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 JOSÉ CAMERINO  Nov el as amorosas  N ov el as am or osas  Novelas amoro sas (16 24)

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"El pícaro amante" y "Los efectos de la fuerza", dos novelas del volumen "Novelas amorosas" (1624)

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JOSÉ CAMERINO

 Novelas amorosas Novelas amorosas Novelas amorosas (1624)

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El pícaro amante .....................................................................................................................3Los efectos de la fuerza ........................................................................................................10

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 El pícaro amante

Francisco Vriango y Fernando Armindez, dos estudiantes gorrones que no los habíahecho amigos la patria ni el estudio (pues éste era aragonés y aquel navarro, inclinado el

 primero a la filosofía y el segundo a las leyes), sino el espíritu marcial que encubrían lassotanas y el ser en todo tiempo defensores de Cátedras, y los que, a pesar de todaSalamanca, victoreaban a quien les encomendaba su pretensión, habiendo ido un día deverano a ver una comedia quedaron (sin valerles su braveza) esclavos del brío, bizarría,donaire y gracia que mostraron Lisarda y Rosila, su criada: las dos más bellas farsantes (asu parecer) que pisaron el teatro. Y como traían en las lenguas los corazones luegosupieron entrambos el mal de cada uno y para remediarle determinaron procurar deasentar plaza con el autor; porque el aragonés, fuera de ser mozo, dispuesto y brioso,danzaba por excelencia, cantaba bien y no tañía mal, y Vriango no hallaba quien le

aventajase en hacer un simple. Y así, en llegando la noche, dejaron las cortas togas ycubiertas monteras; aforradas en ante las cabezas con un gran coleto, buen broquel yespadas anchas a lo bravo, fueron a buscarle a su posada; y en pocos lances lerepresentaron la causa de su visita, y como no reparasen en el salario, hecho alarde de susgracias, quedaron por compañeros y se les repartieron papeles que estudiasen pararepresentar en saliendo de Salamanca.

Hiziéronlo ansí, aventajándose de manera que dejaron satisfecho al autor y envidiosala compañía. Y habiendo procurado muchas veces en las ocasiones que les ofrecía la farsadar a entender sus penas a quien se las causaban, no descubrían señales de haber sidoentendidos, cosa que les apuraba de manera la paciencia que estuvieron por apelar aMarte (ya que Amor no los favorecía) y con su favor gozar el bien que deseaban. Peroreportándose llegaron con sus males a Barcelona en tiempo de Carnestolendas y, o fueseque las extraordinarias finezas que en aquella ciudad hicieron acreditasen su amor, o eltiempo que alborota la sangre al más frío encendiese la de sus damas, en tropa llegaron elconocimiento del amor, el admitirle, regalarle con favores y sepultar a la esperanza ydeseos en la pretendida posesión, que no los enfadó por ser breve respecto de que laCuaresma deshizo la compañía; y siguiendo ellas las de sus maridos, dejaron despiscadosa los galanes que, después de haber barloventeado algunos días en si pasarían a ver la

 bella Italia halagados de la comodidad del pasaje que ofrecía la primavera o si volverían asus estudios, determinaron dejarlo todo y trasladarse a la Corte (que estaba entonces enValladolid), como lo hicieron. Pero llegaron a ella con muy poco dinero que les avisó

 procurasen manera de vivir; y informados quién de los señores della era más aficionado alos de la hoja, no hallando otra plaza vaca asentaron con él en la de lacayos, en la cualsirvieron el año de la aprobación con mucho trabajo, porque, fuera del que sentían en

 pisar continuamente lodos en invierno y ser blanco de los rayos del ardiente sol en elverano, el de no pagárseles ración los acabara, a no tener cada uno una de las ninfas deEsgueva que le socorría con lo que o diezmaban (sin ser curas) a sus amos o contribuíanotros, estando ellas muy contentas del respeto que las tenían los que sabían correr sureputación por cuenta de los dos valientes lacayos, los cuales, cansados del oficio, dieronen ser caballeros del milagro, frecuentando, para cobrar su renta, las casas de juego adonde aprendieron el arte de no perder, con la cual aumentaban los baratos si acaso sumala suerte traía algún novato al garito. En el cual, habiendo juntado con industria

doscientos escudos, deseosos de ver a Sevilla (ya que estaban bien disciplinados paracuanto se les pudiese ofrecer) en pocos días se plantaron en ella. Y registrando todas sus

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calles y ventanas, vieron perfectamente retratadas en una dama cuya edad no pasaba dequince años las celestes hermosuras, a cuya vista quedó Armindez absorto, sin poder dar 

 paso adelante el tiempo que, desafiando al sol con la luz de los dos suyos, se detuvo en laventana. Y volviéndose a Vriango que acusaba su embelesamiento le dijo con un

 profundo suspiro:

 —¡Ay amigo, que me ha dejado Amor con sus flechas herida cruelmente el alma,cuyo dolor es tanto que temo perder la vida si no se duele della la muchacha que se vahuyendo con el corazón que me ha robado!

Pero el navarro, que juzgó estar su mal solamente en la lengua, sonriéndose, alabó su buen gusto y la hermosura de la doncella, y mudando plática con las novedades quehallaban a cada paso se fueron en anocheciendo a la posada, y aunque tuvieron bien quecenar el aragonés se quedó en ayunas y gastó toda la noche en suspirar sin que el Amor leconcediese breve descanso. Y así Vriango, que le amaba mucho, lastimado de su mal,

 procuró consolarle con estas razones: —No habré menester gastar mucha prosa pues sabes mi voluntad y las obras que

suelo hacer en las ocasiones, y bien puedes consolarte en ésta, que ¡voto a Cristo! que si

fuere necesario a mediodía la saque yo de casa y te la zampe en los brazos. No te pierdasde ánimo, sepamos su calidad, porque si fuera tal que nos prometa bodas, tuya es la moza,y si de mayor cuantía, no faltarán trazas para salir con nuestro intento, que quien resistierea un estudiante enjerto, enfarsante, lacayo y fullero ha de saber más que el mismodemonio.

