canasta de cuentos mexicanos

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B .TR A V E N

C a n a s d e cu e n tom e x ic a n o s ta s

N D I C ECanastitas en serie Solucin inesperada La Tigresa Amistad El suplicio de San Antonio Aritmtica indgena Dos burros Una medicina efectiva Jugando con bombas Corresponsal extranjero

CANASTITAS EN SERIE

En calidad de turista en viaje de recreo y descanso, Mxico Mr. E. L. Winthrop. Abandon las conocidas y trilladas rutas anunciadas regiones.

lleg a estas tierras de y recomendadas a los

visitantes extranjeros por las agencias de turismo y se aventur a conocer otras Como hacen tantos otros viajeros, a los pocos das de permanencia en estos rumbos ya tena bien forjada su opinin y, en su concepto, este extrao pas salvaje no haba sido todava bien explorado, misin gloriosa reservada a gente como l. Y as lleg un da a un pueblecito del estado de Oaxaca. Caminando por la polvorienta calle principal en que nada se saba acerca de pavimentos y drenaje y en que las gentes se alumbraban con velas y ocotes, se encontr con un indio sentado en cuclillas a la entrada de su jacal. El indio estaba ocupado haciendo canastitas de paja y otras fibras recogidas en los campos tropicales que rodean el pueblo. El material que empleaba no slo estaba bien preparado, sino ricamente coloreado con tintes que el artesano extraa de diversas plantas e in por los miembros de su familia. El producto de esta pequea industria no le bastaba para sostenerse. En realidad viva de lo que cosechaba en su milpita: tres y media hectreas de suelo no muy frtil, cuyos rendimientos se obtenan despus de mu cho sudor, trabajo y constantes preocupaciones sobre la oportunidad de las lluvias y los rayos solares. Haca canastas cuando terminaba su quehacer en la milpa, para aumentar sus pequeos ingresos. Era un humilde campesino, pero la belleza de sus canastitas ponan de manifiesto las dotes artsticas que poseen casi todos estos indios. En cada una se admira ban los ms bellos diseos de flores, mariposas, pjaros, ardillas, antlopes, tigres y una veintena ms de anima les habitantes de la selva. Lo admirable era que aquella sinfona de colores no estaba pintada sobre la canasta, era parte de ella, pues las fibras teidas de diferentes tonalidades estaban entretejidas tan hbil y artstica mente, que los dibujos podan admirarse igual en el interior que en el exterior de la cesta. Y aquellos ador nos eran producidos sin consultar ni seguir previamente dibujo alguno. Iban apareciendo de su imaginacin como por arte de magia, y mientras la pieza no estu viera acabada nadie poda saber cmo quedara. sectos por procedimientos conocidos nicamente sobre la tierra

Una vez terminadas, servan para guardar la cos tura, como centros de mesa, o bien para poner pequeos objetos y evitar que se extraviaran. Algunas seoras las convertan en alhajeros o las llenaban con flores. Se podan utilizar de cien maneras. Al tener listas unas dos docenas de ellas, el indio las llevaba al pueblo los sbados, que eran das de tianguis. Se pona en camino a medianoche. Era dueo de un burro, pero si ste se extraviaba en el campo, cosa fre cuente, se vea obligado a marchar a pie durante todo el camino. Ya en el mercado, haba de pagar un tostn de impuesto para tener derecho a vender. Cada canasta representaba para l alrededor de quin ce o veinte horas de trabajo constante, sin incluir el tiempo que empleaba para recoger el bejuco y las otras fibras, prepararlas, extraer los colorantes y teirlas. El precio que peda por ellas era ochenta centavos, equivalente ms o menos a diez centavos moneda ame ricana. Pero raramente ocurra que el comprador pa gara los ochenta centavos, o sea los seis reales y medio como el indio deca. El comprador en ciernes regateaba, diciendo al indio que era un pecado pedir tanto. "Pero si no es ms que petate que puede cogerse a montones en el campo sin comprarlo!, y, adems, para qu sirve esa chachara?, debers quedar agradecido si te doy treinta centavos por ella. Bueno, ser generoso y te dar cuarenta, pero ni un centavo ms. Tmalos o djalos. As, pues, en final de cuentas tena que venderla por cuarenta centavos. Mas a la hora de pagar, el cliente deca: "Vlgame Dios, si slo tengo treinta centavos sueltos. Qu hacemos? Tienes cambio de un billete de cincuenta pesos? Si puedes cambiarlo tendrs tus cuarenta fierros." Por supuesto, el indio no puede cam biar el billete de cincuenta pesos, y la canastita es ven dida por treinta centavos. El canastero tena muy escaso conocimiento del mun do exterior, si es que tena alguno, de otro modo hu biera sabido que lo qu a l le ocurra pasaba a todas horas del da con todos los artistas del mundo. De sa berlo se hubiera sentido orgulloso de pertenecer al pe queo ejrcito que constituye la sal de la tierra, y gra cias al cual el arte no ha desaparecido. A menudo no le era posible vender todas las canastas que llevaba al mercado, porque en Mxico, como en todas partes, la mayora de la gente prefiere los objetos que se fabrican en serie por millones y que son idnticos entre s, tanto que ni con la ayuda de un microscopio podra distingurseles. Aquel indio haba hecho en su vida varios cientos de estas hermosas cestas, sin que ni dos de ellas tuvieran diseos iguales. Cada una era una pieza de arte nico, tan diferente de otra como puede serlo un Murillo de un Reynolds. Naturalmente, no poda darse el lujo de regresar a su casa con las canastas no vendidas en el mercado, as es que se dedicaba a ofrecerlas de puerta en puerta. Era

recibido como un mendigo y tena que soportar in sultos y palabras desagradables. Muchas veces, despus de un largo recorrido, alguna mujer se detena para ofrecerle veinte centavos, que despus de muchos re gateos aumentara hasta veinticinco. Otras, tena que conformarse con los veinte centavos, y el comprador, generalmente una mujer, tomaba de entre sus manos la pequea maravilla y la arrojaba descuidadamente sobre la mesa ms prxima y ante los ojos del indio como significando: "Bueno, me quedo con esta chuchera slo por caridad. S que estoy desperdiciando el dinero, pero como buena cristiana no puedo ver morir de hambre a un pobre indito, y ms sabiendo que viene desde tan lejos." El razonamiento le recuerda algo prctico, y de teniendo al indio le dice: "De dnde eres, indito?. Ah!, s? Magnfico! Conque de esa pequea aldea? Pues yeme, podras traerme el prximo sbado tres guajolotes? Pero han de ser bien gordos, pesados y mu cho muy baratos. Si el precio no es conveniente, ni si quiera los tocar, porque de pagar el comn y corriente los comprara aqu y no te los encargara. Entiendes? Ahora, pues, ndale." Sentado en cuclillas a un lado de la puerta de su jacal, el indio trabajaba sin prestar atencin a la cu riosidad de Mr. Winthrop; pareca no haberse percatado su presencia. Cunto querer por esa canasta, amigo? dijo espaol, sintiendo la necesidad cortsmente. Muy bien, yo comprar dijo Mr. Winthrop en un semejante al que hubiera hecho esta linda canastita, estoy seguro de saber cmo la utilizar." Haba esperado que le pidiera por lo menos cuatro o cinco pesos. Cuando se dio cuenta de que el precio era tan bajo pens inmediatamente en las grandes po sibilidades para hacer negocio que aquel miserable pueblecito indgena ofreca para un promotor dinmico como l. Amigo, si yo comprar diez canastas, qu precio usted dar a m? El indio vacil durante algunos momentos, como si calculara, y finalmente dijo: Si compra usted diez se las dar a setenta centa vos cada una, caballero. Muy bien, amigo. Ahora, si yo comprar un ciento, cunto costar? El indio, sin mirar de lleno en ninguna ocasin al americano, y desprendiendo la vista slo de vez en cuando de su trabajo, dijo cortsmente y sin el menor destello de entusiasmo: tono y con un ademn al comprar toda una empresa ferrocarrilera. que me recompensar con un beso. Quisiera Mr. Winthrop en su mal de hablar para no aparecer como un idiota. de

Ochenta centavitos, patroncito; seis reales y medio contest el indio

Despus, examinando su adquisicin, se dijo: "Yo s a quin complacer con

En tal caso se las vendera por sesenta y cinco centavitos cada una. Mr. Winthrop compr diecisis canastitas, todas las que el indio tena en existencia. Despus de tres semanas de permanencia en la re pblica, Mr. Winthrop no slo estaba convencido de conocer el pas perfectamente, sino de haberlo visto todo, de haber penetrado el carcter y costumbres de sus habitantes y de haberlo explorado por completo. As, pues, regres al moderno y bueno "Nuyorg" satisfecho de encontrarse nuevamente en un lugar civilizado. Cuando hubo despachado todos los asuntos que te na pendientes, acumulados durante su ausencia, ocurri que un medioda, cuando se encaminaba al restorn para tomar un emparedado, pas por una dulcera y al mirar lo que se expona en los aparadores record las canastitas que haba comprado en aquel lejano pueblecito indgena. Apresuradamente fue a su casa, tom todas las cestitas que le quedaban y se dirigi a una de las ms afa madas confiteras. Vengo a ofrecerle dijo Mr. Winthrop al confi tero las ms artsticas y originales cajitas, si as quiere llamarlas, y en las que podr empacar los cho finos y costosos para los regalos ms elegantes. Valas y dgame qu opina. El dueo de la dulcera las examin y las encontr perfectamente adecuadas para cierta lnea de lujo, con vencido de que en su negocio, que tan bien conoca, nunca se haba presentado estuche tan original, bonito y de buen gusto. Sin embargo, evit cuidadosamente expresar su entusiasmo hasta no enterarse del precio y de asegurarse de obtener toda la existencia. Alzando los hombros dijo: Bueno, en realidad no s. Si me pregunta usted, le dir que no es esto exactamente lo que busco. En cualquier forma podramos probar; desde luego, todo depende del precio. Debe usted saber que en nuestra lnea, la envoltura no debe costar ms que el conte nido. Ofrezca usted contest Mr. Winthrop. Por qu no me dice usted, en nmeros redondos, cunto quiere? el nico hombre Mire usted, Mr. Kemple, toda vez que he sido yo vender al mejor postor. Comprenda usted que tengo razn. S, s, desde luego; pero tendr que consultar el asunto con mis socios. Vngame a ver maana a esta misma hora y le dir lo que hayamos decidido. A la maana siguiente, cuando Mr. Winthrop entr en ste ltimo dijo: Hablando francamente le dir que yo s distinguir cestas son realmente artsticas. las obras de arte, y estas En cualquier forma, nosotros no vendemos arte, la oficina de Mr. Kemple, colates

suficientemente listo para descubrirlas y saber dnde pueden conseguirse, las

usted lo sabe bien, sino dulces, por lo tanto, considerando que slo podremos utilizarlas como envoltura de fantasa para nuestro mejor pralin francs, no podremos pagar por ellas el precio de un objeto de arte. Eso debe usted comprenderlo, seor... Cmo dijo que se llamaba? Ah!, s, Mr. Winthrop. Pues bien, Mr. Winthrop, para m solamente son una envoltura de alta calidad, hecha a mano, pero envoltura al fin. Y ahora le dir cul es nuestra oferta, ya sabr si aceptarla o no. Lo ms que pagaremos por ellas ser un dlar y cuarto por cada una y ni un centavo ms. Qu le parece? Mr. Winthrop hizo un gesto como si le hubieran golpeado la cabeza. El confitero, interpretando mal el gesto de Mr. Win poco, digamos uno cincuenta U pieza. Que sea uno sententa y cinco dijo Mr, Winthrop respirando profundamente y enjugndose el sudor de la frente. Vendidas. Uno setenta y cinco puestas en el puerto de Nueva York. Yo pagar los derechos al recibirlas y usted el embarque. Aceptado? Aceptado contest Mr. Winthrop cerrando el trato. Hay una condicin agreg el confitero cuando Mr. Winthrop se dispona a salir. Uno o dos cientos no nos serviran de nada, ni siquiera pagaran el anun cio. Lo menos que puede usted entregar son diez mil, o mil docenas si le parece mejor. Y, adems, deben ser, por lo menos, en veinte dibujos diferentes. Puedo asegurarle que las puedo surtir en sesenta dibujos diferentes. Perfectamente. Y est usted seguro que podr entregar las diez mil en octubre? Absolutamente seguro dijo Mr. Winthrop, y fir m el contrato. throp, dijo rpidamente: Bueno, bueno, no hay razn para disgustarse. Tal vez podamos mejorarla un

