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CAPITULO VII El historiador Zamora.—Velasco y Zorrilla.—Ortiz de Morales.—Toro.—Los Oviedos y otros escritores.—Introducción de la imprenta. 1700-1738 Amanecía el siglo xvm con tan apacible aurora, que imposible fuera al más avisado entendimiento prever las temjsestades que sobre- vendrían en la tarde de aquella poderosa centuria. Habían pasado los siglos de fe y venían los de incredulidad: los de Aristóteles y Santo Tomás para dar lugar a los enciclopedistas; de los reyes, y se acerca- ban los de las repúblicas; los de los grandes literatos, y venían los de postración y empirismo de las letras. Todo el mundo antiguo se iba con sus últiraos restos, y venía un raundo que así hubiera sorprendi- do a Carlos V y Luis XIV, como a Calderón y Racine, si lo hubieran adivinado. En aquella grande y universal revolución, la corte de la literatura iba a salvar los Pirineos y trasladarse de Castilla a Paris. Mas al principio del siglo ninguna cosa auguraba tan importantes acontecimientos; y en las colonias, sobre todo, reinaba la calma lo mismo en el gobierno que en los espíritus, y andaba en éstos tan apri- sa el desarrollo, como que ellos eran la última generación que había de morir en paz: la siguiente iba a iniciar la lucha en todo sentido, y a presenciar y promover grandes cambios, que iban dirigidos a la po- lítica, pero que afectaban las letras, imprimiéndoles diferente desti- no y dándoles otras musas. En los colegios de Bogotá se estudiaba con ardor, y sus claustros estaban llenos. Todo el Nuevo Reino dirigía su juventud a Santo Tomás, San Bartolomé y la Universidad Dominicana, a devorar los volúraenes escritos en latín en todas las ciencias cuyos rudimentos es- tudiaban. Los conventos, en el más alto grado de su esplendor, se- guian produciendo varones insignes, que enriquecían más y más las bibliotecas conventuales con obras europeas y con laboriosos e impor-

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Page 1: CAPITULO VIICAPITULO VII El historiador Zamora.—Velasco y Zorrilla.—Ortiz de Morales.—Toro.—Los Oviedos y otros escritores.—Introducción de la imprenta. 1700-1738 Amanecía

CAPITULO VII

El historiador Zamora.—Velasco y Zorrilla.—Ortiz de Morales.—Toro.—Los Oviedos y otros escritores.—Introducción de la imprenta.

1700-1738

Amanecía el siglo xvm con tan apacible aurora, que imposible fuera al más avisado entendimiento prever las temjsestades que sobre­vendrían en la tarde de aquella poderosa centuria. Habían pasado los siglos de fe y venían los de incredulidad: los de Aristóteles y Santo Tomás para dar lugar a los enciclopedistas; de los reyes, y se acerca­ban los de las repúblicas; los de los grandes literatos, y venían los de postración y empirismo de las letras. Todo el mundo antiguo se iba con sus últiraos restos, y venía un raundo que así hubiera sorprendi­do a Carlos V y Luis XIV, como a Calderón y Racine, si lo hubieran adivinado. En aquella grande y universal revolución, la corte de la literatura iba a salvar los Pirineos y trasladarse de Castilla a Paris. Mas al principio del siglo ninguna cosa auguraba tan importantes acontecimientos; y en las colonias, sobre todo, reinaba la calma lo mismo en el gobierno que en los espíritus, y andaba en éstos tan apri­sa el desarrollo, como que ellos eran la última generación que había de morir en paz: la siguiente iba a iniciar la lucha en todo sentido, y a presenciar y promover grandes cambios, que iban dirigidos a la po­lítica, pero que afectaban las letras, imprimiéndoles diferente desti­no y dándoles otras musas.

En los colegios de Bogotá se estudiaba con ardor, y sus claustros estaban llenos. Todo el Nuevo Reino dirigía su juventud a Santo Tomás, San Bartolomé y la Universidad Dominicana, a devorar los volúraenes escritos en latín en todas las ciencias cuyos rudimentos es­tudiaban. Los conventos, en el más alto grado de su esplendor, se­guian produciendo varones insignes, que enriquecían más y más las bibliotecas conventuales con obras europeas y con laboriosos e impor-

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tantes manuscritos, que nosotros, la posteridad de tan buenos antece­sores, hemos dejado perder en su mayor parte.

Al comenzar el siglo, gobernaba cl Nuevo Reino el presidente don Gil de Cabrera y Dávalos, que no fue reemplazado sino hasta 1708.

En uno de los conventos de Bogotá, en el de Santo Domingo, vi­vía, asociado al P. Lugo y otros varones erainentes, el R. P. Fray Alon­so de Zamora, que estaba acabando de escribir su Historia del Nue­vo Reino, y de la Provincia de San Antonino en la religión de Santo Domingo.

Alonso de Zamora era de humilde familia, y nació en Bogotá en 1660. Tomó el hábito de Santo Domingo en esta ciudad, y después que concluyó con gran lucimiento sus estudios en la Universidad Tomística, pasó a las misiones. De regreso a Bogotá se captó mucha fama corao teólogo, literato y predicador. Su crédito le atrajo el nombramiento de examinador sinodal. En 1690 fue nombrado cro­nista de su orden por el P. provincial fray Antonio Choche, y se le ordenó expresamente que escribiera la historia general de su provin­cia (1). Desde antes de entrar a desempeñar este encargo, ya era en-

(i) El padre Andrés Mesanza, hijo tarabién de .Santo Domingo, en su labo­riosa Bibliografía de la provincia dominicana de Colombia, trae los siguientes da­tos biográficos sobre fray Alonso de Zamora:

Tuvo lugar su nacimiento el día 24 de mayo de 1635, y fue bautizado por el cronista .\lonso Garzón de Tahuste, cura de la catedral de Santafé, el 11 de agosto del raismo año. En 1647 lo veraos entrar en la escuela del colegio universitario de Santo Tomás, como lo cuenta él mismo en su Historia. De edad de 16 años recibió el hábito de la orden de Santo Domingo, y un año después profesó. En la sede vacante de 1654 a 1661. cjue vino tras la rauerte del arzobispo fray Cristóbal de Torres, se ordenó Zamora de presbítero en Panamá, de manos del obispo Eizagui-rre, hacia el año de 1659.

En 1661 el provincial de la orden le dio patente de predicador; en el mismo año aparece como doctrinero de Somondoco y Chíquiza, y uno raás tarde de pá­rroco de Funza. A 30 de noviembre de 1669 diósele licencia de pasar a los reinos de España, investido del cargo de procurador en las curias de Madrid y de Roma, y de elector por la provincia del Nuevo Reino en la designación de maestro gene­ral de la orden que se hizo en 1670, aun cuando no alcanzó a tomar parte en el capítulo respectivo.

Del antiguo mundo estuvo de vuelta a los dos años, pues el 2 de mayo de 1672 era nombrado visitador de la Costa y honrado ya con el titulo de lector en teolo­gía, cjue sin duda le dio en Roma el general elegido, fray Juan Tomás de Roca-berti. En el año siguiente figura como secretario provincial y asiste al alborotado capítulo que relata Groot con tanta fruición en su Historia.

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tre sus compañeros el religioso más aj^to para darle cima, por la pre­ferencia que había dado a los estudios de nuestra historia, y por su colección de documentos históricos. Diose con afán a preparar su obra, que quedó concluida en 1696, y fue impresa en Barcelona en 1701. Al fin de ella la llama primer tomo; pero no está probado que alcanzara a escribir el segundo. Su relación no llega sino hasta 1690. Entre los documentos que consultó estaban, y lo advierte, el manus­crito de Alonso Garzón de Tahuste y el compendio historial del Ade­lantado Quesada. Es dedr, que aquellos interesantes documentos se habían salvado durante un siglo de turbaciones, y cuando no eran apreciables aún, a causa de lo reciente de los sucesos que narraban, y vinieron a perderse cuando ya había estabilidad en la sociedad, gusto y afición literaria. Difícil es comprender esto.

La historia del P. Zamora está escrita sobre un tema forzado: el panegírico de su orden. Quejoso, y con razón, de que los escritores seglares no encomiaban sino las conquistas de la espada, olvidando a los religiosos que las hacían con la cruz y con la pluma, diose a bus­car nombres y docuraentos para reivindicar las glorias de sus herma­nos. Era cierto que los seglares no habían sido justos respecto de los religiosos; y no menos cierto que éstos habían rendido las más peno­sas jornadas al lado de los audaces guerreros, con el mismo valor que los soldados. El P. Las Casas había hecho con Quesada la increíble campaña del Magdalena y Opón; y el P. Juan Verdejo había llegado con Federmán a Santafé, atravesando los llanos de San Martín, desde Venezuela.

Por lo que hace al mérito como escritor, el P. Zamora no tiene por qué avergonzarse al salir a certamen con sus corajiaileros. Menos elegante que Piedrahita, menos candoroso y simpático que Juan Ro­dríguez Fresle, era, sin embargo, correcto y limpio su estilo, como po­drá verse en el siguiente ejemplo:

Zamora se nos pierde de los ojos y no le vemos hasta 1691, en que aparece co­mo prior del convento de Las Aguas, en Santafé, en cuyo cargo duró seis años. En ese claro de tres lustros pudo tener el oficio de misionero, que el coronel Acos­ta le señala, del mismo modo que Vergara y Vergara.

En 1696 fue calificador del Santo Oficio y vicario provincial, y en 31 de mayo de 1698 alcanzó la más alta dignidad de su orden, siendo nombrado provincial con el voto unánime de todos sus hermanos.

Nada más sabemos hasta su muerte, acaecida hada 1717, en abril y cn Santa­fé, según el libro de actas del Consejo de Provincia. (Nota de G. O. M.)

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"La provincia de Guatavita, de grande fertilidad, y rica en aque­llos tiempos, por sus grandes poblaciones, se dilataba hasta las fron­teras de Turmequé. Su Cazique era señor libre, y tan poderoso, que dominaba por una parte y otra mucho número de vasallos y tierras, divididas unas de otras por unas colinas y montes limpios. También era señor de los Guachetaos, separados de su corte por una raontaña que se interpone, y en ella una salina, a que ocurrían diversas nacio­nes, y era la sal el tesoro más principal de su riqueza. A este poderoso Cazique avasalló el Zipa Nemequene ochenta años antes de la venida de los españoles, y quedó con el título de uno de los grandes de su reino. Por sacudir el yugo tirano del Bogotá, se sujetó al de los espa­ñoles, sin resistencia alguna; y por la repartición de Encomiendas al Capitán Hernán Venegas Carrillo, en cuya noble descendencia per­manece hasta los tiempos presentes.