A cuyo razonamiento animado Armindez se vistió, y fueron entrambos a la calle enque se había perdido y supieron de los vecinos de la señora que era hija de un gruesomercader que en aquel año había pasado a las Indias dejando el cuidado de su casa a unhermano suyo que tenía parte en el trato, y por no ser casado vivía con la cuñada ysobrina cuyo nombre era doña Leonor, pretendida de muchos caballeros de la ciudad,tanto por su riqueza (por ser hija única de sus padres) cuanto por su singular hermosura, acuya causa gozaban los vecinos de excelentes músicas que le daban a porfía los

 pretendientes. Relación que dejó sin sentido al aragonés y no poco pensativo al navarro, pero habiendo sabido juntamente con esto que se les había muerto un viejo escudero quetenían y despedido el hermano a un criado suyo entre paje y lacayo, juzgó buena ocasiónésta de entrar en su casa, y comunicado su pensamiento al amante quedó contento dello yse volvía casi loco al decirle que él se había de fingir en público su hermano y procurar ensecreto de ser conocido por verdadero criado suyo, no dejando demostración que pudieseclarificarle por tal, y que Armindez había de traer en los jubones el hábito de Santiago yuna venera de oro con su cruz encubierta que, enseñada al descuido, le acreditasecaballero, para poder encaminar su pretensión al deseado fin, cuyo buen principio de ser 

recibidos en lugar de los dos (muerto y despedido) les aseguró el buen suceso della. Y lo primero que procuraron fue, con el cuidado de servir bien, granjear la voluntad de susseñores, y con mostrarse el aragonés liberal con los demás criados, hacerse señor dellos,como le sucedió, pues no había en casa quien no aventurase por él de buena gana la vida

 por causársela a todos alegre. Y para encubrir el dinero que cobraban de los jugadores susdepositarios y calificar su riqueza, concertó con un mercader que le diese, en lugar delinterés de ciento y cincuenta escudos que le entregó, fingidas letras de cantidadesdiversas, como no excediesen la suya, las veces que se las pidiese; el cual, codicioso, noreparando en los daños que podía causar en consentir tal cautela no se apartó un punto delconcierto, de manera que mostrando en confianza ya a uno ya a otro criado las letras yllevándolos a veces consigo a ver las cobranzas, dio causa a que hiciesen varios discursos

sobre él y a que le tuviesen sus amos (a cuyos oídos llegó presto la nueva de todo) enconcepto de hombre principal que por oculta causa estuviese encubierto en aquel traje

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sirviendo; y él con volver después al mercader los dineros, ya que en el juego los habíamultiplicado suficientemente, dejaba entero el caudal y satisfecho al depositario por gozar a tan poca costa el dinero ajeno. Habiendo pues conocido por muchas señales los efectosde su industria, se atrevió a mostrarse amante, alentado de las esperanzas queengendraban, con mirar atentamente a doña Leonor cuando, divertida, no repara en él.

Mas a ella (que, al descuido, lo había advertido muchas veces si bien no lo dio a entender)no le pesaba de ser querida. Antes deseaba que fuese de la calidad que le publicaban sutalle y acciones (que, miradas con el buen concepto que habían hecho de su persona, nohallaba en que censurarlas) para poder admitir su amor. Y él, por acreditarle, una nochedel verano que estaba la niña con su madre en un florido vergel que tenían en su mismacasa, cantó dulcemente este soneto que su mismo amor le había dictado:

 Lleva anhelante Sísifo una peña

 A la cumbre de un monte, ya que espera

 Acabe de su yerro la severa

 Peña, furiosamente se despeña.

 A Tántalo el arroyo el agua enseña,Que se esconde seguida en la ribera

 La fruta el árbol, que se va ligera

Sin conceder de su parte pequeña.

 Las Rélides porfían siempre en vano

 Llenar las rotas urnas, pero todos

 No alcanzan de mis males los rigores,

Que hallan descanso deste mal tirano,

Con pensar de acabarlo en varios modos,

Yo no espero el fin de mis dolores.

Y si les había admirado la novedad por no le haber oído otra vez cantar y, en el progreso suspendido la perfección de la voz, las dejó tristes el presuroso fin de la música.Y así le mandaron cantase de nuevo, como lo hizo con estas liras:

Cobarde pensamiento

 Pues eres tan altivo, que en las bellas

 Luces del firmamento

(A donde están dos soles por estrellas)

Osas poner la mira,

¿Qué miedo de la empresa te retira?

 Detén el paso, aguarda

Que ausente te amenaza mayor daño,Y si aquí te acobarda

 El airado rigor del desengaño,

 Piensa que al que es amado

 No le perdona Amor algún cuidado.

 Atrevido y gallardo

Vence imposibles y deshaz desvelos,

 No con aliento tardo

 Llores después sin fundamentos zelos.

Que en discurso amoroso

 Nunca el que fue cobarde fue dichoso.

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 No es bien que por altivo,

Quiera el gesto que tus ansias calles.

Que el niño vengativo

Suele igualar los montes y los valles.

 Dile el mal que te alcanza

Y asegura el favor de la esperanza.

Acabando con tanto afecto que si doña Leonor no quedó rendida, determinó no dejar diligencia para certificarse de la calidad del enamorado músico. Y habiendo procuradosaberlo de Vriango (que se fingía muy simple) no pudo con todas sus trazas hacer que seadelantase a más que asegurarla que era hombre de bien. Pero contando después al amigola instancia que le había hecho para descubrir la nobleza que juzgaban tenía, acordaronque el navarro escribiese de su mano una carta (que por haber siempre ocultado el saber escribir no sería conocida por suya) y en ella le acreditase por noble. Como se ejecutó, ydespués de algunos días que la traía Armindez en la faltriquera, pasando cerca de suquerida, con cuidadoso descuido la dejó caer en el suelo al sacar de un lienzo, y vista de

la niña la alzó sin decirle nada y se fue a su cuarto a leerla, y mirando el sobreescrito vioque decía: «A don Fernando Armindez de Mendoza. Trece de la Orden de Santiago.» Ydentro: «No os he escrito antes temeroso de que no llegasen mis cartas a manos devuestros contrarios, que por ser tan poderosos se puede desesperar de la seguridad dellas:

 pero ahora que el Conde vuestro hermano envía a Rodrigo, su paje de cámara, a esaciudad por criado de un oidor que pasa a las Indias, conociendo su fidelidad, hicieraagravio a nuestra amistad si dejara de avisaros que su Majestad os ha hecho merced de lavida con que sirvais con dos lanzas diez años en Orán. Deste destierro esperamos alcanzar 

 presto la gracia (como vuestro hermano os lo avisará), y así alentaos y llevad con valor la bajeza a que os obliga la fuerza de los hados. De Valladolid, don Jusepe Pimentel.» Decuyas razones engañada la tierna doncella, juzgando verdadera la fingida nobleza, alegre

