camisa limpia 1
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G U IL L E R M O B L A N C O
CAMISA LIMPIA
BI"BLIOTECADE SANTIAGOD 1R EC CIO N D E B 1B LI 01 EC AS "
A A CH 1VO S, Y M U S E O "
l.'!
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LOM PALABRA DE LA LENGUA yAMANA QUE SIGNIFICA SOL
La plurna anota:
... po r s er e sta t ie rr a ta n n ue va y l le na d e g en te v ic io sa
y a mig a d e li be ria d ...
(Carta de religiosos de LaPaz
a1inquisidor Andres Juan Gaitan.
25 de abril de 1612)
©Guillermo Blanco.
© LOM Ediciones para la
Segunda edicion, mayo 2000.
Primera adicion, 1989 (Pehuen)
Registro de Propiedad Intelectual N~:73.906
I.S.B.N: 956-2B2-227-3
Motivo de la cublarta:
Entierro de /a Sardina, 1803 - 1B06. Goya.
Disefio, Composici6n y Diaqrarnacion:
EditoriallOM
Concha y Taro 23, Santiago
Fono: 688 52 73 Fax: 696 63 88
Impreso en los talleres de LOM
Maturana 9, Santiago
Fono: 672 22 36 Fax: 673 09 15
Impreso en Santiago de Chile.
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PRIMERA PARTE
Fuga
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I
Fray Diego
de Urueiia
La pluma anota:
E I bach i ll er F ranc is co Ma ldonado , c ri ol lo de l ac i udad
d e S an M ig ue l, d e e s to s reinos del Peru, residenie en
I a c iu da d d e L a C on ce pc io n, d e o fic io c ir uia no ...
Francisco Maldonado de Silva se ha levantado
de alba esta manana. Algo (quiza un espasrno de su
vieja pesadilla familiar) 10 despert6 a una entrehoraoscura, y no logro recuperar el suefio, Flotaba en uno
de esos tiempos imposibles de medir, cuando aun no
ha abierto el dfa, lnm6vil sobre ellecho, mirando sin
mirar, queriendo no pensar: pensando; pasaban los
minutos, l.u horas, menos?, y por fin resono afuera
el primer silbido de un pajaro inseguro; pareci6 que
tanteara, que invitara a otro madrugador a responderle.
Inutil. Hizo una pausa y repiti6 el Ilamado, siempre
en vano. Y la noche segufa alli, sin ceder, rnientras
Francisco, alerta, no sabfa si implorar a su Dios que
amaneciese.iQ ue tam poco me aireua a d es ea r la luzl, pens6, y
cerro los ojos aver si se iba de el este agobio y respi-
raba en paz, 10 mismo que cualquiera, Cualquiera,
esta1l6, qu e 11 0 h ay a c om etid o lo s crimenes qu e yo iampoco
he comet ido . Alz6 los parpados con ira y principi6 a
notar que paulatinamente menguaba la penumbra.
Fue distinguiendo objetos: aca, la silla; ahf al frente,
el espeso boqueron se defini6 y era la puerta; unos
tajos de incierta claridad acusaron las hendijas del
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postigo. Afuera menudeaba ya el parloteo de los pa-
jaros, y de pronto algtin relincho, y la campana del
gale6n que anel6 ayer en la bahia . Francisco imagin6
el paisaje que se irfa entreviendo a traves del vaho
de humedad, a medida que el sol, todavfa oculto,
revelaba sin prisa formas y colores.
E s e db ad o, record6. Sabado: jcomo quemaba esta
palabra! Volvi6 la cabeza hacia el costado del lechodonde su mujer dormfa casi pegada a su cuerpo. Isabel
(jug6 a nombrarla s in voz), LIsabel? Distingufa el perfil
de ella recortandose contra el muro de adobe. Repiti6
en sus adentros: Isabel; luego: Vo y a salir; luego: Perdona;
y luego comenzo a apartarse cautelosamente, s in per-
derla de vis ta . Bajo un pie, el otro (No desp ie ri es , m i a tnor ;
ip or D ios, no sep as! ) . Le dio frio el contacto con el piso
de tierra de su alcoba. El aire, tambien frio, calo sus
hues os a la vez que alentaba sus pulmones.
-Adios -rnodulo con los labios, sin pronunciarlo.
Al pasar junto a la silla cogio una a una sus prendasde vestir, menos la camisa, que anoche habia tiznado el
rnismo fingiendo que un perol resbalaba en sus manos
(«Mira 10 que fui a hacer, que torpe», Isabel: «No importa.
.La otra esta Iimpia. La seque en elbrasero». lNo la harfa
complice esto? lNo habrfa notado que sabado tras saba-
do el urdfa un pretexto para mudar camisa?). A tientas
tomo ahora la que ella le dejo encima del arcon, y con su
bulto bajo el brazo miro atin a la mujer ( Pa r fa vo r, n o se -
p as n ad a d e e sto , n un ca ), descorri6 el tapiz que separaba
ambos cuartos de la casa y entre en el que les servia de
comedor, cocina, despacho de trabajo ...- Y salon -habia refdo ella cuando empezaban a
instalarse.
-Botica -afiadio el, y ya era un juego.
-Despensa.
-Vestibulo.
-Escritorio.
Les divertfa ser pobres, sin saber bien por que.
- ...han dado y sereeenooo -se escucho ah f en la calle.
10
lLas cuantas habrian dado y sereno? lQuizas las
seis? Olia al alba. Y las grietas del postigo de aca, y lasde la puerta, ya permitian ver sin gran esfuerzo. Fran-
cisco deposito sus ropas en una banquete, busco la ja-
rra de leche y bebio de ella un sorbo largo antes de re-
ponerla en la alacena. Sacodespues (de la despensa) una
hogaza de pan que coloco sin ruido sobre la mesa. Se
disponfa a vestirse cuando 1 0 sorprendio un rumor:voces, y luego pasos, en Ia calle.
j ran t emprano! , protesto en su interior.Aguardo, su cuerpo entero al acecho. Por unos ins-
tantes de ansiedad, los pasos y las voces continuaron
acercandose ala casa. Un hombre y una mujer, dedujo.
Si, y hablaban en murmullos, y parecian refr pero bien
quedo (lcuidandose tambien ellos, tambien profugos").
-lYa empiezas? -protesto la voz femenina.
La de el:
-No es mala idea.
-jBestia! -sin ira.Ambos rieron de nuevo. Sus carcajadas sigilosas se
fueron apagando en la distancia. Francisco esper6 toda-
via un rato, interminable, por si la pareja hubiese des-
pertado a Isabel. No daba la impresion, Se aproximo en
puntillas al tapiz que cerraba su alcoba, 10 apart6 ape-
nas y observe el lecho. Isabel seguia durmiendo con
dormir parejo; allado, en su camita, la hija de ambos.
A D io s g ra cia s, suspire,
Comenz6 a vestirse muy rapido, por superar el f rio
y el miedo. Cuando terminaba de calzarse las abarcas,
cierto indicio de sol permeaba el aire, anunciando acasoun nuevo ilia sin lluvia. «Sereno» habia dicho recien el
sereno. Aun asi, Francisco se enfund6 en su capa y des-
colgo de un clavo su ancho sombrero pluvial. Se paro
en el centro de la habitacion, escucho: nada. Fue a la
repisa donde guardaba libros, cajas, frascos de medi-
camentos, y rernovio un par de volumenes: el
An ti do ta ri o General is y el Pronost ico rum Hipocra te s. De-
tras qued6 a la vista un cumulo de objetos en desor-
den, de entre los cuales extrajo una pluma de ganso,
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un frasquito de tinta, varios pliegos de papel sin usa
que olfateo con deleite.
-Aaah.
Los guardo uno a uno, cuidadosamente, en el bol-
s illo de su capa; tomo el pan que recien habfa apartado
y, ya junto a la puerta de calle, permaneci6 irun6vil,
igual que si auscultara a un paciente. Ningiin ruido
sospechoso. Levanto muy despacio el extremo sueltode la tranca y lento, lento, entreabrio la pesada hoja de
madera, de modo que no fueran a crujir sus goznes. En
cuanto vio que cabfa, se deslizo por la escueta abertura,
miro a izquierda y derecha: nadie. Lento siempre, ce-
rro tras de sf, al tiempo que sostenia la tranca para ha-
cerla encajar par dentro en su soporte.
-Bueno -susplro con alivio.
Antes de echar a andar acecho aiin unos instantes
par si llegaban voces, trajines, desde el cuarto en que
alojaban los negros. No. Dorrnirfan tambien, de segura.
Recorrio can la vista la pequefia plaza, las siluetas delcabildo, de la Iglesia mayor, las viviendas vecinas. Ni
un alma. Respire hondo, tranquilo al fin, y partio ape-
gandose a los muras.
§
Ha caminado un rato por la pequefia ciudad, que
se ve a esta hora tan engafiosamente mansa. Y t an de-
sierta, a no ser por los soldados que, a intervalos mas 0
menos regulares, intercambian 6rdenes en las inmedia-
clones de la empalizada que protege (I O epcierra?) aLa Concepcion del Nuevo Extrema. Todo eI paisaje
intuye la aparicion ya proxima del sol, detras de las
montafias del este. Desde el mar, en el poniente, sube
un olor que es casi alar-sa bar: a sal y a yodo y a agua
viva; un olor que se funde con el olor del alba, que trae
del campo el aire fino. IC6mo se alegra el cuerpo al
respirarlo! Alegria del cuerpo (se repite Francisco en
su interior), alegrfa que le recorre los miembros, gra-
tuita igual que el roce de la brisa sobre su rostro.
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-iAdonai! -exclama can un dejo de voz.
Las campanadas que convocan a la primera misa
comienzan a revolotear desde la precaria torre de la
Iglesia de Santo Domingo. Francisco trata de contar las
sefias, olvida en cuantas iba, se recoge de hombros, si-
gue andando. Salta aquf, alla, para esquivar los charcos
(llovio en la neche) como un nifio. No, se enmienda:
como un pajaro, que aun mientras disfruta permanecealerta. Un pajaro vive vida de fuga, vigila, lleva en su
medula esa pregunta que anima sus ojos, sus ofdos:
IVendnln, vendran? ILo habran seguido?
Tuerce una esquina y al fonda, enmarcado por las
paredes de las casas mas pr6ximas, ve alzarse el cerro
a cuya cumbre se encaramo Lautaro, el jefe araucano,
para cantar victoria y contemplar a sus pies el incendio
que consumfa los tiltimos restos de La Concepcion,
destruida y saqueada por sus hordas de guerreros. Los
sobrevivientes, al narrar la escena, ann evocan el grito
de triunfo que lanzo hace lcuantos afios?:- sln ch e L au ta ro , a pu mb in ta pu h uin ca i -iYo soy
Lautaro, el que derroto a los extranjeros!
Isabel se alarm aria si supiese que Francisco camina
de nuevo hacia los campos despoblados. Ella conoce
la historia sangrienta de esta «tierra de guerra» de que
hablan los militares, y da credito a unas terribles le-
yendas que recorren el espinazo de Chile iguaJ que
escalofrios. Al principio, Francisco le anunciaba cuan-
do iba a salir en busca de hierbas para preparar medi-
camentos. Ya no. Ya casi no 10 hace porque, al ofrselo
decir, el rostra de Isabel se ensombrece, y a el le dueleverla aS1, y le duele despues el dialogo que inevita-
blemente se repite, casi palabra por palabra, entre
ambos:
-ITienes que ir?
-Isabel...
-IQue no las encargaste a la botica de Santiago?
-Encargue, pero no Began.
-Espera un poco.
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-Hay gente enferma.
-Manda a Simon. Es agil y es despierto. Si Ie
explicas ...
-Sim6n. Demorarfa meses en aprender a conocerlas,
como yo demore, Tendria que ir con el para adiestrarlo,
y serfa igual.
-l,No puedes llevarlo contigo?
-lY? lMe defenderia contra esos indios queimaginas?
H I da nuevas razones, una serie de cuidadosos
argumentos que ha construido para mentirle a su mujer
sin mentirle: pedazos de verdad con los que cubre los
motivos reales de sus esporadicas huidas a las afueras
de La Concepci6n.
-l5era tan, tan urgente? -suele insistirle Isabel.
-Es.
-Podrfas ir en el caballo, 0 en una de las mulas.
-5erfa tentar a tus indios a que me ataquen para
robarlas -bromea el.
Pausa. Cediendo, ella dice:
-5i llevaras por 1 0 menos a Francisco.
Francisco, el negrito angolefio, no ha cumplido los
doce. Fuera de aburrirlo, l,de que serviria obligarlo a
cansarse en esas soledades? Y no, responde a 10 que
ellale insiruia ahora: tampoco llevara armas porque (por-
q ue a bomin o p ara sie mp re d e la s a rm as , I sa be l} ... porque si 1 0
viesen armado, seria mas probable que «tus hordas» 1 0
atacaran. Es preferible andar en paz; se cuentan tantos
casos, y ella sabe. Hay espafioles que viven en territorio
araucano sin que nada les ocurra, Por eso, porque van
en paz. AIfin, cuando ya no quedan razones ni pretextos,
Francisco Ie acaricia suavemente la mejilla:
-Eh, no sufras.
Isabel calla. H I busca su mirada, que 1 0 rehuye aiin.
-No sufras, LPor favor?
Quedan ambos en silencio, sin descubrir ninguno
c6mo romper esta distancia que no es hosca: al contrario,
-lIsabel?
Ella suspira.
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-Isabel.
-Se te hara tarde -logra articular.
-Adi6s -sonrfe.
-Cuidate, par a.,-51, sf.
Hasta que un dfa Francisco no se atrevi6 a en-
frentar la discusi6n, [ni el riesgo de que ella adivi-
nara la verdad!, y se levanto igual que hoy, furtivo,y le dejo sobre la mesa unas letras: «Amor, no quise
despertarte. 5aH a buscar hierbas y te aseguro que
volvere sanoy salvo». Sus fugas se hicieron habi-
tuales. Por evitar que Isabel sospechara, de cuando
en cuando escapaba un lunes, un viernes, al azar.
Ahora ultimo no Ie ha side posible sino en sabado,
Un sabado, otro, otro, hasta que ya el recado escrito
resulto innecesario. Una menos de esas mentiras que
el armaba con trozos desgajados de verdad.
§
Francisco aprieta el paso. A traves de un porton
entreabierto asoma un perro de patas largas y pelambre
baya, costilludo, que le dirige un par de ladridos sin
vehemencia. Francisco ya conoce a casi todos los pe-
rros del pueblo.
-l,Y tti? -pregunta-c gfre donde has salido?
5e acerca, estira un brazo y le permite olfatearlo.
-lVes? -10 invita; Iuego-: Hombre, no pienso
hacerte dafio,
La cola comienza a sonrefr mientras el sol ponesu brillo limpio en los ojos alzados hacia el rostra de
Francisco.
-Eso es, eso -y esboza una caricia; el perro se le
hurta, instintivo-. lTodavfa terries?
Al abrigo de esa voz, su tono suave, la cola entra
en confianza, y saluda ya libre de recelo.
-Bien, bien -se inclina a acariciarle ellomo.
Luego Francisco se yerguel hace chascar los dedos,
y caminan. Amedida que ambos avanzan en direcci6n
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a]mar; el simple irjuntos logra borrar cualquier som-
bra de desconfianza. El hombre sabe que tarnbien a1
perro se le a1egra el cuerpo con este aire sano: es tan
elastico su paso, se yen tan agiles los movimientos
de sus patas. Husmea, trota, se afana escarbando un
basural: ostenta vida. Y,a su manera, va siguiendo a
Francisco. SeIe adelanta a trechos, y 10espia de reojo.
Al ver que el viene, es como si dijera: «Yase por don-de vamos», y continua. Sedetiene a olfatear, alza 1apata,
mea, sigue. Da gusto contemplarlo.
Tuercen, y ahora enfrentan la bahfa de Penco, en
el momento justo en que las velas del galeon eomien-
zan a henchirse, doradas de sol nuevo 10 mismo que
las casas de la ciudad, el mar, las olas transparentes.
Otro galeon se contonea en la superficie del agua.
Desde la orilla, un grupo de hombres y mujeres sigue
con atencion las maniobras del zarpe. Seescuchan sus
voces, las de los marineros, el rumor sordo de las ca-
denas mientras suben el anela. Ordenes, encargos. Lacampana de a bordo toea de nuevo.
-jAdiosl -grita alguien en cubierta.
[Adiosl, responden desde tierra las manos, los
pafiuelos, y el barco cruje, se endereza bahfa afuera,
golpea su casco contra el fuerte oleaje.
-Adiooos, adiooos ... -las voces de a bordo se
achican, 10 mismo que la nave, al alejarse.
De pronto aquf muy cerca de el, Francisco oye
tafier otra campana: va cruzando la p1azoleta de
Santo Domingo, donde fray Diego de Uruefia lanza
la ultima sefial para la misa, Alza sus brazos, afe-rrado a la cuerda, y los baja, y ahf arriba el badajo
golpea contra el bronce. Yl lama y llama. El viento
bronco del mar agita el habito del fraile, haciendo
que por un instante su figura retaca y algo gruesa
adquiera un cariz solemne. Francisco sonde al
verlo y espera a que termine de tocar para salu-
darlo desde lejos:
-jBuen dia, fray Diego!
16
Cree notarle un sobresalto al principio (iNa me
s in ti6 veni r? ) ; despues se vuelve hacia aca y responde
con una venia corta: un gesto que a Francisco se ]e
antoja entre serio y rnedroso. lQue es? Intenta decir
algol cualquier pregunta ociosa, un comentario trivial,
y el dominico no Ie da tiempo: se apresura a entrar a
la iglesia (lhuyendo? Lhuyendole?). Francisco, inmovil
par un rato, no consigue apartar su vista de esa hojaque acaba de cerrarse tras su amigo. El corazan patea
aquf en su pecho. LPor que? LQue asusta en el al
dominieo? LHabra escuchado ...?
-jNo! -exclama con vehemencia, y descubre que
ha espantado a1perro, e intenta sonrefrle-. Calma,
hombre ...
Hace ademan de acercarse y el animal retrocede.
Alarga una mano ( H u el e, m ir a: s oy el de antes ) , y ve quesalta atras, recogiendo la cola igual que si temiese un
castigo. Ineluso grufie quedo, a la defensiva. En un
ultimo esfuerzo, coge el pan que trafa para desayunar yse10 arroja (Come , t e invito): elperro esquiva elbulto, Lima-
ginandolo una piedra?, y corre,y desaparece sin remedio
ala vuelta de una esquina. YFrancisco esta solo.
A unas varas de distancia, semihundido en un
charco, el pan naufraga lentamente.
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II
Unagrieta
entre rocas
La pluma anota:
F ranc is co Ma ld on ado d e S il va , c an l os l ib ro s
qu e habia escrito...
... q ue e sc ri bi 6 d e s u le tr a m uy m en ud a ...
Da gloria salir a caminar cuando hay buen tiempo:
dejar atras el caserfo chato y ascender las laderas con
sus abarcas resbalando sabre el pasto humedecido;
oler esta humedad del suelo que 10 permea todo, in-cluso el aire; mirar luego hacia arriba para ver, como
ahora, un arrebato de nubes y de pronto, entre ellas,
iprofundo igual que un pozol, descubrir un boqueron
en el fondo del cual se logra divisar el cielo, tan hon-
do y tan azul, que Francisco siente vertigo al reves y
un vago miedo de caer hacia 10 alto.
Vuelve a bajar la vista a su ciudad, ahi, al pie de
este cerro, tan pequefia en rnedio del paisaje sobrehu-
mano. Un centenar de casitas de adobe rodeadas de
lagunas y arrinconadas contra el mar. No es raro que
las olas penetren por sus calles, y entonces los charcosadquieran olor salina, a yodo, y si los seca el sol, dejan
costras blanquizcas en 1atierra.
Elgaleon ya ha desaparecido a la distancia. Irguien-
dose, Francisco da una ultima mirada a LaConcepcion.
Trata de discernir cual podra ser su casal alla abajo; el
patio donde Isabel habra encendido el homo y donde
acaso juegue su otra Isabel, la nina. Hace un adios de
gesto, y en eso descubre un vilano que revolotea en el
viento, y 1 0 toma, 1 0 suelta y se 1 0 envfa a su mujer.
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- Te quiero -sopla sobre la pelusa blanca.
Par recobrar su alegria del cuerpo corre a favor de
la ladera, luego sube otra lorna, y desciende, y trepa,
siempre rumbo al sur. De trecho en trecho, sudoroso,
hace un alto, se recoge y ora a eseDios que leproh~en
y cuyo pulso siente latir en el suyo.y en el,pulso miste-
rioso de la tierra. Tiene pulso esta tierra, SI, comprueba
elmedico. Sonrie, jubiloso: que ganas de llorar.
-jAdonai! -exc1ama, ya sin miedo.
Va a su 1ugar secrete, donde nadie podrfa sorpren-
der el hermoso ejercicio que practica en los sabados.
«Evita que te noten», habfa aconsejado su padre, dfas
antes de morir alla en Lima. «Trata de ser . .. parecer
uno mas». Tambien le previno: «No es facil».
Francisco recuerda su largo viaje para instalarse
aca, en La Concepci6n. Le parecio que iba a ser un
buen refugio: siendo «tierra de guerra», llegaban y
parHan soldados, mercaderes, funcionarios,
buscadores de fortuna. Existfa la amenaza, real 0
imaginaria, de los indios. La mayorfa de las ve_cesno
eran hostiles salvo que alguien tratara de danarlos.
Pero eran fieros, y ahf estaban, y nunca se sabia ... EI
peligro era una presencia m~s en la .ciud~d.
-Son muy ladinos -repeha el vecindario.
-Ah, sf -Ie oyo dedr despues Francisco a un
misionero-. Son ladinos. Si los golpean, les duele.
Si les roban sus cosechas, se enfurecen. Si violan a
sus mujeres, se indignan. iPobres soldados nuestros,
lidiar con gente tan ladina! . . ,
Francisco penso que podrfa VIVlf en paz aqUl,
donde Ellos permanecfan atentos al enemigo extemo.
Rodeados de araucanos, lejos de cualquier socorro,
mal armadas y peor abastecidos, lquien ~ba a .ocu-
parse del crimen de su padre, a de saber SI el ~lsm~
le seguia las huellas? lQuh~n podria ver en el, un
medico, a un hombre peligroso?
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§ Quiso reprocharse su exceso de temor. Al darse
vuelta, el hombre ya no estaba. Bueno. Pero sali6 del
despacho, entre la lluvia, saltando charcos y buscando
aleros a cuyo abrigo ampararse, y crey6 escuchar varias
veces ruido de pasos detras, Hubiera deseado detenerse,
girar en redondo, ver si era cierto. No se atrevi6.
. ..L1ovia la tarde en que debi6 presentarse al escri-
bano del cabildo para formalizar sus titulos. En el recinto
oscuro, mas oscuro por la lluvia que caia fuera y por la
hostil estrechez de las ventanas, pase6 su vista por esas
paredes de adobe sin encalar: le die ron impresi6n de
rniseria. Un pregusto de carcel lo golpe6 en elvientre.El escribano fue leyendo con meticulosidad, me-
dio grunendo entre sus dientes amarillos las formulas
legales del documento que Francisco le entreg6. «En la
muy noble y muy leal ciudad de Santiago de Chile, en
veintinueve dias del mes de diciembre del afio de mil
seiscientos diecisiete, la [usticia y Regimiento se junta-
ron en su lugar acostumbrado, y estando juntos pare-
ci6 e11icenciado Francisco Maldonado de Silva...»
£1 tuvo un sobresalto. La voz sin altibajos pareci6
subir el tono y modular mas lento al pronunciar su
nombre: «Fran-cis-co Mal-do-na-do de Sil-va», eter-no. lComo si se 10 dictara a alguien? Francisco,
invo1untariamente, recorri6 con la vista el recinto, ydescubri6 ahi, de pie en una esquina, entre sornbras, la
figura de un hombre que desvi6 el rostro a1 ver que el
10 vefa,
«Conviene nombrar en ella», continuaba el escri-
bano, «persona de suficiencia para 1a cura de enfer-
mos ...» Iuego la voz baj6 a una suerte de runrun: da,
da, da, y luego, desnudamente nitido otra vez: «...el
bachiller Francisco Maldonado de Silva . ..», Y a1 cabo
de un torturante zumbar: «Firman don Lope de Ulloa.Por mandato de su sefiorfa, Pedro Ugarte de laHermosa».
Silencio. Francisco sentfa el temblor de sus manos in-
seguras (lahora que?) y unas ganas incontenib1es de
mirar de nuevo a aquel hombre que intufa vigilante a
sus espaldas.
-Todo en orden, doctor -concluyo tal fin! el escri-
bano con sonrisa muscular-. Que tenga usted suerte
en La Concepcion.
-Gracias -articu16 Francisco.
§
. ..Sin sospecharlo todavfa ninguno de los dos, fray
Diego de Uruefia le habia abierto suprimera posibilidad
de respirar aire plenamente libre. Un dfa, hara dos 0
tres afios, Francisco acudi6 al convento dominico para
tratar al hermano portero, que sufrfa de opilaci6n. Lo
recibi6 y acompafio hasta la celda del enfermo e1fraile.
Desde un principio congeniaron. Fray Diego tenia unas
maneras tranquilas, y esa quieta bonhomia de hombre
gordo. No es que 10 fuera en exceso; es que, segun co-
mentarfa el mismo algo mas tarde, «tenia la voca-
cion de la gordura», Gordo vocacional, 10 delataban
cierta ausencia de prisa, la insinuaci6n de una papada
~ por cierto, aquella voz profunda, afable, que parecfa
brotar de un pozo.
-Hace calor -comento cuando Francisco hubo con-
cluido de exarninar alenfermo-. Un agua con azucarillo
le vendra bien.
£1intento decir:
-Gracias, pe ...
-Por aquf -zanj6 el dominico, y no quedo sino ir
tras el.AIrata conversaban con soltura, «fuera del tiempo»
(otra expresi6n de fray Diego). Sin dar la sensaci6n de
estar haciendolo, al «hablar de cualquier cosa» ayudaba
a orientarse al medico recien llegado. Siqueria explicarle
alga nuevo para Francisco, empezaba can la frase
sacramental: «Como usted sabe ..,». Los dos sabian que
no sabfa, pero la frase no sonaba a false,
-Corno usted sabe, aqui 1a tierra tiemb1a en se-
rio. Nadie que 10 haya vivido podra olvidarse del
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terremoto de 1570, que nos dej6 sin ciudad. No qued6
una casa en pie, ni una sola. Los muros de adobe, al des-
plomarse, llenaban de polvo el aire. En varios puntos se
abri61a tierra y por las grietas salian borbollones de agua
negra iY un espantoso olor a azufrel -hizo una pausa,
luego-: Pero nada como el silencio que vino despues.
Un silencio ... duro, como objeto, lme entiende, doctor?
El mar 10 habia pari do, al retirarse. lSe imagina todoesto sin mar, con elmar recogido alla, hasta elhorizonte?
Y en esto, la cosa sorda, el mar de vuelta . Una marejada
que barrio con la ciudad. jCiudad!: las ruinas. Cinco
meses, y el suelo sin dejar de sacudirse.
-Terremotos, maremotos, indios rebeldes, lc6mo
hay gente que sigue aca despues de eso?
-l5610 eso? Yla distancia. Quedamos lejos de todo.
Un barco en la bahia es una fiesta. Una tropilla de mulas
que llega de Santiago, un acontecimiento. Pero, lusted
ha visto ya el Bio Bio? lHa visto el cielo despues de una
de esas lluvias nuestras? l.Havisto elmar, cuando se tomaen serio su nombre de Padfico? Oios nos hace ganarnos
esas rnaravillas.
-lY que hay de los indios?
-Oepende. Yocreo que son tan buenas 0 tan malas
personas como cualquiera de nosotros. Altaneros, sf.
Orgullosos. Si uno los respeta, ellos respond en. Ysi les
habla en su idiorna, si se acerca en son de paz, [que
bien acogen!
-lUsted habla araucano?
-Mapudungu, Ie llaman ellos. Un poquito -pare-
da excusarse-. jMe ha costado el latin, imagfnese elmapudungu! Entiendo, s i, 10 suficiente para ver que
no son tan salvajes .. .
Inesperadamente, fray Diego pareci6 refr de algiin
recuerdo, aIguna broma interna.
-lSabe? Hasta hay colegas suyos, doctor: los
machis. Son curanderos, y a veces muy versados,
aunque a usted Ie pueda resultar ins6lito -volvi6 a
callar y a sonreir-. No habia pensado: vienen a ser
22
entre curanderos y brujos, 0sea, colegas mios tambien,
si usted quiere ...Y si no me oye el superior.
Charlaron un buen rato sobre el tema, y fue en-
tonces cuando fray Diego le ponder6 a Francisco las
virtudes de las hierbas que empleaban los machis. Po-
dia serle util conocerlas , sugiri6: los misioneros espa-
fioles las habfan aceptado desde un buen tiempo atras,
«porque cuando usted entra en territorio de indios y seenferrna 0 se hiere, no es cuesti6n de ponerse a buscar
boticas, lno? Suele ser cuesti6n de vida 0muerte, literal-
mente».De boca de fray Diego oy6 Francisco por primera
vez esos nombres atin misteriosos: el culen, cuya hoja
se machaca y se aplica a las llagas; el quinchamalf, que
se arranca de cuajo, entera, y cosiendolo en agua da un
brebaje que cura la sangre extravenada; y para el ta-
bardillo . .. Aqui se interrumpi6 el fraile, volvi6 hacia
el medico sus ojos de nifio:
-lDuda, doctor?
Francisco se sintio ruborizar:
-Le escuchaba ... Es.. .
-Duda -confirm6 sin alterarse fray Diego-. No es
extrafio. Tambien yo dudaba en un principia. l.Sabe?
Le sugiero hacer la prueba alguna vez con algunas, las
mas simples ... Y, claro, en casos donde no haya gran
peligro si fallan.Como decfa el dominico, «en solo enterarse no ha-
bra dafio». Sin mas, con su mano un poco torpe fue
trazando unos bocetos de rakes, tallos, hojas, flores
~<paraque si los ve, los reconozca». Y afiadfa junto a
cada dibujo los nombres y las virtudes: . . «bailahuen»,
«boldo», «palqui», «huilma» ... Los repetfa en voz alta,
como saboreando el mapudungu. Y a Francisco no le
quedaba sino air y observar. Primero, por simple cor-
tesia; despues porque Ie iban entrando dudas de s~s
propias dud as; y, en fin, porque 10 c?nmovia I~ senci-
llez del fraile: quiso creer, por fray DIego, que sf le ser-
virian aquellos datos.
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Pronto oyo, uno aqui, otro alla, testimonios de pa-cientes suyos 0meros conocidos, que en tal 0cual apu-
ro recurrieron ala cura de un machi (<<pasamostantos
afios sin doctor, doctor», Ie explicaban). Los testimo-
nios solfan coincidir: para tal dolencia 0herida, tal hier-
ba. Y no tardo en presentarse la ocasi6n de «hacer la
prueba», cuando el agua del rio Itata arrastro a una
mula cargada con medicamentos que le enviaba elbo-ticario de Santiago. Justo en los dias en que Francisco
atendia a un soidado a quien se leulcer6 un tobillo.
-Fray Diego, Lrecuerda 10 que me habl6 tiempo
atras, de las hierbas?
-Ah,s!.
-Bueno: ahora necesito «hacer la prueba».
No fue dificil. Guiado por su amigo (<<perous-
ted vera las dosis, doctor»), Francisco fue aprendien-
do. Y al primer caso sigui6 otro, y poco a poco se
introdujo en «la farmacopea de estas tierras», y al cabo
de un afio, el mismo era capaz de «ir a la botica» porel campo que rodeaba a La Concepcion. Comenz6 a ex-
perimentar la magia imponente del paisaje. El mar,
desde 1a altura; e1rio Andalien, abriendose camino
entre arboles y arbustos; el aire intenso que sop1aba
en 10 alto de montes y colinas: aun la lluvia, que en
sus buenos momentos se portaba discreta y juguetona.
-Ah, sf-dijo fray Diego-. No se recorre esta region
impunemente. Yvera mas.
