caperucita roja versiones

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Cruel historia de un pobre lobo hambriento Un cuento de Gustavo Roldán - ¿Y cuentos, don sapo? ¿A los pichones de la gente le gustan los cuentos?- preguntó el piojo. - Muchísimo. - ¿Usted no aprendió ninguno? - ¡Uf! un montón. - ¡Don sapo, cuéntenos alguno!- pidió entusiasmada la corzuela. - Les voy a contar uno que pasa en un bosque. Resulta que había una niñita que se llamaba Caperucita Roja y que iba por medio del bosque a visitar a su abuelita. Iba con una canasta llena de riquísimas empanadas que le había dado su mamá... - ¿Y su mamá la había mandado por medio del bosque?- preguntó preocupada la paloma. - Sí, y como Caperucita era muy obediente... - Más que obediente, me parece otra cosa- dijo el quirquincho. - Bueno, la cuestión es que iba con la canasta llena de riquísimas empanadas... - ¡Uy, se me hace agua la boca!- dijo el yaguareté. - ¿Usted también piensa en esas empanadas?- preguntó el monito. - No, no- se relamió el yaguareté-, pienso en esa niñita. - No interrumpan que sigue el cuento- dijo el sapo; y poniendo voz de asustar continuó la historia-: cuando Caperucita estaba en medio del bosque se le apareció un lobo enorme, hambriento...

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Distintas versiones de Caperucita para un posible itinerario de lecturas sobre este cuento clásico.

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Page 1: Caperucita Roja Versiones

Cruel historia de un pobre lobo hambrientoUn cuento de Gustavo Roldán

- ¿Y cuentos, don sapo? ¿A los pichones de la gente le gustan los cuentos?- preguntó el piojo.

- Muchísimo.

- ¿Usted no aprendió ninguno?

- ¡Uf! un montón.

- ¡Don sapo, cuéntenos alguno!- pidió entusiasmada la corzuela.

- Les voy a contar uno que pasa en un bosque. Resulta que había una niñita que se llamaba Caperucita Roja y que iba por medio del bosque a visitar a su abuelita. Iba con una canasta llena de riquísimas empanadas que le había dado su mamá...

- ¿Y su mamá la había mandado por medio del bosque?- preguntó preocupada la paloma.

- Sí, y como Caperucita era muy obediente...

- Más que obediente, me parece otra cosa- dijo el quirquincho.

- Bueno, la cuestión es que iba con la canasta llena de riquísimas empanadas...

- ¡Uy, se me hace agua la boca!- dijo el yaguareté.

- ¿Usted también piensa en esas empanadas?- preguntó el monito.

- No, no- se relamió el yaguareté-, pienso en esa niñita.

- No interrumpan que sigue el cuento- dijo el sapo; y poniendo voz de asustar continuó la historia-: cuando Caperucita estaba en medio del bosque se le apareció un lobo enorme, hambriento...

- ¡Es un cuento de miedo! ¡Qué lindo!- dijo el piojo saltando en la cabeza del ñandú-. A los que tenemos patas largas nos gustan los cuentos de miedo.

- Bueno, decía que entonces le apareció a Caperucita un lobo enorme, hambriento...

- ¡Pobre...!- dijo el zorro.

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- Sí, pobre Caperucita- dijo la pulga.

- No, no- aclaró el zorro-, yo digo pobre el lobo, con tanta hambre. Siga contando, don sapo.

- Y entonces el lobo le dijo: Querida Caperucita, ¿te gustaría jugar una carrera?

- ¡Cómo no!- dijo Caperucita-. Me encantan las carreras.

- Entonces yo me voy por este camino y tú te vas por ese otro.

- ¿Tú te vas? ¿Qué es tú te vas?- preguntó intrigado el piojo.

- No sé muy bien- dijo el sapo-, pero la gente dice así. Cuando se ponen a contar un cuento a cada rato dicen tú y vosotros. Se ve que eso les gusta.

- ¿Y por qué no hablan más claro y se dejan de macanas?

- Mire mi hijo, parece que así está escrito en esos libros de dónde sacan los cuentos.

- Y cuando hablan, ¿También dicen esas cosas?

- No, ahí no. Se ve que les da por ese lado cuando escriben.

- Ah, bueno, no es tan grave entonces- dijo el monito-. ¿Y qué pasó después?

- Y entonces cada uno se fue por su camino hacia la casa de la abuela. El lobo salió corriendo a todo lo que daba y Caperucita, lo más tranquila, se puso a juntar flores.

- ¡Pero don sapo- dijo el coatí-, esa Caperucita era medio pavota!

- A mí me hubiera gustado correr esa carrera con el lobo- dijo el piojo-. Seguro que le gano.

- Bueno, el asunto es que el lobo llegó primero, entró a la casa, y sin decir tú ni vosotros se comió a la vieja.

- ¡Pobre!- dijo la corzuela.

- Sí, pobre- dijo el zorro-, qué hambre tendría para comerse una vieja.

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- Y ahí se quedó el lobo, haciendo la digestión- siguió el sapo-, esperando a Caperucita.

- ¡Y la pavota meta juntar flores!- dijo el tapir.

- Mejor- dijo el yaguareté- déjela que se demore, así el lobo puede hacer la digestión tranquilo y después tiene hambre de nuevo y se la puede comer.

- Eh, don yaguareté, usted no le perdona a nadie. ¿No ve que es muy pichoncita todavía?- dijo la iguana.