de su dicha, dio entrada al Amor, y después de haber guardado con mucho cuidado lacarta, salió a la parte a donde la había cogido, y halló que, congojado, en todas ibamirando con grande cuidado. Y preguntándole la causa dél respondió habérsele caídounos Romances que estimaba por hijos del ingenio de un grande amigo suyo, simulandocon astucia tanta el sentimiento que le causaba la pérdida dellos que lastimada la yaenamorada doncella estuvo por volverle su carta, teniendo por sin duda que aquélla fueselo que buscaba. Pero procuró con mirarle tierna consolarle que, siendo lo que él deseaba,se fue loco de contento a dar parte del dichoso suceso a Vriango el cual, alegre dél, se

 prometió el fin que pretendían de las engañosas trazas y más cuando advirtieron que doñaLeonor, no acostumbrada a los desasosiegos que causa el Amor, le traía todo el díaocupado por tener ocasión de hablarle, y en anocheciendo procuraba que su madre le

hiciese cantar el tiempo que estaban en el jardín, gozando del fresco y él, no perdiendoocasión, le daba a entender en las letras que cantaba su amor, asegurándole ella igualcorrespondencia con los extraordinarios encarecimientos que hacía celebrando la dulzurade la música y el arte dellas, deseando ya ocasión de poderlo hacer descubiertamente,como se la presentó presto la buena estrella de Armindez y el poco cuidado que tenía sumadre de la casa, pues a trueque de no perder un paseo o una fiesta estimara ganancia elverla abrasada, sin advertir que tocando el interno gobierno della a la mujer (pues debende tener parte de los cuidados como la tienen de los contentos) no le puede haber buenoen la que falta su asistencia. Y así iban, por excusar salidas, las gitanas descalzas, quesuele muchas veces peligrar vagando la pudicicia que asegura el recogimiento. Habiendo

 pues su madre salido un día a los acostumbrados paseos del Arenal, dejando sola en casaa la niña, sucedió que viniendo de fuera Armindez, se encerró con Vriango en suaposento, a cuya puerta acudió curiosa doña Leonor y por la cerradura advirtió que

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ilustraba el pecho de su querido (que estaba en jubón) el hábito de Santiago y que sentadodecía al navarro (que, en pie, descubierto y con mucho respeto le escuchaba atento por haber oído gente a la puerta) que se preveniese para la noche, que no había de consentir sediesen a sus ojos tantas músicas a su querido dueño. De cuyo concierto, temerosa de queno sucediese algún daño al aragonés, le llamó y, habiendo cubierto el fingido hábito, salió

diligente a saber lo que le mandaba siguiéndola al jardín a donde se había encaminado. Ysentada junto a unas murtas le ordenó hiciese lo mismo, y como rehusase hacerlo le dijo: —Mucho nos podemos quejar de V. S., señor don Fernando de Mendoza, que haya

querido quitarnos la ocasión de servirle en nuestra casa como merece su noblezaencubriéndose con la servidumbre indigna de su esclarecido linaje.

Pero mostrando no entenderla y creer que hiciese burla dél, le enseñó su carta y contólo que acababa de ver. A cuyas señales, fingiendo darlas de ser vencido, satisfizo al deseoque mostraba la niña de saber la causa de tanto disfraz con nuevo embeleço diciéndole:

 —Festejaba yo en la Corte sin amor a una hermosa dama de quien estabagrandemente enamorado un noble caballero de los más principales títulos della, cuyosmerecimientos, con ser muchos, nunca pudieron alcanzar un pequeño favor, mostrándose

tan liberal dellos conmigo (que los merecía menos) que le dio justa causa de celos y,atormentado de sus furias, de buscarme una noche que hablaba con ella a una reja de sucasa. Pero, aunque tenía valor y compañeros valientes, fue desdichado, pues con sumuerte espantó de manera a los suyos que pusieron todos la seguridad en los pies. Y asídisfrazado vine huyendo a esta ciudad a donde vi vuestra divina hermosura a la cualquedé tan rendido que sentí ser imposible vivir sin ella y, no pudiendo descubrirme por el

 peligro que corría de perderos si me quitaban la vida, determiné serviros en este trajemientras se aplacase el Rey y me fuese permitido pretenderos descubiertamente por mía.Pero ya que se ha adelantado mi suerte os suplico admitais mi amor y no consintais meatormente y castigue con nuevos martirios por soberbios a mis pensamientos, pues hanosado pretender, no como hizo Ixión la belleza de Juno, sino vuestra hermosura cuyamenor parte puede formar deidades, siendo verdad que no pudieron competir las fingidasde cuantas inventó la antigüedad con la vuestra verdadera. Que si esto alcanza mi dicha,será la mayor que ha visto el mundo.

Cuyos requiebros acompañó con los ordinarios abonos de ardientes suspiros, y conellos se enterneció tanto doña Leonor que no sabiendo encubrir el amor que le tenía, sintemer la nota de fácil, le manifestó con estas razones:

 —Desde que vuestras acciones dieron seguro indicio de la nobleza que teneis (quemal encubren sayales los rayos de su claridad) fue mi pecho un verdadero retrato de laabrasada Troya, probando el mayor incendio que ha hecho con su fuego Amor, y ahora hacrecido tanto que, a quererle ocultar, quedará presto por mentirosa. Y así podeis estar 

seguro que no tardará más la posesión de lo que pretendeis de lo que dilatareis el hacer instancia con mis padres por ella.Cubriendo con tal fin las hermosas mejillas de perfecto carmín. De que, mostrándose

muy alegre y gozoso el aragonés, concertó con ella que descubriese a su madre elconocimiento que tenía de su nobleza, que después él haría las demás diligenciasnecesarias para el cumplimiento de sus deseos. Pero estorbó esta plática, entrando, sumadre a quien, no sufriendo dilaciones, contó lo concertado y, certificado dello con ver ella misma el hábito que traía el aragonés, sin que él lo entendiese dio de todo parte alcuñado que determinó hacerlo de criado huésped. Y la misma noche mientras contabaArmindez al navarro lo que le había pasado con su querida, entraron en su aposento y leforzaron a descubrirles lo que ellos publicaban por cierto con quejas de la poca

satisfacción que había mostrado dellos en ocultarse tanto tiempo, a las cuales dio lasdisculpas que mejor le parecieron y encareció la obligación en que le ponían con la nueva