"Los templos o santuarios más celebrados de toda la nación de los moscas, eran el de Sogamoso, el Bogotá y Chía, el de la laguna de Fúquene, y la laguna de Guatavita, que dista dos leguas de este pue­blo, entre unos cerros muy levantados; con tan hermosa y nivelada disposición la formó la naturaleza, que está el agua como en una taza que tendrá más de una legua de circuito; es muy profunda, tan cris­talina y limpia, que una paja que le cae la despide luego a las orillas.

"Referían entre las fábulas los indios que habiendo sorprendido el Guatavita a su mujer más principal en adulterio, mandó que en su presencia y de los principales de su Estado, usaran de ella algunos in­dios de los más ruines, que avia en la ciudad. Ella sintió tanto esta afrenta pública, que con una hija que tenía se arrojó a la laguna. De­sesperación en que después de averia perdonado el Cazique (piedad en que son muy liberales los indios) la sintió tanto que iba a las ori­llas, y aumentándola con sus lágrimas, en que por dar gusto a su se­ñor echaban algunos sus vassallos; y todas la llamaban con vozes de sentimiento. El demonio, que brinda con lo que apetece la inclina­ción de cada uno, dispuso que los Xaques ó Sacerdotes que cuydaban de este Santuario, fingieran que estaba viva la Cazica en un hermoso palacio que avia dentro de aquellas ^guas. Para engañarlos mas, se aparecía en la forma y trage de la Cazica con su hija entre los brazos. Con estas apariciones empezaron a crecer los sacrificios, y pareciéndo­le al Guatavita y a sus vassallos que estando viva, cumplían con su

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amor; y remediaban sus necessidades, le hazian ofrecimiento de lo mas rico que tenian.

"Divulgóse esta fábula por toda la nación de los Moscas, y tam­bién por las extrangeras, que admirados del prodigio, venían a ofre­cer sus dones por calles diferentes de que hasta hoy permanecen las señales. Entraban en unas balsas de juncos, y en medio de la laguna arrojaban sus ofrendas con ridiculas y vanas supersticiones. La gente ordinaria llegaba a las orillas, y vueltas las espaldas hacian su ofreci­miento, porque tenian por desacato el que mirara aquellas aguas per­sona que no fuesse principal y calificada. También es tradición rauy antigua, que arrojaron en ella todo el oro y esmeraldas, luego que tu­vieron noticia de que no buscaban otra cosa los españoles. De esta laguna salió aquella fama del Dorado, que a tantos ha destruido por dezir que el Cazique Guatavita se bañaba de trementina, y sobre ella de grande cantidad de oro en polvo, librea con que entraba dorado y resplandeciente al sacrificio.

"En contorno de esta famosa laguna, dize el General Quesada, que tenian los indios algunos Santuarios, ó Templos de ídolos, y que en demanda de la riqueza que avia en ella le dio Hernán Pérez de Quesada el primer desagüe, que seria de dos estados, y que solo sa­có tres o cuatro mil pesos de oro muy fino. Cerca de los tiempos de la Conquista, le dio segundo desagüe .Antonio de Sepúlveda, con algu­nos instrumentos que se hicieron para fondearla. Sacó grande suma de agua, y una esmeralda de muchísimo valor, de que hay razón en los libros reales, en estos tiempos le han dado raayores y raas profun­dos desagües; pero aunque han sacado algo, no ha llegado al costo, ni á la esperanza, que aun todavía está pendiente de estas noticias." (1).

(i) Al lado de Zamora debe citarse otro historiador nacional, perteneciente al siglo XVII, el P. Manuel Rodríguez, de la Compañía de Jesús, natural de Cali, según José Joaquín Borda, en su Historía de la Compañía de Jesús en la Nueva Granada (t. i, pág. 47) . El P. Rodríguez es autor de la obra titulada El Marañón y Amazonas. Historia de los descubrímientos, entradas y reducción de naciones, trabajos malogrados de algunos conquistadores y dichosos de otros, asi temporales como espirituales, en las dilatadas montañas y mayores rios de América. Escrita por el Padre Manuel Rodríguez de la Compañía de Jesús, Procurador General de las Provincias de Indias en la Corte de Madrid, con licencia. En Madrid. Año de 1684. Esta obra tiene valor como documento histórico, en Cuanto se refiere al asunto especial a que fue consagjrada. y tampoco carece de mérito literario, pues está escrita en estilo claro y natural, con cierta ingenuidad de cronista, condicio­nes que iban siendo raras en la literatura española a fínes del siglo xvii. Peca, es

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El doctor Joseph Ossorio de Paz, natural de Santafé, cura benefi­ciado de Tunja, vicario, juez eclesiástico de la raisma, comisario de la Santa Cruzada y visitador, escribió una colección de sermones, que imprimió en Madrid en 1712, bajo el título:

Quinquenio sacro, las cinco palabras del Apóstol San Pablo en cinco instrumentos de David, en veneración de las llagas de Cristo, Señor Nuestro, predicados en cinco sermones sobre los Evangelios de las cuatro dominicas de la cuaresma y de la dominica de Pasión, etc.

El lector habrá ya adivinado por el título de la obra de qué pie cojea el señor vicario y juez eclesiástico, y por lo tanto no insertare­mos ninguna muestra de su estilo, porque se puede callar por sabido: es un Góngora de sotana. La afectada repetición de los cincos, que tal parece que es a este número y no a Cristo a quien alaba, indica el ar-

verdad, en ocasiones, por demasiado prolijo y por cierto rebuscamiento en pasajes de empeño, como la descripción que hace de una erupción del Pichincha. Como muestra del estilo del P. Rodríguez, transcribimos a continuación un pasaje re­ferente a asunto nacional. "El caudaloso río de la Magdalena, llamado por anto­nomasia el Río Grande, hace a los que mudan el navegar olas salobres en surcar sus corrientes dulces, tenerlas por tan amargas, que algunos temen más ésta que aquélla navegación, ambos riesgos tengo experimentados, terrible es uno y otro, mas no sé qué tíenen de consuelo los naufragios cerca a tierra y siempre con una orilla a la vista, como sucede en aquel río, de artos sustos, pero con el consuelo dicho de sus riberas."

"Entrando del Dique al Río de la Magdalena, se navega subiendo por él, por espacio de treinta días, poco más o menos, siempre por la orilla que tiene menos corriente, para lo cual es necesario irlas mudando, atravesando su anchura, que es tal en partes, que los que baxan por una vanda y los que suben por otra, no se ven ni encuentran en cl viaje; las posadas del, son las playas, si las hay, o la ori­llas montuosas en Ibierno; ay sobrado calor, y mosquitos en el viaje; no faltan cu­lebras y fieras y de lo que más abunda el Río es de caymanes y cocodrilos, de que suelen verse tropas por las playas, tendidos como troncos en ellas; no son muy te­midos, porque pocas vezes hacen presa en las canoas. Los peligros de la navegación son los que siempre asustan. . . A vista del llano hermoso de Vogotá que es la nue­va Vega de Granada, sin duda ventajosa en lo grande y lo pingüe, se explaya el ánimo y se regozijan los de Europa, viendo sitios semejantes a los de sus Payses, y es cierto que si los esmeros del arte, que ay en Europa, se añadieran a las ameni­dades naturales del Nuevo Reino y de otras partes de la América, excedieran aquellas a estas lo que aora exceden estas a aquellas en el aseo y hermosura." Pá­gina 227.

Recordaremos,, finalmente, que Nicolás Antonio d ta en su Bibliotheca Nova, una Historía del Nuevo Reyno de Granada, Ms. por el P. Francisco de Medrano, de la Orden de San Francisco, autor del Arte de la lengua mosca, de que atrás hi­cimos mendón, tomando igualmente la noticia del mismo insigne bibliógrafo. (Nou de A. G. R.)

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tificio retórico que vino a ser un sello característico de aquella funes­ta escuela (1).

Fue contemporáneo de Zamora y Cozarguanienta don Francisco Alvarez de Velasco y Zorrilla, natural de Santafé, gobernador y capi­tán general de las provincias de Neiva y La Plata. Títulos tan graves y sonoros no le impidieron cultivar las letras: ingenio no le faltó ni vocación, hízole falta educación literaria, que no se podía aprender sino viviendo en la Corte. Vimos de paso sus obras, sin tiempo para examinarlas: diolas a luz en Madrid, el año de 1703, dedicándolas al excelentísimo señor condestable de Castilla, don Joséf Fernández de Velasco y Tovar. Don Manuel del Socorro Rodríguez en el número 65 de su Papel Periódico (11 de mayo de 1792) trae algunas rauestras de dicha obras, y como no tenemos más en qué elegir, las ponemos am­bas (2).

(i) Era hijo legítimo de don Antonio Ossorio Nieto de Paz y de doña Elvira de Peralta y Campos. Tuvo un hermano del propio nombre de su padre, que fue canónigo de la catedral de Bogotá, y otro, don Diego, primer patrono del monas­terio de Santa Inés, fundado por su tía doña Antonia de Chavez.

El señor Ossorio Nieto de Paz fue, en su literatura sagrada, muy digno con­tinuador del apellido y de la oratoria del famoso predicador Ossorio de las Peñas, que figuró en el siglo xvii. Las cinco palabras que constituyen el meollo artificio­so del libro son: amenaza (comminationis) , promesa (promitiones), amor (dilec-tiones), fortaleza (munitionis) y oración (orationis) ; y los cinco instrumentos del rey-profeta que armonizan con ellas: la trompeta, el arpa, la cítara, el órgano y la campana. ¡Toda una orquestación onomatopéyica! (Nota de G. O. M.)

