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LA EPOPEYA AMERICANA Cabeza de Vaca en el Río de la Plata Por Germán Vázquez Chamorro Profesor de Cultura Azteca. Universidad Complutense E L 9 de agosto de 1537, víspera de la festivi- dad del patrón San Lorenzo, un esbelto na- vio procedente de las Indias anclaba en el es- tuario lisboeta. Alvar Núñez Cabeza de Vaca regresaba a la península después de diez largos años de ausencia. Aunque había pasado hambre, penurias y pri- vaciones sin límite, el antiguo tesorero de Panfilo de Narváez no era hombre que se dejara sedu- cir por la cómoda vida de la metrópoli. Así, tras elevar escritos, relatar sus dolorosas experien- cias y esperar incontables horas en la antesala de los despachos burocráticos, Cabeza de Vaca obtuvo el codiciado permiso real para iniciar una nueva empresa de conquista. La autorización, como de costumbre, no se concedió de manera gratuita, pues Alvar debió ingresar 8.000 ducados en las arcas de la Coro- na. A cambio, se le nombró gobernador y capi- tán general de la Provincia del Río de la Plata, cediéndosele el 12 por 100 de los hipotéticos beneficios que reportara la Gobernación. Pero la ambición y la sed de aventuras no fue- ron los móviles que guiaron los pasos de Cabeza de Vaca. El humanitario jerezano deseaba, ante todo, socorrer a los habitantes de Asunción (1), la ciudad fundada por Pedro de Mendoza. De Cádiz a Asunción El 2 de noviembre de 1540, la expedición, com- puesta por tres naves y 400 hombres, puso rumbo a la América meridional. Las contrariedades no tardaron en hacer acto de presencia. Apenas al- canzada la costa brasileña, las embarcaciones estuvieron a punto de irse a pique y con ellas las ilusiones del flamante Adelantado. La intervención de un grillo, calificada por el piadoso Hernández de milagrosa, impidió el desastre: Una hora antes que amaneciese, acaesció una cosa admirable... y es que yendo con los navios a dar tierra en unas peñas muy altas, sin que lo viese ni sintiese ninguna persona de los que venían en los navios, comenzó a cantar un grillo, el cual metió en la nao en Cádiz un solda- do que venía malo con deseo de oír la música del grillo, y había dos meses y medio que nave- gábamos y no lo habíamos oído ni sentido, de 961HISTORIA 16 lo cual el que lo metió venía muy enojado, y como aquella mañana sintió la tierra, comenzó a cantar, y a la música de él recordó toda la gente de la nao y vieron las peñas, que estaban a un tiro de ballesta de la nao, y comenzaron a dar voces para que echasen anclas, porque íbamos al través a dar en las peñas: y así, las echaron, y fueron causa que no nos perdiésemos: que es cierto, si el grillo no cantara nos ahogáramos cuatrocientos hombres y treinta caballos. Superado el percance, Alvar Núñez desem- barcó en la isla de Santa Catalina. Allí encontró a dos pintorescos franciscanos —el canario Alonso Lebrón y el cordobés Bernardo Armen- ia—, quienes le informaron de la trágica situa- ción en que se hallaba sumida la colonia. Según los frailes, los castellanos de Asunción y Buenos Aires llevaban una existencia dura y penosa, puesto que. además de aguantar los continuos ataques de los indígenas, tenían que sufrir la tiranía de los oficiales reales. Juan de Ayolas, la única persona con autoridad para de- tener tales desatinos, había muerto a manos de los indios, aunque —añadieron los francisca- nos— el verdadero asesino era Domingo de I ra- la, quien dejó abandonado a Ayolas en la selva. Los pésimos informes dieron origen a una aca- lorada discusión entre los miembros más nota- bles de la flota. Alvar propuso acortar camino por el interior, tanto por descubrir aquella tierra que no se había visto ni descubierto, como por socorrer más brevemente a la gente española que estaba en la provincia. El contador Felipe de Cáceres y el piloto Anto- nio López consideraban alocado el proyecto y preferían costear el litoral hasta Buenos Aires y, desde allí, navegar a Asunción por el Río de la Plata. Finalmente se llegó a un acuerdo. Cabeza de Vaca y el grueso de la tropa tomarían la ruta terrestre; Cáceres y los navios, la vía marítima. El 2 de noviembre de 1541, el aventurero jere- zano emprendió la segunda gran caminata de su vida. Le acompañaban 250 infantes, 26 jine- tes, fray Alonso, fray Bernardo y un elevado nú- mero de nativos cristianos. Pronto trabaron contacto con los guaraníes: pero aunque éstos eran gentes muy amigas de guerras y aficionadas a la carne humana, los castellanos no tuvieron necesidad de emplear las armas. Cabeza de Vaca, buen conocedor de la psico- logía indígena, prohibió de manera tajante cualquier relación de la tropa con los " p •*? nativos. x> Y porque la gente que en su compañía llevaba el goberna- dor era falta de experiencia, porque no hiciesen daño ni agravio a los indios, mandóles que no contratasen ni comuni- casen con ellos ni fuesen a sus casas y lugares, por ^ » ser tal su condición [la de los indios], que de cualquier co- sa se alteran y escan- dalizan, de donde po- día resultar gran daño y desasosiego en to- da la tierra. Esta sabia orden, unida al pago de los Indios timbóes a orillas del río Paraná. Al fondo, el fuerte de Buena Esperanza (seg¡ Schmidel) alimentos consumidos por la tropa, evitó la repe- tición de los luctuosos acontecimientos vividos por Alvar en la Florida. Los problemas no proce- ¿ían. pues, de los naturales, que quedaban ty alegres y contentos, sino de los in- ^dios capitaneados por los francisca- nos. La horda, cual una plaga de langostas, llegaba a los poblados mucho antes que la hueste y con- sumía toda la comida posible, de- jando a los españoles los restos y la cuenta. A medida que pasaban los días, las dificultades iban au- mentando. Ciénagas y monta- ñas, ríos y selvas convertían cada paso en un infierno. Por si fuera poco, la zo- na carecía de habitantes y los soldados se vieron obligados a ingerir gu- sanos blancos tan grue- sos y largos como un dedo. Alvar Núñez Cabeza de Vaca