Un dfa 10vio. De pronto, sin esperarlo, tuvo a sus
pies el Bio Bio. Ancho, callado, majestuoso, iba a en-
contrarse con el oceano, en un choque de agua y agua,y sal, y espuma, que estallaban por los aires; una vez,
otra vez, eternamente. Y las nubes, y el sol: el vuelo
ceremonioso de las aves grandes.
-iAdonai!
§
... Su instinto de furtivo fue guiando a Francisco.
Empez6 a salir los sabados en busca de sus hierbas.
Dejaba la ciudad hacia el amanecer, cuando serfa raro
24
toparse con alguien en las calles0, si se cruzabc:-no ib~ a
ser con quien se cuidara de observar que vestta carrusa
limpia. LUnmedico, a esas horas? LPo r que no? Supo~-
drfan que iba a visitar a un paciente, 0 regresaba. Bajo
la capa, un ejemplar de la Biblia, del cuallefa trozos
como parte del rita sabatino. . .
-Tendras que ser tu propio rabf -Ie habfa adverti-
do su padre-. No importa que no sepas los rezos ni los
ritos. Yalos aprenderas, si puedes,
En una de sus salidas, Francisco llev6 (sin saber
aun muy bien por que 10 hacia) un trozo de papel, la
pluma y tinta. Amedia manana se in~:a16baj.oun arbol,
puso la Biblia sobre sus muslos, abno la hoja blanca y
principio a escribir. Tampoco sabfa que,0po~ ~~~.Des-
cribio la ciudad, el oceano, los bosques. Dirigio unas
palabras a Isabel, su amor par ella. Y alfin, arrebatado,
mirando a cada instante a derecha e izquierda (lven-
drdn, vendrdn?), compuso una plegaria a Yahve:
«Senor, soy s610un hijo de la sombra ...
EI t iempo se le iba entre las manos. Casi a la hora
del crepusculo, cogi6 el papel y bajo hasta la orilla del
mar. Ley6 por ultima vez su texto y luego, doliendole,
10 parti6 en dos, en cuatro, en mil pedazos que en se-
guida avent6 sabre elagua. Nadie podria encontrar este
pecado suyo, se dijo. Pero atin dolia.
Sabado tras sabado cumplia el mismo rito, en la
misma soledad.
Una manana, el alza de marea 10 sorprendio
mientras dormitaba al sot tendido en un roque rio
que ahara, comprobo, se habra convertido en islote.
Olas enormes se venfan encima, salpicandolo de es-
puma, amenazando. Francisco se leva~t6, miro ~~
torno, trat6 de hallar un paso a tierra firme, Debio
dar grandes saltos, aferrarse a duras penas de rocas
resbaladizas, vadear un trechoa favor de la resaca.
Le daba risa imaginarse, ridfculo, en esta desaira-
da fuga. P or u ltim o, e ete e s u n m i ed o i no fe ns iv o, pens6 .
Descanso un rato, sentado en un rellano,y continuosubiendo la pendiente roeosa. Ahf fue el hallazgo: a
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medio camino en esta especie de talud, sus dedos se
hundieron en una grieta vertical; tendria cosa de una
vara de alto, y era estrecha, pero al hurgar en su inte-
rior comprob6 que se ampliaba. Nadie que no escalara
como el acababa de hacer, Iograrfa descubrirla, se dijo.
lYquien, y para que 10 intentarfa? EIescondite era per-
fecto: ya no serfa necesario romper 10 que escribiera.
Tenia donde guardarlo.Cerro los ojos, sin atreverse a dar gracias.
§
Ese dfa Francisco regres6 a La Concepci6n tenso,
con una mezcla de angustia y entusiasmo que le irnpedfa
permanecer unos momentos quieto. Iba y venia por su
pequefia casa, sintiendola asf, pequefia: de cuarto en
cuarto, al patio, del patio. No bien cogfa un objeto, 10
dejaba allf mismo, 0 abria un libro y antes de leer dos
lfneas (sin entender ninguna), volvfa a colocarlo en susitio.
-Bueno, a ver que te pasa -termin6 preguntandolsIsabel.
-lAmi?
-No, al duque de Alba.
-lPor que, que me pasa?
-Francisco -10 miraba sonriente.
-lQue?
-Hombre, no paras.
-Estoy ... de buenas -yIepareci6 que hacfa una hon-
da confesi6n.-lY sera acaso por algo especial?
-lEh? .. Por -vacilo- ... [Por nada especial!
-Que bien -e Isabel ladeaba un poco el cuello y.
sin apartar la vista de el, se Ie puso en el rostro aqueI
aire zumb6n con que solia acoger sus rarezas.
-No hay mejor motivo que ese para estar de buenas-apremi6 Francisco.
-"Que cual?
-Que ninguno.
26
-Ah, sf.E l fue acercandosele, un nudo [ubiloso en la gar-
ganta. .
-Francisco, vamos, que es hora de ... Francisco, se
va a ahumar la cena.
-lCena?
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II I
Iln pdjan)
en el viento
La pluma anota:
... r ec on cil ia do s p or la le y d eM o is es f ue ro n ... e l ba -
chi llerA lvaro Nuiiez, na tura l de Braganza , re si den t e
en La P la ta ... D ie go N un ez d e S ilva y su h ijo D ieg o
de S il va , q u e l e t es ti fi ca .. .
. Una gaviota lucha, soIitaria, contra el viento. Bate
sus alas como con desesperacion y luego cede, dejan-
dose arrastrar untrecho largo, (_irremediable?, para enseguida reanudar el aleteo: sube, sube, penosamente,
y alla en 10 alto parece extenuarse una vez mas, y se
abandona unos instantes ala fuerza del aire. Navega a
la deriva, resignada, y de nuevo a la pugna, y otro as-
censo a duras penas, y otra aparente entrega. ;,No Ie da
ya el vigor, 0 sera s610 algtin fino juego suyo?
-jVamos! -Ie grita el hombre-. [No cejes!
Ha estado siguiendo desde la playa los movi-
mientos del ave y, sin darse bien cuenta, se angustia
el mismo, ernpuja, tensa los rmisculos: que ganas de
prestarle ayuda. Tambien: por que no se detiene ybaja un rato aqui, al reparo.
lPara ella tampoco habra reparo?, se pregunta.
Francisco seendereza con un cansancio grato, ape-
nas triste , en sus miembros empapados de sol. Camina
varios pasos en una direccion cualquiera; da 10mismo:
no hay reparo: igual que el viento se lleva al paiaro, a
ell a Francisco, este estar solo ira sorbiendolo hacia atras,
contra el curso del tiernpo. Quisiera defenderse (aletea),
escapar de sus recuerdos, y piensa en su esposa, Isabel
28
(aletea), y luego en la hija de ambos, Isabel; pero ta~-
bien su hermana es Isabel, recuerdo negro. Busca, m-
c1uso,jugal' a imaginarse a esa criatura que le crece e~
el vientre a Isabel, ese hijo de ambos (aletea), y lque
sera, que rostro ira a tener? (aletea) ... y el parto ... y de
nuevo Isabel, y es iruitil: sabe que va a empezar a re-
cordar aquello, y casi, casi se resigna. .
Colina arriba, el aire esta mas frio, da la impre-
si6n de azotarlo con sana: cala su ropa, revuelve sus
cabellos. Ahf en la cima, un arbol retorcido se aferra
desesperadamente a la tierra. Francisc~ l~ rec~noce
desde muy lejos, y alguna vez 10 bautizo Bre~1Uelo,
sefiuelo entre brefias. Afios de temporales, lluvia, sal
marina, Ie han ido torturando el tronco y deforman-
dole las ramas, afilando esas hojas de un verde oscuro
yduro. .
En San Miguel no eran tan fuertes estas presenClas
naturales. Aquf, es imposible no sentir que hay una
voluntad detras de todo.
H a y u na v olu nta d, repite el viento que zumba en
sus ofdos.
Francisco sonrie:
-Hay una voluntad, y no hay reparo.
§
...Me parece mirar a traves de una niebla. Casi no
Yeo: diviso, Algo me arrastra contra la corriente d:l
tiempo, y la remonto, y soy Fra~c~sco nino, en San MI-
guel y no se si es que de veras Olga y observo 0 es que,
desde rni yo adulto, ahora, day coherencia a aqu~lIo g_ue
reconstrufa recogiendo frases sueltas, gestos, ~den~l,?s
que lograba sorprender en mis mayores. Yo fui un runo
no nino escarbador de rastros.
Hubo un Alvaro Nunez; Nunez como mi padre,
medico como mi padre, portugues como mi padre.
[udfo como mi padre (y como yo, que aun 10 ignor~ba).
Amigos ambos, supongo. ;,Pol' que mi hermano DIego
testific6 en contra de los dos, cuando los procesaron?
29
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La pregunta me duele. Intento responder: p or m ie do ,
y apartar la mente. Ah, no es tan simple.
Sacudo la cabeza, y una vez mas pretendo separar
1 0 sucedido de 10imaginado, LQue vi en realidad, que
me dijeron 0 escuche decir, y que sofie en esas conver-
saciones mias, imaginarias y no obstante tan vivas?
Evocaba, invocaba a los personajes y pollia en sus labios
diversas respuestas, buscando la que pudiera ser ver-
dad. Hoy, ya no se si el Diego Nunez de Silva que me
muestra 1amemoria es rni padre en esos afios 0 es el
padre que yo me he ido modelando, 0 soy yo mismo.
En alguna ocasi6n (pero despues) me habl6 de que
ambos formabamos parte de un yo mas amplio, que
tambien se remonta en e1 tiempo y que nos une. «EI
que sufre injusticia, jarnas esta solo. Hay hermanos su-
yos a traves de la historia, desde siempre, hasta siern-
pre». Lo oigo decfrmelo. Y,sf, sin haber vivido su vida
de fuga en Portugal, la conozco. Es 1amia. Primero, el
asunto aquel de la unidad, La unidad es sagrada y opo-
nerse a ella, un crimen: e1enemigo esta ahf, a las puer-
tas. Del crimen de oponerse a Ia unidad se pasa al cri-
men de pensar en oponerse, y muy pronto es pensar 10
que constituye delito. Teespfan, te vigilan: terrible cosa,
el pensamiento humano; cualquiera puede ser reo de
ejercerlo. Porfiada cosa, ademas: no ceja. Entonces, na-
die deja de ser sospechoso del delito invisible.
jC6mo divide la unidad, c6mo separa!
Cierro los ojos y soy Diego Nunez de Silva (y a Ia
vez, 0 par eso, soy mas yo, con mas fuerza), y siento
extenderse alrededor 1apresencia de Ellos, Aunque no
esten, esa presencia esta, porque el temor que nos infun-
den es una forma de seguirnos (jpor dentro de noso-
trosl), Proclaman des1ea1tad al no denunciar al desleal,
y esto nos fuerza a mantener la alerta: no vaya un vecino
a decir algo, y a1no percatarnos, no sea que pequemos de
negligencia (toda negligencia es culpable); 0 no vaya a
frsenos sin querer una palabra conflictiva ...
Diego Nunez de Silva, medico, judfo, lector entu-
siasta: tres veces sospechoso: estas (estoy) en casal solo
30
a en compaNa de tugente, y aun cuando 11.0 hagas nada
a hagas las casas de todos los dfas, aun cuando perma-
nezcas inmovil, huyes. Tu patria, Portugal, se te vuel-
ve extranjera. Si en tu fuero interno te sublevas, la pro-
pia rabia resulta temeraria. Un dfa revientas, Lnoes cier-
to? lNo es cierto que hay un dia en que la angustia
estalla?
Miras el agua, por ejemplo, desde los muelles de
Lisboa, 0 el mar desde 1ab oca del Tejo. Miras el mar
como 1 0 miro yo desde estas brefias, Miras hasta que
algo, alguien, 0bien la simple saciedad del miedo, te
sugiere emigrar. America estan grande, piensas; queda
lejos, la gente teme a otros peligros y, quien sabe, a 10
mejor no a1canzan los recursos nilas armas para com-
batir contra la propia poblaci6n, como aca, Quiza ames
tu Lisboa como yo amo esta tierra, y sin embargo ... Par
Dios, si se ha de huir, Lno vale mas la pena huir
moviendose?
Diego Ntifiez de Silva, yo se todo eso. Te se. Te soy,
lme entiendes? Soy tu a traves del tiempo.
-Todas las vfctirnas son una -me dijiste un dia-. Y
todos los verdugos.
Quiza por eso, porque todos los verdugos son un
mismo verdugo, America no fue la libertad para ti.
Pronto supiste, lno es cierto?, que habia una serie de
eficaces instrucciones para reconocer al enemigo. Las
escuche de nifio en San Miguel, sin entender 10 que eran:
«Son indicios de [udaismo», lrecuerdas?, «ponerse
camisa limpia en sabado. Quitar el sebo de la carne que
se ha de comer. Examinar si esta mellado el cuchillo
can que se mata un ave, u otro animal. Rezar los sal-
mas sin Gloria Patri.;.»
Ah, la terrible maldad de una camisa limpia, y que
amenaza para la unidad quitar el sebo de la carne.
Algo te abruma, Diego Nunez de Silva. Miras a tu
mujer, la sencilla Andonsa Maldonado, de vieja estirpe
cristiana, y te encuentras hip6crita hacia ella, aunque
sabes que 11.0 puede saber, por su bien. Estas condenado
a vivir solo, mudo, porque confiarte a la mujer que tu
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amas, 0 a tus hijos, los transformarfa en c6mplices de
identico crimen.
Lo se, Diego Nunez de Silva: 10soy.
§
.. .Ignoro tan s610 los detalles de ese crimen tuyo.Un dfa -eso recuerdo, sf- hubo un primer encuentro
con Alvaro Nunez. Golpe6 ala puerta de nuestra casa
en San Miguel, y yo le abrf. Era a1go tarde, y su figura
alta, robusta, envuelta en una capa descolorada por el
polvo, se recortaba contra el cielo ya gris. Me parece que
escucho su voz recia aunque afable, y que siento una
mano suya apoyarse sobre mi hombro.
-HoI a -casi sin preguntarlo-. lEres tri hijo del
doctor Diego Nunez de Silva?-s r senor.-lPodre verlo?
-Sf -replique de nuevo, y seguf inm6vil.
-lLo l lamarias, por favor?
Volviendo en mf:
-Claro ... Pase, pase.
Alvaro Nunez, lya aquella tarde se te habra pre-
sentado como judio? lO s610se dijo tu colega, para des-
pues tantear discretamente eI terreno y ver si era posi-
b1e abrirse sin peligro? No se, no se. Tuvo que haber un
momento en que uno de los dos pronunciara nuestro te-
rrible, exultante «Soy judfo», y el otro replicara «Tam-
bien ym). El cantico y Ia antffona: los oigo. Yelleve
acento portugues, el tono de esperanza, el signo.
Quisiera saltarme la crisis (aleteo), pensar ... Imposi-
ble esquivarla (me entrego al viento )...En algun instante
seintrodujo entre ustedes elveneno. Talvez temiste que
Alvaro Nufiez fuera espia y estuviera dandote soga a1
invitarte a invitar a otros judfos (<<Tieneque haberlos»,
te habra dicho), Otros, incluso (lfue asi?) el mayor de
tus hijos, Diego, mi pobre, pobre hermano. Compartirfan
entre conspiradores los terribles secretos: camisa limpia
en sabado, un ave muerta con cuchillo sin meIlar, los
32
salmos sin afiadir el Gloria Patris. lAlgun pajar, 0 un
pozo, seria tu sinagoga?, como lamia es la desemboc~-
dura del BfoBfo. Yentre los conjurados, 1a f6rmula ri-
tual: el «Tambien yo» sigiloso y gozoso.
Tambien yo quisiera gritar ahora: «Tambien yo».
Pero ademas memuerde elmiedo que debi6 demor-
derte. Alvaro Ntifiez, lpor que tan franco? lDe d6nde
tan seguro? 2,010 habras juzgado imprudente, capaz de
exponer a todo el grupo? lO trataste de e~tar el ries?? a
tuhijo y decidiste adelantarte a la denuncia? No qUlsle-
ra saber. Noquisiera saber que no quiero saber.
Igual que al pajaro aquel, es un viento el que m,e
arrastra. No se, no se si Alvaro Nunez era espfa 0 trai-
dor, 010 temiste. Gracias a Dios no se. Un dia 10apre-
hendieron. Dfas despues, a ti. Despues a Diego. Quiza
te viste obligado a testificar contra Alvaro por ayu~~r
(2,perocomo'i) ami hermano. 0serfa que Alvaro testifi-
e D en contra tuya y por defenderte . .. Trato de persua-
dirme de que tu mismo habfas aconsejado a Diego que,
venido el caso, te acusara a tipara evitar ...
Con un esfuerzo, consigo imaginar la escena en que
le hablas:-Si algo sucede, evitanls que te condenen -l~ices hl?LYDiego? lTemira, duda, probablemente tiembla?
-Pero ...-lvacila?-Lo que importa es conservar y transmitir nuestra
fe -lIe insistes?
-Si te apresan ... -ldira el atin? .-Si me apresan, tu ve y cuenta 10que has visto -lIe
ordenas? 2,5e10ordenaste asf?
Que ganas de no saber, realmente.
§
...Laprimera audiencia contra Diego Nufiez de Silva
y los demas conspiradores tuvo lugar el4 de marzo de
1601. Yo aun era muy nino y no entendia. Por que
Aldonsa, mi madre, sollozaba en los rincones; por que
mihermano Diego (antes de que se 10llevaran tambien
33
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a el) ocultaba ese rostro suyo, mas y mas palido y som-
brio: los ojos huidizos, la palabra casi muda, elgesto casi
hurafio. Por que con el tiempo desapareci6 tambien el
de la casa. Por que la casa, ahora ... Por que nunea era
oportuno el preguntar por que.
-Calla, hijo. Ahora no ... -y Aldonsa, la honesta,
echaba unos vistazos culpables de reojo, y las lagrimas
se adivinaban, aun cuando no cayeran, en sus pobres
mejillas.
Creo que entonces aprendf 1 0 que era respirar el
rniedo: se fil traba, iba a traves de los cuartos y pasillos,
nos acechaba afuera en cuanto principiaba a oscurecer.
Elmiedo que no tiene origen: es. Llena inexplicablemente
los vacfos, Vacfo de respuestas, vacfo de razones, vacfo
desolador de las miradas, vacfo de las personas que no
vuelven (lY c6mo se las siente, sin embargo!), vacfo de
las otras personas: las que desvian los ojos al ver a la
familia de los reos.
-LA d6nde fue mi padre?
-De viaje.
-l.Hasta cuando?
-Regresara. Todavfa falta.
-lYDiego?
-Tambien.
-'-Tambien que.
-Regresara, Ve a jugar.
-lViajan juntos?-sr., No.-Diego parti6 despues,
-Eso. Ve a jugar, lquieres, Francisco? jIsabel!
-llamaba mi madre, mas nina que yo, acorralada por
mis preguntas-. jFelipa! lQue se han hecho? Buscalas
til y jueguen a. .. a .. .
Se le quebraba la voz. Movfa sus brazos igual que
si fuesen un par de alas. Respondiendose:
-No vayan muy lejos -advertfa.
San Miguel se nos habfa vue1to bruscamente ajeno.
Deseubrf, par ejernplo, que al aeercarse cua1quiera de
nosotros, los vecinos tenfan de pronto algo muy urgente
34
que hacer, y siempre en otro lado. 0 les costaba ofr
nuestros «buenos dias- y nuestras «buenas tardes». Los
domingos, en la iglesia, qucdabamos inevitablemente
solos. Al sacerdote le temblaba la mana al dar la comu-
ni6n a Aldonsa, y Aldonsa temblaba alrecibirla. De
cuando en cuando, senna sobre mipiel una mirada aje-
na y, si giraba el rostro para ver de d6nde, de quien,
me encontraba can ojos en huida. Pero antes de que hu-
yesen, yo percibfa en ellos la presencia del miedo,
-Madre, l,puedo ir a casa de Fernando?
-Ven, nino -fingiendo sin astucia que no habfa
ascuchado-. Aytidame a... LAver?Y la pobreza, por momentos el hambre. Al apre-
hender a Diego Nunez de Silva, Ellos confiscaron sus
bienes, que eran escasos porque fue caro escapar de
Portugal (Ia oscura pluma del comisario consign aria en
su codicilo que «el reo comic de pobre», pues no tenia
con que costear los gastos de su encarcelamiento). Isa-
bel y Felipa, aun yo, muchas veces, saliamos al campo a
recoger tallos de cardo 0 pequefios frutos, rakes co-
mestibles. Aldonsa buscaba trabajos como costurera
a Iavandera, y de repente descubri6 que nadie tenia
prendas que coser, zurcir, lavar. Entonces ponfa trampas
para aves en el techo, y lloraba en silencio a1 darles
muerte. Despues:-Coman ustedes. Yono tengo apetito. Eldesayuno ...
-Madre -interrumpia Isabel.
-Hala, corne y calla -con una sonrisa patetica en
su rostra.
Me habitue a unir frases sueltas para recomponer
aquella historia que corrfa por debajo de nuestra casa,
igual que una de esas napas subterraneas. Una tarde
escuche que Ellos (ya los nombrabamos asi) habfan
enviado ami herrnano Diego al otro lade de la cordillera,
para entregarlo al comisario de Santiago (y yo: lque es
comisario?, y ld6nde esta Santiago?)_Tuvo suerte -opin6 una voz adulta-: 10 remitie-
rona cargo de un hidalgo que se encarg6 de alimentar-
10 en el viaje.
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-Mas suerte que ...
-Chit. Espera -ycerraban la puerta 0 se apartaban.
Aun as!me entere de que embarcarian a Diego desde
Chile hacia eI Callao (len que parte quedaba el Callao?) y
del Callao tendria que seguir a Lima. Lima. Sono terrible
en Iabios de mi madre: 10 pronunciaba apenas en unsoplo.
-Por que Lima -ymas que pregunta era una crudamanifestacion del miedo.
Diego habia desaparecido en 1602, y mi padre casi
un afio antes. Pasaron dos, tres afios, y todo era silencio.
Nuestra familia continuaba viviendo en una isla. Rara
vez se acercaba a la casa alguien con algo que contar-
nos, y siempre venia de paso y siempre con esa prisa
crispada y esos vistazos de reojo. Al fin nos enter amos
de que harian un auto de fe, y aquella noche Aldonsa
insinuo que habia cierta esperanza.
-lVendra, madre?-Confia en Dios -se persignaba.El auto de fe se cumpli6 recien enmarzo de 1606, y
Diego Nunez de Silva sa1i6 de el reconciliado (lrecon-
cil iado?, lcon quien?, lpor que hizo falta?). Tambien re-
conciliaron a Diego, pero el, adernas de perder todos sus
bienes (no se cuales), deberia vestir habito un afio y re-
cIuirse por seis meses en un convento donde haria peni-
tenda y ejerdcios espirituales . Diego: jam as he vuelto a
verlo, e ignoro si el rniedo 1 0 l lev6 a quedarse de monje.
Con eltiempo, su figura, su voz,los adernanes suyos, aun
los rasgos de su rostro, se han diluido en mi memoria
igual que ocurre con la £isonomia de los muertos.
§
...Tambien nosotros viajamos al Callao y luego a
Lima, y recien comence a comprender por que la capital
del Virreinato era temible incluso en San Miguel, a le-
guas y leguas de distancia. Recuerdo el delo gris de la
dud ad, la niebla, el aire escaso, el polvo que levantaban
36
carruajes y caballos. La soldadesca, altanera al abrigo de
sus armas. Mi madre y mis hermanas se movian con es-
panto de animalitos perseguidos ensombreciendoles los
ojos, Yyo, adolescente apenas, fragil de voz y gesto, era
elvaron de la familia . Recuerdo nuestra busqueda por
1 0 que nos daba la impresi6n de miles de calles.
-lSan Marcos, por favor?
-lC6mo?
-San Marcos ...
-Ahf, derecho, y despues a ...
Veo a mi padre, al fin, aguardandonos bajo un pa-
lido sol. Se enderezo con cierto esfuerzo al divisarnos,
trat6 de sonreir para hacer nada el tiempo transcurrido.
Yyo senna en mi carne la tensi6n de sus rruisculos: ya
era el, en cierto modo.
-Hola -nos dijo.
Su tono era un eco de su anti guo tono, y sus fac-
dones, sus cabellos, sus largas manos nobles: todo el
gastado, y gris, indefiniblemente triste. ..
Le habfa crecido la barba durante el cautiverio,
Herido por la resolana limefia, aguzaba sus ojo.spara
evitar la luz, que acaso olvido (igual que su sonrisa) en
la penumbra de la celda. Su piel me daba la impresi?n
de estar cubierta de ceniza. Mal ocultas por el habito
de reconciliado, que ya no podrfa dejar de vestir mientras
viviera, sus ropas asomaban raidas, sin color.
Diego Nunez de Silva tenia el aspecto de un men-
digo. Tambien el rehufa la vista al observarnos, a me-
dida que se acercaba can andar penoso al grupo que
formabamos los cuatro, inm6viles.
-Aldonsa -dijo cogiendole una mano con indeci-
ble timidez.
Callaron juntos. Ignoro c6mo pudo ella sujetar las
lagrimas que hadan brillar sus ojos desde dentro. Al
cabo de un rato mi padre se volvi6 hacia nosotros, sus
hijos (menos Diego) y fue poniendonos encima una
mirada afable:
-Francisco -con asombro por mi estatura-. Felipa.
Isabel.
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LNecesitaba nombrarnos para verificar que eramos
re~les? Pense: C6mo 1 0 h a h er id o e l t iempo, y en ese
rrusmo instante el me observ6 de nuevo, con aquellatimidez suya ahora:
-Crecido estas.
-Sf -replique, absurdo.
Gir6 el rostro hacia la esposa:
-Diego ... -quiso decir.
- Ya se- quiso cortar mi madre.
No se atrevi6 el a besar a rnis hermanas. A mf meoprimio un brazo al pasar:
-lVamos?
~ab{a nota do a los mirones, que davaban los ojos
agresrvos sobre su habito de reconci1iado: echo a caminar
dela~1te de nosotros, guardando la distancia para no
salplCarn?S de verguenza, Entonces, brevemente, percibf
e~.su ?ctItud la antigua dignidad tranquila. No huia,
ru inclinaba la cabeza, ni escabullia el rostro. Aprete el
paso hasta darle alcance y continue a su lado. Sin mi-
rarnos: sabiendonos. Mi madre y mis hermanas nosseguian detras,
38
IV
Isabel
de Otdiiez
Lapluma anota:
... y d ec la r6 s er c as ad o c on d on a I sa be l d e O td ii ez ,
n a tu ra l d e S e vi ll a . .. T e ni a e n e ll a una h ij a, y l ahab ia
d ej ado p re fi ada a l t iempo de s u p ri si 6n . ..
Se ha puesto eI sol recien cuando Francisco llega de
vuelta, cansado el cuerpo, pesandole en el animo su en-
cuentro can fray Diego de Uruefia, esta manana. Evita,
casi instintivamente, pasar £rente al convento de SantoDomingo, y da un rodeo largo por las ya tristes calles de
La Concepci6n; ni un alma se ve en ellas , niuna sefial de
vida humana. En su casa tampoco. Abre la puerta (LPor
qu e con tal sigilo?), entra, observa, escucha, y se Ieencoge
elcoraz6n: tan semejante todo a las imagenes de esa vieja
pesadilla que 10 asedia: igual vado, igual silencio amena-
zante, igual dificultad para sacar la voz, llamar:
-lIsabel?
Tarda un momenta en responder, desde el patio:
- Voy -jtan natural!
Muy pronto esta ahf, con un alto de ropa humeda
en los brazos:
-Casi me olvide de recogerla.
Francisco quisiera refr a gritos.
-lLa nina? -pregunta.
-Durmiendo -can un deja de reproche a su tardan-
za-, hace rata.
Ella sigue, enternecido, con la vista. Es fragil, piensa,
Piensa: vive tan libre de recelo. Nunca imaginaria ...
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-Hola -dice.
Ella levanta los ojos:
-Ah, sf: hola.
Francisco se le acerca, la besa.
-Estoy de buenas -anuncia.
Isabel Ie sonde con los ojos (lrecordara?).
-Que bien -comenta.
-Deberas perdonarme.
-Aver.
-No te deje recado.
-No -tranquila.
-Se me hizo tarde alla,
Paciente:
-lD6nde?
-Don de ... fui a buscar hierbas.
-lTermina ahf tu lis ta de pecados?
=Adernas -y le muestra ambas palmas vacfas- no
he trafdo ninguna.
Ella sonrie abiertamente, sacude la cabeza desahu-
ciando a esa calamidad de hombre suyo, tornando por
testigo al techo, encogiendose de hombros: lQue hacerle?
Yelhombre (el nino que el hombre neva dentro) se emo-
dona y le coge las manos para besarlas quietamente en
silencio. Lo rompe al fin Isabel, que le pregunta:
-lQuedaron por ahf?
-lQue cosa?
-jVaya! Tus hierbas , que iba a ser.
- ...No.
Isabel se echa atras para observarlo. Francisco:
-lMe creeras que olvide incluso recogerlas?
- Te creere, "Tampoco habras comido, don viajero?
-Tampoco.
-Entonces tienes hambre. ,,0 no te acuerdas?
- Tengo. Parece.
-Oye, "ofste hablar del mundo alguna vez?
-EI mundo ... El muuundo ... -Francisco hace quereflexiona. .
-Existe, "sabes?
-jMe 1 0 decfa el coraz6n!
40
Vuelve a abrazarla con mucha suavidad. Porque es
ella,pOl·que es, porque es como es, por su malicia inge-
nua, porque 10 sabe distrafdo y se 10 acepta, porque acaso
adivina tambien (lpeto que, 0 hasta que punto?) y le
perdona,o al menos 10 comprende. Sef ior , ruega, q u e n ad a
rompa esia ... este.: .-Deja -murmura Isabel, aunque en verdad no 1l~-
tent a que la deje: Ie agrada tambien a ella esta es~eCle
de ternura, tan profunda por momeI~tos, tan no dicha,
que ambos necesitan disfrazarla de Juego-. Voy a ser-
virte alguna cosa. En el homo deje un ...
-Despues.-Francisco ... Francisco, el horno ...
-Despues.
-Es tarde.
-Despues -porfia. .Ella 10besa. rapid a, al tiempo que se desprende.
- Yavuelvo. don fogoso.Francisco queda solo, sin saber que es mas fuerte
en su interior si esta alegria instintiva 0 el temor de
que se desva~ezca. Alguna vez su padre le habI6 d.e
eso: «Se echan rakes: cada raiz se vueive amarra. QUl-
sieras cortarla por ser libre, y cada cort~ es un desga-
rro, Hijos, hermanos, roujer, son maravillas dolorosas,
. entiendes? Cada vez es un prodigio, pero duelen ya
~esde el temor a que te falten.lEntiendes?», repiti6. Y
el dijo sf, aunque recien comprende 10 poco que en-
tendfa,
Oye a Isabel, que tararea.
-Ah, sf -murmura-: las amarras.
Y va en puntillas al dorroitorio, descorre el ta-
piz, se acerca al lecho dande duer~e su segunda
Isabel, ovillada y rouy quieta. Terrible asunto, las
amarras.§
Cuando por fin entra Isabel trayendo un plato con
puchero, Francisco esta sentado a la mesa (e1mundo
existe), ala luz de una vela que acaba de encender, y
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sus ojos divagan con un aire remoto. Ella lepasa allado,
10 observa asf, tan ido, y parece confirrnar alguna idea
que Ia divierte. Recien ahora logra el esposo regresar !
desde sepa Dios cual nube 0que estrella (nunca sesabe
bien), y se miran. Francisco:
-Conque tti crees que el mundo existe.
-lAb, no?-lEstas segura?
Ella, mientras le sirve:
-Apostarfa.
-Cuanto.
-No mucho, en realidad.
-Asf es mejor -y la aprisiona por el taUe y posa
una mano sobre el vi entre, e Isabel se recoge pero ape-
nas: huye y no huye del contacto, al tiempo que Fran-
cisco busca muy suave el pulso de la criatura que ger-
mina dentro de ella (una nueva rafz),
-Come -dice Isabel con Ia voz ronca,-Sf -contiruia igual, inmovil,
-Se va a enfriar,
-sr-Prancisco, [despiertal
-Sf.
Isabel de:
-Es que eres imposible,
-Sf.
Callan.
