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Boletín de la Asociación de Antiguos Alumnos del Seminario de Uclés Mayo de 2006 - Nº 29

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Boletínde la Asociación de Antiguos Alumnos del Seminario de UclésMayo de 2006 - Nº 29

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Museo de Productosde Castilla-La mancha

Mencionando la Asociación de Antiguos Alumnos delSeminario de Uclés, estáis invitados a café y licor.

C/ Puerta del Cambrón, 10 - Tfno: 925 213 805 - 45002 TOLEDO

RestauranteVilla de UclÈs

Tel: 969 13 54 12 - C/ Angustias, 2 - 16450 UCLÉS (Cuenca)[email protected]

Mesón - Restaurante TípicoVenta de Productos Regionales

(Vinos y Quesos Manchegos, Miel...)

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EDITA:Asociación de Antiguos Alumnos delSeminario de Uclés.

REDACCIÓN:Seminario Menor.- Uclés (Cuenca)Tfno: 969 13 50 58 - Fax: 969 13 50 52

DIRECCIÓN Y COORDINACIÓN:La Junta Directiva.

MAQUETACIÓN/DISEÑO/IMPRESIÓN:Imprenta Rápida Conquense, C.B.Tel/Fax: 969 23 67 78c/Jorge Torner, 25 - 16004 CUENCA

Mayo de 2006 - Nº 29

Queridos amigos:

El Boletín de la Asociación cumple 15 años deexistencia, por lo que nos ha parecido que es elmomento de introducir algunas modificaciones,aunque intentaremos que sean las menos posiblesporque sabemos la buena aceptación que tiene ennuestro colectivo.

El ejemplar que tienes en tus manos, el núme-ro 29 desde su creación, introduce algunas noveda-des respecto a los anteriores. Algunas podrás apre-ciarlas rápidamente porque afectan al formato: dis-tinta textura en el gramaje del papel, uniformidaden los encabezamientos, tipo de letra, etc. Pero nosolo las modificaciones son externas (soporte físi-co), explicable entre otras causas por el cambio enla imprenta, sino que afectan también al contenido,especialmente en el apartado de Colaboracionesdonde se publica un artículo de una extensiónsuperior a los publicados hasta ahora.

Respecto de los contenidos, queremos dar unmayor protagonismo a los asociados recogiendoaquellas noticias públicas que les afecten, fruto desu trayectoria profesional o de un reconocimientosocial, así como publicando cuantos trabajos ycolaboraciones nos sean presentados.

También nos hacemos eco en esta edición, delnombramiento y toma de posesión del nuevoObispo, Mons. José María Yanguas, a quien damosnuestra más sincera enhorabuena, deseándole unpontificado fructífero en la diócesis de Cuenca.

Los actuales alumnos también tienen su espa-cio de expresión, no pudiendo faltar una referenciamariana, obligada en el presente mes de mayo.

Es nuestro deseo que el Boletín continúe sien-do un medio eficaz de expresión, comunicación yde unión entre los miembros de nuestraAsociación, y espero que disfrutéis con su lectura.

El día 20 de mayo nos veremos en Uclés.

Un cordial abrazo,Jesús Andrés García Caballero, Presidente

PRESENTACIÓN

ÍNDICEPresentación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .1Mes de Mayo "Venid y Vamos todos" . . . . . . .2Nuestro Obispo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .3Nombres propios . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .4Nuestras canciones . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .6Alumnos Curso 1981-1982 . . . . . . . . . . . . . . . .8Fe de Erratas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .9Perfiles: Jesús García Millán . . . . . . . . . . . . . .10Memorias de un seminarista de los sesenta . .12Heráldica - Escudos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .16Día de San José - Trabajos premiados . . . . . .30

Boletínde la Asociación de

Antiguos Alumnos delSeminario de Uclés

Este Boletín respeta la libertad deexpresión de cada uno de los articulistas,cuyos textos reflejan únicamente la opiniónpersonal del autor.

Más información de la Asociación en: www.monasteriodeucles.com

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Boletín de la Asociación de Antiguos Alumnos del Seminario de Uclés

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Más información de la Asociación en: www.monasteriodeucles.com

El mes de mayo podría definirse como una fiestasolemne de María: una fiesta que en vez de durar unmes se dilata por treinta días, con un crescendo con-tinuo, hasta culminar en la oferta de los corazones aMaría. El mes de mayo ha sido elegido entre todos losmeses del año como el más a propósito para ser con-sagrado a María, porque, como mayo es el mas belloy delicioso entre todos los meses del año, así la Virgenes la más bella la más deliciosa entre todas las cria-turas, “ Tota pulcra”. Ella es toda emanación de deli-cia, “deliciis affluens”. Como en mayo la naturalezadespierta del sueño invernal y se cubre de verde y deflores, así en mayo la piedad filial del pueblo cristianohacia nuestra Madre celestial despierta, se adorna deflores bellas y perfumadas que no se marchitan, “flo-res aparuerunt in terra nostra” (Cant,2,12).

HHIISSTTOORRIIAA..- El mes de mayo sur-gió como reacción contra las cos-tumbres paganas que en el mes delas flores surgían en todas partes. Eldespertar de la naturaleza ha favo-recido siempre –nos lo atestigua lahistoria– el despertar de los corazo-nes, de las pasiones. Siempre y entodas partes la aparición de mayoera saludada por los varios puebloscon aplausos frenéticos, con olea-das de alborozo no siempre correc-to, siendo así, el más bello, el másprofano de los meses del año.

Los romanos celebraban enmayo sus fiestas, indecentes y lasci-vas, en honor a Flora, diosa de lavegetación, desde el 30 de abril al 3de mayo, con juegos especiales en elcirco máximo. Vestiduras multicolo-res, corona de flores, guirnaldas, etc.…,por doquier.

En la misma edad media, tan rica de fé, se vioreverdecer con tal exuberancia que provocó interven-ciones especiales de la autoridad eclesiástica.

Una renovación interior, mediante la fe y la pie-dad, resplandeció en el corazón de los fieles, reani-mados por AQUELLA que, con su belleza – que eclip-sa la de la diosa Flora – constituye el ornamento másbello de la tierra y del cielo.

El primero en asociar al mes de mayo la idea deMaria, fue el rey Alfonso X el Sabio ( 1230-1284), consus “Cantigas de Santa María”, invitando a rogar aMaría, con cánticos, ante su altar: Una de ellas empie-

za con las palabras: “ ¡ Bienvenido mayo ! “.

El Beato Enrique Susón (1365) consagró a Maríala primavera, cogiendo flores, trenzando con ellas her-mosa guirnalda, ofreciéndola, arrodillado, ante el altarde la Virgen.

El siglo XVI, el benedictino Volfang Seidl publicaen Munich el librito “Mayo Espiritual”, como el esbozoembrionario del mes de María

A San Felipe Neri, congregando en torno a Maríaa los jóvenes, con flores, actos de mortificación y can-ciones, se le considera como el inventor del mes demayo. (1595)

La práctica de cantar a la Virgen himnos y ala-banzas – finales del s. XVII – como lo hacían los estu-diantes en las colinas de Fiesole, festejando a las

mozuelas que amaban, fueron losNovicios Dominicos de dicha ciudaditaliana, quienes lo iniciaron y propa-garon.

Este devoto obsequio iba ganan-do cada vez más terreno y difusión,llegando así al s. XVIII (1725) cuandoel P. Aníbal Dionisio, S.J.en su librito“El mes de María “, codificó la piado-sa práctica y método fijo del mes demayo, rezando el Rosario, Letanías,oraciones, florecillas espirituales, etc.,ante el altar de la Virgen, bien adorna-da con flores, desde el 30 de abril.

Esta devoción, no sólo se practi-caba en las familias, comunidadesreligiosas, sino también en las parro-quias, extendiéndose por casi todas

las naciones de Europa (España), con-tribuyendo a ello, la solemne definición del dogma dela Inmaculada Concepción de Pío IX (1854)

Los mayores, aún recordamos las prácticas religio-sas del mes de mayo, en las escuelas, casas, ermitas,parroquias y Seminario. Nadie nos impide reiterar nues-tro amor a María, siempre, pero de un modo especial, enel mes de Mayo, mes de las Flores, mes de María.Dichosos nosotros, si en este siglo, tan fuertelementesecularizado, aún sentimos emoción y alegría al cantar:“VENID Y VAMOS TODOS CON FLORES A PORFÍA, CONFLORES A MARÍA QUE MADRE NUESTRA ES”. De nuevoaquí nos tienes, Purísima Doncella, más que la lunabella, postrados a tus pies…

Ángel Horcajada Garrido.

MES DE MAYO - Venid y vamos todos

Inmaculada ((Murillo)

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El pasado sábado, 25 de febrero, elExcmo. y Rvdmo. Monseñor José MaríaYanguas Sanz, fue ordenado Obispo deCuenca

Actuó como Consagrante Principal, elCardenal Arzobispo de Toledo y Primado deEspaña Monseñor Antonio Cañizares Llovera,asistido por Mons. Francesco Monterisi,Arzobispo Titular de AlbaMarítima, Secretario de laCongregación para los Obispos ,y Mons. Ramón del Hoyo López,Obispo de Jaén. Concelebraronlos arzobispos de Valencia, deGranada de Tarragona, Burgos yel Castrense. En la ceremoniaestuvieron presentes el NuncioApostólico de Su Santidad enEspaña, Mons. Manuel Monteirode Castro y el Nuncio Apostólicode Su Santidad en Congo yGabón, el Arzobispo AndrésCarrascosa Coso.

Participaron también losObispos de Jaén, Orihuela –Alicante, Córdoba, Tortosa, Alcaláde Henares, Avila, Tarrasa, Osma– Soria, Barbastro – Monzón; Calahorra y LaCalzada; Logroño, Cartagena, Tarazona,Ciudad Real, Jerez de la Frontera, Sant Feliu deLlobregat. Los Obispos Auxiliares de Toledo yde Getafe, además de 31 monseñores y vica-rios generales, 292 sacerdotes, 120 familiaresde Monseñor Yaguas, 130 autoridades civilesy militares; 124 personas pertenecientes aasociaciones y moviemtos religiosos, 158 jóve-nes y seminaristas, 450 asistentes que prove-nían de otras diócesis como Roma, Logroño,Navarra, etc, 557 que se desplazaron de losdiferentes pueblos de nuestra provincia y unas1.000 personas que pertenecían a la ciudadde Cuenca: En total, más de 2.000 asistentesentre los que cabe destacar los Presidentes delas Comunidades Autónomas de Castilla LaMancha, Don José María Barreda y el de LaRioja, Don Pedro Sanz, al frente de sus respec-

tivas delegaciones.

El nombramiento, consagración y toma deposesión de nuestro nuevo Obispo ha causadogran alegría, seguridad y esperanza en todoslos fieles de la diócesis conquense. Desdenuestra Asociación queremos felicitarle muycordialmente y desearle que su trabajo seafecundo. Esperamos que pronto podamos

cumplimentarle y expresarlenuestros mejores deseos.

CURRICULUM:

El Rvdo. Mons. José MaríaYanguas Sanz, nació el 26 deoctubre de 1.947, en la locali-dad riojana de Alberite. En 1971terminó los estudios eclesiásti-cos en el Seminario deCalahorra, donde fue ordenadoSacerdote.

Desde 1971 hasta 1989 haejercido su colaboración pasto-ral en la parroquia de SanNicolás en Pamplona durante el

año académico y en varias parro-quias de Logroño durante las vacaciones deverano. Doctor en Teología (1.978) y Filosofíay Letras (1.991) por la Universidad de Navarra,ha ejercido la docencia como profesor deTeología, Teología Dogmática y Teología Moralen la Universidad de Navarra. Desde el año1989 se encontraba al servicio de la SantaSede, primero como agregado y posteriormen-te desde el 2001, como Jefe de la Oficina de laCongregación para los Obispos. El 20 de abrildel mismo año, fue nombrado Prelado deHonor de Su Santidad. Además de españolhabla francés, inglés, italiano y alemán. Esautor de varios libros y de numerosos artículosen revistas especializadas de teología y filoso-fía. Fue nombrado Obispo de Cuenca, el 23 dediciembre pasado.