(2) Fue hijo del escritor don Gabriel Alvarez de Velasco, y nació a mediados del siglo XVII. Casi todos sus papeles se hallan en un voluminoso tomo publicado en Burgos, 1703, que lleva este título: Rhytmica sacra, moral y laudatoria. Con­tiene tal libro innumerables versos en métrica muy variada, en los que se muestra discípulo del célebre obispo don Juan Caramuel de Loblokowitz, y aun con pujos de innovador atrevido, como él mismo lo dice: "Assí me atreví a fábricas nuevas de metros y a otras varias inventivas, nunca de mí vistas, ni aprendidas de otro, cautivándome a violencias no fáciles de emprender."

Versificador fácil y elegante, pero por desgracia con todos los resabios del mal gusto llevados a la exageradón, puede considerarse a Alvarez de Velasco como un prodigio de ingenio, digno tie haberse ejercitado en obras de mayor utilidad. Verdaderamente espanta ver en su libro las hazañas que ejecutaba aquel poeta, en laberintos, glosa de truncados, romances eneámetros que erapiezan y acaban con esdrújulas, y qué sé yo cuántas otras combinaciones increíbles de términos musicales y palabras castellanas y latinas, produdendo al fin unas composiciones tan laboriosas como ininteligibles, que al mismo tiempo asombran por la copia de estudios que revelan. (Nota de G. O. M.)

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Al final de una carta que dirigía a la célebre poetisa mexicana, su contemporánea. Sor Juana Inés de la Cruz, se expresa de esta ma­nera:

"No digo esto porque piense puede haber alguno de tan relaja­dos antojos de ignorante, que se atreva a fingir manchas en el sol, si­no porque me hallo conao quejoso de que todos los sabios no vivan solo empleados en celebrar el nombre de usted. Por eso yo, ya que no puedo entrar a hacerlo en ese coro con los maestros y dulces xilgue-ros, que con tanta armonía han acreditado la suya en estas músicas, quisiera como impertinente chicharra siquiera tener tan penetrantes los gritos, que en celebración de usted alcanzara con ellos a los oídos de todo el mundo, verdad que acreditara la mía, si como sé desear tuviera poder para conseguir pues es cierto que fuera de la innata es­timación que he tenido siempre a ese reino, a ser menos la distancia y mis cadenas, rompieran muchas para ir a esa gran Corte a que lo­grasen los sentidos de aquella fruición que en los escritos que han llegado a esta de usted gozan alegres las potencias, para que assi no estuviesen los ojos y los oídos tan celosos de lo que logra el entendi­miento, por el especial privilegio que tiene de poder gozar sin ver. Sabe usted que, como refiere San Gerónimo en la Epist. ad Paulin, Pitágoras peregrinó desde Calabria a Menphis, por conocer a los Phi-lóssophos que allí estaban: Platón desde Atenas a Egypto por oir a Archita Tarentino; y Apolonio Francés hasta la India por beber de las doctrinas de Hiarca, que gozaba la primer cathedra entre sus Brac-manes; con que no seria ponderación poética el decir, que con mas razón que estos, aunque tan inferiores a ellos, peregrinara por mu­chas tierras y navegara por muchos mares, para alcanzar la dicha de ver a usted y que en su presencia lograra ver la raía ver puesto mi rendimiento en ejercicio, si no tuviera otras mayores dificultades que me lo imposibilitan. Por ver a Tito Livio, dice con mucha elegancia el Santo, que iban muchos de los últimos confines del mundo, y que a los que no llevaba Roma con su fama, arrastraba este varón con la suya; para que hallándose dentro de esa gran ciudad buscase y ha­llase otra cosa mayor que Roma. Muchas ansias (como he dicho) he tenido siempre de ver esa gran Corte, que la juzgo en todo Metrópo­li y cabeza de nuestras Indias; pero hoy con tanta raas razón quanto es mas noble el objeto de estos deseos, reconociendo que con usted

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hay hoy en México una cosa mucho mayor y mas admirable que el mismo México: mas como no basta un saber desear tan hidalgo para merecer dicha de tan alto precio, desahogóme solo con quejarme de rai fortuna, que doblándome las prisiones de impedimentos me in­habilitan de aspirar a esta: y a la verdad, o habian de vivir sin deseos los amantes tan puros como yo, o no habian de encontrar en ellos dificultades aquellos en quienes concibiéndose el amor en la razón, es mas que de la voluntad hijo del entendimiento. Con ella y con el limitado mió, amo y venero a usted, e tc ." . . .

"Santafé. y octubre 6 de 1698." Después de esta carta siguen varias composiciones poéticas diri­

gidas a la misma monja; y entre ellas se encuentra la siguiente con el título de Endechas endecasílabas.

Paisariita querida, (No te piques ni alteres. Que también son paisanos i o s Angeles divinos y los Duendes).

Yo soy este, que Trasgo Amante inquieto, siempre En tu celda, invisible Haciendo ruido estoy con tus papeles.

Lémur soy, que los vientos Por ti bebo, y pendiente En los ayres, padezco En no poder por ellos ir a verte.

Porque asi en estas ansias Que en aire se me vuelven. La pena cruel de daño Padezca en las más lóbregas de ausente.

Yo soy la cosa mala Que en los negros retretes De tu convento, dicen Las arteras criadas que me sienten.

Güijes soy, que invisible A tus ojos desde este Museo de tus memorias Hago un anillo para verte alegre.

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También soy . . . ; pero basta Si sé que por mis suerte A boca llena puedo Decir soy tu paisano, y sea quien fuere.

Como tal, pues, a darte Voy cien mil parabienes; Gracias no, que se hallan En el polvo que cae de tus paredes.

Dóitelos, pues. Señora De que seas tú a quien deben Las Indias el aplauso Que el retruco del tuyo les revuelve.

Y ya que por tu fama Creen algunos infieles Ser pueden racionales Los que apenas de Faunos nombre tienen.

Que tenemos instinto, I Que somos como gente.

Que hablamos y sentimos Y que somos también inteligentes.

Por ti verán ya, Nise, , Los que ciegos ser quieren. Porque su ceguedad Abrigue la pasión que los ofende;

Que también a estas partes Alcanzan los Vergeles Del Parnaso, y que muchos Dicen que está en tu celda su Hipocrene.

Que no son caos las Indias, Ni rústicos albergues De cíclopes monstruosos. Ni que en ellas de veras el sol mnere;

Pues cuando fuera cierto, Tus rayos refulgentes Bastaban eficaces A hacerlo renacer en su Occidente.

Siendo tales tus luces Que por pasar alegre El medio día en tu celda. Desde el cuarto del alba a ella se viene.

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Porque es tal su eficacia. Que si a otras oscurece Con lo que las alumbras. Con lo que las apagas las enciendes.

Hablo de algurws solo. No de los que prudentes Sin nacionalidades. Naciendo en la razón con ella crecen.

De que eres tú buen texto Pues en tu aplauso fieles Tantos discretos hacen Sus fiestas con las tuyas más solemntl.

En que vemos a un tiempo Que en competencia alegres. En tus festejos sabios Cada uno aventaja y no se excede.

Donde a una en tus elogios Con voces diferentes Cada uno más te ensalza Aun cuando menos que los otros siente.

¡Oh qué coros no forman Sobre ellos porque alternen Con las tuyas las glorias Que en celebrarte nuevamente adquieren!

¡Con qué erudita prosa. Con qué himnos elocuentes, Al aplaudir tus luces Hacen que mds las suyas reverberen!

Y si con ser primero Colón el que valiente Descubrió nuestros polos, Antes que a ellos Américo viniese,

Si mandó que estos Orbes, Que en sí tantos contienen. No América, como antes Sino solo Colonia se dijesen;

¡Con cuánta más justicia. Si a la tuya se atiende. Desde hoy mudando nombre, O Nísida o Nisea llamarse deben.

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182 JOSÉ MARÍA VERGARA Y VERGARA

Pues si ellos descubrieron Aquesta tierra fértil. Tú descubres la gloria. Que tienen tocias ellas en tenerte.

' Si al mundo que antes de ellas. Que era de cobre y peltre Lo hicieron de oro y p l a t a \ Aquestos esplendores eminentes;

Mds le debe a tu pluma. Que en minas mds perennes Oro potable corre Del que los sabios en tus letras beben.

Y tan aniquilado Que de solo los febles Que en tus escritos sobran. Enriquecerse los más doctos pueden.

Pues cuantas tienen líneas. Tantos de oro corriente Al salir de tu numen. Son con su ley aquilatados rieles.

Si por estos caudillos Goza las transparentes Varias piedras del mundo. Que en vez de vidrios a su adorno ofrecen.

¿Qué perlas celebradas Habrá que no se encuentren En tus obras, haciendo Las de Cleopatra en Berruecos queden?

Si por ellos consiguen Nuestros invictos Reyes Serlo de un Nuevo Mundo, Mucho más logran solo con tenerle.

Pues si los más extraños A tus pies reverentes Por reina de las ciencias Vasallaje te dan con sus laureles.

Hoy el nuestro consigo Más noble imperio adquiere. Pues domina quien manda En cuantos hoy monarcas resplandecen.

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HISTORIA DE LA LITERATURA EN NUEVA GRANADA 183

¡Dios te lo pague! haciendo Que, sin envejecerte, Hebe, numeres tantos Años, cuantos aplausos te mereces.

Que puedes, explicada En las historias fieles. Por Juana de los tiempos. Cuando las glorias de las tuyas cuenten.

Y que en Dios elevando Ese numen celeste. Por otra Santa Juana De la Cruz, nuestras Indias te celebren.

Y que, en fin, sean tus letras Cuentos contra rebeldes Espíritus malignos. Reliquia que los sane o los ahuyente.

La monja mexicana contestó esta poesía y la carta anterior, en dos composiciones que están insertas en sus obras, dirigidas a un ca­ballero peruano, que no es otro que nuestro poeta granadino. En aquellos tierapos era Perú todo lo que no era México y Antillas (1).

Don Joseph Ortiz de Morales, cura del pueblo de Sutamarchán y nativo del estado de Boyacá, publicó en 1713 un grueso volumen ti-

(i) A propósito de la Monja mexicana, recordaremos (aunque esta nota no esté muy en su lugar) que el gran Lope de Vega en su Laurel de .Apolo (Silva ii) hace alto encomio de una poetisa bogotana, cuyo nombre se ha ocultado hasta hoy a las investigaciones de los eruditos. He aquf los versos:

Santa Fé de Bogotá bien quisiera Que su Amarilis el laurel ganara. Como su Fénix rara, Y que el mejor de España le perdiera: Mas dice en medio el mar que se contente De que la llame sol el occidente Porque estar en dos mundos no podia Sin ser el uno noche, el otro día.