-Jsabel, ltu 10 sientes?
= ;Que, al niiio?Francisco afirma.
-A veces, no ahora -replica ella-. Tal vez duerme.
lDuermen, doctor?
-Duennen, senora. Lo que aiin se ignora es sisuefian,
-Corne, don ocioso.
Francisco empieza a probar elpuchero mientras si-
gue a su mujer con la mirada: va a sentarse al extremo
opuesto de la mesa, se aproxima la vela, toma unas cal-
zas y luego aguja, hilo, y se pone a zurcir sin Ievantar los
ojos, aunque sabiendo que ella observa. El hombre
42
piensa: E so es, nos sabem os. l.Q uizei si ella m e supa a su
manera t ada e l dfa?-lNo lleg6 aca un vilano? -pregunta.
-lVilano?-Vilano, Las semiIlas del cardo, que ...
_Ya se 10 que es vilano -sin dejar la costura.
_Yno encontraste ninguno. lViste bien, en el patio?-Francisco -ella alza al fin la vista-, Come.
Hayen su voz un toque de tibieza, y el imaginaque ella ha comprendido (aunque no entienda) .1 0 del
vilano, y que por eso no averigua mas. En cambio:
-lD6nde fuiste hoy?
- Yate conte: a buscar hierbas.
-No me contaste d6nde.
-Oh -un gesto vago, que es casi una mentira.
-Por que te expones, Francisco.
-lNo me yes sano y salvo?
Trata de hacer ligero su tono, pero a1go opaca losojos, las facciones de Isabel. Francisco la observa: poco
a poco sus manos se detienen, se apoyan sobre el~orde
de la mesa sujetando apenas las calzas que zU~:'Cla.Pa-
rece reflexionar unos instantes, a punto de decir 10 que
ambos saben que dirfa, y antes de que decida hacerlo,
el contesta a las preguntas que intuye:
-Perdona.Sobre los labios de Isabel pasa una sombra de sonrisa:
-Ah, sf -murmura.Y el sabe que es verdad. .'
Isabel regresa a su labor un rato, Francisco ternunade comer sin prisa, mientras sigue sus quietos mo-
vimientos con la sensaci6n de ser a un tiempo el
hombre (1ave tan fragil) y elnifio (que ganas de apoyar
su cabeza en el regazo de ella, quiza decirle «Sufro»,
cerrar los ojos y olvidarse del peligro ~u~ corre y a~n
del mundo, si es que existe). Como qUlslera no sonar
mas la pesadilla en que el mismo entra aquiy descubre
que el no esta: comprueba su propia ausencia. El vado.
La soledad de la esposa y la hija.
-IIsabel! -no se contiene,
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Un poco sorprendida:
-lSi?
-lQue hanas si yo faltara?
Isabellevanta la vista de su labor, ladea la cabeza
como una mama que oye disparatar a su hijo parece
medir 10 que Ie escucha, pregunta: '
-lSi ttl faltaras?
-5i un dia no volviera.
-No faltes -responde simplemonjs.
44
v
Larama
desgajada
Lapluma anota:
... y q ue h asia I a e da d de d ie zio ch o a lio s se tuv o p or
c ris ii an o y c on fe sa ba y comul ga ba en lo s t iempo s q ue
manda I a I g le si a, y o ir as v ec es e ntr e a 11 0,y o ra m is a
y a cu di a a l os d em tis a ct os d e c ri sti an o, y guardaba
la le y de [esucrisio, y que a la dicha edad vino al
C alla o e n b us ca d e su p ad re , d es pu es q ue le re co nc i-
l ia ron en est a I nqu is icum, y e stu vo c an tl e n d ic ho
p ue rto m ds d e a no y med ia g ua rd an do I a l ey d e [ es u-
c ris to , c on fe sa nd o y c om ulg an do y h ac ie nd a lo s d e-
m ds a cio s d e c ristia no , ie nie nd o p ar b ue na la d ic ha
le y d e J es uc ris to y p en sa nd o s alv ar se p ar e lla , p or -
que no tenia luz de Ia ley de M oises ...
Amaneci6 nuboso, un poco triste . Estimulado por
la humedad fresca del aire, Francisco parte lefia en el
patio de su casa. Siente animarsele la sangre en todo el
cuerpo. Entre jadeos oye de pronto una voz:
-Doctor ...
Al darse vuelta se encuentra frente a un hombre
joven, de no mas de veinte afios. Palido, Se nota que ha
corrido para llegar aquf:
-Doctor, por favor acompafieme. Es grave... Mi
abuelo.. .Ya casi no respira ...
- Yavengo -dice Francisco, y entra rapido, se coloca
eljub6n, la capa, coge su bolsa de instrumentos-: Isabel,
me Haman por algo urgente. Voy y vuelvo.
Sale. El muchacho se pasea ah f fuera, mirando en
la direcci6n donde ha de estar su abuelo en agonfa.
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-Varnos -dice Francisco.
Su voz sorprende al otro, que gira, trata de echar
a andar, tropieza en una rafz, esta a punto de caer,exc1ama: .
-jVive Cristo!
Y la palabra Cristo duele. Es 10 primero. Francisco
siente al ofrla que 10 roza en un punto sensible (len
una vieja herida?), y qui ere dis traer su atenci6n de eso.Averigua:
-lQue Ie ocurre a tu abuelo?
-Amaneci6 muy raro, Casino puede habIar, seagita...
Los pulmones le silban cada vez que entra eI aire ...-La frente, Lfria?
-Parece ...
-LNo suda?
-Sf, mucho ... Pero a ratos le vienen unos terriblestiritones ... Se sacude entero ...
-lD6nde es?
-AI norte, cerca 'de la empalizada.
Callan. Los dos van acezando. Francisco piensa:
Cristo. Observa que alguien 10 saluda, responde; huele
el carbon de un brasero que una mujer enciende a la
puerta de su casa. El brasero, recuerda: era punto de
encuentro de la familia, en San Miguel. Las historias
de Aldonsa, las bromas de Isabel y Felipa, la voz tran-
quila de Diego Niifiez de Silva, los silencios de Diego.
Y el chocolate, tibia, entibiando el cuerpo, el alma.
Rezaban el rosario, ahf, al calor de las bras as. Lo re-
citaba Aldonsa, aun joven, y ellos Ie respondian,
lmenos su padre? lDe que modo habra sirnulado, I
disimulado, frente a su esposa ya sus hijos? Cristo.Vive Cristo. En ese tiempo, para mi, uiota Cristo ...
-Aqui es, doctor.
Entra. Una suerte de bruma envuelve la habita-
ci6n: humo, vapor de una olla que hierve ahf mismo.
Mas que olor es un dejo de olor el que le llega, Lo
reconoce con sobresalto: siempre acompafia a los
momentos de agonia. Saluda (hay alguien mas), se
aproxima al enfermo que yace en su camastro: hombre
.. ' ~;'.
.... f ..'.:~ :_~ ~. ; :'-:.'~ ~:. ".' .' r • • • ~
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BIBLIOTECADE SANTIAG(DIRECCION DE BIBLIOTECl,
ARCHIVOS. Y MUSEO
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! .
y Francisco prescribe unos emplastos sobre el pecho y
en la espalda. Instruye ala hija: bien calientes, aunque
al principle duela un poco; cada vez que se apriete la
respiracion, emplasto. Ya mediodfa, a media tarde, en
la noche, una tisana con una cucharada de hojas de vio-
leta en una taza hervida, para despejar la mucosidad.
-Yo volvere antes que anochezca. Sihay cualquiercosa, me Haman.
-Pero ...
-Es dificil decirlo, lQue edad tiene?
-Sesenta y ocho -como si confesara un delito.
-lSano?
-Siempre, doctor -el atenuante.
-Bueno -y antes de irse, en un movimiento impulsi-
vo, Francisco se inclina sobre ellecho, acerca sus labios a
la oreja del paciente y murmura una orden desespera-
da-: [Vive!
Como respuesta, la mano del hombre se desliza
hasta el borde del jergon y el medico la coge, la oprime
con afecto, implora:
-jVive!
Va por fin a la puerta, donde 10aguardan la mujer
y el muchacho.
-Si sale bien el sol, abran un rato el postigo. Que
entre aire limpio a su pieza.
-Doctor, lhay esperanza?
- Tratemos de tenerla -sonrie-, pero es grave. No
olviden los emplastos, las tisanas.
-iNo, doctor!
-Hasta pronto.
§
Trae ese olor a muerte en sus narices rnientras ca-
rnina, aun sin rumbo, por las calles de La Concepcion.
Trata de respirar aire salino para limpiarse por dentro.
Limpiar tambien sus ojos de 10 que via en aquella casa,
Lo que no va a poder (ya sabe) es limpiar su memoria,
donde empiezan a pugnar por asomarse otro rostro de
48
enfermo con sus pomulos salientes, otro ahogado cuarto
gris, otra rnujer que preguntaba si quedaria o.no espe-
ranza, otro muchacho que vela impotente ellrse de la
vida.-Francisco -se dice-, mas vale regresar.
-Quiero andar -se responde.
-Isabel..-S610 un poco, por despejarme.Y se empuja 0 se arrastra a sf misrno hasta el an-
gosto puente que atraviesa el rio Andalien. Acodado a
un tronco que hace de pretil, aspira con fuerza el olo~
sana del agua y la contempla pasar, pasar (LPor, que
parece un fluir sin fin?), hasta su eno:entro con ~loceano,
allf cerca. Flotan hojas, se arremolma la cornente, y ~ratos da la impresi6n de que se dibujara un rostro ceru-
dento que viene de afios atras.
Sin pronundarIo, modula un nornbre:
-Diego Nunez de Silva.Una parte de el desearia seguir de largo, volver a
casal a Isabel. Otra, a su pesar, retrocede en el tiempo.
§
...Diego Nunez de Silva pareda ir apagandose. a
pausa. Solfa encerrarse en unos silen~ios largos~ sin
sombra de hostilidad a nadie, a nada, 19ual que SI an-
duviese distraido. El tono de su voz se ensuavecfa:
una blandura nueva acaridaba en el objetos y personas.
A l hablar con los suyos trasluda aquel afan de hallar
pretextos para atreverse a pronunciar elnombre de cada
uno, 0 para llamarles mu ie r , l 1 ij o, h iia. .-A ver, hiio, alcanzame el jarro de agua, lquleres?
Podia pasar horas junto al mar, bebiendo el sol tan
a menudo opaco del Callao. Si la neblina era dens a, se
adentraba en ella, L a desaparecer?, a respirarla. Iba hasta
laoril la y hundia las manos en elagua; 1adejaba escurrir
entre sus dedos, contempIandoia incansable. Siempre que
encontraba por ahf un caballo, un perro, una llama, se
detenia a palmotearles ellomo mientras musitaba, muy
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que do, palabras que Francisco nunca Ileg6 a distinguir.
Un gesto de pesadumbre, que casi era dolor, Ie
ensombrecfa el rostro a 1avista de una rarna quebrada. Y:
-lPor favor, no cierres, Felipa?
Querfa que las puertas y ventanas perrnaneciesenabiertas el dfa entero.
+Hace buen tiempo -explicaba, aunque no hiciera.
-Sf -Ie segufan la corriente.
Se levantaba de alba, por poco 0nada que necesitase
hacer, y sofia frse1emedia manana, 0mas, contemplando
c6mo el puerto y el caserfo se alentaban por mementos.
Volaba con la vista, acompanando el vuelo de los paja-
ros, sus ires y venires. Lo seducfa la aparicion de un
barco alla en la costa, el bullicio de la gente por las ca-
lles, el paso de los carros, los vended ores de mil cosas
que voceaban sus productos. Una abeja libando eracapaz de mantenerlo absorto.
-Vive +decfa, y rniraba a Francisco, eI hijo-.
lEntiendes?-Sf ...
-lEntiendes que esto es vida?
-Sf -entendiendo el mas el tono que Ia idea.
En elrostro de don Diego se dibujaba una expresion
esceptica (lentenderas?) y su sonrisa gris era una for-ma de excusarse por sus dudas.
-Entenderas -aseguraba.
El trato que Ie daba Aldonsa tenia un dejo de mis-terio: en 10 exterior, podnan ser primo y prima: era talla
cercanfa distante de sus palabras 0 sus gestos. Sin em-
bargo Francisco, y quiza Isabel, y quiza incluso Felipa,adivinaban una corriente subterranea entre esposa yes-
poso. Se decfan sin decir, Se sabian, piensa el ahora, que
ya sabe que es posible saberse entre dos que se arnan.
En su temor, tan simple, Aldonsa se espantaba de que
alguienhubiera podido faltar a su fe (Ia unica posible), ya la vez intufa a puro instinto que, hubiera hecho Diego
10 que hubiera hecho, era hombre bueno. lQuien podrfa
saberlo mejor que su mujer de tantos afios?
Isabel Maldonado daba la impresi6n de temerle
.vagamente, y de creer que alguna culpa tuvo, y de, n o
querer enterarse de nada. Felipa, miedo puro, tendfa a
ruborizarse sin motive, 0 por razones que ella sola co-
noda. Ambas hermanas salfan muy poco de la casa:
quiza por eso, sus facciones se iban asemejando a ~as
. .de Diego (el monje, ahora) por esa palidez y ese airehuido. .
-lVen,FeUpa? -llamaba el padre, y ~elipa e~r~Jeda.
. Francisco habfa empezado a estudiar n:edlcm~, !su padre Ie ensefiaba a hacer ciertas. curaclon,;s. basi-
cas, a precisar sfntomas, a preparar incluso elixires y
ungiientos primarios. Dedicaban largos ra~os a.conversar
sobre el oficio, e intercambiaban expenenclas: la del
muchacho que emprende su camino, 1adel homb~e que
ve cerrarse el suyo. Don Diego sabfa mas .que va~lOs.de
los maestros de Francisco; habia aprendido y eJ~rcldo
enLisboa: manejaba ellatin perfectamente. El hijo po-dia sentir;casi al modo de un tacto sobre la piel, el,goce
de su padre en aquella compafiia, en ~1e;na comun, el
vinculo. A veces, incluso, en descubrir como el apren-
diz sabia algo ignorado u olvidado por el.
-lSon tantos afios? -sonreia.
Yla f ina torpeza con que hallaba maneras de tocar
aFrancisco, provocando elazar. Pareda ~o cansarIo esta
verificaci6n muda: Existes. Eran roces hgeros, de. paso,
pero Francisco adivinaba en ellos un ansi a de contacto
ffsico; con carne humana. .
-lAver, observa aca? -y 10 asia de un brazo mne-cesariamente.
Tal 0 cual vez 10 sorprendi6 el muchacho con~em-
plandolo con una chispa de orgullo triste en. los oJos.
Todo esto trascurria en silencio. Todo 10 l1llporta~-
te entre ellos transcurri6 en silencio durante esos pn-
m'erosrneses. ' Las palabras no llegaban a unirl?S por S1
solas. Eran: «Torna», «Ayer», «Este tipo de herida debe
suturarse», «La violeta genciana sirve para ...» Hab1arse,
a10sumo servia para darle un aire normal a su real con-
tacto. ((lQue libro lees?» no era en verdad una pregunta:
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era un recado secreto, que el barruntaba entonces y que
vend ria a comprender afios despuos. Era: «Lee, si, por-
que ese es nuestro fuerte, Somos el Pueblo del Libro,no 10 olvides».
Desde elprincipio, Diego Nunez de Silva se rodeo
de un tacite recato. [amas les prohibio, por ejemplo,
aludir al proceso 0 a los afios de carcel, la reconcilia-
cion, el hijo mayor sentenciado a vivir en un convento:
en realidad nunca, despues de su retorno, le oyeron
prohibir ni dar ordenes, Sin embargo, tenia zonas de
silencio inviolables, que su misma mansedumbrereforzaba.
Habia cierta nobleza en su manera de apagarse.
La voz vuelta hacia dentro, los rasgos filosos de su cara,
sus pornulos salientes apegados al hueso, conferian
altura a su humildad. Imposible dejar de ofr, aun hoy-
el tono de interrogaci6n que pollia en sus afirmaciones:
-lVoya salir a caminar?
0:
-lQue sabrosa esta cazuela?
Mirandolo, Francisco no podia dejar de repetirse:
E s hombre bue no , y de querer averiguar en que pudoconsistir su crimen.
§
. ..Casi contra su propia voluntad, icontra su miedo! ,
Francisco empezaba a recoger indicios, Lento, lento,
lento: habia que investigar muy sin ruido para no
poner a nadie sobre aviso. Ylaspreguntas podfan des-
pertar sospechas. «lQue es un proceso?». «Pero,
lPorque quiere saber que es un proceso? [No es este eI
hijo de . ..?» Quiza EIlos atin los vigilaran, y no solo a su
padre: a la familia entera. Alguna vez oy6 en una
predica a un sacerdote que advertfa:
-Una manzana podrida puede pudrir las del canasto.
Francisco era un espfa: perseguidor y profugo a la
vez, miraba, ofa, hurgaba, asia un comentario aqui, una
explicaci6n alIa. Del proceso a su padre, muy poco. ElIos
52
mantenian carceles secretas, procesos secretos, archi-
vos secretes. Ninguno mas debra saber de aquellas co-
sas,Era delito, que ida contra la tranquilida,d, y la t:an-
quilidad ... cualquiera que supiese 10 ocurndo a Diego
Nunez de Silva habia de callarlo. Quiza si aun a don
Diego 10 coruninaron a guardar silencio, yah! estu-
viera la razon de su hermetismo.
Francisco debia buscar sin bus car, inquirir en
direcciones distintas, evitar 10que fuese susceptible de
interpretar como interes suyo en el hecho con~reto.
Un dfa el azar intervino, abriendole una pista, Ha-
bfa ido ala biblioteca de San Marcos para estudiar un
texto sabre cirugfa cuando, a] pasear la vista de ana-
quelen anaquel, tropezo bruscamente c~~ un titulo que
hizo temblar sus manos: Manu al d e l nq uis id or es , p ar a u sa
de l a s I nqu is ic iones de Espana y Portugal, p~r el Inquisid~rGeneral de Aragon, Nico1ao Eymenco. Lo habfa
reimpreso en Roma Francisco Penal doctor en canone.sy teologfa. Afio de 1558, dos siglos despues de la edi-
ci6n primera.
Francisco 10 tom6 como quien toma un volumen
de rutina y, atisbando a cad a instante por e~cima del
hombro ( lVendran , oendrdn i ), comenzo a hojearlo con
mezcla de pavor, curiosidad, angustia. Vefa a su padre
detras de las palabras, 10 sentfa pasar por todo aquello.
El doctor Pefia hablaba de estos tiempos en que
algunos se afanan «en combatir con las armas a lo~ ene-
migos»y advertia que tambien «se encuentran escntor~s
que movidos de su celo se consagran a re~utar lasOPl-
niones de los innovadores», y luego: «0 a mvocar y ar-
mar la potestad de las leyes contra sus personas, para
que escarmentados con 10 riguroso de los casti~os, y 10
exquisite de los suplicios, se arredren con el miedo .. .»
Francisco jadeaba, volvia las hojas, saltando de una
pagina a la otra. Ahora hablaba Eymeric .o: «E~ punto a
herejfa se ha de proceder llanamente, sin sutilezas de
abogado, ni solemnidades en el proceso», ad:ertia ,
porque «es peculiar y nobilfsimo priviIegio del tribunal
de inquisid6n que no esten los jueces obligados a
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seguir las reglas forenses, de suerte que la omisi6n de
los requisitos que en derecho se requieren no haee nulo
el proceso ...»
Diego Nunez de Silva, indefenso, y el pobre Diego
entregado tarnbien a esta justicia sin derecho. Francisco
salta de nuevo, eogiendo una frase aquf, otra alla, sin-
tiendo que segufa el rastro de sus dos Diegos en lascarceles seeretas. «Tres modos hay de formar causa en
materia de heregfa», continuaba el maestro Eymerico:
«por acusacion, por delacion y pesquisa»,
Delacion, y Francisco hojeaba tremulo, hasta encon-
trarla: «Uno es delatado por otro como reo de heregfa,
sin que el delator se haga parte ...~>
Se delata y no hay riesgo ni responsabilidad, y
«cuando la delacion hecha no lIeva viso alguno de ser
verdadera», sit 2,entonces que? «... no por eso ha de
cancelar el inquisidor el proceso, porque 10 que no se
descubre un dia se manifiesta otro»,En cuanto a las pesquisas, «haran continuas y rigu-
rosas pesquisas en todas las casas, aposentos, soberados
y sotanos, etc., para cerciorarse de que no hay en elias,
herejes escondidos ...» «La otra especie de pesquisa se
hace cuando por voz publica llega a oidos del inquisidor
que Fulano 0Zutano dixo 0hizo cosa contra la fe, que
entonces cita el inquisidor testigos, y les toma de c1ara-
cion acerca de la mala fama del acusado ...»
Fulano y Zutano, 2,supadre y Diego?
Hay mas: «...para probar la mala nota del acusado
basta con que declaren que han ofdo decir a Fulano 0
Zutano que es hereje, siendo valedera esta declaracion,
aun euando los dos testigos no hayan oido ninguna
proposici6n mal sonante en boca del dicho acusado, '51
declararen dos testigos que el acusado tiene fama y nota
de hereje, y fueren preguntados en que consiste esta
fama y nota (Qui d e st J ama? ) no es menester que la par-
ticularicen con exactitud, y basta can que declaren que
as! 10 dice Ia gente»,
Las manos de Francisco temblaban ahara de ira:
l .era posible defenderse, asf?
54
«En causas de herejia par respeto a la fe so~ adrr_rl ti -
dos los testimonios de los escomulgados, los complices
del acusado los infames y los reos de un delito cual-
quiera; Dire~tortpassim; en fin de los herejes, bien que
estos testimonios valen contra el acusado, y nunca en
su favor...» Y e1maestro explicaba: « ···tpor que. da-
mas credito al dicho de un herege cuando atestlguacontra el acusado, y no cuando habla en su abono,
especialmente cuando par maxima inconcusa en elforo
antes se debe presumir la inocencia que el delito? La
dificultad es grave, mas creo que se debe responder
que cuando un herege depone en ~avor d?1 ac,:sado,
es de presumir que 10 mueve el OdIOde la IgleSia, y eldeseo de que no se de castigo merecido a los delitos
cometidos contra la fe. Empero no ha lugar esta pre-
suncion cuando declara el herege contra el acusado».
Y el maestro Eymerico se ufanaba con derta send-
llez de su propia agudeza: «No se de ningu~o ~ue.haya
dado esta raz6n, que me parece nueva y sm replIca:>.
Afiadfa que «tambien se admire la declaraC16n
de testigos falsos contra el mismo acu~ado, de suerte
que si un testigo false retracta su pnmera declara-
cion favorable al acusado, se atendnin los [ueces ala
segunda ...», aunque «notese que la segunda dec1a-
radon vale solo cuando es en perjuicio del acusad~,
que si fuere favorable se ha de atener el j,;ez a la pn-
mera». Ypor cierto, «en asuntos de heregfa puede ~n
hermano declarar contra su hermano, y un hijo
contra su padre . ..», pues «un hijo delator de su padre
no incurre en las penas fulminadas por el der~cho
contra los hijos de los herejes. y esto es en premIO de
la dslacion».Alguien entr6 en ese momento por el extremo
opuesto de labiblioteca, Francisco cerro elvolumen con'
fingida pausa, busco en el anaquel otro cualq~iera y.~e
detuvo a hojearlo un momento. AIrato 10 cern: :amblen
y , como si no le hirviera el alma dentro, salio a paso
lento hacia la calle.
55
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§
Le parecio que la dudad estaba lIena de testigos,
no de gente: de hombres y mujeres afanados en escar-mentar a todo herege con 10 riguroso de las penas y 10
exquisite de los suplicios. Defensores de la unidad, que
podrian haber oido a aIguien (y eso era suficiente) queFulano 0Zutano habia dicho alguna vez que el habia
dicho ... Tres modos habia de formar causa ... los testi-
monios ... Las decIaraciones de hijos contra padres, de
hermanos contra hermanos ...
Francisco ech6 a correr, primero rumbo a casa. Pero
al aproximarse, un impulse interior 10movio a escapar
a otro lado, cua1quiera. Su padre, su madre, sus her-
manas, notarian algo en su rostro si Ie veian asi. Corrie
de nuevo, en otra direcci6n. Luego aminoro el paso:
correr , ~.noseria signo de culpa que reluiye su castigo?
Anduvo. Ignoraba cuanto tiempo,0
por que Iados, Pre-feria los rincones solitaries, donde no hubiera tantos
rostros, tantos ojos. Testigos.
En algtin momento caminaba por una calleja
desierta, sin un alma. Su alivio dur6 poco, sin embargo,
pOl'que cada postigo, cada puerta entreabierta, cada
rendija, podia ocultar a uno de Ellos que Ie espiara.
~pelacion, pesquisa, que? El temor a ser culpado se
convert ia en el en una suerte de conciencia de culpa.
l.No sospecharfan de su Ientitud, ahora que iba lento?
l.0 de que mirara a los lados, si mirara? LOde evitar
mirar, si 10evitaba?
Lleg6 hasta la ribera del Rimae, y una mezcla de
sed y calor 10 condujo hasta el borde rnismo del agua.
Se Incline, y con las manos juntas se empap6 la carat el
cabello, intentando lavarse del miedo, Despues se
Ievanto y dio unos pasos. Al hacerlo tropez6 en una
piedra y se fue de bruces. «Cayo sobre su rostro», Lno
era esa una expresi6n de la Biblia? Se vio sucio, con
barro en la ropa. Una oleada de rabia Ie surgio entre las
venas,
56
-jAh, no! -grit6 casi. .Y se olvido del temor que recien 10acuClaba: con
paso firme emprendi6 el regreso a casa. .Iba resuelto a conversar con su padre. Decirle que
entendia que se sentia muy pr6ximo a el. Que tanta
arbitrari~dad en los procesos venia a ser poco menos
que una proclamacion de inocencia. Donde to~os re-sultan culpables, l,quien 10es de veras? SicualqUler cosa
esprueba Lque prueba i ra a probar nada? .
Su lectura de Eymerico le parecia un recomdo por el
infierno, donde solo hay maldad. Las Bienaventur~as,
que hada tan poco vo1vieron a ernocionar a Francisco al
ofrlasenmisa, l.que podfan tener que,ver co~ ese mundo
deacusaciones imposibles de cornbatir, de hiJo~,que dela-
tan a sus padres y reciben premio? l .Que relacion con los
soldados y las armas? «Bienaventu:ados los manses,
porque ellos poseeran la t ierra . ..» «Blenaventurad?s los
h
hambre y sed de [usticia, porque ellos seran sa-
que an <uP • • .,
. d .y que'hambre ni que sed de justiCla se saClananna OS))'l ' ? B'can los procedimientos que exponia Eymenco. « :en-
aventurados los funpios de coraz6n, porque enos veran a
Dios)). Ellos, no los que achacan intencio~es, suponen
verdad todo 10 malo para e1 reo y mentira 10 ~ue 10
favorece, «Bienaventurados losque padecen persecuoonpor
la justicia,porque rujos de Dios seran liarnados), ,Sino por otra razon. par esta , por habe~, padec~do
, la i ti padre era un hi ] 0 deDIOs,persecucion por a JUs CIa,su . ,y e1querfa acercarse a decfr5elo. Aunque el.f~era JUdlO.
Aunque su Dios no fuera el Dios de l~s crIs~anos ..,
De pronto le pareci6 ve~ C,on?andad: 51ha~ s~lo
un Dios, si Dios es eterno, inflmto, mab,arcable" ~1 D105
no puede ser distinto del Dios de Diego Nunez, La
diferencia esta en los ojos que miran y no en 10 que los
ojos yen.
57
r--....
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VI
Lagenerosa
muchedumbre
La pluma anota:
. .. h as ta ~ u~ hab i: l1 do l ei do a l Bu rg en se q u e e sc ri bi 6
d e S cr uiin in ~ cn ptu ra ntm , a lg un as c ue stio ne s q ue
Saul a p ropon ta po r ! a l e y d e Mo is is y Pablo respondia
P ?r fa ley d e [esucristn, no l e s a ii sf ac ie ndo l as s ol u-c tones de Pab lo . ..
. ...Regrese a casa aquella tarde tan lleno de entu-
slas~o, aun~ue no dejara de sentir bajo mi piel la pre-
sencia del miedo: me habia propuesto acercarme a mi
padre, ahara tambien can las palabras. Le diria: «Yase
ya conoz:o l~ esencial de 1ahistoria. Estamos juntos»~
No necesltana pedir le que me contara nada: «Cornpren-
do que no quisiera recordar». Pero no fue el momenta
Nu~stra familia empezaba a cenar cuando entre, y y~
habfan puesto en marcha esa rutina que nos marcaba
los pas os, paso a paso; los adernanes previsib1es; las
frase~ que se cruzaban entre nosotros sin tocarnos (el
{(lQUleres pan?», el «Toma», el «Manana traeran pes-
cado»): el perrnanente dialogo no dialogo que apenas
si era una expresi6n distinta del silencio, un disfraztransparente del no decirnos nada.
Ah~, a pocos pasos (siernpre a mano por si llegara
sorp~eslvamente alguien de fuera), colgaba elsambenitode rru padre, presidiendo.
Al ver que me sentaba, Aldonsa:
-lD6nde fuiste?
Yo, que venia con el hallazgo en carne viva s610repuse un previsible: '
58
-Acaminar ...
Fue todo.
Una especie de frio se me echaba encima, no Set a
me empapaba des de dentro. Me sentf pateticamente
incapaz de hacer nada, irri tandome contra esos diecio-
eho afios mfos, que me proclamaban «hombre hecho y
derecho» sin liberarme de mi inseguridad radical. 2_Por-que no resolverme a romper de una vez esta normali-
dad de ficci6n? lPor que no contarles, tambien a ellas,
10que acababa de descubrir en la biblioteca, para que
no siguieramos fingiendo que mi padre no sufri6lo que
sufri6? lOhabrfa que dejar de ser cristiano para enten-
der cuanto debi6 de padecer?
Fui mirandolas una a una: mi madre, mostrando
una tranquil idad que faltaba en su espfritu: mi hermana
Isabel, rec1uida en sf misma y (jpodrfa jurarlol) tensa
en su interior hasta 1aangustia; y la pobre Felipa, can
la nerviosidad de un pajaro, y esos rubores bruscos, y
esas lagrlmas que llevaba continuamente a punto de
salir y que quiza salieran cuando lograba quedar sola.
Felipa, Aldonsa, Isabel, [que lejos estaban y que cerca!
iCuanto nos aproximaba y nos distanciaba a un tiempo
eloscuro delito de mi padre!
Mevolvf entonces hacia elly note que me observaba,
[aeasopor intuir que algo nuevo me habfa sucedido? Le
sonrei, y era tan raro este hecho, ahara, entre nosotros,
que elpareci6 turbarse y sujetar apenas una ojeada ins-
tintiva a su habito de reconciliado. Permanecimos asf
unos breves instantes, mirandonos los dos rostro a ros-
tro, y tuve la sensad6n de que en el suyo, ceniciento, se
insinuaba una suerte de reflejo apenas perceptible de
mi propia sonrisa.
-jLas ocho han dado y nublaaado! -cant6 el sere-
no, ahf en la cal le.
-[Las ocho ya? -dijo mi padre entonces.
-Que tarde -10 apoyo la voz de Aldonsa.
-y no se va la niebla =afiadf, entrando ami pesar
en eljuego.
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Acudiamos a apagar el silencio como si fuese un .
incendio que empezara. Volcabamos sabre el palabras :
triviales, en un esfuerzo par llenar un vacfo cuyo peli- .
gro adivinabamos, cada cual a su modo. Isabel nato
nuestra prisa y se dispuso a contribuir can su aporte.
Felipa se paro bruscarnente a buscar algo (huyendo,
siempre). En ese momento una campana comenzo a
doblar a no mucha distancia, y nos dio tema:- Tocan a muerto -consign6 Isabel.
Se santigu6 mi madre:
-Quiera Dios que no sea a1guien conocido.
Yrni padre omiti6 el comentario que solfa hacer a1
ofrla decir esto en San Millan: «Mujer, sea quien sea es
un muerto, aunque nosotros no 1 0 conozcamos», La
recogi yo en parte:
-Un muerto es un muerto -murmure,
Me temblaba la voz.
