burucua la nacion

1
| Domingo 19 De octubre De 2014 enfoques | 3 Burucúa, en su estudio, con la nacion Casi siempre se enaltece el heroís- mo. Podría pensar en la famosa fo- to Muerte de un miliciano, de Ro- bert Cappa. Ahí no hay duda de que lo que se quiere mostrar es el he- roísmo del que cae, una figura ex- traordinaria del dinamismo, de elegancia formal, si se quiere: ese cuerpo que despliega los brazos con la cabeza hacia atrás. Es pa- radójico, porque esa posición del cuerpo casi siempre está asociada a la vida, pero acá sabemos que se está muriendo. Es una imagen de una gran belleza, de una gran fuer- za comunicativa, que se basa en su carácter contradictorio. Y lo que fi- nalmente vemos es la muerte de un héroe, es una muerte bella, con todo lo que este concepto entra- ña. No creo que la muerte sea bella nunca, pero hay obras de la litera- tura y de las artes plásticas, o mo- numentos funerarios, que remiten a la muerte bella. Y también es- tán las imágenes que muestran el horror. Las imágenes siempre es- tán en esa polaridad entre lo bello y lo sublime, nos transmiten el ho- rror y la desmesura, y hay una dis- tancia que permite verlo. En el caso del horror hay cosas que rompen la distancia y hay algunas imágenes que se vuelven intolerables. Afable, expansivo y didáctico, Burucúa navega con placer, destre- za y rigurosidad las aguas de la his- toria en general, y de la historia del arte en particular, una pasión que lo alcanzó muy joven, cuando cur- saba en el Colegio Nacional de Bue- nos Aires. Llegó a la historia a fines de los 50 y principios de los 60, cuan- do la influencia de la Escuela de los Anales se hacía sentir. “Ningu- no quedó inmune al atractivo de la historia. A tantos de nosotros nos parecía tan atractiva esa idea de conversar con los muertos”, re- cuerda hoy, cuando se le pregunta cómo nació su interés por esta dis- ciplina como un territorio de in- vestigación. Cursó en la Facultad de Filoso- fía y Letras de la UBA a fines de los años sesenta, un ámbito es- timulante en el que se respira- ba libertad intelectual y política a pesar de Onganía. E inmedia- tamente recuerda, con inmen- sa gratitud, a esos grandes maes- tros que marcaron una época y fueron primordiales en su for- mación: Claudio Sánchez Albor- noz y sus discípulas, María del Carmen Carlé e Hilda Grassotti, Ángel Castellán, Adolfo Rivera y Héctor Schenone, una verdadera leyenda en la historia del arte. Mano a mano La pasión de conversar con el pasado Un futuro posible, según Burucúa ¿Qué lecciones dejan hoy las imágenes que circulan sobre la guerra y la violencia? Burucúa. “La percepción estereotipada del otro es casi genética de la especie humana” “Ya en la Edad Media y durante las guerras de religiones esas escenas de decapitaciones, básicamente en grabados, tenían una difusión enor- me”, describe. Autor de numerosos libros y artí- culos sobre historia de la perspecti- va y las relaciones históricas entre imágenes e ideas, Burucúa ha sido profesor visitante en universidades extranjeras y actualmente se desem- peña como docente en la Universi- dad Nacional de San Martín. –¿Qué dificultades o límites en- cuentran las representaciones de las masacres? ¿Cómo dar cuenta del horror en su cabal dimensión? –Ése fue un problema desde el co- mienzo mismo de la historia y del ejercicio de las artes visuales. Frente al hecho límite de la masacre y más tarde de las masacres sistemáticas o genocidios, siempre historiadores y artistas se toparon con el problema de cómo presentar algo que está en el límite de la presunta irrepresentabi- lidad. Pero siempre lo enfrentaron y buscaron, en los límites de sus capa- cidades y de su know how, la manera de poder representar. Porque repre- sentar implica, hasta cierto punto, explicar. Si yo represento, narro, y tengo que forzosamente hablar de causas y efectos. Incluso para decir que desconozco la causa de algo. A pesar de que existe esa conciencia de la dificultad e incluso de la irre- presentabilidad, siempre se intenta quebrar esa barrera. Y así es como se han ido construyendo fórmulas. –¿Cuáles son esas fórmulas? –Creemos que la primera que apa- rece como fórmula es la cacería: asimilar las grandes matanzas de hombres a las grandes matanzas de animales. Entonces, esa pareciera ser una manera de representar en donde la explicación de lo que ocu- rre remite a una suerte de impulso hacia la violencia como la que tie- ne el cazador. Otra fórmula que ya encuentra una explicación es la del martirio: los masacrados tienen una fe por la que están dispuestos a dar la vida. Martirio significa en griego “testigo”. El masacrado no tiene ab- solutamente ninguna culpa ni res- ponsabilidad por remota que sea de aquello que le está acontecien- do. En ese momento se es inocente absoluto. Pueden haber sido hasta monstruos en su vida anterior, en el plano individual, pero eso es abso- lutamente irrelevante para definir y pensar lo que les sucede en ese momento. Una tercera fórmula se vinculó