional y la que se impartiría en la estación son radicales. La primera hace énfasis en que la gente ne­gra comenzó a crear cultura cuando fue libre, a partir del siglo XIX, y que lo ha hecho en calidad de receptora de los legados hispánicos e in-

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dígenas. Así, los años comprendidos entre la llegada desde África y la mitad elel siglo XIX quedan vacíos de creatividad e innovación cultura­les. 1.a segunda, por el contrario, destaca el papel ele las memorias que la esclavización no le pudo borrar a los capturados en África. Ellas acica­tearon el cimarronaje y demás búsquedas tempranas de la libertad, las cuales, a su vez, cimentaron los procesos de adaptación a los paisajes y sociedades que los cautivos jamás habían imaginado.

Sobre las paredes habría carteles grandes con árboles genealógicos que Incluirían los nombres de las principales familias de la región; el co­lor rojo de una parle de las líneas de parentesco indicaría que la infor­mación provendría de enlrevislas con personas de las distintas comuni­dades; las azules, que los historiadores les habrían seguido la pista a los apellidos en las fuentes de archivo. De este modo, se entendería que las conversaciones entre etné)grafos e historiadores sobre el poblamicnlo del Baucló también implican un diálogo entre vivos y muertos.

La estación tendría estantes con pedazos de trúntago o guayacán pro­venientes de los horcones y vigas con las cuales se hacen las viviendas. Estarían marcados con códigos referentes a la casa ele donde éstos pro­vendrían y al laboratorio que habría identificado la antigüedad de cada uno. El que los trúntagos se leguen de generación en gencradem habla de una impronta de los años de la esclavitud minera, cuando herramien­tas y materiales de construcción eran escasos. Esa herencia es de tal im­portancia que uno de los principales alabaos epie se cantan en las cere­monias fúnebres habla de los guayacanes de la casa del muerto.

Esta búsqueda habría sido impensable sin la información que Nina de Friedemann tenía sobre la inclusión de las llamadas vigas mamas en los testamentos de los mineros del río Cúehnambí en las selvas de Nari-ño. Dicha informaden! permitió responderles a las comunidades parte de sus preguntas sobre la antigüedad de sus asentamientos, cuya rele­vancia se hizo crucial a medida que los conflictos por la (ierra se acre­centaron y las comunidades negras recibieron la amenaza de ser expulsa­das de sus territorios dizque por haber invadido la reseña estatal creada por la Ley 2 ele 1959.

Una estación llena de genealogías de guayacanes aumentaría las guías para explorar los documentos de archivo en lo referente a la ancestrali-elad del poblamiento afrobaudoseño. De esc modo, representaría un aporte significativo en la sustentación de- redamos territoriales formula­dos en el marco de la Ley 70 de 1993.

En el espacio para la historia oral, la memoria de Rogerio Velásquez sería especialmente preponderante por haber sido el pionero en la reco-

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lección de cuentos y leyendas sobre la fauna mítica del Afrochocó. Ananse, tío Tigre, lío Conejo y los héroes del pasado que encarnaron las virtudes resaltadas por las respectivas moralejas llenarían muchas horas de grabación, transcripción y análisis. Analistas de la tradición oral como el nigeriano Yai Olabiyi, hoy en día profesor titular elel Instituto de Es­tudios Africanos de la Universidad de la Florida, y otros africanistas y afroamericanistas, tendrían allí un lugar para hacer comparaciones, y los ombligados de Ananse, un sitio digno para aprender acerca de África y de sus antepasados.