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merced que recibía. Y así de allí adelante le trataron conforme merecía la nobleza de que blasonaba, gozando particularmente los favores de doña Leonor. Y no recibió el mayor que desean los amantes por no violar las leyes del sagrado hospedaje acreditando condoña Leonor (que era de raro entendimiento) mucho más la nobleza que fingía con estaacción que con el hábito que traía. Pero temiendo que no se descubriese su enredo fingió,

ya que había pasado un mes de su exaltación, nuevas cartas de la Corte con aviso de total perdón de su Majestad, de que le dieron todos mil parabienes, y mostrando serle necesario partirse para Valladolid, en reconocimiento de lo mucho que confesaba deberles, pidió por mujer a su querido dueño. Y estimándolo a suma dicha su madre y tío, temerosos deque no se arrepintiese, sin dar parte dello a deudo ninguno, atropelladamente se laconcedieron, haciéndolos desposar sin amonestación ninguna, con licencia que para elloalcanzaron, y le dieron en dote cuarenta mil ducados en dinero. De que alegre el aragonés,retirado en su cuarto a solas con el navarro, que loco de contento no cabía en sí, le hablódesta manera:

 —Ya, Vriango amigo, puede parecer que hemos llegado seguramente al fin denuestra pretensión y que no hay más que temer. Pero ponderando esto con maduro

discurso estamos en lo más dificultoso della, pues al primer disgustillo se ha demanifestar nuestro embeleco. Y así es necesario prevenir los daños y el remedio dellos yno fiarnos de nuestra buena fortuna. Que suerte, y no industria, ha sido el salir tanfácilmente con nuestro intento. Porque a ser prudentes (como convenía) la madre y tío dedoña Leonor no se abalanzaran tan fácilmente a consentir este casamiento, por mucho que

 juzgaran estarles bien, sino informáranse cuidadosamente primero y descubrieran elengaño que será fuerza vean después, siendo locura imaginar que estén deslumbradas las

 personas con quien tratamos. Antes hemos de creer que facilitan con los medios el fin quehan pensado convenirles y así persuadirse que cuanto intentan les acarrea segurascomodidades y por no quedar sin ellas débese procurar de penetrarles los pensamientos y

 pensar que siempre se nos trata con engaño para que, sirviendo el recelo de atalaya,descubra los que hay y cierre el paso a los que pudiera haber. Y así, ya que hemos sidotan dichosos, que nos enseñan aciertos ajenos yerros, me resuelvo de coger todo el dote y

 ponerle en la Corte en cambios abonados y que vayas a ponerme casa para llevar allá a miesposa. Porque en cualquier caso me conviene esté lejos de su madre que, astuta, pudiera(en descubriéndose el enredo) quitarme hacienda y mujer con un divorcio (cuya facilidaden esta nuestra España no sé si lamente o deje el remedio a quien le toca, mientras noalcanzo la causa y veo los daños) quedando yo pobre y afrentado, que es la mayor desdicha.

Y pareciéndole al navarro prudente acuerdo, prometió no exceder un punto dél. Y así, puesto en letras el dinero, se fue a la Corte, a donde alquiló una muy buena casa y la

 proveyó de todo lo necesario, recibiendo asimismo los criados que le pareció no se podíanexcusar y luego escribió en nombre del Conde, su hermano, al aragonés, que leaguardaba, y a tardar le iría a buscar a Sevilla enviándole dos mil escudos de joyas para lanovia que, alegre y engañada con ellas, persuadió a su madre gastase seis mil en galas y lediese dineros para el camino, como lo hizo. Y el tío quiso acompañarlos por conocer alConde. Y habiendo llegado a Valladolid, fueron muy bien recibidos de Vriango yentretenidos algunos días. Pero el mercader, ansioso por el Conde, haciendo nuevasinstancias para verle, quedó desengañado con asegurarle no le había en el mundo, y alsentimiento que mostró espantaron con fieros, a los cuales se siguieron las nuevas quellegaron de Sevilla de haberse ahogado en la mar su hermano. A cuya causa, dejando alfingido caballero y a la sobrina, se volvió, y añadiendo a las lástimas que hacía la viuda el

descubrimiento del engaño, creció tanto la pena que le quitó la vida. Y el aragonés quedóseñor absoluto de ciento cincuenta mil ducados. Y doña Leonor, si bien sintió la muerte

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de sus padres, y el verse casada al contrario de lo que había imaginado, hallándose conhacienda bastante para sustentar el fausto, y enamorada de su esposo, se consoló más

 presto que el tío, el cual vivió lo restante de su vida afligido considerando el desatino quehabía hecho en la mayor acción que hacen los hombres, pues errada una vez no admiteenmienda. Y el aragonés tuvo lugar de campear caballero en la Corte, como se había

fingido en Sevilla, no le dando al navarro con avaricia de menoscabar la opinión que deserlo le alcanzaron las riquezas, y la dejó después de su muerte con ellas a los hijos quetuvo en la engañada doña Leonor.

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 Los efectos de la fuerza

Cansado Amor de vagar, se había retirado al reino que más le obedece; y en la famosaciudad que edificó el astuto griego (su noble Corte, y centro de las mayores riquezas delOriente que la reconoce por señora) no halló otra mayor lisonja que las finezas deEstrella, hija del más rico mercader de Lisboa y de don Sebastián, única prole de donVasco, caballero de los más principales y ricos de la Corte y que fundaba todas lasesperanzas de la conservación de su linaje en él, a quien y a la niña (que lo eranentrambos), había picado por burla con sus doradas flechas, siendo algunos días causa derecreo a los padres, cuyas casas estaban juntas, y de no poca risa a los vecinos, con lostiernos requiebros que con lengua de leche les enseñaba a pronunciar Amor; y nocausaban menos gusto los enojos y paces que hacían; y era tanto lo que se querían quesiempre estaban juntos. A cuya causa, temeroso don Vasco que con los años no creciese

el amor tanto que robusto deslustrase su mucha nobleza con la honesta posesión de laextremada hermosura que tenía la niña, quiso atajar el mal que recelaba; y así contra lavoluntad de su mujer que amaba tiernamente al niño, le envió (siendo ya de diez años) aCoimbra en casa de un hermano suyo canónigo en aquella Iglesia porque la ausencia y elestudio le quitasen la memoria de Estrella, la cual lo sintió con tal extremo que no era

 bastante el padre a consolarla; y así la envió a un convento de monjas para que una tíasuya lo hiciese y por aficionarse a la religión a donde había trazado de meterla por dejar adon Francisco, su hijo, tan bien puesto que pudiese parecer caballero, porque con susriquezas pensaba dorar su nacimiento de manera que le acreditase noble con todos.