Jesús García Caballero

NUESTRO OBISPO

Monseñor JJosé MMaría YYanguas.

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MARIANO BBRIONES MMORENO es el nuevoComisario Principal de la Policía Nacional deCuenca. El acto de toma de posesión tuvolugar en Cuenca el pasado 16 de enero, en elsalón de actos de la Subdelegación delGobierno de Cuenca, en presencia delDelegado del Gobierno en Castilla La Mancha,Don Máximo Díaz Cano, Subdelegado DonJulián Grimaldos, el Alcalde de Cuenca,Comisarios Jefes de las restantes provincias,máximos representantes civiles y militares dela provincia así como numerosas personalida-des de la vida social e institucional.

Tras jurar la Constitución, Mariano destacócomo principal objetivo de su mandato el quele encomienda el art. 104 de la Carta Magna:“Defender los derechos fundamentales y laseguridad ciudadana” y se comprometió a“dedicar todos sus esfuerzos para conseguirque Cuenca sea una ciudad segura.”

Mariano Briones está muy vinculado anuestra Asociación. No en vano fue uno de susimpulsores, trabajando intensamente para sucreación, siendo su primer Presidente. Ha for-mado parte de varias Juntas Directivas conti-nuando en la actualidad.

Amigo de sus amigos, Mariano es una per-sona sencilla, humana, buen conversador yjugador de mus, cualidades que sabe compati-bilizar con una gran profesionalidad y seriedaden su trabajo donde gracias a sus aptitudes ya su esfuerzo continuado ha conseguido

importantes metas en vida laboral. NUESTRAMÁS SINCERA FELICITACION Y ENHORABUENA.

CURRICULUM

Natural de Torrejoncillo del Rey (1950).Cursó estudios de Humanidades

(1.962-1967) en el Seminario Menor“Santiago Apóstol “ de Uclés, y Filosofía(1967-1969) en el Seminario Mayor deCuenca. Inspector del Cuerpo Superior dePolicía, en 1.971. Licenciado en Derecho(1977). Diplomado en Derecho Financiero yTributario (1.982). Comisario por oposición enla I Promoción del Cuerpo Nacional de Policía(1.988). Subdirector del Gabinete deCoordinación y Planificación de la Secretariade Estado para la Seguridad. SecretarioGeneral de la Comisaría General de la PolicíaCientífica. Comisario Especial del Defensor delPueblo. Comisario en Parla (Madrid). Jefe deServicio de Personal y Formación de laJefatura de Policía de Madrid. ComisarioPrincipal. Comisario Principal de la PolicíaNacional en Cuenca.

DIMAS PPÉREZ RRAMÍREZ, quien el pasado 6de abril donó a la Fundación de Cultura“Ciudad de Cuenca” dependiente del Excmo.Ayuntamiento de esta ciudad, los ejemplaresde su biblioteca personal -alrededor de 5.000volúmenes- que pasarán a engrosar los fondosde la biblioteca municipal conquense. Labiblioteca cedida se ha formado a lo largo demás de 70 años, y aún siendo eclesiástica esfundamentalmente histórica. Según sus decla-raciones, con esta cesión quiere contribuir a ladifusión de la Cultura en Cuenca, siendo laBiblioteca Municipal el lugar idóneo para quepuedan tener acceso el mayor número de per-sonas, más que si estuvieran en otra institu-ción.

Dimas Pérez Ramírez, sacerdote, fueProfesor y Secretario del Seminario Menor deUclés durante los diez primeros años de su

NOMBRES PROPIOS

El CComisario PPrincipal, MMariano BBriones, ““escoltado”por GGarcía MMillán yy GGarcía CCaballero.

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creación. Es miembro de la Real Academia delas Artes y las Letras Conquenses y ha desarro-llado una importante labor de investigaciónhistórica con la publicación de varios libros ynumerosos artículos en los medios de comuni-cación.

LUCRECIO SSERRANO PPEDROCHE, portavozdel grupo parlamentario popular en las CortesRegionales de Castilla La Mancha. El desem-peño de sus funciones le sitúa en permanenteactualidad, dentro de nuestra ComunidadAutónoma. Su sólida formación y firmes princi-pios le acreditan como un político serio, res-ponsable y trabajador.

ANDRÉS CCARRASCOSA CCOSO. A pesar dela distancia, Andrés siempre está cerca. Quisoestar presente en la consagración episcopalde Mons. José María Yanguas, y participar enesos momentos históricos en la vida de laDiócesis conquense – su Diócesis-, a pesar deque el ejercicio de sus obligaciones le sitúe enel ecuador del continente africano ( RepúblicaDemocrática del Congo y Gabón). NuestroArzobispo dio la bienvenida a un querido her-mano, a un amigo de Roma, a la vez que des-pedía a otro gran amigo, “ un padre”, Mons.Ramón del Hoyo, Obispo de Jaén. Y comosiempre, trabajando para recabar proyectos,inversiones y fondos para luchar contra laenfermedad, el analfabetismo y la pobreza delos países donde presta sus servicios. La ONG

“Vivere”, Cáritas y otras instituciones benéfi-cas y asistenciales son los medios a través delos que las ayudas llegan a su destino.

Junto con Andrés Alvarez, tuve la ocasiónde pasar unas horas con Mons. AndrésCarrascosa y en varias ocasiones, Uclés y laAsociación de Antiguos Alumnos, fueron objetode nuestra conversación.

ANTONIO CCAÑIZARES LLLOVERA, Arzobispode Toledo y Primado de España, fue nombradoCardenal, con el título de San Pancracio, elpasado 22 de febrero por Su SantidadBenedicto XVI en la celebración del primerConsistorio Cardenalicio de su Pontificado.Recibió el capelo y el anillo cardenalicio elpasado 25 de marzo, en una ceremonia mul-titudinaria celebrada en la Plaza de San Pedrode El Vaticano, presidida por el PapaBenedicto XVI. El EMMO. Y RVDMO. DR. D.

ANTONIO CAÑIZARES LLOVERA, nació en Utiel(Valencia), el 15 de octubre de 1.945. Encuanto a la jurisdicción eclesiástica, dichomunicipio perteneció hasta entonces a laDiócesis de Cuenca, donde mantiene buenosamigos, incluso algunos miembros de nuestraAsociación.

Monseñor CCañizares ccon eel PPapa BBenedicto XXVI.

Andrés jjunto aa uuna ccomunidad ppigmea, een BBetou.

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NUESTRAS CANCIONESOh Santísima

(Popular)

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Salve Regina(Gregoriano)

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SEMINARIO MENOR“SANTIAGO APÓSTOL”

Uclés (Cuenca)CURSO 1981-1982

Alumnos matriculados en el “ Seminario Menor Santiago Apóstol”

Sección “B”Seminario Conciliar de CuencaC.O.U.

1. Alvarez Martínez, Cristián. Cuenca2. Medina Hernández, José Luis. Belmonte3. Ordoño Martínez, Félix. Hontecillas4. Romero Mialdea, Julián. Tinajas5. Valiente Heras, Miguel. Santa María del Val6. Villavieja Escribano, José Carlos. Barajas de Melo

Sección “A”Seminario Menor de UclésCurso III de B.U.P.

1. Belinchón Belinchón, Juan Carlos. Mondragón(Guipúzcoa)

2. Carbajo Mialdea, Daniel. Cuenca3. Domíguez Santoyo, Alberto. Olivares del Júcar4. Poyatos Racionero, Moises. Ribagorda5. Sáez Lara, José Guillermo. Cuenca6. Zamora Honduvilla, Santiago. Cuenca

Curso II de B.U.P.

1. Auñón Fernández, Enrique. Albalate de lasNogueras

2. Blanco Salcedo, Miguel. Albalate de las Nogueras3. Cardo Maesso, Francisco. Javier. Vega del Codorno4. Gamboa López, Juan Carlos. Cuenca5. García Clemente, Francisco. Manuel. Cuenca6. Higueras Medina, Patrocinio. Cuenca7. Morán Bustos, Juan Francisco. Tarancón8. Moreno Alvarez, Justo. Masamagrell (Valencia)9. Moreno López, Felipe. Fuentelespino de Haro.10. Moya Alarcón, César. Olivares del Júcar11. Olmo Martínez, Jesús. Olivares del Júcar12. Page Artolazábal, Jesús Ramón. Cuenca13. Rubio de la Fuente, Jaime. Alconchel de la Estrella14. Sáez Lara, Juan Carlos. Cuenca15. Salcedo Cava, Jesús Manuel. Valverde del Júcar.

Curso I de B.U.P.

1. Alcarria Navarro, Joaquín. Casasimarro2. Arcas Collado, Carlos Javier. San Clemente3. Blanco Garrido, Juan Vicente. Montalbo4. Bravo Martínez, Angel. Almonacid del Marquesado.5. Buendía García, José Carlos. Cuenca6. Carrillo Asensio, Francisco Javier. Villares del Saz7. Cuevas Albaladejo, Juan Manuel. Villarejo

Periesteban8. Cuevas Albaladejo, Jesús Angel. Villarejo

Periesteban9. Cuevas González, Francisco Javier Cuenca10. Febrero Paños, Luis. Cuenca11. Fernández Muñoz, Angel Ignacio. Cuenca12. García Espejo, Felipe. Cuenca13. Granero Laserna, Vicente .Honrubia14. Granero Sánchez, Francisco Javier. La Almarcha15. Guijarro Valladolid, Jesús. Villares del Saz16. Hernández Poyatos, Carlos Crescencio.

Valverde del Júcar17. Jiménez Langa, Pedro Luis. Cuenca18. López Angulo, Lorenzo Amador. Madrid19. López Olivares, Miguel. Cuenca20. Matas Sánchez, Manuel. Puebla de Almenara.21. Pintor González, Juan Carlos. Cuenca22. Porras Serrano, José Juan. Tarancón23. Rodrigo Aterido, Emiliano. Almonacid del

Marquesado24. Rozalén de la Torre, Alvaro. Tarancón25. Sánchez Martínez, Andrés. Almonacid del

Marquesado26. Seligrat García, José Luis. La Almarcha27. Sevilla Alonso, Alberto. Cuenca28. Solano González, Julio. Palomares del Campo.

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Boletín de la Asociación de Antiguos Alumnos del Seminario de Uclés

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Más información de la Asociación en: www.monasteriodeucles.com

Curso VIII de E.G.B.

1- Bellón Mena, Mario Lucas. Madrid2- Belmar Murado, José Luis. Cuenca3- Coronado Moreno, Antonio. Puebla del Salvador4- Fernández Fernández, José Francisco. Cuenca5- Fernández Moreno, José Antonio. Belmonte6- Fuente Urango, Guillermo de la . Cuenca7- Fuero Espejo, José Luis. Cañizares8- Gallarte Miranzos, José.Cuenca9- García Clemente, Javier. Cuenca10- García Verdugo, Miguel Angel. Santa Cruz

de la Zarza11- Gómez Castillejo, José Carlos. Madrid12- Granero Sánchez, Luis. Alarcón13- Medina Martín, Pedro José. Madrid14- Medina Pérez, Juan Carlos. Cuenca15- Melendo Pérez, Pedro Antonio. Madrid16- Moreno Cervera, Fernando. Puebla del Salvador17- Muelas Ramírez, José Vicente. Cuenca18- Ortega Pastor, Angel. Vellisca19- Paños Melgosa, Juan. Cuart de Poblet (Valencia)20- Pinar Cañavate, Jesús. Casasimarro21- Poyatos Racionero, Arturo. Ribagorda22- Sanpedro Rodrigo, Carmelo. Almonacid

del Marquesado23- Sánchez Pedroche, Tomas. Montalbo24- Terreros García, José Luis. Cuenca25- Tomillo Sánchez, Jesús Angel. Cuenca26- Villalba Medina, José. Cuenca

Curso VII de E.G.B.