con la idea del infierno como lugar de tormentos inigualados. –¿El caso de los asesinados en los campos de concentración se encuadra dentro de la fórmula del martirio? –Efectivamente. Y no me cabe la menor duda de que entre quienes murieron en los campos de concen- tración había personas excelentes y personas malvadas, pero eso que el malvado individual habría hecho antes de lo que le acontece es abso- lutamente irrelevante para explicar y calificar lo que padece después. En ese sentido, ahí, en ese agujero ne- gro, es lo que nosotros postulamos: un inocente radical. No hay nada que haya hecho antes que pueda imputársele para justificar lo que le pasó. Lo cual no quiere decir que, en el caso de ser responsable de actos criminales previos a la enormidad que lo involucra, un sobreviviente quede eximido de responsabilida- des penales por aquellos delitos an- teriores cometidos. –¿Un ejemplo histórico? –Bueno, un ejemplo es el de Norma Arrostito, que participó del opera- dar centenares de ejemplos de am- bivalencias y ambigüedades del len- guaje. Esto abunda en la historia de la literatura, la retórica y los discur- sos. Vamos a un ejemplo: el famoso Cristo en el bombardero de León Ferrari, que se llama Occidental y cristiano. Cuando Ferrari muestra ese Cristo en el contexto de la Gue- rra de Vietnam, lo que había ahí era una visión finalmente irónica de una pretendida civilización occidental y cristiana que lanzaba sobre los viet- namitas bombas para destruirlos. Ahora, si uno va a Internet y ve qué es lo que opinan las personas que se encuentran con esa imagen es “otra vez más Cristo crucificado”, o sea, el polo opuesto. –¿Qué novedad marcan los vi- deos de decapitaciones, trailers y otros modos de comunicación de Estado Islámico en lo que venían siendo las representacio- nes del terrorismo? –En realidad esto no es una nove- dad, porque ya en la Edad Media y durante las guerras de religiones esas escenas de decapitaciones, bá- sicamente en grabados, tenían una difusión enorme, tanto en el campo de los que condenaban el ajusticia- miento, para mostrar el ejercicio de una justicia rigurosa y justa, como aquellos a quienes veían en el ajus- ticiado a una víctima. Era algo muy común entre católicos y protestantes en las guerras de religión. Lo mismo sucedió con los crímenes de la con- quista española y abundan las fotos de los ajusticiamientos que hicieron los turcos con los armenios. En esas fotos se ve cuando los cuelgan y eso fue tomado como prueba de castigo y para amedrentar. Eso tenía un sen- tido muy semejante y no veo gran di- ferencia con estos videos. –Pero las actuales imágenes de las decapitaciones vienen con palabra y movimiento, y con posibilidad de difusión masiva e instantánea. –La escala de la difusión y la velo- cidad es un fenómeno nuevo. Me parece monstruoso y suscita una serie de reacciones extremas, pero si lo ponemos en una dimensión histórica, el núcleo no es nuevo: sea para amedrentar, sea para cau- sar horror, eso está presente desde tivo que Montoneros organizó para el secuestro y posterior asesinato de Pedro Eugenio Aramburu en 1970; la militante llegó a vanagloriarse de su acción. Había participado del asesi- nato de un hombre desarmado y que no podía defenderse, en una simula- ción patética de un proceso judicial y lo matan en un sótano. A fines de 1976, Norma fue secuestrada por un comando de la Marina y detenida en la ESMA, donde fue torturada duran- te meses y finalmente asesinada en circunstancias espeluznantes. Las acciones de Arrostito anteriores a su secuestro podrían haber sido objeto de los más diversos juicios a partir de su responsabilidad penal o, incluso moral, en los términos propuestos por Oscar del Barco. Sostenemos, sin embargo, que los tremendos ve- jámenes sufridos por ella durante su cautiverio están separados de la cadena previa de causas y efectos. Ninguna culpabilidad de Arrostito puede ser esgrimida como justifica- ción o explicación de los tormentos y de la muerte que padeció. En ese sentido, sus verdugos y asesinos la convirtieron en una víctima inocen- te de las masacres perpetradas en la Argentina entre 1976 y 1983. Frente al hecho de haber entrado en ese in- fierno que fue la ESMA y morir ahí en la manera que muere, la mons- truosidad que ella pudo haber hecho antes es irrelevante. –¿Qué sucede si, años después, esa persona sobrevive y cuando toma la palabra pública se remite sólo a su condición de víctima y no, tam- bién, de victimaria? –Si ella se hubiera salvado no me cabe la menor duda de que tendría que haber sido objeto de un proce- so judicial. Pero no es un problema que pueda afectar a la maldad de los perpetradores ni exime a los per- petradores de la radicalidad de su culpa. En absoluto. Todos los que pertenecieron a las organizaciones armadas y murieron en campos de concentración son, en ese sentido, inocentes absolutos. Son víctimas porque cualquier cosa que un ser humano haga no puede justificar la monstruosidad que implica ser