Y ya lo intentaba con el ordinario principio del don tan afable que con todos seacompaña, no ignorando la condición de los hombres que fácilmente creen no haber sidoescasa la naturaleza con quien se muestra liberal la fortuna, aunque muchas veces veamoslo contrario. Que la ciega diosa aborrece todo merecimiento y a los que conoce desnudosdellos pródiga reparte sus bienes; y así, con los que le había dado pensaba, viviendo,fundarle un mayorazgo sin lo que dejaría muriendo que, con su industria, confiaba nosería poco, siendo el más avariento mercader de la Corte a donde no eran ocultos losamores de su hija que, después de mucho llorar, dejó (con los regalos que le hacían todaslas monjas) la tristeza que le había causado la ausencia de don Sebastián, cuya aflicción

 publicó, con los sucesos del viaje, una carta que en llegando la escribió y llevó otro niñoamigo suyo, por cuya mano la niña le respondió con tanta risa de las monjas (que todo losabían) que confesaban no haber tenido mejores ratos de los que las daba con sus amores;

y la querían tanto que deseaban que nunca saliera del convento. Pero cansada ella de tantaclausura al fin de seis meses quiso volver a casa de su padre, a donde estuvo triste los tresaños que vivió don Vasco y duró el destierro de don Sebastián, cuyo progreso en losestudios admiraba a sus maestros, pues excedía a todos sus compañeros que le amaban enextremo y con él sintieron la partida que hizo después de haber, con las artificialesdemostraciones de pesar que añadió a las verdaderas, encubierto el contento que le causóla muerte de su padre, por no haber ya quien le pudiese contrastar a su querida Estrellaque mostraba adorarle en las cartas que le escribía, si bien en este tiempo lo hacían concautela, pues la edad de entrambos lo requería, que era de once años la niña y él de trece.Llegó a Lisboa y renovó con su madre las lágrimas y lástimas que era justo mostrar por la

 pérdida que habían hecho, y se vieron antes que entendiese su venida el mercader en casa

de la abuela materna de Estrella que deseaba verla casada tan noblemente. A cuya causales dio al descuido ocasión de hablarse en secreto, y lo hizo don Sebastián diciéndole:

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 —Encarecerte hermosa Estrella, (cuando la tengo tan buena), las penas que en estostres siglos he pasado, fuera publicarte obligada y pedir por justicia los favores que ya degracia alcanzo y no lo hiciera por ella, siendo declarado devaneo imaginar que puedanhumanos merecimientos pretender, aun en sueño, los más pequeños: y se mostrara cortésquien me llamara temerario, si me persuadiera a manifestar las avenidas de contento que

ha causado tu vista al alma que, en tanta gloria, confiesa no haber alcanzado su sombralos más dichosos amantes, y, a no la templar unos justos temores de perderla nacidos delconocimiento de tanto bien y de su poco valor, no hay duda que peligrara mi vida pues enhumano corazón no caben sus diluvios. Y así sólo te certifico que éstos me dejan tanobligado que imposibilitan en mí mudanzas, y seguro que no las tengas llegaré a estadoque no pueda pasar el mismo Amor.

 —El mío —respondió la enamorada doncella— se halla tan favorecido con tu nueva presencia (de la razón que tenía quejas de la presurosa sujeción de la voluntad) que ufano blasona no haber llegado a su altura ninguno de los nacidos, pues presume resistir al poder de la rigurosa Parca.

Cuyas amorosas ternezas pagó don Sebastián con otras no menos encendidas,

mostrándose tan galán que, con haber Estrella dejado sin fuerzas al niño alado paraacrecentar más su fuego, juzgó frío al corazón y helada al alma a vista de los incendiosque ostentaba su querido; y así, no quedó fineza que no hiciese para acreditar sucorrespondencia. Cuya seguridad le envió tan contento que dio ocasión a la envidiosafortuna de turbar presto su sosiego con el accidente que lloraron después con razón losniños amantes (que este nombre les dio el principio de sus amores y les duró hasta lamuerte). Porque apenas supo su padre la venida de don Sebastián, cuando añadió alnatural recogimiento de las portuguesas el que se requería al buen suceso de sus intentos;

 pero presto conoció no hallarse ninguno que se esconda al Amor, porque causando aEstrella la privación del bien que tenía tan cerca mortales ansias, admitió cada noche ensu cuarto a don Sebastián que disfrazado en traje de mujer, con la guía de una criada suya,iba a gozar de sus honestos favores y con él de la misma salía a la mañana, ya que el

 padre y hermano estaban fuera de casa; pero duró poco el fruto de este engaño puesapenas habían pasado quince días cuando descuidada la criada dio ocasión que leencontrase don Francisco al salir de casa y le siguiese a la suya porque turbado a su vista,temeroso de no ser conocido, volvió a salir con presteza, y con la misma subiendo lasescaleras le conoció; y dando dello parte a su padre le obligó a encomendar su honra a laclausura de un monasterio, y no se atrevió la tierna doncella a rehusarlo por las grandesamenazas que la hicieron si no mostraba hacer con mucho gusto su voluntad. Mas no por esto cesó lo que tenía a don Sebastián, el cual perdiera sin duda por este suceso el juicio

 —tantas eran sus lástimas— a no le socorrer una prima suya monja en el mismo

convento, que habiendo sabido sus extremos, le envió a llamar y habló desta maneradiciendo: —El sentimiento que tengo de tus penas, amado primo, no me consiente sosiego

alguno, sin que tú le tengas, y así he sido forzada a llamarte para que te resuelvas deencomendar a tu buen entendimiento que le procure, descubriendo a la ciega voluntad losdaños que te causa con su obstinación en pretender cosa que no conviene a la naturalezade tu linaje, que no cede al más ilustre de España, en la cual hallará nobles hermosurasque la dejen satisfecha si, obediente a la razón, admitiere su consejo, sin el cual usurpa elnombre de Amor toda afición, pues a ésta califica la pretensión del bien; y no lo essolamente la hermosura, que desvanece en pocos años, como suele fresca rosa a la calor estiva, sino las virtudes que las perfecciona el tiempo, y la nobleza que se acrisola en las

manos del mismo, y éste suele ser cruel verdugo en castigar las temeridades que hacen sindiscurso, para lisonjear el apetito, los nobles mancebos, porque deslustra la semejanza del

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 bien que los engañaba y, tardo arrepentidos, pagan con los atroces tormentos con que lesdespedaza el corazón los injustos placeres. Éstos confieso que persuaden sin artificioretórico y con tanta fuerza que no bastan los naturales a resistirlos; pero si de tu parte tedispusieres a querer alcanzar la victoria, te la dará seguramente el cielo; y advierte que, dehacer lo contrario, puedes temer justamente no pequeño castigo, siendo hazaña de

malvados espíritus estorbar a quien endereza allá sus pasos. Y así retira los tuyos de tantomal como es inquietar con tus extremos a la niña que ha escogido lo mejor y alcanzarás el premio que solamente te puede hacer dichoso.