Mr. Winthrop emprendi el viaje de regreso al pueblecito para obtener las doce mil canastas. Durante todo el vuelo sostuvo una libreta en la mano izquierda, un lpiz en la derecha y escribi cifras y ms cifras, largas columnas de nmeros, para deter minar exactamente qu tan rico sera cuando realizara se contestaba, tanto que sus compaeros de viaje le creyeron trastornado. "Tan pronto como llegue al pueblo deca para s, conseguir a algn paisano mo que se encuentre muy bruja y a quien le pagar ochenta, bueno, diremos cien pesos a la semana. Lo mandar a ese miserable pueblecito para que establezca en l su cuartel general y se encargue de vigilar la produccin y de hacer el em paque y el embarque. No tendremos prdidas por ro turas ni por extravo. Bonito, lindo negocio ste! Las cestas, prcticamente no pesan, as es que el embarque costar cualquier cosa, diremos cinco centavos pieza cuando mucho. Y por lo que yo s no el negocio. Hablaba solo y

hay que pagar derechos especiales sobre ellas, pero si los hubiere no pasaran de cinco centavos tampoco, y stos los paga el comprador; as, pues, cunto llevo?. . . "Aquel indio tonto que no sabe ni lo que tiene me ofreci un ciento a sesenta y cinco centavos la pieza. No le dir en seguida que quiero doce mil para que no se avorace y conciba ideas raras y trate de elevar el pre cio. Bueno, ya veremos; un trato es un trato an en esta repblica dejada de la mano de Dios. Repblica! Hum!.. . y ni siquiera hay agua en los lavabos durante la noche. Repblica.. . Bueno, despus de todo yo no soy su presidente. Tal vez pueda lograr que rebaje cinco centavos ms en el precio y que ste quede en sesen ta centavos. De cualquier modo y para no calcular mal diremos que el precio es de sesenta y cinco centavos, esto es, sesenta y cinco centavos moneda mexicana. Vea mos,... Diablo! Dnde est ese maldito lpiz?... Aqu.. . Bueno, el peso est en relacin con el dlar a ocho y medio por uno, por lo tanto, sesenta y cinco centavos equivalen ms o menos a ocho centavos de di nero de verdad. A eso debemos agregar cinco centavos por empaque y embarque, ms, digamos diez centavos por gastos de administracin, lo que ser ms que sufi ciente para pagar aqu y all algo de extras. Quizs al empleado de correos y all al agente del express para que active la expedicin rpida y preferente. "Ahora agreguemos otros cinco centavos para gastos imprevistos, y as estaremos completamente a salvo. Sumando todo ello... Mal rayo! Dnde est otra vez ese maldito lpiz?... Vaya, aqu est!... La orden es por mil docenas. Magnfico! Me quedan alrededor de veinte mil dlares limpiecitos. Veinte mil del alma para el bolsillo de un humilde servidor. Caramba, sera ca paz de besarlos! Despus de todo, esta repblica no est tan atrasada como parece. En realidad es un gran pas. Admirable. Se puede hacer dinero en esta tierra. Mon tones de dinero, siempre que se trate de tipos tan listos como yo." Con la cabeza llena de humo lleg por la tarde al pueblecito de Oaxaca. Encontr a su amigo indio sen tado en el prtico de su jacalito, en la misma postura en que lo dejara. Tal pareca que no se haba movido de su lugar desde que Mr. Winthrop abandonara el pueblo para volver a Nueva York. Cmo est usted amigo? salud el americano con una amplia sonrisa en los labios. El indio se levant, se quit el sombrero e, inclinn dose cortsmente, dijo con voz suave: Bienvenido, patroncito, muy buenas tardes; ya sabe que puede usted disponer de m y de esta su casa. Volvi a inclinarse y se sent, excusndose por ha cerlo:

Perdneme, patroncito, pero tengo que aprovechar la luz del da y muy pronto caer la noche. Yo ofrecer usted un grande negocio, amigo. Buena noticia, seor. Mr. Winthrop dijo para s: Ahora saltar de gusto cuando se entere de lo que se trata. Este pobre mendigo vestido de harapos jams ha visto, ni siquiera ha odo, hablar de tanto dinero como el que le voy a ofrecer. Y hablando en voz alta dijo: Usted poder hacer mil de esas canastas? Por qu no, patroncito? Si puedo hacer veinte, tambin podr hacer mil. Tiene razn, amigo. Y cinco mil, poder hacer? Por supuesto. Si hago mil, podr hacer cinco mil. Magnfico! Wonderful! Si yo pedir usted hacer doce mil, cul ser ltimo precio? Usted poder ha cer doce mil, verdad? Desde luego, seor. Podr hacer tantas como usted quiera. Porque, ver usted, yo soy experto en este tra bajo, nadie en todo el estado puede hacerlas como yo. Eso es exactamente que yo pensar. Por eso venir proponerle gran negocio. Gracias por el honor, patroncito. Cunto tiempo usted tardar? El indio, sin interrumpir su trabajo, inclin la ca beza para un lado, primero; despus, para el otro, tal como si calculara los das o semanas que tendra que emplear para hacer las cestas. Despus de algunos minutos dijo lentamente: Necesitar bastante tiempo para hacer tantas ca nastas, patroncito. Ver usted, el petate y las otras fibras necesitan estar bien secas antes de usarse. En tanto se secan hay que darles un tratamiento especial para evitar que pierdan su suavidad, su flexibilidad y brillo. Aun cuando estn secas, deben guardar sus cualidades naturales, pues de otro modo pareceran muertas y quebradizas. Mientras se secan, yo busco las plantas, races, cortezas e insectos de los cuales saco los tintes. Y para ello se necesita mucho tiempo tambin, crame usted. Adems, para recogerlas hay que esperar a que la luna se encuentre en posicin buena, pues en caso contrario no darn el color deseado. Tambin las co chinillas y dems insectos deben reunirse en tiempo oportuno para evitar que en vez de tinte produzcan polvo. Pero, desde luego, jefecito, que yo puedo hacer tantas de estas canastitas como usted quiera. Puedo hacer hasta tres docenas si usted lo desea, nada ms deme usted el tiempo necesario. Tres docenas?... Tres docenas? exclam Mr. Winthrop gritando y levantando desesperado sus brazos al cielo. Tres docenas? repiti, como si para comprender tuviera que decirlo varias veces, pues por un momento crey estar soando.

Haba esperado que el indio saltara de contento al enterarse que podra vender doce mil canastas a un solo cliente, sin tener necesidad de ir de puerta en puerta y ser tratado como un perro rooso. Mr. Winthrop ha ba visto cmo algunos vendedores de automviles se volvan locos y bailaban como ningn indio lo hace, ni durante una ceremonia religiosa, cuando alguien les compraba en dinero contante y sonante diez carros de una vez. A pesar de la claridad con que el indio haba ha blado, l crey no haber odo bien cuando aqul dijo necesitar dos largos meses para hacer tres docenas. Busc la manera de hacer comprender al indio lo que deseaba y el mucho dinero que el pobre hombre podra ganar cuando hubiera entendido la cantidad que deseaba comprarle. As, pues, esgrimi nuevamente el argumento del precio para despertar la ambicin del indio. Usted decir si yo llevar cien canastas, usted dar por sesenta y cinco centavos. Cierto, amigo? Es lo cierto, jefecito. Bien, si yo querer mil, cunto costar cada una? Aquello era ms de lo que el indio poda calcular. Se confundi y, por primera vez desde que Mr. Winthrop llegara, interrumpi su trabajo y reflexion. Varias ve movi la cabeza y mir en rededor como en de manda de ayuda. Finalmente dijo: Perdneme, jefecito, pero eso es demasiado; nece sito pensar en ello toda la noche. Maana, si puede us ted honrarme, vuelva y le dar mi respuesta, patroncito. Cuando Mr. Winthrop volvi al da siguiente, en contr al indio como de costumbre, sentado en cuclillas bajo el techo de palma del prtico, trabajando en sus trabajo de dar los bue nos das. S, patroncito. Buenos das tenga su merced. Ya tengo listo el precio, y crame que me ha costado mu cho trabajo, pues no deseo engaarlo ni hacerle perder el dinero que usted gana honestamente. . . Sin rodeos, amigo. Cunto? Cul ser el precio? nerviosamente. El precio, bien calculado y sin equivocaciones de mi parte, es el siguiente: Si tengo que hacer mil canasti tas, cada una costar cuatro pesos; si tengo que hacer cinco mil, cada una costar nueve pesos, y si tengo que hacer diez mil, entonces no podrn valer menos de quince pesos cada una. Y repito que no me he equi hablando. Mr. Winthrop pens que, tal vez debido a sus pocos idioma extrao, comprenda mal. conocimientos de aquel vocado. Una vez dicho esto volvi a su trabajo, como si te miera perder demasiado tiempo pregunt Mr. Winthrop canastas. Ya calcular usted precio por mil? le pregunt en cuanto lleg, sin tomarse el ces

Usted decir costar quince pesos cada canasta si yo comprar diez mil? Eso es, exactamente, y sin lugar a equivocacin, lo que he dicho, patroncito contest el indio corts y suavemente. Usted no poder hacer eso, yo ser su amigo. . . S, patroncito, ya lo s y no dudo de sus palabras. Bueno, yo tener paciencia y discutir despacio. Us ted decir yo comprar un ciento, costar sesenta y cinco centavos cada una. S, jefecito, eso es lo que dije. Si compra usted cien se las dar por sesenta y cinco centavitos la pieza, suponiendo que tuviera yo cien, que no tengo. S, s, yo saber Mr. Winthrop senta volverse loco en cualquier momento. Bien, yo no comprender por qu no poder venderme doce mil mismo precio. No querer regatear, pero no comprender usted subir pre cio terrible cuando yo comprar ms de cien. Bueno, patroncito, qu es lo que usted no com prende? La cosa es bien sencilla. Mil canastitas me cues tan cien veces ms trabajo que una docena y doce mil toman tanto tiempo y trabajo que no podra terminarlas ni en un siglo. Cualquier persona sensata y honesta pue de verlo claramente. Claro que, si la persona no es ni sensata ni honesta, no podr comprender las cosas en la misma forma en que nosotros aqu las entendemos. Para mil canastitas se necesita mucho ms petate que para cien, as como mayor cantidad de plantas, races, cortezas y cochinillas para pintarlas. No es nada ms meterse en la maleza y recoger las cosas necesarias. Una raz con el buen tinte violeta, puede costarme cua tro o cinco das de bsqueda en la selva. Y, posiblemente, usted no tiene idea del tiempo necesario para preparar las fibras. Pero hay algo ms importante: Si yo me dedico a hacer todas esas canastas, quin cuidar de la milpa y de" mis cabras?, quin cazar los conejitos para tener carne en domingo? Si no cosecho maz, no tendr tortillas; si no cuido mis tierritas, no tendr frijoles, y entonces qu comeremos? Yo darle mucho dinero por sus canastas, usted poder comprar todo el maz y frijol y mucho, mucho ms. Eso es lo que usted cree, patroncito. Pero mire: de la cosecha del maz que yo siembro puedo estar se guro, pero del que cultivan otros es difcil. Suponga mos que todos los otros indios se dedican, como yo, a hacer canastas; entonces quin cuida el maz y el fri jol? Entonces tendremos que morir por falta de ali mento. Usted no tener algunos parientes aqu? dijo Mr. Winthrop desesperado al ver cmo se iban esfu mando uno a uno sus veinte mil dlares. Casi todos los habitantes del pueblo son mis pa rientes. Tengo bastantes. No poder ellos cuidar su milpa y sus animales y usted hacer canastas para m? Podran hacerlo, patroncito; pero quin cuidar entonces de las suyas y de sus cabras, si ellos se dedi can a cuidar las mas? Y si les pido que me ayuden a hacer