§
. ..Desde e1dfa siguiente, cada vez que recibia Ia co-
munion, yo rezaba can un ahinco nuevo par mi padre.
Eran rezos confuses, en que tan pronto rogaba a Dios que
su conversi6n fuera auntentica, como irnploraba que 0 1 -
vidara su paso par la carcel: «Barra las huellas que le
dej6 el Sefior», Luego, alga se sublevaba en mi, y casi in-
crepaba: «jHaz que yo entienda!». Un reto, que podrfa
traducirse en: «Si hay alga que en t ender en eso que le
hicieron y par que, haz que 1 0 entienda». Y: «Que tus
bienaventuranzas sean verdad entre nosotros»,C6mo olvidar aquellas misas. Mipadre entraba en
1aiglesia can su sambenito, y siempre los fieles abrian
camino para que el pasara. Ysiempre encontraba un es-
pacio donde podia instalarse a solas, sin nadie, ni aun
nosotros, demasiado cerca. Lomiraban sin rnirarlo, Nos
miraban sin mirarnos. Siel iba a comul gar, nadie searro-
dillaba a su derecha ni a su izquierda. As}, el habito de
reconci1iado era brutal mente visible en el cornulgatorio.
l .Reconcil iado?, solfa preguntarrne yo con ira .
60
Bubo un domingo especial. El evangelio contaba
la parabola del trigo y la cizafia, y predico el _padre
Andres Juan Gaitan, clerigo ilustre, con estudlOs en
Salamanca y en Sigiienza. Seco, seguro, firme de voz,
era orador de escasos gestos y de no muchas inflexiones.
Tenia un acero interne, mas bien: un enfasis que no
dependfa de que declamara sus frases sino del conte-
nido, tan intenso que hubiera resultado superflua Iavehemencia.
Apenas recuerdo unas cuantas palab~as del sermon,
iperola idea! Aludi6 de soslayo algran numero de ~(por-
tugueses», dando a entender 1 0 que todos ente~dlmos:
portugueses, 0emigrados desde suelo portugues, c~ya
raza 0 religion eran judaicas. De Andaluda, d; Cash.l1a,
de Aragon, de Galicia, familias enteras ha~lan hmd?
cuando su majestad dispuso que hebreos y ~rabes re~l-
dentes en sus territorios escogieran: 0sebautizaban ens-
tianos 0 semarchaban del pais. Vino 1 0 inevitable: miles
seconvirtieron unicamente en 10 externo; el rito, el ges-to, la plegaria. Y principiaron las que. nombra~a
Eymerico, acusaciones, delacion~s y pesq~sas, para 1I~-
dagar qulenes rompian a escondldas la urudad del rei-
no. Nuevas oleadas buscaron asilo en Portugal, 0 en
Holanda, 0 en el norte de Africa.Muy pronto, tambien la monarqufa portugues~ esta-
bleciola lnquisicion, ymuchos, como rnipadre, rruraron
a America con un resto desgarrado de esperanza.
As! al hablar Gaitan ahora de «portuguesee». no
deda p~rtugueses: deda mas. Ni conder:6 el que ~xis-
tieran 0residieran en el Virreinato. Los cito despues deleer la parabola del trigo y la cizafia. B~st~ba. Habrfa
sidoredundante pronunciar la palabra <~JUdlO»,ue ~o-
taba casi des de el comienzo de su predica en el ambito
de esta iglesia limefia atestada de fieles, La cizafia se
disfraza, explico Iuego, Lsugiriendo .que sus tal1o~y sus
hojas se visten de conversos? Crece Jur:to, en medio, d~1
trigal. Es suave al tacto mientras no tie~e fuerzas sufi-
dentes para ahogar definitivamente al tng? Espe~a, sa-
bia. Ah, si, exclamo: «La cizafia tiene la hlpccresia del
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veneno ocuIto, que penetra en silencio, gota a gota, gota a
gota, gota a gota, y 10 ernponzofia todo.»
-Gota a gota, gota a gota- repitio, y pareda que las
gotas cayeran ahf, a nuestra vista, sobre mi padre y su
familia.
Gaitan habfa sido inquisidor en Cuenca y en Sevilla,
y ahora ejercfa el cargo en las tierras que abarcaba elVirreinato. Por eso, sus palabras resonaron cargadas de
amenaza. Y mas para nosotros.
Yeo a mi padre, a quien espie un instante de reojo.
Dio la impresion de sumirse, encogerse, en la infarnante
caparaz6n del sambenito, su rostra inexpresivo a du-
ras penas, mas ceniciento si cabe. Mi madre, la senci-
lla Aldonsa, intuyendo quiza en forma imprecisa, se
movi6 imperceptiblemente hacia el esposo (Estoy aqut ) .
Mis herrnanas, enfermas de palidez, desearfan no es-
tar aca, no haber nacido, Y yo, ternblandome las rna-
nos, apenas fui capaz de mantenerme en pie, luchan-
do entre el impulso de huir y una apretada voluntad
de acercarrne, tambien, a Diego Nunez. 'Irate de levan-
tar la frente y, al no atreverme bien a hacerlo, me senti
arrinconar por las miradas mironas, no todas ya a hurta-
dillas, de los fieles.
Mientras, el inquisidor Andres Juan Gaitan ilus-
traba a la asarnblea con el ejemplo de un noble varon
que vivi6 bajo dos leyes sucesivamente: la de Moises
primero, y luego la de Jesucristo. Comenz6 Ilamandose
Selem6h ha Levi, y de muy joven escucho e111amado
de su sangre judfa: estudi6 en la sinagoga hasta llegar
a ser famoso interprete de la Torah. Pero, lpodia tardar
en descubrir su error, siendo hombre honesto, inteli-
gente? Tuvo su prapio camino de Damasco y, al igual
que elAp6stol de los Gentiles, que alprincipio era Saulo
y enemigo de Cristo, Selem6h vio la luz en una encru-
cijada de su vida. Se convirtio a la verdadera fe, y en
prueba de ella eligi6 para bautizarse el nombre de Pa-
blo, y como apellido, Santa Maria, en recuerdo de la
madre del Senor.
62
-Hermosa historia la de Pablo Santa Marfa, el
Burgense, a quien se apoda as!por haber llegado a Obispo
de Burgos. , . . ,ElBurgense, continuo Gaitan, habia escnto un dia-
logo ala manera de los de Platen, en el cua~se enfrenta-
ban dos personajes que acaso fueran refle]o de los ~os
yos que en el mismo hubieron de enfrentarse: el yo JU-
dID,Saulo, y elyo cristiano, Pablo. Ambos expone~ su~
argumentos en este debate ~u.e el Burgense htulo
Scrutinium Scriptumrum, escrutmlO 0examen de la: es-
crituras. Si)udios y cristianos compartfamos elAnti guo
Testamento, aIH era donde debfa buscarse cual de las
dos leyes podia ser la verdad~ra. .-Saulo defiende la de Moises, Ycita textos para apo-
yar su alegato. Cada vez, si~ embargo. Pablo respo~de
y rebate, y va haciendo clandad con Implacable ~6gtca.
Recorda Gaitan algunas refutaclOnes: como el
Mesfas que anunciaron los profetas no era una promesa
hacia el futuro sino una realidad hecha carne en la ~er-
sana de Jesus. Su nacimiento de una virgen, los mila-
gros, la muerte, la resurrecci6n al.tercer dia, responden
a pasajes antiqulsimos de la escntura sacr~. Y:uando
Saulo den uncia el cautiverio en que segun el per~
anece aun elPueblo Elegido, replica Pablo que el caU_h-
verio, si existe y donde exista, es castigo .~or el delito
de deicidio que la nad6n hebrea comet1~ c~n plena
lucidez. iNo clamaron ellos mismos, los JUdlOSa los
que oy o Pilatos, «caiga su sangre sobre noso~ros Y
sabre nuestros hijos»? El verdadero Pueblo Elegld~ !o
farmaban hoy quienes permanecian fieles a la eleCClOn
.de Dios: los cristianos.-Ni al Senor ni a nosotros puede cabernos duda
sabre cuales su pueblo: el que observa sus man.d~en~os,
no el que dio muerte a su unigenito. No la Clzana, sino
el trigo. _ .'El r esto de la misa fue un mal sueno. NI rru padre,
ni su mujer, ni ninguno de sus tres ~ijos ~e atrevi6 ~
comulgar. Yoni siquiera e~a capaz ~e lffiagmar~~ alll,
expuesto a los mil ojos cunosos. arnesgando qUlza que
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me expulsaran del comuIgatorio. EI«Ite, rnissa est» fue
un alivio cargado de ansiedad. Yresult6 mas notorio el ,
camino que al salir nos hacfan los norrnales, evitando !
el contagio.
Un silencio distinto del usual oprimfa a nuestro
pequefio grupo al regresar a casa. El recorrido por las
calles de Lima primero, y despues el corto trayecto hasta
el Callao, fueron un continuo mirar si nos miraban. Y
callar entre nosotros, pero esta vez callar sin palabras
que 10 disimularan, Ibamos con los ojos en elsuelo, elu-
diendo cada cual a los demas, concentrados en Ia pro-
pia vergiienza. Y Ia impotencia (no hay c6mo defen-
derse, no hay de que: nadie formula abiertamente el car-
go, aunque ah f esta), Y 10 peor: la certeza de que aun
habria situaciones semejantes.
Bajabarnos ya a casa cuando Pelipa, incapaz de con-
tener su angustia, echo a correr desatinada. Me parecio
entreoirle un sol1ozo antes de que cerrara la puerta degolpe. Y ahora vi a Isabel: tambien lloraba, sin huir.
Aldonsa, su rostro inesperadamente duro (sujeto por
dentro a fuerza de energfa), Iogr6 fingir que no notaba
nada. Yyo, a ultima hora, encontre animo para aproxi-
marme a mi padre y apoyar mi mana en uno de sus
hombros.
Asi anduvimos unos pasos. Ya aillegar junto a la
puerta, senti una mano de el que tocaba la mia.
§
...Busque, hasta encontrarlo, eI libro del Burgense.
Lo lei tan a saltos como el de Nicolao Eymerico. Lo relef
despues, Por momentos reconocfa en el debate de Saulo
y Pablo un pulso (no se c6mo explicarlo), un algo vivo;
y no tard6 su enfrentamiento en desarrollarse en mi
interior. Igual que Ie habia sucedido al autor de
Scruiinium Scripiurarum, yo me fui bifurcando, identi-
ficandome primero con uno de los interlocutores y en
seguida con el otro. Empece por sentir mas mfas las
respuestas de Pablo. Y de pronto era yo quien se las
64
. d 10 invitaba a converti rse, 0 adaba a ~l pa re Y 0 al hablar Saulo, le ofa la vozreconvertirse. Pero. clar r • fu '<1Yacaso
. ,- I chabacomos1 era ei-de DIego Nunez y 0escu el Creyera en la sinceridad
alprincipio Ie creJer~ p~r :~e I~de Pablo habia un paso.de Saulo. Y de a a u a dir a mi padre y era
Sf era yo tratando de persua b
'. df a mis razones. Pregunta a,mi padre qUlen respon ia M' .d6nde estan dur-. lo: S' Jesus es el esias, L
p~r ejemp o: l. el animal manso? Y las armas,mlendo Juntos laofi~ra Y rados? .Ye l n ino que jue-'cuando se convlrtieron en a '. ~ d d . idio 'noL 0' 1 acusecion e eic ,Lga c onla sierpe? espues, a. do? 'Que ser humano, 0
era monstruosa en su enunclad
. L te aDios el to-que pueblo, podia realmente ar muer ,
dopoderoso, el ete~no? . . de los dieciocho afiosMiafan de 16g1ca,tan proplO I s de las
, elaba contra a gunaque tema entonces, se .Ad , . sentido de justida
afirmaciones de Pablo. A ~~a~, :el Mesias no podia
me deda a cada paso que e em sin defensacontener carceles secretas, tortura, proceso
s. ,que
posible para el reo. Las delaciones,las pesqUlsas,
laya de cimientos eran? '6 de agobio exuI-
C ' el ltbro con una sensaCI nerre d M areci6 que nunca
tante una alegria desgarra a. e p ;.....ente, , . . padre y experl.H< '"
habia estado tan prOXImo a rru t s me habia pro-.. a que a ra 0
vergiienza por la verguenz .
ducido it junto a el y al sambemto.
Ahora supe que iba a hablarle.
I
IIi~
65
.k
"r--'
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VII
A traues
del puente
La pluma aneta:
. .. N o ,I e s atis fa cie nd o la s s olu cio ne s d e P ab lo , p re -
gunto e l. reo a su padre, com o diciendo e l primer
r :z an dam~ent o, de l D e .c dl og o q ue n o a do ra se n s eme -
~a n~a s, s in o s ol o a Dies, l os c ri st ia no s a do ra ba n l astmagenes.; .
.:.Recue~do .esa tarde en el Callao. Mimadre, Isabel
y Fehpa h~bIa~lldo a un oficio religioso. Mi padre (can-sado, se?un. el) permanecia en cama. Nada preciso.
Amanec16 SIn fuerza y se excus6 de levantarse' «Yapasara», decia. Lo recuerdo ah f tendido £lac '.,d I " 0, rruran-lose as manos a la palida luz del dfa que entraba por
a ventana. Sus ojos, grandes, parecia que durmieran
pero no: observaban COncierta indefinible lejania V~
~rugas nuevas en su £rente. La nariz, que fue altiv; s;
~ a aguzando, 10 mismo que los brazos, las faccior:es.
oda su carne se apretaba a los huesos, y su barba ca-nosa, soberana, aun sabfa aureolar de dignid dt . a suros-
dr
o
quieto. Yo senna en sus Iabios una palabra a puntae salir,
-Padre --:~urmure despues de un largo rato.
b. No movie un musculo Y t no obstante, supe muylen que me habia oido.Al fin;-tSi?
Tuve y,oque esforzarme, a mivez, para decirle:~He lefdo al Burgense.
El call6 unos instantes. Y de nuevo;-lSf]
66
Involuntariamente lance un vistazo en direcci6n
del sambenito, que me daba la impresion de espiarnos
desde el mum.
-Sf -reafirme,
Volvi6 al silencio, y yo podia palpar nuestros dos
miedos encontrandose: elmio de hablar entrando en el
terreno prohibido; leI suyo de que hubieran logradopersuadirme los argumentos del Burgense? LOa la in-
versa, de que tambien yo me hiciese reo de creer en la
ley de Moises? Tres palabras, mas que decirlas, caye-
ron de sus labios, dificilmente audibles:
-lCierra el postigo?
L e obeded y regrese junto a su lecho. Pregunt6 apenas:
-raReunf fuerzas para hacer mi confesi6n:
-Y no me satisface -jadeaba al pronunciarlo .
Por primera vez desde que entre hoy aquf, a ha-
eerie campania, mi padre volvio a mf la vista, gir6 unpoco el cuerpo, apoyandose en su costado derecho con
inesperado vigor:
-LAver? -me urgi6.
Reconod en su voz el eco de aquella vieja ironfa
suya, que era una especie de vinculo secreto entre no-
sotros: si yo Ie hablaba con mi solemnidad de mucha-
cho (((esagrandilocuencia, hijo» t a si yo daba mues-
tras de generosidad adolescente (<<ojalano la pierdas,
nunca»), Diego Nunez de Silva disimulaba su ufanfa
bajo un tono de afectuosa burla, Ambos sabfamos 10
que significaba: era una clave, un «no ternas, que par
ultimo 10 echamos a la brorna», can 10 cual me
acicateaba a abrirme sin reserva. Y ahara como en aque-
lla epoca de San Miguel, me convidaba a seguir ade-
lante. Repeti:
-No me satisface ...
Yen forma atropellada le conte que habia buscado
el Scrutin ium Scr ip iorarum desde que le of aAndres Juan
Gaitan sobre el dialogo entre las dos leyes. Me pareci6
rouy formal la argumentaci6n de Pablo, le dije. Muy
frfa, Le hable de mi encuentro anterior, can Nicolao
67
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Eymerico. Su choque con el hermoso mundo de las
bienaventuranzas, que de hecho negaba en cada linea.
E1Burgense movia un par de mufiecos en su Saulo y su
Pablo, y aunque a Saulo 10 condenaba de antemano a
no saber defenderse, su Pablo era excesivamente
legu1eyo.
Me detuve, jadeando.-lQue mas? -pregunto.
Quise decide que me sentia muy cerca de el, que
quiza hubiera llegado a comprender 1 0 que habfa pa-
decido en las carceles secretas. Hable, en cambia, de 10
poco convincente de una discusion asi, con vencedor y
perdedor predestinados.
-lQue mas? -y ya sin sombra de ironia.
Retome el hila y alli, mientras le hablaba, fui sin-
tiendo que 1 0 hacfa desde Saulo, identificandome can
su actitud, su posicion, lSU fe? Era 10 mismo que cru-
zar un puente angosto a gran altura: 1a sensacion delaire, del peligro, de ... Una mezcla (tan mia) de pavor
y entusiasmo. Porque al avanzar por ese puente, sin di-
reccion muy clara, con dudas, vacilando, me aproxi-
maba a el en ultimo termino, Este fue e1 primer ha-
llazgo que me remecio en esa conversaci6n de dos,
tres horas. Crei comprender des de dentro a Diego
Nunez.
El segundo hallazgo fue arin mas fuerte. Me di
cuenta (l.en su modo de ofrme, de mirarrne?) de que
mi padre continuaba creyendo en la ley de Moises. Y
yo, al cruzar el puente que nos acercaba, estaba acer-
candome en forma instintiva a la fe de el.
-He lefdo mucho la Biblia -explique-, y no encuen-tro ...No encuenfro ... Son dos 1eyesdistintas.
Mi padre habfa cerrado los ojos para ofrrne. Sus
manos colgaban ahi al borde del lecho, de1gadas, des-
carnadas, esperando. Su respiracion misma era un sig-
no de la espera. Su cuerpo, inrn6vil pero tensamente
inm6vil. Yo hubiera podido medir el pulso en las ve-
nas de sus brazos 0 sus sienes. 0en el aire de esta habi-
taci6n donde entraba muy a paso 1apenumbra.
68
-l.Crees en Dios? -pregunto al fin Diego Nunez.
-Sf.
-l.C6mo?
Vacilando:
-No se.; 1_Yaes a1go -con Ia vieja ironia amable-. Me a ar-
marfa ofrte dar explicaciones muy claras. ~~ fe no es
una ciencia. Quiza en eso este la deblhdad del
Burgense.Habia dejado de hablar en to.no de pregun~a. De
pronto, sus manos mismas parecleron cobrar vida, y
hablaban tambien, cortando, dando forma a las pala-
bras: talhindolas igual que sifuesen objetos. No, era v,;-. C b u su paz pense' decia
hemencia. no. onserva as... , ,palabras de paz, llenas de vida. Las deda con toda su
alma y ademas todo su cuerpo--Ya hablaremos de Dios -se detuvo-. Antes que
eso, la verdad.lTli sabes 10que es la verdad?
Me senti un poco nino:
-Lo que a1go es,
Meneo la cabeza, negando.-No no no -y aun sus manos negaban con ener~
r r • • b '11 castgia nueva; sus ojos adqutrleron un 1'1 0 que yo
habia olvidado.
-;_Yentonces?Cogio un blandon que habia junto al lecho.
Mostrandomelo:
-;_Esto que es?
-Un bland6n._Y la verdad, ;_donde esta? lDonde esta la verdad
de este blandon?-Ahi -1 0 rnostre. como quien sigue un juego.
-lAqui esta la verdad?
Afirme. '- ;_Aqui, no ahi? -e indicaba mis labios-. lNo esta
en 10 que dijiste?
-Tambien. .Me pareci6 escuchar a Socrates, y quiza la semejanza
noera inconsciente en el,
69
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t .
-Tenemos dos verdades, entonces: una en tus pa-
labras y otra en el objeto.
-Son las rnis...-me interrumpf.
-lLo yes? EI bland6n no es verdad. El bland6n es .
Existe. Es una realidad. La verdad siernpre es un decir. Y
en ese decir esta el que dice, eI ser humano.
- ...0Dios -complete,-0Dios. lEntiendes?
-Empiezo a entender -sonref,
Se ech6 atras para apoyar su cabeza en la cama:
-Ah, sf. Nunca se termina.
Volvi6 a cerrar los ojos. Luego reanimandose:
-La iinica verdad complete, la verdad, es Dios.
Nosotros a 10 mas encontramos verdades. Pero, Fran-
cisco, cuando encontramos una, nos encontramos no-
sotros en ella. Tu, yo. Cada uno en cada verdad imp or-
tante. Til eres til segun a que llamas justicia, arnor, li-
bertad. lCornprendes?-si
-zDe que valdrfa Ia realidad, sin nombres? Los
animales la tienen de1ante. Delante, no dentro. Nosotros
la poseernos al nombrarla. Y desde ese momento, aun-
que la callemos es nuestra.
-zAunque nos obliguen a callarla?
Sonri6, y en su sonrisa flotaba aquella vieja ironia:
-Mira t ti .
§
Permanecimos caUados un buen rato. Diego Ntif iez
de Silva daba Ia impresi6n de hundirse en la penumbra
del cuarto. Rornpi6 el silencio tres veces; la primera, para
pedirme un vaso de agua; la segunda para decirme que
encendiera el blandon (<<novayan a pensar . ..» y ya era-
mos c6mplices); latercera para seguir quiza una reflexi6n
interna:
-Uno pone su vida en sus palabras. El Saulo que
invent6 e1 Burgense es un Saulo sin vida. No es el
Burgense de antes de su conversi6n a1cristianismo: es
70
un rnufieco que construy6 despues- Por eso no convence.
Y por eso tampoco convencen las razones de Pablo:
porque pelea con un mufieco, no con un hombre de
veras. Entonces el mismo deja de ser . .. no alcanza a ser
persona. al b-Eso es -exclarne-. Yo notaba vacias las paras.
Hablan, no dicen. .Volvi6 mi padre a incorporarse, Y me miraba:
-lTe sientes cerca de la ley de Moises?
-Empiezo.-zQuieres seguir averiguando?
-Para eSO te hable ahora.
-Puedo ayudarte ... un poco.
Quise saber par que. .-Lo principal va a ser asunto tuyo -y al notar rru
extrafieza-. 'Iendras que buscar ttl. La verdad ~o se
entrega de una mano a otra: se encuentra. Ade~as, no
sera facil que te ayude, ni va a ser por mucho nempo.Yoquise protestar: un gesto me contuvo.
-lEntiendes?
-Entiendo -murmure.-Vuelve a leer la Biblia. Recuerda: la libertad esta
dentro de ti, igual que laverdad. Francisco, nunca sientas
que no eres hombre libre. Aprende a serlo. cad a vez, en
cada circunstancia. Aprende a porfiar , cuando la causa
es justa. Yo fui incapaz. .- 'Padre! -proteste con vehemencla.
rllzo un gesto afumativo, insistiendo.
_Tambien eso es verdad -murmur6.-En la prisi6n era imposible ~ue... ,-Francisco, era posible. El miedo fue mas fuerte,
eso es. Miedo pOl'Diego, par tumadre y tus herm~nas,
por ti.Quiza par mf mismo en primer lugar, no se,
-Pero aquf estas, y me ayudas. ..-Ah, sf-como quien dice: «no basta este consuele»:
luego-. Mentf.
-No es men ...-Mentf al reconciliarme, lentiendes?
-Entiendo y ademas comprendo.
71
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" ~No, -dijO-. Te equivocas. Hay una antigua tradi-
c~onJ~dl~. Dice qu.e en todo memento, a 10 largo de la
~lstona, s1empre, Slempre habra al menos treinta y seis
justos entre nosotros, Su misi6n es, muchas veces, sufrir
para mantener ellegado y transmitirlo. Entonces ...
Comprendi: ninguno tenia derecho a eximirse del
riesgo d; ser uno de esos justos. Y por eso, pOl' si 10
era, de~la h~cer !o que estuviese en sus manos paradar testimonio. SI a mi padre 10 hubiesen sentendado
a muerte y el era urt justo, en el momento de morir
n~ceri~ otro, 0 habrfa otro a quien se Ie abrieran los
O]OS.SIno se es uno de los justos, no importa rnorir. Y
S1se es, tampoco. Como siguienda el hila de mis re-
flexiones, Diego Nunez afiadio:
-Es asunto de Dios. £1 e lige. No hay meritos que
~as d:n el derecho de ser uno de los treinta y seis. Esta
incertidumbre es una de las terribles bendiciones que
Yahve ha dejado caer sobre su pueblo. £1 nos bendice
asf, a golpes. Yairas viendo.No supe cuanto rato permanecimos en silencio,
hasta que los pasos de mi madre y mis hermanas co-
menzaron a ofrse ahf en la calle.
La p1uma anota:
... y q ue su p ad re h ab ra d ic ho a l re o q u e e n e llo u eria
q ue la le y d e le su cristo e ra d ife re nte q ue la de M oi-
se s, da da po r D io s y pro nu nc ia da p ar su m ism a b oc a
en e l m onte S ina y. C on lo c ua l e l r eo pid io a s u p ad re
q ue le enseiiase la ley de M alsis, y su padre le dijoq ue toma se la B ib lia y l ey es e e n e ll a .. .
72
VIII
En La otraorilla
La pluma anota:
. .. su padre le d ij o q ue iomase ia B iblia y leyese en
e ll a, y ie[ue enseiiando ia dich a ley de M oises, y le
dijo q ue e lla g uarda ba , y q ue d e miedo de Ia muerte
h ab ra d ic ho q ue o ue rta s er cristiano, y le h ab {a n re -
conciliado, y q ue des de a q ue l i ic mp o se apart6 e l reo
de la l ey d e J e su cr is to , y la tuvo p a r m ala, y se paso a
ia iey de M oisis, a la c ua l tu vo pOT b ue na , p ar a s al-
uarse en e ll a, s abi endo y entendiendo q ue era con-
i ra ria a l a l ey d e [ es uc ri si o . ..
. ..Que extrafia sensa cion, aquella noche, Ia de ce-
nar junto a mi madre y mis hermanas, bajo el mismo
techo, sentados a 1a misma mesa, y sin embargo no
poder compartir la alegrfa de rni encuentro. Hubiera
deseado cogedas de la mano y llevarlas hasta ellecho
de mi padre, explicarles que ocurrfa (decir: «No ten-
gan miedo: es muy herrnoso») y convidarlas a. .. Impo-
sible.Entonces me volvia hacia dentro, a dialogar con-
migo mismo (<<Habramucho que leer». «Y mucho que
pensar». «La Biblia, vista desde aca, va a ser distinta»,
«L a Bibliay 1avida» ...Segufa desdoblandome, Yesto era
un sustituto del desahogo. «Habra que ver manera de
practical' el culto». «No faltarfa quien sepa el..»). De
pronto, alguna frase suelta 0 el ruido de una cuchara
contra un cazo, me hacia volver aca, entre las mujeres
silenciosas.
(Si supieran).
73
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r
f- 'r . ,;
Las miraba desde un arnor nuevo (todo empezaba
para mf a ser nuevo), ala vez fiUY alegre y muy lleno
de dolor. Contra mi voluntad me despedia de ellas. Sf,
desde el otro lado del puente que acababa de cruzar.
Trataba incluso de grabarme en la memoria sus rasgos,
sus voces, ademanes, como siya no fuese a verlas nunca
mas. Era mi instinto de profugo, aguzandose: con el
tiempo aprenderfa a despedirme easi a diario de objetosy personas, sensaciones, palabras, que constituyen eso
tan simple: 10 normal. Par ahara ...
-lFranciseo?
Tuve un pequefio sobresalto:
-lQue?
-Que si quieres manzana.
-lManzana? No ...
Tienen que haber notado mi sorpresa al deseubrir
que la cena terminaba, Les sonref con intenei6n de ex-
cusa, y alga explique sabre unelixir cuyos ingredientes
no conseguia recordar. La cIase de manana era sobre ...Nos levantamos. Les di las buenas naches y anuncie
que iba a dar una vuelta para despejar la mente.
-lNo es muy tarde? Tendras que madrugar.
- Voy solo un rata.
Mi madre:
-Cuidate- y algo sobre su rostro a en su tono me
sugirio que no aludia al frio a a eneuentros peligrosos,
sino a no se que, que intuia en mi actitud.
(Aldonsa, siempre asf; call ada y eficaz en su rin-
con, adivinando mas que sabiendo. Ah, pero adivi-
nando can una profundidad extrafia, Sin ver claro,como a tientas, solia acertar en 1 0 que a mi padre, a
Diego, a mil nos pasaba. Sabia. Su esposo se 1 0 dijo
una vez: «Tienes la sabidurfa de la ingenuidad», Y
agrego, can 1a ironia suya que era una forma de ex-
presar su afecto: «Llego a temer que sea una sabidu-
rfa infalible». Mi madre no le tomo el peso a aquello:
«Que casas se te ocurren. Yono soy inteligente, leoma
podrfa ser sabia?» Aldonsa: sus manos cuadradas
easi, los dedos cortos y agiles: sabias tambien esas
74
manos. Diestras en bordar, tejer, coeinar ... Y sus ojos,
de un gris amarillento, inocentes y penetrantes.
Aldonsa: daba la Impresion de que viviese a oscura~,.y
sin embargo acaso fiiera ella la tinica en esta familia
nuestra capaz de moverse can lcerteza? lUna certeza
incierta?).La ultimo que vi al cerrar la puerta fueron las fac-
dones de mi madre. Habia vuelto la cabeza para ver-me, y yo note en sus rasgos un deja de inquietud.
Aldonsa, Aldonsa.
§
. ..Nadie en la calle. Entre la oscuridad y la neblina,
el Callao me daba la impresion de formar parte de un
suefio con sus casas fantasmas, el mar grunendo invi-
sible mas alla, lpenando?, y el eco de mis pasos que as!
sonaban a pasos de un espectro. Pero todo es~o se me
ocurrfa sin miedo, EI frio me alentaba los miembros.tanto rata inmoviles. Me entraron ganas de correr 0de
agitar los brazos, a de cantar en voz alta y ver que ha-
cia el eco can mi voz.Libre, Me sentfa libre. Por primera vez sentia la li-
bertad como presencia. Libre, l ibre, l ibre. Llevaba en el
pulso esta palabra. No la palabra el: realid~.d; la sens~-
cion. Una tibieza, una soltura, una rmpresion de ser li-
viano. Unas ganas muy grandes de reir, tambien.
Of al sereno dar las once, las dace. Debo de haber
caminado en redondo, porque recuerdo haber pasado
varias veces par delante de una taberna par cuya puertasalian voces, carcajadas, ruido de vasos y botellas, luz.
La unica luz a 10 largo de esa calle. No se que impulso
me hizo entrar. Era un recinto estrecho, donde dos
marineros y un soldado bebian su tristeza mientras el
mesonero dormitaba junto a un enorme toneL
-Buenas naches- dije.Nadie parecio ofrme. Hubiera querido agregar alga
que expresara mi alegria. No supe que. Di media vuelta
y regrese a la sombra.
75
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§
...A veces, en las tardes, mi padre y yo compar~
tfarnos la lectura de la Biblia. m era como un guia y
yo el viajero que recorda en el tiempo, encontrando-
me can aquellos nombres magicos que poblaban la
historia de Israel. Gozaba al pronunciarlos, repetirlos:
Caleb, Yerfume, Levi, Eleazar, Ruben, Gad, Rut. Y los
lugares de la patria interior: Aroer, Esyon-Cueber,
Beth-Peor, Araba, Neguev, Cades-Barnes, Elat,
Golan, Ramot, Tabera. Me iba formando una viva
nostalgia de esos sitios donde nunca estuve, un re-
cuerdo de personajes que jamas conocf y que habian
muerto. l,Muerto?
A la luz palida que penetraba la ventana 0, luego,
a la luz enfermiza del blandon, yo abrfa ellibro, eJegia
un trozo 0 1 0 tomaba al azar, miraba el rostro cansado
de mi padre:
-l,Leo?
EI, casi sin decirlo:
-Lee.
Y yo anunciaba, por ejemplo: «El cantico de Moi-
ses», Oejaba que el aire se llevara estas palabras, y lue-
go: «Did, cielos, y hablare, y que la tierra escuche las
palabras de mi boca. Como la lluvia se derrame mi en-
sefianza, caiga como un rocfo mi palabra, como una
blanda lluvia sabre la tierra verde . ..»