MÉDICOS RAICEROS Y JAIHANÁS

Dentro de la estación, un ámbito para la biología permitiría demos­trarles a los adalides de la base que la inlendc'm de un proyecto como el que impulsábamos en el Baudó no consiste en el saqueo de la biodi-versidad chocoana. Allí se lograría parte del entrenamiento de los pro­fesionales que quizás más necesita la región. Sería el sitio para que aprendieran cómo preparar materiales vegetales recogidos en la selva para su adecuado alamaccntamiento, clasificación, registro y divulga­ción nacional e internacional mediante su posterior envío al Herbario Nacional y al I leí bario de la Universidad Tccnotógica Diego Luis Cór­doba del Chocó; para adiestrarse en el dibujo de hojas y tallos; para adcpiirir métodos y técnicas que permitan acopiar la sabiduría de médi­cos raiceros en cuanto a la forma como ellos clasifican los seres de la na­turaleza, curan enfermedades c itercambian conocimientos con los jai-banás de los emberaes; para conocer qué vínculos han ligack) a esas personas: si su parentesco consanguíneo, espiritual o, simplemente, su amistad. Particular énfasis se le concedería a que los estudiantes loma­ran conciencia de la forma como esos médicos han sido invitados por sus contrapartes indígenas a concelebrar ceremonias emberaes tan so­lemnes como el canto de jai; así mismo, para aprender cómo los jaiba-nás también han recibido enseñanzas comparables de los médicos rai­ceros.

Uno de los problemas a resolver sería el de las diferencias en los nombres de las enfermedades y en los criterios de diagnóstico, en espe­cial porque la mayoría de los jaibanás indígenas no son totalmente bilin­gües y, aun en el caso de serlo, se valen de criterios muy diferentes de los de los libres para formar taxones o para definir las terapias apropia­das. El registro de los intercambios en el ámbito de lo sagrado constilui-

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ría una de las evidencias más importantes del grado de unión entre am­bos pueblos.

LA FORMACIÓN DE LOS NIÑOS

La estación sería impensable sin un lugar para el encuentro de unive-rilarios y personas mayores, hombres y mujeres, pero en especial maestros y también niños que recogieran canciones, rimas, rondas y juegos infantiles que sirvieran de marco para transformar los textos de documentos históricos originales o de la tradición oral en cuentos pa­ra niños y adultos, que una diseñadora gráfica ilustraría con escenas de la rcgie'm. Crearían héroes locales como Yeni y Caché, dos niños del Baucló que pasarían grandes peripecias viajando con los adultos, sal­vando animales o tomando parte cu las festividades de los distintos pueblos: los entierros, las fiestas de la virgen de la Pobreza de Boca de Pepe o las de san Martín de Pones en Pie de Pato.

De nuevo, éste sería lugar de encuentro con pasantes africanos y afri-canoamericanos que coadyuvarían en la producción de materiales para las escuelas y para estudiantes del resto de la nación, cuyos nuevos co­nocimientos derivarían en mayor tolerancia hacia las conductas particu­lares que Ananse y sus ombligados desarrollaron durante los años ele- in-subordinación contra la esclavitud, y sobre las cuales construyeron sus paisajes de estero, río y selva húmeda.

SINTONÍA CON LA REALIDAD

El Acuerdo de la Puerta del Cáelo podrá haber revilalizado la utopía de montar una eslaciem para la investigación científica a orillas del curso alto del río Baudó. Sin embargo, la realizacicm de algo que se le parezca parte de una realidad ambigua. Pocos minutos después de anunciar el acuerdo, el comandante Pablo Beltrán del ELN también le comunicaba a la prensa epie su organización insurgente no renunciará al control político-militar que ejerce en varias regiones del país, y que dentro de ellas aspira a tener un crecimiento significativo. (Noticiero de las 7 1998).

Al día siguiente del anuncio, julio 16 ele 1998, periodistas de la emi­sora Ea EM entrevistaron al gobernador del departamento de Bolívar sobre los desplazados que hay en el municipio de San Pablo, al sur de la región. El mandatario se refirió a la nueva encrucijada que enfrentan los civiles que habitan allá: hoy por hoy, ellos no sólo están en medio del

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fuego cruzado entre guerrillas y paramilitares, sino entre el que disiden­tes del ELN comenzaron a dispararles a los miembros de su antigua or­ganización, a los de las FARC y a los paramilitares.

