bourdieu

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En la prensa/ morsa del Estado PB: Usted evocaba hace un rato a los “intelectuales” que, para escapar al desencantamiento provocado por el fracaso de los regímenes llamados “socialistas” (es una hipótesis optimista: también está la ambición de poder que permite ejercer, por otros medios, una influencia que no se puede ejercer únicamente por medios intelectuales), se han pasado del lado de la gestión. A partir de los años 60, algunos intelectuales —en su mayoría sociólogos o economistas influidos por el modelo americano— exaltaron la figura del experto responsable o del tecnócrata gestionador contra la imagen dominante por entonces del intelectual crítico —con Sartre en particular. Curiosamente, fue sin dudas la llegada de los socialistas al poder la que golpeó de manera decisiva a este personaje. El poder socialista suscitó su corte de pequeños intelectuales que, de coloquios en comisiones, han ocupado el centro de la escena, disimulando o combatiendo el trabajo de aquellos que seguían resistiendo en sus investigaciones de todo orden. HH: Tal vez hay allí un conflicto irresoluble. Ningún organismo, y seguramente tampoco una sociedad compleja como la nuestra, puede existir sin un dispositivo de gestión. No dudo que ganaremos con la presencia de intelectuales en los órganos de gestión. Pero, también sé que el objetivo de la gestión es ante todo asegurar el funcionamiento más que la reflexión y la crítica. Son responsabilidades contradictorias. Conozco, por haberlo observado personalmente, el cambio radical, y sin duda inevitable, que sufren los personajes del mundo del arte cuando pasan de la crítica a la gestión de las instituciones o a la organización de exposiciones. PB: Por medio del achicamiento, o inclusive la demolición del intelectual crítico, lo que se juega es la neutralización de todo contrapoder. Estamos de más: gente que tiene la pretensión de oponerse, individual o colectivamente, a los imperativos sagrados de la gestión, es totalmente insoportable. Y allí encontramos otra antinomia o, al menos, una contradicción muy difícil de superar. Las actividades de investigación, tanto en el terreno del arte como en el de la ciencia, necesitan del Estado para existir. En la medida en que, de manera general, el valor de las obras está en una correlación negativa con la extensión del mercado, las empresas culturales solo pueden existir y subsistir gracias a los fondos públicos. Las radios o las televisiones culturales, los museos, todas las instituciones que ofrecen “high culture”, como dicen los neocons

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En la prensa/ morsa del Estado

En la prensa/ morsa del Estado

PB: Usted evocaba hace un rato a los intelectuales que, para escapar al desencantamiento provocado por el fracaso de los regmenes llamados socialistas (es una hiptesis optimista: tambin est la ambicin de poder que permite ejercer, por otros medios, una influencia que no se puede ejercer nicamente por medios intelectuales), se han pasado del lado de la gestin. A partir de los aos 60, algunos intelectuales en su mayora socilogos o economistas influidos por el modelo americano exaltaron la figura del experto responsable o del tecncrata gestionador contra la imagen dominante por entonces del intelectual crtico con Sartre en particular. Curiosamente, fue sin dudas la llegada de los socialistas al poder la que golpe de manera decisiva a este personaje. El poder socialista suscit su corte de pequeos intelectuales que, de coloquios en comisiones, han ocupado el centro de la escena, disimulando o combatiendo el trabajo de aquellos que seguan resistiendo en sus investigaciones de todo orden.

HH: Tal vez hay all un conflicto irresoluble. Ningn organismo, y seguramente tampoco una sociedad compleja como la nuestra, puede existir sin un dispositivo de gestin. No dudo que ganaremos con la presencia de intelectuales en los rganos de gestin. Pero, tambin s que el objetivo de la gestin es ante todo asegurar el funcionamiento ms que la reflexin y la crtica. Son responsabilidades contradictorias. Conozco, por haberlo observado personalmente, el cambio radical, y sin duda inevitable, que sufren los personajes del mundo del arte cuando pasan de la crtica a la gestin de las instituciones o a la organizacin de exposiciones.

PB: Por medio del achicamiento, o inclusive la demolicin del intelectual crtico, lo que se juega es la neutralizacin de todo contrapoder. Estamos de ms: gente que tiene la pretensin de oponerse, individual o colectivamente, a los imperativos sagrados de la gestin, es totalmente insoportable.