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LA EPOPEYA AMERICANA

Cabeza de Vacaen el Río de la Plata

Por Germán Vázquez ChamorroProfesor de Cultura Azteca.Universidad Complutense

EL 9 de agosto de 1537, víspera de la festivi-dad del patrón San Lorenzo, un esbelto na-

vio procedente de las Indias anclaba en el es-tuario lisboeta. Alvar Núñez Cabeza de Vacaregresaba a la península después de diez largosaños de ausencia.

Aunque había pasado hambre, penurias y pri-vaciones sin límite, el antiguo tesorero de Panfilode Narváez no era hombre que se dejara sedu-cir por la cómoda vida de la metrópoli. Así, traselevar escritos, relatar sus dolorosas experien-cias y esperar incontables horas en la antesalade los despachos burocráticos, Cabeza de Vacaobtuvo el codiciado permiso real para iniciar unanueva empresa de conquista.

La autorización, como de costumbre, no seconcedió de manera gratuita, pues Alvar debióingresar 8.000 ducados en las arcas de la Coro-na. A cambio, se le nombró gobernador y capi-tán general de la Provincia del Río de la Plata,cediéndosele el 12 por 100 de los hipotéticosbeneficios que reportara la Gobernación.

Pero la ambición y la sed de aventuras no fue-ron los móviles que guiaron los pasos de Cabezade Vaca. El humanitario jerezano deseaba, antetodo, socorrer a los habitantes de Asunción (1), laciudad fundada por Pedro de Mendoza.

