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BREVE HISTORIA DE LOS GLADIADORES DANIEL P. MANNIX

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BREVE HISTORIADE LOS GLADIADORES

DANIEL P. MANNIX

BHGladiadores REV JL:cruzadas01.qxd 31/08/2009 11:06 Página 5

Colección: Breve Historia www.brevehistoria.com

Título original: The way of the GladiatorAutor: Daniel P. Mannix Traducción: Manuel de la Pascua para Grupo ROS

Edicion original en lengua inglesa: © 2001 ibooks, Inc., New York Edicion española: © 2004 Ediciones Nowtilus, S.L. Doña Juana I de Castilla 44, 3º C, 28027 Madrid

Editor: Santos Rodríguez Diseño y realización de cubiertas: Carlos PeydróDiseño de interiores y maquetación: Juan Ignacio Cuesta

Reservados todos los derechos. El contenido de esta obra está protegidopor la Ley, que establece pena de prisión y/o multas, además de lascorrespondientes indemnizaciones por daños y perjuicios, para quienesreprodujeren, plagiaren, distribuyeren o comunicaren públicamente, entodo o en parte, una obra literaria, artística o científica, o su trans -formación, interpretación o ejecución fijada en cualquier tipo de soporteo comunicada a través de cualquier medio, sin la preceptiva auto rización.

ISBN-13: 978-84-9763-849-4

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PRÓLOGO ..................................................................

INTRODUCCIÓN .........................................................

NOTA DEL AUTOR ......................................................

CAPÍTULOS

I .............................................................II .............................................................

III .............................................................IV .............................................................V .............................................................

VI .............................................................VII .............................................................

VIII .............................................................IX .............................................................X .............................................................

XI .............................................................XII .............................................................

XIII .............................................................XIV .............................................................

GLOSARIO .................................................................

BIBLIOGRAFÍA............................................................

ÍNDICE

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Prólogo

Juan Antonio Cebriánpresenta

GLADIADORES,EL MACABRO ESPECTÁCULO

DE ROMA

«Soportaré ser quemado, herido, golpeadoy asesinado por la espada.»

ESTAS PALABRAS ENCABEZABAN el juramento de cualquier gla-diador romano, en ellas se encerraba toda una filosofía vitalque orientaría las acciones de unos hombres dedicados encuerpo y alma a la supervivencia.

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Gladiador, del latín Gladiator, etimológicamente signi-fica el que lucha con la espada. Los orígenes de las luchasentre gladiadores se sitúan en el periodo etrusco. En esetiempo recogemos los primeros testimonios que noshablan de combates realizados para honrar a ilustres ciu-dadanos o guerreros fallecidos. Esas prácticas fueron asi-miladas por los romanos primigenios y tardaron poco enser incorporadas a las costumbres de aquella civilización.Lo que en principio fue un puro asesinato de esclavos yenemigos prisioneros, se convirtió, paulatinamente, enluchas profesionalizadas.

En la época republicana de Roma los notables paga-ban abundantes sumas para contratar los servicios de estoshombres. En el año 264 a.C. queda reflejado un combateentre tres parejas de gladiadores para conmemorar el fune-ral de Juno Bruto. En Hispania el primer combate de gla-diadores fue organizado en el 206 a.C. por Cornelio Es -cipión, el Africano, con el propósito de honrar la memoriade su padre y tío desaparecidos hacía pocas fechas. Otroclaro impulsor fue Julio César, cuando no reparó en gastosa la hora de convocar grandes fastos que le sublimaran co -mo líder de los romanos.

Durante todo el siglo I a.C. la popularidad de los po -tentes gladiadores se incrementó notablemente; miles deellos morían en las arenas de los circos. La crueldad llegó atal extremo que el propio Octavio Augusto se vio obligadoa dictar normas reguladoras de aquellos sanguinarios even-tos. Protocolos muy difíciles de acatar para un fervorosopúblico ávido de originalidad y sensaciones distintas al abu-rrimiento.

El imperio potenció y ensalzó la figura del gladiador, con-virtiéndole en un «semidios» al que se le otorgaban presuntospoderes mágicos; incluso se llegó a pensar que su sangre cura-ba determinadas enfermedades como la epilepsia.

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Los gladiadores eran habitualmente esclavos, reos deguerra o condenados por delitos graves. Bien es cierto que,en numerosas ocasiones algunos ciudadanos libres o legio-narios de mermado patrimonio se incorporaban a las es -cuelas de adiestramiento con el fin de intentar mejorar unaprecaria situación.

Algunos emperadores se involucraron tanto en elespectáculo que, finalmente, también se convirtieron enau ténticos luchadores; fue el caso de Cómodo, hijo y malsucesor del insigne Marco Aurelio, quien participó en735 combates proclamándose a sí mismo «vencedor demil gladiadores». Cómodo fue un criminal, vicioso y per-turbado. Era frecuente verle ceñir los atributos del diosHércules del que se creía una reencarnación para visitarel circo y allí masacrar a decenas de infelices disfrazadosde animales.

Pero, ¿qué premios esperaba el gladiador por su es -fuerzo? Varios y en este orden: seguir vivo, mejorar su si -tuación económica y, por fin, la tan ansiada liberación quellegaba cuando un gran luchador acreditaba poseer cuan-tiosas victorias ganando de ese modo respeto y admiraciónde un pueblo entusiasta con sus héroes. Al liberado se leentregaba la rudi o espada de madera, signo supremo de lalibertad para un gladiador. Un caso especial fue el del pom-peyano Publius Ostorius, hombre libre que venció en 51combates consiguiendo miles de sestercios y el amor deinnumerables damas patricias; obviamente fue un hechoexcepcional.

Los festejos en Roma eran constantes. Fue durante elsiglo I d.C., cuando el emperador Vespasiano mandó cons-truir el anfiteatro Flavio, conocido popularmente como «elCo liseo». En ese magno recinto ovalado y con capacidadpara casi 50.000 personas se dieron cita las celebracionesmás importantes del Imperio romano. En los 30.000 m2 que

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ocupaba se encontraban los subterráneos donde se ejerci-taban los gladiadores, además de espacios habilitados paraalbergar centenares de bestias que, posteriormente, subi -rían en plataformas a la arena circense. Muchos emperado-res utilizaron los juegos para complacer y tomar el pulso dela sociedad romana.

Los gladiadores desfilaban ante la multitud con sus vis-tosas indumentarias, tras esto se situaban frente al empera-dor y levantando sus brazos armados emitían el famososaludo: «¡Ave César, los que van a morir te saludan!». Actoseguido realizaban un pequeño entrenamiento y, sin más,se entregaban a una lucha violenta y feroz por parejas jale-ados por un populacho que, previamente, había cruzadosus apuestas. El delirio lo cubría todo y los gobernantesromanos sonreían satisfechos.

Existieron muchos tipos de gladiadores diferenciadosgracias a las armas y defensas que utilizaban: los secutoresiban armados con espada y escudo, lo que les proporciona-ba extremada agilidad, convirtiéndoles en temibles para elcombate; los tracios utilizaban rodela y puñal corto; los reta-rii manejaban redes emplomadas y afilados tridentes; losmirmillones usaban espada larga y grandes escudos; losessedarii combatían a caballo o en carros de guerra.