Y all encontramos otra antinomia o, al menos, una contradiccin muy difcil de superar. Las actividades de investigacin, tanto en el terreno del arte como en el de la ciencia, necesitan del Estado para existir. En la medida en que, de manera general, el valor de las obras est en una correlacin negativa con la extensin del mercado, las empresas culturales solo pueden existir y subsistir gracias a los fondos pblicos. Las radios o las televisiones culturales, los museos, todas las instituciones que ofrecen high culture, como dicen los neocons [neoconservadores], solo existen gracias a los fondos pblicos, como excepciones a la ley del mercado que hace posibles la accin del Estado, nico capaz de asegurar la existencia de una cultura sin mercado. No se puede suspender la produccin cultural a los riesgos del mercado o a los placeres de un mecenas.

HH: A ttulo de ancdota, en el Museo Busch-Reisinger de la Universidad de Harvard, un museo especializado en el arte alemn, hay ahora un Daimler-Benz Curator. Este conservador ocupa una especie de ctedra pagada por Mercedes. Es impensable que ese museo presente algn da mi trabajo.

PB: Por definicin, el Estado es aquel que da una solucin no lgica (no la hay) sino sociolgica a la paradoja del Free Rider, cara a los economistas neoclsicos. Solamente el Estado est en condiciones de decir, con posibilidades de ser escuchado, obedecido: tomes o no tomes el autobs, vayas o no al hospital, seas negro o blanco, cristiano o musulmn, debes pagar para que haya autobuses, escuelas, hospitales abiertos a los negros y a los blancos, a los cristianos y a los musulmanes. El liberalismo radical es, evidentemente, la muerte de la produccin cultural libre porque la censura se ejerce a travs del dinero. Si por ejemplo, yo tuviera que encontrar anunciantes /// sponsors para financiar mi investigacin, me costara mucho trabajo. Un poco como usted, si usted tuviera que ir a pedir ayuda a Mercedes o a Cartier. Evidentemente, esos ejemplos son algo groseros, pero pienso que son importantes porque en los casos lmite se puede ver claramente lo que est en juego.

HH: En los Estados Unidos hay una tradicin completamente diferente. Casi todas las instituciones culturales son privadas y dependen de la gracia de los donantes y, en los ltimos tiempos, de los sponsors///anunciantes. Es aterrador que en Europa comience a seguirse el modelo americano. Las instituciones que estaban liberadas de la tutela de los prncipes y de la Iglesia se encuentran cada vez ms bajo el control de las empresas privadas. Esas empresas, evidentemente, estn obligadas a servir solamente a los intereses de sus accionistas, es su razn de ser. La privatizacin de hecho de las instituciones culturales tiene un costo terrible. En la prctica, la repblica, la res publica, es decir la cosa pblica, se ha abandonada. Aun cuando los sponsors///anunciantes no pagan ms que una pequea parte de los gastos, en realidad, determinan el programa. De Montebello, un experto en esos asuntos, ha admitido un da que es una forma inherente de censura, insidiosa y oculta. Es difcil corregir la situacin una vez que el Estado ha abdicado y que las instituciones terminan siendo dependientes, en el sentido fuerte, de los sponsors. Mientras que en definitiva, al nivel del presupuesto nacional, los contribuyentes siguen pagando la cuenta, las instituciones, cada una en su sector, solo notan que estn ms recortadas. Cada vez ms, se acostumbran a las limitaciones del contenido de sus programas. La gestin ha triunfado. Sin embargo, el gerente de Cartier nos ha advertido implcitamente que el entusiasmo de los sponsors no est garantizado para toda la eternidad. En una entrevista, declaraba: La cultura est de moda, mejor as. Mientras siga estndolo, habr que utilizarla. Es ingenuo creer que el Estado va a retomar sus responsabilidades en materia de cultura cuando los Cartiers del mundo hayan dejado de interesarse.

PB: De hecho, all volvemos a encontrar la antinomia, existe un cierto nmero de condiciones para la existencia de una cultura crtica que no pueden asegurarse ms que por el Estado. En suma, debemos esperar (e inclusive exigir) del Estado los instrumentos de la libertad frente a los poderes, econmicos, pero tambin polticos, es decir, frente al Estado mismo. Cuando el Estado se pone a pensar en la lgica de la rentabilidad y la ganancia, en materia de hospitales, de escuelas, de radios, de televisin, de museos o de laboratorios, estn amenazadas las conquistas ms altas de la humanidad: todo aquello que pertenece al orden de lo universal, es decir, del inters general, del cual el Estado, quirase o no, es garante oficial.