Como se ve, para que el primero de los versos citados conste, es preciso hacer grave el nombre de la capital de Colorabia. ¿Pronunciaría así Lope de Vega?

No obstante el tono constantemente hiperbólico que caracteriza al Laurel de Apolo, no es presumible que Lope elogiara en términos tan altisonantes a una poetisa que hubiera carecido de todo mérito propio y de alguna reputación en la Península. Pero si tales condiciones tenía, ¿cómo su nombre y sus obras han po-diddo permanecer en el más completo olvido? Sufrirla acaso Lope una equivoca­ción análoga a la que censura Vergara en sor Juana, y atribuiría a Bogotá una glo­ria que quizá pertenezca a otra ciudad americana? (Nota de A. G. R.)

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184 JOSÉ MARÍA VERGARA Y VERGARA

tulado: Coronas de oro del Patriarca San José, deducidas y sacadas de cuanto dijeron los Evangelistas y doctores de la Iglesia, obra tan la­boriosa como inútil, pues la mitad de su voluminoso aspecto consiste en la aglomeración de adjetivos, en las exornaciones con textos lati­nos, que acumula con un furor indecible. Mucha erudición teológica y ninguna literatura.

Fray Agustín de Caycedo y Velasco, hijo de Bogotá y religioso del orden de San Agustín alcanzó a las insignes dignidades de presen­tado en teología, comisario general, presidente del capítulo provincial del Nuevo Reino de Granada, cura párroco de Córabita, visitador y comisario general de Santa María de la Esperanza, en el reino de Ña­póles y definidor general de su orden.

Sobra nombre o falta losa,

dijo el autor del Cementerio de Momo; pero tantos títulos acumula­dos sobre la calva de un fraile, porque calvo había de ser quien tan­to tenía que estudiar para desempeñar tantos cargos, indican que de­bía de ser sujeto de letras. De ellas no conocemos otro fruto que un libro en doceavo, impreso en 1713 en Villafranca, escrito en magní­fico latín, impugnando un decreto del patriarca de Antioquia, carde­nal de Tournon. La raateria y el idioraa de este librito lo ponen, a Dios gracias, fuera del alcance de nuestras tareas.

Don Felipe Romana y Herrera, clérigo bogotano, tuvo la pacien­cia de redactar en latín, forraando un abultado voluraen bajo el nom­bre de Tractatus de Pcenitentia, las lecciones orales que dictó en 1737 el señor don Antonio Joseph de Guzmán, en el Colegio del Rosario de esta ciudad. Es un tratado completo de esta materia teológica, y creeraos que no está destituido del mérito que entonces le fue atri­buido.

Don Juan de Olmos escribió la Vida de la Madre Jerónima del Espíritu Santo (en el siglo, Jerónima Nava y Saavedra), Religiosa cla­risa en Santafé, etc. (1). El prólogo de la obra dice así:

(i) Don Juan Francisco de Olmos y Zapiain, nació en Santafé el 19 de abril de 1662, hijo legítirao del capitán don Fernando de Olmos y Salcedo y de doña Engracia Zapiain y Loyoida. Fue cura de Susa desde 1689 hasta 1699, año en que fue proraovido a la parroquia de Santa Bárbara, en Bogotá; luego pasó a la de la catedral (1706 a 1723) . En 1724 era ya miembro del capítulo metropolitano y en 1726 canónigo. Dos años después escribió el libro mencionado, cuyo manuscrito se conserva en la Biblioteca Nacional de Bogotá. (Nota de G. O. M.)

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HISTORIA DE LA LITERATURA EN NtrevA GRANADA 185

"En el norabre de Nuestro Dios y Señor, Trino y Uno. El doctor don Juan de Olmos, Canónigo de la Santa Iglesia Metropolitana de la ciudad de Santafé, en el Nuevo Reino de Granada, digo: que por el año jjasado de 1727, por dicha mía, el doctor don Juan Baptista de Toro, sujeto bien conocido assí por sus escritos, como por su per­severancia en dirigir a Dios a todos los de la escuela de Cristo, y re­ligiosas de los Monasterios de esta ciudad, dictándole su zelo salir a misiones, solicitando sacerdotes que le acompañen; siendo ya Ctu-a Rector de dicha Metropolitana, me persuadió que administrase el Sa­cramento de la Penitencia en los Monasterios de Religiosas de dicha ciudad, en algunos ratos que de la obligación de tal Cura tuviese yo desembarazados. Desde ese tiemjjo hasta el presente lo he hecho assí, y entre otras Religiosas de mucha observancia á quienes he assis-tido, fué una la señora Madre Gerónima del Espíritu Santo, mi hija y mi Señora, Religiosa del Monasterio de Santa Clara, á quien con especial asistencia y cuidado dirigí y confesé sobre veinte años hasta que por último rae hallé en su fallecimiento con dicho doctor D. Juan Baptisa de Toro y el P. Juan de Contreras uno de los capella­nes de dicho Monasterio. Y fue el tránsito de Gerónima con la apa­cibilidad de un dulce sueño el día 29 de mayo, jueves, a las diez del día, año de 1727, etc."

En materia de vidas de monjas no escasean los materiales. El P. Pedro Pablo de Villamor, religioso bogotano y fundador del conven­to de San Juan de Dios de esta ciudad, escribió la Vida de la Madre Francisca del Niño Jesús, religiosa profesa en el Real Convento de Carmelitas descalzas de Santafé (Madrid, imprenta de Juan Martí­nez de las Casas.—1723, 1 vol. en 49). (1).

(i) Fray Pedro Pablo de Villamor era oriundo de Santafé de Bogotá. Estudió humanidades en la Universidad Javeriana, dirigida por los padres de la Compañía de Jesús, y allí obtuvo el grado de maestro. Luego, ya miembro de la orden Hos­pitalaria, tue enviado a Cartagena y Panamá, en donde se doctoró en medicina. A su regreso a la capital del Nuevo Reino ingresó de nuevo en la universidad de los jesuítas para cursar teología. Al propio tiempo se le nombró médico del hospital de San Pedro, que estaba a cargo de los religiosos de su orden desde el año d)e 1635. Impulsado por su entrañable amor a los desvalidos, y comprendiendo la ne­cesidad de construir un editicio adecuado, pues las enfermerías del existente eran pequeñas y sin ninguna condición higiénica, realizó en 1723 el traslado de aquel establecimiento al área que ocupó hasta hace poco el de San Juan de Dios. Ateni­do a los sentimientos caritativos de los santafereños, y apoyado con toda decisión por los oidores José Martínez Malo y José de Quintana, el buen fraile, sin embar-

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186 JOSÉ MARÍA VERGARA Y VERGARA

Nada más sabemos del autor que el nombre: he aquí una mues­

tra de su estilo.

"Dichosa es esta Ilustre y Noble ciudad de Santa Fé, pues en ella, además de otras personas claras en virtudes, que han nacido, y muerto con opinión de santas, nació Doña Francisca María Beltran de Caycedo, assí apellidada en el mundo; pero después de haber hui­do de él, y sus vanidades, y haber refugiádose al seguro de la Religión de el Carmelo, llamaba Francisca María del Niño Jesús cuyas virtu­des exercitadas en el trascurso de su ejemplar vida, hasta su dichosa muerte, pueden servir de grandeza para su patria: aunque es cierto, que no ha sido mínima, aun cuando fué de Corte en la Gentilidad del Bárbaro Rey de Bogotá: ni menos quando ennoblecida con la Cristiandad, goza renombre de Ilustre Corte del mejor Rey y Cató­lico Monarca de las Españas, á quien vive sujeta, y reconocida en sus elevadas y Reales exaltaciones, siendo su rendida obediencia, y pun­tual execución á sus Reales Ordenes, indicio claro de su gran lealtad.

"Su priraera fundación (conseguida la Conquista de los Bárbaros indios naturales de este Reyno, Uaraado en su antigua gentilidad Cundinamarca) fué con nombre de Villa, y hecha en los Alcázares, donde estaba fundado un lugar, deleytoso recreo de los Reyes de Bo­gotá, llamado Thybzaquillo, siendo su célebre, y festiva fundación, dia de la Gloriosa Transfiguración de Cristo Señor Nuestro, á seis de agosto de mil quinientos y treinta y ocho, por Don Gonzalo Ximé­nez de Quezada, General del ejército español, en norabre del siempre invicto Señor Carlos Quinto, Rey de las Españas. Constaba entonces el nuevo edificio de esta Villa de doce casas, fabricadas con los toscos materiales de maderos, y paja, que ofrecía el estilo basto y costumbre inmemorial de los Indios, en las cuales se recogieron a morar los Es­pañoles. El siguiente año de mil quinientos y treinta y nueve por Abril, la engrandeció con nombre de ciudad, y cabeza de reino: en

go, no alcanzó a ver terminada su obra, comoquiera que falleció el 5 de agosto de 1729, diez años antes de la inauguración de las primeras salas en la casa por él iniciada. ''En la sala raás amplia de las enfermerías de hombres, expresa don Pedro María Ibáñez, se conserva un retrato de este benemérito bogotano, pintado al óleo, en que se ve a Villamor de pie en actitud compasiva, con rostro ascético, ca­bellos negros, lacios y escasos, cubierto con el humilde hábito de los ho.spitala-rios; tiene un libro en la mano izquierda y apoya la derecha sobre otros volúme­nes que reposan sobre la mesa." (Nota de G. O. M.)

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HISTORIA DE LA LTIERATURA EN NUEVA GRANABA 187

cuyo nobilísimo Cabildo, y Regimiento ha ávido con obtención de puestos honoríficos, muchos parientes de la Sierva de Dios.

"El nombre con que quisieron fuesse conocida, fué con el de San­ta Fé, a que se añadió de Bogotá del Nuevo Reyno de Granada, lla­máronle Santa Fé por memoria de la que en Granada fundaron los Reyes Católicos, de Bogotá, por haberse fundado en los Alcázares Reales, del Rey de Bogotá, que al tierapo de la conquista, era legíti­mo Thyzquisuzho: quien aviendose ocultado de el bélico furor Es­pañol, murió en un asalto, sin ser conocida su Real persona. Y por­que el General Quezada era natural de Granada, por gloriosa memo­ria de su amada Patria puso a todo este Reyno el nombre de Nuevo Reyno de Granada.