También existían gladiadores especializados en lalucha contra animales y, así, una larga lista donde apare-cen todo tipo de armas, corazas, cascos y utensilios quehacían de aquellos hombres auténticas máquinas prepara-das para matar.

Cada victoria de Roma era celebrada con enormesmatanzas en sus anfiteatros. Una de las más destacadas fuela organizada por el emperador Trajano después de su vic-toria en la Dacia reuniendo a más de diez mil gladiadoresque lucharon y murieron a lo largo de varias semanas paramayor gloria del Imperio.

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Cuando los espectáculos de gladiadores eran organiza-dos por las instituciones romanas se convertían en gratuitos.No obstante, surgieron empresarios privados que montaroncon la autorización pertinente, combates por su cuenta. Enese caso se cobraba una entrada que las élites pagaban gus-tosas dispuestas a contemplar a vi los mejores luchadores delmomento. Por todas las provincias se esparció la costumbrede ver morir a hombres de forma violenta en la arena, sólola refinada Grecia quedó al margen de éstas prácticas, porentender que aquello no era más que un capítulo injusto yvergonzante para la condición humana.

Con los años, los combates de gladiadores alcanzaronla perfección, miles de guerreros luchaban en la recreaciónde enormes batallas, terrestres y navales. Los presupuestoseran altísimos, se dice que el emperador Tiberio llegó apagar 100.000 sestercios por una terna de gladiadoresinvencibles. Siempre que se preparaba una celebración deeste tipo se anunciaba días antes por toda la ciudad. Lanoche previa a los combates era muy sugestiva para los gla-diadores, ya que se les concedía el placer de una suculentacena y el amor de mujeres bellas especialmente escogidaspara la ocasión. Mientras tanto, las gentes hacían noche entorno a los anfiteatros con la ilusión de ocupar los mejoresasientos en la esperanza de contemplar la vida o la muertede sus idolatrados gladiadores.

En el siglo IV el emperador Constantino denostó estetipo de lucha, aunque sin llegar a prohibirla. La llegada delcristianismo provocó enormes críticas que enflaquecieron elánimo de los romanos hacia lo que había sido uno de susespectáculos más valorados durante siglos. Fue Honorioquien en el año 404 decidió acabar con las luchas mortalesentre gladiadores.

Aquel episodio brutal quedó cerrado definitivamente,pero su memoria perduró durante generaciones hasta hoy.

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En esta fascinante obra del gran divulgador, usted,que rido lector, sentirá cómo su imaginación le trasladará alos escenarios que acogieron este sorprendente capítulo deuno de los imperios más violentos en la historia humana.

Conocerá episodios peculiares, circunstancias clarifi-cadoras y, sobre todo, lo más importante, a sus protago-nistas, ésos que tiñeron de vida y muerte las arenas delcirco romano.

Juan Antonio CebriánV 20-10-2007

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— in memoriam —

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INTRODUCCIÓN

«...Un lugar sin justicia ni clemencia, dondesólo los más hábiles o los más

despiadados podían sobrevivir».

LEÍ POR PRIMERA VEZ LA ALUCINANTE HISTORIA sobre los juegosen Roma de Daniel Mannix cuando tenía 14 años. Creoque leí el libro de una sentada o, más exactamente, acurru-cado debajo de las sábanas con una linterna, de maneraque nadie pudiera ver mis ojos saliéndoseme de las órbitas,asombrados ante la orgía de sangre en el Coliseo. Aunqueesta sangrienta historia esté basada en las evidencias y losrelatos de la época, Mannix (¡hasta su nombre suena comoel de un gladiador de la Galia!) tiene una increíble habili-dad, como un buen novelista, para que las escenas cobrenvida y consigan transportarnos hasta allí.

Releyendo esta historia ahora, me doy cuenta de queme deja con la boca abierta de asombro. Los números tedejan pasmado, todos esos animales y seres humanos ma -

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sacrados, los indescriptibles actos de crueldad, están másallá de lo explicable.

En Pompeya se alardeaba de la muerte de 10.000hombres durante el curso de ocho espectáculos, y en unode ellos se arrojaron 20 elefantes, 600 leones y más de 400leopardos contra gétulos armados con dardos. Después dela victoria de Trajano sobre los dacios, 11.000 animales fue-ron masacrados por bestiarios, gladiadores especializadosen luchar contra animales. A los toros y a los burros se lesentrenaba para violar a las mujeres. Los estadios se inunda-ban para que flotas de navíos pudieran luchar hasta lamuer te y se echaban cocodrilos e hipopótamos al aguapara que atacaran a cualquiera que cayera en ella. De he -cho, se inventó cualquier forma imaginable de torturar o dematar hombres, mujeres o niños, para divertir, impresionary aplacar al populacho romano.

El coste, por supuesto, era asombroso. Un político sequejaba de que: «Me ha costado tres herencias callar la bo -ca a la gente». (Pero, como sabemos todos, ¡a nuestros polí-ticos todavía les cuesta bastante dinero hacer que les tra-guemos!).

Los gladiadores no eran unos pobres infelices conde-nados a una muerte segura. Tenían sus habilidades especia-les y estaban orgullosos de ellas: los retiarios luchaban conuna red y un tridente, los secutores con un escudo y unaespada; los dimachaerus luchaban con una espada corta;había arqueros partos, asirios y sus hondas mortíferas, ger-manos especialistas en jabalina, sijs del subcontinente in -dio, con sus aros arrojadizos, afilados como cuchillas; irlan-deses pelirrojos armados solamente con sus shillelahs, ca -paces de partir los cráneos y hoplitas griegos con una per-fecta disciplina.

Estos gladiadores podían ganar dinero y mucho, sieran especialmente hábiles y tenían suerte. Además, po -dían también tener mujeres, muchas, y algunas de alta cu -na. Y podían ganar su libertad. De hecho, el escritor roma-

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no Epícteto dice que los gladiadores solían pedir másluchas, de manera que pudieran distinguirse y ganar másdinero.

Uno de los grandes placeres de este pequeño clásico esla manera en que Mannix consigue hacer que los gladiado-res reales cobren vida. Basando sus mini biografías en he -chos históricos reales, ha conseguido insuflar vida y muerteen personajes que únicamente conocíamos por inscripcio-nes en sus tumbas o por historiadores que fueron sus con-temporáneos.

El mundo de los juegos romanos que aparece retrata-do vívidamente en parece, a primera vista, increíble por suferocidad. «Esto no podría pasar ahora», nos decimos. Peroel populacho romano que soltaba risotadas ante la vista delos seres humanos, incluidas mujeres y niños indefensos,además de gladiadores, siendo desgarrados por animalessal vajes, o quemados vivos, o crucificados o descuartiza-dos, pues bien, este pueblo no puede descartarse como«an tiguo». Sólo necesitamos asomarnos a las cámaras degas, los campos de la muerte de Camboya, las fosas comu-nes de Ruanda y de Kosovo, para darnos cuenta de que elpopulacho está siempre con nosotros, siempre pidiendomás sangre.