Por eso, es necesario que los artistas, los escritores y los estudiosos, que tienen en depsito algunas de las adquisiciones ms escasas de la historia humana, aprenden///ensean a utilizar contra el Estado la libertad que el Estado les asegura. Es preciso que trabajen simultneamente, sin escrpulos ni mala conciencia para aumentar el compromiso del Estado y la vigilancia respecto de la presin///emprise///influencia del Estado. Por ejemplo, cuando se trata de la ayuda del Estado a la creacin cultural, es preciso luchar a la vez por el aumento de esta ayuda a las empresas culturales no comerciales y por el aumento del control sobre el uso de esta ayuda. Por el aumento de la ayuda, contra la tendencia cada vez ms extendida hoy de medir el valor de los productos culturales de acuerdo con la amplitud de su pblico, y por lo tanto de condenar simplemente, como en la televisin, las obras sin pblico. Por el aumento del control ejercido sobre el uso de esta ayuda, porque, si el xito comercial no garantiza el valor cientfico o artstico, la ausencia de xito comercial tampoco y porque no se debe excluir a priori que, por ejemplo, entre los libros difciles de publicar sin subvencin, puedan existir algunos que no merezcan ser publicados.

Pero, de manera ms general, es preciso evitar que el mecenazgo de Estado, que obedece a una lgica muy similar a la del mecenazgo privado, d lugar a que quienes detentan el poder del Estado se hagan una clientela (como se ha visto recientemente en las compras de pinturas o en la atribucin de adelantos para el cine) o inclusive una verdadera corte de escritores, de artistas y de investigadores. Solo si se refuerza al mismo tiempo la ayuda del Estado y los controles sobre los usos de esta ayuda, y en particular, sobre los desvos privados de los fondos pblicos, se podr escapar prcticamente a la alternativa entre el estatismo y el liberalismo, en la que los idelogos del liberalismo nos quieren encerrar.

HH: S, seguramente all est nuestra responsabilidad ms esencial.

PB: Lamentablemente, los ciudadanos y los intelectuales no estn preparados para esta libertad respecto del Estado, probablemente porque esperan demasiado de l, a ttulo personal: carreras, condecoraciones, montones de cosas, a menudo completamente absurdas, por las cuales defienden al Estado y son sostenidos por el Estado. Y luego, est la ley (podramos llamarla ley de Jdanov...) que hace que cuanto ms dbil es un productor cultural, cuanto menos reconocido es por las leyes especficas de su universo, ms necesita de los poderes exteriores, ms dispuesto est a apelar a esos poderes (los de la Iglesia, del partido, del dinero o del Estado, segn los lugares y los momentos) para imponerse en su universo. Robert Darnton ha hecho un gran favor al pensamiento realmente crtico al recordar que una gran parte de los revolucionarios franceses provena de la bohemia de los escritores y de los sabios fracasados. Marat era un sabio muy malo que mand a la guillotina a sabios muy buenos. El mecenazgo de Estado corre siempre el riesgo de favorecer a los mediocres, siempre ms dciles. En 1848, tenemos un gobierno de izquierda, el hermano de Louis Blanc es ministro de Cultura y se le encarga a un pintor de segunda que haga el retrato de la Repblica... Y sabemos bien que, de manera general, el progresismo en materia poltica no va automticamente de la mano con el radicalismo esttico, por razones sociolgicas bastante evidentes. Un pensamiento verdaderamente crtico debe comenzar por una crtica de los fundamentos econmicos y sociales ms o menos inconscientes del pensamiento crtico. Muy a menudo, como usted lo ha observado antes, un pensamiento realmente crtico lleva a oponerse tambin a aquellos que envuelven justificaciones crticas de los pensamientos o de las prcticas conservadoras o que no adhieren a tomas de posicin ms que porque no estn en condiciones (por falta de competencia esencialmente) de ocupare las posiciones que en general se asocian al conservadurismo.

HH: No hay duda que los fondos pblicos siempre pueden ser utilizados para apoyar a pintores de segunda o para alimentar un arte oficial. Cuando se trata del encargo pblico, un sector extremadamente expuesto a las presiones polticas, existen, de hecho, muchos ejemplos espantosos. Pero si se examinan de ms cerca los encargos y las compras privadas, encontramos que la situacin no solo no es mejor sino que es peor. Lo que siempre cuenta es la inteligencia y la independencia de los responsables.

A word from our Sponsor, Newsweek, 25 de noviembre de 1985, p.98 (HH).

Alain-Dominique Perrin, Le mcnat franais: la fin dun prjug, sntesis del informe, publicado por la Fundacin Cartier para el arte contemporneo y Galeries Magazine, Paris, 1986, p.74 (HH).

Robert Darnton, Bohme littraire et Rvolution. Le monde des livres au XVIIIe sicle. Gallimard-Seuil, 1983, col. Hautes Etudes.