De Cádiz a Asunción

El 2 de noviembre de 1540, la expedición, com-puesta por tres naves y 400 hombres, puso rumboa la América meridional. Las contrariedades notardaron en hacer acto de presencia. Apenas al-canzada la costa brasileña, las embarcacionesestuvieron a punto de irse a pique y con ellas lasilusiones del flamante Adelantado. La intervenciónde un grillo, calificada por el piadoso Hernándezde milagrosa, impidió el desastre:

Una hora antes que amaneciese, acaescióuna cosa admirable... y es que yendo con losnavios a dar tierra en unas peñas muy altas, sinque lo viese ni sintiese ninguna persona de losque venían en los navios, comenzó a cantar ungrillo, el cual metió en la nao en Cádiz un solda-do que venía malo con deseo de oír la músicadel grillo, y había dos meses y medio que nave-gábamos y no lo habíamos oído ni sentido, de

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lo cual el que lo metió venía muy enojado, ycomo aquella mañana sintió la tierra, comenzó acantar, y a la música de él recordó toda la gentede la nao y vieron las peñas, que estaban a untiro de ballesta de la nao, y comenzaron a darvoces para que echasen anclas, porque íbamosal través a dar en las peñas: y así, las echaron,y fueron causa que no nos perdiésemos: que escierto, si el grillo no cantara nos ahogáramoscuatrocientos hombres y treinta caballos.

Superado el percance, Alvar Núñez desem-barcó en la isla de Santa Catalina. Allí encontróa dos pintorescos franciscanos —el canarioAlonso Lebrón y el cordobés Bernardo Armen-ia—, quienes le informaron de la trágica situa-ción en que se hallaba sumida la colonia.

Según los frailes, los castellanos de Asuncióny Buenos Aires llevaban una existencia dura ypenosa, puesto que. además de aguantar loscontinuos ataques de los indígenas, tenían quesufrir la tiranía de los oficiales reales. Juan deAyolas, la única persona con autoridad para de-tener tales desatinos, había muerto a manos delos indios, aunque —añadieron los francisca-nos— el verdadero asesino era Domingo de I ra-la, quien dejó abandonado a Ayolas en la selva.

Los pésimos informes dieron origen a una aca-lorada discusión entre los miembros más nota-bles de la flota. Alvar propuso acortar caminopor el interior, tanto por descubrir aquella tierraque no se había visto ni descubierto, como porsocorrer más brevemente a la gente españolaque estaba en la provincia.

El contador Felipe de Cáceres y el piloto Anto-nio López consideraban alocado el proyecto ypreferían costear el litoral hasta Buenos Aires y,desde allí, navegar a Asunción por el Río de laPlata.

Finalmente se llegó a un acuerdo. Cabeza deVaca y el grueso de la tropa tomarían la rutaterrestre; Cáceres y los navios, la vía marítima.

El 2 de noviembre de 1541, el aventurero jere-zano emprendió la segunda gran caminata desu vida. Le acompañaban 250 infantes, 26 jine-tes, fray Alonso, fray Bernardo y un elevado nú-mero de nativos cristianos.

Pronto trabaron contacto con los guaraníes:pero aunque éstos eran gentes muy amigas deguerras y aficionadas a la carne humana, los

castellanos no tuvieron necesidad de emplearlas armas.

Cabeza de Vaca, buen conocedor de la psico-logía indígena, prohibió de manera tajantecualquier relación de la tropa con los " p •*?nativos. x>

Y porque la gente que en sucompañía llevaba el goberna-dor era falta de experiencia,porque no hiciesen daño niagravio a los indios, mandólesque no contratasen ni comuni-casen con ellos ni fuesen asus casas y lugares, por ^ »ser tal su condición[la de los indios],que de cualquier co-sa se alteran y escan-dalizan, de donde po-día resultar gran dañoy desasosiego en to-da la tierra.

Esta sabia orden,unida al pago de los

Indios timbóes a orillasdel río Paraná. Al fondo,el fuerte de BuenaEsperanza (seg¡Schmidel)

alimentos consumidos por la tropa, evitó la repe-tición de los luctuosos acontecimientos vividospor Alvar en la Florida. Los problemas no proce-

¿ían. pues, de los naturales, que quedabanty alegres y contentos, sino de los in-^dios capitaneados por los francisca-

nos. La horda, cual una plaga delangostas, llegaba a los pobladosmucho antes que la hueste y con-sumía toda la comida posible, de-jando a los españoles los restosy la cuenta.

A medida que pasaban losdías, las dificultades iban au-mentando. Ciénagas y monta-

ñas, ríos y selvas convertíancada paso en un infierno.

Por si fuera poco, la zo-na carecía de habitantesy los soldados se vieronobligados a ingerir gu-sanos blancos tan grue-sos y largos como un •dedo.