1- Albaladejo Alvarez, José Luis. Cuenca2- Albaladejo Bragada, Miguel Angel.

Villajoyosa (Alicante)3- Arquero Avilés, Francisco Javier. Madrid4- Corpa Antona, Manuel. Madrid5- Febrero Paños, Eladio. Cuenca6- Fernández Torres, José Antonio. Rozalen del Monte7- García García, Pedro. Madrid8- Guijarro Sáez, Virgilio. Cuenca9- Ernández Argudo, Miguel Angel.Ledaña10- Huerta Arce, Adolfo. Cuenca11- Justo Fernández, Jesús Manueñ. Cuenca12- López Alvarez, Germiniano. Cuenca.13- López Rubio, José Luis. La Almarcha14- Martínez Roldán, Victor José. Cuenca+15- Matas López, Rafael. Huerta de la Obispalía16- Monasor Merino, Miguel Pablo. Ledaña17- Montero Recuenco, Javier. Cuenca18- Morán Bustos, Carlos Manuel.Madrid19- Ortega Alvarez, Juan Jesús. Madrid20- Plaza Collado, Emilio. Cuenca

Curso VI de E.G.B.

1- Brox Martínez, Audaz. Minaya ( Albacete)2- Cano Molina, José Antonio. Boniches3- Castellanos Medina, Dionisio José. Cuenca4- Durán de la Cueva, Rául. Barcelona5- Espada Espada, Sertonio. Zafra de Záncara6- Fuente de la Fuente, Angel de la.

Alberca de Záncara7- González López, Juan José. Cuenca8- González Salas, José Pablo. Ambite de

Tajuña (Madrid)9- Guerrero Espejo, Ernesto. Valencia10- Ïñigo López, José Manuel. Cuenca11- López Angulo, Alvaro. San Clemente12- López Martínez, Francisco José. Belmonte13- Molina Cubero, Israel. Cuenca14- Pedroche Plaza, José Ramón. Cuenca15- Terreros García, Juan Carlos. Cuenca

Fe de erratas: Boletín nº. 28Pág. 26. Columna 1ª. Línea 19

Donde dice: productosDebe decir: productoColumna 1ª. Línea 37

Donde dice: 20 de septiembreDebe decir: 29 de septiembre

Columna 2ª. Línea 22Donde dice: vesDebe decir: vez

Columna 2ª. Línea 30Donde dice: compararloDebe decir: comprarlo.

Pág. 27. Columna 3ª. Línea 39 y siguientes.Donde dice: ..., recibían el bautismo de sangre de deseo, que con-

sistía en anhelar ser bautizado...,Debe decir: ….., recibían el bautismo de sangre que era el martirio.

También, decía, estaba el bautismo de deseo, que consistía enanhelar ser bautizado,...

Manuel González.

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Boletín de la Asociación de Antiguos Alumnos del Seminario de Uclés

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3.- ¿¿Cuántos nnombres dde pprofesores ppuedescitar dde mmemoria?

Bastantes. D. Jesús del Hoyo (no se me olvida-rán sus capones con el mechero acompañados desu frase en latín “Menchis, menchis, non infolio,sed in capitolio"). D. Miguel García Langa, queconocía a mi prima Eloísa, de Rozalén, solía pregun-tarme la lección, si no la sabía me castigaba perma-neciendo de rodillas el resto de la clase junto a él;pero a los cinco minutos me dejaba sentarme allado de su mesa. D. Vicente Tradacete, D. JoséAntonio y D. Pedro Medina, etc.

4.- ¿¿Cuántos nnombres dde ccompañeros ddecurso?

Muchos. Jesús García Caballero, JustoMartínez Millán, Andrés Álvarez, Álvaro Arias,Gregorio Alarcón, Pedro Atienza, Francisco García(Paquillo), Jesús de la Torre, Felipe Ortega Ortega,José Manuel Romero, etc.

5.- ¿¿Recuerdas aalguna aanécdota dde ttu éépocade sseminarista?

Tengo un grato recuerdo de la obra de teatrotitulada “Los misioneros”, de la que nosotros mis-mos fuimos autores y actores: Jesús de la Torrecomo “Padre Salvatore”, José Manuel Romerocomo “Chico pobre con chaqueta rota” y yo como“Padre Mingote”.

6.- ¿¿Qué tte iinspira UUclés een llos mmomentosactuales?

Memorias de una bonita etapa de mi vida en laque me formaron como persona. En la actualidad,gracias a la Asociación de Antiguos Alumnos puedorevivir estos momentos con mis compañeros yregresar a la que fue mi casa.

7.- ¿¿Cuál ees eel rrasgo mmás ddefinido dde ttu pperso-nalidad?

Mi gentileza en el trato con los demás.

Nace enPalomares del Campo(Cuenca) el 15 defebrero de 1950, casa-do, dos hijos. Cursóestudios en elSeminario de Uclésdurante cuatro años.Convalidó estudios enel I.E.S. Alfonso VIII deC u e n c a .Posteriormente iniciósu vida laboral comoinspector de seguros

de Plus Ultra en Cuenca y Zaragoza. Sintiendo la lla-mada de la tierra, regresó a Cuenca desempeñan-do las labores de Consejero Delegado dePromociones Cuenca, S.A. y Gerente de Mobigama,S.L.

1.- ¿¿Cual ees ttu mmejor rrecuerdo dde UUclés ccomoestudiante?

Son muchos recuerdos, principalmente megustaba el llamado “día de campo” en el que nosdirigíamos en excursión a Rozalén del Monte, siem-pre iba de los primeros con el fin de comer uvas deuna viña que había junto a la carretera, si no tesituabas en las primeras posiciones no podíasdegustarlas. Una vez llegados al pueblo, jugába-mos al fútbol. En este pueblo tenía dos familiares,Fidela y Eloísa, quienes me daban siempre demerendar.

2.- ¿¿Cuál ees eel ppeor?

El segundo día que llevaba en el seminario repi-tieron la misma comida del primer día, cocido. Losgarbanzos parecían balines, después de masticar-los como pude se me hincharon las encías. Por loque comenté a Mariano Briones, al único que cono-cía en aquel momento, “si esto sigue así me voypara casa”, a lo que él respondió “no te preocupesque mañana jueves, esto cambia, tendremos sopade arroz”. Al oír aquello me quedé algo más tranqui-lo.

PERFILES:Jesús García Millán

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16.- ¿¿Qué llibro eestas lleyendo een eestos mmomen-tos?

“Una novela de Mar y Mesta” escrita por miprimo José Antonio de las Heras Millán y que tratade la trashumancia de un rochano conquense aCartagena.

17.- ¿¿Cuál ees ttu eescritor ffavorito?

Para no quedar mal, mi primo.

18.- ¿¿Y ttú ppintor?

Velázquez.

19.- ¿¿Y ttú mmúsico?

Mozart.

20.- ¿¿Cuál ees ttu ppersonaje hhistórico ppreferido?

Jesús de Nazaret.

21.- ¿¿Cuál ees ttu cconsejo ppara llos aactualesalumnos dde UUclés?

Mi consejo es que aprovechen al máximo suestancia en el seminario que les formará humana,social y culturalmente para afrontar su vida.

22.- ¿¿Qué rrecomiendas aa lla AAsociación ddeAntiguos AAlumnos dde UUclés?

Que siga adelante con ilusión. A su vez, quieropedir a todos mis compañeros que asistan a reunio-nes y participen en todos los actos que se organi-cen, pues es la mejor forma de devolver alSeminario todo aquello que nos dio. Por último,resaltar la importancia nuestras mujeres para laAsociación, ya que siempre nos han acompañadoen nuestros encuentros.

23.- ¿¿Quieres aañadir aalgo mmás?

Este perfil me ha evocado viejas historias yrecuerdos de mi paso por el Seminario. Finalmente,agradecer a la Asociación especialmente a la JuntaDirectiva que me ha permitido compartir estosrecuerdos con todos.

8.- ¿¿Te aatreves aa cconfesar ttu pprincipal ddefecto?

Según dicen familiares y amigos, mi geniocuando me enfado (aunque son pocas veces, ysiempre rectifico a tiempo).

9.- ¿¿Y ttu pprincipal vvirtud?

La generosidad.

10.- ¿¿Cuál ees ttu ssueño ddorado nno rrealizado?

Ser restaurador de mi propio restaurante.

11.- ¿¿Qué ees llo qque mmás tte ggusta dde ttu ttraba-jo?

El trato con los clientes y comprobar que inspi-ro confianza.

12.- ¿¿Qué ssuprimirías dde ttu ttrabajo?

A la gente que no es razonable.

13.- ¿¿Qué ssuprimirías dde lla ssociedad aactual?

Las prisas y el estrés, y sobretodo la falta dehumanidad que existe en el mundo.

14.- ¿¿Cuáles sson ttus aaficiones ffavoritas?

La práctica de la caza, pasear por el campo, lacocina y las reuniones con amigos y familiares.

15.- ¿¿Qué llibro tte hha iimpactado mmás een ttuvida?

“Los Pilares de la Tierra” de Ken Follet.

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Creo que es bastante conocida, entre los lecto-res de este Boletín, la expresión “asalto a laBastilla” que, en jerga de los seminaristas de ladécada, llamada prodigiosa, de los sesenta, utilizá-bamos para referirnos al hecho de tomar en elcomedor de los curas lo que a ellos les sobraba dela cena.

Ocurrió en tercer año de humanidades, curso64-65, cuando Alfonso Real Merino y el que suscri-be, dúo al que se agregaron otros condiscípulos,comenzamos, con nocturnidad y alevosía, a visitarel comedor del profesorado a fín de aliviar nuestrascarencias alimentarias, lugar al que tenían vetadala entrada los seminaristas. Hasta unos años anteslos profesores utilizaban el mismo comedor que losalumnos.

Los dos primeros cursos habían transcurrido,para mí, empapándonos de aquella religiosidaddecimonónica y con permanente angustia sobre sise alcanzaba o no el nivel exigido para el sacerdo-cio. Fueron años de congregación mariana, de salu-taciones del Obispo de la diócesis en sus idas yvenidas a Roma para asistir al Concilio Vaticano II,de juego en la explanada anterior a la puerta princi-pal del monasterio –zona de recreo exclusiva paralos “pequeños”- y de frío, mucho frío.

Parece que fue entonces cuando comenzaronlas vacaciones por Navidad, pero la Semana Santa,todavía, la pasábamos en Uclés, entre rezos, peni-tencias y procesiones, en la grandiosa iglesia delmonasterio. A un lado de la verja los seminaristas,del otro los paisanos del pueblo.

Por aquellos años el viejo caserón, seminario yvivero de vocaciones sacerdotales de la diócesis,reventaba de jóvenes venidos de todos los rinconesde la provincia. Labor de proselitismo ejercida porlos párrocos que procuraban encaminar a los chi-cos del pueblo hacia aquel objetivo, previo conven-cimiento paterno.

Sobre el año cincuenta y ocho o cincuenta ynueve había aterrizado en mi pueblo, Torrejoncillodel Rey, un joven sacerdote, moteño, Don FranciscoCobo-Martínez Peñalver que vino asistir, en calidad

de coadjutor al viejo cura Don Gabriel Fernández, yaoctogenario. Don Francisco supuso una pequeñarevolución religiosa en el pueblo. Para mí tuvo con-secuencias trascendentes. Tres años antes mimadre se había negado en rotundo a que mi padreme enviara a estudiar con los Hermanos de la Salle,en Griñon, alegando que era muy joven. Con elnuevo cura la cosa cambió.