canastas para terminar ms pronto, el resultado es el mismo. Nadie trabajara las milpas, y el maz y el frijol se pondran por las nubes y no podramos com prarlos y una, moriramos. Todas las cosas que necesitamos para vivir costaran tanto que me sera imposible, ven diendo las canastitas a sesenta y cinco centavos cada comprar siquiera un grano de sal por ese precio. jefecito, por qu me es im cada una. Mr. Winthrop estaba a punto de estallar, pero no regate con el indio durante cuan rico podra ser si aprovechaba la gran oportunidad Piense usted, hombre, oportunidad maravillosa. Fue desprendiendo una por una las hojas de su libre nmeros, tratando de demos hombre ms rico de la comarca. Usted saber; realmente, usted poder tener un rollo mil pesos. Usted comprender, de verdadero asombro cmo amigo? cifras y vio con expresin cile un milagro. Mr. Winthrop escriba con toda rapidez nmeros y El indio, sin contestar, mir todas aquellas notas y ms nmeros, multiplicando y sustrayendo, y aquello pare malinterpret su pensamiento mil y ochocientos y dijo: tener si acepta el trato. Siete mil doscientos pesos de billetes as, con ocho ta de apuntes llenas de trar al pobre campesino que llegara a ser el quiso rendirse. Habl y de su vida. horas enteras, tratando de hacerle comprender posible vender las canastas a menos de quince pesos Ahora comprender usted,

Descubriendo un entusiasmo creciente en la mirada del indio, Mr. Winthrop All tener usted, amigo; sta ser cantidad usted

brillan tes pesos de plata, y no creer yo soy tacao, yo dar

usted ms cuando negocio terminado, yo regalar usted ms. Usted tener nueve mil pesos.

El indio, sin embargo, no pensaba en los miles de pesos; suma semejante careca de sentido para l. Lo que le haba interesado era la habilidad de Mr. Win throp para escribir cifras con la rapidez de un relm lo tena maravillado. Y ahora, qu decir, amigo? Ser buena mi pro darle un adelanto de qui cada una. Pero hombre dijo a gritos Mr. Winthrop, quiero decir, ser mismo pre the time ? Mire, jefecito dijo el indio sin alterarse, es el mismo precio porque no puedo darle otro. Adems, seor, hay algo que usted ignora. Tengo que hacer esas canastitas a mi manera, con canciones y trocitos de mi propia alma Si this is the same price ... en la luna... ..., all cio... have you been on the moon nientos pesos, luego, luego. posicin, no? Diga s, y yo pago. Esto era lo que

Como dije a usted antes, patroncito, el precio es an de quince pesos

me veo obligado a hacerlas por milla

res, no podr tener un pedazo del alma dazo por pedazo. Cada

en cada una, ni podr poner en ellas mis canciones. Resultaran todas iguales, y eso acabara por devorarme el corazn pe una de ellas debe encerrar un trozo distinto, un cantar nico de los que escucho al amanecer, cuando los pjaros comienzan a gorjear y las mariposas vienen a posarse en mis canastitas y a ensearme los lindos colores de sus alitas para que yo me inspire. Y ellas se acercan porque gustan tambin de los bellos tonos que mis canastitas lucen. Y ahora, jefecito, perdneme, pero he perdido ya mucho tiempo, aun cuando ha sido un gran honor y he tenido mucho placer al escuchar la pltica de un caballero tan distin guido como usted, pero pasado maana es da de plaza en el pueblo y tengo que acabar las cestas para llevar Adiosito. Una vez de regreso en Nueva York, Mr. presin arterial, penetr como hu Whinthrop , que sufra de alta las all. Le agradezco mucho su visita.

racn en la oficina privada del confitero, a prenden nada, no se puede

quien exter n sus motivos para deshacer el contrato explicndole furioso: Al diablo con esos condenados indios; no com tratar negocio alguno con ellos! Crame! No tienen remedio ni ellos ni ese su pas tan raro. Lo que me sorprende es que vivan, que puedan seguir viviendo en semejantes condiciones. No hay esperanzas para ellos, ni las habr en muchos siglos, de veras, yo s de qu hablo. Nueva York no fue, pues, saturada de estas bellas y excelentes obras de arte, y as se evit que en los botes de basura americanos aparecieran, sucias y desprecia das, las policromadas canastitas tejidas con poemas no cantados, con pedacitos de alma y gotas de sangre del corazn de un indio mexicano.

SOLUCIN INESPERADAA los escasos dos meses de casado, Regino Borrego tuvo la sensacin de que algo faltaba en su nueva vida. No poda precisar lo que aquello era, y a sus amigos explicaba la situacin dicindoles que encontraba la vida matrimonial aburrida y contraria a lo que haba esperado. Pero eso no era todo. Algunos meses despus las co sas fueron empeorando, porque Manola, su mujer, no obstante que todava no cumpla veinte aos, se haba vuelto mal humorienta y extremadamente regaona. Nadie, al ver aquella mujer joven y bonita, habra po dido creer semejante cosa.

Regino se esforzaba por complacerla, pero todo era intil. Ella siempre tena alguna crtica que hacer de l. Cuando no era el traje, la forma del cuello de las camisas que compraba, el color del calzado, su manera de comer o el modo de jugar a la baraja. Todo lo que haca le pareca mal y juzgaba tonto cuanto deca. Un da ella dijo: Qu fastidio vivir contigo. Cuando me cas cre que tenas veintids aos, pero ahora s que estaba tan equivocada como tu acta de nacimiento. Te portas como si tuvieras sesenta, o ms, ochenta aos... Recalcando las palabras, l contest: Pues yo ya estoy harto de ti y de tu constante repelar. Si t crees que yo parezco de ochenta, t de bes de tener noventa. Durante las horas de trabajo en la tienda, me siento enteramente feliz, pero no hago ms que llegar a casa y sentirme extrao, peor an, como si fuera tu mozo. Ni eso podras ser repuso ella haciendo un ges to avinagrado.

Guadalupe Zorro, la madre de Manola, enferm. Se haba ido a residir a Los ngeles cuando su hija cas. Haca cinco aos que era viuda, y sintindose an joven y atractiva, quiso vivir independientemente, tratando de obtener de la vida lo que una mujer menor de cuarenta y con posibilidades puede esperar cuando no se tienen prejuicios ni temor a nada. Pero la razn principal por la cual haba cambiado de ciudad era porque no de trataran como a suegra. Odiaba a las sue haba tenido que su frir a uno de los peores especmenes. grafi a su hija para que seaba que la gras sobre todas las cosas, porque

Pero la alegre seora se encontraba enferma y tele

le ayudara a no morir. En los ltimos tiempos haba encontrado la vida tan risue a y agradable, que se negaba a renunciar a ella, pues saba que an le restaban muchos aos buenos. Manola tom el primer avin para Los ngeles, y cuando la muerte la vio llegar regaando a su madre por no haberse cuidado debidamente, ech a correr y no volvi a vrsele por los alrededores. Cuando ocurri esto, Manola y Regino tenan ya casi dos aos de casados. Regino no acompa a su mujer porque tena el lindo pretexto de tener que atender sus negocios. Pero ella le escriba todos los das, y en cada carta le enviaba crticas de toda especie y veintenas de reco mendaciones acerca de la conducta que deba seguir. El final de todas era siempre "Tu esposa fiel".

Regino se comportaba como cualquier esposo nor

mal que de pronto puede rante la primera te varios

gozar de un respiro en un rgimen de vida que empieza a serle insoportable. No acostumbrado a aquella libertad, se sinti cohibido du semana. Sera exagerado decir que durante la segunda se dio al libertinaje; no era tipo para semejante cosa, pero s pase y recorri libremen sitios alegres. A mitad de la segunda semana recibi solamente una carta de Manola. Se percat de que contena menos r denes y muy pocas crticas. A la tercera bado. Ella le semana reci bi una carta el lunes, otra el mircoles y otra el s

preguntaba maternalmente cmo estaba, y se mostraba comunicativa, dicindole algo sobre las gentes que haba conocido, sobre la salud que su madre haba recobrado y las diversiones a que concurra. La cuarta semana no tuvo correspondencia. Despus sus cartas fueron ms frecuentes, y por primera vez des ruego que me dispenses". Regino no daba crdito a sus ojos y tuvo que leer la carta varias veces para estar seguro de que realmente deca: "Te ruego que me dispenses por no haberte escri to, pero mam sufri una recada. Ahora ya se encuen a casa contigo, mi vida, mi maridito adorado." El no comprenda bien estas palabras, porque ella jams le haba hablado en esa forma. La carta siguiente le hizo sentirse mal. Tal vez ella se haba trastornado, posiblemente su madre haba muerto y la pena la haba enloquecido. Sin embargo, su escri tura era correcta, las letras se sucedan en orden per nada haba en ellas que indicara desequilibrio mental. Pero las frases y las palabras no parecan su yas, pues ella nunca haba dado muestras de emocin clarado, ni cuando se bajo ninguna circunstancia, ni cuando se le haba de fecto, tra mejor y espero que la semana prxima se encuentre enteramente bien, para correr de que la conociera, empleaba la frase "te

detuvieron juntos ante el altar, ni siquiera cuando despus de la ceremonia de la boda se encontraron solos en su alcoba. "Te quiero tanto, a ti y slo a ti. Tu muchachita siempre fiel." Se ha vuelto loca dijo Regino a sus compae vez dema siado cuerda! Pobre Manola! No seas idiota le dijo su mejor amigo. Qu sanatorio ni qu nada? No es eso lo que ella necesita. El mal en las relaciones de ustedes viene desde el prin cipio y se debe a que se han conocido desde nios, nunca se haban ros, estoy seguro; tendr

que buscar un sanatorio para ella. Pobre Manola, siempre tan sensata, tal

separado,

nunca

haban

descansado

del

matrimonio

tomando

unas

vacaciones. Pero ahora que tu esposa ha estado lejos te parece cambiada, la encuen tras como una mujer distinta. Sanatorio! No me hagas rer! Manola no sorprendi a su esposo llegando inespera anunci el da de su arribo. Aqu la tenemos ya. Se detiene en el vestbulo y mira vagamente en rededor como tratando de recordar cmo era su casa antes de irse, despus dice: Vaya, vaya; as es como las cosas se ven cuando el marido se queda solo. Ms confuso que asombrado, Regino cierra la puerta. Ella se quita el sombrero y deja que l la ayude a quitarse el ligero abrigo que lleva puesto. Con una son cara. Lo toma por los hombros y lo sacude afectuosamente, le mira escudriadora a los ojos, despus toma su cabe za entre las manos, lo besa risa maternal dice: Veamos que apariencia tiene mi muchacho; casi me haba olvidado de su damente, no; le

cordialmente y reclinndose en su pecho le dice con voz arrulladora: Te quiero tanto, mi vida, tanto, tanto. Antes nunca me di cuenta de lo mucho que te quera, nunca supe apreciar lo que vales y he cometido muchas tonteras en estos dos aos, pero nunca es demasiado tarde para empezar de nuevo, me esforzar por recompensarte. Y volvi a cubrirle de besos. El da siguiente por la noche, despus de la cena, ella dijo. No te cansas de permanecer en casa todas las noches? Debo aburrirte mortalmente. Por qu no sales un poco con tus amigos? Un hombre de negocios como t debe cultivar sus relaciones con el mundo ex terior. Es tonto que un hombre joven viva eternamente colgado a las faldas de su mujer. Anda, sal y divir tete. Te har bien y refrescar tus ideas. Ve tranquilo, que yo te esperar. Mientras se vesta, se la qued mirando y le dijo: Tu madre debe ser una mujer admirable. Cmo dices? pregunt no comprendiendo que l supona a su madre responsable del cambio que se haba operado en ella. Mi madre admirable? Bueno, es lista, s, pero creo que ahora se confa demasiado. Ya le pasar, dejemos que se divierta. Pero admirable? Tal vez; yo no podra asegurarlo. Para ser franca, no me gustara que viniera a vivir con nosotros titube un rato y agreg: Bueno, ahora vete, porque quiero leer. "En cualquier forma dijo Regino para s, su ma dre le ha enseado a portarse como una verdadera es posa, porque quin ms haba de preocuparse por hacerla cambiar en esta forma? -