Alvar Núñez Cabezade Vaca

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Esquema üe/ itinerario de Cabeza de Vaca en el Rí

ITINERARIO DE CABEZA DE VACA

Finalmente, los expedicionarios llegaron a laconfluencia de los ríos Paraná e Iguazú, mas allíles esperaba una desagradable sorpresa. Losdos bergantines solicitados meses antes a loscolonos de Asunción no habían acudido a lacita.

Para complicar más aún la crítica situación,los aborígenes, hasta entonces pacíficos, dieronmuestras de agresividad. Deseoso de evitar uninútil derramamiento de sangre. Cabeza de Vacaoptó por pedir un nuevo sacrificio a la tropa.Recorrerían a pie la distancia que los separabade Asunción.

Paces y traiciones

El 11 de marzo de 1542, los agotados castella-nos llegaban a la capital de la colonia. Los mora-dores recibieron con júbilo al nuevo gobernador,aunque éste disfrutó poco tiempo de la genero-sa acogida. No tardó en enterarse de que loshombres que había dejado en Santa Catalinacorrían grave peligro, pues Buenos Aires habíasido abandonada meses antes. Alvar Núñez ac-tuó con energía: ordenó repoblar la ciudad delPlata, puerto vital para el mantenimiento de laGobernación, y se dispuso a solucionar la deli-cada cuestión indígena.

Los primeros en sufrir la cólera de Cabeza deVaca fueron los agaces, un pueblo guerrero ycazador que recorría el río Paraguay extorsio-nando a las sedentarias comunidades guara-níes.

... Tiene por costumbre de tomar captivos delos guaraníes, y tráenlos maniatados dentro desus canoas, y lléganse a la propria (sic) tierradonde son naturales y sálense sus parientes pa-ra rescatar/os, y delante de sus padres e hijos,mujeres y deudos, les dan crueles azotes y lesdicen que les trayan de comer, si no que losmatarán. Luego les traen muchos mantenimien-tos, hasta que les cargan las canoas: y se vuel-ven a sus casas, y llévanse los prisioneros, yesto hacen muchas veces, y son pocos los querescatan; porque después que están hartos detraerlos en sus canoas y de azotarlos, los cortanlas cabezas y las ponen por la ribera del ríohincadas en unos palos largos.

Después de arduas negociaciones, los aga-ces consintieron en cesar sus piráticas activida-des. Pero la paz, ave de paso, pronto desapare-ció. Los guaicurús, un grupo étnico de aficionessimilares a las de los agaces. reclamó la aten-ción del jerezano. Cabeza de Vaca, tras unarocambolesca persecución a través de la jungla,logró derrotarles en una batalla nocturna.

Horas antes del combate, dos balas de arca-buz estuvieron a punto de provocar la muertede Alvar. El accidente se atribuyó a la confusióncausada por la irrupción de un jaguar en el cam-pamento; pero la realidad era otra. En el real setuvo por cierto que le tiraron maliciosamente porle matar, rumoreándose que el inspirador del

atentado había sido Domingo de Irala, resentidoporque le habían quitado el mandar de la tierra.

Alvar Núñez prestó atención a la vox populi y,apenas regresó la hueste, alejó a Irala de Asun-ción, encomendándole la honrosa tarea de des-cubrir nuevos territorios. Transcurridos cinco me-ses, el vizcaíno retornó con una importante noti-cia. Los indígenas del alto Paraguay poseíangrandes cantidades de oro y plata.

El informe, verdadero o falso, no podía igno-rarse, y Cabeza de Vaca, presionado por el en-tusiasmo popular, organizó una nueva expe-dición.

Cuando los preparativos iban muy adelanta-dos, la guerra, verdadero cáncer del Paraguay,reapareció. Esta vez. el casus belli consistió enla negativa de ciertos caciques a avituallar lahueste.

Hacia las fuentes del Paraguay

Alvar Núñez. persona de marcado talante de-mocrático, reunió a los notables de la colonia y,de acuerdo con ellos, dio orden a su béte noire—Domingo de Irala— de acabar por todos losmedios con la sublevación, aunque se debíanguardar las fórmulas legales. Así, el vizcaíno te-nía que

... requerirlos (a los indígenas) primero con lapaz. apercibiéndolos que se volviesen a la obe-diencia de Su Majestad, que si no lo quisiesenhacer, se lo requiriesen una y dos y tres veces,y más cuantas pudiesen protestándoles que to-das las muertes y quemas y daños que en latierra se hiciesen fuesen a su cargo y cuenta deellos.