-«...como aguacero sabre la hierba» -completaba
mi padre, sin abrir los ojos, casi sin emplear la voz.
Yo:
-«Porque voy a aclamar el nombre de Yahve, [En-
salzad a vuestro Dios!»
-«El es Ia roca, su obra es consumada ...»
-« pues todos sus caminos son justicia ...»
-« Es Oios de lealtad, no de perfidia ...»
Callabamos largo rata, dejando que penetrara en
nosotros la sugerenda del texto. Al fin:
-l,Sabes? Quisiera descansar-anundaba mi padre.
76
Si y o trataba de ayudarle a ponerse de pie y ca-
minar hasta su lecho, el me con tenia can un ademan
de inesperada juventud:
-Todavia no. Todavia soy capaz.
Sin aceptar mis protestas (<<Noes por eso»), cogia el
bland6n con su pulso inseguro, hacienda que nuestras
sombras se estremecieran en las paredes de la pieza, y
se iba lentamente. A veces sugerfa: «Sal un rata a tamar
aire», Otras: «Ven», y «Apaga», Yomataba la luz mien-
tras el se recostaba, y asf en la oscuridad, callabamos
juntos 0entablabamos un dialogo raleado por silencios.
Solia aconsejarme, advertirme. Y ahora entiendo: me
entregaba su herencia.
-Encontraras dificultades. Sobre todo -y aquf le
adivinaba una sonrisa tras la sombra- cuando creas
que no hay dificultades. Son las peores, las que no se
ven. Ah, si, y las dudas: no les temas. Son ejercicios
sanos de la inteligencia. jYahve nos guarde de una fe
sin dudas!
-lC6mo? l,No ...?
-Cuando no hay dud as sobre las cosas grandes, es
porque se las mira por encima 0porque se ha dejado
deverlas realmente. La razon tiende a dudar, la fe per-
siste y busca. Es una lucha.
En otra ocasi6n:
-Ahora estas viviendo el tiempo de la alegria.
Empiezas a descubrir elmundo, y gozas ... l,Gozas?
-Soy feliz.
-Cuidado, Cuidado siempre con 10 facil . Pronto se
t e h a ra estrecho el camino y tu felicidad se llenara de
angustia. La angustia no es enemiga de la felicidad: la
ahonda.
Me previno de que quiza, despues de el (me dolia
que aludiera tan sin rodeos asu propia muerte), nunca
me cruzaria con alguien que compartiera nuestra fe 0
que se atreviera a reconocerlo 0de quien yo no temiera
una posible delaci6n. Quiza jamas llegaria a trabar con-
tacto con algtin rabino, y entonces necesitaria ser mi
77
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propio sacerdote. Improvisar el culto, deducir la forma
de observar mandamientos y fiestas.
-Yo no alcanzo a ensefiartelo todo. Ademas, es bue-
no que 10 descubras -volvfa a sonreir-. Parte de la aven-
tura.
Luego:
= :Cuanto va a durar esto? lEste regimen de sospe-
chas y prohibiciones? Imposible saberlo. Afios, siglos:
s610 el Sefior podria decirIo; nosotros no. Nosotros s6lo
debemos subsistir.
-;.5610 eso?
-No es poco. Se porfiado, igual que la verdad por-
ffa desde el interior de las palabras hasta que por fin
asoma -alarg6 una mano y la apret6 ami brazo-, Hijo:
y se flexible. Serfa locura ...
-No voy a hacer locuras -prometi.
-Hay que prevalecer, Francisco. Tal vez Begue un
dfa en que el martirio te parezca preferible a... la super-
vivencia. Callar, ceder, no ofrecer blanco, disimular, son
esfuerzos que agotan. Viene la impaciencia, la tenta-
ci6n del herofsmo cor to. Sobre todo con un caracter
como el tuyo.
-;.Mi caracter?
-Llevas elorgullo dentro desde nifio. Yose 10que es.-;.Lo habre heredado?
-Quiza, Pero el orgullo es primo de la soberbia y
la soberbia es el pecado supremo. Recuerda: hay que
convertir e l orgullo en dignidad, que es el iinico modo
de salvarlo. Cuando defiendas tu dignidad, hazlo por
ser un ser humano, no por ser til. ;.Entiendes?
-Si, entiendo.
-Ten presente otra cosa: nunca vas a estar solo. Nunca
nadie esta solo.
Callamos un rato.
-Nunca nadie esta solo -repiti6-. Tampoco Ellos,
78
IX
Un rostro
desde el rio
La pluma anota:
D i eg o N u i ie z d e S il va , c ir uj an o p or iu gu es , r ec on -
c il ia d o en e st a I n qu is ic i6 n en 13 d e m a rz o d e 1 6 05 ,
m ur i6 e n e l Ca ll ao , a ii o d e 1615 6 16...
. ..Diego Nunez de Silva se acostaba en su peque-
fia casa del Callao. Ninguna enfermedad precisa al co-
mienzo, ningun sfntoma que pudiera orientarme de
algun modo. Se dina que la vida se iba yendo, huy endo
de el, vaciandolo de a poco. Permaneci6 dos 0 tres se-
manas sin levantarse casi, Cuando llegaba a hacerlo,
dolfa verlo reunir fuerzas por un rato, antes de empe-
zar a moverse muy a pausa. Yentonces dolfa su andar
roto, sus ademanes fragmentados.
-l,Te ayudo?
-Espera.
Despues vino la fiebre que hacia arder su frente y
ponia un color malsano en sus mejillas. Vacilaba su voz.
-;.Perd6n? -solfa decir-.;.Me traes mas agua?
No 10dejaba Ia sed ni siquiera un instante. Sus la-
bios se agrietaban, se pegaba su carne a las mejillas y
si n cesar luchaba por liberarse de una £lema continua
que le congestionaba la garganta.
-l,Aldonsa? -un soplo.
-Sf.
-l,Ve a descansar?
-Despues.Habfa una ternura sutil en cada acto de mi madre.
Diffcilprecisar en que detalles se expresaba, 0 como,
79
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(, "
" , ' : ' . \ ;:;
pero su instinto, esa sabiduria suya de que hablara mi
padre, jera tan habil realmente! Inc1uso, recordando,
me imagino que se arreg16 para que Diego Nunez de
Silva, moribundo, entendiera (sin palabras) c6mo ella
le decfa: «Tu y yo somos los mismos». lLos mismos de
que hermoso momento del pasado que, sin embargo,
no se iba?
Una tarde los sorprendi cogidos de la mano, corn-
partiendo el silencio, Yome aprestaba a salir, cuando:
-No -dijo Aldonsa-, entra.
Y ahi estuve callado en compafiia de ellos dos,
durante no se si una 0 dos horas, sin que ninguno ne-
cesitara las palabras. De tiempo en tiempo, ella llena-
ba de agua un cazo, le a1zaba a ella cabeza suave-
mente (lfingiendo que esa ayuda era superflua?) y le
daba de beber poquito a poco, con la infinita destreza
de sus manos. Luego el volvia a tenderse:
-Gracias.
De reojo vi asomarse a Felipa (T iene m iedo) , palido
el palido rostro, las cejas indecisas. Espi6 durante unos
instantes a mi padre y en seguida escap6 presurosa, en
puntillas. Felipa, s iempre huida. Diego Nunez de Silva
alzo la vista, hizo un gesto de paz (<<Nomporta, aiin es
muy nifia») y se vo1vi6 hacia dentro. Algo despues, las
tercianas estremecieron su cuerpo con violenda.
Aldonsa:
-lQuieres algo?
El negaba, negaba, negaba, desesperadamente, ti-
ritando. Mi madre se vo1vi6 hacia mf, al hijo a punto
de ser medico:
-lQUe le pasa?
- Tercianas -dije.
-Las yeo -sin impaciencia-. lQUe es, que significa?
-No se.
Ella se dejo caer sobre elborde dellecho, como side
pronto todo (Iaropa, el aire, el cuerpo) le pesara mas alla
de sus fuerzas. Y por primera vez escuche, de sus labios,
esa pregunta terrible que habria de acompafiarme en mi
oficio, y que acabo de ofr nuevamente esta manana:
80
-[Habra esperanza?
Pareci6 asustarse de haberla hecho.
-El mismo cree que no -repuse.
Aldonsa me clavo sus ojos:
-lDesde cuando?
Yole mantuve la mirada:
-Madre, no se,
Callamos. Al rato, las tercianas amainaron y mi
padre parecio adormecerse, Aldonsa oraba mientras,
un rosario entre los dedos, bisbiseando.
§
...Ya comenzaba a amanecer cuando vino la crisis.
Despierto a medias, sin desvestirme en mi lecho, senti
ruido de pasos y la respiracion de mi padre, ahogada
por la flema. Corri a oscuras hasta el cuarto, donde me
recibi6 un olor nuevo (que tambien aprenderfa a reco-
nocer,con eltiempo). Adivin6 que yo entraba y, sin dejar
de tenerle una mana entre las suyas, me susurro:
-Llama a Isabel.
Mire a mi padre: afirmaba, habfa oido, estaba alerta.
Corti a la habitaci6n de mis hermanas.
-IsabeL
Despertaron ambas. A la luz del bland6n que ar-
df a en la pieza contigua, note que comprendfan. Sin
embargo:
-lQUe pasa?
-Ven.
Felipa::
-lY yo?
-y til -dije. '
Isabel se cubri6 con un manto, rapida, Si tuvo mie-
do, 1 0 ocultaba. Se via desoladoramente nina en su
esfuerzo por actuar como mujer. La cogf del brazo,
queriendo que me sintiera allado suyo, y la conduje
alcuarto de mis padres. Felipa venia atras, temiendo.
Isabel pregunto:
-lSe ...muere?
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Me dolio responder:
-Si.Sin ponernos de acuerdo, los dos espera.mos a
Pelipa, y cuando nos alcanzo. los tres entra~os Juntos.
Mi padre afirmo al vernos. Se le agotaba el aire, Apenas
podia articular una que otra pa1abra, que la £lema vol-
via impredsa.
-Acercate -y me miraba.Me incline sobre el camastro. Una de sus manos se
apoyo en una mfa:-Demora -se oxcuso, Yun rictus que el tal vez tra-
to de hacer sonrisa le recogio los labios.
Isabel se paro pegada a rni cuerpo, y m~y cer~a,
Felipa. Aldonsa, arrodillada en el suelo, me miraba in-
terrogante (l ,habra esperanza?) y yo no pude responder
que sf.Entonces se incorpor6 y me hizo la pregunta que
temi desde el comienzo:-lSera hora de Hamar a un sacerdote? .
Vacile, No queria poner a rni padre en una situa-cion asi, al borde de la muerte. l,Fingir solo por no-
sotros? lDeberle incluso esta ultima angustia? Por
otro lado . ..-Llamen ... 10 -tartajeo el moribundo.
Mi madre llevo aparte a Isabel para dade instruc-
ciones y rnientras regresaba hasta ellecho, Diego Nunez
de Silva alcanz6 a poner paz en su propia mirada « { N ?te inquietes, falta poco»). Aldonsa regresaba ya; lasla-
grimas cayeron por sf solas, sin que tratara de ocultar-
las. Su esposo logro contener la agitacion de su cuerpa:
-No llores -pidi6.Con la presencia palpable de 1amuerte ahf, reac
done de pronto, asombrandome a mi ~mo. Una ~ezcla
de ira y determinaci6n me hacfa rechma.r l~s .dlentes
mientras tomaba los instrumentos de rru OfIClO y me
aplicaba a practicar una sangria en el brazo i~quierdo
de mi padre. 'Irate de recordar textos, consejos: eso,s
conocirnientos de papel que habia adquirido en 1~U n i -
versidad de San Marcos (tan debiles £rente a la vida) 0
las escasas oportunidades en que me toco ayudarle a
82
el,a1doctor Diego Nunez de Silva, a curar a sus enfer-
mas del Callao. Como si divisara algun resto de espe-
ranza, me volvf hacia mi madre:
-Rapido, Panos en la frente.
Aldonsa me mir6 muy adentro: la vieja, eterna pre-
gunta revivfa sus pupilas (lira a mejorarf), y al escru-
tar mi rostro comprendi6 que apenas era cosa de ali-
viarle laagonia. Obedecio en silendo (cuanto sabfa sinsaber, la mujer sabia) y mi padre, observandonos a
ambos desde el lecho, tuvo un asomo de paz en sus
facciones (esiempre es bueno porfiar cuando la causa
esbuena»), Yoterminaba de extraerle esa opresiva £le-
ma de la garganta cuando regreso desde Ia calle Isabel,
que acarici6de paso una mejilla de Pelipa (ten calma).
-Salieron a buscarIo -anuncio alofdo de mimadre.
Y a era tarde cuando llego el sacerdote . La vida ha-
b~a terminado de irse del cuerpo de Diego Nunez de
S i lva , y 5610 a su cadaver se aplicaron los ritos de la ley
de[esucristo,
§
,..Con el tiempo, mi duda fue casi una certeza:
Aldonsadebi6 de adivinar que su marido iba a morirse
antesderecibir los auxilios religiosos que hubieran sido
para eI una ultima y la peor humillaci6n. Yohabria [u-
rado que eso significaba su pregunta (sabia). Que su
«lSerahora de Hamar a un sacerdote?» era en verdad:«lSerasuficientemente tarde?»
Nunca me atrevi a preguntarselo,En la misa de requiem habfa apenas un pufiado
depersonas: aparte de nosotros, la familia acudieron. '
C lU e D 0 seis de los pacientes de mi padre. Muchos otros
~oseatrevian a mostrarse proximos a el, al «reconci-
l i ado» cuyo contacto podia contaminarlos, a pesar de
quelapropia Iglesia decfa por el una misa de difuntos.
Elataiid, 31f, tan solo, en eI pasil lo, proximo a1altar.
Lasvelas tristes, esparciendo una luz que apenas ada-
rabaun trechoalrededor. La penumbra de la amanecida,
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,
Ii, j : .i"I;"··
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mIDdominando mas ana. El eco de la iglesia, repitiendo
los latines:
- Ad ju to r m eu s e t lib era to r m eu s e s tu .
- ... m eu s e s tu.
-Domine, ne moreris.
- . ..morer IS .«Senor, no te demores», hice eco yo tambien,
De pronto levante el rostro, que mantenia entre mis
manos, y ernpece a ver en la penumbra donde no al-
canzaban a alumbrar los cirios. Y si, alla, en un rin-
con junto a 1apuerta de la sacristfa, cref que divisaba,
asomandose (lOcuItandose?) tras la hoja entreabierta,
1a f igura de un monje en actitud de orar. Era alto, como
yo, delgado, fragil de aspecto y can el hombro derecho
alga mas bajo que el Izquierdo.
jDiego!, pense, j P or D i os !lQue impedfa que fuera? Si su padre habfa muerto,
aunque el continuara recluido en su monasterio de
Lima, lcomo no iban a permitirle venir a despedirlo?
Diego, mi hermano, solo, huido, amparandose en la
sornbra para rezar sus plegarias par mi padre. .
No se que me hizo volver la vista hacia Aldonsa.
Tambien ella , cubierta por su velo, observaba muy Hjo
aquel rincon. Perrnanecio asf un buen rato, con Ia cabeza
inmovil, sus dedos desgranando rnecanicarnente las
cuentas de un rosario. En un momenta, sin embargo,
giro hacia mf los ojos y nos encontramos. Pareci6 afir-
mar, afirmar, de modo imperceptible, y yo intuf que
para ella era un consuelo imaginar que Diego, el Wjo
debil, el mayor, es taba con nosotros en esta hora.
-Dona eis requiem . ..La misa terminaba. Aldonsa y yo dirigimos de
nuevo la vista al costado de la sacristfa: nadie. Tam-
poco acudio Diego (si era Diego) para ayudarme a tras-
Iadar el ataud al camposanto. Vinieron el sacristan y un
par de hombres mas, desconocidos. Emprendimos la
marcha, mi madre y mis hermanas caminando detras,
Isabel, la mas alta, llorando en silencio. Mi madre a1me-
dio, sus facciones inescrutables tras el velo, avanzando
84
entre ambas. Felipa, la pequefia, la fragil, apoyandose
en su brazo desesperadamente.
§
.. .siguieron dfas de desconeierto para nosotros en
elCallao. De algt1n modo, yo heredaba la clienteia de
mi padre, a quien el Santo Oficio habfa ordenado per-
manecer y ejercer a11ipara suplir la escasez de medi-
cos. 'Irate de resignarme a eso, a una practica tranqui-
la,y..;lTranquila?, me interrumpia yo mismo. En la igle-
siadonde Ibamos a misa habfan colgado el sambenito
deDiego Nunez de Silva, con su nombre. Parecfa apun-
tar hacia nosotros desde a11i,y a mi madre y mis her-
manasaquel escarnio les resultaba intolerable. Para mf
veniaa ser un desafio, pero ellas ...
Aldonsa era una figura tragica, Viuda, can hijos ya
mayores, no parecia que nada la obligara al heroismo.
Al d e antes. Al de permanecer junto al marido. Sin
embargo, aiin pugnaba por dominar el sufrimiento. La
sorprendf en varias ocasiones con la mandibula prieta,
vuelta hacia dentro, tpensando en que? Me 10 explico
una tarde en que nos virnos solos:
-Envejezco -rnurmuro sin queja.
Quise bromear:
-No es la opinion de su medico, senora.
-Francisco, hablo en serio.
Lepregunte si se sentfa cansada.
-Pero es otro cansancio -respondio, y no hizo falta
que me explicara: cansancio de recordar y revivir, can-
sanciodel otro sambenito: el que nos ponfan las mira-
dasy los silencios de la gente.
.-Yapasara -dije, tratando de creerlo,
-Hay casas que a mi edad no pasan.
Callamos. Yohubiera querido mentirle y dade ani-
mos,pem un cansancio semejante al suyo me pesaba
tambien a mil y en los dfas que siguieron se puso apre-
miante.Sin mi padre y Ia obligacion que le irnpusieron
detrabejar en el Callao, recorrer el pueblo me resultaba
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F · C " ~ . . ' :
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l
violento. 0encontrarme con personas 0 con sitios fami-
liares. Creo que a los cuatro nos sucedia 10 mismo en
distintas formas: la sensaci6n de llevar encima una car-
ga superior a nuestras fuerzas. Y una ansiedad enorme
(aunque inconsciente) por liberarnos de aquellastre.
Lo descubri sin querer, un dia en que habia ido
caminando hasta Lima, no se, por el gusto de andar 0
por el deseo instintivo de salir de nuestro ambiente es-trecho. Vague, vague, Y en un momento me vi frente a
la puerta de la Universidad de San Marcos. Entre y me
mezcle con grupOSde maestros y estudiantes, escucilan-
do con ir6nica nostalgia sus discusiones, esa pedante-
ria maravillosamente inocua. Que ganas de ser uno de
entre ellos y ala vez no ser nadie. Por un rato siquiera,
sin nombre ni apellido, ni . ..-l,No es el doctor de Silva? _pregunt6 una voz a
mis espaldas.
-iDoctor Figueroa!
Era uno de mis antiguos maestros, portugues comomi padre. Me pregunt6 que hacia. Se 10 dije. l,En el
Callao, eh? 51 , repuse: no me llenaba el gusto, pero ...
Pero si no me llenaba el gusto, el podia sugerirme una
alternativa: el cabildo de Santiago de Chile se interesaba
en contratar un medico; l.no creta yo? iYo sf creia! y enun arrebato de gozO le pregunte con quien y como y
d6nde seria necesario inscribirse, y.. .-Madre -anuncie, de vuelta en nuestra casa-, [nos
irernos a Chile!Isabel y Felipa, a coro:
-iQueee?-A chile, a Chile.Mire a rni madre: se vefa contenta. Fui dando los
detalles, el azar demiencuentro, las posibilidades que se
ofreclan en esas tierras ...Sonabamos. (Se dirfa que hubie-
ramos desprendido de nuestros cuerpos algo sucio: el
Callao con sus recuerdos amargoS. Y hacia adelante, la
perspectiva de un pais donde nadie sabrfa del sambenito
nide la historia de mi padre). l.Que les parecla?
-Estupendo -dijo Isabel.
86
-LFelipa?
-sc sf.
-LMadre?
Sonri6:
-LNo 10estas viendo? -ysu mirada t b .herman mos ra a a rrus
pas, y,yo cref que ella tambien se alegraba
ocos dfas antes de aquel en d bf .carnos Aldon 11' que e iamos embar-
, sa me amo aparte Era u AIdnueva, lc6mo decirl ? . na onsaflor de piel. Eso. Mie:;r~~~~7~ ~~luntad muy firme apermanecer detra 1 1padre, ella tendfa a
ras, a a sombra del m .d Eposa de Diego Nun E an o. ra la es-
ez. sta vez no Fuentera, libre, Ia que me an '6 . e una persona
H'. uncr con voz suave'- 1JO,no voy. .
-LAd6nde?
-A Chile.
-Pero, madre ...
-Escucha. Ya eres hombre E t' . .ocuparte de tu d h . s as en condiciones de
s os ermanas que tampo . -Esbueno que salgan de aca d . ~oson ~nas.de que explicara, a, e... -no habfa necesidad
-"Por que?
-Mira, Para empezar e si ,Yate 10h di h ' no S SIquerna hacer el viaje.e IC 0, estoy cansada Adema . .
~tes que,05o,noes imposible que tu h:~~:.~~:res,sa ga a1gun dfa del convento N db' legosolo. Es debil. . 0 e ena encontrarse
-Pero e1Callao ...
-No. Me ire a vivir a L' Y 1Mencfa G6m E· ima, a 0 convine con
ez. n su casa hay espacio tr b .no aburrirme. y a aJO... para
raro~o hubo ~o~~ de hacerla cambiar. ISabelyFelipa 110-,rogaron: mutil. Ellas, por 10 d ' 61 -
dejar atras 1C 11 emas, S 0 sonaban cone a ao, e1 sambenito, 1aniebla.
§
Francisco ign '1dado a 1abarand:~:~uanto ~aperrnanecido aquf, aco-
precano puente que cruza e1 r io
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Andalien, dejando que sus ojos floten sobre el agua,
que su memoria remonte elt iempo en ese ejercicio triste
y a la vez irresistible del recuerdo. El Callao, Lima: pare-
cen otros mundos. Y las noticias de su madre llegan es-
poradicas , de boca de algun viajero a quien Ie dio reca-
do: siempre estaba bien, siempre contenta, siempre en-
cargandoles que no se preocuparan.
-Bueno -ex clam a, y parpadea.
Le gustaria saber que hora eSt 0 que estaran ha-
ciendo en casa su mujer, su hija. Le cuesta desprender-
se de este sitio, aunque ha empezado a hacer frio.
-Es hora de volver -se dice.
-LAI mundo? -se replicara el mismo,
-Ah, sf: existe.
88
x
Los grillos
en la carne
La pluma anota:
···fue m anda do pren der co n se cu esiro de bie nes, en
1 2 d e d ic ie mb re d e 1626 a f ios . . .
En medio de su suefio, Francisco escucha golpes.
Cree sofiarlos al principio, y por instinto trata de de-
fenderse de volver a Ia realidad. Siente la lluvia que
empez6 a caer ya a la puesta del sol. Lluvia, lluvia y de
pronto, una vez mas, los golpes l,recios ahora? Terminan
de despabilarlo, y al sentarse en ellecho oye a Isabel
murmurar, adormilada:
-l,Que es?
-No te preocupes: llaman.
-l,Quien?
-Querran que atienda a algun enfermo. Voy aver.
Mientras se echa una manta en los hombres, re-
cuerda al viejo aquel que agonizaba esta manana y que
al atardecer, cuando 10 visit6 de nuevo, seguia igual. (lSe
h ab ra a gra va do ? l S er a solo eso], llega a pensar con espe-
ranza). Antes de volver a dormirse, Isabel protesta:
-jLlueve tan fuerte!
-Si -dice ell s intiendo alivio en su interior.
Se incorpora, coge su ropa de una silla y va a ves-
tirse, atin a oscuras, en la otra habitacion, Los goIpes se
repiten ah f fuera y parece que una voz se mezclara al
caer persistente de la lluvia. AI ofrlos tan cerca, Fran-
cisco experimenta el calor del miedo aca en su vientre:
l Y en dr dn , u en drd n? L A ca so s er dn E lia s? No es que 10 crea
todavia: es la rutina, ese habito de temer que 10
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acompafia. Se repite: N o , n o; m e n ec es ita e l p ob re v ie jo . A
l o mej or l af iema .. .Ybusca a tientas un bland6n y peder-
nal y yesca, y enciende una luz con la que avanza hasta
la puerta de calle. Mientras alza un extremo de la tran-
ca, trata de ofr, Ni voz, ni movimiento, nada. 5 6 1 0 le
llega el tamboreo del agua que suena inagotable; del
viento, que parece respirar sobre la tierra. Deja eIblan-
d6n en el suelo, a su espaIda, para evitar que el aire se10 apague, y abre.
Hay tres, cuatro hombres afuera. Le cuesta dis tin-
guirlos aunque traen linterna, porque la han puesto de
modo que 10 alumbre a el,
-Buenas noches -saluda,
-loEl doctor Francisco Maldonado de Silva?
-Yo soy -responde, y trata de aferrarse al que haya
dicho «doctor». Los ha empapado el agua. Sus capas
negras briIlan y gotean sabre los charcos de la calle.
-loAlgun enferrno? -pregunta.
-Soy eI maestre de campo Francisco de Avendano-y mostrando a uno de los que 1 0 acompafian-: El es
Juan Minaya, teniente de receptor del Santo Oficio,
Minaya se adelanta:
-Diga su nombre -1 0 conrnina.
Perplejo (ellos rnismos acaban de decirlo):
-Bachiller Francisco Maldonado de Silva, cirujano
-replica.
Como siaquello fuera una orden, dos de los hombres
que acompafian almaestre de campo seadelantan, y cada
uno 10 aferra por un braze, En ese instante, Francisco tie-
ne conciencia de que Ie tiemblan las piernas y sus labios
estan tenses. Su pulso se acelera. Cuando habIa, sin em-
bargo, Iogra vencerse:
-No voy a huir, senores.
-Ah, no -corta Avendano con un dejo de ironia
marciaI-. De eso estamos dertos.
Tercia Minaya:
-En nombre del Santo Oficio de la Inquisici6n, dese
preso.
90
Ha suced ido , piensa Francisco: su fuga ya termina.
Se1 0 repite en su interior, por ver de convencerse. Luego
musita:-Entiendo, Ire a buscar mi capa y...
-No le esta perrnitido, en adelante, apartarse de
sus corchetes -advierte el maestre de campo.
Francisco aprieta la mandibula:
-No tardare- insiste.Minaya yAvendafio semiran, cada cual esperan??
que el otro resuelva. A Francisco le asombra la facili-
dad con que Iogra separarse de sus custodios , que nada
hacen por retenerlo. Se dirige al interi?r de la casa (v~-
cfa,igual que en su vieja pesadilla), evitando hacer rui-
do. Toma su capa, se calza un par de botas y ~uando va
a matar la luz del bland6n ve asomarse a Minaya. 50-
pla la llama, sale yordena (ordena):
-Vamos,-Vamos -Ie hace eco el maestre de campo, tratando
de salvar su autoridad.Ahara ninguno de Ellos pretende sujetarlo: Fran-
cisco camina libre cruzando en diagonal1a plaza, y la
tropilla forma una especie de escolta tras e L Sus piesresuenan en los charcos y el clap clap de las botas se
funde con el parejo caer del agua. Llueve tenazmente.
Muy pronto, el nota que se empapa, y no le importa.
Alza la frente (una racha de viento da de lleno en su
rostro) Y r sin volverse:
- loAd6nde vamos? -pregunta.
-AI convento de Santo Domingo.
Este nombre 1 0 sorprende y a la vez le da esperan-za. Fray Diego de Uruefta es amigo suyo y bien podrfa
ser que .. .S igue caminando unos pasos; luego se para,
brusco.-Perd6n, desearia avisar a mimujer.
_Ya 1 0 sabra -replica el maestre de campo.
-Solo para tranquilizarla un ...
Minaya:
-No le esta permitido.
-Bastara con ... lonocomprenden?
..~
:- lt
.~
91
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(" ' . , 'Ii
-Andando.Sujeta con esfuerzo la ira: debe cuidarse. Una im-
prudencia podrfa complicar las cosas. Quiza ~ea que
quieren saber algo en relaci6n con el proceso a su pa-dre y a su hermano, alla en Lima. Si, desea pensar ...
Andando. Sus movimientos tienen la torpeza
envarada del temor: a cada instante hunde los pies en
una poza 0 resbala sobre ellodo. Pugna desesperada-mente por recobrar la sensaci6n de su propia dignidad
ante esta gente. Trata de dominar sus propios miem-
bros y avanzar con aplomo. No es tan facil ser digno
cuando se quiere C~.c6modecia su padre?) prevalecer.
-Por aca -y tuercen en direcci6n a la entrada pos-
terior del convento.
El agua Ie rebalsa el ala del sombrero y salpica sus
hombres, y hasta alcanza a azotarle la cara cuando una
rafaga de viento sopia desde la bahfa. Siente las gotas
deslizarse a 10 largo de su piel, e imagina sus facciones
y su cuello mojados, como si la humillaci6n que ha desufrir tuviera que tocar tambien a esos detalles. Ah, no.Con ademan de furia, Francisco se enjuga el rostro, y
1 0 levanta en desaffo. Esto provoca un sobresalto entre
los hombres de la escolta, y por primera vez Francisco
sonde en su interior t P er don , l lo s h e a s us ta do? ) .
Llueve, llueve, llueve.
§
Cuando por fin llegan al convento de Santo Do-
mingo, una figura humana los aguarda con el postigoentreabierto y otra linterna en su rnano. Es un lego. Al
verlos abre de lleno y el grupo entra. Caen goteras a
10 largo del altar, y algunas des de el techo. Un halito
de humedad malsana impregna el aire, Marciales de
pronto, los dos soldados flanquean al prisionero, como
si aquf, encerrado entre estos paredones de adobe, tu-
viera mayor posibilidad de escapar que afuera, en
media de la oscuridad.
92
-i.,Y fray Martin? -inquiere el maestre de campo.
-Vendra en seguida -responde ellego-. Par aquf.
Yse adentran, siguiendolo, por un corredor que am-
bas linternas iluminan a manotazos, cad a vez que las
menea una rafaga de viento al cruzar frente a un vano.
Los pasos de lacomitiva resuenan de un modo casi c6mico,
alchapalear los pies en el agua que penetr6 hasta elinte-
rior de las botas, Capas, cascos, sombrero, contimian go-teando sobre el suelo de tierra apisonada, Dejan en el un
breve rastro de humedad, que se ahoga tras la sombra a
medida que los seis avanzan, y la luz can enos.
Atraviesan el patio, desembocan en el corredor y
ya estan junto a una celda cuya puerta entreabre ellego.
-Adentro -ordena el maestre de campo
Innecesariamente, uno de los corchetes 10 . empuja
confuerza y Francisco, que ya entraba, trastabilla yanda
a punto de caer. Lo siguen Avendano y Minaya, alum-
brados por ellego. Una sensaci6n de irrealidad vuelve
a envolver a Francisco, i.,Suena? i.,Sucede? i. ,No ira a ...?El eco de rasos 10 interrumpe: vienen par el corredor,
al parecer sin prisa. Se aproximan. Cruje la puerta y
aparece el prior del convento, fray Martin de
Salvatierra. Se conocen. Francisco va a saludarlo pero
el otro no aparenta haberlo visto. Llega junto a la lin-
terna, que ellego levanta un poco, extrae un documento
deentre las anchas mangas de su veste, y pregunta:
-i .,EIdoctor Francisco Maldonado de Silva?
Paciente:
-51, fray Martin.
-Jura por Dios omnipotente, Padre, Hijo y Espiri-tu Santo ...?
-Perd6n -dice Francisco.
El prior levanta la cabeza y por primera vez 10 mira.
- G s a-No puedo jurar en esa forma. Serfa un juramento
en falso.
-lQue dice?
-Yocreo en un solo Dios, elSenor de Israel, de quien
me reconozco indigno siervo.
93
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Pausa. Una sequedad nueva vibra en la voz de fray
Martin:
-Diga su nombre.
-Francisco Maldonado de Silva.
-LDe ofieio?