Y unas pruebas que se realizaron en el InstitutoAlfonso VIII entre escolares de la provincia, promo-vidas por un Patronato de Igualdad deOportunidades, con el fín de subvencionar estudiosa hijos de trabajadores, me ofrecieron la oportuni-dad de elegir dónde estudiar.

Allí surgieron Don Miguel Orozco, el maestro,gran maestro de escuela pero sobre todo Don Pacopara convencer a mi padre de que el Seminario erael sitio adecuado para que el chico estudiara. Enjunio del sesenta y dos con el examen de ingreso,en Cuenca, se inició mi andadura clerical.

Un terrible accidente de tráfico, dos meses des-pués, estuvo a punto de costarle la vida a mi padre(de hecho murieron dos de los cuatro ocupantesdel vehículo, todos parientes) y de truncar mi inci-piente carrera eclesiástica. Salvó la vida milagrosa-mente y las cosas siguieron su cauce. En septiem-bre del sesenta y dos, yo y Joaquín Ortega, otrochico del pueblo, desembarcábamos con colcho-nes, maletas, padres y familiares en el zaguán delmonasterio. Nuestros padres encontraron allí a unapersona conocida y natural de Torrejoncillo, la tíaJacoba, portera del seminario.

Don Paco envió durante muchos años hacia elSeminario de Uclés a muchachos de todos lo pue-blos de los que era párroco, Villar del Aguila entreellos. De aquella época eran Luciano Solares yJesús García Millán, éste palomareño de pura cepapero entonces feligrés de la parroquia de Villar delAguila regentada por Don Francisco.

En aquellos dos años prendió en mí la semillay el gusto por los clásicos latinos, comenzando porlo sencillo, fábulas de diversos autores y cartasfamiliares de Cicerón. Aquellas gramáticas y florile-

Memorias de un seminarista de los sesentao segunda parte del “asalto a la Bastilla”

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gios de Penagos me introdujeron en un mundo des-conocido pero fascinante. Unos enormes sabaño-nes cubrían mis manos y orejas sin manera algunade aliviar el picor.

El claustro de profesores, todos sacerdotes,unos vocacionales, profesionales otros ( en termi-nología actual, que me encanta, de mi amigo y con-discípulo Jesús García Caballero) se encargaban dela formación, espiritual, intelectual y humana deaquellos quinientos muchachos. Sembraban lapalabra de Dios y sus conocimientos en nuestrasincipientes conciencias con la esperanza de obte-ner en el futuro el fruto de la vocación.

Casi todos eran buena gente, alguno, sinembargo, andaba sobrado de soberbia y bastantefalto de humildad y caridad cristianas.

A los curas-profesores, como también a losseminaristas, nos preparaban las viandas un grupode monjas que habitaban aposentos anejos a lacocina, en la esquina del monasterio que mira al

este. Nuestro comedor, con maravilla de artesona-do del siglo XVI, situado en la primera planta,amplio y con doble estancia, albergaba, a la hora decomer, a los quinientos y pico alumnos; el comedorde los curas, situado en la segunda planta, concapacidad para unas veinte personas, se comuni-caba con la cocina, común, a través de un torno ele-vador.

Teóricamente la comida para unos y otros erala misma pero lógicamente los curas disfrutabande pequeñas diferencias, tanto en el condimentocomo en la calidad y cantidad de los alimentos.Pero esto era una intuición porque a ningún semi-narista y menos de los “pequeños” le estaba permi-tido entrar al comedor de los curas. Allí solo entra-ba el “fámulo” (del latín famulus-i = servidor )quesolía ser un seminarista de cuarto o quinto curso,es decir, de “ los mayores”.

Durante aquellos dos primeros años trabéamistad, con algunos condiscípulos, más intensa

Foto ddel CCurso 11962-11963.

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con varios que no pertenecían a mi sección. Porcausa del excesivo número de alumnos, unos cien-to y pico, nos dividieron, a efectos académicos, endos secciones ordenadas alfabéticamente por ape-llidos. A la segunda sección pertenecían AntonioMoya Muñoz, Alfonso Real Merino y ManuelRozalén Pinedo; de mi sección, la primera, casi contodos me llevaba bien, mejor con José MaríaBeltrán, con Bodoque y con José Luis Cabrera, qui-zás por la contiguidad de asientos en clase.

Pero en los “recreos” era donde, esencialmen-te, se estrechaba la camaradería y amistad.Antonio Moya, Alfonso Real y yo poseíamos unashabilidades similares, es decir, escasas, para jugaral fútbol, único pasatiempo entre clase y clase.

El primer año se me hizo larguísimo; el final decurso con unas notas más que aceptables medevolvió a la vida del pueblo marcada por el traba-jo en el taller de carpintería de mi padre, quien mepermitía cierta libertad, y la asistencia al cura enlas celebraciones religiosas de la comunidad local.Me encontraba raro con mis antiguos amigos delpueblo pero era normal, según advertencias de loscuras, porque nosotros, los seminaristas, llevába-mos otro camino.

El segundo año, pasado el verano del 63, dese-aba fervientemente volver al Seminario. La rutinade aquélla organización vital se me había metidoya dentro, hasta la médula, y me resultaba másfácil y grato aquel estilo de vida. Hicimos comosiempre una semana de ejercicios espirituales amediados de octubre para purificar excrecenciaspecaminosas del verano y tomar energía espiritualpara el curso. El señor Obispo, de ida o de vuelta alConcilio Vaticano, nos regaló a cada seminaristauna medallita de la Virgen expresamente bendeci-da por Su Santidad para nosotros.

Seguían las clases como siempre de latín,matemáticas, lengua española, religión y música;los paseos a las eras del pueblo los miércoles, conpartido de televisión de la copa de Europa en la queel Madrid de Gento levantaba pasiones.Comprabamos pipas y “chupa-chups” a la tíaEufrasia, a escondidas del rector. Mientras, el admi-nistrador Don Jesús del Hoyo hacia malabarismoseconómicos para que pudiéramos tomar de postreuna mandarina o un trocito de carne de membrillo

para merendar. Habíamos pasado de dormir encamaretas individuales del dormitorio de SanTarsicio, situado en la segunda planta del ala oestedel monasterio a dormir, en este segundo curso, encamas corridas de la primera planta del denomina-do dormitorio de San Julián.

Cuando se iniciaba el otoño del 64 volví al viejomonasterio para empezar el tercer curso de huma-nidades. Llevábamos nuestro propio colchón, conmantas cuidadosamente preparadas por mi madrey con ropa de abrigo suficiente para combatir aque-llos malditos sabañones que en los meses dediciembre, enero y febrero solían atacar sin piedad.No podía faltar un primoroso cajón, con su corres-pondiente candado, amorosamente proveído pormi madre de pastas, chocolate, salchichón, chorizoy “colacao” para aliviar mi estómago en las frías tar-des invernales.

Sentí una enorme alegría al reencontrarmecon mis amigos, de nuevo, otro año más. Sinembargo Alfonso tendría que repetir segundocurso, le habían quedado las asignaturas principa-les : latín, matemáticas y lengua castellana.

En aquel mes de octubre, no sé si antes o des-pués de la semana de ejercicios espirituales quepracticábamos todos los años, los curas nos conce-dieron un día de “campo” que consistía en eximir-nos de las clases y pasar el tiempo en el campo,normalmente cerca de un antiguo santuario ibero-romano del dios del Aire, vulgarmente conocidocomo Fuente Redonda. Unos jugaban al fútbol enlas eras del pueblo , otros recorríamos los montesen busca de nidos o escorpiones, alguno que otropaseaba con los curas.

Lo cierto es que aquel día de “campo” delotoño del sesenta y cuatro Alfonso Real Merino y yovolvimos, intencionadamente, al monasterio antesque los demás. Aquellos enormes “tránsitos” habi-tualmente llenos de voces de chiquillos estabanvacíos y veníamos a hollar el espacio vetado a sim-ples seminaristas como era el comedor de loscuras. Aquel día, por comer en el campo, no habíanada de comida habitual pero encontramos en loscajones del aparador chocolate que nos pareciódelicioso.

Decidimos que , quizás, por la noche cuandotodo el mundo dormía era el mejor momento para

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entrar. Con el ánimo encogido y el estómago ansio-so esperamos la caída de la noche, después deltoque de silencio y que el prefecto de disciplinahiciera la ronda y se encerrara en su habitación,para levantarnos sigilosamente y por la oscuridadde los “tránsitos” deslizarnos hasta lo prohibido.

Estudiábamos, por entonces, Historia Universaly nos pareció que aquello que los libros nos conta-ban de la Revolución Francesa podía, “mutatismutandis”, servirnos como expresión lingüísticaclave para entendernos sin ser descubiertos. Noera comida suculenta ni exquisita la que servían alos curas cuyas sobras quedaban encima de lamesa pero a nosotros nos sabía a gloria bendita.

A la vista del buen resultado de las distintaincursiones que realizábamos aleatoriamente, lasvisitas se repetían, cada vez, con más asiduidad.

Alfonso era un tipo estupendo (no nos hemosvisto desde entonces); me hablaba maravillas desu pueblo, Carboneras de Guadazaón; poco amigode “latines”, “sermones” y preces , escasamentedotado para la práctica deportiva pero de ojos vivosy agilidad mental fuera de lo corriente.

Creo que fue mientras contemplábamos a“Chifu”, “Moti”, “Díaz Cano” y demás amantes delbaloncesto cómo jugaban un partido en el patio delmonasterio, cuando coincidimos que “aquello” noera lo nuestro, que nosotros necesitábamos “otrospasatiempos”.

Lo increíble de la experiencia y el sentido de laamistad y del compañerismo nos empujó a hacerpartícipes del asunto a otros condiscípulos. Se adhi-rieron, enseguida, Elorza, Moya y Rozalén y algunomás que no recuerdo ahora.

En aquel curso se incorporó, recién ordenadosacerdote, Don Anselmo -buena gente, por dentro ypor fuera-, como formador y abandonaron el semi-nario dos sacerdotes: un profesor, Don MiguelSalas Parrilla y el administrador y profesor de mate-máticas Don Jesús del Hoyo. Jesús del Hoyo semarchó de capellán castrense; con él coincidí, añosdespués, en el comedor de oficiales de la basenaval de Las Palmas de Gran Canaria. Gran tipo,Jesús, buena persona, perspicaz y amigo de susamigos.

El curso se acercaba a su final, con la foto en el

patio, en el brocal del pozo, tutelados por el directorespiritual Don Avelino y el profesor Don Julio Chico,paradigma ambos de la mansedumbre en el tratoa seminaristas, comprensión y amor paterno.Abandonaba tercero, “año de transición” para inte-grarme e integrarnos en primer curso de “mayo-res” o cuarto de humanidades.

No todos mis amigos consiguieron pasar.Alfonso que había llevado las principales de segun-do, no aprobó ninguna de tercero y quedó descolga-do; Elorza Cervigón -no recuerdo ahora su nombrepropio, pues le llamábamos por el apellido- quedó,también, colgado en tercero y era, entonces (supon-go que lo seguirá siendo) un tío simpático, cachon-do, con cierta retranca y gruesos cristales de gafas,natural de no sé qué pueblo de la sierra de Cuencay propietario de una cámara de fotos, marcaWerlisa, de la que presumía y amortizaba en cómo-dos plazos. Elorza y su Werlisa eran el pitorreo cons-tante del personal, al que contribuían, en granmedida, los curas. Pero él, impertérrito a las adver-sidades, supo hacerse un pequeño patrimonio consu cámara y retratar para la posteridad paisajes ypersonajes.

Pasó el verano del sesenta y cinco y, comoaños anteriores, volvimos al viejo monasterio deUclés, con nuestro colchón a cuestas, el cajón llenode provisiones y la maleta a reventar de ilusión.