Poco tiempo despus, un domingo por la maana, ella dijo enrojeciendo: Bueno, mi vida; creo que debemos prepararnos para recibir a un nuevo miembro de la familia. Quin viene? pregunt l inocentemente. Tu hermano Alberto, el teniente, o quin? Dime. Quienquiera que venga ser bien recibido. Quin es? No dijo ella tratando de ocultar la cara. No se trata de eso. Y sonriendo agreg: Te equivocas, tonto, cabeza de chorlito. Me refiero a un nuevo miem bro de nuestra familia, tuyo y mo. Entonces comprendi. Hasta Adn hubiera compren cara encendida y sonriente. Fue un nio. Su padre poda enorgullecerse de l y lo haca. Se portaba como si nunca hubiera habido otro padre bajo el sol antes que l. Durante los veintitrs aos siguientes, el muchacho hizo cuanto pudo porque sus padres fueran tal vez ms felices an que en los meses que precedieron a su naci miento. gendaria a menudo fundamente enamorado trimonio no es siempre un fracaso. Regino y Manola haban llegado a ser la pareja le citada como ejemplo de que el ma de Vera, la nica hija del se En cuanto a Cutberto, su hijo, ste se hallaba pro dido mirando aquella

or Jenaro Ochoa, un doctor muy respetado y

acomo dado del lugar. La muchacha tena ms o menos la edad de Cutberto. Haca mucho tiempo que estaban prendados uno del otro, y ella luca su anillo de compromiso desde haca ms de un ao. Sin embargo, no les haba sido posible casarse debido a la oposicin de los seores Borrego, padres de l. Por su parte, el doctor, cuya esposa haba muerto cuatro aos atrs, se hallaba satisfecho con la eleccin de su hija. Tal vez l s hubiera podido oponerse al matrimonio, pues estaba en posibilidad de dar a su hija una buena dote que le permitiera escoger mejor parti satisfecho y Cutberto le pare Para obtener el consentimiento de sus padres, Cut do; sin embargo, estaba berto haba empleado cionar su ca el mejor pretendiente del mundo.

todos los medios de persuasin posibles, pues tena la idea de que no podra ser feliz si tanto los suyos como los de su novia dejaban de san unin. No obstante esto, con sus amigos nti muy modernistas, y algu mos se jactaba de tener ideas

nas veces, platicando con ellos, hasta habase

atrevido a sugerirles que se casaran a prueba, an cuando l nunca lo hubiera hecho tratndose de Vera.

Haba algo ms que considerar desde el punto de vista prctico. Cutberto era cajero de una de las sucur sales del banco ms importante de la Repblica y le haban prometido ascenderlo a gerente, por lo tanto, el porvenir era brillante para un hombre de su edad. Pero el banco exiga como requisito indispensable que todos sus gerentes fueran casados. Cutberto era ambicioso, y el doctor tambin deseaba ver a su futuro yerno en buena posicin. Pero cuando aqul acuda a sus padres, todas sus esperanzas caan por tierra. Puedes casarte con cualquier otra deca Regino; te prometo no poner la menor objecin, pero desapruebo en absoluto tu unin con la muchacha Ochoa. Bien, pero dame una razn siquiera por la que no deseas que me case con ella. No es bonita? Ms que bonita, es una belleza. Sabes algo malo acerca de su conducta? Es un modelo de chica. Les ha hecho algn dao a ti o a mam o a al No, que yo sepa, y si alguien se atreviera a de Bien. Entonces cul es el motivo? Simplemente, no quiero que te cases con esa mu Tienes que quitrtela del pensa miento. cir en su contra, es una Y si Cutberto acuda a su madre, sta le deca: No puedes casarte con Vera. Nada tengo que de criatura encantadora, pero no puedes casarte con ella, no te conviene, olvdala. Hay muchas otras; a cualquiera otra que elijas la recibir con los brazos abiertos. Pero a Vera no, tu padre tiene razn. Cuando las cosas llegaron a ese extremo, el seor Ochoa sali en su ayuda. Yo hablar con tu padre dijo. Es un burro tes verdad? Desde luego que no. De ser as, hace tiempo que me lo habra dicho. Bueno, ir a verlo. El seor Ochoa visit al seor Borrego y hablaron sobre el asunto. Dgame empez Ochoa: Es que mi hija no le parece lo suficientemente buena para su hijo? Me gus tara or su opinin; hable. tarudo, y as se lo dir. Pienso que tal vez haya elegido a alguna otra novia para ti, pero no lo creo, chacha, eso es todo. guna persona en el mundo? cirlo le rompera la boca.

Borrego se confundi y todo cuanto pudo decir fue: Yo nunca he dicho que la hija de usted no sea buena para mi muchacho, ni que sea inculta, ya que la graduaron con todos los honores y tiene mejor

educa cin que la que hemos podido dar a nuestro hijo. As que, por lo que a eso se refiere no hay crtica que hacer. Bueno, entonces, cul es el motivo? dijo el doctor, excitado y enrojeciendo. Tal vez no tiene su que espero. No puedo explicarle, Jenaro Ochoa; eso es todo. Y no dar mi consentimiento porque me desagrada esa unin. Regino Borrego se puso en pie y dio unas palmaditas en el hombro a Jenaro Ochoa. Este grit furioso: No me toque si no quiere que lo haga pedazos. Y usted dijo volvindose a Manola, que acuda asus Contsteme! Estoy de acuerdo con mi esposo dijo con calma. Ahora oigan dijo Ochoa amenazndolos con el puo. Estoy harto de su necedad. Los muchachos se casarn y sern felices an sin sus bendiciones, porque las gentes como ustedes nada valen. La pareja recibir dos veces, cien veces, mis bendiciones y sern felices a pesar de la oposicin de ustedes y tal vez justamente por ella. Dicho esto, el seor Ochoa sali dando un portazo que hizo temblar toda la casa. Aquella noche, cuando Cutberto lleg a la casa, dijo: Bueno, el prximo sbado al medioda nos casa fecha definitivamente, no la apla mos; hemos fijado esa zaremos ms. No esperaremos, no tada por sus gritos, y usted qu tiene que decir? ficiente dinero, eh? Dgalo, es lo nico

deseamos esperar ms. Quedan cordialmente invitados por m, por Vera y por don Jenaro. Nos complacera mucho que fueran; si no van ser muy duro para m, pero yo he hecho cuanto he podido. Buenas noches. Dej la estancia y march a su cuarto. La pieza que silenciosa. Despus de meditar un rato, Manola dijo: Lo que no comprendo es por qu t tambin te opones. Nunca me diste la razn de ello. Nada puedes decir en contra de esa chica. O tienes algo que repro charle? Tal vez los reproches puedas hacerlos t dijo Regino nerviosamente. Nunca dije semejante cosa. Lo nico que he dicho es que tengo el presentimiento de que ese casamiento no podr realizarse nunca. Eso es exactamente lo que yo pienso. d extraamente

l guard silencio, despus se levant de su asiento y empez a pasearse por la estancia. Finalmente se par enfrente de Manola y dijo: Tendr que decrselo al muchacho, tendr que de otro remedio. Dios mo! Qu es lo que tienes que decirle? pregunt ella ansiosamente. Que no puede casarse con su hermana. Manola salt y se puso de pie, pero inmediatamente despus se dej caer en su asiento otra vez, palidecien do intensamente. Cmo lo sabes? pregunt casi sin aliento. Cmo pudiste saberlo? Cmo lo averiguaste? Fue Ochoa quien te lo dijo, o quin? Pero qu raro! Ochoa no lo sabe. Ochoa? No, l no ha dicho una palabra, porque creo que no lo sabe. Eso ocurri cuando fuiste a cui dar a tu madre enferma en Los ngeles. El no estaba en la ciudad entonces. Yo me senta solo y tal vez la seora Ochoa tambin. Nos entregamos mutuamente, pero la cosa pas pronto. De todos modos la muchacha Ochoa, es decir, Vera, es mi hija. Como ves, Cutberto no puede casarse con ella y nosotros tenemos que decr loco, desesperado. Cuando Regino termin su historia, no levant la cabeza. Esperaba una violenta explosin de Manola, o cuando menos toda clase de exclamaciones. Cuando al cabo de un rato no se escuch especie, tuvo la idea desagradable de ni un grito, ni sonido de ninguna que Ma nola haba muerto selo. El asunto me trae crselo, no me queda

repentinamente por la impresin que le causara aquella revelacin inesperada. Entonces, envalentonndose muy poco a poco, se irgui para verla. Con una extraa sonrisa pasendose por sus labios, ella lo mir y pregunt: Ests seguro, enteramente seguro, de que Vera es tu hija y no la hija del viejo? Absoluta y positivamente seguro; lo supimos antes de que Ochoa regresara. Perdname y aydame a sa Manola ri nerviosamente y dijo: Si ests absolutamente seguro de que Vera es tu hija, entonces no hay peligro alguno si se casa con Cut berto. Porque si ests seguro de que es tu niendo cara de bobo. hija, entonces Cutberto no puede ser su hermano. Cmo es esto? pregunt l inocentemente, po Cutberto no puede ser su hermano, porque no es tu hijo. Qu? dijo, perdiendo el aliento. De quin es hijo entonces, si no lo es mo? lir de esta pesadilla, por favor.