objeto de una masacre o un genoci- dio. Del lado del movimiento eman- cipatorio rechazan que se trate de víctimas, categoría que se sostuvo en los años ochenta con el Juicio a las Juntas, pero luego cambió: aho- ra son militantes que han muerto. Ellos insisten en usar la categoría de genocidio y eso es contradictorio: si ha habido un genocidio, han sido básicamente víctimas. Depende de dónde uno se coloque, y como historiador yo me coloco en esa perspectiva. –En un mundo de reinado o tira- nía de las imágenes, ¿qué peso tienen las palabras y qué enver- gadura adquieren las imágenes? ¿En qué medida hay una mutua fertilización o competencia? –Cuando uno llega a un límite con un tipo de recurso, pasa al otro, y cree que el recurso visual puede dar algunas claves, mostrar un hori- zonte distinto o completar. Aunque no creo que lo agote y menos a una experiencia extrema; la explicación más abarcadora, el despliegue más rico finalmente se produce con las palabras. –O sea que es falsa la idea de que una imagen vale más que mil palabras. –De ninguna manera una imagen vale más que mil palabras. Ése es uno de los guayabales más grandes de la historia. Con Laura Malosetti Costa invertimos la relación y escri- bimos un artículo que se llama “Mil imágenes”, porque mil imágenes equivalen a una palabra. Se pueden hace muchos siglos. –El primer video que circula impacta fuertemente. Uno se pregunta si, cuando empiezan a repetirse con cierta regulari- dad, no se produce cierto acos- tumbramiento o naturalización del horror. –Después es hábito y enseguida creamos una especie de escudo. A mí me parece que lo que sí hay que analizar es la difusión y el impacto de lo inmediato. Ése es el tema: esto ocurrió hace algunos minutos y no hay distancia. Lo estoy viendo casi en directo. Y eso para mí, esa pérdida de la distancia, tiene un efecto devas- tador. Además, hay otro hecho fun- damental, que es dónde lo vemos: en nuestras computadoras. Está bien, algunos pueden usarlas de manera perversa, pero en el 90% de los casos la computadora es un instrumento de comunicación humana válido, es un instrumento de benevolencia y de bonhomía –estamos felices y ale- gres de poder comunicarnos con los que queremos y que están lejos, po- demos verlos y enviar y recibir imá- genes– y de pronto este instrumento está invadido por este espanto. Reci- bimos eso en un correo electrónico, Facebook o Twitter, cuando lo que solemos recibir a través de eso son cosas agradables de la vida. Y de re- pente al horror lo tenemos ahí. Si po- demos darnos cuenta de que no hay novedad en el contenido y de que la historia humana está llena de estos ejemplos, podemos quizás evitar el colapso de toda racionalidad frente a esto. Eso es lo que busca tanto EI como los que quieren mostrar el ho- rror para justificar este tipo de cosas. No voy a caer en la interpretación de Cristina Kirchner, porque me parece aberrante y una falta de respecto. –¿Se refiere a las dudas que ella planteó en las Naciones Unidas cuando se refirió a los videos co- mo puestas en escena? –Sí, eso me parece una cosa inacep- table. Pienso en los deudos de esta gente. Que un jefe de Estado de un país pacífico como es la Argentina tenga semejante opinión y que la exprese en el foro internacional que es el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas es inaceptable. El objetivo de EI es sembrar el terror y el pánico, y despertar en nosotros las reacciones más irracionales, como querer hacerle la guerra. También es cierto que puede haber manipula- ción y aprovechamiento de bandos políticos que quieren ese tipo de in- tervención, como el Partido Repu- blicano en EE.UU., el Tea Party. Pero más allá de las críticas que recibe, no creo que Obama esté manipulando eso, como sugirió la Presidenta. –Me pregunto si a pesar de lo “cerca” que la globalización nos pone a todos de todo, hay lugares que sólo conocemos estereotipa- dos por las representaciones que nos llegan de la violencia, la gue- rra o el desastre humanitario, como Medio Oriente o África. –Hoy puede ser que los medios masi- vos hayan contribuido a la formación de visiones estereotipadas, pero eso no es ninguna novedad en el campo de la cultura. La literatura, la histo- riografía, el teatro formaron visiones estereotipadas del otro desde el co- mienzo de la historia: los griegos este- reotiparon a los persas, los romanos a los germanos, los cristianos a los musulmanes, y viceversa, los euro- peos blancos a los negros africanos, y así sucesivamente. El fenómeno de la percepción cristalizada, simplifi- cada y empobrecida del otro es casi genético de la especie humana. Lo cual no quiere decir que los amigos de la razón no debamos combatir sin tregua los estereotipos.ß EntrEvista Viene de tapa De ninguna manera una imagen vale más que mil palabras Ya en la Edad Media, las escenas de decapitaciones tenían una difusión enorme Representar es, hasta cierto punto, explicar, narrar, hablar de causas y efectos fotos de PAtRICIo PIdAL/AfV