Michael Stephenson, ex-Director Editorialdel Club del Libro Militar

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NOTA DEL AUTOR

Se han utilizado tantas fuentes durante la preparación de estelibro que sería imposible nombrarlas todas. En muchos casos,sólo se tomó una referencia de algún libro. Sin em argo, algunasde las obras fundamentales sobre los juegos romanos aparecenen la bibliografía. Algunas de las secuencias, especialmente las delas descripciones de los espectáculos en los tiempos deCarpophorus, son un compendio de muchas fuentes. Para lasdescripciones de cómo Carpophorus entrenaba a los animalesque tenían relaciones sexuales con mujeres, he utilizado aApuleyo y también la técnica empleada por un caballero mejica-no al que conocí en Tijuana y que hacía películas porno de 16milímetros sobre el tema.

La descripción de la batalla de los venatores con leones ytigres es una combinación de varias fuentes originales, como elrelato de J.A. Hunter de cómo los guerreros Masai cazan conlanza a los leones o los comentarios de Mel Koontz y MarbelStark, ambos domadores profesionales de leones. La lucha concocodrilos está descrita por Estrabón, pero he añadido material apartir de lo que me contó un indio seminola que luchaba con cai-

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manes en Florida. Los combates entre gladiadores están todostomados de relatos contemporáneos o del graffiti (dibujos en lasparedes) de Pompeya. Las luchas con toros están tomadas de losgraffiti de las luchas, de relatos contemporáneos, de los frescos deCnossos, de incidentes de los que he sido testigo en corridas detoros y de las sugerencias que me ha hecho Pete Patterson, unpayaso de rodeo.

La batalla entre los essedarios y los hoplitas griegos es unacombinación de las descripciones de Tácito de los carros de gue-rra británicos, la descripción de Hogarth de la falange hoplita enPhilip and Alexander of Macedon, extractos de Roping de Mason,y de la manera en la que evolucionaban los escuadrones británi-cos a principios del siglo diecinueve. Las luchas de elefantes pro-vienen de fuentes contemporáneas y del capitán Fitz-Bernard,que vio elefantes de guerra en la India.

La descripción de la taberna de Chilo está tomada dePompeii de Amedeo Maiuri y de mis propias notas sobre una tien-da de vinos de la misma ciudad. La conversación entre los hom-bres es casi toda del Satiricón de Petronio. Aunque mi relatosobre la muerte de Carpophorus es completamente ficticio, se vie-ron también osos polares en la arena, posiblemente durante elreinado de Nerón. Los romanos creían que el cuerno del narvalera el del unicornio. El narval, que es un mamífero como la balle-na o el delfín, puede producir marfil.

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NERÓN FUE PROCLAMADO EMPERADOR y, durante dos sema-nas, el populacho protagonizó disturbios por las calles deRoma. La economía del imperio más grande que el mundohabía visto se estaba desmoronando como un castillo dearena. El coste de mantener un enorme ejército, equipadocon las últimas catapultas, ballestas y las galeras más rápi-das estaba sangrando las reservas de la nación y, además,había que pagar altos subsidios a las naciones dependien-tes de Roma. El gobierno empobrecido no tenía ni los fon-dos ni el poder para detener los disturbios callejeros.

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En medio de esta crisis, el Almirante de la Flota se a -presuraba en su cuadriga para consultar con el primer tribuno.

«La flota mercante está en Egipto, esperando la car ga»,anunció. «Los barcos pueden cargarse con maíz, para ali-mentar a la gente hambrienta, o con arena especial de laque su utiliza para las carreras de cuadrigas. ¿Qué debemoshacer?».

«¿Estás loco?», exclamó el tribuno. «La situación estáfuera de control. El emperador es un lunático, el ejércitoestá a punto de amotinarse y la gente se muere de hambre.¡Por todos los dioses, que traigan la arena! ¡Tenemos queborrar de sus mentes todos los problemas!».

Pronto los heraldos anunciaron que las mejores carre-ras de cuadrigas que pudieran recordarse se iban a celebraren el Circo Máximo. Trescientos pares de gladiadores lucha-rían hasta la muerte y mil doscientos criminales condena-dos serían devorados por los leones. También habría luchasentre elefantes y rinocerontes, búfalos y tigres y leopardoscontra jabalíes. Y, como número especial, veinte bellasjóvenes serían violadas por as nos.La entrada para los sitios pos-teriores era gratuita. Las pri -meras treinta y seis filas deasientos tendrían un precioreducido.

Todo lo demás se olvi-daría pronto. El gigantesco es -tadio, para más de 385.000 es -pectadores, estaba totalmentea barrotado. Durante dos semanasse celebraron los juegos, mientrasla multitud vitoreaba, hacía apues-tas y se emborrachaba. Una vezmás, el gobierno había conseguidoun respiro para intentar solucionarsus dificultades.

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Nerón Claudio CésarAugusto Germánico.

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Los juegos, como cortésmente se denominaba a estosespectáculos incalificables, eran una institución nacional.De ellos dependían para vivir millones de personas: los ca -zadores de fieras, los entrenadores de gladiadores, los cria-dores de caballos, los consignadores, los contratistas, losarmeros, los encargados del estadio, los promotores y loshombres de negocios de todo tipo. El haber abolido los jue-gos habría dejado a tanta gente sin trabajo que la economíanacional se habría venido abajo. Además, los juegos eran ladroga que mantenía al populacho romano anestesiado, demanera que el gobierno pudiera operar a sus anchas.

Un actor llamado Pilades le dijo desdeñosamente aCésar Augusto: «Tu puesto depende de cómo mantengamosal populacho entretenido». Juvenal escribió amargamente:«Al pueblo que ha conquistado el mundo ahora sólo le inte-resan dos cosas: el pan y el circo».

En cierto sentido, la gente estaba atrapada. Roma sehabía sobreextendido. Se había convertido, casi tanto poraccidente como por estrategia, en la nación dominante delmundo. El coste de mantener la «Pax romana» sobre lamayor parte del mundo conocido era un empeño demasia-do costoso, incluso para los enormes recursos del poderosoimperio. Pero Roma no se atrevía a abandonar a sus alia-dos o a retirar a sus legiones, que retenían a las tribus bár-baras, de una frontera que se extendía desde el Rin enGermania hasta el Golfo Pérsico. Cada vez que se abando-naba un puesto fronterizo, las hordas salvajes penetrabanen el territorio, saqueaban la zona y se acercaban a los cen-tros neurálgicos del comercio romano.

De manera que el gobierno romano estaba constante-mente amenazado por la bancarrota y no había ningúnestadista que pudiera encontrar una solución a las dificulta-des. El coste de su gigantesco programa militar era sólo unode los quebraderos de cabeza de Roma. Para impulsar laindustria en sus distintas naciones satélites, Roma intentóuna política comercial sin restricciones, pero los trabajado-

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res romanos eran incapaces de competir con la mano deobra más barata extranjera, y pidieron aranceles más altos.Cuando estos se impusieron, las naciones satélites no pu -dieron vender sus productos en la única nación que teníadinero. Para romper este círculo vicioso, el gobierno se viofinalmente obligado a subsidiar a la clase trabajadora roma-na para maquillar la diferencia entre su «salario real» (elvalor real de los que producían) y los salarios necesariospara seguir manteniendo su nivel de vida relativamentealto. Como resultado, miles de trabajadores vivían del sub-sidio y no hacían nada más, sacrificando su nivel de vidapor una vida más fácil.