Como los nativos entendían mejor el lenguajede las armas que las disquisiciones jurídicas,los heridos no tardaron en aparecer en Asun-ción.

Cuatro o cinco murieron de los que vinieronheridos, por culpa suya y por excesos que hicie-ron, porque las heridas eran muy pequeñas yno eran de muerte ni de peligro; porque el unode ellos, de sólo un rasguño que le hicieron conuna flecha en la nariz, en soslayo, murió, porquelas flechas traían hierba y cuando los que sonheridos de e/la no se guardan mucho de tenerexcesos con mujeres, porque en los demás nohay de qué temer la hierba de aquella tierra.

Pacificados los guaraníes rebeldes, un nuevoobstáculo impidió la partida de la tropa. Losdíscolos franciscanos Armenia y Lebrón huyeronhacia las costas brasileñas con cartas de quejacontra Alvar. Una vez capturados los religiososy las jóvenes conversas que les acompañaban,el jerezano logró dar la orden de partida.

Aunque los indios de las riberas se mostrabanamistosos, Cabeza de Vaca no tuvo una navega-ción placentera, ya que temía nuevos atentados.Pedro Hernández cuenta al respecto una curiosaanécdota:

... Al gobernador le mordió un murciélago es-

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tanda durmiendo en un bergantín, que tenía unpie descubierto: y ¡e mordió en la lumbre de undedo del pie. y toda la noche estaba corriendosangre hasta la mañana, que recordó con el fríoque sintió en la pierna y la cama bañada ensangre, que creyó que le habían herido.

Los murciélagos no limitaron sus vampíricasactividades a la egregia persona del capitán ge-neral del Río de la Plata, sino que democrática-mente las extendieron a todos los seres vivosde la flota.

... Hicieron otra muy mala obra y fue que llevá-bamos a la entrada seis cochinas preñadas pa-ra que con ellas hiciésemos casta, y cuandovinieron a parir, los cochinos que parieron, cuan-do fueron a tomar las tetas, no hallaron pezones,que se los habían comido todos los murciélagos,y por esta causa se murieron los cochinos, ynos comimos las puercas por no poder criar loque pariesen.

Tras abandonar e! río Paraguay, los berganti-nes ascendieron por uno de sus afluentes —elIguatú— hasta un punto denominado Puerto delos Reyes. Al Adelantado le gustó el lugar yoptó por no continuar la navegación.

La estancia en el Puerto de los Reyes seríauna experiencia difícil de olvidar. Un hombredel siglo xx hubiera optado por retornar a Asun-ción cuando las fiebres, el hambre y las escara-muzas aparecieron: pero Alvar y sus soldadosestaban hechos de una pasta más fuerte. Portanto, no sólo permanecieron tres meses en elinsano lugar, sino que. sacando fuerzas de fla-queza, exploraron el interior y los cursos superiore inferior del río. Tampoco se olvidó el informede Irala sobre la existencia de metales preciososen la zona. Todos los nativos —amigos o enemi-gos— eran sometidos a un pintoresco test paradeterminar si sus datos eran correctos o falsos.

Fue/e mostrado un candelero de azófar muylimpio y claro, para que lo viese y declarase siel oro que tenían en su tierra era de aquellamanera: y dijeron que lo del candelero era duroy bellaco, y lo de su tierra era blanco y no teníamal olor y era más amarillo, y luego le fue mos-trada una sortija de oro. y dijeron si era de aque-l/o mismo lo de su tierra. Y dijo que sí.

El 30 de enero de 1544. Hernando de Riberaregresó de su viaje por el alto Iguatú. Las noti-cias de Ribera causaron sensación en el real.Según el capitán, los indios urtuses señalaronque a diez jornadas de camino en direcciónnoroeste se alzaban unas casas grandes pobla-das por unas mujeres que poseían grandes can-tidades de metal blanco y amarillo. Estas fémi-nas, igual que las amazonas clásicas, hacían laguerra: pero no se olvidaban del amor:

...En cierto tiempo del año se juntan con estosindios comarcanos y tienen con ellos su comuni-cación carnal, y si ¡as que quedan preñadasparen hijas, [léñenselas consigo, y los hijos loscrían hasta que dejan de mamar, y los envíancon sus padres.