Upload: flor-corbal

Post on 25-Sep-2015

24 views

Category:

Documents


1 download

DESCRIPTION

articulo lindo

TRANSCRIPT

  • | Domingo 19 De octubre De 2014 enfoques | 3

    Buruca, en su estudio, con la nacion

    Casi siempre se enaltece el heros-mo. Podra pensar en la famosa fo-to Muerte de un miliciano, de Ro-bert Cappa. Ah no hay duda de que lo que se quiere mostrar es el he-rosmo del que cae, una figura ex-traordinaria del dinamismo, de elegancia formal, si se quiere: ese cuerpo que despliega los brazos con la cabeza hacia atrs. Es pa-radjico, porque esa posicin del cuerpo casi siempre est asociada a la vida, pero ac sabemos que se est muriendo. Es una imagen de una gran belleza, de una gran fuer-za comunicativa, que se basa en su carcter contradictorio. Y lo que fi-

    nalmente vemos es la muerte de un hroe, es una muerte bella, con todo lo que este concepto entra-a. No creo que la muerte sea bella nunca, pero hay obras de la litera-tura y de las artes plsticas, o mo-numentos funerarios, que remiten a la muerte bella. Y tambin es-tn las imgenes que muestran el horror. Las imgenes siempre es-tn en esa polaridad entre lo bello y lo sublime, nos transmiten el ho-rror y la desmesura, y hay una dis-tancia que permite verlo. En el caso del horror hay cosas que rompen la distancia y hay algunas imgenes que se vuelven intolerables.

    Afable, expansivo y didctico, Buruca navega con placer, destre-za y rigurosidad las aguas de la his-toria en general, y de la historia del arte en particular, una pasin que lo alcanz muy joven, cuando cur-saba en el Colegio Nacional de Bue-nos Aires.Lleg a la historia a fines de los 50 y principios de los 60, cuan-do la influencia de la Escuela de los Anales se haca sentir. Ningu-no qued inmune al atractivo de la historia. A tantos de nosotros nos pareca tan atractiva esa idea de conversar con los muertos, re-cuerda hoy, cuando se le pregunta cmo naci su inters por esta dis-

    ciplina como un territorio de in-vestigacin.Curs en la Facultad de Filoso-fa y Letras de la UBA a fines de los aos sesenta, un mbito es-timulante en el que se respira-ba libertad intelectual y poltica a pesar de Ongana. E inmedia-tamente recuerda, con inmen-sa gratitud, a esos grandes maes-tros que marcaron una poca y fueron primordiales en su for-macin: Claudio Snchez Albor-noz y sus discpulas, Mara del Carmen Carl e Hilda Grassotti, ngel Castelln, Adolfo Rivera y Hctor Schenone, una verdadera leyenda en la historia del arte.