Real Merino y Elorza quedaban en tercer curso;Auñón, Rozalén, Moya y yo comenzábamos cuartoy esta circunstancia rompió un poco la cohesión delgrupo, aunque seguiríamos juntándonos para las“operaciones”.

Era costumbre de los curas nombrar y enco-mendar, de entre los alumnos más brillantes aca-démicamente, a tres o cuatro de ellos para que des-empeñasen tareas económico-administrativas enla estructura organizativa del seminario. Esos nom-bramientos y su desempeño suponían un ciertoreconocimiento moral y , los más importantes,eran:

“Tendero” o encargado de la tienda o librería,con la misión de abrir la tienda durante los recreosde la mañana y vender toda clase de material esco-lar, incluidos libros de texto, con la ventaja de la gra-tuidad de su consumo, para él.

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AGUDO.- Montañés. Armas: en campo de sinople (verde), tresestrellas de oro, bien ordenadas.

BALBUENA.- Asturiano. Armas: escudo partido: 1º en campo degules un castillo redondo de plata con tres almenas, y 2º en campode sinople un dragón de oro luchando con un león del mismo metaly coronado de oro al que ayuda un caballero armado, de plata.

BONILLA.- Castellano. Armas:escudo cuartelado: 1º y 4º, encampo de oro, una cruz de gules, floreteada y hueca, y 2º y 3º,en campo de gules, un león rampante de oro. Bordura de oro,con ocho aspas de gules.

ARAGON.- Descendiente del matrimonio de D.Pedro IV, Rey deAragón, y su 3ª mujer, Dª Constanza de Sicilia. Armas: en campode oro cuatro palos de gules (rojo).

BARRIO.- Castellano. Armas: en campo de gules un castillo deoro aclarado de azur; partido de plata,con una banda de sinopleengolada en cabeza de dragones del mismo metal.

CHAVARRI.- Vasco. Armas: escudo partido: 1º, en campo de orocinco manojos de brezo de sinople, puestos en sotuer, y 2º, ban-dado de seis piezas: tres de oro y tres de azur.

A partir del próximo número incluiré otros escudosde apellidos que ya han salido, ya que investigan-do por un sitio y otro los he conseguido. El proble-ma que tienen es que sólo viene la descripción,

pero los dibujaré y los iré dando a conocer ennúmeros sucesivos.También os daré a conocer los distintos escudosque hay para un mismo apellido.

HERÁLDICA ESCUDOS

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HURTADO.- Descendiente de Dª. Urraca, Reina de León.Armas: en campo de gules tres panelas de plata, bien ordena-das.

PORTILLO.- De San Vicente de la Barquera.Armas: en campo deoro, una torre de piedra, con tres cuerpos sobre ondas de aguade azur y plata, acostada de dos pinos de sinople, uno a cadalado, y un lebrel de sable atado a la puerta con cadena de hierro.

RAMOS.- Tiene ramas en Asturias, Andalucía, Aragón y Murcia.Armas: En campo de oro una carrasca de sinople, y saliendo delflanco diestro de escudo, un brazo vestido de gules, que con lamano pretende desgarrar un ramo de carrasca.

MORA.- De Castilla. Numerosas familias en España sin relaciónentre sí. Armas: En campo de oro, un castillo de gules, aclarado deazur, diestrado de un moral, y éste surmontado de un ciervo natural.

POZO.- Castellano. Armas: en campo de oro, un árbol de sino-ple; sus raíces cortan el escudo. La parte inferior es de gules,con un pozo vertiendo agua.

SALGADO.- Gallego. Armas: en campo de sinople, dos castillosde plata, unidos por una cadena de oro, y sobre ella, entre losdos castillos, un salero de oro, acostado de dos águilas de sableque pican de él.

Al margen de los escudos, estoy detrás de mi hija, para que en algún número de la revista escriba algúnarticulo de su mundo, el cine; pero es que apenas la veo, porque siempre está fuera de rodaje, y apenastiene tiempo, ahora lleva casi tres meses en Barcelona, con una pelicula de Walt Disney, pero intentaré quelo haga y os cuente sus experiencias. [email protected]

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“Secretario”, responsable de transcribir lasnotas de las actas de exámen al boletín individualque trimestralmente se enviaba a los padres decada alumno; asistir al Jefe de Estudios en las acti-vidades de su cargo entre las que destacaba prove-er la infraestructura necesaria para que los semina-ristas escucharan música mientras comían ensilencio.

“Fámulo mayor” o camarero de los curas, cuyatarea principal consistía en recoger del torno por elque subía la comida preparada para los curas y ser-vírsela en su comedor.

“Enfermero” con la obligación de llevar la comi-da a los enfermos y visitarles y atenderles en todoaquello que necesitaran.

Cayó en mí el nombramiento y cargo de “secre-tario” en aquel octubre nada más llegar, sin consul-tarme, por supuesto. Vine a ocupar la plaza vacan-te de Ismael Uribe que había pasado al SeminarioMayor. El Jefe de Estudios también era novato. ADon Vicente Tradacete que marchó a licenciarse aComillas sustituyó en el puesto de Jefe de EstudiosDon José Antonio Romero Almodóvar quien reciénordenado sacerdote se había incorporado al semi-nario el año anterior con Don Anselmo.

Natural de Belmonte, el mismo pueblo del rec-tor Don Ricardo García Fernández, el nuevo Jefe deEstudios poseía un sentido espartano, tanto de lavida como de la religión; austero y cabal en lo coti-diano; escueto, mordaz y frío en el trato y de unascetismo rayano en la santidad. Tuve la sensaciónde que aquel hombre no encajó en el claustro deprofesores del seminario. Jamás le ví reir o sonreirabiertamente.

Acogióme bien Don José Antonio como susecretario -supongo que fui elegido por iniciativasuya- pero me impuso tareas que yo estimaba nome correspondían o por las que no recibía recom-pensa alguna, ni siquiera psicológica. Sin embargoel hecho de que yo ocupara el puesto de “secreta-rio” nos facilitó las “operaciones”, dado que laSecretaría de Estudios radicaba en un despachoanexo al comedor de los curas y frente al torno porel que se les subía la comida. Al lugar donde se ubi-caba la Secretaría nadie estaba autorizado a acce-der, salvo yo y quien yo quisiera.

Esta circunstancia y el hecho de que el asaltonocturno se había ido extendiendo como una man-cha de aceite y que ya realizaban muchos de nues-tros condiscípulos nos obligó, al grupo de amigos, areplantearnos la cuestión y decidimos abandonaraquellas actividades. Ya no necesitábamos bajar, amedia noche, al comedor de los curas; ahora comí-amos la comida sobrante a los curas a plena luzdel día y en la Secretaría de Estudios con la puertacerrada. Allí se hartaba Rufino Auñón de chorizosde la granja del Seminario –con demasiado tocinopara mi gusto- mientras yo ayudaba a Alfonso en lastraducciones de latín.

El cargo de secretario me robaba, entre unascosas y otras, gran parte de los tiempos de recreopero me servía, en cambio, para refugiarme en elcalor de la lectura de una buena biblioteca mien-tras mis compañeros deambulaban por los “tránsi-tos” o jugaban al ping-pong en aquellas frías y llu-viosas tardes del invierno.

A pesar de las excelentes perspectivas por latrayectoria de los tres cursos anteriores, las clasesno comenzaron bien para mí. Una de las asignatu-ras de cuarto era Lengua Griega -segundo año-impartida por el reverendo señor rector del semina-rio, Don Ricardo García Fernández. Era la primeravez que le teníamos de profesor y los condiscípulosde cursos precedentes le atribuían fama de duro.Después de la primera clase con él supe que teníapor costumbre comenzarla preguntando a algunade las mejores notas de la asignatura obtenida elcurso anterior. En cualquier caso aprovechaba laocasión para sentar las bases de su política de pun-tuación académica: “ Un diez solo se le da a Dios;un nueve para el profesor y un ocho al alumno másbrillante”.

Era la primera clase, como decía, y se hizo elsilencio más absoluto cuando Don Ricardo repasa-ba, con un ligero movimiento de cabeza, de arribaabajo la lista de alumnos, disimulando a quien ele-gir. Al oír, de pronto, pronunciar mi nombre me puseen pié, como era preceptivo, y después de pregun-tarme la nota de la asignatura en el curso anteriorcomenzó a interrogarme sobre cuestiones de gra-mática que me sonaban a chino.

Intenté explicarle al reverendo y magnífico rec-tor Don Ricardo García que aquellas cuestiones no

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las habíamos estudiado por expresa exclusión delprofesor Don Gregorio Martínez, pero el señor rec-tor no escuchaba mis balbucientes excusas ysiguió preguntando cosas ininteligibles, para mí ypara todos los alumnos de aquella clase, conánimo evidente de ridiculizarme. Después soltó, amodo de epitafio, la frase anterior, que nos dejó sinaliento y con un nudo en la garganta. Alguno de miscompetidores académicos no pudieron disimularsu media sonrisa, pero allí la risa, como en todossitios, iba por barrios.

Aquella gratuita y extemporánea ración de ridí-culo hizo mella en mi fortaleza psicológica y, nadamás terminar la clase, comencé a distinguir entrelos curas que predican la doctrina y entre los queaplican la caridad cristianas, entre los condiscípu-los que son leales camaradas y aquellos, que a lamínima, te asestan la puñalada por la espalda.También me sirvió para establecer una linea carte-siana, clara y distinta, entre quienes considerabaamigos incondicionales, compañeros asequibles yenemigos irreconciliables. Mi amigo Antonio Moyame ayudó a desenredar un nudo de rabia que ate-nazaba mi garganta, al final de la clase, ya en elrecreo.

Seguía manteniendo contactos con los descol-gados de nuestro curso Alfonso Real Merino yElorza Cervigón, viejos colegas de trastadas

A mediados de curso yo seguía, aún, tocadopsicológicamente; algún compañero pretendíamejorar su resultado académico “peloteando” conel reverendo señor rector y el “asalto a la Bastilla”ya lo practicaba toda la gente de nuestro curso,hasta los más pusilánimes. Nosotros poseíamosuna base segura de “operaciones”, la Secretaría deEstudios, y decidimos, sobre todos Alfonso y yo,cual segunda parte, dedicarnos a cazar palomasque tras piadosa mentira nos eran devueltas paracomerlas, fritas o en salsa, por las monjas. La cosadiscurrió así más o menos.

Durante el primer recreo largo de la tarde, des-pués de comer, que duraba cuarenta y cinco minu-tos (disfrutábamos otros recreos o descansos cor-tos, entre “clase” y “estudio” de diez minutos)observé que una bandada de palomas se colabapor la ventana u ojo de buey de la cúpula de la igle-sia. Una incipiente afición cinegética (estimulada, a

los diez años, por mi abuelo Pedro) me hizo pensarque allá arriba anidaban las aves.

Comenté el hecho con Alfonso y él me dijo deinmediato, a bote pronto: “ unas palomitas fritas nosería mala merienda”, “mejor que la onza de cho-colate o el trocito de membrillo” le respondí. Asíquedó el asunto.

Las clases seguían su ritmo: matemáticas, lite-ratura, griego y música por las mañanas; latín, reli-gión e historia por las tardes, alternando algunasclases mañana o tarde. Rezo del rosario por la tardey preces , meditación y misa por la mañana. A jugaral fútbol, a las eras del pueblo, los miércoles por latarde. La clase de Historia impartida por DonMiguel Langa me encantaba, las de latín y griego,con las que había disfrutado, comenzaron a ser unsuplicio para mí.

Un curita recién llegado, Don Julián Herrada,me aficionó a la literatura utilizando un nuevo méto-do pedagógico de enseñar: leíamos, en horario declase, obras de autores relevantes. El director espi-ritual (especie de guía para ciegos en la piedad y

“Trastadas” een eel ppozo.