La clase rica de Roma, que vivía en palacios y comíaen banquetes donde se servían tales exquisiteces como len-guas de tordos en miel silvestre y ubres de cerda rellenas deratoncitos fritos, debían sus riquezas a las grandes fábricasdonde trabajadores esclavos producían enormes masas deproductos mediante lo que hoy en día se conoce comométodo de cadena de montaje. Los granjeros desposeídosy los trabajadores sin empleo tenían un sólo grito: «¡Quepaguen los ricos!». El gobierno respondía elevando losimpuestos año tras año sobre los plutócratas, pero había unpunto más allá del cual no se atrevían a pasar. Después detodo, eran los impuestos que pagaban estos ricos los queconseguían que el sistema continuara funcionando y elgobierno no se atrevía a arruinarlos. Se hicieron intentos deabolir el trabajo de los esclavos en las fábricas, pero loshombres libres pedían menos horas de trabajo y salariosmás altos, de manera que, desde el punto de vista econó-mico, sólo podía emplearse a los esclavos. Además, los pro-pietarios de las grandes fábricas tenían mucho poder políti-co y luchaban contra cada esfuerzo por derribar sus propie-dades sobornando a senadores, contratando a miembrosde grupos de presión y asegurándose el apoyo de los líde-res de los trabajadores sin escrúpulos. Un romano propieta-rio de una fábrica encontraba mucho más rentable gastar

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miles de sestercios en este tipo de prácticas que perder susesclavos. Y los hombres libres romanos preferían el subsidiode desempleo y los juegos frente a la necesidad de trabajarpara vivir.

Para el populacho romano, sumergido en un enredoeconómico que no podía entender y que era incapaz deromper, el circo era la única panacea para sus problemas.Los grandes anfiteatros se convirtieron en los templos, ho -gares, lugares de reunión y en el ideal del hombre corrien-te. Como los juegos eran ostensibles ceremonias pías enhonor de los dioses, se gratificaba su sentido religioso. Cadahombre era capaz, durante unas cuantas horas, de habitarun edificio mucho más espléndido que el Palacio Doradode Nerón, en lugar de su atestada casa de vecinos. Aquípodía reunirse con otros hombres libres, tener un senti-miento de unidad ya que se sentaba con su facción paraanimar a un equipo dado en las carreras de cuadrigas eimponer sus deseos al emperador, ya que los romanos sedecían a sí mismos: «Sólo en el circo el pueblo manda». Losromanos reverenciaban el valor y a cada romano le gusta-ba considerarse un luchador duro y fuerte. En Roma, losmuchachos se identificaban con los gladiadores de fama, aligual que hoy en día un entusiasta del boxeo puede identi-ficarse con un boxeador de éxito.

También había otras atracciones. Las apuestas erantan altas que se podían ganar o perder fortunas en el circoen unos pocos minutos, y sólo mediante la apuestas podíaun hombre corriente conseguir fortuna. Además, no impor-taba lo mal de dinero que pudiera estar un romano, tenía lasatisfacción de saber que estaba por encima de los misera-bles que estaban en la arena. Aunque pocos romanos seinteresaban por el ejército, mal pagado y con una férrea dis-ciplina, aún se consideraban como verdaderos luchadoresy gritaban insultos y consejos a los gladiadores que lucha-ban en la arena. Nada gustaba más al populacho romanoque el que algún dignatario de alguna nación satélite enfer-

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mara durante los juegos y tuviera que abandonar el anfite-atro. Los hombres libres dirían con satisfacción, «¡Es tos grie-gos afeminados, no pueden soportar la vista de la sangrecomo nosotros los romanos!» y esperaban el próximo es -pectáculo con renovado placer.

Los juegos, que venían a costar un tercio de los ingre-sos totales del imperio y que necesitaban miles de animalesy de hombres cada mes, empezaron como festivales no mássangrientos que cualquier fiesta de pueblo. Los primerosjuegos en el 238 a.C. presentaron exhibiciones de monta,acróbatas, funambulistas, animales amaestrados, carrerasde cuadrigas y espectáculos atléticos. Había boxeo, pero enlugar de los guantes, se utilizaban unas correas de pielsuave para cubrir los nudillos. La milicia representaba unasimulación de una batalla y la élite de la caballería, com-puesta por jóvenes ricos, montados en caballos pura sangrey vestidos con armadura de oro y plata, realizaban ejerci-cios. Había también carreras de caballos en la que los jine-tes tenían que saltar de un caballo a otro mientras iban agalope tendido. De vez en cuando se representaban espec-táculos históricos, como el Sitio de Troya, en la que unamaqueta de madera que representaba Troya era atacadapor soldados vestidos como guerreros griegos y finalmenteera incendiada en medio de trompetas y grandes aplausos.Los productores del espectáculo cobraban la entrada.

Más tarde, este tipo de espectáculo empezó a parecermuy insulso para los romanos. El único de los espectáculosque continúo fue las carreras de cuadrigas, que, como lascarreras de caballos actuales, era un deporte perfecto paraapostar. Sin embargo, incluso las carreras de cuadrigascambiaron totalmente su carácter. En lugar de ser una sen-cilla carrera, se tuvieron que hacer lo suficientemente san-grientas y excitantes para mantener el interés popular.

El Circo Máximo, el anfiteatro más antiguo de Roma,se diseñó especialmente para las carreras de cuadrigas.Aun que en los primeros días los juegos tenían lugar en un

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campo abierto cerca de la ciudad y las cuadrigas corríansimplemente alrededor de una ruta marcada en el suelo,describiré cómo eran las carreras en el Circo Máximo alre-dedor del año 50 d.C. para dar una idea de este deporte ensu punto más alto.

Construido originalmente alrededor del año 530 a.C.,el Circo Máximo medía unos 550 metros de largo por 180metros de ancho, es decir, más del triple que el mayor cam -po de fútbol del mundo. Tenía la forma de una larga U. Enla parte abierta de la U estaban los compartimentos paralas cuadrigas, con unas puertas que se abrían todas degolpe al mismo tiempo, igual que en las carreras de caba-llos actuales. En el centro del anfiteatro había un largomuro, denominado spina, que las cuadrigas tenían querodear siete veces, para totalizar una distancia de unosnueve kilómetros.

La spina era el centro de atención de todo el circo.Tenía estatuas sobre columnas, fuentes de agua perfumada,altares a los dioses e incluso un pequeño templo dedicadoa la Venus del Mar, la diosa patrona de los aurigas. Los auri-gas siempre quemaban incienso a esta Venus, antes decomenzar una carrera. En el centro de la spina había unobelisco, traído de Egipto, coronado por una bola de oro.Esta bola relucía al sol, y era el objeto más llamativo delcirco. El obelisco, excepto la bola, se encuentra hoy en díaen el centro de la Plaza de San Pedro en Roma, delante dela catedral.

