capítulo 3
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Paloma Mercedes Palacios García
CAPÍTULO III.
BAILES Y DANZAS
EN ACAPULCOANTES Y DESPUÉS DE LA CONQUISTA
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Paloma Mercedes Palacios García
CAPITULO II. BAILES Y DANZAS EN ACAPULCO
Como se menciona en el capítulo anterior, hace unos años, Acapulco
formaba parte de la región de Costa Chica, pero por el gran desarrollo que ha
alcanzado actualmente es considerado como una séptima región. A partir de esta
premisa, he podido comprender como es que el puerto de Acapulco ha sido la
puerta de entrada de la cultura, economía, religión, etc., que ha predominado en la
región. Por eso, el puerto ha sido el acceso de muchos de los bailes y danzas que
se bailan en el estado, comprendiendo así que muchas de ellas no se asentaron
como tal en el puerto, si no que después de descubrirse cada una de estas
mezcolanzas, Acapulco juega un papel importante en el desarrollo de estas como
tal.
Así mismo, la música que acompaña estos bailes y danzas forma parte
importante de la adquisición y apropiación de estas al estado, y es por esa razón
que se describe a continuación las más importantes.
Los sones y chilenas de la Costa Chica, se basan en la música costeña que
predomina en la región de la cual Acapulco formaba parte. Entre los géneros
musicales cultivados en la Costa Chica merecen citarse el corrido, el palomo o el
paseo, el zapateado, el jarabe, el paso doble, el bolero, la polca, el chotis, el son,
la chilena y los sones de artesa.
El corrido se encuentra en pleno apogeo en esta región sea aquí donde su
tradición se encuentra más viva y donde, su temática ya no tiene que ver con la
Revolución, si no que ahora alude, sobre todo después de la conquista a
pistoleros y “braveros”, aunque excepcionalmente, trata de sucesos
extraordinarios como terremotos, accidentes y niños que “nacen hablando”. Su
acompañamiento recuerda a la polca o al vals, y es tocado por una o más
guitarras. Hay algunos “copleros” que la mantienen como especialidad. Entre los
principales corridos tenemos “Simón Blanco”, “El Chante Luna”, “La Tragedia de
Prisco Sánchez”, “Lisandro Jiménez”, etc.
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El jarabe se encuentra por toda la Costa Chica, aunque no se toca con
frecuencia; de él derivan un número considerable de danzas regionales como los
paseos “El Palomo”, “El Panadero” y “Los moros”. Estas danzas que se interpretan
más a menudo que el jarabe son secciones del mismo que se han convertido en
pieza aparte.
Los sones de artesa son bailes y música que todavía es posible ver en los
municipios de Cuajinicuilapa y Florencio Villareal (Cruz Grande).
El paso doble y las marchas arraigan durante los años 30’s y 40’s en la
Costa Chica, creándose las composiciones “Acapulco”, pasodoble de Walter
Luckhaus y “Azoyú”, marcha de Higinio Peláez R., por ejemplo. Entre los boleros
cultuivados en la región encontramos “No somos eternos” y “Permíteme” de
Higinio Peláez R.
En la Costa Chica, se integran conjuntos para cantar y tocar los sones,
estando inicialmente formado por jaranas, arpas y guitarras. El son en Guerrero
tomó características propias que lo distinguen de otros que se tocan en otras
partes del país; es mucho más recio y dinámico; denota una fuerte influencia, por
un lado, de la población afromestiza que se estableció en esta región en los siglos
XVII y XVIII. Y por el otro, de la música traída por los marineros y aventureros
peruanos y chilenos (chilenas). Con el paso del tiempo 103 sones fueron
adoptados por las tradicionales bandas de viento costeñas, adquiriendo con esto
un muy peculiar estilo que lo diferencia del resto de los sones nacionales que se
interpretan con instrumentos de cuerda.
Para encontrar el origen de la Chilena es necesario trasladarnos a
Sudamerica y remontarnos a principios del siglo XIX. Es su antecedente la zamba,
que según el distinguido folclorista argentino Carlos Vega, era muy popular en
chile y Argentina en 1812 y 1813; su nombre procede del bantú “zambo” que
significa baile. Era una danza de movimiento lento en compás de 6 por 8.
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El camino por el cual llegó a Guerrero la “chilena” fue, indudablemente, el
marítimo, vías Acapulco; en cuyo puerto atracaban naves sudamericanas desde la
época colonial. A mediados del siglo XIX, tal vez debido a motivos comerciantes o
al redescubrimiento de los yacimientos acuíferos en California, que provocó la
llamada “fiebre de oro”, marineros, comerciantes aventureros y mineros en busca
de fortuna, se desplazaron hacia esas tierras, salieron de su patria en barcos que
navegaban hacia el norte. Escala obligatoria de esos barcos era el puerto de
Acapulco y otros puntos del litoral guerrerense donde bajaban los marineros con
sus cantos y bailes que hacían el deleite de los moradores del puerto de Acapulco.
La Chilena no arraigo, sin embargo, fue llevada a lo largo de toda la Costa Chica
por viajeros y comerciantes afirmándose de tal manera en el gusto popular que de
ahí en adelante se consideró como propia.
La música del son y la chilena está íntimamente ligada al baile social en la
mayoría de las veces, expresados siempre en el coqueteo entre mujer y varón.
El son deriva de los “sonecitos de la tierra” que son una evolución de
cancioncillas españolas que llegaron a México durante la conquista. Estos
“sonecitos” contribuyeron a dar origen a los sones costeños llamados “Sones de
Artesa”. El lugar donde nacieron los sones de Artesa fue en la Costa Chica, en
especial en la población de Cruz Grande, casi seguramente a mediados del siglo
pasado, o un poco antes, tiempo en que los marineros chilenos y peruanos
trajeron las “cuecas” y “marineras” que en México conocemos con el nombre de
“chilenas”. Los sones de artesa son el resultado de la combinación de estas
chilenas con el son mexicano del yugo de los españoles del centro del país, en
tiempos de la colonia se refugiaron en las costas guerrerenses, muy semejantes a
sus tierras de origen. De las danzas y bailes de los negros, los sones de artesa
tomaron el redoble africano y el uso del tapeo en el arpa por el que fue sustituido
el tambor original. Las “chilenas” aportan la utilización de los descansos y paseos
y el uso del pañuelo que en México se denomina paliacate; mientras que de éstas
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y el son mexicano, toma el zapateado. El “son” mexicano cede también el uso de
los instrumentos de cuerda para su interpretación.
Los “sones de artesa” deben su nombre a que eran ejecutados por los
bailadores en una canoa llamada “artesa” que se colocaba boca abajo sobre 4 o 6
soportes de madera que eran apoyados en sus extremos sobre dos montículos de
arena, con la finalidad de formar una caja de resonancia de muy buena calidad.
La tarima está hecha generalmente de madera de pino y tiene medidas más
o menos fijas, que son las siguientes: 2 m de largo por 1 m de ancho y 20 cm de
altura. A los costados lleva unas perforaciones que tienen como finalidad
amplificar el sonido que produce la pareja al bailar. En la parte de debajo de
algunas tarimas se fijan con armellas varias argollas dispuestas en pares, las que
al chocar entre si dan otro agradable sonido metálico al zapateo. Antiguamente se
colocaban 4 manojos de cascabeles.
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