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devoción cristianas) Don Augusto Resa orientabalas almas de los “mayores” hacia la virtud, mientrasDon Avelino Rodriguez , con ese mismo cargo derro-chaba cariño, comprensión y consejos de buenpadre con los “pequeños”.

Durante el recreo corto de uno de aquellos díastibios Alfonso me dice que sabe cómo subir hastala cúpula de la iglesia y atrapar alguna paloma. Ledije que conmigo no contara, que no estaba parabromas y que se lo propusiese a Rufino o a Elorza.Me respondió que primero debíamos intentarlonosotros dos y luego ya veríamos a quien más se ledecía.

Me condujo a su camareta y extrajo unossacos doblados y colocados entre colchón y somiercon los que taparíamos -me dijo- la ventana, unavez se hubiesen introducido las palomas. Le pre-gunté “¿cómo subimos a la cúpula de la iglesia?,“hay una escalera que sube por la torre cuya puer-ta de entrada está situada al lado de la “tienda” yque nos lleva hasta la bóveda de la iglesia y de allía la cúpula” me respondió Alfonso.

No terminaba de creer que aquellos curas quecontrolaban todo, que leían las cartas que escribía-mos, antes de remitirlas, a padres, familiares o ami-gos y que abrían y leían, también, las que recibía-mos, no hubieran cerrado con llave la puerta deacceso a la torre. Ante la insistencia de Alfonso pro-bamos a entrar en un recreo después de comer.Subimos, exploramos el terreno y no ocurrió nadaanormal. Nadie nos había echado de menos.

Florecían los almendros de la huerta cuandocolocamos los sacos encima y detrás de la ventana.Volvimos a los pocos dias cuando las palomas sehabían acostumbrado. Tiramos de la cuerda quemantenía enrollados los sacos y un revoloteo ensor-decedor inundó la habitación. A golpes consegui-mos abatir cinco o seis palomas.

Alfonso tenía todo planeado. Con las aves des-plumadas se plantó ante la entrada principal de lacocina y, con cara de pena y de no haber roto unplato en su vida, le contó a la monja de turno unahistoria para echarse a llorar. Al dia siguiente nostomamos unas palomitas fritas, merienda de la quehicimos partícipes a los colegas.

Rufino Auñón, gran engullidor de cualquier tipo

de comida (nunca supimos si poseía “cajón”, yocreo que no) no hacía otra cosa que preguntarcómo habíamos conseguido “aquello”. Pasó a for-mar parte de la “banda”, como miembro activo,previo juramento de silencio para que no se exten-diera esta historia como había ocurrido con lo delcomedor de los curas. Hasta entonces a Rufino lohabíamos mantenido en una especie de cuarente-na (nunca nos había hecho partícipes de su“cajón”).

También Antonio Moya quiso incorporarse a laejecución de las “operaciones” puesto que partici-paba, como él mismo decía, en la manduca. Nospareció justo que así fuera y no le pusimos ningunapega porque además de ser mi mejor amigo era untío espléndido y solidario. Con ese equipo formadosubíamos a la torre.

Antonio Moya era y es (mantengo, aún, unabuena amistad) un tipo brillante intelectualmente,con la cabeza bien amueblada, como se diceahora; leal hasta la médula; un poco ingenuo, conesa ingenuidad de la buena gente que hace que tesientas compañero del alma; responsable con laspersonas y las cosas hasta la saciedad (quedóhuérfano de padre, cuando estudiabamos segun-do, y él se sentía cabeza de familia, formada por sumadre, dos hermanas menores y su abuelo); pero,cuando eramos jóvenes, un poco nervioso y dema-siado teórico de la acción que se hacía pequeñoslíos buscando la filosofía de las cosas sencillas. Erade Valeria y vive en Valencia, en Godella para másseñas.

Compartíamos entre los dos una alianza aca-démica, implícita y natural, con la que desplazába-mos a otros condiscípulos que pretendían arreba-tarnos el liderazgo. El era mi amigo y estaba siem-pre de mi parte, “a priori”, decía, yo le correspon-día con la misma moneda. Creo que comenzamosa ser amigos porque competíamos lealmente.

Quizás Antonio tuviera vértigo pues la primeravez que subió, para cruzar una de las anchas vigasde pino, hubo de sujetarse a dos de nosotros porlo que no volvió a subir nunca más, aunque siguiómerendando palomas fritas, como uno más de loscolegas. Aquello era un número: Antonio asida unade sus manos a la mia y su otra mano a otra manode Alfonso o de Rufino deslizandonos por la viga

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que atravesaba una bóveda de quince o veintemetros de largo con ocho o diez metros de vacío anuestros pies y Antonio, con los ojos cerrados, gri-tando que se caía, que no podía seguir, cuandoestábamos en medio del trayecto.

Rufino quiso demostrar su arrojo y valor, comoneófito admitido en la cofradía, y se convirtió en lavanguardia del grupo y quien con más asiduidadvisitaba el palomar. Sabíamos que él había que-brantado el secreto y contado a otros compañerosde curso lo de la Bastilla.

En aquellas noches de mayo casi todos losalumnos de cuarto de humanidades del SeminarioMenor de Uclés se quedaban a estudiar en algunaclase, con permiso del prefecto y la excusa de pre-parar los exámenes finales pero con la intención de“visitar” el comedor de los curas, es decir, practicarlo que nosotros habíamos iniciado el año anterior ybautizado con el extravagante nombre de “asalto ala Bastilla” y que ya habíamos abandonado.

Cuando el prefecto o profesor no autorizaba elestudio nocturno, uno de los asaltantes ingeríagran cantidad de agua de manera que le hiciera

despertarse de madrugada, avisaba a sus compin-ches y daba el toque para ir a cenar. Creo queSantiago Díaz Cano lo ha descrito en algún Boletín.Mis amigos y yo para entonces, salvo Rufino quesabíamos que era insaciable, estudiábamos de díay dormíamos de noche, como prescribían los cáno-nes.

El tráfico nocturno de seminaristas por los“tránsitos” hizo sospechar a los curas que todosaquellos estudiosos muchachos se dedicaban aotros menesteres ajenos al estudio. Alguno estuvoa punto de ser cazado a media noche, si no es porsus ágiles pies, cuando el rector esperó, escondidoen el hueco de la ventana situada en la esquinaque da al frente de la puerta del comedor.

A la mañana siguiente, durante la meditación ymaitines, me enteré del suceso por boca de uno delos “huidos”. Le avancé que aquello no había sidoun contratiempo sino un “chivatazo”

Nosotros, con las palomas y las sardinas enaceite, que en latas de cinco quilos, le traía sumadre “la Matea” a Manolo Rozalén teníamos sufi-ciente. Añadíamos magdalenas y chocolate de

Mayo dde 11965. CConsagración. CCoro 22º ccurso.

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nuestros “cajones”. Casi todo seminarista disponíaentonces de un “cajón” o despensa en la que guar-daba, celosamente y bajo candado, alimentos, máso menos perecederos, que enviaban o traían lospadres de casa para completar la alimentación delSeminario.

Seminarista hubo de mi pueblo que no perma-neció en el monasterio más de una semana por laañoranza de los chorizos y potajes que su madre lepreparaba en casa. Servía yo de fámulo aquellasemana en el comedor de los “pequeños” y pormás que le insistí en que la comida era buenísimano hubo manera de convencerle. A los diez días lle-garon sus padres para llevarse al chico. El chico eshoy un buen mozo llamado Timoteo.

Aquellos cajones o despensas particulares fue-ron, a mi juicio, la argamasa de amistades inque-brantables. Más que la piedad, el pueblo de origen,la comunidad deportiva o la afinidad de gustos ycostumbres, compartir el “cajón” (chorizo, sardinas,chocolate, magdalenas, “colacao”, estos eran losmimbres que habitualmente contenía el mío), fue elrito que nos unió para siempre.

A mediados de junio claustros, tránsitos, estu-dios y dormitorios de nuestro monasterio quedaron,de nuevo, vacíos. Alfonso Real Merino, antes de car-gar con su petate camino de Carboneras, me dijoque él ya no volvería al Seminario, que no estabahecho para aquello y que se marcharía paraValencia a buscarse la vida.. Me hablaba deValencia, me había hablado antes, como de la tie-rra de promisión. No sé si conocía de verdad la ciu-dad o se la imaginaba. El verano anterior había via-jado yo sólo con mi madre a Valencia y no me pare-ció tan maravillosa como me la describía Alfonso.Pero no le quise malograr sus ilusiones.

Quizás las circunstancias de mi viaje a Valenciano eran las más propicias. Iba acompañando a mimadre, Marina, a la consulta de un renombradopsiquiatra con la esperanza, más suya que mía, deque le aliviaran sus terribles dolores de cabeza.Sabía yo, por entonces, que no había remedio parala esquizofrenia después del tratamiento con“novedosas técnicas” que los Vallejo-Nágera habí-an aplicado a mi madre en los años cincuenta.

Ella, mi madre, la persona a quien yo más que-ría en este mundo, pasó casi un año internada en

un famoso psiquiátrico español. Los curas nuncasupieron nada, ni procuraron saber. Muy pocos seocupaban o preocupaban por las familias de susseminaristas. Mi familia, mi padre y yo -mis herma-nos eran pequeños- pasamos unos años muyduros por esta causa pero que curtieron mi espíritu.

Como secretario de estudios hube de perma-necer en el Seminario durante una semana más,cuando todos mis compañeros se habían marcha-do de vacaciones, para traspasar las notas detodos los alumnos de las actas a las papeletas indi-viduales que se remitían al domicilio. Un alumno demi pueblo me propuso “equivocarme” al tiempo detrasponer su nota a la papeleta, a sabiendas deque en el acta figuraba un suspenso. Me negué,obviamente, pero después supe que la falsificaciónse había producido antes de entregar la carta delcorreo a los padres. Manipulación tan burda fue,sin embargo, descubierta inmediatamente. Aquellasemana adicional que tuve que permanecer enUclés resultó para mí una pérdida de tiempo absur-da y una tarea penosa y desagradable.

Ansíaba llegar a mi pueblo, Torrejoncillo delRey; dejar atrás aquel “annus horribilis”; quería atoda costa ayudar a mi padre en el taller de carpin-tería, estar con él, demostrarle mi cariño -él sufríaen silencio las desdichas familiares- a pesar de sufrialdad y aparente impasibilidad; empezaba yo atomarle el gusto al trabajo con la madera y él meiba dando confianza dejándome utilizar la sierra decinta, maquina que entrañaba un cierto riesgo.Deseaba fervientemente practicar, en fín, la medi-tación libre lejos del corsé de las normas delSeminario.

Para que las vocaciones no se enfriaran esta-ba previsto que los “mayores”, es decir alumnos decuarto y quinto, del Seminario Menor acudieranunos dias de convivencia, durante la segunda quin-cena de julio, al convento de San Miguel de lasVictorias. Se encuentra San Miguel situado enmedio de una montaña, repleta de pinos, en lasolana del estrecho de Priego, por donde discurreel río Escabas.

Aquella semana de finales de julio del sesentay seis resultó muy gratificante para mí. El rector y elresto de los curas se mostraban muy desinhibidos,parecían otras personas distintas de las que, en

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pleno curso de Uclés, nos dirigían a toque de silba-to. Las prácticas religiosas resultaban menos atosi-gantes. Fabricábamos caballos de pita, reíamoscon juegos de campamento, competíamos al aje-drez, ensayábamos sermones como práctica orato-ria, y aprendí a “nadar” en las frías aguas delEscabas. Los juegos de naipes seguían estandoprohibidos (“juegos de manos, juegos de villanos”sentenciaban los curas). En el pueblo, sin embargo,había aprendido a jugar al mus y practicaba conmis amigos, tambien lo primeros rudimentos deljuego del “truque”.