- ¿Pichoncita? No crea, si anda corriendo carreras con el lobo no debe ser muy pichoncita. ¿Cómo sigue la historia, don sapo? ¿Le va bien al lobo?

- Caperucita juntó un ramo grande de flores del campo, de todos colores, y siguió hacia la casa de su abuela.

- No, don sapo- aclaró el zorro-, a la casa de la abuela no. Ahora es la casa del lobo, que se la ganó bien ganada. Mire que tener que comerse a la vieja para conseguir una pobre casita. Ni siquiera sé si hizo buen negocio.

- Bueno, la cuestión es que cuando Caperucita llegó el lobo la estaba esperando en la cama, disfrazado de abuelita.

- ¿Y qué pasó?

- Y bueno, cuando entró el lobo ya estaba con hambre otra vez, y se la tragó de un solo bocado.

- ¿De un solo bocado? ¡Pobre!- dijo el zorro.

- Sí, pobre Caperucita- dijo la paloma.

- No, no, pobre lobo. El hambre que tendría para comer tan apurado.

- ¿Y después, don sapo?

- Nada. Ahí terminó la historia.

- ¿Y esos cuentos les cuentan a los pichones de la gente? ¿No son un poco crueles?

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- Sí, don sapo- dijo el piojo-, yo creo que son un poco crueles. No se puede andar jugando con el hambre de un pobre animal.

- Bueno, ustedes me pidieron que les cuente... No me culpen si les parece cruel.

- No lo culpamos, don sapo, a nosotros nos interesa conocer esas cosas.

- Y otro día le vamos a pedir otro cuento de esos con tú.

- Cuando quieran, cuando quieran- dijo, y se fue a los saltos murmurando-: ¡Si sabrá de tú y de vosotros este sapo!

El bosque era mi hogar. Yo vivía allí y me gustaba mucho. Siempre trataba

de mantenerlo ordenado y limpio. Un día soleado, mientras estaba

recogiendo las basuras dejadas por unos turistas sentí unos pasos. Me

escondí detrás de un árbol y vi llegar a una niña vestida de una forma muy

divertida: toda de rojo y su cabeza cubierta, como si no quisieran que la

viesen. Caminaba feliz y comenzó a cortar las flores de nuestro bosque, sin

pedir permiso a nadie, quizás ni se le ocurrió que estas flores no le

pertenecían. Naturalmente, me puse a investigar. Le pregunté quién era, de

dónde venía, a dónde iba, a lo que ella me contestó, cantando y bailando, que

iba a casa de su abuelita con una canasta para el almuerzo. Me pareció una

persona honesta, pero estaba en mi bosque cortando flores. De repente, sin

ningún remordimiento, mató a un mosquito que volaba libremente, pues el

bosque también era para él. Así que decidí darle una lección y enseñarle lo

serio que es meterse en el bosque sin anunciarse antes y comenzar a

maltratar a sus habitantes.

La dejé seguir su camino y corrí a la casa de la abuelita. Cuando llegué me

abrió la puerta una simpática viejecita. Le expliqué la situación y ella estuvo

de acuerdo en que su nieta merecía una lección. La abuelita aceptó

permanecer fuera de la vista hasta que yo la llamara y se escondió debajo de

la cama.

Page 5: Caperucita Roja Versiones

Cuando llegó la niña la invité a entrar al dormitorio donde yo estaba acostado

vestido con la ropa de la abuelita. La niña llegó sonrojada, y me dijo algo

desagradable acerca de mis grandes orejas. He sido insultado antes, así que

traté de ser amable y le dije que mis grandes orejas eran para oírla mejor.

Ahora bien, la niña me agradaba y traté de prestarle atención, pero ella hizo

otra observación insultante acerca de mis ojos saltones. Comprenderán que

empecé a sentirme enojado. La niña mostraba una apariencia tierna y

agradable, pero comenzaba a caerme antipática. Sin embargo pensé que

debía poner la otra mejilla y le dije que mis ojos me ayudaban a verla mejor.

Pero su siguiente insulto sí me encolerizó. Siempre he tenido problemas con

mis grandes y feos dientes y esa niña hizo un comentario realmente grosero.

Reconozco que debí haberme controlado, pero salté de la cama y le gruñí,

enseñándole toda mi dentadura y gritándole que era así de grande para

comérmela mejor. Ahora, piensen Uds: ningún lobo puede comerse a una

niña. Todo el mundo lo sabe. Pero esa niña empezó a correr por toda la

habitación gritando mientras yo corría detrás suya tratando de calmarla.

Como tenía puesta la ropa de la abuelita y me molestaba para correr me la

quité, pero fue mucho peor. La niña gritó aun más. De repente la puerta se

abrió y apareció un leñador con un hacha enorme y afilada. Yo lo miré y

comprendí que corría peligro, así que salté por la ventana y escapé

corriendo.

Me gustaría decirles que éste es el final del cuento, pero desgraciadamente

no es así. La abuelita jamás contó mi parte de la historia y no pasó mucho

tiempo sin que se corriera la voz de que yo era un lobo malo y peligroso.

Todo el mundo comenzó a evitarme y a odiarme.

Desconozco que le sucedió a esa niña tan antipática y vestida de forma tan

rara, pero si les puedo decir que yo nunca pude contar mi versión. Ahora ya

la conocen…”

Adaptación corregida de un texto de © Lief Fearn titulado El Lobo calumniado aparecida en

el Educatio Projet de la Sección Británica de A.I. Publicado en el Boletín Informativo: “Educación

en Derechos Humanos” nº 8, Septiembre 88.