Más lejos había otras maravillas, tales como

100.HISTORIA 16

un inmenso lago, gentes vestidas, ovejas muygrandes y caminos de piedra.

Por el contrario, el suroeste, tierra árida y de-sértica, estaba poblado por cristianos barbadosde tez blanca.

¿Fantasías de conquistador? Ni mucho menos.Los selváticos habitantes del Matto Grosso selimitaban a describir de manera distorsionadalas grandezas del Incario. Así. los urtuses trans-formaron las ñustas o vírgenes del Sol en amazo-nas y las llamas en ovejas grandes. Ahora bien,¿quienes eran los misteriosos cristianos del de-sierto? Los soldados de Diego de Almagro, elexplorador de Chile.

De haber estado la tropa en buenas condicio-nes. Cabeza de Vaca habría iniciado la conquis-ta del femenil reino: mas la malaria causabatantos estragos que no tuvo más remedio queordenar la retirada.

La prohibición de trasladar un centenar demuchachas nativas a Asunción, cedidas por loscaciques locales para que hiciesen de ellas loque solían de las otras que tenían, generó unaola de desesperación, protestas y odios.

Quedaron los españoles muy quejosos y de-sesperados, y por esta causa le querían algunosmal. y desde entonces fue aborrecido de /osmás de ellos.

La conspiración de los vizcaínos

El 8 de abril de 1544. ia hueste, enferma yagotada, alcanzaba el puerto de Asunción. Seabría la etapa más amarga de la agitada existen-cia de Cabeza de Vaca.

Los burócratas de la Corona, procedentes ca-si todos ellos del señorío de Vizcaya, decidierondestituir a Alvar y hacerse con el control de lacolonia.

Los conjurados actuaron con rapidez. Coman-dados por el vascongado Martín de Ure. pren-dieron al Adelantado y a las autoridades munici-pales, procediendo acto seguido a destruir losexpedientes incoados contra ellos.

Domingo de Irala fue nombrado teniente degobernador y capitán general de la provincia.La razón de su elección hay que buscarla en elhecho de que, según uno de los conjurados,era el de menor calidad de todos (los sedicio-sos), y siempre haría lo que él le mandase ytodos /os oficia/es.

En cualquier caso, el cargo no supuso ningu-na novedad para el asesino de Juan de Ayolas.pues lo había usurpado temporalmente trasderrocar a Francisco Ruiz, hombre de confianzade Pedro de Mendoza, primer explorador de lazona.

Cabeza de Vaca sufrió una dura y penosaprisión. No contentos con arrojarle cargado degrilletes a una celda húmeda y lúgubre, sus ver-dugos no dudaron en someterle a torturaspsicológicas:

Cada día entraban adonde estaba preso, y

ASUNCIÓN CABEZA de VACA

SEBSSnAN CABOf

ío oo a P^ata y sus fuentes por Cabeza de Vaca. Juan de Ayolas y Sobasen Cabot (arriba).

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IBIA

amenazándole que te habían de dar de puñala-das y cortar la cabeza: y él les dijo que cuandodeterminasen de hacerlo, les rogaba, y si eranecesario les requería de parte de Dios y de suMagostad, le diesen un religioso o clérigo quele confesase: y ellos respondieron que si le ha-bían de dar confesor, había de ser a Franciscode Andrada o a otro vizcaíno, clérigos que eranlos principales de su comunidad, y que si no sequería confesar con ninguno de ellos, que no lehabían de dar otro ninguno.