-Cirujano,
Lento, lento, el interrogatorio sigue. Al fin, cuando
Ie ha dado al fraile todos los datos que el fraile ya sa-
bia, al ver que se disponia a dejarlo, Francisco pregun-
ta a su vez:
- LPuedo saber que cargos se me han hecho y quien
los hace?
Fray Martin de Salvatierra enrolla meticulosamente
el pliego que abri6 al comenzar. No dice una palabra.
Francisco insiste:
-LCUiHes la acusaci6n?
-Lo sabra en su momento -responde elprior, y hace
una sefia a Juan Minaya y a Francisco de Avendano y
los tres salen.
Afuera llueve. El tiempo pasa. Respira el viento,
ahi, en la sombra.
La pluma anota:
...y e n v ir tu d d el m an damie nio q ue pa ra e lI os s e d e s-
p ac h6 , f u e p re so e n I a c iu da d d e C o nc ep ci6 n d e C h i-
l e, e n 29 de ab ri l d e 1627 aiios, y p ue sto e n u na c eld a
d el c on ve nto d e S an to D omi ng o ...
94
XI
Isabel
Maldonado
Lapluma anota:
...fu e te stific ad o a nte el c om is ario d e la ciu da d d e
S an tia go d e C h ile , e n 8 de julio d e 1626 ar ias , par
dor ia I s abe l Ma l donado , d e c ua re nt a a ri as , h e rmana
del reo.. .
...Imagino a Isabel Maldonado con el mismo ros-
tro sin colores que en mi pesadilla: caminando por las
calles de Santiago, deteniendose insegura a cad a paso,
lpara reflexionar por un momento en aquello que iba a
hacer? Quiero creer que vacilaba porque hubieran ger-
minado dentro de ella (como semilla de varon) las pa-
labras que deje en su oido ese dia (lcuanto hara, un
aiioy medio?), cuando me fue imposible contenerme, y
me acerque a mi hermana rebalsando de alegria y es-
peranza y miedo (las tres juntas, las tres una), y rompf
a h ablarle igual que a veces rompe el delo a Hover: a
borbotones, en un parto glorioso de todo 10 que se me
venia acumulando con el tiempo.
Imagino c6mo fue. Se detendria a cada paso. LA
preguntarse si habrian de enjuiciarla tambien a ella,
aunque se adelantara a denundarme? Debieron resonar
en su interior los nombres de Diego Nunez de Silva,
nuestro padre, y de Diego, nuestro hermano.
Isabel Maldonado no podia ignorar la historia , por
mucho que tratara (tambien Felipa) de hacer que no
existi6.Pare cia huir del menor rastro del proceso, en el
tiempo del Callao. Las delataban, sobre todo a Isabel,
esa cortesia formal, que era distanda, frente a nuestro
95
..
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~.
padre; 0su forma de nunca preguntar que fue de Diego,
o donde estaba. Jamas se preocupo por el, Ynunca vefa,
a1parecer, e1sambenito que presidia a nuestra familia,
eolgado alli, ineludible. Isabel Maldonado callaba con
la porfia con que callan tinicamente los que saben.
Ahora al imaginarrnela en camino, pienso que sf,
t iene que haber estado a1tanto del proceso que sufrieron
ambos Diegos. Y acaso recordara que iruitil result6 el
intento de su hermano mayor, de protegerse delatando
alpadre. Tal vez por eso la supongo vacilante y a punto
de regresar sobre sus pasos. Tal vez asf 1 0 hiciera en
una 0mas ocasiones.
Pero siguio.
Irfa esquivando los pedruscos y la acequia que
hiende como un tajo la calzada. Que ganas de detenerla,
decirle: «Espera, Isabel; yo soy un hombre bueno. Dame
la oportunidad de explicarte ...» Absurdo. Y puede quer
de hecho, no dudara y tan solo se detuviese a preparar
las frases y (sobre todo) las respuestas a las mil pre-
guntas que le harlan (lPor que aguardo tanto tiempoi,
lque otros vfnculos la unen con e1reo?, leomo permiti6que el dijera esas blasfemias?).
En algtin momenta echarfa a correr, para evitar
arrepentirse, y llegaria jadeando a buscar al comisario
del Santo Oficio.
§
...Me esfuerzo por reeonstruir esa otra escena, la
que vivimos haee alrededor de un afio y medio en los
bafios a seis leguas de Santiago. .
Mi hermana y yo paseabamos bajo los arboles. Ha-
bia comenzado a oscurecer, y la penumbra nos aproxi-
rnaba de algtin modo. Yo olfa, respiraba el olor de San
Miguel: serfa el aroma de las hojas en diciembre, 0el tacto
de la brisa en la piel de mi cara, 0 la memoria de una
intimidad tan inoeente como esta, entre ella y yo. Senti
que bastaria con cerrar los ojos para percibirnos a ambos
como los nifios que fuimos en la epoca de nuestra paz.
96
A ella ha de haberle ocurrido algo sernejante: 10
notaba en su voz y en su actitud.
-Francisco -dijo de pronto.
-Di
-Debo darte las gracias.
-lDebes?
-Quiero,
-Eso ya esta menos mal, pero sigue siendo absurdo.-No, Vivo de 10 que illme das, que no te sobra. Y
ahora, esta oportunidad de reposar aquf, donde se esta
tan bien. Si supieras ...
-Isabel, lno ida a venir solo?
Con un eco de las porfias de nuestra infancia:
-Eso -ri6--, itodavfa querras pasar por egoista!
-Chiquilla, deja.
Sevolvi6 hacia rnf:
-Pero me entiendes.
-Yo siempre te entiendo.
Callamos juntos, y fue como si el tiempo no hu-biera corrido, y esto era San Miguel (el de antes del
proceso), y no existia nada mas (nada de 1 0 que ocu-
r ri o despues) , y una corriente tina volvia a unirnos. lSe-ria asi?
Continuamos un trecho y ella se detuvo, giro enredondo.
-Espera -exclame.
Mirandome:
-lQUe sucede?
Quise hablar: no podia: se me iban las palabras.
-Francisco- y en su tono empezaba a resonar elmiedo,
-Hermana ... -vacile unos momentos y estalle en
seguida-: he vivido tan solo este ultimo tiempo.
-lSoio? -se sorprendio.
A c la r o :
-Desde que me case con Isabel, me acompafia de
un modo muy profundo. Nunca podrfa contarte .. .
-Ni hace falta: los yeo.
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I
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Hubiera querido abrazarla. Sf,me repetfa: los her-
manos de entonces. Como Isabel, mi mujer, esta otra
Isabel me adivinaba. Ysabia respetar rni afan de guardar
la intirnidad. Isabel Maldonado. Senti ahora que me
cogia de un brazo:
-Francisco, lque ocurre?
La estreche contra mi.
-Algo muy grande.
-lMalo? -y una vez mas el miedo apuntaba en el
tono de su voz.
-jC6mo saber! -protesto.
Su cuerpo me dio la impresi6n de recogerse. La
adivine tratando de escabullir el dialogo, 10 mismo
que en los dfas del Callao. La mano que ~a~ia puest~
sobre mf comenzo a retirarse en un movirniento cast
furtivo. Sus labios murmuraron en un soplo:
-lQuiza sea cosa de esperar? Puede que eltiempo ...
-jNo! -corte-, Ytu, lde que hablas? EI tiempoesta
aplastandome. Precisamente el tiempo me hace dafio.
Dejar que pase vendria a ser... -busco, tanteo, el modo
de expresarlo- ... Seria igual que morir.
Con algo que no se si es angustia, esperanza 0 ali-
vio, Isabel pregunt6:
-lEstas enfermo?
Volvf a sentir su mano, mas suave.
-Ah -suspire-, si fuera eso tan s6lo.
Callamos. Mi hermana sabia que iba a resultarle
imposible huir de 10 que en seguida habra de s~c:der.
Aguard6. Yohubiera jurado que temblaba. Aspire con
fuerza la brisa del atardecer.
-Necesito que me ayudes.
-lAyuda?
-De ti depende ... No se... Que viva realmente.
-Francisco -murmur6, quiza por convencerse de
que eramos reales. .
-A mi mujer no debo exponerla ... Debo evitar que
Isabel sepa... ,
Y ahara, sabiendo, Isabel Maldonado murmuro
a pesar suyo:
98
-LQue es eso que te aflige tanto, y en que podriaayudarte yo?
Atropelladamente le recorde (como si le contara)
el drama de nuestro padre, le habl€ de que fue fiel en
suinterior a laley de Moises (note un sobresalto en mi
hermana), sf,hasta elfin, y antes de morir en ella me la
transrniti6 hasta donde era factible a escondidas y sin
tiempa (tambien en eso, el tiempo), y yo segui inda-gando porque a medida que avanzaba descubria una
luz nueva y muy clara, un llamado de la raz6n y de la
sangre y de la fe,y esto era angustia, Isabel, jpero que
modo de valer la penal
-Pertenecemos a una fracci6n de humanidad que...
-jPor Diosl -girni6.
-Aguarda.
Mi hermana sollozaba:
-No digas una ...
-No puedo no decirlo, lentiendes? Serfa 10 mismo
que haber muerto.Pared6 que iba tragandola la tierra: de tal modo se
encogia en sfmisma.
-Frandsco, tu muerte esta en 10 que haces.
-lEn ser judfo?
-Calla.
-Pero si soy. Sisomos.
Isabel Maldonado era un bulto climinuto entre mis
brazos. Hacienda un gran esfuerzo, aunque yo no la
retuve, consigui6 desprenderse demi, y en una som-
bra de su propia voz me reproch6 ahara:
-C6mo te atreves a hablarrne de estas casas, siendohermanos.
-Por eso me atrevo: porque tiiy yo debemos rescataranuestro padre. Que no sea imitil todo 10 que el sufri6
para ...
Una chispa de ira la encendi6 al dedr:
-Nuestro padre delat6 a Alvaro Nunez. YDiego 10
delat6 a €I .
-jSabias! -rnurmure.
-POl' Dios, quien no.
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-Los forz6 el miedo.
Yla palabra miedo apag6 en ella 10 demas. La chis-
pa de ira, que no era sino la irritacion de verse arrinco-
nar, se hizo aire.
-Francisco, pOl' 10 que mas quieras: til sabes que el
SantoOficio persigue a los judfos y los quema y les
quita sus bienes. Recuerda a tu mujer, a Felipa, a mi. EI
demonio te engafia para perdernos.-lEI demonio? lAmf, el demonio?
AIescucharme elnornbre, mi hermana se estremed6
en unterrible escalofrio, igual que si con nombrarlo yo
acabara de invocar a Satanas,
-Siempre fuis te orgulloso -arguy6, quiza por con-
vencerse-. El orgullo te arrastra una vez mas.
-lOrgulIo? Hermana, si supieras con que humildad
me acerco a nuestro Dios, 10 nadie que me siento. [Pero
si ocurre exactamente 10 contrario! He leido la Biblia y.. .
Con voz de catecismo responde:
-El evangelio esparte de la Biblia. Suleyes laleyjusta.
Me apasione:
-lNo entiendes que can eso que Haman la ley de
[esucristo ...? lQUe ley? lLa de la espada? lLa de las
carceles secretas?
-Francisco ...
-lNoyes la sangre que derraman par todas partes?
lEsa es la ley justa? lNo yes como obran a escondidas,
c6mo encarcelan y oprimen y torturan? lNo yes el mal
que Enos hacen bautizandolo de bien? Estan contra la
vida. La cercan,la encierran,la ahogan. Esa unidad mal-
dita que tratan de importer; lque es? La muerte de la
vida, 0un vivir en el vientre de la muerte. Ese orden y
esa tranquilidad de la apariencia que construyen ...
-jFrancisco!
-Pretenden que callemos, obedezcamos, no pensemos.
Igua1 podrian pretender que los arboles crecieran hasta
el fonda de la tierra , y decretarlo.
-Francisco, ten piedad.
-Tu tenla.
-lYo, de que modo?
10 0
-No me dejes solo.
Ella pens6 un instante, con la respiraci6n muy
agitada.-No, claro. Solo no. Debes reflexionar. Recapacita.
-Reflexionar es 1 0 que hago, hermana. Dfa y no-
che.LIego a temer volverme loco de tanto que day vuel-
tas a las ideas. Recapacita, me pides.
-Sf, sf-casi con esperanza.- Y cuanto debere recapacitar para entender que
Dios unico sea mas de uno. La Biblia hab1a de un solo
Dios, y Ellos nos exigen aceptar que uno es tres. La Bi-
blia nos prohfbe adorar imageries, y las iglesias se
pueblan de Idolos de palo.
-iVirgen santa!
-lLa Virgen? lTe pare ...?
Quiso acallarrne. Insistf le recorde pasajes de los li-
bros sacros. A cada frase, Isabel Maldonado se estreme-
cia como si yo la azotara can ellas, Hasta que en algun
momento, pareci6 recobrar la conciencia de sl, miro aambos lades, a su espalda, y evitando qu~ sus ojos se
cruzaran can los mfos, empez6 a caminar de regreso a
los banos. Yo1asegui. Habfa oscurecido, y mientras mi
hermana avanzaba en medio de la sombra (y a ratos tro-
pezaba en su fuga, 0 se enredaba la fopa en los a.rbus-
tos), mientras hufa de mf como huiria del demonic, yo
continuaba apelando ala savia que corre par nosotros y
de la cual me hab16 mi padre:
-Nos dieron la palabra, No la perdamos, porque
serfa un crimen. Nos eligieron, hermana, somas el Pue-
blo Elegido para sufrir, para ...En vano, Ahora corri6 a guarecerse, y se meti6 en
su cuarto y echo el cerrojo, y en mis oidos quedaron
resonando esos sollozos que 1asacudfan parejamente
desde que empez6 nuestro dialogo. Llanto de nina sin
consuelo: la realidad le habfa dado a1cance y lloraba,lloraba, porque no habra otra forma para ella de
encararla.
10 1
!
<,
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, '~
§
.. .Ignoro cuanto permaned observando aquell~
puerta que cerr6 mi hermana. La puert~ ~ue 'para rru
cerr6. Afuera estaba la noche, que pareCla mVltarme a
entrar en ella. El aire fresco a pesar de ser verano, un
atisbo de luna arriba: la imagen de una paz que volvia
a resultarme ajena. / . .Salf, me eche a andar sin destino. Segula el instinte
de mis pies, y vague interminablemente por el.camp?
Mi mente estaba confusa. Me reproche haber Sl~O mas
vehemente y menos persuasivo de 10 que hacia £alta.
La asuste con mi calor al expresarme. Debf tene~ pa-
ciencia y no entregarme ala pasi6n ni...lMe habra en-
tendido mal?Muy en el fondo, confiaba en el poder de la pala-
bra que es semilla. «Suele brotar donde _menos se la
espera», le habia ofdo ami padre.jf'or q~e no habfa de
ocurrir asi, entre Isabel Maldonado y yo. .La vi rehuirme al diasiguiente. Evitaba a la
desesperada que nos encontrasemos solos. ~ la sor-
prendi un par de veces espiandome de reo]? com~
a un endemoniado. Ya no era San Miguel, ru ella ru
yo eramos dos nifios. Al reves, por su rostro pasaba
ahora la sombra de palidez y de derrot~ que
ensombreda a nuestro hermano Diego. Pense: S ,e le
asemeia- E sa d eb ilid ad , ese aire frtigil... (lNada mas?,
me pregunto esta noche, en mi celda del convento
de Santo Domingo).
§
...Una tarde, todavia en Santiago, mi hermana me .
deslizo un papel por debajo de la puerta. Recono-
ciendo su escritura, alcance a tener la esperanza de
que mi palabra. despues de todo, hubiese dado fruto
y que Isabel Maldonado me invitase a ... Fue 1. 0 con-
trario: me pedia que abandonara esta demenCla, que
por el amor de Dios olvidara aquello de que le hable .
10 2
(no s: atre~a.a n?mbrarlo) y que nunca insistiera en per-
suadrrla, illsiquiera mencionar el asunto .
Cog! ami vez Ia pluma y conteste. Era un tumulto
el que salta envuelto en mi letra diminuta. Querfa po-
ner eIcorazon en esa carta. La relef varias veces, y cada
una rompf el pliego y despues, vuelta a empezar, hasta
que al fin, sin saber si esta ultima version era mejor 0
mas clara que el resto, la doble en cuatro partes y Iue-go, can una agitacion intensa, como un enamorado, la
detuve en el pasil lo y se la entregue can mano tremula.
- Toma. Leelo, piensalo yme contestas.
-Prancisco ...
-Lee, Yahablaremos de nuevo.
-Francisco ...
.. La interrumpi con vehemencia y no se que cosas Ie
dlJ~atropelladamente. Era una desesperad6n, un en-
tusiasmo, un tener el alma entera en carne viva. Isabel
Maldonado pretendia acallarme, y al ver que no 10 con-
seg~a, termin6 huyendo por el pasadizo que daba a lacocma, Yya no volveriamos a encontrarnos, nillegaria
yo a saber que ocurrio con mi carta, y en un comienzo
el~edo me fue apretando su nudo corredizo (lno imi-
tarfa eIl .aanuestro hermano Diego?), hasta que el tiem-
po (el tiempo) convirti6 aquel temor en rutina. Y des-
cubrf que sf: tambien existe una rutina del miedo (y ahf
estan su horror y su peligro),
§
...La Isabel Maldonado que imagine continuo ensu trayecto por las calles de Santiago, hasta llegar a la
puerta del comisario del Santo Oficio. Llama y Ie abrieron
y le:scuchc:ron unas frases incoherentes. l.Como? lQue
decfala senora? Ella se habra recogido sabre sf, habra
~echo un e?£Uerzo por dominar su nerviosismo, y alfinconseguina darse a entender.
-l.Una denunda? SCespere.
Y al cabo de quiza cuanto rato, ahf estaria Isabel
Maldonado de pie ante el cornisario, can un escribano
103 " '~
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muy cerca,. tomando nota de las palabras que deda.
Transformando su voz en el rasgueo de la pluma, su
relato en un texto sin calor nipulso. GCuanto rato per-
manecerian asf la mujer habla, la pluma anota, la
mujer habla, la pluma anota?
La pluma anota:
j ue te stif ic ad o a nt e e i c om is ar io d e l a c iu da d d e S an -
tia go d e C h ile , e n 8 d e j ulio d e 1626 ai ioe , pOl 'dona
I sabe lMaldonado , de cuarenta a ii o», he rman a de l reo ,
d e q ue e si an do o ch o m es es h ab ia e n u no s b an os , s eis
leg ua s d e la d ich a ciu da d d e S an tia go , ca n el reo eu
h erm an o, solo s, le d ijo el reo q ue en ella estab a su
vida a s u muer ie , y d ic ie nd ole la te stig o a l r eo q ue
q ue ten ia e n q ue le p ud iese ser vir q ue ta nto le a fli-
g ia , l a d i jo e l r eo q ue l a h a cia s ab er q ue e z erajudi? yg ua rd ab a la le y d e M o ise s; y r ep li cando i a t es tl go
q ue co mo , sien do su h erm an o, d ec fa u na c osa co mo
a qu el la t an m ala , p ue s s ab ra q u e a lo s j ud io s lo s q ue -
m ab a el S an to O ficio y l es q u ii aba s us h a ci endas , y
q ue le en ga na ba e n 1 0 q ue d ec ia e l d em on io , p or qu e
la le y q ue g ua rd ab an lo s c ri stia no s e ra la l ey j us ta ,
buena y d e g ra cia ; re sp on dio e l reo q ue lo s q ue d e-
d an q ue e ra n c ri stia no s s e ib an a l in fie rn o y q ue n o
h abra na da m as q ue u n so lo D ios a q uien debia n el
s er q ue ie ni an y a q ui en d eb ia n a do ra r p or qu e a do -
r ar imdgenes e ra i do la ir ar y q ue D i os h ab ia m an da -
d o a ntig uame nte q ue 11 0 ador as en i nu ig en es d e pa lo ,
p orq ue e ra id ola iria y el d ecir q ue la V irg en h ab ra
p arid o a N uestr o S efio r er a m en tira , p orq ue n o era
sin o u na m uj er q ue es ta ba ca n u n viej o y jue pa r ah {
y se empre fio y 11 0 e ra o i rgen: t odo 1 0 s us od ic ho s e 1 0
d ijo e i r eo a la testig o su h erm an a p ara q ue [ ues e d e
eu op in ion y parecer; y que d es pu es d e h ahe rs e uu el -
to d e lo s b an os a la ciu da d, p osa nd o d on a I sa bel ca n
s u h erma no ... U n d ia le p u so u n p ap el e n e i a p os en to
del reo, en q ue le decia la d uh a do na Isab el q ue p ar
amor de D ios q ue se apartase de aquellos maloe
104
pensamientos y q ue p or n in gu n ca so h ab ra d e c ree r
1 0 que l a d ec ia , y que habi endo letdo e l papel e l reo,
u n d ia Ia d io o tro a la d ich a su h erm an a, d icien do le
que v ie se 1 0 que d ec ia y I e d ie se l a r es pu es ia d en ir o
d e t re s d ia s y q ue I a d ic ha te st ig o tome e l d ic ho p ap el
p ar n o d isg us ia r a l r eo s u d ic ho h erm an o q ue la su s-
teniaba y daba 1 0 que habra menes te r y s in l ee rl o 1 0
ouemo.
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SEGUNDA PARTE
Prision
r
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1 \' 1 :1:, .II
r 'il " . '"I
I I
Fray Diego
de Urueiia
La pluma anota:
E I p ad re ma es tr o Fray D i eg o d e U r ue ii a, r el ig io so
d el o rd en d e S an to D om in go , d e c ua re nt a y cuatroa iio s... e sta nd o p re so e l re o e n u na c eld a d el d ic ho
c on ve nto , e ntr e o tr o di a despues de su prision a
consolal le en el t ra ba jo e n q u e s e h a ll ab a .. .
EI reo oye rumor de pasos (Lde veras seran
pasos?) por ellado opuesto de la puerta. Luego un eco
metalico de Haves (Lllaves?) y, al cabo de algun rato, el
hurgar de una Have (sf), ya dentro de la cerradura.
Desde fuera alzan la tranca; la puerta cruje,
comenzando a abrirse. Trata el de incorporarse del poyo
que hace las veces de lecho en su celda: como duele
este cuerpo pesado de frio y engril lado.
Ahora entran dos guardias, con cas cos y armas y
rostros de aspecto impersonal. El prirnero trae una es-
cudilla que ofrece asperamente al reo y el segundo
vigila ; ambos atentos , a la defensiva. Desde su orgullo
(tdignidad?) quisiera el reo preguntar a que vienen tan-
tas precauciones, si casi es incapaz de moverse entre
los hierros, la fatiga, el miedo. No 10 dice.
- Tenga -y Ie acerca la escudilla.
Resiste el reo otra tentacion: la de pedirles que 10
ayuden. Apretados los dientes para mascar su dolor,
logra erguirse con esfuerzo: experimenta una satisfac-
ci6nmezquina al comprobar que es mas alto que ambos
soldados. Los observa hacia abajo (Lnotaran?) y , mientras
lehuyen la vista jcomo si fuesen ellos quienes tuviesen
10 9
. :,;
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algo que temer!, va alargando las man?s unidas por
los grillos. Manda a sus dedos que no tiemblen al co-
ger el taz6n. . .-Gracias -condesciende al reclbulo.Sin responder (l,como, sino les dieron ins~~dones?),
los guardias salen, con una especie d~ corrllruento q.ue
intentan redimir asumiendo una actitud de mecaroca
hostilidad. Vuelve a callar el reo unas preguntas: LY d.eque se averguenzan, 0 de que huyen? l,eual es el pn-
sionero aqui? . .Ya a solas, bebe la leche caliente con frulcI6~. Lo
anima. Se da cuenta de que estaba embotado, con~Clente .
a medias nada mas, por efedo del frfo y del sueno, por
la mordedura sorda de los grilletes en su carne. La lu-
cidez llega casi con la £uerza de un golpe sobre el ros-
tro; no enemistoso: un golpe l,a£able? .. Se escuchan risas en la calle, y una voz de mujer,
sonora y clara, grita:
-jEh, tu! l.Que diablos haces? .' .Otra voz, de hombre, replica des de lejos (unposl?le
captar 1 0 que dice) y la mujer de de nue~o. Y algUlen
canta una tonada por ahf y por ana una SIerra muerde
ritmicamente la madera. El mundo existe .E l m undo existe y yo estoy solo, piensa el reo. Mas
solo porque exis te , porque los de mas co~en Y beb~n y
hacen bromas y trabajan, 1 0 mismo que S1nada hubiera
sucedido hace unas horas. Por Dios, un ser h~~o
acaba de perder su libertad, pero ni un gaUo slqUlera
dejara de cacarear a esta manana. Muy pronto .empe-
zara a esparcirse por el aire el olor del pan r.eClen.he-cho y el humo de los homos comenzara a subir hada 1 0
alt; mintiendo que hay paz. Mintiendo, el humo,
,El reo recorre con la vista los hiimedos muros de su
ce1da ( .~:su?)y husmea en torno, igual que un perro .en
busca de salida. Luego, a traves delventanuco,perClbe
el cielo de un azul intenso, con nubes que se mueven
hacia el' sur, y entre allas, sf, profundo como un po~o, se
abre un boqueron tan hondo, que alcontempl.arlo siente
vertigo al reyes y un vago miedo de caer hacia 10 alto.
110
Ah, si pudiera caminar hasta 1aboca del Bfo Bio . ..
No, se enmienda: si pudiera regresar junto a Isabel,
su mujer. Se escurre par dentro de sus miembros
e.nvarados un ansi a suave de la presencia de ella, de la
hsura de s~ piel, el r ace apenas de su pelo, la mirada y la
voz tranquil as de 1aesposa, que ahoraimagina presente,
preguntandole: le oma e std s? 0; l Te duel e? (DecirIe: S f,
par desahogarse, y en seguida, apresuradamente: No
mucho, para evitar que se preocupe).
Suefia can vividez la mana de Isabel, su tacto fresco
( Aq u~ l aqu { t e duel e? ) sobre esta carne suya que atenazan
los gril letesi y eldolor ya parece que no existe, jse leval, y
aunque el toque de ella es casto, una ola de arnor inunda
alhombre; una necesidad gozosa angustiosa de apoyar
surostro sobre elpecho femenino, y, solo aquf en elaspero
desamparo de esta celda, es a la vez nifio y varon, y las
yemas de sus dedos desearian ...
§
?Pasos? lSon pasos nueva mente? El reo aguza los
sentidos: sf, algo resuena ahf fuera. Una voz susurra
(lO no oyo bien?). Escucha, atento, y cree discernir, en
tono de murmullo:
-Aca,
Una Have vuelve a introducirse en la cerradura, la
puerta cruje (igual) y un soldado penetra, apegandose
al muro, el arma pronta, la mirada alerta, can esa in-
comprensible cobardia marcial. Es obvio que sus ojos
reh~yen los del reo. Cierto de que no hay peligro, gira
alfin la cabeza hacia e1pasil lo e invita:
-Pase usted,
Fray Diego de Uruefia da 1aimpresion de deslizarse
alinterior, s in que sus pies ni sus ropajes hagan ruido.
Par el ventanillo que da al patio se cuela un brazo de
solque reverbera, casi alegre, sobre la parte inferior de
su habito de dominico. Trae un libro en la mano. Su
cara se ve palida,
-Buen dia -saluda,
111
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El reo contesta:-Buen dfa... -sin saber si se ha ofdo decirlo, ni si
sera real esta visita 0 suefia.
Nota algo cambiado a fray Diego, perp1ejo quiza,
extrafio (lpero en que?). Vacila. Lo ve ruborizarse un
poco, reflexionar 0 tornar fuerzas y, despues d.e.unos
instantes que a ambos se les hacen largos, se dmge a1
soldado:
-Gracias.E1soldad~ tarda en comprender, y en fin, sale. Con-
fundiendose con el crujir de la puerta que cierra a sus
espa1das, se le escucha anunciar:
-Estare aquf,
-Muy bien -dice fray Diego.
Quedan solos. E1 reo se incorpora adoloridamente
desde e1 poyo y busca modo de erguirse. Cuesta. Tie-
ne 1a sensaci6n de haber envejeddo en estas horas,
dejando muy atras los treinta y cinco afios que acababa
de cumplir. Mira a su visitante, quien observa can ex-
ceso de atenci6n algun punto impreciso en el adobe
del muro. El reo quisiera hablar (lde que?) para rom-
per este silencio que se interpone entre ambos.
Pasa un tiempo.Siguen los dos de pie, sin moverse ni hacer siquiera
un adernan, hasta que el reo estalla, incapaz de conte-
nerse:
-lSabe usted de Isabel?
Fray Diego asiente.
-LLa ha visto?
-Sf =debil,
-lEsta bien?Fray Diego duda en dar respuesta, y el reo 10urge:
-Por Dios, Lesta bien?-Sf.. . -otra vez debil: 10 afirma mientras su cabeza
oscila sutilmente, Leomanegando?, Llamentando algo?
-Fray Diego, Lque le ocurre?
-Nada.
-LNo 1ahan ...? lNo le han ...?
11 2
Ambos, entendiendose, miran de reojo a 1apuerta
detras de la cual permanece e1soldado.
-No.
El reo se aproxima dificultosamente a1dominico,
hacienda sonar los grilIos que le aherrojan pies y rna-
nos, y muy bajo musita:
-Dfgame, por favor.
-Esta ... bien.
Pausa.
-lSufre? lSabe?
Fray Diego afirma, pesaroso, con el gesto: sabe, sufre.
-No me esta permitido dar detalles -agrega.
-lY rni hija?
-jElla esta bien!
Ella: entonces no Isabel, 0 no tanto. En vano trata
el r eo de encontrar los ojos del fraile: tambien el se los
huye. Tiene el impulso de recordarle que ambos son
amigos; recordarle aquellas conversaciones sabre poesia;
c6mo,desafiandose uno al otro a reconocerlas , se reci-
taban estrofas de Virgilio u Horacia, y el, el reo, solfa
corregir al fraile errores de latin: se los afeaba con seve-
ridad risuefia ( jE qu iv oc ars e en e sto , u n r elig ics oi) , y e1
dominico Ie seguia la broma (iAIl, esas declinaciones!
Como inventa da s pa r p aga no s. S on cosas del demonio, ie
aseguro). Y aquellas eenas juntos en casal
intercambiando pullas en media del asombro de Isabel
(Francisco,;_d ecirleeso a u/l sacerdote?). Fray Diego era un
hombre alegre (lera?) y disfrutaba minunciosamente
delv ino un poco debil que fabrican con uva de La Con-
cepci6n. «A falta de un La Rioja», cornentaba entre ri-
sas,«bien sirve un Pence».
lY ahara? lQue le sucede?
-Senternonos -invita con un dejo de voz.
Elreo obedece, y en el silencio 10 tinico que se aye
eselmetal de los grillos y cadenas. Aguardan un tiempo
aun.Afuera, el soldado que manta guardia en el pasi-
110carraspea 0 tose: ambos recuerdan su presencia y,
movido quiza por eso, el fraile ernpieza a hablar. Se Ie
atropellan las palabras de un discurso que a todas
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luces traia preparado. Suena formal. Secreeria que nun-
ca han compartido el pan tibio y la cazuela de ave y el
arroz sevillano y el gazpacho que prepara Isabel, y los
poemas, y esas anecdotas de medicos y eclesiasticos con
que se zaherfan los dos sin pretender herirs~.
Fray Diego ha venido a consolarlo, exphca. Desea
aliviar la soledad del reo. Murmura luego unas cosas
acerca del papel que ha de cumplir un sacerdote, la aflic-
cion en que se encuentra el reo ahora por ... Titubea,
busca una palabra que 10 rehuye, deja el asunto ahi. Le
pide recapacitar, parece. Dice algo sobre Dios y la ne-cesidad de abrir nuestros pechos y acoger ... En un mo-
menta extiende su mano como si fuera a ponerla sobre
las del reo, juntas ahi, desvalidas unidas por los gri-
11os,palidas con el frfo, La mano de fray Diego vacila,
toma conciencia, se detiene, completa un gesto que no
habfa iniciado y regresa sin tocarlo.