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Caperucita Roja de Gabriela Mistral.Posted in Cuentos, Poesía by Alguien on 19 junio 2008

Lucila de María del Perpetuo Socorro Godoy Alcayaga,

llamada Gabriela Mistral (Vicuña, 7 de abril de 1889 – Nueva York, 10 de enero de 1957), fue

una  poetisa, diplomática y pedagoga chilena. Fue una destacada educadora que visitó

México, donde cooperó en la reforma educacional, Estados Unidos y Europa, estudiando las

escuelas y métodos educativos de estos países. Además fue profesora invitada en las

universidades de Barnard, Middlebury y Puerto Rico. A partir de 1933, y durante veinte años,

desempeñó el cargo de cónsul de su país en ciudades como Madrid, Lisboa y Los Ángeles, entre

otras. Su poesía, llena de calidez y emoción y marcado misticismo, ha sido traducida al

inglés, francés, italiano, alemán y sueco, e influyó en la obra creativa de muchos escritores

latinoamericanos posteriores, como Pablo Neruda y Octavio Paz. Sus diversos poemas escritos

para los niños se recitan y cantan en muy diversos países. En 1945 se convirtió en el primer

escritor latinoamericano en recibir el Premio Nobel de Literatura. Posteriormente, en 1951, se le

concedió el Premio Nacional de Literatura. Hija de un profesor rural y con una hermanastra de

la misma profesión, Gabriela Mistral, con temprana vocación por el magisterio, llegó a ser

directora de varios liceos fiscales. Su fama como poetisa comenzó en 1914 luego de haber sido

premiada en unos Juegos Florales por sus -Sonetos de la muerte-, inspirados en el suicidio de

su gran amor, el joven Romelio Ureta. A este concurso se presentó con el seudónimo que

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desde entonces la acompañaría toda su vida. A su primer libro de poemas, Desolación(1922), le

siguieron Ternura (1924), Tala (1938), Lagar (1954) y otros.

En homenaje a esta gran poetisa (aunque ella prefería llamarse poeta), y como continuación a

nuestra sección de versiones de Caperucita, hoy, día además de “Versos Olvidados”,

recordamos su poema “Caperucita Roja“.

Caperucita Roja visitará a la abuela

que en el poblado próximo sufre de extraño mal.

Caperucita Roja, la de los rizos rubios

tiene el corazoncito tierno como un panal.

A las primeras luces ya se ha puesto en camino

y va cruzando el bosque con un pasito audaz.

Sale al paso Maese lobo, de ojos diabólicos.

“¡Caperucita Roja, cuéntame a dónde vas!”.

Caperucita es cándida como los lirios blancos.

“Abuelita ha enfermado. Le llevo aquí un pastel

y un pucherito suave, que se derrite en jugo.

¿Sabes del pueblo próximo? Vive a la entrada de él”.

Y ahora, por el bosque discurriendo encantada,

recoge bayas rojas, corta ramas en flor.

Y se enamora de unas mariposas pintadas

que le hacen olvidarse del viaje del Traidor.

El lobo fabuloso de blanqueados dientes

ha pasado ya el bosque, el molino, el alcor,

Page 8: Caperucita Roja Versiones

y golpea en la plácida puerta de la abuelita

que le abre. ¡A la niña, ha anunciado el traidor!

Ha tres días la bestia no sabe de bocado.

¡Pobre abuelita inválida, quién la va a defender!

… Se la comió riendo toda y pausadamente

y se puso en seguida sus ropas de mujer.

Tocan dedos menudos a la entornada puerta.

De la arrugada cama, dice el Lobo: “¿Quién va?”.

La voz es ronca. “Pero la abuelita está enferma”,

la niña ingenua explica. “De parte de mamá”.

Caperucita ha entrado, olorosa de bayas.

Le tiemblan en las manos gajos de salvia en flor.

“Deja los pastelitos; ven a entibiarme el lecho”.

Caperucita cede al reclamo de amor.

De entre la cofia salen las orejas monstruosas.

“¿Por qué tan largas?”, dice la niña con candor.

Y el velludo engañoso, abrazando a la niña:

“¿Para qué son tan largas? Para oírte mejor”.

El cuerpecito tierno le dilata los ojos.

El terror en la niña los dilata también.

“Abuelita, decidme ¿por qué esos grandes ojos?”

“Corazoncito mío, para mirarte bien…”

Y el viejo Lobo ríe, y entre la boca negra

tienen los dientes blancos un terrible fulgor.

“Abuelita, decidme ¿por qué esos grandes dientes?”

“Corazoncito, para devorarte mejor…”

Ha arrollado la bestia, bajo sus pelos ásperos

el cuerpecito trémulo, suave como un vellón,

y ha molido las carnes y ha molido los huesos

y ha exprimido como una cereza el corazón.

Caperucita Roja

Un cuento de los hermanos Grimm6.2/10 - 699 votos

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Había una vez una adorable niña que era querida por todo aquél que la conociera, pero sobre todo por su abuelita, y no quedaba nada que no le hubiera dado a la niña. Una vez le regaló una pequeña caperuza o gorrito de un color rojo, que le quedaba tan bien que ella nunca quería usar otra cosa, así que la empezaron a llamar Caperucita Roja. Un día su madre le dijo: "Ven, Caperucita Roja, aquí tengo un pastel y una botella de vino, llévaselas en esta canasta a tu abuelita que esta enfermita y débil y esto le ayudará. Vete ahora temprano, antes de que caliente el día, y en el camino, camina tranquila y con cuidado, no te apartes de la ruta, no vayas a caerte y se quiebre la botella y no quede nada para tu abuelita. Y cuando entres a su dormitorio no olvides decirle, "Buenos días," ah, y no andes curioseando por todo el aposento."