El contraste entre lo que sucedía en Alemania y en Colombia era abismal. Empero, así se caracterizará el período que se inicia: conversa­ciones sobre cómo lograr la paz, sin que los agresores armados suspen­dan sus hostilidades. Lógicas encontradas y contradictorias podrán darle la razón a expertos como Camilo Echandía (1998) y Daniel Pécaut (1997) en el sentido de que en Colombia la confrontación bélica podrá alcanzar extremos que no se conocían dentro de su historial de violencia política. El vaticinio se fundamenta en la manera como —desde el dece­nio de 1980— el monopolio de los recursos naturales articula la planea-ción a largo plazo que —exceptuando las fuerzas del Estado— han formu­lado todas las organizaciones armadas como fundamento de sus estrate­gias de afianzamiento territorial (ibid.)

En esta coyuntura es imposible excluir al litoral Pacífico del teatro de territorializaciones armadas y violentas, pues alberga las riquezas que, como la biodiversidad, se codiciarán durante el siglo XXI, y seguirá siendo escenario de aquellos megaproyectos de desarrollo infraestructu­ra! que más incentivan el apetito de los geófagos. Empero, no tiene mu­nicipios como San Vicente del Caguán o Puerto Triunfo, cuyos nombres son indisociables de la historia de las FARC y de los paramilitares, res­pectivamente. En el Chocó biogeográfico la competencia territorial ape­nas comienza, y dentro de procesos de paz que no tienen que partir del desarme (El Tiempo 1998c, 1998d) es difícil pensar que el desplazamien­to masivo y forzado de civiles no se extenderá desde el bajo Atrato hacia el resto del curso de ese río, al San Juan, al Baudó, al Patía o al Telembí.

El convenio suscrito en Maguncia también compromete a las partes en la humanización de la guerra (Mercado y González 1998: 8A) y el ELN ofrece suspender

[...] la retención o privación de la libertad de personas con propósi­tos financieros en la medida en que se resuelva por otros medios la su­ficiente disponibilidad de recursos para el ELN, siempre que —mientras culmina el proceso de paz— no se incurra en el debilitamiento estraté­gico. También, a partir de hoy [julio 15 de 1998] cesa la retención de menores de edad y de mayores de 65 años y en ningún caso se privará de la libertad a mujeres embarazadas. (El Tiempo 1998c).

Sin embargo, es de suponer que le tomará un tiempo a la base gue­rrillera del ELN el socializar y poner en práctica lo que sus jefes acorda-

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Ombligados de Ananse

ron en Alemania; otro tiempo muy distinto será el que el resto de las organizaciones guerrilleras invertirán en estudiar lo pactado entre el ELN y la sociedad civil, en manifestar su desacuerdo, en formular sus di­sensos y modificar sus conductas de guerra. Entre tanto, ¿qué será ele los paramilitares? Su más reciente enfienlamicnlo con las FARC en Mnrin-dó tuvo profundos efectos sobre civiles indefensos, cu su mayoría afro-colombianos e indígenas. Abaclio Creen, presidente de la Organización Nacional Indígena de Colombia, hizo parle de la comisión epic fue nombrada para verificar las secuelas del choque. Sin embargo, ese grupo humanitario tan sólo pudo llegar al lugar de los hechos una semana después de que éstos hubieran ocurrido (El Tiempo 1998b).

A los grupos paramilitares se les menciona como responsables del asesínalo del presidente del consejo comunitario que tramitó el primer título colectivo otorgado por el Incora a los afrodcscendientes del Cho­có (Arocha 1998d). Por este tipo de acciones se colige que esos grujios pueden estar lejos de asumir una posición tan proétnica como la del Acuerdo de la Puerta elel Cielo, y epte pueden pasar por encima de ca­bildos indígenas y consejos comunitarios afrodcscendientes en su inten­to de consolidación territorial. De ahí que las FARC hayan expresado:

Requerimos el despeje total del área ele un municipio cu el norte del país y el otorgamiento de plenas garantías para nuestras negociaciones (El Tiempo 1998cl: 8A).