Cerca del final de la spina había dos columnas, cadauna coronada por un travesaño de mármol. En unos de lostravesaños se encontraba una hilera de huevos de mármol.En el otro travesaño había una fila de delfines. Los huevoseran los símbolos de Cástor y Pólux, los gemelos divinosque eran los santos patrones de Roma, y los delfines esta-ban consagrados a Neptuno, el patrón de los caballos.Cada vez que las cuadrigas daban una vuelta, se quitabanun huevo y un delfín, de manera que la multitud sabía

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cuántas vueltas quedaban por dar. En los extremos de laspina había tres conos de unos 6 metros de alto, adornadoscon bajo relieves. Estos conos, denominados metae, actua-ban de paragolpes para que la elegante spina no sufrieradaños producidos por los giros de los carros. Plinio dice quelos metae tenían aspecto de cipreses.

Las carreras eran gestionadas por varias grandes cor-poraciones que eran las empresas más lucrativas del mun -do romano y que tenían miles de accionistas. Las accionesde estas compañías eran tan valiosas que pasaban depadres a hijos como posesiones de incalculable valor. Estascorporaciones tenían grandes oficinas en el corazón de losdistritos empresariales de todas las ciudades, así como en lamisma Roma. Además de estas oficinas, los compañías po -seían grandes bloques de edificios cerca de los distintos cir-cos (había circos de todo tipo prácticamente en todas lasciudades del imperio) y esos edificios servían de barraco-nes y de establos. Estos edificios solían estar ubicados alre-dedor de una pista para que los equipos se entrenaran. Lascompañías también poseían incontables criaderos de caba-llos e incluso mantenían flotas de barcos con comparti-mentos incorporados para transportar caballos de un circoa otro. El tamaño de los criaderos de caballos puede ima-ginarse por el comentario de un agente gubernamentalque, en el año 550 d.C. fue enviado para disolver las gran-jas, una vez que las carreras fueron abolidas. De una deellas dijo: «Ya era tan reducida que el propietario tenía sólocuatro caballos, así que decidí que no merecía la pena pre-ocuparse por ella».

El número de trabajadores empleados por estas com-pañías, incluyendo a los cuidadores de ganado, mozos decuadra, conductores, etcétera, es desconocido, pero es inte-resante echar una mirada a la lista parcial de personasimplicadas en una carrera en sí. Además de los aurigas esta-ban los medici (los médicos), los aurigatores (los ayudantesde los aurigas), los procuratores dromi (los hombres que ali-

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saban la arena antes de la carrera), los conditores (queengrasaban las ruedas de los carros), los moratores (queenganchaban los caballos), los sparsores (que limpiaban loscarros), los erectores (que bajaban los huevos y los delfines)y los armentarii (mozos de cuadra). Además había tambiéncaballerizos, entrenadores, veterinarios, talabarteros, sas-tres, guardias del establo, ayudantes para vestirse y aguado-res. Incluso había un grupo especial que no hacía nada sal -vo hablar a los caballos y animarlos mientras eran conduci-dos hasta sus compartimentos de salida.

Los aurigas eran en su mayoría esclavos, aunquehabía unos pocos hombres libres voluntarios, que tenían laesperanza de conseguir fama y fortuna. Esclavo o no, unauriga con éxito era un héroe en Roma y podía ganar gran-des sumas de dinero. Algunos aurigas se retiraron millona-rios, habiendo comprado su libertad o siendo liberados porun dueño agradecido que había compartido sus ganancias.El emperador Calígula regaló a Eutychus, un famoso auri-

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Tumba del Auriga en Tarquinia. Estos hombres gozaron degran prestigio en su tiempo. Fresco que representa a «Phersu».

Segunda mitad del siglo VI a.C.

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ga, dos millones de sestercios (unos 70.000 euros). Cres -cens, un hombre de raza negra que empezó a correr concarros cuando tenía trece años, había ganado 60.000 euroscuando murió a los veintidós. Triunfó en treinta y ocho ca -rreras, viniendo desde atrás en la última vuelta para ganar,lo que era considerado una proeza encomiable. Un hombreganó quince bolsas de oro en una hora. Aunque la sumahabitual que se llevaba un auriga por ganar una carrera erade sólo de 2.000 euros, recibía mu cho más en bonos de lacompañía, regalos de los admiradores, sobornos de losapostadores que querían chivatazos y de negocios que uti-lizaban su imagen en vasijas, placas y camafeos.

Probablemente el auriga más famoso fue un hombrepequeño, moreno y nervudo, llamado Diocles. Fue el pri-mero que ganó mil carreras. Diocles tenía pasión por loscaballos y la ropa. Se paseaba arrogantemente por Romacon una túnica de seda bordada y tenía sus propios equi-pos, lo que era tan poco habitual como que un jockey dehoy en día tenga su propia cuadra. Juvenal escribió a mar -ga mente: «Los hombres decentes refunfuñaban cuandoveían a un ex-esclavo que ganaba cien veces más que unse nador». Pero Diocles era un ídolo de las masas. Habíaempezado como esclavo, mozo de cuadra de un nobleespañol, y luego había sido enviado a Roma con un carga-mento de caballos y allí había sido comprado por un patri-cio que había admirado su asombrosa habilidad con lostem peramentales purasangres. Corrió su primera carrera alos veinticuatro años y, siendo un principiante, fue forzadoilegalmente a ir por la parte exterior. Las posiciones sesuponía que se echaban a suerte, aunque normalmente seapañaban. Para tomar la cuerda, un carro exterior teníaque cruzarse delante de los demás, lo que significaba unamuerte prácticamente segura. Diocles no lo intentó. Siguióa la cola de los demás hasta la última vuelta y luego, dandouna lección de conducción, adelantó a los otros tres carrosy ganó la carrera.

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Lo habitual era que el dueño de una cuadra de carrerascompartiera la bolsa con el auriga, así que Diocles ganópronto el dinero necesario para comprar su libertad. Luegoempleó sus ganancias en comprar caballos, a los que entre-naba él mismo, y también compró su propio carro de carre-ras. Tenía una cuadra de sementales y ganaba más de35.000 euros solamente por suministrar los caballos. Ademásde sus otros privilegios, Diocles, como cualquier otro aurigafamoso, tenía el derecho de gastar bromas a las personas quequisiera, incluyendo a los miembros de la nobleza.