"No te preocupes, haré bien todo," dijo Caperucita Roja, y tomó las cosas y se despidió cariñosamente. La abuelita vivía en el bosque, como a un kilómetro de su casa. Y no más había entrado Caperucita Roja en el bosque, siempre dentro del sendero, cuando se encontró con un lobo. Caperucita Roja no sabía que esa criatura pudiera hacer algún daño, y no tuvo ningún temor hacia él. "Buenos días, Caperucita Roja," dijo el lobo. "Buenos días, amable lobo." - "¿Adonde vas tan temprano, Caperucita Roja?" - "A casa de mi abuelita." - "¿Y qué llevas en esa canasta?" - "Pastel y vino. Ayer fue día de hornear, así que mi pobre abuelita enferma va a tener algo bueno para fortalecerse." - "¿Y adonde vive tu abuelita, Caperucita Roja?" - "Como a medio kilómetro más adentro en el bosque. Su casa está bajo tres grandes robles, al lado de unos avellanos. Seguramente ya los habrás visto," contestó inocentemente Caperucita Roja. El lobo se dijo en silencio a sí mismo: "¡Qué criatura tan tierna! qué buen bocadito - y será más sabroso que esa viejita. Así que debo actuar con delicadeza para obtener a ambas fácilmente." Entonces acompañó a Caperucita Roja un pequeño tramo del camino y luego le dijo: "Mira Caperucita Roja, que lindas flores se ven por allá, ¿por qué no vas y recoges algunas? Y yo creo también que no te has dado cuenta de lo dulce que cantan los pajaritos. Es que vas tan apurada en el camino como si fueras para la escuela, mientras que todo el bosque está lleno de maravillas."

Caperucita Roja levantó sus ojos, y cuando vio los rayos del sol danzando aquí y allá entre los árboles, y vio las bellas flores y el canto de los pájaros, pensó: "Supongo que podría llevarle unas de estas flores frescas a mi abuelita y que le encantarán. Además, aún es muy temprano y no habrá problema si me atraso un poquito, siempre llegaré a buena hora." Y así, ella se salió del camino y se fue a cortar flores. Y cuando cortaba una, veía otra más bonita, y otra y otra, y sin darse cuenta se fue adentrando en el bosque. Mientras tanto el lobo aprovechó el tiempo y corrió directo a la casa de la abuelita y tocó a la puerta. "¿Quién es?" preguntó la abuelita. "Caperucita Roja," contestó el lobo. "Traigo pastel y vino. Ábreme, por favor." - "Mueve la cerradura y abre tú," gritó la abuelita, "estoy muy débil y no me puedo levantar." El lobo movió la cerradura, abrió la puerta, y sin decir una palabra más, se fue directo a la cama de la abuelita y de un bocado se la tragó. Y enseguida se puso ropa de ella, se colocó un gorro, se metió en la cama y cerró las cortinas.

Mientras tanto, Caperucita Roja se había quedado colectando flores, y cuando vio que tenía tantas que ya no podía llevar más, se acordó de su abuelita y se puso en camino hacia ella. Cuando llegó, se sorprendió al encontrar la puerta abierta, y al entrar a la casa, sintió tan extraño presentimiento que se dijo para sí misma: "¡Oh Dios! que incómoda me siento hoy, y otras veces que me ha gustado tanto estar con abuelita." Entonces gritó: "¡Buenos días!," pero no hubo respuesta, así que fue al dormitorio y abrió las cortinas. Allí parecía estar la abuelita con su gorro cubriéndole toda la cara, y con una apariencia muy extraña. "¡!Oh, abuelita!" dijo, "qué orejas tan grandes que tienes." - "Es para oírte mejor, mi niña," fue la respuesta. "Pero abuelita, qué ojos tan grandes que tienes." - "Son para verte mejor, querida." - "Pero abuelita, qué brazos tan grandes que tienes." - "Para abrazarte mejor." - "Y qué boca tan grande que tienes." - "Para comerte mejor." Y no había terminado de decir lo anterior, cuando de un salto salió de la cama y se tragó también a Caperucita Roja.

Entonces el lobo decidió hacer una siesta y se volvió a tirar en la cama, y una vez dormido

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empezó a roncar fuertemente. Un cazador que por casualidad pasaba en ese momento por allí, escuchó los fuertes ronquidos y pensó, ¡Cómo ronca esa viejita! Voy a ver si necesita alguna ayuda. Entonces ingresó al dormitorio, y cuando se acercó a la cama vio al lobo tirado allí. "¡Así que te encuentro aquí, viejo pecador!" dijo él."¡Hacía tiempo que te buscaba!" Y ya se disponía a disparar su arma contra él, cuando pensó que el lobo podría haber devorado a la viejita y que aún podría ser salvada, por lo que decidió no disparar. En su lugar tomó unas tijeras y empezó a cortar el vientre del lobo durmiente. En cuanto había hecho dos cortes, vio brillar una gorrita roja, entonces hizo dos cortes más y la pequeña Caperucita Roja salió rapidísimo, gritando: "¡Qué asustada que estuve, qué oscuro que está ahí dentro del lobo!," y enseguida salió también la abuelita, vivita, pero que casi no podía respirar. Rápidamente, Caperucita Roja trajo muchas piedras con las que llenaron el vientre del lobo. Y cuando el lobo despertó, quizo correr e irse lejos, pero las piedras estaban tan pesadas que no soportó el esfuerzo y cayó muerto.