Pero de los amigos del pueblo me iba distan-ciando, poco a poco. Ellos comenzaban a “tontear”con las chicas de nuestra edad y eso estaba radi-calmente prohibido para nosotros, los seminaris-tas. Las informaciones que llegaban al Seminario,procedentes del párroco o de cualquier otra perso-na del pueblo, acerca de nuestro comportamientodurante el verano, eran determinantes en la deci-sión del claustro sobre la continuidad o no en elSeminario. A pesar de la envidia que me producíaver que mis amigos, después de la partida de mus,marchaban tras las chicas del pueblo, aceptaba elsacrificio porque deseaba ser sacerdote. Esperabaencontrarme entre aquellos a los que el Señor,libremente y sin saber por qué, llamaba a trabajaren la recogida de su mies (“muchos son los llama-dos y pocos los elegidos” repetían una y otra vez losdirectores espirituales).

Transcurrió el resto del verano y llegó septiem-bre; sobre el día veinte, más o menos, estaba fijadala fecha de vuelta al Seminario para quienes conti-nuaban la carrera eclesiástica. El Jefe de Estudios,Don José Antonio, me había recordado, en Priego,la obligación, inherente al cargo de secretario, deincorporarme una semana antes de que lo hicieranlos demás alumnos, para solventar los temas rela-cionados con los exámenes extraordinarios de sep-tiembre.

Era superior a mis fuerzas. Me hice el olvidadi-zo y me presenté en Uclés el mismo día que el restode los compañeros. La mirada que me lanzó DonJosé Antonio me heló la sangre, pero no me dijo nimedia palabra, nada.

Comenzaba con mal pié el último curso delSeminario Menor. En mi fuero interno había realiza-

do una especie de análisis de riesgos y llegado a laconclusión de que en el peor de los casos perderíael puesto de secretario. No me importaba. Así ocu-rrió. Nombraron como nuevo secretario a un alum-no de cuarto, Andrés Álvarez Valencia, que desem-peñó el puesto a la perfección, bastante mejor queyo.

Aunque supongo que aquella situación no sehabía producido antes, lo cierto es que yo me sen-tía libre, por fín, de una servidumbre que tenida enel concepto de todos como un honor, era desempe-ñada “gratis et amore”. Pero por razón de esasupuesta honorabilidad me ví en la necesidad deexplicar a mi padre el referido cese. Le escribí unacarta -ya estaba mi madre en casa, de vuelta delpsiquiátrico; la habíamos sacado de “allí” de mutuoacuerdo porque “aquello” era el mismísimo infier-no- escribí, digo, a mi padre refiriéndole el cese ycargando las tintas en mi indisponibilidad a traba-jar de balde, sin duda para amortiguar la idea de ladestitución de un puesto honorable. Pero fue peorel remedio que la enfermedad, la carta-explicaciónme trajo más problemas.

Las cartas que se escribían, quienquiera quefuese el destinatario, debían ser entregadas, abier-tas, al superior o prefecto de disciplina quien podíaleerlas o no, antes de enviarlas a Correos. DonJulián Herrada Rabadán ocupaba el cargo de pre-fecto de disciplina de los alumnos de quinto cursoen octubre del sesenta y seis. Conocía este circuns-tancia pero no pensaba que las explicaciones a mipadre rozaran el dogma.

Lo cierto es que un domingo de aquel octubrepor la mañana, después de misa y en una de aque-llas “charlas” moralizantes a que estábamos obli-gados los seminaristas a asistir, Don Julián comen-zó a leer, públicamente, gran parte del contenido dela carta que había escrito a mi padre. Omitía nom-bres propios pero las referencias al cargo y hechosconcomitantes permitieron a todos los compañerosidentificar al sujeto escribidor de la carta quien ,para escarnio y ejemplo de caminantes, fue presen-tado por el “prefecto” Don Julián Herrada como unmalvado personaje en el que anidaban la insolida-ridad, el egoísmo y la ausencia de compañerismo.

Mientras Don Julián Herrada iba leyendo párra-fos de la carta, de mi carta, deseaba que la tierra

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me tragara vivo. Recordaba los primeros dias delcurso anterior, la clase de griego con el rector y creíaque una maldición se cernía sobre mi cabeza.Empezaba a considerar, seriamente, que me resul-taría imposible convencer a los curas de que dese-aba ser sacerdote. Y a pesar de todo, entonces, yoquería ser sacerdote, circunstancia que me ator-mentaba todavía más. Para consolarme hacía lle-gar a mi mente, en esos momentos, la sentenciaque mi padre, Segundo, me había dado cuando ,cinco años atrás, aprobé el examen de ingreso alSeminario: “No sé si serás cura o no, eso dependede tí, a mí me da igual; solo quiero que sepas que oaprovechas el tiempo o aquí están la azuela y elmartillo esperándote”.

Mi padre, Segundo, era carpintero de oficio (es,todavía, a los ochenta y tres años, a.D.g) buen car-pintero en opinión de todos los clientes del puebloy de otros pueblos de alrededor, y uno de los tiposmás inteligentes, ecuánimes, equilibrados y caba-les que he conocido. A mi abuelo Pedro le recomen-daron los maestros del pueblo que le “diera estu-dios” al chico porque valía mucho, pero mi padretuvo la mala suerte de ser el varón mayor de loscinco hijos y en los años de la Segunda Repúblicami abuelo no pudo acceder a tal sugerencia. Creoque piensa que quiero o mimo a mi madre, Marina,más que a él pero la verdad es que, nadie como él,ha sido tan decisivo e importante en mi vida.Somos, quizás, demasiado parecidos y tímidoscomo para decirnos lo mucho que nos queremos.

La vergüenza que me hizo sentir Don Julián

Herrada al caracterizar a la persona que habíaescrito aquella carta no se correspondía con la ideaque yo tenía de mí mismo y del significado de misacciones. Evidentemente no era ni santo ni beatopero intentaba cumplir, y cumplía aceptablementecreo, las normas religiosas y éticas que marcaba elSeminario; y deseaba, fervientemente, ser el últimode los siervos del Señor. Pero ellos, los curas, eranlos poseedores de la vara de medir la ortodoxia yaptitud sacerdotal y a esto había que atenerse.

En los interminables paseos bajo los arcos delpatio del monasterio, libre ya de la servidumbre dela “secretaría” comentaba, en aquel otoño, a quie-nes por entonces ya eran mis dos grandes amigos-Antonio Moya y Manolo Rozalén- las excelenciasdel Seminario Mayor, sin conocerlo. Hablábamosde las grandes ciudades del mundo como NuevaYork y de los países de misión. Habíamos escucha-do comentarios y charlas de compañeros delSeminario “Mayor”, en Cuenca capital, y me lo for-jaba en mi magín como el paraíso, la tierra prome-tida. Allí, en “el Mayor”, estaba yo convencido, lalibertad, el estudio, la piedad, el compañerismo flo-recían sin esfuerzo.

Atrás habían quedado el “asalto a la Bastilla” ylas trampas de palomas y un intento de sustracciónde un jamón de los sótanos, y Alfonso y Elorza yRufino quien, aunque andaba por allí, había cam-biado su actitud conmigo. No era yo secretario y nopodía facilitarle la sede de la secretaría para que enella engullera todo lo que les sobraba a los curas.Esta circunstancia y alguna que otra traducción de

8-112-664. ““Olimpiadas”. FFinal 1100m. IInfantil.

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latín que dejé de proporcionarle supongo que fue-ron los motivos del cambio. Intimé, en cambio, conotros compañeros con los que hasta entoncesmantenía un trato superficial: Mariano Marín, PedroMartínez Moreno, José María Beltrán, JustoMartinez Millán, Usero.

Cuando parecía gozar de una cierta calmaespiritual y se difuminaban los fantasmas, un suce-so fortuito vino, de nuevo, a complicarme la vida, enespecial la relación con el rector, hasta entoncesnula desde el incidente de la clase de griego delcurso anterior. Fue a raíz de un desgraciado acci-dente que tuvo un alumno de segundo curso.

Intentando deslizarse por la barandilla del dor-mitorio, a primera hora de la mañana, el chico cayódesde un tercer piso dando de bruces sobre lasfrias baldosas del suelo, a la entrada de los aseos.Quedó gravemente herido. Cundió el pánico pero,inmediatamente, Don Gregorio puso en marcha su“cuatro latas” y salió a escape con el herido haciael hospital, que después supimos fue el de Atocha,en Madrid. Acabamos de desayunar y un compañe-ro de quinto -lo recuerdo como si fuera hoy- dijo algoasí como: “Vayamos a la capilla y con los brazos encruz pidamos al Señor por la vida y salud de nues-tro compañero”. Marchaba yo cerca de quien hizoesta piadosa propuesta a la que todos nos suma-mos, pero se me ocurrió añadir: “ Eso está bienpero, dije yo “Pidamos, también, para que encuen-tre un buen médico que le atienda a tiempo”.

Rezamos en la capilla y nos reintegramos alestudio. Don Ricardo, el rector, y Don Gregorio, elmayordomo o administrador, volvieron de Madrid,del hospital de Atocha donde atendieron al chavaly nos comunicaron que la intervención quirúrgica,con extirpación del bazo, le había salvado la vida.En medio del estudio de uno de aquellos días seme acercó el cura que velaba por el silencio delestudio y me dijo que me presentara en el despa-cho del rector.

Solo con pisar la antesala de la rectoral unmiedo reverencial, difícil de describir hoy, recorríatodo el cuerpo. El señor rector del Seminario Menor,Don Ricardo García Fernández dijo “Adelante”, des-pués de que yo hubiera golpeado, levemente, conlos nudillos de mi mano derecha, la puerta deentrada a su despacho. Entré; el señor rector, sen-

tado en su sillón y parapetado trás de su mesa,llena de papeles, me observó con semblante adus-to.

Permanecía yo de pié y un sudor frío recorría micuerpo. De boca del señor rector empezaron a saliruna serie de acusaciones de impiedad y adverten-cias de expulsión del Seminario que me dejaronaturdido. Finalmente, como castigo y expiación demis culpas, me ordenaba que marchara hasta elpatio central del monasterio y allí, al lado del pozo,me pusiera de rodillas con los brazos en cruz, hastaque él me levantase el castigo.

No acababa yo de entender la situación y tam-poco me atrevía a pedir una explicación, pero mepareció que aquello ya era demasiado, cualquieraque fuese mi pecado. En una fracción de segundo,como un rayo veloz, pasó por mi mente la idea deque no merecía la pena tanta humillación y sacrifi-cio y con voz entrecortada le respondí: “ Yo no mepongo de rodillas en el patio con los brazos encruz”.

Creo que mi respuesta le desconcertó y des-pués de un tiempo, unos segundos quizás, aunquea mí me parecieron una eternidad, comenzó amover las manos y algunos papeles de su mesa dedespacho de forma agitada, ordenándome salir desu estancia inmediatamente e incorporarme alestudio. Así lo hice, con incertidumbre sobre lo por-venir, pero respirando profundamente, aliviado,como cuando nos quitamos un peso de encima. Enmi mente me imaginaba preparando las maletaspara marcharme a casa y la consiguiente explica-ción a mi padre.

La expulsión no se produjo. Creo que se plan-teó en el claustro (algunos datos conocí a “posterio-ri”) pero los buenos oficios de la mayoría de loscuras que me apreciaban y alguna positiva actitudmía, salvaron mi cabeza. Supuse que la situacióntraía causa por mi expresión acerca de encontrarun buen médico para curar al muchacho, peronadie me dijo el por qué.

Los días transcurrían lentamente ajustando micomportamiento a la más estricta ortodoxia quemarcaba la disciplina, sin permitirme una mínimaalegría. Aquel primer trimestre me suspendieron en“Comportamiento”, por primera y única vez.

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Es sabido que aparte de las notas académicasexistía otro grupo de calificaciones integrado por :1) “Aplicación” que medía, siempre a juicio de loscuras, el tiempo y dedicación al estudio; 2)“Comportamiento” relativo al trato, conducta y acti-tud con los demás y 3) “Urbanidad” referente alaseo e indumentaria personal. Todo a criterio, porsupuesto, del prefecto correspondiente que estira-ba o encogía el patrón de medir según le parecía,con poco criterio, vamos.