"El Rey Nuestro Señor Don Carlos Quinto, la confirmó el hon­roso Título de Ciudad, en veinte y siete de julio de mil quinientos y cuarenta; y para demostración de su Ilustre nobleza, la dio Armas y Divisas para sus Estandartes, Vanderas, Escudos, Sellos y para que las pongan en las partes, que por bien tuvieren. Son estas: en campo . dorado un Águila negra rampante, ceñida con corona de oro su ca­beza, en cada pié una granada asida del mástil, y por orla unos ramos con granadas de oro en campo azul. Escudo cierto de grande aprecio, y que explica bien la generosidad y nobleza de esta ciudad."

El P. fray Pedro de Tobar y Buendía, religioso dominicano y na­tural de Santafé, escribió la Verdadera histórica relación del origen, manifestación y prodigiosa renovación por sí misma, y milagros de la Imagen de Chiquinquirá, que fue impresa en Madrid en 1695 y re­impresa a solicitud del P. Masústegui, en Madrid, año de 1735. Este es un libro atestado de milagros, vistos todos con la lente de una fe candorosa, y escrito con la pluraa que se usaba en obras de esta clase, sin literatura ni criterio. Vaya una corta muestra del lenguaje:

"Era María Raraos de los Reynos de España, natural de Guadal-canal, casada con Pedro de Santa Anna, el qual aviendo pasado á In­dias en compañía de su hermano Antonio de Santa Anna, se avecin­dó en la ciudad de Tunja del Nuevo Reyno, y escribió a María Ra­mos, dándole noticia de su fortuna, representándola las convenien­cias que tenía en las Indias, y que para gozar de ellas con gusto esti­maría que se le hiciese, animándose á ir á acompañarle. Era María Ramos mujer virtuosa, y amante de su marido; y obligada del cariño con que la llamaba, pasó á las Indias, asistida de Francisco de Ribera

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Santa Anna, su sobrino. Llegó a la ciudad de Tunja donde halló á su marido, quien si en aquella ocasión la recibió con demostraciones de gusto, después manifestó no tenerlo, según el desagrado, desesti­mación y despego con que la trataba. No se le ocultaba á Maria Ra­mos la causa, y como prudente y virtuosa, sufría cuanto podía, mas no dejaba de afligirse, viendo que su marido no le correspondía á la voluntad, con que por acompañarlo y servirlo, avía ido de Reynos tan distantes. Mas se afligía viéndose desfavorecida de su marido, cuando mas obsequiosa se mostraba en servirle. Pasó algún tiempo to­lerando con paciencia sus trabajos; y disimulando un dia la pesa­dumbre y desconsuelo en que se hallaba, le dixo á su marido, que de­seaba ir á los aposentos de Chiquinquirá á ver á Catharina García de Islos y darle el pésame de la muerte de su marido, hermano de Pedro de Santa Anna, el cual le agradeció el buen deseo que tenia de ir á ver y consolar á su hermana: y no poniendo dificultad alguna, le dis­puso con brevedad el viaje, y la despachó á Chiquinquirá, á donde aviendo llegado, la recibió Catharina García de Islos con demostra­ciones de mucho amor á que correspondió Maria Ramos agradecida, y con mucha humildad se ofreció á servir en la casa en quanto fuera del agrado de su dueño."

Dos santafereños ilustres, hermanos de otro insigne en santidad, nacieron a fines del sigla xvii. Fue uno de ellos don José de Oviedo de Baños y Sotomayor, nacido en Santafé en 1674, que pasó a vivir a Venezuela, en donde escribió la Historia de Caracas, en dos tomos, de los cuales el uno fue impreso, y el otro se conservaba manuscrito en la Biblioteca de Caracas (1).

(i) El título de la obra de Oviedo es el siguiente: Historia de la Conquista y población de la Provincia de Venezuela, escrita por D. Joseph de Oviedo y Ba­ños, vecino de la ciudad de Santiago de León de Carace^. Quien la consagra y de­dica a su hermano el Sr. D. Diego Antonio de Oviedo y Baños, Oidor de las Rea­les Audiencias de Santo Domingo, Guatemala y México, del Consejo de Su Majes­tad en el Real y Supremo de las Indias. Primera Parte. Con privilegio. En Madrid, en la Imprenta de D. Gregorio Hermosilla, en la Calle de los Jardines. Año de MDCCXXIII.

Esta obra fue reimpresa en dos volúmenes de elegante edición en la Biblio­teca de los Americanistas. (Madrid 1885) , con prólogo del Académico de la His­toria D. Cesáreo Fernández Duro, quien aprecia así el valor del trabajo de Ovie­do: "Fija la atención con preferencia en el asunto de la ciudad de Caracas, rebus­có antecedentes de la exploración de sus tierras, avance por ellas del intrépido mestizo Francisco Fajardo; heroicas empresas sucesivas de Juan Rodríguez Sánchez.

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HISTORIA bE LA LITERATUIIA EN NUEVA GRANA1)A 18^

Don Diego, hermano mayor del anterior, fue oidor en Guatemala, promovido a la audiencia de México, y nombrado por el rey conse­jero a la Recopilación castellana, con exposiciones y casos prácticos. Cremos que esta obra fue impresa.

El otro Oviedo (Juan Antonio) no lució por la pluma, sino por sus virtudes monásticas; fue jesuíta, tuvo representación y alto pues­to en la Compañía. El padre Francisco Javier Lazcano, jesuíta mexi­cano, escribió la vida de Oviedo, que corre impresa en México (1760) (I).

Diego de Losada, y Garci González de Silva, y valeroso tesón con que los indios de las circunvecinas defendieron la ocupación, sosteniendo ima de las más porfia­das, largas y sangrientas luchas que registran los anales de la conquista. En esta narración, hecha con la imparcialidad, crítica y levantado espíritu del historiador verdadero, llenando los libros v, vi y vn se encierra el trabajo original con que el autor dilató la esfera de los conocimientos, creando fuente pura a que forzosa­mente han de acudir los que estudien la religión caraqueña, como lo hizo D. Ra­fael María Baralt al componer el Resumen de la histioria de Venezuela.".

El padre Lazcano, en la biografía que escribió de otro de los hermanos Ovie­dos, el jesuíta don Juan Antonio, dice, hablando de nuestro historiador: "Don Joseph murió en Caracas, adonde fue a la sombra del señor don Diego de Ba­ños y Sotomayor, tío suyo carnal. Obispo de aquella ciudad. Este caballero, aun­que casado, tue docto en Derechos (sic) , y tan aplicado al estudio, que compuso dos tomos de la Historia de Caracas. El primero se imprimió dedicado a su her­mano mayor el señor don Diego de Oviedo, y el segundo se conserva manuscrito, dedicado a su amantísimo hermano el P. Juan Antonio." Este segundo tomo no ha parecido hasta hoy. (Nota de A. G. R.) .

(1) Titúlase este libro: Vida exemplar y virtudes heroicas del Venerable Pa­dre Juan Antonio de Oviedo, de la Compañía de Jesús, escrita por el P. Francis­co Xavier Lazcano, de la misma Compañía. En México, en la Imprenta del Real y Mds antiguo Colegio de San Ildefonso. Año de 1760. Es libro que merece leerse como obra de edificación, por el estilo de las vidas del Año Cristiano, con muchas de las cuales guarda analogía por los casos que refiere de actos de santidad y peni­tencia de su héroe, y aun de luchas victoriosas con el demonio. Pero no fue so­lamente un santo varón el padre Oviedo, sino un escritor fecundísimo, aunque parezca deducirse lo contrario de las palabras de Vergara. El bibliógrafo mexica­no Eguiara, en la parte manuscrita de su Biblioteca Mexicana, le dedica un ar­tículo que transcribe el padre Lazcano, y allí consta el largo catálogo de los escri­tos de Oviedo. Sólo que Eguiara tenía la mala costumbre de poner en latín los títulos de las obras que citaba, desnaturahzándolos por completo, contra las más triviales reglas de la ciencia bibliográfica, motivo por el cual no podemos d ta r con precisión los que puso a sus numerosas publicaciones el padre Oviedo. Báste­nos d tar sus dos tomos de Panegíricos sacros y sus vidas de varios santos ¡lustres. De toda esta balumba de literatura devota, sólo conocemos el siguiente libro: Elo­gios de algunos hermanos coadjutores de la Compañía de Jesús que vivieron y murieron con opinión y fama de santidad. Recogidos de varios autores por el P.

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IQO JOSÉ MARÍA VERGARA V VERGARA

Don J u a n Bautista de Toro , cuyo nombre ya conocen los lec­

tores de esta obra, fue un distinguido eclesiástico bogotano, filán­

tropo a semejanza de San Vicente de Paúl , ascético y afable como

San Francisco de Sales, y escritor dist inguido. Tenemos noticia de al-

Juan Antonio de Oviedo, de la misma Compañía, Prefecto de la ilustre Congrega­ción de la Purísima y Calificador del Santo Oficio, Segunda parte. En México. En la imprenta de la Viuda de don Joseph Bernardo de Hogal. Año de 17ÍÍ. Para cada día del año está dispuesta la biografía de un hermano jesuíta, distinguido por su santidad. El libro está escrito, por lo general, en agrabale estilo, más na­tural que el del padre Lazcano en su Vida de Oviedo (a) .