Su voz calla.Ambos esperan un silencio largo. E1 reo debate en
su interior la idea de hablar con franqueza al amigo, elsacerdote, el hombre. Su viejo instinto de pr6£ugo le ad-
vierte en contra: puede ser peligrosa cualquier confiden-
cia (incluso para ambos). Este fray Diego de Uruefia tan
serio y tan distinto, tan cascara de aquel camarada bo-
nach6n que bautiz6 a Isabel hija,ltendra valor de ofrlo
y guardarle las espaldas? Por otro lado, la soledad le
pesa. Estas horas de encierro se le han hecho eternas,
l lenandolo del deseo de una presencia humana. Brusca-
mente, le aterra la idea de que el otro vaya a partir de
pronto y vuelva a dejarlo en el mismo desamparo.
-Fray Diego.
-lSi,mi amigo?Ese trato de amigo hiere, entibia el alma. El reo re-
pite la palabra con afecto:
-Usted y yo hemos sido amigos desde ...
-Dos, tres afios ya.
Asiente, reflexiona un instante y luego:
-Usted es sacerdote.
-Sf -sonrfe, linvitando?
114
Alza el reo la vista y las miradas de ambos se en-
cuentran esta vez.
-Existe la norma del sigilo, ~.verdad? Un sacerdote
esta obligado a guardar secreta si alguien se 10 pide
antes de confiarse a el,
-Asf es.
-lMe 10guardara usted a mi?
Fray Diego afirma, moviendo Ia cabeza.
-lPromete no delatarme a ...?
-Soy sacerdote, usted me 10 ha recordado.
La confidencia del reo se desata con la fuerza de
un chubasco: salen a luz el historial de su padre; el de
su propia soledad, despues de convertirse; y como,
durante todos estos afios, ha observado a hurtadillas
su ley. Fray Diego debera entenderlo: no era cuesti6n
de hipocresfa nide perfidia, sino de simple miedo. Lo
obligaban Ellos a vivir en fuga. Y,por cierto, era nece-
sario proteger a Isabel, su esposa.
-Isabel nada sabe -insiste-. Nada.
-No ...
-Pem hay otra Isabel, que es mi hemana. Un dfa
fui y le hable, 5610ella ha poclido delatarme, lcomprende?
lCornprende usted que una hermana ...?
[adea, Yano quisiera callar. Su propia voz y aun su
vehemencia Ie hacen bien: por 10que dice, porque por
fin 10 escucha mostrar su intimidad algun oido huma-
no.
-iMuchas veces -se exalta- he tenido la sensaci6n
viva de Dios! [Me he sentido en su presencia!
-lY sin embargo 10rechaza?
El reo calla: no le ha entendido: hay cierto fondo
aspero en la voz del sacerdote. lHostilidad, incluso?
~Sehabra engafiado franqueandose a el? El reo busca
los ojos de su interlocutor, sin encontrarselos ahora
(tampoco a el), En el silencio de ambos puede notarse
el t ranscurrir del tiempo. Una campana tafie, cerea , y
parece traer de nuevo a la realidad al dorninico, que
vuelve a hablar. Le da razones, lrecobrando el hilo del
discurso que trafa preparado? El reo s610 entreoye,
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sintiendo tan sin carne esas palabras. Apenas sipercibe
el tono en que las dice (podia ser un perro escuchando a
un hombre, sabiendo s610 el tono). En esa bruma, fray
Diego cita los pasajes habituales de los libros, la profecia,
eltexto...La vieja historia (piensa el reo) de los cristianos
cuando quieren probar que su Senor es el Senor de Is-
rael, para despues probar que no es el mismo.
-Oh -suspira; le ha entrado un cansancio enorme:
quisiera desvivir este encuentro y teme que en cuanto
salga elfraile de su celda, volvera elrniedo a dominarlo.
- . ..medftelo, le ruego. La Iglesia es madre.
Fray Diego se levanta del poyo can ademan de
despedida. La I gl es ia e s madr e: suena hermosa. Suena a
verdad, y quiza si hasta a esperanza. Aunque sea ma-
. dre de otros.
-Fray Diego, par favor comprendame, Es mi fe la
que me mueve a hacer 10 que he hecho.
-Recapacite y... -se encamina hacia Ia puerta, gol-
pea la hoja que se abre de inmediato-. Adios, doctor.
-LAdios?
Par un instante se forma un rostro del dorninico
un resto de su antigua sonrisa, Lcubierta por una som-
bra de temor?
-Hasta pronto.
Antes que elsoldado alcance a cerrar, el reo exclama:
-Recuerde: el sigilo.
-Sf...
La puerta se cierra y el reo permanece un rata de
pie, can alga que Ie aprieta las sienes. Isabel, recuerda
de pronto. No a lcance a encargarl e que l a t ranqu il iz a ra .
116
II
Un ciervo,
mientras bebia
Lapluma anota:
. .. a c on so la lle e n e l t ra ba jo e n q ue s e h all ab a, d ic ie n-
d ol e p a ra e ll a a lg un as r ez on es , a q ue el reo respondi6
queamigos habi an s ido , y que l eped ia guardase s ecre -
t o e n 1 0 que l equer ia deci r. ..
Dfas iguales se suceden. Afuera llueve 0 no, hay
solo no, 0 hay niebla, 0 nubes, y vuelan pajaros, y se
perciben voces, campanadas, el rumor intermitente del
martillo, el viento: los ecos de la vida, rebotando con-tra el muro del convento de Santo Domingo, sin cru-
zarlo. Aca, muro adentro, se asienta la rutina, cada vez
mas pareja al transcurrir el tiempo. AI alba, apenas dis-
minuye la penumbra interior; luego, si amanecio boni-
to, se asolea una franja de la celda y el reo la sigue en
su avance, para estrujarle su tibieza; a eso de la siesta,
aquel manchon de sol desaparece, y muy poco mas tar-
de la luz comienza a disminuir, segura y lenta, y cae la
noche (a confirmar la sombra).
Las tres visitas diarias de los guardias son 10 unico
que mide estas horas inmedibles. Entran, dejan los ali-
mentos para el reo, salen; y nada, nada, nada mas.
Elreo duerme, despierta, duerme, despierta, tarnbien
sinhoras nimedida. Sus ratos de lucidez se espacian. Una
modorra inquieta 10 acompafia, l.protegiendolo de sufrir,
pensar?, mientras dura.
Por momentos trata de sublevarse. jIsabelt, grita en
sufuero interno, queriendo traer hasta aquf la imagen
de ella. Se resiste a venir. Isabel es poco mas de una
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i
I . .
idea, aunque la lleve en las entranas. LSera tan fuerte el
poder de estas paredes?Intenta orar: escarba tras el forro de su capa, hasta
llegar con sus manos aherrojadas al bolsillo falso que
cosi6 had un afio, Extrae de ahf el diminuto libro de
plegarias, su secreto (otro de sus secretos) y lee. Se le
confunde todo: letras, textos, incluso aquello que ha
conservado en la memoria. Deba re j lex ionar, se dice. In-util. Una especie de fiebre le caldea la frente. Poco a
poco, la tibia somnolencia va pesandole en los
parpados. Duerme. .Elsuefio no repara. Abrira los ojos con sus rniembros
envarados por el mismo cansancio y la misma torpeza.
As] , uno tras otro, Ldoce, quince? dias iguales.
§
-jLevantese! .'El reo cree sofiar esta voz. Mueve ligeramenteel
cuerpo, queriendo acomodarse y continuar su remedo _ '.
de reposo.-jLevantese! -vuelve a air.Ahara una mano 10 sacude. Se encandila su vista
con la linterna que alumbra los muros de la celda y le
permite entrever a un trio de soldados. LSeran verdad?
-Vamos, [arriba!
Se despabila con esfuerzo.
-.!,Que ocurre? -pregunta-
-Vamos.
-LDonde?-Obedezca. .._.
Y tratan de ayudarle a erguirse, pero el(su dignidad) . '.
consigue adelantarse. Sigue siendo mas alto queestos,.'hombres (llos mismos, otros?) aunque eldolor de I Q s . .. ..
grilletes y el peso de la cadena Ie han ida
las espaldas. Alisa el reo su [ubon, alza ambas ..
hasta la gorguera y la endereza can cuidado, com~sl
asf quedase vestido de gala, 0 punto menos. A l g U l e n
malpone la capa sobre sus hombres, le cubre la cabeza•.•.
118
conelsombrero florecido de humedad. Otro libera sus
pies de los hierros y le ata una cuerda a la cintura, en
cambio,
-Ahora .:
Por primera vez desde su llegada, el reo vuelve a
recorrer,en sentido inverso, el estrecho pasil lo del con-
vento y elpequefio claustro. Divisa algun trozo de pa-
tio,la enorme puerta de madera (esta vez la del frente)
quecruje para abrirse ante el. No, no, se defiende: no
va a creer que han de ponerIo en libertad. No debe
ilusionarse. Junto al portico de Santo Domingo, en 1a
plazuela, aguardan varios soldados mas, un grupo de
indios auxiliares, caballos, mulas.
-lD6nde iremos? -inquiere nueva mente el reo .
.Nadie Ie da respuesta,
Sombras silenciosas van, vienen, hacen preparativos
deviaje.En media del sigilo en que se mueven, parece
restallarde pronto el silbido de un pajaro inseguro (Lya
amanece?) y es como si tanteara eI aire, convidando a
que un silbido hermano le replique desde la enorme
oscur idad, que ha comenzado a hacerse menos densa.
Giraelreo lavista hacia elinterior de la tierra: entre los
montesse adivina un vaguisimo atisbo de la aurora.
Dos guardias se aproximan a el, 10 eagen, 10 em-
puiana que monte en un caballo de aspecto maltrata-
do , Un tercero ase la cuerda que impedirfa al reo huir,
siesque pudiera. Seescuchan nuevas 6rdenes, que una
vozimparte casi susurrando, y preguntas: lTocio listo?
Laalforja,alla, Toma el... Frases sueltas, indescifrables,
yen rnedio, un nombre:
--Hevera en Santiago.
Santiago. lLo juzgaran alla? LTangrave consideran
sufalta?
-jVamos, en marcha!
. . _ Primero uno, luego otro y otro, el jefe y los seis u
' . e c h o jinetes que 10 escoltan espolean sus caba1gaduras,
losindios, las mulas, echan a caminar junto a ellos.
neva, delante, una linterna para guiar a la
En el momento de partir, vuelve el reo su
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tiene la rmpresion de dis-mirada hacia el convento r fi ra de fray Diego detinguir alIi, entreoculta , ~ llg~rton.Uruefia, de pie al amfaro e p
-iHala, andando. . 10 imitan varios. Muy5ilba de nuevo un palaro y .la p enumbra aun. 51,
responden, enluego sus cantos se ) Ellos necesitan para
( . el reo que .la penumbra plensa
b
L comitiva saIdnt de la au-
bas 0 ras, a . tocultar sus uen. . custodios sean VIS os.I .Onero 111 sus .
dad sin que 111 ~ pns d ntener la paz del remo.. g u ' nvecmo: ayu a a rnapornm
§
aso a traves de los vifiedosAmedida que se abren p ion el reo da vueltas
d a La Concepctu r ' . ' •y lagunas que ro ea~. a a a 1 tin juego imagmallo.a una idea, como quien ,ueg gmpara a sus captores
. umbra que atY si esta rrusma p~n ? 5 sigue el [uego un poco.le ayudase a el? LSIhuyera. e ncrucijada favorable,
, de buscar una e . 1Aver: seria cosa h d nada? y aCUCIara. 10 una on 0 ",
.un bosque por eJemp, t los arboles EI conocec I lope en re . Icaballo y lanzarse a ga , . ntarse incluso en a
. le costana one r , e liestos parales Y no . L sorpresa quiza le era
, 0despeja. aoscuridad que aun n b trecho antes de que co-ventaja para adelantar ~n uen
menzaran a pers~gU1r~o. e verosimilitud, y lent a-El [uego adquiere VISaS d vago deleite (libre,
en el en su ., dmente el reo se su:n
e'. stuviera disporuen 0-
l ibre, l ibre): jadea, 19ual que SIe
se a ejecutar el acto. ta una parte de SU yo.
, o? -pregun te-LYpor que n . . defenderse-. LEn es. adonde? -qUlere .
-Pero, (,y d do para el viaJe?
pobre roan que ~e ~a~ B: Bfo por supuesto. Y a l ro--Hacia la orilla e 10. '1 omienzo. Oespues,h bf e exigirle sino a c
cfn no a ia qu . ibles de cruzar ...hay vados. Diffciles, no Imp~sI
e? -perstste .- LY entonces ~u. . 0entre los indIOS:otros-Entonces se vrve un hemp
10 han hecho, Francisco.? .E t nces que, Frandsco?-Ah, sf, Lyentonces. c no
120
-Cuando sea prudente, ir a avisarle a Isabel queiras por ella y ...
-Esto es locura -se rernece.
Intenta ser cuerdo: si l legase a huir, cortaria cual-
quier posibilidad normal de regreso. Aun cuando la
primera fuga tuviese exito y ellograra eludir a esta
gente, seria casi irnposible la segunda, con Isabel y su
hija y el hijito por nacer. Y luego, a donde. Y tendrianque abandonar para siempre estas tierras que son las
suyas. Y por que renunciar a tener patria, si no se esculpable.
Y en fin, a 10 mejor fray Diego Ie ayuda a salir del
aprieto en que se encuentra. Son amigos desde antes,y,.. 5i, si, fray Diego.
§
...Su ultima entrevista con el dominico empezo
desalentadora: una Iarga, agobiosa discusion sobre tex-tos de las sagradas escrituras, De nuevo Ie cojeaban al
pobresus latines, pero ahora ninguno de los dos 10 echo
ala broma, Blandia textos, citas. Trataba de dernostrar
que Jesus era el Mesias que anunciaron los profetas,
sinpercibir Ia contradicci6n: de ser asi, si Jesus fuera el
Mesias de Israel, zacaso podria negar 0 abrogar la ley
deMoises, la ley que, segUn los misrnos profetas, iba a
implantarse definitivamente con la llegada del Mesias?
lQuien podria entender que en nombre del Mesias se
abominara de esa ley y se persiguiera no a quienes Ia
infringen sino a quienes permanecen fieles?De nuevo, fray Diego de Uruefia producia la irn-
presionde lIegar Con un largo razonarniento prepara-
do,y seextraviaba en cuanto el reo Ieponfa objeciones.
PerOinsistia,buscaba otro angulo para retomar el hilo,
hojeabaeI libro de que venia armado:
-Mire, escuche aca ...
Iba Ieyendo trozos que marco en el margen.
-EIverdadero asunto esta antes-cort6 el reo por fin.-lAntes? LAntes de Dios?
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-Antes de nuestra discusi6n, fray Diego. EI asunto
esta en la libertad.
El desconcierto se pint6 en el rostro anifiado y un
poco regordete del monje. La libertad, parecfa pensar,
la libertad ... Igual que un estudiante escarbando en la
memoria para ver d6nde estaba esa lecci6n que le era
imposible recordar.
-La libertad -insisti6 el reo-. Dios dot6 de ella al
hombre, Lno? De su libre albedrfo,
Asinti6 el dominico, con aire de « a h , era eso», y ya
menos tranquilo.
-Si no somos libres de elegir entre el bien y el mal,
Lcomo podrfamos merecer premio 0astigo? No ten-
dria sentido premiar a a1guien por haber hecho un bien
que no podia dejar de hacer. Ni castigar a otro por un
.mal que no estaba en sus manos evitar.
-Oh, si, el pecado .. .
-E1 pecado y la virtud, para ser, suponen libertad.
Y si nos obligan a seguir un solo camino y nos impiden
salirnos de el , Lque merito habra en que no 10abando-
nemos? Al forzarnos al bien se nos cerrarfa el paso ha-
cia la bienaventuranza eterna, Lno 10ve? lNo ve que
su inquisicion no se dirige a la fe sino al poder, a au-
mentar el poder del soberano? [Obligarnos al bien!
-Desviarse de el es un dafio para los que se des-
vfan, lno comprende?
-lY el bien son la guerra continua, las carceles se-
cretas , los juicios sin defensa, 1a supresion de nuestra
libertad?
Fray Diego hizo un esfuerzo:
-He venido para eso, precisamente: para persua-
dido. No trato de forzar su libertad sino de ayudarle a
ejercerla en la mejor direcci6n. La respeto ...
-Sf -convino el reo, y agreg6 con una sonrisa tris-
te-: Le creo a usted que la respeta. Sin embargo, con
todo ese respeto suyo por mi libre albedrfo, aquf estoy,
preso y engrillado.
-Es para ...
12 2
-Lo se -Ie interrumpi6 con voz cordial; por un ins-
tante, los ojos de ambos volvieron a encontrarse-. Llevo
aiios viviendo vida de pr6fugo. Cada acto diario, aun el
reposa, ha sido parte de mi fuga; aunque no podia apre-
surar elpaso, dar muestras de temor. He tenido que ocul-
tarrne sin saber de que ni par que me ocultaba. lMi cri-
men? Cumplir la ley de Dios del modo que la entendie-
ron mis padres y abuelos. Mi madre no: mi padre.
Cay6 una sombra sabre el rostra de fray Diego.
-Su padre -murmur6, muy suave- termin6 por
arrepentirse y murio como cristiano.
-Mi padre tuvo miedo de las torturas, simplemente.
Se 1001yo rnismo. Su ofieio era la vida, como el mfo.
Abominaba de la muerte y del sufrimiento.
-LY usted los busca, con su pertinacia?
-No, tarnbien yo siento amor por 10 que vive y tam-
bien es mi oficio. Mi vocacion, lusted me entiende?
EI fraile hizo que si, can pesadumbre. Callaron un
buen rato. Asi, sentados muy cerca uno de otro sobre el
poyo, parecfa que fuesen de nuevo los amigos de unos
dfas atras (apenas unos dfas) y que estuviesen hablando
sabre hierbas a pensando cada cual que anecdote con-
tar al otro mientras llegaba Isabel de la cocina can un
trozo de asado humeando a una oUa de puchero.
-Por favor -rog6 el reo-, pfdale que este tranquila.
-Sf -dijo fray Diego, adivinando a quien,
-No voy a hacer una locura, lexpliquele?
-Se 10 dire, descuide.
Pausa.
-A usted le he hablado asf por la amistad que nos
une, y porque es sacerdote y porque conffo en su pro-
mesa de guardar nuestras conversaciones en secreto. Pero
yo tratare de cuidarme y conservar la vida, volver a ser
libre,
Fray Diego se habfa puesto de pie. Murmur6 con
afecto:
-Dios le ayude. Debo irme.
-Tan pronto.
-Tal vez nos veamos, eh . ..
12 3
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f~,
-Si.
Dudaba el dominico. Al fin:
-Adi6s.
- Tranquilicela, se 10 ruego. loSabe?-sonri6 de pronto-
.Digale que no me olvido enteramente de que el mun-
do existe,
EI fraile arque6 las cejas, extrafiado.
-Ella comprendera.Sonriendo:
-Bien. Adios.
-Adios, fray Diego.
§
En la gloria del alba, todo el paisaje cobra vida, se
enciende de luz y reverbera, mientras un aire jubiloso
penetra igual que un canto en los pulmones.
La tropilla camina durante horas costeando a ratos
el hilvan de un rio, con el sol ala derecha y al frente, aladerecha, al frente, segun sea el zig zag a que el terreno
los obliga. Siguen viejas huellas de indios, que par mo-
mentos desaparecen en un pedregal a en un pantano y
alla , a lla reasoman. Los hombres trepan colinas, bajan,
bus cando paso entre los bosques y vadeando arroyos.
La luminosidad del dia hiere, aI principia, estos ojos ya
hechos a la penumbra de la celda. Luego, poco a poco, el
reo se habitua y reconoce aquel ambito soberbio donde
la tierra hierve de vegetales y agua.
Apenas si hablan los soldados. De pronto un irn-
properio, una pregunta, una orden. Nada mas. Sienteel que ellos sienten su presencia y, de algun modo, la
temen. Al principia sus rostros eran parejos bajo los
cascos: imposible distinguir a este de aquel , Casco, barba,
gorguera, expresi6n impersonal. Despues, mientras
avanzan y a medida que comparten la jornada, el reo
ha ida observando malices que los identifican. Uno de
los hombres, a quien Haman Sanchez, tiene 1acara pi-
cada de viruelas. E1cabello de otro, Carrefio, da tonos
rojizos contra el soL Aquf atras, a su izquierda, escucha
124
esponidicamenteel tarareo de alguno can acento an-
daluz (el mismo de Isabel). 0tropieza un caballo y una
voz ronca delata su arigen extremefia a1denostar:
-jRediez!Ya bien pasado el mediodfa, acampan junto a un
estero. El que comanda al grupo se acerca hasta el reo y
ordena apearse. No 10 mira a los ojos, sino a un punta
impreciso a 1aa ltura del pecho. Nueva orden, a uno de
sus subalternos:
-Los gril las.Uno al que nombran Garci Crespo viene y se :os
pone al reo en las piernas, Ie quita los que a~erroJan
sus manos, Mientras, los indios auxiliares han [untado
rarnas y encienden fuego entre unas rocas. Traen carne
salada, agua. Dan de beber a mulas y caballos. Un sol-
dado se tiende cuan largo es sabre la tierra. Bosteza.
Otros dos van hasta el borde del estero y se mojan
gozosamente los brazos y las caras. Invitan:
-jEh, venid!-loNo esta muy frfa?
-Uhuuu.
Rien.Al cabo de cierto tiempo, un alar como de casa se
difunde por elaire; sale de la marmita , y tambien parece
que invitara, Alvar Gil, el extremefio, se acerca ~ los
indios que cocinan para preguntar entre dos rugidos
de animal hambriento:
-Eh, lfalta mucho?
- Ya punta, luego.
-Hala, rufian, que estoy que muerdo.Rien.Francisco de Escobar, e1andaluz, va hacia el estero,
se inclina, forma can ambas manos un cuenco y cuando
10h a llenado de agua, se dirige de puntillas a1 1ugar
donde dormita, boca arriba, elque se recost6 en el suelo.
Elresto de 1atropa Ieadivina la Intencion: todos observan
con picardfa de nifios, saboreando 10 que .vendni. Un
cora de carcajadas estalla apenas el brornista abre las
manos sabre el rostra de su compafiero y se 10 empapa.
125
T
I
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-jMaldi...!
Se ha puesto de pie. Sacude la cabeza, se restriega
los ojos, Los abre y mira en torno, y su perplejidad ini-
cial va cediendo lugar a una sonrisa. Finge que golpea
al andaluz, quien finge defenderse.
-Moro, bellaco.
-Eh, si le tientan a uno ...
E] reo percibe que alguien 10mira de soslayo. Seda cuenta de que el tambien refa, y se contiene. AIgo le
aprieta un poco la garganta.
§
Dura apenas un rata este alto: can el invierno
casi encima, los dias se hacen breves y es preciso
aprovechar las horas de Iuz para el viaje. Vuelve la
tropilla a subir y bajar lomas, penosamente. De cuando
en cuando, resulta inevitable adentrarse par un
bosque; entonces, los soldados se despliegan y vier-ten p6lvora en las bocas de sus arcabuces, aprontan
mecha y pedernal, vigilan: puede haber indios de
guerra al acecho.
El reo observa alrededor, alza la vista pOl'aquellos
troncos que se elevan y retuercen, goza de la humedad
y del eco que se forma aqui. Un eco vegetal, que repite
pasos, crujidos, a remeda el canto de los pajaros que se
afanan en las ramas. Desde 10 alto se cuela por mo-
mentos algun rayo de sot 10mismo que en la celda, y
desciende dorando hojas, cortez as, el suelo de follaje
muerto, los cuerpos y las caras de esos guardias que sedesplazan uno a uno, tratando de ocultarse de un ene-
migo imaginario.
-jEn fin! -exclama el de los visos rufos.
Han salido una vez mas a campo abierto, y conti-
rnian rumba al norte. Tres indios auxiliares preceden a
latropilIa, pru:aexplorar la ruta e indicar par d6nde han
de ir. Son agiles, retacos, musculosos. Sus sefiales serne-
jan los gestos de una danza, Las raras veces que hablan,
sus voces suenan destempladas.
12 6
I Bacia el atardecer, uno de enos regresa velozmente,
sin hacer el menor ruido. Carre hasta eljefe y anuncia:
-Pudti.
Apenas se oye. Can un ademan, e1 jefe ordena
detenerse.
-Sanchez -Ilama sin levantar la voz.
EI del rostro picado de viruelas va donde el, es-
cucha unas instrucciones muy breves y parte tras elindio, de puntillas. Se deslizan lorna arriba como un
par de lagartos, zigzagueando entre arbustos y riscos.Yacerca de la cima, el guia indica un punto imposible
de ver desde aca, Sanchez menea la cabeza (sf, sf,
entendido) y se instala, despacio, detras de una pefia.
Clava en el suelo la horquilla de su arcabuz y apoya
ahf el cation. La carga, apunta. Enciende la mecha
despues, abre las piernas, afina bien 1a punterfa y
aguarda a que salga e1disparo. Una detonaci6n rompe
el aire. Todos callan,
-jLe di, le dil -grita el soldado.Sus compafieros estallan en gozosa algarabfa. Se
echan colina arriba, ellos tambien, Resbalan, caen: da 10
mismo. Hasta que llegan a 10alto y se detienen. Ahf jun-to al agua que bebfa, agoniza un cervatillo. Un pudii. El
tiro le penetr6 en la frente, de la que aun mana sangre.
Sus ojososcuros, mansos, se apagan poco a poco a medi-
da que la vida se va de el. Sacude par ultima vez las
breves patas y queda inm6vil.
- Tendremos cena fresca -celebra el andaluz.
I
I
II
III
La pluma anota:
. .. y sati s fac iendole e l f :e s ti go ( f ray Diego de Uruei ia )
c an lu ga re s d e f a S ag ra da E sc ri iu ra , y t en ie ndo l os
das mucha s d emandas y respue s ias , l e d i j o el reo que
el testig o ten ia m uy v ista s la s resp ue sta s q ue le h a-
bradado, y que e t r e o e s ta ba des ap er ci bi do , y q u e p en -
sa ba m orir en la ley q ue h ab fa m uer to su p ad re, c an
1 0 cual el t es ti go se habra e scanda li zado . ..
12 7
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I I I
Un eco de
otra lluvia
La pluma anota:
. .. h all 6s ele a l r eo e nt re s us p ap el es u n c ua de rn ito d e
~cha~a , a jorrado en pergamino , Conu tguna« oraciones
Jud~l~as y c on e l c a le nd ario d e la s fie sta s d e la le y deMOlses y p as cu as d e e lla .
"?l frio 10 despierta. Abre los ojos despacio: una
nebl~na densa se arrastra sobre elmundo, convirtiendo
en siluetas los objetos mas proximos, Este bulto, un
soldado: aquel, un indio de carga; alla, el fantasma deun_a~oca0 el de un arbol, Los caballos forman otra masa
gn,s Jl1,ntoal cauce del estero, y Son casi invisibles desde
ac~.Solo se escucha el ruido .!,femenino? del agua que
ba~apor la l.adera entre piedras y arbustos. A apenas
vemte 0tremta varas de distancia, todo desapareceenvuelto en bruma.
E1reo entorna los parpados, acaricia con los dedos
su pequen_o cuaderno de oraciones Y t como si al tocar
leyera, recrta de memoria en su interior la plegaria delalba:
~Bendito W, Sefior misericordioso, Dios de Israel.Bendito este dfa nuevo que ofreces a1...
-jMaldita sea! -exdama alguien-. Me ha empapa-do 1allovizna.
-.!,Eh?-grufie otra voz, espesa atin de suefio.
-La llovizna, hombre. Mira esta ropa, esta montu-ra: es de estrujarlas.
Uno pregunta:
-.!,Que demonios ocurre?
128
Como si respondiera, el de la barba con visos
rojos observa:
-Amanece.
Protesta Alvar Gil, el extremeflo:
-Si esto ha sido dormir, yo soy obispo.
Comienzan los bultos humanos a moverse entre
penumbras. Van adquiriendo identidad poco a poco.
En media de ellos se yergue el jefe, estira sus brazoscon deleite, bosteza, ordena disponerse a levantar el
campo. Sin esperar mas, los indios auxiliares encien-
den fuego, 10 avivan a soplidos, ponen a hervir tres
marmitas con agua que acarrean desde el estero, sacan
el pan de las alforjas y 10acercan a1calor para que se
enternezca.
-Mi mare -rezonga el soldado andaluz frotandose las
manos auna velocidad increfble-,si 10quehaceno eshielo...
Par un instante, el jete atisba de reojo al reo, pero
se apresura a volver 1avista hada otro lado en cuanto
el hace ademan de saludarlo. Nadie le da 1acara, ni losbuenos dfas, nada. Nadie parece reconocer que existe
y va can elIos, salvo cuando se trata de cumplir esas
rutinas repetidas como un ceremonial cada vez que
acampan a se aprestan a reanudar su marcha: ponerle
y sacarle los grilletes, asegurar e1 cabestro, llevarlo
(igual que a las caba1gaduras) a algun rincon para que
pueda hacer 10suyo.
Mientras desayunan, 1a niebla ha ido aclarando
levemente. Al partir del campamento, sin embargo, da
la impresion de que viajaran entre nubes, a de que el
suelo humeara a sus pies. Avanzan de nuevo entre eter-
nos lomajes; cruzan arroyos, dunas, bosques, y de pron-
to penetran par una quebrada serpeante que trepa un
cerro y despues bajan hasta alcanzar e1borde de un
gran rio. .
-Nuble-explica elindio que encabeza la columna.
Ancho, cauda1oso, el Nuble £luye de oriente a po-
niente como todos los rfos de esta tierra. Desciende
desde 1acordillera nevada, atraviesa el gran valle cen-
tral y parte a tajos violentos las serranfas de la costa
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para abrirse paso hacia eloceano. Sin querer, los viajeros
se detienen a contemplarlo con un respeto en el cual
tambien hay algo de odio, Conocen su prestigio de co-
rriente traicionera, donde han muerto hombres y caba-
llos. Un paso en falso basta. El agua gruesa, ahf al me-
dio, oculta remolinos tras su aparente parsimonia. Ad,
desde Ia orilla , se la escucha bullir contra unas piedras
que ha roido pOl' siglos hasta dejarlas redondas, l isas,
como mansas.-jl-Iideputa, tu Nuble! -exc1ama, no muy riendo,
Alonso Carrefio, el de la barba rufa-. En la primavera
de11626 nos dio un susto ...Por milagro cuento elcuento.
La huella de indios resulta mas nftida ahara, entre
los herbazales riberefios . Comienzan a seguirla hasta
alcanzar el vado, Vuelven a detenerse a la espera del
jefe. Llega. Da una orden y los jinetes desensillan a sus
cabalgaduras mientras cinco0eis de los cargadores
cortan tall os de carrizo a 10 largo de la ladera. Despues
van uniendo esos taUos en haces, con los que sus manos
diestras arman pequefias balsas. Ponen sobre elIas lasmonturas, las alforjas, el resto de 1aimpedimenta.
- Tti, tti, tti: a cruzar -dice el jefe.
Un soldado y dos indios auxiliares inieian la tra-
vesfa. Demoran. Van tanteando. De vez en vez, uno
resbala, manotea comicamente, recobra el equilibria y
sigue. Nadie de hasta que pisan pOl' fin 1a margen
opuesta y saludan can los brazos.
-jEso! jBien! -les gritan desde aca,
El jefe ordena:
-A ver, esos caballos. Las mulas. Hala, hala.
Los arrean hacia e1agua dando voces y Ianzandolespedradas, primero desde esta orilla, luego desde la otra.
Yaestan alia, entre vftores . Uno a uno, los dernas hom-
bres se lanzan a emprender el cruce. Garci Crespo, el
guardian del reo, le quita sus grilletes, se asegura bien
de que el cabestro vaya at ado con firmeza ala cintura
y ;. cogiendo el extremo, 10 conduce rio adentro.
-Vamos. Y cuidado, leh?
130
Mientras, los indios restantes cargan en peso sus
balsas hasta la parte profunda del cauce, y ahf se echan
a nado y las gufan diestramente, como quien pilotease
un barco. Alguien resbala en una piedra musgosa.
-iMalhaya! -exclama.
Sienten hervir1es una rabia sorda contra esta agua
que les cala los huesos, contra esta corriente que porfia
par arrastrarlos,
-Hideputa, sf.-No 10 provoques.
Rfen.