Las tres personas se sintieron felices. El cazador le quitó la piel al lobo y se la llevó a su casa. La abuelita comió el pastel y bebió el vino que le trajo Caperucita Roja y se reanimó. Pero Caperucita Roja solamente pensó: "Mientras viva, nunca me retiraré del sendero para internarme en el bosque, cosa que mi madre me había ya prohibido hacer."

También se dice que otra vez que Caperucita Roja llevaba pasteles a la abuelita, otro lobo le habló, y trató de hacer que se saliera del sendero. Sin embargo Caperucita Roja ya estaba a la defensiva, y siguió directo en su camino. Al llegar, le contó a su abuelita que se había encontrado con otro lobo y que la había saludado con "buenos días," pero con una mirada tan sospechosa, que si no hubiera sido porque ella estaba en la vía pública, de seguro que se la hubiera tragado. "Bueno," dijo la abuelita, "cerraremos bien la puerta, de modo que no pueda ingresar." Luego, al cabo de un rato, llegó el lobo y tocó a la puerta y gritó: "¡Abre abuelita que soy Caperucita Roja y te traigo unos pasteles!" Pero ellas callaron y no abrieron la puerta, así que aquel hocicón se puso a dar vueltas alrededor de la casa y de último saltó sobre el techo y se sentó a esperar que Caperucita Roja regresara a su casa al atardecer para entonces saltar sobre ella y devorarla en la oscuridad. Pero la abuelita conocía muy bien sus malas intenciones. Al frente de la casa había una gran olla, así que le dijo a la niña: "Mira Caperucita Roja, ayer hice algunas ricas salsas, por lo que trae con agua la cubeta en las que las cociné, a la olla que está afuera." Y llenaron la gran olla a su máximo, agregando deliciosos condimentos. Y empezaron aquellos deliciosos aromas a llegar a la nariz del lobo, y empezó a aspirar y a caminar hacia aquel exquisito olor. Y caminó hasta llegar a la orilla del techo y estiró tanto su cabeza que resbaló y cayó de bruces exactamente al centro de la olla hirviente, ahogándose y cocinándose inmediatamente. Y Caperucita Roja retornó segura a su casa y en adelante siempre se cuidó de

no caer en las trampas de los que buscan hacer daño.

La adaptación del cuento de Caperucita Roja que os presento a continuación se ha extraído del libro “Caperucita roja y otras historias perversas” del escritor colombiano Triunfo Arciniegas. Es un relato romántico de un lobo enamorado de una niña perversa… con caperuza roja… Si os gustó la versión del lobo con la que iniciamos este recorrido en la historia de Caperucita, no os podéis perder esta otra visión (amorosa) del lobo (feroz).Pero antes de leer el cuento hagamos una breve reseña del autor. Triunfo Arciniegas. Nació enMálaga, Santander (Colombia), en 1957 y actualmente vive a la orilla del camino de niebla deMonteadentro, en las afueras de Pamplona (Colombia). Escribe con insistencia sobre gatos, bandidos, ángeles, vampiros y otros monstruos amados, en tardes de lluvia para matar la nostalgia y en noches de luna llena para alejar las pesadillas. Ha publicado numerosos libros:El cadáver de sol, En concierto, La silla que perdió una pata y

otras historias, El león que escribía cartas de amor, La media perdida, La lagartija y el sol, Los casibandidos que casi roban el sol, La pluma más bonita, Serafín es un diablo, El Superburro y otros héroes, El vampiro y otras visitas y las obras de teatro El pirata de la pata de palo, La vaca

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de Octavio, La araña sube al monte, Lucy es pecosa, Después de la lluvia, Mambrú se fue a la guerra. Con Las batallas de Rosalino obtuvo el VII Premio Enka de Literatura Infantil, con La muchacha de Transilvania y otras historias de amor el Premio Nacional de Literatura de Colcultura y conTorcuato es un león viejo el Premio Nacional de Dramaturgia. Fue finalista del concurso A la orilla del viento (México) en 1993, por Bariloche. En 1997 recibió la Mención de Honor del Premio Mundial de Literatura José Martí (San José de Costa Rica) por la totalidad de su obra literaria. Dirigió el teatro de niñas La Manzana Azul durante diez años y ahora realiza talleres de literatura en distintas ciudades, un buen pretexto para viajar, ver cine, enriquecer la biblioteca y otras delicias.Con su obra Caperucita Roja y otras historias perversas, del cual extraemos el siguiente texto obtuvo en 1991 el Premio Comfamiliar del Atlántico (Barranquilla).