    Mano a manoLa pasin de conversar con el pasado

    Un futuro posible, segn BurucaQu lecciones dejan hoy las imgenes que circulan sobre la guerra y la violencia?

    Buruca. La percepcin estereotipada del otro es casi gentica de la especie humana

    Ya en la Edad Media y durante las guerras de religiones esas escenas de decapitaciones, bsicamente en grabados, tenan una difusin enor-me, describe.

    Autor de numerosos libros y art-culos sobre historia de la perspecti-va y las relaciones histricas entre imgenes e ideas, Buruca ha sido profesor visitante en universidades extranjeras y actualmente se desem-pea como docente en la Universi-dad Nacional de San Martn.Qu dificultades o lmites en-cuentran las representaciones de las masacres? Cmo dar cuenta del horror en su cabal dimensin?se fue un problema desde el co-mienzo mismo de la historia y del ejercicio de las artes visuales. Frente al hecho lmite de la masacre y ms tarde de las masacres sistemticas o genocidios, siempre historiadores y artistas se toparon con el problema de cmo presentar algo que est en el lmite de la presunta irrepresentabi-lidad. Pero siempre lo enfrentaron y buscaron, en los lmites de sus capa-cidades y de su know how, la manera de poder representar. Porque repre-sentar implica, hasta cierto punto, explicar. Si yo represento, narro, y tengo que forzosamente hablar de causas y efectos. Incluso para decir que desconozco la causa de algo. A pesar de que existe esa conciencia de la dificultad e incluso de la irre-presentabilidad, siempre se intenta quebrar esa barrera. Y as es como se han ido construyendo frmulas. Cules son esas frmulas?Creemos que la primera que apa-rece como frmula es la cacera: asimilar las grandes matanzas de hombres a las grandes matanzas de animales. Entonces, esa pareciera ser una manera de representar en donde la explicacin de lo que ocu-rre remite a una suerte de impulso hacia la violencia como la que tie-ne el cazador. Otra frmula que ya encuentra una explicacin es la del martirio: los masacrados tienen una fe por la que estn dispuestos a dar la vida. Martirio significa en griego testigo. El masacrado no tiene ab-solutamente ninguna culpa ni res-ponsabilidad por remota que sea de aquello que le est acontecien-do. En ese momento se es inocente absoluto. Pueden haber sido hasta monstruos en su vida anterior, en el plano individual, pero eso es abso-lutamente irrelevante para definir y pensar lo que les sucede en ese momento. Una tercera frmula se vincul con la idea del infierno como lugar de tormentos inigualados.El caso de los asesinados en los campos de concentracin se encuadra dentro de la frmula del martirio?Efectivamente. Y no me cabe la menor duda de que entre quienes murieron en los campos de concen-tracin haba personas excelentes y personas malvadas, pero eso que el malvado individual habra hecho antes de lo que le acontece es abso-lutamente irrelevante para explicar y calificar lo que padece despus. En ese sentido, ah, en ese agujero ne-gro, es lo que nosotros postulamos: un inocente radical. No hay nada que haya hecho antes que pueda imputrsele para justificar lo que le pas. Lo cual no quiere decir que, en el caso de ser responsable de actos criminales previos a la enormidad que lo involucra, un sobreviviente quede eximido de responsabilida-des penales por aquellos delitos an-teriores cometidos.Un ejemplo histrico?Bueno, un ejemplo es el de Norma Arrostito, que particip del opera-