De Ochoa. Ocurri en Los ngeles, tambin du

rante el tiempo que me fui

a cuidar a mi madre. l estaba all tomando un curso extra relacionado con su profesin. No recuerdo cul era. Nos encontramos en un da de campo. Yo iba con mi madre y unas amigas. Nos sorprendi una tempestad terrible, y entonces su cedi. Recuerda como estbamos en ese tiempo, nos llevbamos tan mal, estbamos tan desunidos, yo siem pre nerviosa a tu lado y sin saber tro matrimonio haba sido un a qu atribuirlo, y es que cuando nos casamos yo lo ignoraba todo, era tan tonta! Me fui a ese viaje convencida de que nues fracaso, pens perma vorcio. Ahora era Regino el que se haba quedado como pe trificado, sin poder pulsada por articular palabra. De todos modos le hubiera sido casi imposible, de querer hacerlo, pues no era fcil interrumpir a Manola, quien pareca im una fuerza interior a continuar confesando hasta echarlo todo fuera. Despus, todo cambi. De pronto comprend cunto te quera y qu ciega haba estado. As, pues, volv a casa decidida a empezar de nuevo y a ser toda y exclu sivamente tuya. Me convert en una nueva mujer. Ochoa, sin darse cuenta, cambi el curso de mi vida, me hizo verla desde otro aspecto distinto. l era mucho mayor que t y tena ms experiencia en todas las cosas huma nas. Desde luego que a partir de entonces nada tuve que ver con l. Nunca. Lo olvid en el preciso momento en que llegu aqu. Siempre te quise a ti y slo a ti, pero no lo saba. Descubr que t no eras, que t no podas ser el padre de Cutberto, y no podas serlo por que yo no haba sabido ser una buena esposa para ti. Inverosmil, verdad?, que se pueda querer tanto a una persona que ni siquiera se d cuenta de que es a causa de ese cario por lo que se siente una nerviosa e irri table. Y adems, el viejo Ochoa nada sabe acerca de Cutberto. Nunca le dije una sola palabra de ello, porque hubiera sido complicar las cosas. Bueno, esa es toda la verdad. El se la qued mirando estupefacto largo rato, sin decir palabra. As estuvieron lo que a ella le pareci una eterni dad. Sinti un extrao consuelo cuando de pronto el silencio fue interrumpido por los pasos de su hijo, que bajaba de su recmara, evidentemente en busca de algo. Al verlo en la estancia, Regino por fin reaccion. Levantando la cabeza le grit toscamente: A qu vienes? Qu es lo que haces a estas horas? Es que no duermes nunca? Toda la noche te la pasas recorriendo la casa. Repentinamente cambi de tono de voz y con una mi mujer agreg: rada significativa a su necer al lado de mi madre mientras te planteaba el di

Este muchacho siempre se presenta cuando menos se le espera. . . parece tener el don de ser un inopor dormir. Qu pasa? No compren tuno. . . Pero yo qu he hecho, pap? Slo vine por un libro, pues no puedo do. Soy culpable de algo? gino. S t supieras!... contest irnicamente Re De qu se trata, pap? De qu hablas? Nada, nada. Ya no tiene importancia. Olvida lo que dije. Boquiabierto y azorado, Cutberto dio media vuelta para salir de la pieza al mismo tiempo que deca: Buenas noches. Espera un momento. Quiero decirte algo muy im portante dijo Regino. Manola, al or esto, dirigi a su marido una mirada llena de ansiedad, temerosa de que ste fuera a revelar el secreto de familia. Evitando su mirada, Regino continu: Quiero decirte que desde luego y por supuesto que s estamos de acuerdo en que te cases, el sbado o cualquier otro da. Despus de escuchar estas palabras, apareci en los labios de Manola una sonrisa de alivio. Regino sigui diciendo: Y puedes estar seguro que nosotros estaremos pre sentes en tu boda. bos, tu Quin diga lo contrario, miente! Nunca nos tomaste en serio, verdad? Porque si lo hi ciste fuiste muy tonto. Los estbamos probando a am madre y yo, para ver cunto duraba su cario. De hecho nos complace que te cases con Vera. Tendrs que hacer todo lo posible para que esa encantadora muchacha sea feliz. Es la criatura mejor del mundo. Su padre sabe lo que dice! Cutberto no oy aquellas ltimas palabras, pues sa en pijama. Al pasar por junto a la puerta sin disminuir en nada su velocidad. Cuando lleg a casa de su novia y todava jadeante les comunic la buena noticia, el seor Ochoa jactancio padres son las gentes ms chis samente y pavonendose le dijo: tosas y locas que jams he conocido. No hace Oye muchacho, te har una confidencia: T eres un gran chico, pero tus dos horas todava que estaban decididos a suicidarse antes que dar su consentimiento para el matrimonio, y ahora les gustara que se casaran luego, an a medianoche. Sa bes?, deb hablarles hace diez meses en la li de la casa como un huracn para llevarles la buena nueva a los Ochoa, tal y como se encontraba, de salida, jal un abrigo que se encontraba all colgado en una percha, y se lo coloc sobre los hombros, pero

forma tan enrgica en que lo hice hoy. Eso habra sido lo ms sensato. Ya ves, apenas me les puse "pesado" y cedieron inmediatamente.

LA TIGRESAEn cierto lugar del exuberante estado de Michoacn, Mxico, viva una joven a quien la naturaleza, aqu especialmente buena y prdiga, le haba ofrendado todos esos dones que pueden contribuir grandemente a la confianza en s misma y felicidad de una mujer. Y en verdad que era ste un ser afortunado, pues posea adems una cuantiosa herencia que sus proge nitores, al morir uno casi seguido del otro, le cidad y haban dejado. Su padre haba sido un hombre de gran capa base de su esfuerzo per

dedicacin al trabajo, por lo que mucho antes de morir ya haba logrado, a sonal, un prspero negocio de talabartera, as como tierras y propiedades que pasaron a manos de Luisa Bravo, su hija. Exista tambin la probabilidad de ser an ms rica algn da al morir sus acaudalados parientes, su abue muerte de sus padres. No era de sorprender, pues, que por su extraordina aspiraciones matrimoniales. Mientras tanto, Luisa disfrutaba de la vida como mejor le gustaba. Amaba los caballos y era una experta amazona siempre dispuesta a jugar carreras o a com petir con cualquier persona que se atreviera a retarla. Raras veces perda, pero cuando esto suceda, el gana dor que conociera bien su carcter y estimara en algo el bienestar propio, tratara de quitarse rpidamente de su alcance, pues aunado a las ventajas antedichas, iba una arbitraria e indmita naturaleza. A pesar de su mal genio, los pretendientes revolo teaban a su alrededor como las abejas sobre un plato lleno de miel. Pero ninguno, no importa que tan necesi tado se encontrara de dinero, o que tan ansioso estuviera de compartir su cama con ella, se arriesgaba a propo formal antes de pensarlo deteni damente. nerle un compromiso ria belleza y an ms por su considerable fortuna, fuera muy codiciada por los jvenes de la localidad la y una ta, con quien Luisa viva desde la

Sin embargo, donde hay tanto dinero a la par con tanta belleza, cualquiera est dispuesto a aceptar ciertos inconvenientes que toda ganga trae consigo.

Se daba el caso de que Luisa no slo posea todos los defectos inherentes a las mujeres, sino que acumulaba algunos ms. Como hija nica, sus padres haban vivido en cons tante preocupacin por ella y con un miedo aterrador a perderla, aunque la nia estaba tan sana y robusta como una princesa holandesa. Todo lo que haca o deca armaba gran revuelo entre sus parientes y gente a su alrededor, y desde luego la complacan en todos sus deseos y caprichos. El significado de la palabra "obediencia" no exista para ella. Nunca obedeci, pero tambin hay que aclarar que nunca alguien se preocup o insisti en que lo hiciera. Sus padres la enviaron a una escuela en la capital y despus a un colegio en los Estados Unidos. En estos planteles la nia se esforzaba ms o menos por obede cer, obligada por las circunstancias, pero en el fondo no cambiaba su carcter de libre albedro. Mientras se encontraba en el colegio, su vanidad exagerada y ambi cin desmedida por superar a todas las compaeras y ganar siempre los primeros lugares en todo, la sometan a cierta disciplina. Pero cuando llegaba de vacaciones a su casa, se desquitaba dando rienda suelta a su verda dera naturaleza. Para dar una idea ms precisa de su carcter, habra que agregar la ligereza con que se enfureca y haca explosin por el motivo ms insignificante y balad. Las muchachas indgenas de la servidumbre y los jvenes aprendices en la talabartera de su padre solan correr y esconderse por horas enteras cuando Luisa tena uno de sus ataques temperamentales. Hasta sus mismos pa dres se retiraban a sus habitaciones y aparecan cuando calculaban que ya se le haba pasado el mal humor. De no ser por el hecho de que sus padres pertenecan a una de las mejores y ms influyentes familias de los contornos, la posibilidad de que fuera declarada men talmente afectada y encerrada en un sanatorio no hu muy remota. Sin embargo, estos arranques de furia sucedan gene ralmente dentro de la casa y no afectaban la seguridad pblica. Cuando haba realmente algn destrozo, personal o material, los padres siempre reparaban el dao con regalos y doble demostracin de afecto y bondad hacia los perjudicados por su hija, en especial tratn dose de la servidumbre. nuaban un poco sus sea la de ser generosa y liberal. Y una Con lodo, haba en Luisa algunas cualidades que ate tremendas fallas. Entre otras, po biera sido

persona que no puede ver a un semejante morir de hambre y que esta siempre dispuesta a, regalar un peso o quiz un par de zapatos viejos o un vestido, que, aunque usado, todava est presentable, o alguna ropa interior

o hasta una caja de msica cuya meloda ya ha fastidiado, para aliviar la urgente necesidad del prjimo o alegrarle en algo la existencia, siempre es perdonada. Los estudios de bachillerato agregaron algo al carc ter de Luisa, pero este aadido no fue precisamente para mejorarlo. Pas todos los exmenes con honores. Esto, naturalmente, la hizo ms suficiente e insoportable. Su orgullo y vanidad no caban. Nadie poda decirle algo sobre un libro, una filosofa, o un sistema poltico, un punto de vista artstico o descubrimiento astronmico sin que ella manifestara saberlo todo antes y mejor. Contradeca a todo el mundo, y por supuesto slo ella poda tener la razn. Si alguien lograba demos trarle, sin lugar a duda, que estaba equivocada, inme diatamente tena uno de esos ataques de furia. Jugaba ajedrez con maestra, pero no admita una derrota. Si algn contrincante la superaba, suspenda el partido aventndole a ste no slo las piezas del juego, sino hasta el tablero. Con todo y esto tena das en que no slo era sopor table, sino hasta agradable de tal modo, que la gente olvidaba de buena gana sus groseras. Explicados estos antecedentes, es fcil comprender por qu, tarde o temprano, los aspirantes a su mano se retiraban, o ms bien eran retirados por Luisa con sus insolencias y a veces hasta con golpes. Ms de un joven valiente y soador, entusiasmado por la belleza de Luisa, y an ms por su dinero, crea poder llegar a ser, una vez casados, amo y seor de la joven esposa. Pero esta quimrica ilusin era acariciada slo por aquellos que haban tratado a Luisa una o dos veces a lo sumo. Al visitar la casa por tercera vez, vol van a la realidad y perdan toda esperanza, pues se mador. convencan entonces definitivamente de que la doma de esta tigresa llevaba el riesgo de muerte para el do Ella, desde luego, no pona nada de su parte porque, a decir verdad, el casarse o no, la tena sin cuidado. Saba, naturalmente, que, cuando menos por razones econmicas, no necesitaba ningn hombre. En cuanto a otros motivos, bueno, ella no estaba realmente conven cida de si una mujer puede gls, se pasrsela o no sin la otra mitad de la especie humana. No en vano haba estado en un colegio estadounidense, en donde, aparte de in aprenden muchas otras cosas prcticas y tiles. Pero como cualquier otro mortal, Luisa tambin cum pla aos. Tena ya veinticuatro, una edad en la cual en Mxico las mujeres ya no se sienten en condiciones de escoger, y generalmente toman lo que les llega sin esperar ttulos, posicin social, fortuna o al hombre guapo y viril de sus sueos.