Caperucita Roja de Triunfo Arciniegas.“Ese día encontré en el bosque la flor más linda de mi vida. Yo, que siempre he sido de buenos sentimientos y terrible admirador de la belleza, no me creí digno de ella y busqué a alguien para ofrecérsela. Fui por aquí, fui por allá, hasta que tropecé con la niña que le decían Caperucita Roja. La conocía pero nunca había tenido la ocasión de acercarme. La había visto pasar hacia la escuela con sus compañeros desde finales de abril. Tan locos, tan traviesos, siempre en una nube de polvo, nunca se detuvieron a conversar conmigo, ni siquiera me hicieron un adiós con la mano. Qué niña más graciosa. Se dejaba caer las medias a los tobillos y una mariposa ataba su

cola de caballo. Me quedaba oyendo su risa entre los árboles. Le escribí una carta y la encontré sin abrir días después, cubierta de polvo, en el mismo árbol y atravesada por el mismo alfiler. Una vez vi que le tiraba la cola a un perro para divertirse. En otra ocasión apedreaba los murciélagos del campanario. La última vez llevaba de la oreja un conejo gris que nadie volvió a ver.Detuve la bicicleta y desmonté. La saludé con respeto y alegría. Ella hizo con el chicle un globo tan grande como el mundo, lo estalló con la uña y se lo comió todo. Me rasqué detrás de la oreja, pateé una piedrecita, respiré profundo, siempre con la flor escondida. Caperucita me miró de arriba abajo y respondió a mi saludo sin dejar de masticar.–¿Qué se te ofrece? ¿Eres el lobo feroz?Me quedé mudo. Sí era el lobo pero no feroz. Y sólo pretendía regalarle una flor recién cortada. Se la mostré de súbito, como por arte de magia. No esperaba que me aplaudiera como a los magos que sacan conejos del sombrero, pero tampoco ese gesto de fastidio. Titubeando, le dije:–Quiero regalarte una flor, niña linda.–¿Esa flor? No veo por qué.–Está llena de belleza –dije, lleno de emoción.–No veo la belleza –dijo Caperucita–. Es una flor como cualquier otra.Sacó el chicle y lo estiró. Luego lo volvió una pelotita y lo regresó a la boca. Se fue sin despedirse. Me sentí herido, profundamente herido por su desprecio. Tanto, que se me soltaron las lágrimas. Subí a la bicicleta y le di alcance.–Mira mi reguero de lágrimas.–¿Te caíste? –dijo–. Corre a un hospital.–No me caí.–Así parece porque no te veo las heridas.–Las heridas están en mi corazón -dije.–Eres un imbécil.Escupió el chicle con la violencia de una bala.Volvió a alejarse sin despedirse.

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Sentí que el polvo era mi pecho, traspasado por la bala de chicle, y el río de la sangre se estiraba hasta alcanzar una niña que ya no se veía por ninguna parte. No tuve valor para subir a la bicicleta. Me quedé toda la tarde sentado en la pena. Sin darme cuenta, uno tras otro, le arranqué los pétalos a la flor. Me arrimé al campanario abandonado pero no encontré consuelo entre los murciélagos, que se alejaron al anochecer. Atrapé una pulga en mi barriga, la destripé con rabia y esparcí al viento los pedazos. Empujando la bicicleta, con el peso del desprecio en los huesos y el corazón más desmigajado que una hoja seca pisoteada por cien caballos, fui hasta el pueblo y me tomé unas cervezas. “Bonito disfraz”, me dijeron unos borrachos, y quisieron probárselo. Esa noche había fuegos artificiales. Todos estaban de fiesta. Vi a Caperucita con sus padres debajo del samán del parque. Se comía un inmenso helado de chocolate y era descaradamente feliz. Me alejé como alma que lleva el diablo.Volví a ver a Caperucita unos días después en el camino del bosque.–¿Vas a la escuela? –le pregunté, y en seguida me di cuenta de que nadie asiste a clases con sandalias plateadas, blusa ombliguera y faldita de juguete.

–Estoy de vacaciones –dijo–. ¿O te parece que éste es el uniforme?El viento vino de lejos y se anidó en su ombligo.–¿Y qué llevas en el canasto?–Un rico pastel para mi abuelita. ¿Quieres probar?Casi me desmayo de la emoción. Caperucita me ofrecía su pastel. ¿Qué debía hacer? ¿Aceptar o decirle que acababa de almorzar? Si aceptaba pasaría por ansioso y maleducado: era un pastel para la abuela. Pero si rechazaba la invitación, heriría a Caperucita y jamás volvería a dirigirme la palabra. Me parecía tan amable, tan bella. Dije que sí.–Corta un pedazo.Me prestó su navaja y con gran cuidado aparté una tajada. La comí con delicadeza, con educación. Quería hacerle ver que tenía maneras refinadas, que no era un lobo cualquiera. El pastel no estaba muy sabroso, pero no se lo dije para no ofenderla. Tan pronto terminé sentí algo raro en el estómago, como una punzada que subía y se transformaba en ardor en el corazón.–Es un experimento –dijo Caperucita–. Lo llevaba para probarlo con mi abuelita pero tú apareciste primero. Avísame si te mueres.Y me dejó tirado en el camino, quejándome.Así era ella, Caperucita Roja, tan bella y tan perversa. Casi no le perdono su travesura. Demoré mucho para perdonarla: tres días. Volví al camino del bosque y juro que se alegró de verme.–La receta funciona –dijo–. Voy a venderla.Y con toda generosidad me contó el secreto: polvo de huesos de murciélago y picos de golondrina. Y algunas hierbas cuyo nombre desconocía. Lo demás todo el mundo lo sabe: mantequilla, harina, huevos y azúcar en las debidas proporciones. Dijo también que la acompañara a casa de su abuelita porque necesitaba de mí un favor muy especial. Batí la cola todo el camino. El corazón me sonaba como una locomotora. Ante la extrañeza de Caperucita, expliqué que estaba en tratamiento para que me instalaran un silenciador. Corrimos. El sudor inundó su ombligo, redondito y profundo, la perfección del universo. Tan pronto llegamos a la casa y pulsó el timbre, me dijo:–Cómete a la abuela.Abrí tamaños ojos.–Vamos, hazlo ahora que tienes la oportunidad.No podía creerlo.Le pregunté por qué.–Es una abuela rica –explicó–. Y tengo afán de heredar.No tuve otra salida. Todo el mundo sabe eso. Pero quiero que se sepa que lo hice por amor. Caperucita dijo que fue por hambre. La policía se lo creyó y anda detrás de mí para abrirme la barriga, sacarme a la abuela, llenarme de piedras y arrojarme al río, y que nunca se vuelva a saber de mí.