Otra fuente de ingresos muy lucrativa de Diocles erahacer carreras insólitas con grandes apuestas. Una vez co -rrió dos veces en un día, la primera vez conduciendo un tirode seis caballos (girar con un tiro de seis caballos al final dela spina a toda velocidad era una proeza increíble) y ganó40.000 sestercios. Luego, condujo un carro con siete caba-llos sin yunta, es decir, sólo con las riendas, y ganó 50.000sestercios. Pero quizá su proeza más notable fue ganar unacarrera sin utilizar el látigo, por una apuesta de 30.000 ses-tercios. El látigo lo utilizaban los aurigas no tanto para gol-pear a los caballos sino para guiarlos en los giros. Mientrasse rodeaban los conos al final de la spina a toda velocidad,el auriga señalaba al caballo cuándo debía girar colocándo-le en látigo en los hombros, y si uno de los caballos inten-taba girar antes de tiempo, el auriga le daba un ligero lati-gazo. Las riendas estaban atadas a la cintura del auriga, demanera que pudiera conseguir más palanca en el giro, peroesto hacía más difícil controlar a cada caballo de formaindividual. Los caballos eran extremadamente valorados,mucho más que los esclavos. El entrenamiento comenzabacuando los caballos tenían tres años y era tan detallado queun caballo no podía correr hasta que tuviera cinco. Algunostiros eran tan inteligentes que podían conducirse ellos mis-mos. Un auriga se cayó cuando su tiro se encabritó a la sali-da de los cajones, pero los caballos continuaron corriendoy ganaron la carrera. También consiguieron el premio. Los

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escultores hacían estatuas de los caballos famosos, algunasde las cuales aún perduran. Debajo de las estatuas hay ins-cripciones del tipo: «Tuscus, conducido por Fortunatus delos Azules, 386 victorias» o «Victor, conducido por Gulta delos Verdes, 429 victorias ». Lucio Vero tuvo un caballo lla-mado Volucris al que recompensaba con una bolsa demonedas de oro después de cada carrera y el emperadorAdriano construyó un mausoleo para su caballo, Bo rís -tenes, que aún permanece en pie. El más famoso de todosestos caballos fue Incitatus, que perteneció al emperadorCalígula. Incitatus tenía una habitación de mármol, uncomedero de marfil y bebía en un cubo de oro. Los murosde su establo estaban decorados por los artistas más famo-sos y acudía a las cenas de estado, donde sus esclavos per-sonales le servían avena y maíz. Incluso Calígula planeóhacerle cónsul.

A un caballo que hubiera ganado más de cien carrerasse le denominaba centenario y llevaba un arnés especial.Diocles fue propietario de nueve centenario, todos ellos en -trenados por él mismo. Llegó a tener un caballo que ganomás de doscientas carreras. Este caballo, de nombrePasserinus, era tan venerado que los soldados patrullabanlas calles cuando dormía para evitar que la gente pudierahacer ruido. El mejor caballo de un tiro siempre se coloca-ba en la parte interior (lado izquierdo) y nunca iba uncido,sino simplemente sujeto con tirantes. Cuando se giraba,este caballo era el que más cerca estaba de la spina y suvelocidad y su seguridad eran las que marcaban la diferen-cia entre la vida y la muerte del auriga. El segundo mejorcaballo se colocaba en la parte exterior (derecha) del tiro y,normalmente, tampoco iba uncido al yugo. En los giros,tenía que tirar del carro mientras que el centenario del inte-rior pivotaba pegado a los conos. Los dos caballos centra-les iban uncidos al asta del carro y fundamentalmente apor-taban potencia de arrastre, aunque todo el tiro tenía queconocer perfectamente sus tareas respectivas.

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Como hoy en día, había inacabables argumentos so -bre los mejores piensos y las mejores granjas. Los caballosno eran herrados, así que el estado de sus cascos era cru-cial. Los caballos sicilianos eran muy rápidos, pero pocofiables, los íberos buenos sólo para las carreras cortas (tení-an los cascos demasiado blandos) y los libios eran los mejo-res para las carreras largas. Había varias razas que hoy yano tenemos, como por ejemplo, el orinx, que tenía rayascomo las cebras, pero que parece que era una raza de caba-llos domésticos.

Aunque hay innumerables estatuas de aurigas roma-nos en los museos y aunque tenemos muchos registrosdeportivos del tipo «Scorpus de la facción Blanca obtuvoun primer puesto siete veces, un segundo puesto veintinue-ve veces y un tercer puesto sesenta veces», no he sido capazde encontrar una descripción detallada de una sola carrera.Sin embargo, hay muchas referencias dispersas de los inci-dentes que ocurrían en las carreras, y es posible imaginarcómo era una de ellas. Vamos a representar una carreradurante los Ludi Magni (los grandes juegos), siendo Dioclesuno de los aurigas.

Durante las últimas semanas, prácticamente el únicotema de conversación en Roma había sido la carrera y lasapuestas. La gente pagaba grandes sumas por los últimoschivatazos, aunque normalmente fueran poco fiables. Sé -neca, el gran filósofo romano, exclamaba: «El arte de lacon versación ha muerto. ¿Es que no se puede hablar deotra cosa que no sea la habilidad de los aurigas y de la cali-dad de sus tiros?». Diocles era un favorito tan claro que unsenador comentó, «Si Diocles pierde, afectará más a la eco-nomía nacional que si ocurriera una derrota militar». Perounos días antes de la carrera, las apuestas se alteraron súbi-tamente. Todo tipo de rumores se extendían por la ciudad.El dueño de uno de los conditores que engrasaban loscarros decía que Diocles había sido sobornado para perderla carrera. Un tabernero había oído a dos miembros de la

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guardia pretoriana que decían que el emperador, que apos-taba por otro equipo, había llegado a un acuerdo con elpatrocinador de los juegos para repetir la salida si Dioclesiba en cabeza. A la madame de un burdel le había dichouna de sus chicas, que había estado con el ayuda de cáma-ra de un prominente político, que dos de los aurigas quecompetían habían hecho el juramento de eliminar aDiocles, emparedando su carro entre los suyos y derribán-dole. Un hombre que tenía una prima que conocía a unveterinario le había dicho que el centenario de Diocles,Passerinus, había sido drogado. La gente se apresuró a acu-dir al establo de Passerinus para probar el estiércol delcaballo, por ver si la historia era cierta. Así que las apuestassubían y bajaban de acuerdo al último rumor, muchos deellos deliberadamente difundido por apostadores de gran-des sumas que especulaban con el resultado la carrera.

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Bajorelieve del siglo I d.C. con una cuádriga que se acerca auna curva. British Museum, Londres.

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Las cuatro corporaciones que controlaban las carrerasse conocían como los Blancos, los Rojos, los Verdes y losAzules, y los aurigas llevaban túnicas del color de su corpo-ración, como los jockeys llevan los colores de las cuadras.Toda Roma estaba dividida en estas cuatro facciones, dehecho, nuestra palabra facción originalmente significaba ungrupo de personas que apoyan a un equipo de carreras decuadrigas. La gente llevaba flores de colores, cintas o pa -ñuelos que mostraran a qué equipo apoyaban. Los roma-nos eran tan devotos a su facción que a menudo grababanen sus epitafios: «Memmius Regulus fue un hombre bueno,devoto marido y seguidor incondicional de los Rojos».«Nerón, que siempre fue hincha de los Verdes, tiñó la arenade color verde en su honor y el emperador Vitelio asesinóa cincuenta personas por abuchear a los Azules».