Mas, Luisa era distinta, Ella no tena ninguna prisa y no lo importaba saber si todava la contaban entre las elegibles o no. Tena la conviccin de que era mejor, despus de todo, no casarse, pues de este modo no tena que obedecer ni agradar a nadie. Se daba cuenta, observando a sus amigas casadas y antiguas compae perdido la libertad. Sucedi que en ese mismo estado de Michoacn viva un hombre que haca honor a su bueno y honrado, aun que sencillo, nombre de Juvencio Coso. Juvencio tena un buen rancho no muy lejos de la ciudad donde viva Luisa. A caballo, estaba a una hora de distancia. El no era precisamente rico, pero s bas tante acomodado, pues saba explotar provechosamente su rancho y sacarle pinges utilidades. Tena unos treinta y cinco aos de edad, era de cons estatura normal, ni bien ni mal pare titucin fuerte, cido... Bueno, uno de esos hombres que ras de colegio, que, cuando menos para una mujer con dinero, la vida es ms agradable y cmoda cuando no se ha

no sobresalen por algo especial y que aparentemente no han destacado rompiendo marcas mundiales- en los deportes. Permanecer en el misterio el hecho de si l haba odo hablar antes de Luisa o no. Cuando despus fre l siempre contentaba: No. Lo ms probable es que nadie le previno acerca de ella. Cierto da en que tuvo la necesidad de comprar una silla de montar, pues la suya estaba muy vieja y dete riorada, mont su caballo y fue al pueblo en busca de una. As fue como lleg a la talabartera de Luisa, donde vio las sillas mejor hechas y ms bonitas de la regin. Ella manejaba personalmente la talabartera que he redara, primero, porque haban sido los deseos de su padre el que el negocio continuara funcionando, y se gundo, porque le gustaba mucho todo lo concerniente a los caballos. Diriga la tienda con la ayuda de un anti guo encargado que haba trabajado con su padre du rante ms de treinta aos y de dos empleados casados que tambin llevaban ya muchos aos en la casa. Como el negocio estaba encarrilado, era fcil manejarlo. Apar te, le agradaba llevar ella misma los libros, mientras su ta y su abuelita se ocupaban de la casa. El negocio floreca, y como la experta mano de obra continuaba siendo la misma, la clientela aumentaba constantemente y los ingresos del negocio eran an supe riores a lo que haban sido en vida de su padre. cuentemente ^e lo preguntaban sus amigos,

Luisa se encontraba en la tienda cuando Juvencio lleg y se detuvo a ver las sillas que estaban en exhi bicin a la entrada, en los aparadores y colgadas en tras l, con aire de las paredes por fuera de la casa. Ella, desde la puerta, lo observ por un rato, mien conocedor, cuidadosamente exami naba las sillas en cuanto a su valor,

acabado y durabilidad. De improviso, desvi la vista y se encontr con la de Luisa. Ella le sonri abiertamente, aunque despus nunca pudo explicarse a s misma el por qu de su actitud, pues no acostumbraba sonrer a desconocidos. Juvencio, agradablemente sorprendido por la fran Luisa, se acerc, y un poco ruborizado, dijo: Buenos das, seorita. Deseo comprar una silla de montar. Todas las que usted guste, seor contest Lui tambin las que tengo ac aden sa. Pase usted y vea tro. Quiz le guste ms alguna de estas otras. rior de la tienda. ca sonrisa de

En reali dad, las mejores las tengo guardadas para librarlas de la intemperie. Tiene razn dijo Juvencio siguindola al inte perdido la facultad de poder exa Revis todas las sillas detalladamente pero, cosa rara, pareca haber minarlas cabalmente. Aunque dio golpecitos a los fustes, inspeccion bien el cuero e hizo mucho ruido estirando las correas, sus pensamientos estaban muy lejos de lo que haca. Cuando repentinamente volte otra vez a preguntar algo a Luisa, comprendi que sta lo examinaba tan cuidadosamente como l lo haca con las sillas. Sorpren dida en esta actitud, ella trat de disimular. Ahora era su turno de sonrojarse. Sin embargo, se repuso al ins escapa rate. Juvencio quiso saber el importe de varios otros obje preguntas nada ms por tener algo que decir. Inquiri de donde proceda la piel, que tal le iba en el negocio y otros detalles semejantes. Ella tambin le dio conversacin, preguntando de donde era y qu ha ca. l le dijo su nombre, le describi su rancho, le in cuantas cabezas de ganado criaba. Hablaron de caballos, de cuanto maz haban producido sus tierras el ao anterior y qu cantidad de puercos haba vendi do al mercado. Comentaron precios y todas esas cosas conectadas con ranchos y haciendas. Despus de largo rato ninguno de los dos tena nocin del tiempo transcurrido y no encontrando un pretexto ms para alargar su estancia, se vio obligado a tratar el asunto por el cual haba venido. Haciendo un gran esfuerzo, dijo: form tos, pero ahora ella no tante, sonri y contest con aplomo su pregunta sobre el precio de una silla que l haba sacado de un

slo tena la impresin, sino la certeza de que l haca toda clase de

Creo que me voy a llevar sta y apunt a la ms cara y bonita. Sin embargo titube, debo pensarlo un poco ms y echar un vistazo por las otras talabarteras. De todos modos, si me la aparta hasta maana, yo regreso y le decidir definitivamente. Le parece? Bueno, hasta maana, seorita. Hasta maana, seor contest Luisa, mientras l sala pausadamente y se diriga hacia la fonda frente a la cual haba dejado su caballo amarrado a un poste. El hecho de que no comprara la silla ese mismo da no sorprendi a Luisa. Por intuicin femenina saba que l tena hecha *u decisin con respecto a la com pra, y que solamente haba pospuesto el asunto para tener motivo de regresar al da siguiente. Huelga explicar que no busc ninguna silla en otros lugares, sino que se encamino lentamente hacia su ran cho. Mientras cabalgaba, Juvencio llevaba morado. ba de regreso en la dibujada en su mente la encantadora sonrisa de Luisa, y cuando por fin lleg a su casa, se sinti irremediablemente ena

Al dar las nueve del da siguiente, Juvencio ya esta tienda.

Mas al entrar se sinti defraudado, pues en vez de Luisa, encontr a la ta atendiendo el negocio. Pero l tambin tena sus recursos. Perdn, seora; ayer vi unas sillas, pero la seo rita que estaba aqu prometi ensearme hoy otras que tiene no s dnde, en algn otro sitio. Ah, s; con seguridad era Luisa, mi sobrina. Pero, sabe usted?, no s a cuales se refiere. Si se espera slo diez minutos, ella vendr. Juvencio no tuvo que esperar ni siquiera los diez minutos. Luisa lleg antes. Ambos se sonrieron como viejos amigos. Y cuando ella envi tos a inmediatamente a su ta a hacer alguna dili solas con l. Otra vez empezaron por ver sillas y arreos, pero tal y como el da anterior, la conversacin pronto se desvi y platicaron largamente sobre distintos temas hasta que l se dio cuenta con pena que las horas haban vola no haba ms remedio que comprar la silla, despedirse e irse. Cuando ella haba recibido el dinero y, por lo tanto, el trato se consideraba completamente cerrado, Juven cio dijo: Seorita, hay algunas otras cosas que necesito, tales como mantas y guarniciones. Creo que tendr que regresar dentro de unos das a verla. do y que gencia fuera de la tienda, Juvencio

comprendi que Luisa no estaba muy renuente a quedarse unos momen

Esta es su casa, caballero. No deje de venir cuando guste. Siempre ser bienvenido. Lo dice de veras, o slo como una frase comer almorzar a mi casa. Cuando los dos entraron al comedor, ya la abuela y la ta haban terminado, aparentemente cansadas de esperar y adems acostumbradas a que Luisa llegaba a comer cuando le daba la gana. Por cortesa permanecieron las dos damas a la mesa hasta que se sirvi la sopa. Despus se excusaron ama pieza. El almuerzo de Luisa y Juvencio dur hora y media ms. En la maana del tercer da, Juvencio regres. Esa vez a comprar unos cinchos. Y desde ese da se apareca Por la tienda casi cada tercer da a comprar o a cam biar algo, a ordenar alguna pieza especial o a la medida. Y ya era regla establecida el que siempre se quedara despus a almorzar en casa de Luisa. Suceda que a veces tena algunos encargos que ha tam bin a cenar. En una de esas ocasiones en que se retras en el pueblo hasta ya tarde y en que lleg a cenar a casa de Luisa, empez a llover fuerte y persistentemente. Tanto, que a la hora de querer salir para emprender el regre so a su rancho, aquello se haba convertido en un di amainara la tormenta. Ni pensar en ir a un hotel dijeron las seoras de la casa. Bien poda quedarse a dormir all, pues tenan cuartos de sobra con mucho mejores camas que las que poda encontrar en cualquier albergue. Juvencio acept su hospedaje, agradecido, olvidn Dos semanas despus correspondi a la hospitali damas a visitar un domingo su rancho. Tras de esta visita, Juvencio se present una tarde muy formalmente a pedir la mano de Luisa. Ninguna de las dos seoras mayores se opuso a lo solicitado, pues Juvencio era un caballero con todas las cualidades para ser un buen marido. De familia senci lla pero honorable, acomodado, trabajador, y sin vicios. dose acto seguido del dad invitando a las tres mal tiempo ante la perspectiva de prolongar la velada en compaa de Luisa. luvio. No se poda distinguir un objeto a un metro de distancia y no haba probabilidades de que cer por el pueblo que lo demoraban hasta ya entrada la noche, y entonces, naturalmente, le invitaban blemente, se levantaron y salieron de la cial? trrselo lo invito a No ri Luisa, lo digo de veras, y para demos

Naturalmente, Juvencio antes lo haba consultado con Luisa, y como sta tena ya lista su respuesta desde ha S. Por qu no? Sin embargo, aquella noche la abuela dijo a la ta de Luisa: Para m que esos dos estn todava muy lejos del matrimonio, y hasta que yo no los vea en la misma cama, no creer que estn casados. Por lo pronto no pre pares vestuario, ni nada, tampoco hay que contarlo a las amistades. Estas advertencias salan sobrando, pues la ta se senta tan escptica como la abuela de que el matrimo nio se llevara al cabo. ticaba una maana con ca tiempo, contest simplemente:

A la semana de estar comprometidos, Juvencio pla Luisa en la tienda. La conver dijo: Pues mira, Licha, a pesar de que tienes una tala no sabes mucho de esto.

sacin gir sobre sillas de montar, y Juvencio bartera, la verdad es que

Esta declaracin de Juvencio haba sido provocada por Luisa ante su insistencia en que cierto cuero era mejor y de ms valor. El no quera darle la razn, por que iba en contra de sus principios mentir nada ms por ceder. Como buen ranchero saba por experiencia cual piel tena ms durabilidad, resistencia y calidad. Luisa se puso furiosa y grit: Desde que nac he vivido entre sillas, correas y guarniciones, y ahora me vienes a decir t en mi cara que yo no conozco de pieles! S, eso dije, porque esa es mi opinin sincera contest Juvencio calmadamente. Mira! No te pienses ni por un segundo que me puedes ordenar, ni ahorita, ni cuando estemos casados, que pensndolo bien, no creo que lo estaremos. A m nadie me va a mandar, y ms vale que lo sepas de una vez, para que te largues de aqu y no te aparezcas ms, si no quieres que te aviente con algo y te mande al hos pital a recapacitar tus necedades. Est bien, est bien. Como t quieras dijo l. AI salir Juvencio, ella avent violentamente la puerta tras l. Despus corri a su casa. Bueno, de ese salvaje ya me libr dijo a su ta. Imagnate; pensaba que me poda hablar as como as, a m! Al cabo yo no necesito de ningn hombre. De todos modos l sera el ltimo con quien yo me casara. Ni la abuela ni la ta comentaron ms el asunto, pues no era novedad para ellas. Ni siquiera suspiraron. En realidad a ellas tampoco les importaba si