 —No contradice —respondió don Sebastián— al agradecimiento que deba replicar avuestras razones y mostrar la grande que tengo en adorar a mi querida Estrella a quien lahermosura hurta perfecciones, aunque sean las suyas (que no estimáis por fugitivas) detanto valor que nos asegura el Príncipe de los Filósofos debérsele el señorío de loshombres. Y si en la virtud está la verdadera nobleza califica mi dueño con las muchas quetiene la suya, y yo mi justa pretensión que os suplico favorezcáis si estimáis mi vida y laconservación de nuestro linaje, el cual veréis acabado con ella no lo haciendo, por ser imposible que resista a las penas que me causa el solo temor de no alcanzar lo que deseo.

Y con las muchas lágrimas que derramó y con los ardientes suspiros con los cualesencendió el aire las acreditó de manera que lastimada su prima prometió ayudarle encuanto pudiese. De que habiéndola dado don Sebastián las debidas gracias le pidió quefuese la primera que él recibiese la vista de su querida Estrella. Prometiólo ansí ydespidiéndose con esto fue a la celda de la misma y la halló que deshecha en lágrimaslamentaba su desdicha, y si bien en viéndola quiso disimularlas no lo pudo hacer, porquemostrando haberlas conocido con su causa le obligó a confesar sus males y luego le aplicólos remedios que le dictaba su prudencia; y fueron tales que alentaron sus desmayadasesperanzas y le restituyeron el contento que había perdido. Pero no le sufrió la mudablefortuna que gozase enteramente el bien que le prometía la vista de su querido, porque eldía que había de ser víspera de la visita llegó a Lisboa una carabela con aviso que al Cabode Buena Esperanza quedaba destrozada de la furia del mar una nave en la cual iba gransuma de mercaduría de su padre, a cuya causa quedó del todo destruido y apenas tuvolugar de entregar a su hija cincuenta mil ducados en oro y joyas para que secretamente selos guardase, por saber que habían de acudir luego acreedores, como sucedió, dejándole

 pobre, que solamente le quedaron las esperanzas de rehacerse con los dineros que leencubría su hija, la cual estaba tan enamorada que sintió esta desgracia solamente por ser estorbo de la vista de don Sebastián, a quien avisó por medio de la prima que al díasiguiente podría hablarle y llegado el plazo la ejecutó sin conceder la menor espera, y alas muestras del sentimiento que le había causado la desdicha de su padre añadió el quetenía amoroso por su repentina determinación con estas razones:

 —Bien te persuadirás que no quiero, pues no me ha muerto el dolor de ver fingido elamor que blasonabas tenerme, y con razón, si no engañara al alma la esperanza de tuarrepentimiento, mientras puedes mudar parecer; porque a creer la firmeza del presente,vieras triunfar de mi vida al justo sentimiento de tanta ingratitud.

Y fue tan grande el que llegó al fin destas razones que le ató la lengua, por deslustrar las más agudas suyas su calidad que acreditó con superior retórica el silencio; y bien

 presto lo aseguró la hermosa Estrella, presentando en cristal las cartas de creencia que enfavor de la lengua enviaba el corazón, cuya respuesta dio con estas palabras:

 —Amor, que ya es en mi naturaleza, no me consiente mudanzas sino de la vida a lamuerte y ésta será cierta si durase la porfía de mi padre que me ha obligado a laobediencia, y no la prometeré a la Abadesa pues la debo al Amor, el cual con rigor me

ejecuta sin valerme el sagrado deste convento; y así no sientas tan mal de mi firmeza y no pierdas la que siempre has mostrado, que el tiempo remediará nuestros males como lo

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acostumbra hacer; y tú alivia entretanto los míos con tus visitas que no hay duda son losmayores, estando privados de todo divertimiento.

Y sin consentirle prosiguiese, loco ya de contento, mostró con amorosas ternezas elagradecimiento que tenía por los nuevos favores diciendo:

 —Si no hubiera triunfado perfectamente tu divina hermosura de mi libertad, pudiera

con nuevas demostraciones calificar la gloria que recibo con el presente favor, queconfieso iguala a mi amor aunque no le hay más perfecto en el mundo; y así dejo que lohaga el silencio y solamente suplico me des palabra de ser mi esposa que con esto quedarédel todo seguro que no te pueda vencer la fuerza paterna.

Y dándosela con mil juramentos se apartaron y continuaron después estas visitas todoel tiempo de la aprobación. Y en pasado la hiciera su padre profesar a no estorbárselo elamante con ponerle demanda de casamiento ante el Arzobispo que mandó luego restituirlesu libertad y examinarla. Y a este efecto la llevaron de consentimiento de las partes a casade su abuela, que por tenerla don Sebastián de su bando no replicó; pero habiendo tenidolugar el padre y hermano de hablarla antes que recibiesen su dicho le hicieron milamenazas de matarla si confesaba ser verdadera la pretensión del Caballero; porque,

aunque les estuviese muy bien tan principal casamiento, temían no perder los cincuentamil ducados (única esperanza de su restauración) y si bien don Sebastián mostraba nocuidar de la hacienda, no juzgaban verdadero el menosprecio della, midiendo su noble

 pecho con el vil y apocado dellos; porque el avariento y humilde entiende que no tiene lafelicidad otra morada que las riquezas siendo su albergue la verdad que ordinariamentereside en nobles pechos. Pero viendo que se burlaba Amor de la muerte que leamenazaban airado el hermano le habló desta manera:

 —Cruel enemiga de tu misma sangre, pues la destruyes para satisfacer a tus malnacidos deseos y no para el fin principal del santo matrimonio que sacrílega profanas conlos diversos que tienes, está cierta que a la declaración de malvada voluntad seguirá lamuerte dese tu querido (perturbador de nuestro sosiego y estorbo de todo nuestro bien),que habiendo de quedar yo perdido, no has de verte triunfante; y así considera lo que está

 bien, porque ya he remitido al acero la retórica.Y sin hablarla más se fueron dejándola tan afligida que no fue la abuela para

consolarla. Y habiendo pasado toda aquella noche llorando se determinó no aventurar lavida de su amante, porque conocía que la desesperación hace valiente al más cobarde; yasí negó, cuando la examinaron los ministros del Arzobispo, haberle dado palabra decasamiento y dijo que era su voluntad de ser monja, como lo fue. Profesando con tanta

 pena y lástimas de don Sebastián que escandalizó con sus amorosas locuras a toda Lisboa.Pero no dilató mucho tiempo el cielo en castigar el sacrilegio que habían cometido enforzarla, porque paseándose su hermano una noche del ardiente estío por Lisboa, ya que

daba la vuelta para su casa, por ser las dos, vio descolgar de una alta ventana una escalade seda; y reconociendo la casa advirtió ser su dueño un caballero de los más principalesde la Corte; y persuadiéndose que la que la hacía la seña fuese su hija a quien había

 procurado muchas veces mostrarse enamorado de su hermosura, movido de sus riquezas ynobleza, y della por las mismas causas no admitido, se determinó de no perder la ocasiónde alcanzar lo que había deseado en vano. Y así subió con notable presteza, y llegando ala ventana con mucha ligereza se lanzó y apenas tocó el suelo, cuando la misma niña queél había pensado le fue a abrazar. Pero conociendo no ser su galán se retiró temblando ydespavorida por verse a solas con él, y le suplicó con lágrimas que se fuese asegurándoleque antes perdería la vida que le permitiese el cumplimiento de sus mal nacidos deseos;

 pero resuelto de no partirse sin verlos satisfechos, ya que no le aprovechaban las muchas

ternezas que le dijo, la amenazó con que haría público el caso; de cuya determinaciónatemorizada la incauta señora le entregó su más preciada joya, si bien con promesa de ser 

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su marido pues el que por largo servir y mucho amor lo merecía lo había perdido por descuidado, y estuvieron en amorosos placeres hasta que los estorbó el Alba, cuya priesaacusando el mancebo se despidió y quedó de volver a la misma hora la noche siguiente.Pero no se lo consintió el que todo lo rige, porque el galán de la doncella, que habíallegado cuando ya don Francisco subía a hurtarle su bien, pensando ser engañado le

aguardó celoso toda la noche con dos amigos suyos, y viéndole en el suelo le acometieron juntos y dejaron muerto en la calle; cuya muerte, en llegando a los oídos del viejo padre letrasladó a la parte que había sido el todo de sus desdichas, las cuales publicó con lágrimasy suspiros, no siendo menos las lágrimas de Estrella cuando le llevaron para enterrarlo ala iglesia de su convento, a quien don Sebastián escribió en esta ocasión procurandoacreditar el pesar que tenía de tan grande desastre, y despertó con las amorosas razones yternezas que enamorado había esparcido por el billete al Amor que ya parecía si nomuerto, dormido, pues con haberle prohibido la Abadesa ir al locutorio y con las

 prudentes pláticas de su padre espiritual se había templado el ardor que tanto la afligíacon esperanzas de cesar del todo. Pero el veneno del papel inficionó de suerte alentendimiento con la memoria de las pasadas glorias que, representándolas inconsiderado

a la voluntad, furiosa se alzó con el gobierno del alma, y dando dello aviso a donSebastián por vía de su prima renovaron la correspondencia. Y no pudiendo Estrella sufrir más las penas que le causaba el sacrílego deseo consintió salirse del convento conformeinstaba el amante, el cual, alegre de esta resolución, buscó a un mozo forastero, modernomorador de Lisboa adonde había venido de Galicia, su nativo suelo, con intención de

 pasarse a las Indias, a quien don Sebastián se había aficionado en las casas de juego quefrecuentaban entrambos; y él en diversas ocasiones había demostrado desearlas de susservidos para acreditar su correspondencia; y así confiado en ella el caballero (habiéndolehallado en su casa) le habló desta manera:

 —Las muestras de voluntad y de vuestra nobleza en las ocasiones que he visto measeguran que puedo con toda confianza comunicaros un amoroso suceso mío; y asísabréis que después de largo penar me concede Amor la posesión de la más hermosadoncella que tiene el suelo, porque, determinada de hacerme dichoso, deja un monasterioque la encierra y vendrá conmigo a vuestra casa, en la cual por no conocida y por vuestras

 partes estará más segura; y lo podréis estar de que no será pequeño el agradecimiento quemostraré con la misma vida por tal merced.

A cuyas razones habiendo respondido con otras llenas de cortesía, mostró quedarleobligado por la confianza que hacía dél, y le ofreció no desmentirla con sus obras. Y asídentro de seis días una noche muy obscura, que deshecho el cielo amenazaba nuevodiluvio a la tierra, salió la mal aconsejada monja del monasterio con unas llaves falsas quehabía hecho ya que todas dormían, y halló al sacrílego amante que la aguardaba. Y no

 pudo el cielo apagar el amoroso fuego con un mar de agua que arrojó sobre ellos en elcamino, por haber ido solo y a pie (temeroso de no ser descubierto) a la ejecución de lamaldad que aprobó el gallego con el contento con que los recibió, y habiendo pasado conmayor la noche en los infames placeres los continuó por espacio de tres meses, sin que selos pudiese estorbar la diligencia de la justicia que anduvo cuidadosa en descubrirlos.Pero enfermando al fin dellos estuvo en la cama cerca de quince días, en los cuales elamigo, vendido de la hermosura de Estrella, y animado de su sabida flaqueza, procuró conmuchas veras rendirla (que se pierde fácilmente el respeto a quien se sabe haberlo perdidoa Dios) y viendo que no aprovechaban persuasiones, ya que don Sebastián andabaconvaleciente, si bien no salía de casa, entrando de noche en el cuarto de Estrella intentó

 por fuerza pagar al apetito (que tirano no precia voluntades); pero permitió el cielo para

castigar con un rebelde a su enemigo, que el común nuestro aumentase tanto los deseosque ardían en don Sebastián de ver a su bien que, sin dar parte a nadie, saliese de su casa