(a) Hermano de los Oviedo y Baños y también santafereño, el padre Juan An­tonio (1670-1757) fue un escritor fecundo y de agradable estilo. Obtuvo el grado de doctor en teología en la Universidad de Guatemala, y en 1690 entró en el noviciado de la Compañía de Jesús, de iepozotlan. Después fue profesor de teolo­gía en Guatemala; procurador general en las cortes de Madrid y Roma por su provincia de Nueva España; visitador de Filipinas, rector del Colegio de México, prepósito de la casa profesa de la misma ciudad, dos veces provincial y calificador del Santo Oficio. Entre sus muchas obras, prescindiendo de los sermones sueltos y opúsculos piadosos, deben citarse las siguientes: Vida ejemplar, heroicas virtu­des y apostólicos ministerios del V. P. Antonio Núñez de Miranda, México 1702; Corona de flores que los esclavos de Maria Santísima te consagran como a su Reina y Señora en todas sus festividades, Madrid, 1717; Panegíricos sagrados en honra y alabanza de Dios, de Maria Santísima, su Madre, y de los Santos (dos vo­lúmenes, Madrid, 1718) ; Vida de la Virgen Maria manifestada en sus quince misterios principales, México, 1726; Vida de San Juan Nepomuceno, id., 1727; Vida y virtudes del P. Pedro Speciali, jesuíta de la provincia de México, id. 1727; Espejo de la juventud, id. 1727; El devoto de la Santísima Trinidad, id. 1735; Vida de San Juan Francisco Regis, id. 1738; Vida admirable, apostólicos ministe­rios y heroicas virtudes del Ven. P. José Vidal, id. 1752; Vida y afanes apostólicos del V. P. Juan de Ugarte, misionero apostólico de las Californias, id. 1753; Sue-cus TheologiíE moralis pro maiori paenitentium et confessariorum expeditione, id. 1754; El apóstol mariano representado en la vida del Ven. P. Juan Maria de Sal­vatierra, id 1754; Elogios de muchos hermanos coadjutores de la Compañía de Jesús que en las cuatro partes del mundo han florecido con grandes créditos de santidad 2 volúmenes, México, 1755, y Destierro de ignorancias sobre los Sacra­mentos de la Penitencia y Comunión, de la que en 1776 se hacia la décima edi­ción y después se han seguido haciendo otras.

El padre Oviedo no es nuestro sino por su nacimiento. Casi toda su vida la pasó en México, y allá edicto sus numerosas obras. Sin embargo, cn el Nuevo Reino fue popular su nombre entre los devotos de San Juan Nepomuceno, pues una novena que aquél compuso en honor de dicho mártir, "benignísimo protec­tor de la esclarecida religión de la Compañía de Jesús, singular patrono de la fama y custodio integérrimo del sagrado sigilo del sacramento de la peniten-da", fue reimpresa tres veces en Santafé: años 1748, 1804 y 1819. La edidón prín­cipe se hizo en México, y luego se reeditó en Sevilla en 1733. (Nou de G. O. M.).

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HISTORIA DE LA LrrERATtmA EN NUEVA 6RANAÓA l ^ í

gunas de las obras que escribió, y son éstas: Día de la Grande Reyna, Exercicios de un día de cada mes, dedicado al culto y memoria de

Don Diego de Baños y Sotomayor, tío carnal de los Oviedos era, corao ellos, natural de Santafé, y fue obispo de Caracas. Baralt, en su Historia de Venezuela, después de recordar la oscuridad intelectual de los cincuenta priraeros años que siguieron a la conquista, agrega: "Allá en el año de 1696 fue cuando se vio una luz lejana y reraisa de ilustración, con haber el obispo don Diego de Baños y Sotomayor, natural de Santafé de Bogotá, fundado en Caracas el Colegio Semina­rio de Santa Rosa, dotándolo de cátedras y becas. Trece de las últimas y nueve de las primeras se establecieron en él, siendo éstas de gramática latina, filosofía aristotélica, teología, cánones y música llana." (T. i, pág. 413) . El obispo Baños es autor de las Constituciones sinodales del Obispado de Venezuela, Madrid, 1698.

No pondremos punto a estas notas sin recordar a otro corapatriota que lle­vaba el apellido Oviedo, aunque no saberaos que perteneciera a la familia de li­teratos de que acabamos de hablar. Llamábase don Basilio Vicente de Oviedo, y de él dice Fernández Duro que "dedicó las horas de la siesta a bosquejar las condiciones geográficas de los curatos en el Nuevo Reino de Granada, intercalan­do curiosas notidas de historia natural". Da larga noticia de este curioso perso­naje el eminente historiador don Federico González Suárez, obispo de Ibarra, en un interesante estudio que publicó en 1890, en la revista de Quito La República del Sagrado Corazón de Jesús, con el título de Un escritor colombiano del tiempo de la Colonia. De los datos recogidos por el señor González, resulta que Oviedo fue colegial de San Bartolomé en Bogotá, y que durante más de cuarenta años desempeñó el ministerio de cura párroco en los pueblos y feligresías de Guane, Curiti, Boyacá, Nemocón, villa de Santa Cruz, San Gil, Santa Bárbara de Mogotes y Paipa. En 1773 era cura del pueblo de San Miguel de Paya, en el arzobispado de Santafé. Tuvo aderaás, por muchos años, el cargo de comisario del Santo Ofi­cio y de la Cruzada. "Este cura —continúa el señor González— compuso una obra dilatada, una verdadera miscelánea o biblioteca eclesiástica, que consta nada me­nos que de once tomos en folio. Son los siguientes:

Tomo IP—Vida de Cristo y de la Santísima Virgen. Tomo 2''—Noticias de la naturaleza angélica, sacadas de la Escritura y Santos

Padres, y asimismo de las esferas celestes, astros y planetas. Tomo 39—Epítome de las vidas de los antiguos patriarcas, profetas, príncipes

y sacerdotes del pueblo de Israel, con noticia de las cuatro primeras monarquías y otras cosas curiosas.

Tomo 4''—Epítome de las vidas de los Sumos Pontífices; noticia de los escri­tores más notorios de quince siglos, y relación de los reyes de la nadón española.

Tomo 5"?—Compendio útilísimo de los diez y nueve concilios ecuménicos, me­nos el Tridentino, y de los principales concilios nacionales y provinciales.

Tomo 6"?-Excelencias del sacerdocio, dignidad de los párrocos, misterios de la santa misa y ritos de administrar los sacramentos.

Tomo 7"?-Letra y exposición del Sacro Concilio de Trento, siguiendo la de­claradón de la Congregación intérprete.

Tomo 8"?-Calendario y diario de noticias, para utilidad y diversión de los curas nuevos.

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]^2 JOSÉ MARÍA VERGARA Y VERGARA

Nuestra Señora. Via dolorosa, cuchillos penetrantes de dolor, que traspasaron el corazón de la mas afligida Madre de Jesús, etc. Devoto

Tomo 9?—Compendio de los Sínodos del Arzobispado de Santa Fe. Noticia de la conquista del Nuevo Reino de Granada y de sus Prelados.

Tomo 10.—Epítome histórico de los curatos del Nuevo Reino de Granada, su origen y circunstancias (a).

Tomo II.—Discursos, Misceláneas, Emblemas, Apólogos, historietas. Parado­jas, Dichos graciosos, Definiciones del Derecho Civil, Constituciones y Derecho pontificio, de los Santos Sacramentos, de las censuras: modo de seguir los juicios: fórmulas de instrumentos y de cartas" (b) .

(a) Don Luis Augusto Cuervo, ex presidente de la Academia Colombiana de Historia, publicó como volumen XLV de la Biblioteca de Historia Nacional este tomo X de la obra de Oviedo. Aderaás, en un folleto del mismo señor Cuervo re­lativo a la personalidad del curioso y erudito escritor colonial, se encuentran los siguientes datos:

Nació el doctor Oviedo el día 14 de junio de 1699 en la población de Socotá, perteneciente al territorio oriental que forma hoy parte del departamento de Bo­yacá. Fue instituido cura en 1725, y al año siguiente se ordenó de sacerdote en el seminario de Popayán. En Mogotes escribió casi toda su obra y decía de esta po­blación que era buena por su clima y la longevidad de sus habitantes, pero la re­chazaba como buen curato, por ser muy pocos los que mueren. Se ignoran el lu­gar y la fecha de la muerte del benemérito sacerdote; pero no hay duda de que dejó esta vida casi octogenario.

El verdadero título del tomo x de la enciclopedia de Oviedo es el siguiente: Del Nuevo Reino de Granada y sus riquezas, y demás cualidades y de todas sus poblaciones y curatos, con especifica noticia de sus gentes y gobiernos. En el lomo se lee: Cualidades y riquezas del Nuevo Reino de Granada, que es el rótulo pues­to por Cuervo en su mentada edición.

El original y una copia de este libro se conservan en Madrid en la Real Academia de la Historia, y forman los volúmenes 59 y 60 de la célebre colección de documentos recopilados por don Juan Bautista Muñoz para escribir la Historia del Nuevo Mundo. Allí lo consultó Jerónimo Becker, y aprovechó algunas de sus referencias para las notas que puso a la edición española de la Historia de Santa Marta y Nuevo Reino de Granada, por fray Pedro de Aguado.

Don José Manuel Groot conoció una copia de este torao x del cual inserta al­gunos párrafos en su Historia eclesiástica y civil de Nueva Granada. Y don Ma­nuel Ancízar, tuvo por inseparable compañera en su amena Peregrinación de Alpha, otra copia, de lo cual hay constanda en numerosas páginas de su obra. (Nota de G. O. M.).

(b) En el mismo folleto de Luis Augusto Cuervo se en encuentran los si­guientes párrafos acerca de este volumen:

"El reverendo padre fray Humberto Molano, actual superior del Convento de Santo Domingo de Tunja, y laborioso investigador de nuestros anales, nos ha franqueado un curioso manuscrito del doctor Oviedo, que consideramos como el tomo II de su extensa obra. Tiene fecha 1756. Consta de 2Q0 páginas foliadas y va-

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HISTORIA DE LA LFTERATURA EN NUEVA GRANADA 193

"A esta colección de tratados le puso Oviedo un solo título y le llaraó Pen­samientos y noticias escogidas para utilidad de curas, porque en el propósito del autor formaba una sola obra, o mejor dicho, una enciplopedia eclesiástica de va­riada lectura."

"Varios de los escritos de Oviedo son históricos y pudieran servir muchísimo para ilustrar la historia de la dominación colonial en el Nuevo Reino de Grana­da. Bajo ese respecto nos parece que los trabajos de este párroco laborioso no ca­recen de mérito; antes lo tienen muy recomendable."

Pasando al examen literario de la obra, dice el señor González Suárez: "El lenguaje es, por lo regular correcto, aunque tan sencillo y humilde, que a veces peca de bajo y hasta arrastrado. El estilo carece de elevación y de dignidad, si "bien hay ocasiones en que se levanta a impulso de un entusiasmo pasajero."