Por fortuna, Núñez contaba con amigos fielesque le mantenían informado de la situación. Ca-da tres días, la india que llevaba la comida algobernador le entregaba un mensaje. Aunquese la sometía a una rigurosa inspección —lamuchacha era desnudada y palpada en boca,oídos y otras partes no mencionadas por sercosa vergonzosa—, el ingenioso sistema nuncalogró descubrirse:

Traía ella esta carta, que era medio pliego depapel delgado, muy arrollado sotilmente. y cu-bierto con un poco de cera negra, metida en lohueco de los dedos del pie hasta el pulgar, yvenía atada con dos hilos de algodón negro, yde esta manera metía y sacaba todas las cartasy el papel que había menester, y con polvo quehay en aquella tierra de unas piedras con unpoco de saliva o de agua hacía tinta.

Irala y sus cómplices, recelosos, contrataronlos servicios de cuatro apuestos mancebos paraque, gracias al trato carnal, obtuvieran la anhela-da información. En lo cual —apostilla Hernán-dez— no tuvieron mucho que hacer, porque decostumbre no son escasas de sus personas, ytienen por gran afrenta negallo a nadie que selo pida.

Después de once meses, los jóvenes desistie-ron. La indígena había guardado el secreto.

España de nuevo

Cansados de las alteraciones del orden públi-co provocadas por los partidarios de Cabezade Vaca, los oficiales decidieron legalizar la re-belión escribiendo al monarca. Alvar, conocedorde los pasos de sus enemigos, redactó un plie-go de descargos que manos fieles ocultaron enel navio que había de transportar el informe delos sediciosos a España.

... Los carpinteros y amigos hicieron con ellosque con todo el secreto del mundo cavasen unmadero tan grueso como el muslo que teníatres palmos, y en este grueso le metieron unproceso de una información general que el go-bernador había hecho para enviar a Su Mages-tad, y otras escrípturas que sus amigos habíanescapado cuando le prendieron que le importa-ban: y ansí, las tomaron y envolvieron en unencerado, y le enclavaron el madero en la popadel bergantín con seis clavos en la cabeza ypie, y decían los carpinteros que lo habían pues-to allí para fortificar el bergantín.

Los conjurados procuraron no dejar ningúncabo desatado. Embarcaron al gobernador enla nao y ordenaron a uno de sus carceleros—un vasco apellidado Machín— que vertiera ar-sénico en la comida del ilustre prisionero. Afortu-nadamente, esta tentativa de asesinato fracasó,pues Cabeza de Vaca, para remedio de estotraía consigo una botija de aceite y un pedazode unicornio, y cuando sentía algo se aprove-chaba de estos remedios de día y de nochecon muy gran trabajo y grandes gómilos.

Ahora bien, la increíble aventura aún no habíafinalizado. Cuando el barco navegaba por marabierto se desató una gran tormenta que pusoen serio peligro la vida de los pasajeros. Losfuncionarios que custodiaban al Adelantado vie-ron la larga mano de Dios en la tempestad y,arrepentidos, quitaron los grillos a Alvar. Sin em-bargo, no escaparon al castigo divino:

Garcí-Venegas. que era él uno de los que lehabían traído y preso, murió muerte desastraday súpita, que se le saltaron los ojos de la cara.sin poder manifestar ni declarar la verdad de losucedido; y Alonso Cabrera, veedor, su compa-ñero, perdió el juicio, y estando sin él mató a sumujer en Loza.

Los restantes amotinados, incluidos los disolu-tos Lebrón y Armenta. sufrieron el mismo desti-no. Todos perecieron súpita y violentamente.

El resto de la historia gira en torno a polvorien-tos expedientes, leguleyos pedantes y burócra-tas incompetentes. Sometido a un largo proceso,que pasó en el presidio de Ceuta, Alvar NúñezCabeza de Vaca fue rehabilitado ocho años des-pués, mas le quitaron la gobernación, porquesus contrarios decían que si volvía a la tierra,que por castigar a los culpables habría escánda-los y alteraciones en la tierra: y ansí, se la quita-ron, con todo lo demás, sin haberle dado recom-pensas de lo mucho que gastó en el servicioque hizo en la ir a socorrer y descubrir.

NOTA(1) Pedro Hernández, autor de ios Comentarios, confunde

la denominación de la capital paraguaya, llamándola As-

BIBLIOGRAFIA

Alvar Núñez Cabeza de Vaca. Naufragios y comentarios. Edi-ción de Roberto Ferrando. Colección «Crónicas de Améri-ca» número 3. Editorial Historia 16. Madrid. 1984

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