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Quiero aclarar otros asuntos ahora que tengo su atención, señores.Caperucita dijo que me pusiera las ropas de su abuela y lo hice sin pensar. No veía muy bien con esos anteojos. La niña me llevó de la mano al bosque para jugar y allí se me escapó y empezó a pedir auxilio. Por eso me vieron vestido de abuela. No quería comerme a Caperucita, como ella gritaba. Tampoco me gusta vestirme de mujer, mis debilidades no llegan hasta allá. Siempre estoy vestido de lobo.Es su palabra contra la mía. ¿Y quién no le cree a Caperucita? Sólo soy el lobo de la historia.Aparte de la policía, señores, nadie quiere saber de mí.Ni siquiera Caperucita Roja. Ahora más que nunca soy el lobo del bosque, solitario y perdido, envenenado por la flor del desprecio. Nunca le conté a Caperucita la indigestión de una semana que me produjo su abuela. Nunca tendré otra oportunidad. Ahora es una niña muy rica, siempre va en moto o en auto, y es difícil alcanzarla en mi destartalada bicicleta. Es difícil, inútil y peligroso. El otro día dijo que si la seguía molestando haría conmigo un abrigo de piel de lobo y me enseñó el resplandor de la navaja. Me da miedo. La creo muy capaz de cumplir su promesa.”

© Caperucita Roja y otras historias perversas de Arciniegas, Triunfo. © Panamericana. Editorial Ltda

Caperucita Roja políticamente correcta.Posted in Cuentos by Alguien on 29 marzo 2008

James Finn Garner escribió en 1994 un libro titulado “Cuentos infantiles políticamente

correctos“ (Politically correct bedtime stories) (Ed. Circe), en donde rescata algunos relatos de

siempre (Blancanieves, La Cenicienta, Los tres cerditos, y por supuesto, Caperucita Roja)

adaptándolos a la modernidad de nuestra sociedad, y estableciendo, con un delicioso sentido del

humor, valores de respeto al prójimo: tolerancia, defensa de los derechos laborales y demás

causas que hoy tanto se cuidan en la escuela y en la edición de libros infantiles.

En vista de que cuentos como Caperucita Roja (salta a la vista su escaso respeto por los

ancianos) o “El enano Saltarín“(explotación laboral de la mujer y menosprecio de las personas

bajitas) podían herir la sensibilidad de los lectores de hoy en día, Garner los ha vuelto a

(re)escribir con un lenguaje “políticamente correcto”.

El propio autor nos indica en el prólogo del libro:

“No cabe duda de que, cuando fueron originalmente escritos, los

cuentos en los que se basan las siguientes historias cumplían con

una función determinada, consistente en afianzar el patriarcado,

distraer a las personas de sus impulsos naturales, “demonizar” el

“mal” y “recompensar” el “bien” “objetivo”. Por más que lo

deseemos, no es justo culpar a los Hermanos Grimm de su

insensibilidad ante los problemas de la mujer, las culturas

minoritarias y el entorno natural. Del mismo modo, debemos comprender que en la

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farisaica Copenhague deHans Christian Andersen apenas cabía esperar simpatía

alguna por los derechos inalienables de toda sirena.

Hoy en día, tenemos la oportunidad – y la obligación- de replantearnos estos

cuentos” clásicos” de tal modo que reflejen la ilustración de la época en la que

vivimos, y tal ha sido mi propósito al redactar esta humilde obra”

[...] “Deseo disculparme de antemano y animar al lector a presentar cualquier

sugerencia encaminada a rectificar posibles muestras -ya debidas a error u omisión-

de actitudes inadvertidamente sexistas, racistas, culturalistas, nacionalistas,

regionalistas, intelectualistas, socieconomistas, etnocéntricas, falocéntricas,

heteropatriarcales o discriminatorias por cuestiones de edad, aspecto, capacidad

física, tamaño, especie u otras no mencionadas, ya que no me cabe duda de que mi

intento por desarrollar una literatura significativa y desprovista de cualquier posible

arbitrariedad y de la influencia de las imperfecciones del pasado ha de hallarse

necesariamente sujeto a errores”

Cuentos Infantiles políticamente correctos es un librito de apenas 150 páginas, para

una lectura a ratos, fácil, divertida y amena. Tras el éxito de esta recopilación en 1996 publicó

“Más cuentos infantiles políticamente correctos“.

Un año después, en 1997, se editaría “Cuentos navideños políticamente correctos“.