Siendo la realidad bastante menos amable y simple que las veladas de guitarra y tango que compartieron en Alemania los signatarios elel Pacto de Maguncia (Lata 1998: 20, 21), es muy probable que una estación co­mo la imaginada, al menos en sus inicios, no se desarrolle conforme al sueño que he descrito. Más bien tendrá que identificar los lugares a los cuales han ido a parar los afrobaudoseños que han sido víctimas del desplazamiento forzado; de enlrevistarlos y averiguarles por su bienes-lar, por las tierras que dejaron atrás, por los desaparecidos; de fijarse cómo se adaptan a las nuevas condiciones que les impone el destino ur­bano, partiendo de que, por lo general, los afrodcscendientes son du­chos en circular entre ribera, puerto y ciudad.

Ya en junio de 1995 vi cómo las ombligadas ele Ananse que habían llegado desde el alto Baucló hasta el Barrio Obrero ele Quibdó, al mismo üempo que levantaban sus viviendas improvisadas, habían construido zoteas. Como lo había visto hacer en el Baudó, con sus padres, maridos, compañeros, hijos y sobrinos recorrían la selva que rodeaba ese barrio que nacía, en busca tanto ele la tierra ejuc dejan las hormigas arrieras a la

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entrada de sus hormigueros, sin la cual —debido a su valor agrícola y es­piritual— resulta impensable hacer una zotea, como de las plantas que deben cultivar allí para condimentar los alimentos o curar las dolencias de los viejos y los niños. Entre los jóvenes, me sorprendió un pelao largo, flaco y pensativo a quien le decían Caché. Era víctima de dos desplaza­mientos: uno desde el Urabá chocoano hasta el alto Baudó y otro desde allá hasta Quibdó, donde vivía con una hermana de su madre, de quien hacía varios días no sabían nada.

Caché camine) conmigo poniendo atención a mis preguntas sobre las plantas que las mujeres tenían en sus zotcas; sus ojos brillaban cuando yo alistaba la cámara para tomar fotografías de las especies nombradas y se interesaba por lo que escribía en mi libreta ele campo. No parpadeé) cuando me decidí a hacer el árbol geneale')gico de un señor desplazado desde Bojayá. Se fijaba en las líneas rectas que dibujaba, en los círculos que simbolizan a las mujeres, en los triángulos que representaban a los varones, y en los nombres de abuelos y abuelas y tíos y lías que iba ano­tando. El entrevistado era de apellido Palacios, como don Octavino, mi antiguo anfitrión en Chigorodó. El presentimiento de que existiera mi parentesco entre los dos Palacios acicatee') mi curiosidad. Tomados los datos, los repasé con doña Rosmira, la esposa de don Octavino, en esc entonces también refugiada en Quibdó debido a las amenazas de una guerrilla, quizás del EPL.

Don Octavino y el entrevistado compartían varios familiares, j)ero de ellos el más importante era un bisabuelo. Ese hallazgo no sólo le daba fuerza a la hipótesis sobre la ruta que siguieron los pioneros desde las minas del Citará hacia el alio Baudó, lomando el río Quilo, sino que era indicio de que quizás otros desplazados harían parte ele las mismas recles de parientes. No pude esconder la alegría que me embargó. Caché la compartía conmigo. Quizás, como yo, él intuía que, como siempre ha sucedido con los descendientes de los esclavizados, Ananse comenzaba a retejer la red que los ha integrado y que les ha permitido rehacer su existencia a partir de la astucia y la autosuficiencia. De pronto, éramos testigos de que la fortaleza ele la telaraña liaría posible nuevas existencias en la ciudad o —lo más importante— el retorno a los territorios ancestra­les.

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Llovería. Pie de Pato (Alio Baucló), Foto: Jaime Arocha, febrero de 1995.