El día de la carrera la ciudad estaba casi desierta, yaque casi todo el mundo estaba en el Circo Máximo. Las tro-pas tenían que patrullar por las calles vacías para impedirlos saqueos. Las carreras comenzaban al amanecer y dura-ban hasta el ocaso. En primer lugar se hacía una procesión,dirigida por el editor (el hombre que daba los juegos), quehabitualmente era un político que optaba a un cargo ynecesitaba votos. El editor iba en una cuadriga, vestido conuna toga púrpura como si fuera un miembro de la nobleza.Un hombre corriente sólo podía vestir la púrpura cuandoera editor de unos juegos. Alrededor de la cuadriga mar-chaban sus esbirros, vestidos de blanco, con ramas de pal -ma, y tras ellos iban un grupo de aristócratas, para demos-trar que los hombres ricos y de buena cuna apoyaban tam-bién al editor. Luego iba una larga procesión de sacerdotesque llevaban imágenes de los dioses en literas, mientrashacían oscilar los incensarios y cantaban himnos. Entre lamultitud se habían repartido pañuelos o pancartas con eleslogan político del editor «Vota por Eprius Marcellus, elamigo del pueblo » y se organizaban claques con animado-res que gritaban el eslogan. A medida que el editor daba la

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vuelta al estadio, saludando y sonriendo, todas las claquesle vitoreaban y el resto de la gente se ponía en pie agitan-do los pañuelos o las pancartas y gritando.

Cuando terminaba la procesión, la multitud se senta-ba para estudiar el programa de las carreras y hacer lasapuestas de última hora, mientras los corredores de apues-tas subían y bajaban por los pasillos. Aún existen hoy en díaalgunos de los programas grabados en marfil o en latónpara la nobleza. Tienen el siguiente aspecto:

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Y así sucesivamente para los cuatro equipos de la pri-mera carrera.

Aunque los cajones desde los que salían las cuadrigaseran todos equidistantes del punto medio entre las gradas yel final de la spina, el auriga que tenía el cajón de la izquier-da tenía ventaja, ya que podía ir directamente a la spina ytomar la pista interior. Los cajones estaban numerados deluno al cuatro y los aurigas sacaban su número de una vasi-ja. Diocles sacó el número tres a partir de la iz quierda.

Los esclavos regaban la pista para que no se levantarapolvo, rastrillaban la arena y se aseguraban de que nadiehubiera arrojado pellejos de vino vacíos o huesos roídos.Cuando sonaba una trompeta, todo el mundo debía aban-

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donar la pista. Mientras tanto, en el paddock detrás de loscajones de salida, los aurigas preparaban sus tiros.Llevaban túnicas cortas que les dejaban los brazos al des-cubierto, gorras de piel resistentes, que actuaban como cas-cos, y cada uno de ellos llevaba un cuchillo al cinto paraque en caso de accidente pudiera cortar las riendas que sellevaban atadas a la cintura. La mayoría de los aurigas serecubrían de estiércol de jabalí, confiando en que el olorevitara que los caballos les pisotearan si se caían del carro.

Los carros de carreras eran muy ligeros y estaban he -chos de madera con remates de bronce. Eran más bajosque los carros corrientes y el eje era más ancho. Cuando so -naba la trompeta para que se vaciara la pista, los cuidado-res enganchaban los caballos. Había distintos tipos de en -ganche. Aunque el más habitual era colocar los dos ca -ballos centrales uno a cada lado del asta del carro y unci-dos juntos y los dos caballos exteriores unidos por tirantes,algunas veces el auriga sólo dejaba el caballo de la izquier-da sin uncir. En muy raras ocasiones todo el tiro iba sólocon los tirantes, para conseguir así mayor maniobrabilidad.Las colas de los caballos siempre se ataban, de manera queno se enredaran con las riendas.

El enganche era algo digno de verse, con los caballospiafando y resoplando, con las crines tachonadas de perlasy piedras semipreciosas. Llevaban petos con amuletos deoro y plata y cada caballo llevaba alrededor del cuello unaancha cinta con el color de la cuadra. Los romanos defen-dían que las carreras de cuadrigas mejoraban la raza de loscaballos, pero realmente esos caballos eran tan endogámi-cos y temperamentales que no servían ya para nada excep-to para estas carreras suicidas en la arena, a toda velocidad.

Entonces sonaba otra trompeta y los aurigas subían alos carros relucientes y los mozos de cuadra conducían a lostiros hasta los cajones de salida, donde entraban por laparte de atrás. Los mozos se quitaban del medio, rápida-mente. Había un momento de pausa. El editor de los jue-

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gos se levantaba de su sitio y dejaba caer un pañuelo. Laspuertas de los cuatro cajones se abrían al mismo tiempo ylas cuadrigas salían.

Todos los aurigas intentaban tomar la pista interioralrededor de la spina. El resultado era que había tantoschoques en esta primera y enloquecida vuelta que huboque construir una puerta bajo las tribunas, cerca de la sali-da, de manera que los encargados de la arena pudieranretirar los trozos de carro y los hombres y caballos muertos,de manera que no bloquearan la pista cuando el restohubiera dado la vuelta a la spina y comenzaran la segundavuelta. Algunas veces la carrera no continuaba, ya que to -dos los carros acababan apilados en un amasijo en estepunto.

Para solucionar este problema, se colocó una cuerdablanca, denominada la Alba Linea, que iba de la spina a lastribunas, lo suficientemente alta como para hacer caer a untiro de caballos al galope. Un juez que se encontraba en unpalco podía bajar esta cuerda si decidía que había sido unasalida limpia. Si los carros no salían a la vez o si había de -masiados empujones y acciones antirreglamentarias, nodejaba caer la cuerda y la carrera tenía que comenzar denuevo.

Esta cuerda representaba una decisión crítica para elauriga. Si corría decididamente para tomar la pista interioralrededor de la spina y la cuerda no se bajaba a tiempo, elcarro volcaría. Si retenía a los caballos demasiado y la cuer-da se bajaba en el último instante, sería adelantado por lasotras cuadrigas. Ayudaba conocer los prejuicios del juez. Siera un seguidor en secreto de los Azules y la cuadriga Azulse había quedado atrás, no dejaría caer la cuerda. Si losAzules iban en cabeza, dejaría caer la cuerda, sin importarnada de lo que hubiera pasado.

Supongamos que en esta carrera que estamos descri-biendo todas las cuadrigas salieron limpiamente y que lacuerda cayó cuando la cuadriga en cabeza se acercó a ella.

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Podemos estar seguros de que esta primera cuadriga no erala de Diocles. Era famoso por retener a su tiro en los últi-mos lugares hasta la última vuelta, y luego venir desde atráspara conseguir la victoria. Es posible incluso que Dioclesfue ra el último cuando las cuadrigas dieran la vuelta a losconos en el extremo de la spina durante la primera vuelta.

La estrategia básica de todos los aurigas era dar lasvueltas lo más ceñidas posible, pero había otros muchostrucos. Si ibas en cabeza, debías intentar cerrar a las otrascuadrigas, de manera que no pudieran adelantarte. Si esta-bas en el medio, intentabas cruzarte a las otras cuadrigas enlos giros, para forzar a los aurigas a refrenar a sus caballos.Si tenías oportunidad, enganchabas una detus ruedas por la parte interior de la ruedade una cuadriga rival, y 18 luego girabasbruscamente hacia afuera. Esta maniobra,realizada adecuadamente, podía sa car larueda del rival de su eje, y así se elimi-naba a un competidor de la ca -rrera.