    dar centenares de ejemplos de am-bivalencias y ambigedades del len-guaje. Esto abunda en la historia de la literatura, la retrica y los discur-sos. Vamos a un ejemplo: el famoso Cristo en el bombardero de Len Ferrari, que se llama Occidental y cristiano. Cuando Ferrari muestra ese Cristo en el contexto de la Gue-rra de Vietnam, lo que haba ah era una visin finalmente irnica de una pretendida civilizacin occidental y cristiana que lanzaba sobre los viet-namitas bombas para destruirlos. Ahora, si uno va a Internet y ve qu es lo que opinan las personas que se encuentran con esa imagen es otra vez ms Cristo crucificado, o sea, el polo opuesto. Qu novedad marcan los vi-deos de decapitaciones, trailers y otros modos de comunicacin de Estado Islmico en lo que venan siendo las representacio-nes del terrorismo?En realidad esto no es una nove-dad, porque ya en la Edad Media y durante las guerras de religiones esas escenas de decapitaciones, b-sicamente en grabados, tenan una

    difusin enorme, tanto en el campo de los que condenaban el ajusticia-miento, para mostrar el ejercicio de una justicia rigurosa y justa, como aquellos a quienes vean en el ajus-ticiado a una vctima. Era algo muy comn entre catlicos y protestantes en las guerras de religin. Lo mismo sucedi con los crmenes de la con-quista espaola y abundan las fotos de los ajusticiamientos que hicieron los turcos con los armenios. En esas fotos se ve cuando los cuelgan y eso fue tomado como prueba de castigo y para amedrentar. Eso tena un sen-tido muy semejante y no veo gran di-ferencia con estos videos. Pero las actuales imgenes de las decapitaciones vienen con palabra y movimiento, y con posibilidad de difusin masiva e instantnea.La escala de la difusin y la velo-cidad es un fenmeno nuevo. Me parece monstruoso y suscita una serie de reacciones extremas, pero si lo ponemos en una dimensin histrica, el ncleo no es nuevo: sea para amedrentar, sea para cau-sar horror, eso est presente desde

    tivo que Montoneros organiz para el secuestro y posterior asesinato de Pedro Eugenio Aramburu en 1970; la militante lleg a vanagloriarse de su accin. Haba participado del asesi-nato de un hombre desarmado y que no poda defenderse, en una simula-cin pattica de un proceso judicial y lo matan en un stano. A fines de 1976, Norma fue secuestrada por un comando de la Marina y detenida en la ESMA, donde fue torturada duran-te meses y finalmente asesinada en circunstancias espeluznantes. Las acciones de Arrostito anteriores a su secuestro podran haber sido objeto de los ms diversos juicios a partir de su responsabilidad penal o, incluso moral, en los trminos propuestos por Oscar del Barco. Sostenemos, sin embargo, que los tremendos ve-jmenes sufridos por ella durante su cautiverio estn separados de la cadena previa de causas y efectos. Ninguna culpabilidad de Arrostito puede ser esgrimida como justifica-cin o explicacin de los tormentos y de la muerte que padeci. En ese sentido, sus verdugos y asesinos la convirtieron en una vctima inocen-te de las masacres perpetradas en la Argentina entre 1976 y 1983. Frente al hecho de haber entrado en ese in-fierno que fue la ESMA y morir ah en la manera que muere, la mons-truosidad que ella pudo haber hecho antes es irrelevante. Qu sucede si, aos despus, esa persona sobrevive y cuando toma la palabra pblica se remite slo a su condicin de vctima y no, tam-bin, de victimaria?Si ella se hubiera salvado no me cabe la menor duda de que tendra que haber sido objeto de un proce-so judicial. Pero no es un problema que pueda afectar a la maldad de los perpetradores ni exime a los per-petradores de la radicalidad de su culpa. En absoluto. Todos los que pertenecieron a las organizaciones armadas y murieron en campos de concentracin son, en ese sentido, inocentes absolutos. Son vctimas porque cualquier cosa que un ser humano haga no puede justificar la monstruosidad que implica ser objeto de una masacre o un genoci-dio. Del lado del movimiento eman-cipatorio rechazan que se trate de vctimas, categora que se sostuvo en los aos ochenta con el Juicio a las Juntas, pero luego cambi: aho-ra son militantes que han muerto. Ellos insisten en usar la categora de genocidio y eso es contradictorio: si ha habido un genocidio, han sido bsicamente vctimas. Depende de dnde uno se coloque, y como historiador yo me coloco en esa perspectiva.En un mundo de reinado o tira-na de las imgenes, qu peso tienen las palabras y qu enver-gadura adquieren las imgenes? En qu medida hay una mutua fertilizacin o competencia?Cuando uno llega a un lmite con un tipo de recurso, pasa al otro, y cree que el recurso visual puede dar algunas claves, mostrar un hori-zonte distinto o completar. Aunque no creo que lo agote y menos a una experiencia extrema; la explicacin ms abarcadora, el despliegue ms rico finalmente se produce con las palabras.O sea que es falsa la idea de que una imagen vale ms que mil palabras.De ninguna manera una imagen vale ms que mil palabras. se es uno de los guayabales ms grandes de la historia. Con Laura Malosetti Costa invertimos la relacin y escri-bimos un artculo que se llama Mil imgenes, porque mil imgenes equivalen a una palabra. Se pueden