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y solo se fuese a la del desleal amigo; y conocido en llegando de su criado, le abrió. Queciego el gallego no le había prevenido, aunque no presumía se atreviese a tanto donSebastián, el cual subió las escaleras y halló desierta la sala; pero entrando en el cuarto desu querida Estrella vio su resistencia y la villanía del infame amigo, a quien, antes que ledejase la turbación, sacó a puñaladas el alma; y sosegado ordenó al criado del traidor 

difunto, que estaba en un cuarto bajo, que fuese a su casa y le hiciese traer un caballo, yhabiéndolo hecho le dijo que avisado su amo que le buscaba la justicia por la muerte quehabía dado a un caballero de la ciudad se había partido por la posta para Castilla ydejándole cien escudos de oro para que al momento le siguiese y con dárselos acreditó sumentira. Que este metal persuade valientemente lo que quiere. Fuese el criado, y él conEstrella vestida de hombre a la mañana se embarcó en una nave que con el Aurora partió

 para Sicilia, a donde llegaron sin que les aconteciese cosa contraria. Pero a la vista deMecina, ya que alegres iban a tomar puerto, con un repentino furor se lo estorbó el mar,revolviéndose en tantas y varias maneras que no se podía bien conocer si aspiraba aentrarse con sus furiosas olas en el cielo o penetrar con ellos a los infiernos; o, nocontento de sus anchos términos, pretendía extenderlos con la ruina de Sicilia y de toda la

tierra; y así, en una y otra parte llevada la nave sin esperanzas de contrastar a tanta furia,se entregó a la del viento, que la llevó a hacerse pedazos en la costa de Berbería. Y endesdicha semejante les dejó el piadoso cielo la vida y gran parte de las mercadurías quellevaba el navío. Pero cuando los marineros reconocieron la tierra quedaron muy tristes y

 publicaron la causa dello a las instancias de Estrella que obscureció su luz con el temor delas bárbaras afrentas. Y si bien procuraba don Sebastián alentarla, estaba más necesitadode consuelo; no por el cautiverio, que no estimaba, sino por la cierta usurpación y pérdidade su hermosa monja. Y mientras emulaban con sus interiores tormentas la borrascosa delairado mar, se vieron en medio de dos turcos que venían en dos fuertes caballosacompañados de diez soldados de a pie el uno y de ocho el otro; y llegando a un tiempo alos desdichados náufragos, pretendió cada uno el solo señorío dellos, y no bastante adárselo las razones, vinieron a una reñida y cruel batalla, en cuyo discurso, viéndoseinferior el de los diez soldados empezó con injuriosas palabras a vengarse llamando perrorenegado a su contrario. Cuyas razones entendió un marinero que otra vez había sidocautivo, y encareció tanto la crueldad de los renegados que resuelto don Sebastián a no lequerer por dueño le mató y ayudó de tal manera al turco que alcanzó la victoria, y luego,echando por el suelo las armas, se entregó con Estrella por su esclavo; y agradeciendo el

 bárbaro los recibió con semblante afable, y cargando a los demás con sus mercadurías losllevó a la ciudad, cuyo gobernador era, que estaba poco distante. Y habiendo hecho por elcontento de la presa un grande banquete se hizo servir de todos los cautivos, y vista entreellos la hermosura de Estrella quedó su esclavo, y dio tantas señales de su amorosa pasión

que la conoció el amante y lloró el alma su cierta desdicha que no tardó mucho en verlacon sus propios ojos; porque habiendo el enamorado turco, después del banquete, llamadoa la bella cristiana en su cuarto, procuró reducirla con promesas de casarse con ella arenegar de la fe; pero hallándola constante la llevó a un jardín y en él regaló la fuerza a sudesenfrenado apetito a vista de don Sebastián, que ya jardinero escondido entre unosárboles vio el robo de sus gustos. Cuya pena es imposible refiera la pluma cuandodesmaya el pensamiento, y así dejo al de los enamorados la ponderación della (que si

 parara aquí, fuera pequeña). Mas vencida Estrella de los regalos y amores del turco, alcabo de unos días de su cautiverio renegó nuestra santa fe y casó con el bárbaro (que haymuy poco trecho de los torpes deleites a la infidelidad, siendo éstos los que entre los otrosvicios hacen más fácilmente deslizar en la fe, castigo que da Dios a quien más le ofende).

Aquí pues fueron las ansias, suspiros y diluvio de tormentos, que cayeron sobre eldesdichado don Sebastián; de cuyas penas lastimada Estrella (que en fin le amaba

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tiernamente) procuró con el marido le tratase más bien por su hermano; y lo alcanzó porque lo dejó como libre. Mas no cesaban con esto sus martirios; como un día que tuvolugar de hablarla a solas, paseándose por el jardín, se lo aseguró con estas amorosasquejas:

 —Bien veo que no puedo alcanzar de una turca la piedad que deseo; pero Amor, que

a los pechos de la esperanza crece en mí, con nuevos modos se sustenta, y sin ella memanda que solicite la dicha que no aguardo con descubrirte los tormentos que padezco,cuyo rigor es tanto que dechado le imita la crueldad tartárea. Pero en tí, que me aborreces,será causa de risa, y alegre de haber bien logrado la bárbara intención de que fuesen losfavores que me hiciste sainete de las penas, serán para tu turco en sus deleites salsa.

Y el dolor que no pudo manifestar la lengua, descubrió un desmayo semejante a lamuerte, con que se enterneció tanto la bella Estrella que, desperdiciando perlas, se abrazócon el casi difunto amante, y habiéndole restituido con ellas la vida le aseguró, por la deentrambos, que aún estaban en su pecho vivas las llamas del primero Amor y que paracertificarle dello aguardaba ocasión de burlas con su huida al bárbaro marido. Con cuyasrazones alentado don Sebastián la suplicó las acreditase con el efecto, y habiéndolo

confirmado con mil juramentos, los dividió con su venida el turco el cual con muchasmuestras de amor le dio parte de una forzosa ausencia que había de hacer por ocho días, yella procuró acreditar su fingido sentimiento con lágrimas y suspiros, y el turco, por consolarla, mandó que fuese obedecida en cuanto mandase como su propia persona. Yasí, dos días después de su partida, hizo aprestar un bergantín, y proveído de robustosesclavos con cuatro turcos y su querido entró en el mar con achaque de divertirse, ycuando se vieron lejos de la tierra los esclavos, que estaban avisados, cautivaron a losturcos y con un fresco viento tomaron la derrota de Sicilia. Pero se mudó presto el tiempo,y con él en tristeza la alegría, y llevados de la fuerza de los vientos (después de haber corrido perdidos dos días con sus noches) se hallaron en una playa ya desierta con el

 bergantín hecho pedazos, y casi todos los que escaparon del mar perecieron en la tierra dehambre por ser despoblado el lugar del naufragio. Pero don Sebastián y Estrella, despuésde haber dejado escrito en una grande piedra en breves versos sus sucesos, se loscomieron los feroces animales de aquella tierra, y solamente tres dellos, los más robustos,quedaron vivos y fueron recogidos de otro bajel que por tormenta acudió a la misma

 parte, y éstos contaron después sus desastradas muertes. Que ansí pagaron la maldad quehabían cometido en solicitarla él y en salirse ella a sus persuasiones del monasterio.Pecado tan grave que los mismos gentiles en sus Vestales le castigaban severísimamente,enterrando vivas a las que con sus torpezas osaban profanar la castidad que profesaban.