Varias tentativas se hicieron para imprimir la enciplopedia de Oviedo, pero se tropezó sierapre con la mala voluntad del gobierno español. "En los escritos del cura de la colonia —dice el señor González— no dejó de descubrir el ojo avizor del consejo de Indias algunas cosas nada convenientes para las regalías del mo­narca español en estas partes." Don Antonio Narváez y Latorre escribía en estos términos al Arzobispo-Virrey, quien lo había encargado de gestionar en la corte el permiso para la publicación de la obra: "Fui, en efecto, a verle (al ministro español) , y su llustrísima me redbió y trató de esta obra con tal desagrado y desaprobación (a lo que comprendí, porque en algunos tomos o pasajes de ella hablaba el autor en elogio de los expatriados jesuítas) y de no poderse permitir su impresión." (Nota de A. G. R.) .

rias sin numerar, y se halla encuadernado en magnífico pergamino de la época. Algunos de sus capítulos ostentan los siguientes títulos: Sentencias, Cuentos y ca­sos. Cómputos de Geometría, Monedas, Apotegmas y Equívocos, Figuras, Historias, Dichos y Chistes, Sacros cánones, etc. En la página 30 se principia un Tratado de materias de curas, con este encabezamiento: "A 6 de julio, día en que tue arre­batado el santo profeta Isaías, comencé este Tratado, año 1756, por ser día de las dos Santas Lucías mártires, por ver si luce con el patrocinio de Isaías entre <los luces." Es este un largo estudio sobre derecho canónico, no exento de alguna preocupación pecuniaria por lo que mira a emolumentos de párrocos y tarifas de servicio eclesiástico. Trae una lista de arzobispos de Santafé, hasta el señor Arauz "que vive y viva muchos años', sin novedad histórica apreciable. Siguen Juego los aranceles de iglesia del señor Barrios en 1556 y Sínodo diocesano del mismo año, los del señor Zapata de Cárdenas en 1576, el del señor Lobo Guerrero •en 1606, el del señor Piedrahita como vicario del arzobispado en 1656, el del ra-donero Pedraza en 1665 y el que expidió en Sogamoso en 1669, a nombre del se­ñor Arguinao el señor Esteban Vasto, cura del pueblo de Susa y visitador general d e Tunja, Mariquita, Tocaima, La Palma, Vélez y Muzo. Este último arancel es motivo de severas críticas por parte del doctor Oviedo.

"Se inserta también, con comentarios, el arancel de Caracas en 1751, manda­d o observar en Santafé por la real audienda. Viene en seguida una declaración de fray Frandsco de Rincón, sobre cuartas arzobispales, con análisis suscinto de la inateria.

"Hay una tercera parte, bastante extensa, titulada De la dignidad sacerdotal, <|ue termina con las etimologías de varios nombres tomados de las Sagradas Es--crituras.

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exercicio, ó novena de los dolores y gozos del Señor San Joseph (1). Definiciones morales y teológicas. El secular religioso, un grueso volumen que se impriraió en Ma­

drid en 1722, y fue reirapreso en la misraa Corte en 1778. Esta obra es iraportante por más de un título. Corao hombre independiente y escritor evangélico, pocos autores sostuvieron con más libertad las tesis que inmortalizaron el nombre de Las Casas. Pintó con negros y merecidos colores la conducta de los corregidores de Indios, asegu­rando que muchos de ellos se sustentan con la sangre que los conde­na, que la codicia los hace muy inhumanos contra los tristes indios, y que de los corregidores de indios, pocos se salvan en la eternidad. En otro lugar describe lo que padecen los curas por defender a los indios de la tiranía de los españoles. Sostiene que los esclavos no han de ser tratados como bestias de sus amos, sino como hijos de sus se­ñores. Predicando con tanta libertad, debió de hacer mucho bien, porque su libro se jDopularizó mucho so pretexto de la consoladora

"La parte final del libro se llama Curiosidades, en la cual se ponen toda cla­se de cuestiones divinas y humanas, relativas a América o a Europa, algunas en pésimo latín, la generalidad redactadas a la carrera, sin orden ni método alguno. Tiene un capítulo o apéndice sobre probleraas en juicios civiles y criminales y varios modelos para memoriales de redáramos."

En el raismo autor y en la obra La literatura colonial y la popular de Co­lombia. —La Paz, Bolivia, 1928— pueden verse muchas anécdotas y detalles sobre la vida del doctor Basilio Vicente de Oviedo, quien fue hombre de grande inge­nio y saladísimo improvisador. (Nota de G. O. M.) .

(1) Este libro comprende dos partes en distinta foliatura. La priraera, que corresponde al título de la portada, tiene 96 páginas; después siguen 23 más, pre­cedidas de una con este nuevo título: Devoto exercicio, o novena, en memoria de los dolores y gozos del señor San Joseph, que podrán hacer sus devotos comen- , zdndolo el doce de marzo o en cualquier tiempo del año cuando quisieren al- \ canzar de este glorío'.nsimo Patriarca algún particular favor o conseguir el remedio de algún trabajo o aflicción. Se conserva en la Biblioteca Nacional de Bogotá un ejemplar de esta obra, célebre en nuestros anales bibliográficos por haber dado margen a opiniones encontradas acerca de la introducdón de la imprenta en el Nuevo Reino, editada en la de la Compañía de Jesús, a costa de Diego Muitenx, pero sin que se exprese en la portada el lugar ni el año de la impresión. Sin embargo, después de lo dicho por don Eduardo Posada en su Bibliografía bogo­tana (tomo I, páginas 16 a 19) , se puede afirmar con certeza que el piadoso libro del señor Toro se editó primeramente en España, en 1714, y luego en Santafé en una fecha que es muy probable sea 1742, pues entonces "suprimieron los jesuítas la marca del año, por habérseles prohibido la imprenta".

Otra obra del doctor Toro, quien talleció en 1730, según el autor de la mo­nografía sobre la capilla del Sagrario de Bogotá, es una "novena a la Purísima Concepción de la Inmaculada Reina Maria Santísima", publicada por primera vez en el año de 1731, y reimpresa en Bogotá, en la imprenta de Espinosa, en 1826. Es un cuadernito de 20 páginas en 8"?. (Nota de G. O. M.) .

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idea que trataba de inculcar, que el secular puede ser tan perfecto en la virtud como el religioso. Véase aliora una muestra de su obra: v

"Una de las profesiones que pudiera parecer algo incompatible con la santidad, es la de los ministros de justicia, así de los que sen­tencian, como de los que defienden, o escriben o la executan; pero si todos hacen con pureza de corazón su oficio, todos pueden ser en su oficio, y ocupación Santos. S. Eriberto, y Santo Thoiuás de Cantuaria fueron Cancilleres; también lo fue Thomas Moro. Desembargadores fueron S. Hieroteo, y S. Dionisio Areopagita; S. Ambrosio, S. Chri-sóstomo y S. Cipriano, Abogados: Senadores iueron S. Pudente y b. .'V.polonio; Procurador de la Hacienda Real fue S. Fulgencio. Ni han faltado Santos escribanos, pues lo fueron S. Marciano, S. Genexio, y S. Claudio. Jueces de Crimen fueron S. Anastacio, y S. Ferreolo; has­ta en el vilísimo oficio de alguaciles no han faltado Santos. En esta ocupadón lo fueron S. Ciríaco, S. Estrato y otros. En ningún género de vida parece que anda más arriesgada la eterna, que en aquella que traben los Soldados, tan dura como el hierro de que visten, tan vio­lenta como del fuego de que se arman, tan vanos y jactanciosos co­mo el viento que los llama en las caxas, y trompetas, y los guia en las banderas; y es casi innumerable el número de Soldados Santos que han dado felizmente la vida en la Iglesia Militante, adornándose de palmas y de coronas, para entrar en la Triunfante. Solo en la per­secución de Trajano padecieron y dieron sus vidas por Christo seis mil soldados en el martirio. En la persecución de Diocleciano y Maxi-miano en un solo dia dieron la vida diez mil por la Fé Católica, des­terrados primero para Armenia, y después crucificados. S. Eustaquio y Constantino fueron Generales: Mariscales fueron S. Nicostrato, y S. Antioco: Maestres de Campo S. Marcelino, y Floreano. También ha habido Capitanes: S. Quirino y Vidal lo fueron de Caballos; y S. Gordio y S. Marcelo de Infantería. S. Exuperio, y Juliano fueron Alféreces; de suerte, que no hay estado alguno, oficio ni ocupación, en que los seculares no puedan, si quieren, ser Santos, y muy Reli­giosos" (1).

(1) En el Repertorio Colombiano (tomo xn, N? 2) , publicó el señor don Mi­guel Antonio Caro con el título de Curiosidades literarias, un artículo sobre don Juan Bautista de Toro, del cual tomaraos lo siguiente: "De don Juan Bautista de Toro no tenemos más noticias que las que nos suministran sus obras y las actas de la Escuela de Cristo, a saber: que era natural de estas tierras y sacerdote; que fue su maestro y director espiritual el padre Pedro de Mercado, de la Compañía de Jesi'is, a quien apellida Oráculo de esta ciudad; y que profesaba el mayor res­peto y veneración a la orden de San Ignacio; que era doctor en teología, exami­nador sinodal y calificador de la Santa Inquisidón en este arzobispado; primer

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"196 JOSÉ MARÍA VERGARA Y VERGARA

Don Fernando de Vergara Azcárate, bogotano, hizo sus estudios -en el Colegio de San Bartolomé, y concluidos éstos se entró de jesuí­ta. Había nacido a fines del siglo xvn. Tuvo reputación de hombre de letras, y mereció en su orden los cargos de procurador general de su provincia en Roma, adonde no pudo llegar por haberse enferma­do en Cartagena; de rector del colegio de jesuítas establecido en aque­lla ciudad, y de rector también de Santafé, cuando regresó a esta ciu­dad. Murió el 12 de octubre de 1761. Era hijo de don Francisco de Vergara Azcárate, a quien nombra Ocáriz (1) entre los varones insig­nes del Nuevo Reino, y de doña Úrsula Gómez de Sandoval, hija del fundador de la Capilla del Sagrario.

Don Fernando escribió las siguientes obras:

Resoluciones morales, o explicación de los contratos en común -y en particular.