    hace muchos siglos.El primer video que circula impacta fuertemente. Uno se pregunta si, cuando empiezan a repetirse con cierta regulari-dad, no se produce cierto acos-tumbramiento o naturalizacin del horror.Despus es hbito y enseguida creamos una especie de escudo. A m me parece que lo que s hay que analizar es la difusin y el impacto de lo inmediato. se es el tema: esto ocurri hace algunos minutos y no hay distancia. Lo estoy viendo casi en directo. Y eso para m, esa prdida de la distancia, tiene un efecto devas-tador. Adems, hay otro hecho fun-damental, que es dnde lo vemos: en nuestras computadoras. Est bien, algunos pueden usarlas de manera perversa, pero en el 90% de los casos la computadora es un instrumento de comunicacin humana vlido, es un instrumento de benevolencia y de bonhoma estamos felices y ale-gres de poder comunicarnos con los que queremos y que estn lejos, po-demos verlos y enviar y recibir im-genes y de pronto este instrumento est invadido por este espanto. Reci-bimos eso en un correo electrnico, Facebook o Twitter, cuando lo que solemos recibir a travs de eso son cosas agradables de la vida. Y de re-pente al horror lo tenemos ah. Si po-demos darnos cuenta de que no hay novedad en el contenido y de que la historia humana est llena de estos ejemplos, podemos quizs evitar el colapso de toda racionalidad frente a esto. Eso es lo que busca tanto EI como los que quieren mostrar el ho-rror para justificar este tipo de cosas. No voy a caer en la interpretacin de Cristina Kirchner, porque me parece aberrante y una falta de respecto.Se refiere a las dudas que ella plante en las Naciones Unidas cuando se refiri a los videos co-mo puestas en escena?S, eso me parece una cosa inacep-table. Pienso en los deudos de esta gente. Que un jefe de Estado de un pas pacfico como es la Argentina tenga semejante opinin y que la exprese en el foro internacional que es el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas es inaceptable. El objetivo de EI es sembrar el terror y el pnico, y despertar en nosotros las reacciones ms irracionales, como querer hacerle la guerra. Tambin es cierto que puede haber manipula-cin y aprovechamiento de bandos polticos que quieren ese tipo de in-tervencin, como el Partido Repu-blicano en EE.UU., el Tea Party. Pero ms all de las crticas que recibe, no creo que Obama est manipulando eso, como sugiri la Presidenta.Me pregunto si a pesar de lo cerca que la globalizacin nos pone a todos de todo, hay lugares que slo conocemos estereotipa-dos por las representaciones que nos llegan de la violencia, la gue-rra o el desastre humanitario, como Medio Oriente o frica. Hoy puede ser que los medios masi-vos hayan contribuido a la formacin de visiones estereotipadas, pero eso no es ninguna novedad en el campo de la cultura. La literatura, la histo-riografa, el teatro formaron visiones estereotipadas del otro desde el co-mienzo de la historia: los griegos este-reotiparon a los persas, los romanos a los germanos, los cristianos a los musulmanes, y viceversa, los euro-peos blancos a los negros africanos, y as sucesivamente. El fenmeno de la percepcin cristalizada, simplifi-cada y empobrecida del otro es casi gentico de la especie humana. Lo cual no quiere decir que los amigos de la razn no debamos combatir sin tregua los estereotipos.

    EntrEvista

    Viene de tapa

    De ninguna manera una imagen vale ms que mil palabras

    Ya en la Edad Media, las escenas de decapitaciones tenan una difusin enorme

    Representar es, hasta cierto punto, explicar, narrar, hablar de causas y efectos

    fotos de PAtRICIo PIdAL/AfV