Luisa se casaba o no. Saban perfectamente que de todos modos hara lo que se le antojara. Pero, por lo visto, Juvencio pensaba distinto. No se retir como haban hecho todos los anteriores pretendientes despus de un encuentro de estos. No, a los cuatro das reapareci por la tienda, y Luisa se sorprendi al verlo cara a cara en el mostrador. Pare olvidado que ella lo haba corrido y que en por costumbre. Luisa no estuvo muy amigable. Pero tambin, como por costumbre, lo invit a almorzar. Por unos cuantos das, todo march bien. Pero una tarde ella sostena que una vaca puede dar leche antes de haber tenido becerro. Afirmaba haber aprendido esto en el colegio de los Estados Unidos. Por lo que l contest: Escucha, Licha; si aprendiste eso en una escuela gringa, entonces los maestros de esa escuela no son ms que unos asnos estpidos, y si todo lo que aprendiste all es por el estilo, entonces tu educacin deja mucho que desear. Quieres decir que t sabes ms que esos profeso res; t, t, campesino? A lo mejor replic l riendo. Justamente porque soy un campesino, s que una vaca, hasta no haber tenido cro no puede dar leche. Despus aa di burlonamente: Aunque la ordees por detrs o por delante. De donde no hay leche, no puedes sacarla. As que quieres decirme que yo soy una burra, una idiota, que jams pas un examen! Pues djame de gallo para poner huevos. Correcto! dijo Juvencio. Absolutamente cier gallos que ponen ellos los hue nios que nacen sin tener padre. Luisa repuso: Conque gozas contradicindome! Despus de to mientras t alimentabas marranos! Si nosotros, y me refiero a todos los campesinos como yo, no alimentramos puercos, todos tus sabihon hambre. En oyendo esto ltimo, Luisa mont en clera. Nunca pens l que un ser humano poda encolerizarse tanto. Ella gritaba a todo pulmn: Admites, s o no, que yo tengo la razn? dos profesores se moriran de do, yo me educaba to. Y, sabes?, hasta hay vos cuando las gallinas no tienen tiempo para cirte una cosa: las gallinas no necesitan de ca haber traba a la tienda ms bien como

hacerlo. Y hay muas que pueden parir y tambin es cierto que hay muchos

T tienes la razn. Pero una vaca que no ha teni

do cro no tiene leche. Y si

existe una vaca de esas que t dices, es un milagro, y los milagros son la excepcin. En agricultura no podemos depender ni de milagros ni de excepciones. As es que te sigues burlando de m, insultn prctica s mejor que t. La calma con la que l haba pronunciado estas pala Luisa. Se acerc a la mesa sobre la cual haba un grueso jarrn de barro. Lo tom en sus manos y lo lanz a la cabeza de su antagonista. La piel se le abri y la sangre empez a correr por la cara de Juvencio en gruesos hilos. En las pelculas hollywoodenses, la joven herona, preocupadsima y sinceramente arrepentida de su arre bato, lavara la herida con un pauelo de seda, al mismo tiempo que acariciara la pobre y adolorida cabeza cu brindola de besos, e inmediatamente despus ambos marcharan al altar para vivir eternamente felices y con sangre, grit: Bueno, espero que esta vez s quedes escarmentado, Y si an quieres casarte conmigo, aprende de una vez por todas que yo siempre tengo la razn, parzcate o no. l fue a ver al mdico. Cuando se vio por el pueblo a Juvencio con la cabeza vendada, todos adivinaron que l y Luisa haban estado muy cerca del matrimonio y que la herida que mostraba era el eplogo natural e inevitable en tratndose de Luisa. Pero a pesar de todas las conjeturas y murmuracio Luisa y Juvencio se casaban. Las opiniones de los amigos a este respecto eran muy variadas. Unos decan que Juvencio era un hombre muy valiente al poner su cabeza en las garras de una tigresa. Otros aseguraban que el deseo carnal lo haba cegado momentneamente, pero que ya despertara en poco tiempo. Otros comentaban que no, que todo era al contrario, que seguramente las cosas ya haban ido tan lejos que l se haba visto obligado a casarse. Y an otros sostenan que en el fondo de todo estaba la avari cia y el inters que le hacan aguantarse y olvidar todo lo dems, aunque, agregaban seguidamente, esto nes, dos meses despus tentos hasta que la muerte los separara... Luisa se limit a rer sarcsticamente, y viendo a su novio cubierto de bras enfureci ms a dome? No te estoy insultando, Licha; te estoy exponiendo hechos que por la

les sor prenda sobremanera, porque Juvencio no tena necesi Hasta haba quien aseveraba que Juven

dad de dinero.

cio era un poco anormal y que, a

pesar de su aspecto viril, gozaba estando bajo el yugo y dominio brutal de una mujer como Luisa. De todos modos ninguno lo envidiaba, ni siquiera aquellos que haban pretendido su fortuna. Todos afirmaban sentirse muy contentos de no estar en su lugar. Durante los agasajos motivados por el casamiento, Juvencio puso una cara inescrutable. Mas cuando le pre guntaban como iban a arreglar tal o cual asunto de la casa o de su vida futura, siempre contestaba que todo se hara segn los deseos de Luisa. A veces, ya avanzada la noche, y con ella tambin las copas, muchos caballeros y hasta algunas damas bromeaban acerca de la novia deci dida y autoritaria y del dbil y complaciente marido. Un grupo de seoras, ya entradas en aos, opinaba que una nueva era se implantaba en Mxico y que las mujeres por fin haban alcanzado sus justos y merecidos derechos. Mas todas estas bromas tendientes a ridiculizarlo, de indiferente como si estuviera en la luna. En pleno banquete de bodas, uno de sus amigos, que haba libado ms de lo debido, se levant gritando: Vencho, creo que te mandamos una ambulancia maana temprano para que recoja tus huesos! Fuertes carcajadas se escucharon alrededor de la mesa. Este era un chiste no slo de muy mal gusto, sino en extremo peligroso. En Mxico, bromas de esta ndole, ya sea en velorios, bautizos o casamientos, seguido pro vocan que salgan a relucir las pistolas y hasta llega a haber balazos. Y esto sucede an en las altas esferas sociales. Cientos de bodas han terminado con tres o cuatro muertos, incluyendo a veces al novio. Hasta se ha dado el caso de que un tiro extraviado alcance tambin a la novia. Pero aqu todo termin en paz. La fiesta haba sido en casa de la desposada y haba durado hasta bien entrado el da siguiente. Cuando al fin se fueron los ltimos invitados, con el estmago lle no y la cabeza aturdida por la bebida, ansiando llegar a descansar, la novia se retir a su recmara, mientras que el novio fue al cuarto que ya ocupara antes de carsarse, cuando por algn motivo permaneciera en el pueblo. La verdad es que a estas alturas nadie hubiera repa inters en sa ber dnde pasaran las siguientes horas. rado en lo que hacan los novios, si estaban juntos o en cuartos por separado, ni tenan el menor jaban a Juvencio tan

Ms tarde, cuando los recin casados desayunaban en compaa de su ta y su abuela, la conversacin era lenta y desanimada. Las dos seoras tristeaban sentimentales, pues Luisa abandonara en unos momentos ms la casa definitivamente. El matrimonio slo cambiaba una que otra frase indiferente acerca de la inmediata ida al ran en la nueva casa. Con la ayuda de los sirvientes del rancho y de la vieja ama de llaves, Luisa procedi a arreglar sus habita ciones. da y ancha cama Llegada la noche, Luisa se acost en la nueva, blan esposo. Nadie sabe lo que Luisa pens esa noche. Pero es de suponerse que la consider vaca e incompleta, pues despus de todo era una hembra, ahora ya de veinticinco aos, y el hecho de pasar esta noche como las ante una diferencia entre estar y no estar casada. Pero no tuvo oportunidad de investigar personal porque tambin la siguiente no "Dios mo! exclam mentalmente. Santo Pa mente esta diferencia, dre que ests en los che permaneci sola. Se alarm seriamente. riores en su casa no dejaba de confundirla e intrigarla. Saba perfectamente que existe cho y lo ms urgente por instalar

matrimonial. Pero quien no vino a acostarse a su lado fue su recin adquirido

cielos. No ser que est impedido? O ser tan inocente que no sabe qu hacer? Imposi ble! En ese caso sera un fenmeno. El primero y nico mexicano que no sabe que hacer en estos casos. No, eso queda descartado desde luego, especialmente en un ran chero como l, que a diario ve esas nuarle? cosas en vacas y toros. En fin... Virgen ma! Qu tendr yo que insi Demonios! Ni modo que mande por mi abuela para qu le cuente como la abeja vuela de flor en flor y ejecuta el milagro... Qu raro! Tendr algn plan premeditado?... Si solo se acercara por mi recma ra!... Cuando pienso en lo apuesto que es, tan varonil y fuertote... Realmente el ms hombre de toda la manada de imbciles que conozco. No se me antoja ningn otro, lo quiero a l, tal y como es." Daba vueltas en la blanda cama matrimonial, tan suave y acogedora. No poda conciliar el sueo. Sucedi tres das despus, por la tarde. Juvencio, que desde muy temprano en la maana acostumbraba salir a caballo a revisar las siembras, ha ba regresado a almorzar. Una vez que hubo terminado, se sent en una silla mecedora en el gran corredor de la parte posterior de la casa. A un lado, sobre una mesita, se encontraba el peridico que antes haba estado le yendo con poco inters.

En el mismo corredor, a unos cuatro metros, Luisa hojeaba distradamente una revista, arrellanada en una hamaca con un mullido cojn bajo su cabeza. Desde que estaban en el rancho, casi no se dirigan la palabra. Pareca como si cada uno estuviera reco nociendo el terreno para saber como guiar mejor la con versacin a modo de evitar fricciones. Lo que es en esta casa de recin casados no se oan los empalagosos cuchicheos propios de casi todas las parejas durante su luna de miel. Sera que Juvencio, para no provocar los arran prefera eludir toda conversa flotaba en el ambiente. El hecho de que durante varias noches l la esqui repasaba lo acontecido desde su llegada al rancho. El da anterior, durante el desayuno, l haba pre Dnde est el caf? Pdeselo a Anita, yo no soy la criada haba con secamente. El se haba levantado de la mesa y trado personal mente el caf de la cocina. Terminado el desayuno ella haba regaado fuertemente a Anita por no darle a tiempo el caf al seor, pero ella se excus explicando que estaba acostumbrada a servrselo despus de que terminaba de comer los huevos, pues de otro modo se le enfriaba, y como le gustaba el caf hirviendo...; que si de pronto el seor cambiaba de opinin, ella no po incidente. La tarde era calurosa y hmeda. Aunque el corredor tena un amplio techo salido que lo colocaba por todos lados bajo sombra, estaba saturado, como todo el am biente, de un bochorno pesado y sofocante. En el in permaneciendo sen menso patio no pareca moverse ni la ms insignificante hierba. El calor era soportable slo tado y casi inmvil o recostado mecindose muy ligera mente en una hamaca. Y desde luego no haciendo ms uso del cerebro que el mnimo para distinguirse de los animales. Ni stos se movan en el patio. Apenas si ahuyenta No muy lejos, en el mismo corredor, en un aro col ininteligible palabra, tal vez soando en voz alta. ban somnolientamente gado de una de las vigas las moscas, cuando las infames insistan en picarles sin piedad. del techo, descansaba un loro perezoso. De vez en cuando soltaba alguna da adivinarlo. Est bien. Olvdate del asunto, Anita haba dicho Luisa, cerrando as el testado Luisa guntado: vara como si fuera solamente una husped de paso, la tena desconcertada. En su mente ques de furia de Luisa, cin, cuando menos durante las primeras