Cuestiones canónicas. Sermones de la Santísima Virgen y de los Santos. Breve noticia de la Congregación de Nuestra Señora del Socorro.

.director y capellán de la Escuela de Cristo, congregación que hasta hoy se con­serva, establecida en la Capilla del Sagrario de esta Iglesia Metropolitana, y que

. con motivo de su fallecimiento tue nombrado nuevo capellán en 1734." Después de hacer numerosas dtas del Secular religioso, agrega el señor Caro:

'"Los extractos que preceden darán una idea, aunque imperfecta, del mérito de la .-obra de Toro. El pensamiento general es hermoso y fecundo, y su plan está bien .trazado: en la primera parte el autor, moralista de buena escuela, expone cómo puede un seglar servir a Dios y salvar su alraa, cualquiera que sea su posición sodal, su profesión u oficio, y en la parte segunda, da las reglas especiales de sus

.deberes religiosos a los gobernantes, a los jueces, a los nobles, al padre de familia, a l estudiante, al abogado, al médico, y por último, al militar.

"Tiene también el Secular religioso cierta importancia literaria porque en la época en que el gongorismo, con la autoridad de los escritores peninsulares, había

•pasado a las Indias y pervertido completamente el gusto literario, invadiendo aun los colegios de la Compañía de Jesús, que debieran ser refugio del buen gusto, don Juan Bautista de Toro escribía en estilo natural, sencillo y armonioso.. . En el prólogo de su libro, protesta contra el mal gusto que en su tiempo reinaba, y

.en favor de su doctrina literaria movía el ejemplo de Jesucristo, recordando que la claridad de su predicación tue eficaz testimonio de su Verdad.

"Muy favorable acogida debió de alcanzar la primera edidón de £ í Secular religioso, cuando mereció ser nuevamente publicado por Ibarra, impresor del Rey, cn 1778. Es singular fenómeno ver al impresor de cámara de Carlos iii, reprodu-

- d r en elegante edición una obra cuyo autor tributa constantes elogios a los jesuí­tas, y condena enérgicamente la conducta de los españoles que pasaban a Amé­rica con empleos de S. M."

(1) Preludio, pág. 260.

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HISTORIA DE LA LrrERATURA EN NUEVA GRANADA 197"

Dictamen de prudencia de nuestro Padre San Ignacio de Loyola. Novena de San Agustín, Doctor de la Iglesia.

El doctor don José de Vergara Azcárate, hermano del anterior, nació en Santafé el 22 de enero de 1684, y fue sucesor de su padre y abuelo en la encomienda de Serrezuela, por título ratificado por el presidente Cabrera y Dávalos: estudió en el Colegio de San Bartolo­mé hasta 1703. Nombrado corregidor del partido de Servitá, pasó a Pamplona, donde se estableció. Víctima de una desgracia, dramática-por lo grande (la muerte de diez y ocho hijos y de su esposa, acaeci­das todas en dos meses), acudió a la religión y se ordenó de sacerdo­te; que en aquellos siglos de fe estaba ventajosamente reemplazado^ el suicidio de nuestros días, con la consagración del desgraciado ext la humanitaria profesión de religioso. Recibió el grado de doctor en teología en la Universidad Tomística, y durante sus estudios ha­bia recibido el de maestro en filosofía. Consiguió el curato de Tó­paga en 1726, fue ascendido al curato y vicaría del Socorro, y nom­brado provisor y vicario general ad effectum visitandi: hizo en efec­to la visita de la mayor parte del arzobispado, y murió en el Socorro-el 27 de octubre de 1746. Fue muy conocido en su patria y en Es­paña por su piedad, instrucción y talento.

Años después de su muerte (a fines del siglo xvm) un hijo suyo,, el único que le quedó cuando la devastación de su familia, que esta­ba de regente, fue nombrado por la audiencia comisionado para tra­tar con los heroicos comuneros del Socorro. La memoria de su padre contribuyó mucho para lograr la capitulación de Zipaquirá, que des­pués violó la audiencia sacrificando a los jefes de los insurrectos.

Las obras que dejó el eclesiástico de quien tratamos, fueron las^ siguientes:

El sacerdote instruido. Historia de las capellanías fundadas por laicos y religiosos ert'

este arzobispado. Esta obra importantísima por más de un título, fue--el fruto de la prolija visita que hizo en el arzobispado.

Sermones morales y doctrinales. Historia de Gedeón, Ester y la casta Susana. De las reliquias y veneración de los santos. Cuestiones del cabildo de Santafé. Reparos dignos de atención en la ereccióti de parroquias..

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198 JOSÉ MARÍA VERGARA Y VERGARA

En sus sermones tiene un estilo robusto, altisonante a las veces,, en lo general dulce y persuasivo, ya cuando clama "a los inconsi­derados pasajeros de la vida", ya mostrando a los reyes "esos gra­nos de tierra, de púrpura vestidos para ocultarse a los ojos de la hu­manidad siempre doliente y miserable", ya oyendo "la voz que atra­viesa desde los primeros horabres hasta las últiraas generaciones, lle­vando a despecho de muchos los nombres terribles de Dios y eter­nidad".

Paso a paso hemos ido evocando las sombras de los varones que cultivaron las letras en aquella épcKa, para llegar al más liberal y clásico acontecimiento que se puede registrar en nuestros anales. Ha­blamos de la introducción de la imprenta. Desde otra página de es­ta obra, hicimos notar que ya estaba introducida en el Perú y en México desde muchos años atrás, y nosotros carecíamos de ese gigante de cien brazos y cien bocas, el raás poderoso auxiliar del pensamien­to, complemento humano de una obra divina, la palabra. La in­troducción de la imprenta se debe a los jesuítas.

Esta orden que había abierto y sostenido un colegio en Santafé, y que a mediados del siglo xvm en que fue expulsada, tenía varios en distintos puntos del reino, trajo a las selvas de la colonia tipos y libros, formando ricas bibliotecas. La introducción de la imprenta entre nosotros había sido colocada por nuestros historiadores en 1789; el mismo Plaza, tan laborioso investigador, no tenía conocimiento de otro impreso más antiguo que el de la inscripción conmemorativa de la erección del teraplo de la Capuchina, en 1783; después se des­cubrió una providencia del visitador Piñeres, irapresa en Bogotá, en 1770; la publicación de la vida de la Madre Castillo, reveló que la imprenta existía en Santafé en 1746, y últimamente descubrimos una hoja que tiene al pie la siguiente dirección:

"En Santafé de Bogotá: En la imprenta de la Compañía de Je­sús. Año 1740."

El libro del doctor Juan Bautista de Toro, de que hemos he­cho mención, parece impreso en Santafé muchos años antes de esta íecha; pero no existiendo sobre esto sino presunciones, no podemos en buena lógica de historiadores, aceptarlo como dato en una mate­ria tan importante.

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Así, pues, podemos fijar la época de la introducción de la im­prenta en la Nueva Granada, en 1738, por lo menos (1). Adelantán­donos un poco en nuestra narración, por la analogía de la materia, pondremos aquí lo que escribía el 28 de noviembre de 1746 el padre Diego de Moya, jesuíta, a una monja tunjana, después de la muerte de la notable escritora, Madre Francisca Castillo:

"Pues hay imprenta bastante para este efecto (el de imprimir el sermón pronunciado en las exequias de la Madre Castillo) en nuestro Colegio máximo de Santafé... si esta empresa le agrada, escriba al padre Provincial. . . para que hechas las diligencias de examen y apro­bación se ponga el sermón a la prensa: lo cual hará el hermano Fran­cisco de la Peña, que es impresor de oficio; y aunque ahora está de la­brador en el campo, podrá venir a imprimirlo, supliéndole otro en el ministerio de su hacienda, que es El Espinar, por un par de meses, a lo mas largo. . . que como se han estampado catecismos y novenas, podrá esta obra semejantemente, imprimirse en cuartillas, pues hay moldes y letras suficientes para eso. . . etc.".

Tal fue la historia de la introducción de la imprenta en nues­tro atrasado país. No sabemos si en el espíritu del lector se despier-

(1) Los historiadores nacionales están en desacuerdo sobre el año en que lle­gara a Bogotá la primera tipografía. Borda y Groot señalan el de 1734; Vergara y Vergara y Nepomuceno J. Navarro, el de 1738; Plaza y otros fijan época pos­terior (1783) ; Caicedo Rojas, en cambio, hace remontar este fausto aconteci­miento a 1711; Ibáñez y el chileno José Toribio Medina, afirmaron que la im­presión más antigua que se conocía databa de 1739. Pero un religioso colombiano, el reverendo padre fray A. Mesanza, O. P., encontró una obra anterior, publica­d a en 1738, y hallada en un convento de monjas de nuestra capital.

En consecuencia, se puede afirmar con el historiador Eduardo Posada, que la imprenta fue introducida entre nosotros, a fines de 1737, puesto que el Septe­nario al Corazón Doloroso de María Santísima, sacado a luz por el doctor don Juan de Ricaurte y Terreros, juez cura y vicario eclesiástico de la ciudad de Vélez, producido en la imprenta de la Compañía de Jesús, en el año de 1738, es el escrito más antiguo que se ba encontrado, y que difídlmente se hallará otra publicadón que le preceda. En cuanto a las frágiles suposiciones de Caicedo Ro­jas —quien sostuvo en sus Recuerdos y Apuntamientos que la obra del doctor Toro había sido publicada en Santafé en 1711— han sido desvanecidos por la in­flexible crítica histórica, no menos que las de los historiadores de Cartagena de Indias, señores José P. Urueta y Eduardo G. de Piñeres, quienes afirman que esta fue la segunda ciudad americana donde funcionó el gran invento de Gutemberg. (Véase Historía del periodismo en Colombia, Bogotá, 1925, por el autor de estas anotaciones). (Nota de G. O. M.).

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ten ideas semejantes a las que recibimos; pero en el nuestro esti acompañado de recuerdos casi afectuosos el nombre de Francisco d e la Peña, que era impresor de oficio, en Santafé, y por los años de 1746. La fecha es su elogio.

Consignado en los primeros tipos que nos vinieron, el nombre de la Compañía de Jesús, no podrá, en justicia, ser olvidado nunca-en nuestra patria.