“[...] Para la publicación de este segundo volumen [Más Cuentos políticamente

correctos], no hemos escatimado esfuerzos en nuestro empeño por lograr una

edición menos agresiva con el medio ambiente: hemos empleados tintas naturales

derivadas de la soja, sistemas de repartos ciclísticos…”

“Desgraciadamente, las restricciones de espacio nos han forzado, una vez más, a

omitir el cuento El patito que logró verse juzgado por sus méritos personales y no

por su apariencia física.”

Os dejo ya con la versión políticamente correcta del cuento de Caperucita Roja propuesta

por James Finn Garner, en donde la abuela no es vieja, sino que posee una “perfecta salud

mental y es perfectamente capaz de cuidar de sí misma en su condición de adulto maduro“.

Caperucita Roja políticamente correcta.

“Érase una vez una persona de corta edad

llamada Caperucita Roja que vivía con su madre

en la linde de un bosque. Un día, su madre le

pidió que llevase una cesta con fruta fresca y

agua mineral a casa de su abuela, pero no porque

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lo considerara una labor propia de mujeres, atención, sino porque ello representa un

acto generoso que contribuía a afianzar la sensación de comunidad. Además, su

abuela no estaba enferma; antes bien, gozaba de completa salud física y mental y

era perfectamente capaz de cuidar de sí misma como persona adulta y madura que

era.

Así, Caperucita Roja cogió su cesta y emprendió el camino a través del bosque.

Muchas personas creían que el bosque era un lugar siniestro y peligroso, por lo que

jamás se aventuraban en él. Caperucita Roja, por el contrario, poseía la suficiente

confianza en su incipiente sexualidad como para evitar verse intimidada por una

imaginería tan obviamente freudiana. De camino a casa de su abuela, Caperucita

Roja se vio abordada por un lobo que le preguntó qué llevaba en la cesta.

- Un saludable tentempié para mi abuela quien, sin duda alguna, es perfectamente

capaz de cuidar de sí misma como persona adulta y madura que es -respondió.

- No sé si sabes, querida -dijo el lobo-, que es peligroso para una niña pequeña

recorrer sola estos bosques. Respondió Caperucita:

- Encuentro esa observación sexista y en extremo insultante, pero haré caso omiso

de ella debido a tu tradicional condición de proscrito social y a la perspectiva

existencial (en tu caso propia y globalmente válida) que la angustia que tal

condición te produce te ha llevado a desarrollar. Y ahora, si me perdonas, debo

continuar mi camino.

Caperucita Roja enfiló nuevamente el sendero.

Pero el lobo, liberado por su condición de

segregado social de esa esclava dependencia del

pensamiento lineal tan propia de Occidente,

conocía una ruta más rápida para llegar a casa

de la abuela. Tras irrumpir bruscamente en ella,

devoró a la anciana, adoptando con ello una línea

de conducta completamente válida para

cualquier carnívoro. A continuación, inmune a

las rígidas nociones tradicionales de lo

masculino y lo femenino, se puso el camisón de la abuela y se acurrucó en el lecho.

Caperucita Roja entró en la cabaña y dijo:

- Abuela, te he traído algunas chucherías bajas en calorías y en sodio en

reconocimiento a tu papel de sabia y generosa matriarca.

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- Acércate más, criatura, para que pueda verte -dijo suavemente el lobo desde el

lecho.

- ¡Oh! -repuso Caperucita. Había olvidado que visualmente eres tan limitada como

un topo.

- Pero, abuela, ¡qué ojos tan grandes tienes!

- Han visto mucho y han perdonado mucho, querida.

- Y, abuela, ¡qué nariz tan grande tienes! (relativamente hablando, claro está, y, a su

modo, indudablemente atractiva).

- Y… ¡abuela, qué dientes tan grandes tienes!

Respondió el lobo:

- Soy feliz de ser quien soy y lo que soy…Y,

saltando de la cama, aferró a Caperucita Roja

con sus garras, dispuesto a devorarla.

Caperucita gritó; no como resultado de la

aparente tendencia del lobo hacia el travestismo,

sino por la deliberada invasión que había

realizado de su espacio personal. Sus gritos

llegaron a oídos de un operario de la industria

maderera (o técnicos en combustibles vegetales,

como él mismo prefería considerarse) que pasaba por allí. Al entrar en la cabaña,

advirtió el revuelo y trató de intervenir. Pero apenas había alzado su hacha cuando

tanto el lobo como Caperucita Roja se detuvieron simultáneamente…

- ¿Puede saberse con exactitud qué cree usted que está haciendo? -inquirió

Caperucita. El operario maderero parpadeó e intentó responder, pero las palabras

no acudían a sus labios.

- ¡Se cree acaso que puede irrumpir aquí como un Neandertalense cualquiera y

delegar su capacidad de reflexión en el arma que lleva consigo! -prosiguió

Caperucita. ¡Sexista! ¡Racista! ¿Cómo se atreve a dar por hecho que las mujeres y

los lobos no son capaces de resolver sus propias diferencias sin la ayuda de un

hombre.Al oír el apasionado discurso de Caperucita, la abuela saltó de la panza del

lobo, arrebató el hacha al operario maderero y le cortó la cabeza. Concluida la

odisea, Caperucita, la abuela y el lobo creyeron experimentar cierta afinidad en sus

objetivos, decidieron instaurar una forma alternativa de comunidad basada en la

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cooperación y el respeto mutuos y, juntos, vivieron felices en los bosques para

siempre.© James Finn Garner: Cuentos infantiles políticamente correctos. CIRCE Ediciones, S.A. Barcelona.© Ilustraciones para el cuento tomadas de aquí. Gracias.