semanas? Mas con honda intuicin femenina, ella presenta que algo extrao

Sobre el peldao ms alto de la corta escalera del patio al corredor, un gato dorma profundamente. Bien alimentado, yaca sobre su espinazo con la cabeza colgando hacia el siguiente escaln. All estaba plcida por la seguridad de sus vidas o por la regularidad de sus comidas. Bajo la sombra de un frondoso rbol en el patio, poda verse amarrado a Prieto, el caballo favorito de Juvencio, y a unos cuantos pasos, sobre un banco viejo de madera, la silla de montar, pues Juvencio tena la intencin de ir por la tarde a dar una vuelta por el tra rancho. El caballo tambin dorma. Obligado por el peso de la cabeza colgada, su cuello lentamente se estiraba y alargaba, centmetro por centmetro, hasta que la na riz del animal tocaba el suelo, donde an le restaba algo de rastrojo por comer. Al contacto con ste se desper alrededor, mas per cabeza. Juvencio, pensativo, pues hasta un mediano obser vador poda notar que un grave problema lo perturbaba, recorri con la mirada el cuadro que apareca ante sus ojos. Observ primero al loro, despus al gato, y por ltimo al caballo. Esto trajo a su mente un cuento entre los muchos que su apreciadsimo y querido profesor de gramtica avanzada, don Raimundo Snchez, le haba contado un da en clase, explicando el cambio que haban sufrido ciertos verbos con los siglos. El cuento haba sido es ver con una mujer indo crito en 1320 y tena algo que mable que insista siempre en mandar slo ella. taba, se enderezaba y miraba a su catndose de que nada importante haba ocurrido en el piche que tena instalado en el mismo mente tendido con esa indiferencia que poseen ciertos bichos que no tienen que preocuparse

mundo mientras l dorma, volva a cerrar los ojos y a colgar de nuevo la

"El cuento es mucho, muy antiguo pens Juvencio pero puede dar resultado igual hoy que hace seiscientos aos. De qu sirve un buen ejemplo en un libro si no puede uno servirse de l para su propio bien?" Cambi su silla mecedora de posicin y la coloc de tal modo que poda dominar con la vista todo el pa tio. Levant los brazos, se estir ligeramente, rrado se mece en su bostez y tom el peridico de la mesa. Despus lo volvi a dejar. De pronto clava su vista en el perico, que amodo columpio a slo unos tres metros de distancia, y le grita con voz de mando: Oye, loro! Ve a la cocina y treme un jarro de caf! Tengo sed! El loro, despertando al or aquellas palabras, se rasca el pescuezo con su patita, camina de un lado a otro dentro de su aro y trata de reanudar su interrum pida siesta. Conque no me obedeces? Pues ya vers!

Diciendo esto desenfund su pistola que acostumbra Apunt al perico y dispar.

ba traer al cinturn.

Se oy un ligero aleteo, volaron algunas plumas y el animalito se tambale tratando todava de asirse al aro, pero sus garras se abrieron y el pobre cay sobre el piso con las alas extendidas. Juvencio coloc la pistola sobre la mesa despus de hacerla girar un rato en un dedo mientras reflexionaba. Acto seguido mir al gato, que estaba tan profunda mente dormido que ni siquiera se le oa ronronear. Gato! grit Juvencio. Corre a la cocina y treme caf! Muvete! Tengo sed. Desde que su marido se haba dirigido al perico pi dindole caf, Luisa mada, se haba volteado a verlo, pero haba interpretado la cosa como una broma y no haba puesto mayor atencin al asunto. Pero al or el disparo, alar haba dado media vuelta en la hamaca y le visto caer al perico y se dio cuenta de que Juvencio lo haba matado. Ay, no! haba murmurado en voz baja. Qu barbaridad! Ahora que Juvencio llamaba al gato, Luisa dijo des de su hamaca: Por qu no llamas a Anita para que te traiga el caf? Cuando yo quiera que Anita me traiga el caf, yo llamo a Anita; pero cuando quiera que el gato me traiga el caf, llamo al gato. Ordeno lo que se me pe gue la gana en esta casa! Est bien, haz lo que gustes. Luisa, extraada, se acomod de nuevo en su ha El animal continu durmiendo con esa absoluta con alrededor, ellos ten por granjersela condescendientes fastidian de la dia cotidiano. Pero por lo visto Juvenco tena otras ideas con res pecto a las obligaciones par. de cualquier gato que viviera en su rancho. Cuando el animal ni siquiera se movi para obedecer su orden, cogi la pistola, apunt y dis y qued inmvil. Belario grit Juvencio en seguida, hacia el patio. El gato trat de brincar, pero, imposibilitado por el balazo, rod una vuelta maca. fianza que tienen los Oye, gato. No has odo lo que te dije? rugi Juvencio. gatos que saben perfectamente que mientras haya seres humanos a su drn segura su comida sin preocuparse por buscarla ni siquiera, persiguiendo aunque algn algunas Esto lo veces hacen, parezcan no por ratn. vantado la cabeza. Despus haba

complacernos, sino nica y exclu

sivamente porque hasta los gatos se

ria rutina y a veces sienten necesidad de divertirse co

rriendo tras un ratn, y as variar en algo la monotona de su programa

S, patrn; vuelo vino la respuesta del mozo, desde uno de los rincones del patio. Aqu estoy, a sus rdenes, patrn. Cuando el muchacho se haba acercado hasta el pri de paja en mano, Juvencio le orden: Desata al Prieto y trelo aqu. Lo ensillo, patrn? No, Belario. Yo te dir cuando quiera que lo en S, patrn. El mozo trajo el caballo y se retir en seguida. La bestia permaneci quieta frente al corredor. Juvencio observ al animal un buen rato, mirndolo como lo hace un hombre que tiene que depender de este noble compaero para su trabajo y diversin, y a quien se siente tan ligado como a un ntimo y querido amigo. El caballo tall el suelo con su pezua varias ve ces, esper un rato brado. serenamente y percibiendo que sus servicios no eran solicitados en ese momento, intent regresar en busca de sombra bajo el rbol acostum Pero Juvencio lo llam: Escucha, Prieto; corre a la cocina y treme un jarro de caf. Al or su nombre, el animal se detuvo alerta frente a su amo, pues conoca bien su voz, pero como ste por segunda vez no hiciera el menor ademn de levantarse, comprendi que no lo llamaba para montarlo, ni para acariciarlo, como sola hacerlo a menudo. Sin embargo, se qued all sosegadamente. Qu te pasa? Me parece que te has vuelto com Luisa, abandonando la hama mez cla de sorpresa y temor. Loco, yo? contest firmemente Juvencio. Por qu he de estarlo? Este es mi rancho y ste es mi caballo. Yo ordeno en mi rancho lo que se me antoje igual como t lo haces con los criados. Luego volvi a gritar furioso: Prieto! Dnde est el caf que te ped? Tom nuevamente el arma en su mano, coloc el codo sobre la mesa y apunt directamente a la cabeza del animal. En el preciso instante en que disparaba, un fuerte golpe sobre la misma mesa en que se apoyaba le hizo desviar su puntera. El tiro, extraviado, no tuvo ocasin de causar dao alguno. Aqu est el caf dijo Luisa, solcita y temblo funda y comenz a tomar su caf. Una vez que hubo terminado, coloc la taza sobre la bandeja, y, levantndose, grit a Belario: rosa. Te lo sirvo? Juvencio, con un aire de satisfaccin en su cara, guard la pistola en su pletamente loco! dijo ca, sobresaltada. En su tono de voz notbase una silles. mer escaln, sombrero

Ensilla el caballo! Voy a darle una vuelta al tra los muchachos.

piche, a ver cmo van all

Al aparecer Belario a los pocos instantes, jalando el caballo ya ensillado, Juvencio, antes de montarlo, lo acarici afectuosamente, dndole unas palmaditas en el cuello. Luisa no regres a su hamaca. Clavada al piso, pa qu sirven las sillas, y per reca haber olvidado para maneca espantada, con la vista fija en todos los caballo y, dirigindose a ella, le grit

movi mientos de Juvencio, quien cabalgaba hacia el portn de salida. De pronto ste ray el autoritariamente: Regreso a las seis y media. Ten la cena lista a las siete! En punto! Y repitiendo con voz estentrea, agreg: He dicho en punto! Espole su caballo y sali a galope. Luisa no tuvo tiempo de contestar. Apret los labios y tras un rato, confusa, se sent en la silla que haba ocupado antes Juvencio. All se qued largo tiempo di bujando con la punta de su zapato figuras imaginarias sobre el piso del corredor mientras por su mente desfi y se levant de su asiento. Fue directamente hacia la cocina. Durante la cena se cruzaron muy pocas palabras. Cuando Juvencio hubo terminado su caf y su ron, dobl la servilleta lenta y meticulosamente. Antes de abandonar el comedor dijo: Estuvo muy buena la cena. Gracias. Qu bueno que te agrad. Con estas palabras, Luisa se levant y se retir a sus habitaciones. Faltaban dos horas para la medianoche, cuando tocaron a la puerta de su recmara. Pasa! balbuce Luisa con expectacin. Juvencio entr. Se sent a la orilla de la cama y, acaricindole la cabeza, dijo: Qu bonito cabello tienes. De veras? S, y t lo sabes. Pronunciadas estas palabras, cambi por completo su tono de voz. Licha! dijo con voz severa. Quin da las rdenes en esta casa? T, Vencho. T, naturalmente contest Luisa, hundindose en los suaves almohadones Queda perfectamente aclarado? laban quin sabe cuntas reflexiones. De pronto, como volviendo en s, ilumin su cara con una sonrisa

Absolutamente. Lo digo mucho muy en serio. Entiendes? S, lo comprend esta tarde. Por eso te llev el caf. Saba que despus de matar al Prieto seguiras conmigo. . . Entonces que nunca se te olvide. Pierde cuidado. Qu puede hacer una dbil mu l la bes. Ella lo abraz, atrayndolo cariosamente a su lado. jer como yo?

AMISTADMonsieur Ren, un francs, propietario de un restau rante en la calle de bre la

Bolvar de la ciudad de Mxico, se percat una tarde de la presencia de un perro negro de tamao mediano, sentado cerca de la puerta abierta, so banqueta. Miraba al restaurantero con sus agra expresin suave, en los que bri dables ojos cafs, de

llaba el deseo de conquistar su amistad. Su

cara tena la apariencia cmica y graciosa que suele tener el rostro de ciertos viejos vagabundos, que encuentran respuesta oportuna y cargada de buen humor aun para quienes avientan una cubeta de agua sucia sobre sus nicos trapos. El perro, al darse cuenta de que el francs lo mi restau rantero le pareci que le sonrea cordialmente. No pudo evitarlo, le devolvi la sonrisa y por un ins de que un rayito de sol le pe Moviendo la cola con mayor rapidez, el perro se le puerta, pero sin llegar a entrar al restaurante. Considerando aquella actitud en extremo corts para un perro callejero hambriento, el francs, amante de los animales, no pudo contenerse. De un plato recin retirado de una mesa por una de las meseras que lo llevaba a la cocina, tom un bistec que el cliente, inape apenas. Sostenindolo entre sus dedos y levantndolo, fij la vista en el perro y con un movimiento de cabeza lo in vit a entrar a tomarlo. El perro, moviendo no gua, tal como si ya tuviera el pedazo slo la cola, sino toda su parte trasera, abri y cerr el hocico rpidamente, lamindose los bordes con su rosada len de carne entre las quijadas. tente de seguro, haba tocado tante tuvo la sensacin vant ligeramente, netraba el corazn calentndoselo. raba con atencin, movi la cola, inclin la cabeza y abri el hocico en un