Supongamos que ennues tra carrera al final de laquinta vuelta Orestes, el auriga grie-go de los Rojos, estaba por de lante deDiocles, que corría por los Ver des. Dioclesutiliza el látigo solamente para tres de loscaballos, porque a Passerinus lo controlautilizando únicamente la voz. Orestes es unauriga muy hábil y al comenzar la sextavuelta se las arregla para cerrar el paso aDiocles en los giros, de manera que el espa-ñol no puede adelantarle. Entonces, las doscuadrigas empiezan una carrera por la parteizquierda de la spina. A pesar de todo lo quehace Orestes, Diocles se pone a su nivel,pero por la parte exterior. Aún les queda

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El auriga deDelfos.

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una vuelta más y Orestes se ciñe todo lo que puede, mien-tras Diocles gira con él.

Mientras giran, Orestes afloja las riendas demasiadomientras su tiro efectúa el giro. La barra del eje golpea unode los conos y se rompe. Orestes sale despedido y mientrascae intenta sacar el cuchillo que lleva a la cintura para libe-rarse de las riendas, pero no puede liberarse a tiempo.Diocles ha tenido que tirar hacia atrás de las riendas contodo su peso, para evitar chocar con los restos del carro, yaque al romperse el eje de Orestes, su tiro ha quedado fren-te a Diocles. Orestes es arrastrado por sus caballos frenéti-cos, en un momento dado está medio de pie, y luego estáboca abajo. Las otras dos cuadrigas que perseguían a loslíderes ven la oportunidad de adelantarlos, pero Dioclesgrita a sus caballos y suelta las riendas. Se abren camino através de los restos del carro de Orestes, pisoteando al auri-ga griego. Passerinus tropieza y casi cae, pero Diocles aga-rra las riendas del semental con ambas manos y le haceerguir la cabeza. Ahora ya han salvado el obstáculo y notienen nada por delante. Un último esfuerzo final y cruzanla línea de meta mientras la multitud parece enloquecer. Elcuerpo de Orestes está tan pisoteado que, como comentóun escritor de la época, «Ni su mejor amigo podría identifi-car el cadáver».

Diocles se retiró a los cuarenta y dos años, con una for-tuna de 35 millones de sestercios (alrededor de 1.500.000euros). Sabemos tanto de él porque publicó un libro de me -morias, escrito por un «negro», comentarista deportivo de laépoca. Diocles dice ser el más grande auriga de todos lostiempos (sin duda, lo fue desde el punto de vista financie-ro), aunque admite que otros aurigas ganaron más carrerasque él. «¿Pero qué tipo de carreras?», se pregunta. «En pro-vincias hay muchas carreras amañadas. Yo siempre he co -rrido en los grandes espectáculos del Circo Máximo, dondela competencia es durísima. Nunca hubo otro auriga queganara más de mil carreras en esas condiciones».

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Muy pocos aurigas fueron tan afortunados como Dio -cles. Fuscus murió a los venticuatro años, habiendo conse-guido sólo cincuenta y siete victorias. Aurelius Mollicus, unhombre libre, no un esclavo (parece ser, ya que tenía unnombre compuesto), murió después de conseguir cientoveinticinco victorias. Sin embargo, todos estos hombrestenían estatuas en su honor, con inscripciones elogiosas queintentaban, y que consiguieron, hacerlos inmortales. Lasincripciones dicen: «¡Nunca perdió la cabeza en los LudiPlebei!»; «Vino desde atrás para ganar los Ludi Apollinares»;«Un desconocido que superó a todos los sabios». Y asísucesivamente. Ahora se encuentran en los museos, paraque los contemplen los turistas. La mayoría de ellos eranhombres apuestos, con brazos poderosos y hombros formi-dables. Vivían por todo lo alto y morían generalmente bajolos cascos de los caballos, mientras la multitud gritaba opensaba: «Ahí van mis diez sestercios».

A menudo se decía: «El gran espectáculo del circo noson los juegos, sino los espectadores». Los juegos eran lagran salida emocional para un populacho que intentabasacarle el máximo partido. Durante una carrera, la genteen loquecía literalmente. Las mujeres se desmayaban o, in -cluso, tenían orgasmos. Los hombres se mordían, se rasga-ban las vestiduras, bailaban enloquecidos, apostaban hastaquedarse sin dinero y entonces se apostaban ellos mismoscontra los tratantes de esclavos, para conseguir más dinero.Un hombre sufrió un síncope cuando el tiro Blanco iba elúltimo. Cuando los Blancos se colocaron en el primer lugaren la última vuelta, el hombre revivió al enterarse de subuena suerte. Los viajeros que se acercaban a Roma po -dían oír los rugidos de triunfo cuando terminaba una carre-ra, antes de ver las torres de la ciudad. Si una facción pen-saba que su equipo había llegado a algún apaño, se mon-taba un motín, y en una ocasión se llegó a producir unincendio que redujo a cenizas el Circo Máximo. Después deesto se dictó una ley para que todos los anfiteatros se cons-

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truyeran de piedra, aunque las gradas superiores se siguie-ron construyendo frecuentemente de madera.

Esta obsesión tenía incluso un nombre, se denomina-ba la hippomania: la locura por los caballos. Cuando Félix,un auriga famoso de los Rojos, murió en una carrera y sucuerpo era quemado en una pira funeraria, un hombre searrojó a las llamas para perecer con su ídolo. El hijo de unnoble, al que se le preguntó que es lo que más desearíacomo regalo, pidió la túnica que llevaba un famoso aurigade los Verdes. Cuando los germanos atacaban Cartago, lagente no quiso defender los muros de la ciudad porqueestaban ocupados viendo una carrera de cuadrigas. Cuan -do Tréveris fue incendiada por las hordas bárbaras, el con-sejo de la ciudad señaló que el desastre tenía su parte posi-tiva. «Ahora tendremos el espacio suficiente para construiruna pista de carreras de cuadrigas en el centro de la ciu-dad», dijo el gobernador.

Para mostrar cómo creció la pasión por las carreras decuadrigas he aquí un dato: en el año 169 a.C. había una

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Mosaico con larepresentaciónde una victoriade los aurigas

Verdes.Museo

Arqueológico,Madrid.

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carrera al día durante los juegos, que tenía lugar por latarde, como espectáculo culminante. En los tiempos deCristo, bajo el mandato de César Augusto, había doce ca -rreras al día. En los tiempos de Calígula, cuarenta años des-pués, había veinticuatro carreras al día. Se formaron dosnuevas corporaciones, así que empezaron a competir seiscuadrigas en lugar de las cuatro habituales. Con el tiempo,el número se incrementó, hasta llegar a ser doce e inclusodieciséis cuadrigas, pero es que para entonces el populachohabía perdido ya todo el interés por las carreras en sí, y loúnico que quería era ver choques violentos.

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