En un momento. Garci Crespo trastabilla y al ma-
notear suelta e1cabestro. La mira e1reo debatirse , tra-
tando de evitar que el Nuble 10arrebate. En un chi spa-
zo: Podria huir, piensa. Aha ra pod ri a. A no mucha dis-
taneia ve un islote con arbustos, donde serfa facil ocul-
tarse mientras ... Piensa: lYpara que? No tiene un plan;
y luego, alla en La Concepcion no tardarfan en recono-
ceria y capturarlo de nuevo. Sin Isabel y su hija, lcon
que objeto huirfa?-jCrespo ha cafdol
-jAlla, echenle una euerda!
-Rapido, 0...
E1reo avanza, seaproxima a Garci Crespo, Ietiende
una mano y 10 ayuda a poner pie en una roea del fondo.
-Gracias -jadea mientras busca el cabo suelto del
cabestro-. Gracias.
Pero desvfa sus ojos,
Yaen la ribera norte, los hombres ensillan, se sacuden
un poco, estrujan prendas, reanudan la marcha con ira,
apretando los dientes. iHa1a, maId ita sea! Andan untrecho y otra vez se sumen en una ladera boscosa. Su-
ben pOl' ella, a duras penas, los arcabuces y las lanzas
prontos, alertas las miradas para descubrir al enemigo
oculto (linexistenten los cuerpos espoleados par una
prisa hija del frio. De cuando en cuando, deben rom-
per entre matorrales que atacan a golpes de machete,
[hala, hala!, 0rodean un maeizo de arboles impasables,
-lQUe hijo de perra los ha puesto ahf?
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-Calla, hereje.
Demoran una hora 0dos en ese recorrido, hasta que
el indio de1antero regresa junto al grupo, anunciando:
-Antu.
-LS01?LD6nde? Ya era tiernpo.:
EI indio muestra en diagonal, hacia arriba, con un
brazo solemne. Ysf, alla, a media asomar entre elfollaje,
el sol de 1a manana se multiplica en diminutas man-
chas de luz. Aprietan eI paso, corren casi, como un pu-
fiado de chiquillos entusiastas, eIreo pica espuelas tam-
bien, y su guardian sedeja arrastrar por la exaltacion que
impulsa a todos.
-jAI sol, a1sol!
. Junto con salir del boscaje, han Ilegado a la cumbre
de la montana que trepaban, y un espectaculo de ma-
ravilla se abre ante sus ojos: valles, cerros, el cielo
ahora luminoso y despejado, salvo algunas nubes muy
blancas, una corriente de agua. Hacia eI oriente, la cor-
dillera grande, cubierta de nieve hasta los pies, gloriosa-
mente alba, se eriza en cimas cuya reverberaci6n hiere la
vista todavfa hecha a la medialuz de la espesura. AI cen-
tro yen erguirse un macizo mas alto, de soberbio y ro-
busto sefiorfo.
-Chillan -inform a el indio.
-jChilIan! -repiten can asombro.
§
La rnarcha continua por tierras menos escabrosas.
El sol de otofio, suave, penetra 1a piel de los viajeros
poco a poco. A ratos se oculta entre unas nubes, y en-tonces vue1ve el frio a morder bajo las ropas. La com-
baten rnoviendose a prisa, entre cantos y denuestos. Yaal
comenzar la tarde acampan junto a 1aorilla de un este-
ro veloz. EI agua salta, parece que jugara entre las pe-
fias. Alrededor de la fogata que los indios avivan, se
abre en abanico un corro de manos ansiosas de absorber
ese calor.Incluso el reo se aproxima, sujeto del cabestro
13 2
por su guardia, y querrfa unirse a las exclamaciones de
deleite, pero calla.
-jBendito fuego! .
-Atizalo bien, Huefri.
-Mas lena, hala. .En las marmitas ya hierve una sopa incit~dora. La
beberan con fervor, rnordiendo trozoS de tasajo y unos
restos de pan recien entibiado al amor de las llamas.
-'Que bien vi ene, voto a ...!~ronto han de levan tar campo Y seguir viaje. Pa-
receremos hormigas, sialguien nos mira desde alia, piensa
el reo mientras pasea su vista par las cumbr:s.
EspOf<ldicamente, la partida pas a frente a unos p.equenos
caserios de indios, con sus rucas de ramas, gnses ..Sus
habitantes, si llegan a divisarse. finge~ no advertir 1a
presencia de la rropa. Asf a la distancie. unos Y otros
se vigilan de reojo lcon un mismo temor?Ya cerca del atardecer, la huella, que aparece y des-
aparece por instantes, los conduce hasta la orilla de. un
torrente bullidor. Carre a tajo, a 10 largo de una gnetaprofunda. Alguienha puesto un tronco grueso de lado a
lado, como puente. Cruzan por ellos cargadores con paso
agi1.Los jinetes deben apartarse a buscar vado par~ sus
cabalgaduras. Mientras 10 hacen, un crepitar ssmejante
al de la lena que arde comienza a escucharse entre las
zarzas, y no mucho despues la lluvia cae resuelta.
-iLa perra que 1apari6!
El jefe apremia:-De prisa, el chubasco viene fuerte.
Trasponen el torrente a saltos, escalan la ribera
opuesta y retroceden para reunirse con los que pa~arona pie. Uno de los gufas indica el derrotero: han Ido, a
refugiarse bajo un bosqueciUo. Previendo que ~eberan
acampar ahi, cargadores e infantes ya encendleron el
tnfaltable fuego, despejan veloces el terreno: traen r~-
mas con las que se ponen a armar un pequeno co~erb-
zoo El agua cae con mayor violencia ahora. haciendo
insuficiente su espesor.
13 3
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IiI~,
r
-Mas ramas, [rapidol -dispone eljefe, y dirigiendose
al reo-: Tambien tti,
El reo le mantiene la mirada. En ese momento se
aprestaba a ofrecer ayuda, pero ayuda. Rechaza la or-
den y tambien el tuteo.
-Hala -insiste el jefe.
E1reo sigue inm6vil. Garci Crespo, el cabestro col-
gando entre sus manos, observa a ambos con expre-
si6n perpleja . Transcurren unos instantes: se dirfa quegotean, midiendo la pugna entre el hombre de armas y
el cautivo. Los dos, y el guardian, sienten el agua que
los cala, ahf, bajo el amparo precario de los arboles. Y
ninguno de los tres se mueve, aunque a su alrededor
, todos corren agitados, resbalan, trabajan, den, echan
pestes.-Vamos, rapido -habla por fin el jete, pero se diri-
ge a Garci Crespo, que 10 observa todavia antes de obe-
decerle .1.preguntando?-. Yome encargo -anuncia eljefe
y toma entre sus dedos el cabestro.
H I y el cautivo quedan aislados en medio de la al-garabia del resto. Vuelven a mirarse rostro a rostro
durante otra pequefia eternidad, y no parece que hu-
biera gritos ni carcajadas ni el nervioso batir de los
hachazos: s610 el silencio de ambos, cada vez menos
hostil, hasta que el reo 10 rompe con voz finne:
-LPuedo ayudar en algo?
Y el soldado responde:
-Por aqui. Esas ramas ...
134
IV
Dos manos
en la noche
La pluma anota:
." y que esperaba en D ios q ue le h abra de sacar de
a qu el tra ba jo e n q ue Ie h ab ra p ues io u na h er ma na
suya . ..
A medida que pasan los dias de camino rumbo al
norte, el reo madura y perfecciona un plan de fuga. De
s610pensar en elle late fuerte el coraz6n y su instinto
furtivo 10 hace mirar hacia ambos lados confirmando
que su escolta no sospecha. Jadea de miedo y una som-bra de esperanza. Sin embargo, evita dejarse arrastrar
por meros entusiasmos, como aquella primer a vez casi
a la_salida de La Concepci6n, 0 luego, al atravesar el
do Nuble. Ahora se trata de algo razonado y racional.Escogera una de las dos ultimas noches antes de
que la partida deba entrar en Santiago; ni muy lejos de
ana ni demasiado cerca. Aguardara el momento en que
haya conci1iado elsuefio Martin de Olea, eljefe, y, comosiempre ocurre, el centinela aproveche para dormitar
un rato en su puesto. Elreo aflojara entonces los gril letes
de sus pies y se deslizara sigilosamente hasta ellugarclonde pernocten los caballos. Montara en uno por sor-
presa, partira algalope. Desde elinstante en que acampen
observara el terreno y elegira de antemano su ruta.
Y no: no partira en ninguna de las direcciones
previsibles para Ellos. Aunque al principio sf; confir-
mando 10 que de segura supondran, cogera rumbo a
la costa; pera en cuanto se hay a distanciado una 0 dos
leguas, se meter a en el primer estero que tope, para
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desandar por su cauce una parte de 10 andado, sin
dejar rastros, Hecho esto, avanzara un trecho rumbo
al norte y Iuego torcera resueltamente al oriente .
Nunca han de imaginar que se atreva a aproximarse
precisamente a la ciudad que teme; a recruzar eIcamino
que conduce aI sur, tan transitado, y, menos aun, que
vaya a elegir como refugio los faldeos de la cordillera,
con el invierno encima. EI reo sabe, sin embargo, que
hay caserfos de indios por ahi, y tal vez logre que en
a1guno de ellos 10acojan por un par de noches, 10ayu-
den a quitar los hierros de sus mufiecas y Ie proporcio-
nen alimentos para reanudar la fuga.
Repasa su plan, revisa, enmienda, Se adelanta a
problemas a peligros, y previene. La anima extraordi-
nariamente este ejercicio, que Ie permite soportar casi
can aIegria eI cansancio del viaje. Un par de veces,
mientras eI piquete duerme, suelta los grilletes de sus
pies, respira hondo, mira arriba, alas estrel1as, y vueive
a colocarselos, Sonrie entre las sombras: ha vista que se
puede. De ahara en adelante, esos hierros 10aprisionan
menos.
Selecciona tambien el caballo en que escapara, No
este que menta, que Ie asignaron par viejo y despacioso:
sera uno redo y docil a la vez, pues habra de montarlo
en pelo. "Quiza el pinto de Sanchez? Una cuerda puestaa1cuello Ieayudara a guiarlo, piensa. Vera si puede sus-
traer can tiempo a1guna, para mantenerla oculta entre
sus ropas.
Las preguntas no Ie causan la inquietud de antes.
Ese ;_Yentonces?, que 10 aterraba dias arras, tiene hoy
respuestas claras, Despues de invernar al abrigo de un
vallecito entre montafias, tan pronto eI clima se haga
estable y se despejen de nieve los pasos cordilleranos,
atravesara allado oriente. A Mendoza, a San Juan. 0
incluso a San Miguel, si es necesario. Despues buscara
a otros judios para pedirles apoyo. Y los encontrara,
sin duda: ha Dido hablar de fugas semejantes y de una
especie de hermandad que colabora. Mas tarde envia-
ra recado a Isabel, para que ella y sus dos hijos se Ie
13 6
reunan donde los cuatro puedan embarcarse "hacia
Amsterdam?, LaLondres?, "Sa16nica?, lArge!?
Habra ocasi6n de ver eso.Como suele sucederle, mientras da vueltas a es-
tas ideas le parece estar dialogando con su esposa. H.ay
un hi implicito, un Isabel implicito, en sus reflexio-
nes. No es que se diga: E sc ap ar e e n la H a ch e. Es: ;_5abes,
a mo r? E sc ap ar e e n la H a ch e y e n s eg ui da . .. Ni es: M e [u n-
t ar e c an m i f am il ia , sino: Me e nc on tr ar e c on tig o y c an lo sniiios. Y, por cierto: No ie in qu ie te s, q ue tendre mucho
cuidado.Tambien asf mira el paisaje: can la sensaci6n de
estar describiendoselo a su mujer. En vez de embotarse
su percepci6n por ellargo y sufrido cabalgar, se diria
que algo le aguza la capacidad de ver, oler, ofr, Se alerta
y se alegra, y por sepa Oios que raz6n, siente a Isabel
asomarse a sus propios ojos, sus ofdos, su oHato, s~
tacto. Mas que mirar, le muestra: ;_Ves e so s c er ro s, c as t
azules? 0: l T e fi ja st e e n e l plffaro, a h i " ; s u v ue lo ?
Hace con ella el camino. Aunque no consiga invo-carla en imagen visible ahf del ante, como solfa en sus
paseos por la orilla del mar 0 del Bfo Bfo; aunque no
logre eso, sf puede hablarle y revelarle sus hallazgos.
- E s u na h e rmo sa p ris i6 11 e st e p ar s, I sa be l.
Ha descubierto ( l, P odrt is c reerme? ) que los rios
que han venido atravesando entre sustos y risas, hue-
len diferentes unos de otros. j S~ amor. e l a gu a h u el el La
del Nuble, a un verde vegetal; la del Longavi, a algo
entre metalico y rocoso: un olor duro, que se cierra:
y la del Maule se embalsama con un aroma de pasto
fresco: era de ver can que gozo la bebfan los caba-
llos, al vadearla.Imagine a Isabel (la real) oyendole hablar de esto,
y Ie parece ver la duda gentil en su sonrisa: Isabel,
que 1 0 observa de soslayo, ladea apenas la cabeza
hacia la izquierda, abajo, en ese gesto suyo, y comenta
10 de siempre cuando el sale con una de «sus cosas»:
- lA s{ e s q u e e r es c ap az d e o le r e l agua? ;_Ya empezamos?
13 7
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§
Desde que atravesaron el rio Nuble, el tiempo ha
ido mejorando a diario, No lesllueve. El sol de otofio
es grato y tibio. La cordillera solo muestra nieve muy
hacia dentro, 0en las cumbres.
-Hermoso pars, Isabel .
Observandolo, el reo piensa con jubilo nervioso en
la posibilidad de que, cuando emprenda la fuga, no le
sea necesario esperar a que transcurra este invierno.
Puede que las nevazones no cierren par entonces los
pasos cordilleranos, y acaso llegue allado oriente dentro
de unos dfas, nada mas: seria un adelanto de meses para
sus planes, y la perspectiva de encontrarse con Isabel a
la entrada de la primavera.
- i, T e d a s c u en ta ?
Con sus dos Isabeles, piensa. Piensa: son tres
Isabeles en su vida, realmente, y cada Isabel parece sig-
nificar algo distinto. Isabel-esposa, elamor. Isabel-hija,
la esperanza. Isabel-hermana, la traicion. Quiere bo-
rrar esta palabra. Isabel-hermana es el miedo, sf. tSera
que Dios tuvo intenci6n de decirle algo con la coinci-
dencia de estos nombres? l5ugeriran algun camino, una
clave que el deba descifrar?
Resulta tan claro que del amor nace el fruto, y que
en el fruto reside la esperanza. La pequefia Isabel, quiza
algtin dia ...
Pero se siente incapaz de desentrafiar que significa,
en cambio, la presencia de Isabel Maldonado. Y la intuye
importante. Si hay voluntad divina alIi, sihay signo, de-
berfa el interpretarlo. Tal vez tampoco sea tan simple el
papel que cumplen las otras dos Isabeles en su existencia.
lAmOr,no mas, la esposa? lNo soledad, acaso? iNo esa
soledad que nace de serle imposible compartir su Dios
con ella? En elfondo, el arnor a Isabel ahonda y endurece
su sensaci6n de soledad. Lo encierra. Y en la esperanza
que es su Isabel pequefia, "no 10 acecha un miedo puesto
en el futuro? Siella participara un ilia de su fe, acaso par-
ticiparia ademas de su actual desamparo y...
138
Extrafio, se le ocurre de pronto: [tres Isabeles y tres
Diegos! Primero su padre, la rafz. Su hermano, una
primera expresi6n del temor que engendra la traici6n.
o a 1 0 mejor, una advertencia. 0 ambas cos as. Y el ter-
cer Diego, fray Diego de Uruefia, ique encarna 0sirn-
boliza? Fuera de la amistad, ino sera, igual, un rostra
de esperanza? iY si fuera el un instrumento de Dios
para que el reo pueda salir con bien de los trabajos en
los que hoy se encuentra?
No, no: trata de no acoger la idea. «Las desilusiones»,
dijolll la vez su padre, «son hijas de las ilusiones. Si crfas
unas, te naceran otras».
Tiende la mirada hacia el campo, en torno, y 10 ve
libre. Hay un sol quieta que reverbera en las hojas ama-
ril lo alegres de los arboles, 0 en el agua risuefia de los
esteros 0 las charcas. Viene a ser tan absurdo, en este
ambito, que no haya libertad para todo, para todos: tam-
bien el.Han acampado un par de leguas al norte del rfo
que los indios Haman Tunun. A medida que la nocheavanza, oyen mas claro el borboteo del agua en las pie-
dras de su lecho.
-En fin, una [ornada 0 dos y estaremos en Santiago
-ha dicho Martin de Olea al de la barba rufa.
-Pue ya era hora -replie6 el andaluz.
Tambien para el ya es hora, piensa el reo: quiza
este aquf su unica oportunidad de fuga. Mientras 08-
curecia, se dedic6 a observar los contornos con ojo
minucioso, registrando en su retina los matorrales que
hay al sur, unos lomajes pedregosos que podrian ser-
vir para esquivar a sus perseguidores, un serpenteo de
arboles que sugieren un brazo del rio 0 un estero. Re-
sultara dificil galopar sin riesgo por el suelo tan que-
brado y con tanta piedra suelta a flor de tierra. Pero
tampoeo a sus custodios se les hara sencillo ir tras el
can esta oscuridad.
Su impaciencia crece a medida que transcurre el
tiempo. Tiene la sensaci6n de que el piquete se mueve
con lentitud de pesadilla. No pareeen terminal' nunea
139
de encender la fogata, cocinar, servir esa maldita sopa y Quieta la cabeza, el reo explora can los ojos a su
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el tasajo para, ja l f in!, desparramarse en una especie de
redondel y acomodar sus enseres y tenderse a donnir.
En el barullo que forman los sold ados, el reo en-
treoye como el jefe se aproxima a Garci Crespo, apunta
hacia atras , aca, can el pulgar y advierte:
-Recuerda, leh? Til me respondes de el,
Extrafio, lpor que se 10 previene recien ahora? lPor
que no la primera noche, y las demas? lPor que hoyresponde su custodio? lQue significa hoy, para Ellos?
Quiere pensar que es coincidencia, y distraerse. Impo-
sible que Olea haya adivinado que el intenta escapar
dentro de un rato, Sf, se repite: calma.
Muy pronto siente cerca un ronquido, Otro, Aguarda,
de espaldas, can la mirada puesta en las estrellas pOl'
ponerla en algun sitio. Respira fuerte este aire fresco
de la noche. Un asomo de viento comienza a sop1ar
entre las sombras.
§
Elreo cambia de postura, vuelve a cambiar, le duele
todo. Pero es indispensable e1esfuerzo para recorrer
con la vista a la tropilla, hasta cerciorarse de que nin-
guno continua despierto. Aguza los ofdos: nada. Elfue-
go ha ido perdiendo vigor, y ahara apenas quedan unas
bras as incapaces de hacerlo muy visible cuando huya.
Observa una vez mas al caballo pinto, mide la distan-
cia que 1 0 separa de el, acaricia entre sus dedos la cuer-
da can que ...
Un ruido subito 10sobresalta. Escueha, atento. Esruido humano. Ni rata, illvulpeja, nibuho, Una persona,
sf:percibe el race sigiloso de unas ropas, cierto tintineo
seeo de metal. lHebillas? LO seran armas. que
entrechocan? lArmas? Trata de suponer que sera al-
gun miembro de la partida, acornodandose entre sue-
nos. Sin embargo, hay persistencia en los movimientos:
sugiere voluntad. Y sigue.
140
alrededor. Muy de soslayo logra ver ahf, a su derecha,
un bulto que da la impresi6n de agigantarse en medio
de la noche. Crece, crece, sin relieve. Pero humano. Y
no es el centinela, que duerme rata hal al extrema iz-
quierdo del campo, a unas cuantas varas de distancia.
No, no es el centinela. Asf, de soslayo, el reo ve erguirse
a este otro ser, 10 siente despojarse de las mantas can
que se cubrfa, detenerse unos instantes (loyendo, el tam-bien"), Luego nota que da un vistazo lento en torno suyo.
Lalentitud, el gesto, sugieren temor. Y de pronto parece
dirigir la mirada hacia aca, hacia el reo.
Es Garci Crespo, comprueba; su guardian.
Ahora esta de pie, espera unos instantes, vigila aun
(lcerciorandose de alga?) y comienza a acercarse. De
nuevo produce un tintinear metalico (lde un arma?)
mientras el viento, que se ha vuelto hostil, agita
freneticamente su jub6n. Recortandose contra el cielo
estrellado a medida que se aproxima, tiene algo de
majestuoso, medroso, ese hombre solo. Se desplaza canenormes precauciones para cubrir los tres 0 cuatro pa-
sos que separan a ambos sin despertar a nadie.
LA qu e iendrd], se pregunta el reo. lFor que? Con-
tiene a duras penas el [adeo de su ansiedad. Acecha al
otro, que sigue avanzando hasta quedar parado aquf,
tan cerca que casi Ie toea un brazo al reo con un pie.
Ambos pueden ofrse respirar, piensa can angustia, y
continua c1avando sus ojos en 10 que ha de ser el rostro
deGarciCrespo.jVera c6mo le bril lan? Esperan los dos.
Ninguno hace el menor movimiento.
L Sabr a que y o t ampoc o due rmo?EI miedo se vuelve una bras a en el estomago del
reo:lquiza el soldado se disponga a darle muerte? Pudo
ser eso aquello de 10 cual el jefe 10 hacfa «responsable»,
No seria la primera vez que Ellos prefieren asesinar a
disfrazar de justicia su crimen. Tal vez, por evitar los
engorros de un proceso, 10 mataran asf y diran que fue
rnientras huia (jlo que el pensaba hacerl), La vieja his-
toria: se le dio el alto, se neg6 y hubo que ... Nadie
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habra que se inquiete en exceso por averiguar detalles. le cuesta convencerse de que 10 han hecho prisionero y
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La buena gente del pais nunca exige rnentiras muy com-
plejas , Yen fin, suelen decirse: «Algo harfa , l,si no par
que iban a ...?»
El corazon del reo se aprieta . Ese tintineo metalico
quiza sea un pufial con su vaina, una daga. Este sigilo,este silencio ...
Un perro ladra a la distancia.
Como S 1 eso Ie recordara bruscamente a que havenido, elguardian se inclina hasta quedar en cuclillas,
extiende ambas manos con eterna lentitud, coge sin
disimulo las del reo [sabfa, entonces, que el esta des-
pierto!) y muy, muy a pausa, Ie quita los grilletes. En
algun instante parece que las yemas de sus dedos se
detuvieran aposta para palpar la carne llagada de las
mufiecas, Como manos de amigo, que algo dicen altocar.
Pausa.
Vuelve a ladrar un perro, le jos,
EI guardian deposita los grilletes sobre una alforjaproxima al reo, observa minuciosamente alrededor y
Iuego libera tambien los tobillos. Espera un poco (l,para
que el viento amaine?) y, cuando amaina eI viento, Ie
rnurmura en un oido:
-Asf podra dormir mejor.
§
Ahora el reo sabe que no huira, Siente una extrafia
mezcla de dolor y de alivio al comprenderlo. Era tan
bello el suefio, Pero suefio. Y el vertigo de sofiarlo. Esafuga es de las cosas que hacen otros y de las cuaies uno
oye hablar, tinicamente. Sonde para sus adentros:
lamas fui un aventurero , e imagina a Isabel que se 10 oye,
que mueve la cabeza confirmando: No , [ amd s.
Claro, serfa ruin comprometer a Card Crespo ...
Sin embargo, no es esta Ia raz6n. La lleva en su ca-
racter, en su dificultad para tomar ciertas decisiones. Para
reconocer que el mundo existe y actuar en el, Todavfa
142
1 0 conducen a una carcel y 10 [uzgaran, y puede que su
sentenda sea de muerte. La vive como un suefio. Y los
suefios,tantas veces, los siente como vivos.
Mira al caballo pinto (real), suelta la c~erda. (real)
que sostenfa entre sus dedos con 1a intencion (ureal)
deatarlo, pasea lavista por todos estos hombres (reales)
tendidos en el suelo, rernedando un desparramo de
cadaveres. Soldados, jefe , indios de carga, yacen en eldesorden que uno irnagina despues de. a~gdn comb ate:
enos, los muertos, y e l el tinico sobrevIVIente.Trata de dormir, porque manana antes del alba
empezara una nueva jomada y Ie hara falta el descanso.
Ademas debe despertar primero que el resto para
ponerse los grilletes, por s i Card Crespo no alcanzara.
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-Cometi6 usted una falta muy grave.
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v
Fray Alonso
de Almeida
La pluma anota:
EI maestro fray A lonso de A lmeyda, religioso del
O rden de San Agustin, ca lif ic ad or d el S an to O ftcio
na tu ral d e S an Lucar de Barrameda, d e e da d d e clla ~
ren .f a a fio s, testific o a l re o en la c iu da d d e S an tia go d e
C h il e, e n 2 de M ayo de 1627 aiios, d e q ue esta ba pre-
so en ~na celda del dich o conuenio de S an A gust{n,
de la c iudad de Santiago, a d on de l e h a bia n i ra td o de
la de L a C on cep cio n ...
. Fray Alonso d~ Almeida es hombre enjuto, mas
bIen alto, y sus facciones sugieren una curiosa mezcIa
de mansedumbre y frialdad. Habla con esa voz pareja
que en muchos religiosos recuerda el tono sin tono de
la~ letanfas. A ratos, el reo pereibe en sus ojos eierto
bnllo humano (.!,acogedor?); luego se opacan, como si
algo se ap~~ara detras de sus pupilas: podrfa creerse
que su e.spmtu se ausenta entonces, se distrae del mundo
o:e repli~ga en su interior. Aunque no ha de haber gran
diferencia de edades entre e1reo y el, pronuneia la pa-
l~bra «hijo» cuando 1 0 saluda, y despues la repite va-
rias veces, pero no da la impresion de que pusiese afec-
to en ella.
~s calific~dor del Santo Oficio de la Inquis icion,
exphca al presentarse. Pa r fin, piensa e1reo: ha llegado
el momento. Lo piensa con temor y alivio, ala vez que
co~ un asomo de esperanza. Ya puede explicarle a al-
gwen, defe~derse. Si 1asuerte le ayuda, hasta es posi-
ble que aqUl acaben sus trabajos.
14 4
El reo calla. Se ha propuesto decir solo 10 indis-
pensable y permanecer alerta para calar a su interlocutorantes de manifestarse el, Lo mismo que en un juego de
ajedrez, vera que piezas mueve el otro, cuales cargos
formula 0 que argumentos; piensa tantear incluso las
expresiones de su rostro a1 dirigirle la palabra. Importa
tanto adivinar a1 contrincante, que sabe, que busca,
quien es y como, y dominar sus propios nervios paraevitar que 10 traicionen.
El agustino continua una especie de mon6logo, en
que habla del mundo dividido en que vivimos y 10
importante que es conservar nuestra unidad para
enfrentarlo. Adquiere cierto tone de elocuencia a1des-
cribir el tremendo peligro que supone el que cualquie-
ra de nosotros (l,nosotros, el tambien") atente contra esa
unidad desde dentro. Aunque no sea por destruirla,
concede; no, no (y se apresura): aunque la respetemos
en nuestro fuero interno, es posible que le causemos
dafio.-Porque los individualismos, las preferencias
personales ...Se encoge de hombres, lpara dar a entender que
ante 10 ObVlOel comentario huelga? Alude a1pape1 que
desempefian, en esta guerra de medio mundo contra
el otro medio, las discrepancias de ideas «en nuestro
propio campo»: que 1ujo suicida representan icon los
infieles ahf, a un paso, esperando e1resquicio de debi-
lidad que les mostremosl Protestantes, herejes, [udfos,
actuando aqui, puertas adentro del orbe cristiano, 10 so-
cavan._Trabajan de hecho por Mahoma. Ralean nuestras
filas precisamente cuando necesitamos ser mas fuertes.
Lo observa el reo: ahora usa terminoa y voz de
miIitar. Sobre sus rasgos parece haber bajado una du-
reza nueva, una especie de oscura luz hostil.
-No podemos permitirnos la ingenuidad de ser
debiles -insiste, y sus manos se cierran en un par de
pufios,
14 5
Los abre en seguida y su expresi6n se sua viza como
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si acabara de recordar (supone el reo) que aun no, que
todavfa esta en Ia etapa de la cordialidad. Lo dice, en
cierto modo: dice «nosotros- y dice «ellos», dice «paz»
y por quiza que extrafia sutileza aratoria incluye al reo
en su «nosotros» y 10 envuelve en su «paz», excluyen-
dolo del «ellos» que son los enemigos, los infieles. lSera
acaso que 10 invita a transformar en verdad eso que
implican sus palabras?Pronto 10hara en forma mas abierta. Hablara del
mandamiento del Maestro: «No juzgueis y no sere is
juzgados» e indicara al reo que estan en un lugar de
Dios. Del Dios que compartimos (ertosotros»), sugerira
con fineza. Y Iuego, siempre muy delicadamente, ofre-
cera (sin ofrecerlo de manera explfcita) mediar en fa-
vor suyo siempre que ...Deja el resto en el aire, Y en fin,
quien (de «nosotros») esta libre de errar alguna vez, a
de tentarse de olvidar ciertas ...
-Pero la puerta permanece abierta y usted 10sabe,
lno, hijo?El reo reflexiona rapido: tienen la sensaci6n de que
su mente va al galope, No puede continual' callando, y
esta es quiza su oportunidad de ceder en 10admisible .
Escruta con cautela el rostro del agustino, sus ojos (que
acaban de perder nuevamente aquel fulgor), buscando
en el algtin indicio que 10a liente. Puede ser cosa de . ..
Antes de darse cuenta de 10que va a decir, prorrumpe:
-Es verdad que he guardado la ley de Moises.
El fraile asiente, como si le estimulara: asf, asf des-
ahoguese de sus culpas .
-La observe s6lo en mi interior. Nunca he tratadode comunicarla a nadie .
-LA nadie, hijo?
-Oh, sl, ami hermana mayor par supuesto. Pero eso
ustedes ya 10saben. POl'ella se enteraron, lno es cierto?
-Sabernos.
-Ella, Isabel Maldonado, es la tinica que pudo de-
l t a r m e .
-lDe veras Ia tinica?
-Si, Ni siquiera 10hable can miotra hermana, Felipa.
Fray Alonso 10 mira un momento (no a los ojos) y
parece confiar en que es asi.
-lFue ante usted que me denunci6 Isabel? -inquie-
re el reo.
-No dire ni sf ni no -ataja el fraile con sequedad
oficial-, No dire que ella testificara ni ante quien, No
dire quien testifie6 ni si 10hizo 0no ante mi. Todo cuanto
atafie a los testimonios debe permanecer secreto.-Sf, sf, de veras.
EIreo baja la vista, aguarda. Inexplicablemente, una
esperanza desbocada comienza a recorrerlo pOl'dentro.
Este hombre es calificador, le corresponde resolver que
curs a seguira su caso, y da Ia impresi6n de haberle cref-
do que elno pretendi6 hacer proselit ismo, que se limit6,
en eso, a tratar de introducir en la fe de los antepasa-
dos a una de sus dos herrnanas.
-Para mf, hablar con Isabel era compartir con una
hermana la herencia de nuestro padre -ex plica.
El agustino asiente (ldando a entender que 10com-prende, 0 s610 que 10 consideraba previs ible?). El reo
insiste:
-Ella ... me rechaz6, ademas,
Vuelve a asentir elrostro frio. Sigue una larga pausa.
-Conocemos bien sus pasos -decIara fray Alonso,
y luego, observandolo de reojo, afiade-. Los libros que
ocultaba, por ejemplo.
Demora en entenderle el reo.
-Perd6n -aclara al fin-: nunca los oculte.
Agil, el agustino:
-lQuien mas sabfa de elIos? -pregunta.El reo se inquieta ahora. Quien mas habrfa de sa-
ber sino la otra Isabel, su esposa. Quien mejor. Debe
evitar comprometerla:
-Nadie -se apresura a responder.
-Nadie fuera de usted sabfa de enos -recoge fray
Alonso.
-iNadie! -reafirma, casi en un grito.
-lY no es eso ocultarlos?