Transcurridos unos meses, ya casi al final delcurso, y después de analizar el incidente, caí en lacuenta de que un condiscípulo hacia funciones de“informador” del reverendo señor rector delSeminario. Entre aquella retahíla de acusacioneshabía mencionado su nombre. En aquel momentono le dí importancia pero conforme pasaban losdías mi indignación aumentaba con solo pensarque había colegas, que se sentaban cerca de tí, yque iban a contarle chismes al rector. Consideréque no estaba el horno para discusiones, disputasni elucubraciones teológicas o metafísicas y seguícomportándome con el “compañero”, como si nohubiera pasado nada. Ya ajustaríamos cuentas -pensé- cuando, dentro de unos meses, estuviéra-mos en el Seminario Mayor, pero se lo comenté aAntonio Moya, y me dijo que era mejor olvidar elasunto.

Aquel verano del 67 fue diferente. Los pinos dela montaña de San Miguel de las Victorias y el aguacristalina del Escabas me parecían más verdes,más limpias, más gratificantes. Había superado laetapa de cinco años de humanidades en “elmenor” y me encaminaba, nos encaminábamos, através de un tiempo más largo pero más ilusionan-te a la cima del sacerdocio. Habíamos recorridocasi la mitad del camino.

Las interrelaciones entre condiscípulos, a esaaltura de la carrera, conllevaban una carga emocio-nal intensa, positiva o negativa. El número de aspi-rantes al sacerdocio había mermado considerable-mente. Los ciento y pico seminaristas que inicia-mos el primer curso allá por el 62 en Uclés, había-mos quedado reducidos a una treintena. “Muchosson los llamados mas pocos los elegidos”, repetíansin cesar los padres espirituales, que ciertamente,conocían el paño.

Después de cinco años de convivencia nosconocíamos unos a otros bastante bien. Tanto virtu-des como defectos, actitudes y carencias eran deconocimiento público y, a veces, utilizados comoarma arrojadiza en discusiones o peleas dialécti-cas, iniciadas por cualquier estupidez.

Pasados los días de Priego, como última etapadel Seminario Menor, parecíame haber cruzado lafrontera entre lo posible y lo deseable. Nos decíanque en “el mayor” cada seminarista disfrutaba deuna habitación individual, se permitía fumar, noobligaban a levantarse al toque de campana, sepodía estudiar cuando quisiera cada uno -por lanoche o de madrugada-, la meditación, antes de lamisa, no era obligatoria (“relativamente”), en fín elcolmo de la libertad en un orden, es decir, la felici-dad.

Aquel verano en el pueblo fue maravilloso.Daba clases de latín y matemáticas a otros semina-ristas del pueblo más jóvenes y que habían suspen-dido la asignatura en junio. Jesús García Millánvenía con su bicicleta desde Villar del Aguila. Suspadres hacían un queso riquísimo y con ello merecompensaron las clases, eran además amigos yclientes de la carpintería de mi padre y abuelo.

Transcurrieron los meses de verano y recuerdo,como si fuese hoy mismo, subir, a mediados deseptiembre del 67, por la cuesta de la Merced, conuna pesada maleta y el alma rebosante de ilusio-nes, que conducía a la misma puerta del SeminarioConciliar de San Julián o Seminario Mayor. La igle-sia de la Merced a la derecha, el antiguo conventode las Hermanitas de los pobres a la izquierda y enel frontispicio de la que iba a ser mi casa, grabadoel salmo: “El comienzo de la sabiduría es el temorde Dios”. Aquella fresca mañana de septiembre del67 estaba ascendiendo al séptimo cielo.

Siete años o cursos eran los obstáculos quedebíamos superar para llegar a la cima del sacerdo-cio, tres de filosofía, cuatro de teología, por esteorden. Se daba por supuesto que también se debíaavanzar en la piedad y en el buen comportamiento.

El Concilio Vaticano II empezaba a surtir efec-tos en todos los ámbitos de la vida de la Iglesiacatólica. Nuestro Seminario “Conciliar” se refería alConcilio de Trento, sin embargo sus normas ocomo se diría hoy, su ideario, estaban plenamente

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adaptadas a la vida de aquellos días.

La apertura del curso fue presidida por aquelobispo bonachón que pastoreaba la diócesis,desde después de la guerra civil, llamado InocencioRodríguez Díez. Junto al Obispo, a su derecha, unvenerable sacerdote, entrado en años, Rector delSeminario Mayor D. Manuel Cañas y un equipo desacerdotes, unos que ocupaban canonjías, otrosque se dedicaban exclusivamente a nuestra forma-ción.

Comencé a comprobar que era cierto todo loque nos habían contado acerca del “mayor” y estacircunstancia aumentaba mi satisfacción. A cadauno de los treinta y tres alumnos que iniciábamosel primer curso de filosofía -por lo que en el lengua-je coloquial se nos denominaba “filósofos”- se nosasignó una habitación individual, o celda. Era unhabitáculo espacioso en el que se distribuíancama, armario empotrado, lavabo, mesa y sillas. Mihabitación era la segunda del primer pasillo a laderecha, con ventana al patio interior, entre las deJosé María Beltrán y Joaquín Briones y enfrente dela de Pascual Guijarro. La felicidad me salía por losporos

Además de materias propias de filosofía(Metafísica “seu” Ontología, Ética, Crítica) se estu-diaban materias correspondientes a lo que enton-ces se estudiaba en el bachillerato superior civil, esdecir, matemáticas, historia, literatura y cienciascorrespondientes a 5º y 6º curso de bachillerato.

Aquellos cursos fueron un regalo de Dios.Conocí a curas atrabiliarios, como D. MiguelMartínez Millán quien después de tocar el órganoen la catedral que ni los mismos ángeles, nos diver-tía en sus clases de Historia, previa provocación através de Santiago Díaz Cano, con chirigotas e inter-pretaciones extravagantes de sucesos históricos,sobre todo los relacionados con la Reforma lutera-na de la Iglesia. Al empezar la clase y de pié en elestrado, de pronto sacaba un bocadillo de sardinasen aceite del bolsillo de su vieja sotana y lo devora-ba en cinco minutos, mientras farfullaba maldicio-nes y recriminaciones sobre no sé qué prebendasde canónigos y otros oficios catedralicios. Aquellaclase era absurda y esperpéntica, en sí misma ycon aquel profesor, pero deliciosa e instructiva deotros valores. Pero “aquello” era otra historia muy

alejada de las mezquindades del “menor”.

El latín “macarrónico” con que Don Emiliano,siguiendo textos de la BAC, trataba de explicarnosla Metafísica escolástica era la lengua a utilizardurante la explicación de su asignatura y a la veztoda una tragicomedia o ejemplo de clase al estilode la universidad medieval. Afortunadamente apa-recía Santiago Díaz Cano, en la segunda fila, y “fija-ba” a Don Emiliano que se perdía en sus tesis, antí-tesis y “escolios”.

Don Julián, alias “el cojo”, impartía matemáti-cas. Disfrutaba él con la explicación de su asignatu-ra y nos hacía disfrutar a algunos, al menos aAntonio y a mí, a otros los traía por la calle de laamargura. Creo que era canónigo de la SantaIglesia Catedral de Cuenca.

Comencé a relacionarme más con otros con-discípulos, Mariano Marín García y Pascual GuijarroBurillo. El padre de Mariano y el mío se conocían deantes, desde que un tío de Mariano estuvo destina-do como guardia civil, en mi pueblo. Mariano Marínsería, andando los años, compañero de profesión,aunque no hemos coincidido ni en destinos ni enfunciones. Tambien con Leandro Cifuentes ySantiago Díaz Cano que era el jefe del cachondeo yel centro de las iniciativas lúdicas.

Tenían los curas un comedor con un ventanalcon vistas a la hoz del Júcar en el que Marín y yonos sentábamos tranquilamente a cenar, pasadaslas doce o la una de la madrugada. Había fabrica-do yo una ganzúa que abría una de las dos puertasdel comedor. Aquella ancestral mala costumbreadquirida en Uclés o la atracción de lo prohibidonos empujaba a deslizarnos por los pasillos, leve-mente iluminados por la luz que traspasaba la ven-tana existente sobre la puerta de las habitacionesde quienes , a esas horas de la noche, permanecí-an estudiando y caer en el comedor.

Con la cena en el comedor de los curas ( puesese día no bajábamos a cenar, a las nueve, en elcomedor de los seminaristas) me tomaba unRedoxón efervescente que algún cura tomaba ydejaba sobre la mesa. No existía casi diferenciaentre la comida que las monjas preparaban a loscuras y a los seminaristas, esto y el hecho de queuna noche casi nos dimos de bruces con los curasasomados al balcón, que contemplaban en la oscu-

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ridad los fuegos artificiales de las fiestas deNuestra Señora de la Luz, acabaron con aquellasvisitas nocturnas.

La libertad se respiraba; íbamos sólos sin curaque nos guiase, aunque en grupo, a jugar al fútbol,bien a la Fuensanta o bien a las Quinientas, amboscampos de arena; el primero mejor acondicionado,pues en él jugaba la “Balompédica”, entonces,creo, en primera regional o preferente. Ya no sentí-amos en nuestros oídos aquellos estridentes piti-dos de silbato de los curas de Uclés. Bajábamos engrupos reducidos, normalmente con los más ami-gos, desde Mangana al centro de la ciudad.Paseábamos por Carretería, nos acercábamos a laCasa de la Cultura, donde escuché charlas y confe-rencias interesantes.

El gusanillo de la pubertad bullía en nuestroscuerpos juveniles y Antonio Moya, Pascual Guijarro,Manolo Rozalén y yo corríamos gozosos y exultan-tes a visitar a una prima de Manolo que estudiabacon las monjas y que estaba “de cine”, en expre-sión de Antonio Moya. Agotábamos el tiempo libre,deambulando por aquella Cuenca, vestidos consotana, fajín azul (el de los seminaristas de teología,“teólogos”, era de color blanco) y bonete de cuatropicos. Alguna vez que Rufino Auñón se unió a nues-tro grupo, al final nos conducía a la pasteleríaLerma, de la calle del Agua, donde tomábamosalgún dulce y él se “colocaba” de milhojas.

Aquel primer curso de filosofía hubo quehacerse sotana nueva. Era el uniforme reglamenta-rio. Las técnicas avanzaban que era una barbari-dad y la antigua hilera de botones, del cuello a lospies, que llevaban las viejas sotanas la sustituyeronlos sastres por una cremallera, más cómoda ysobre todo que ahorraba tiempo para vestirse conella. Aquel verano estuve con Manolo en la Pueblapasando unos días y con José María Beltrán enBuenache. Dos chicas de mi pueblo, una vecina deltaller de mi padre sobre todo, me ponían bastantenervioso.

Cuando comenzamos el segundo año de filo-sofía no se incorporó al “mayor” nadie del “menor”para cursar primero de filosofía a causa de lasmodificaciones organizativas de los estudios ecle-siásticos en la diócesis. Los responsables de la for-mación eclesiástica decidieron crear un Seminario

intermedio entre “el menor” y “el mayor”, donde seestudiara quinto y sexto cursos, fijando su sede enla capital, Cuenca, en un edificio que regentaba elresponsable de Cáritas diocesana, el canónigoDon Simón.

Aquel año de segundo de filosofía comparti-mos, por tanto, algunas clases con los de tercero,en un aula poblada de animales disecados.

Hubo cambio de habitación. Pasé a ocupar laprimera habitación de la izquierda, nada más subirla escalera situada a la izquierda del zaguán deentrada. Con ventana a la calle que nos separabade la residencia de Hermanitas de los pobres.Desde mi ventana podía observar a venerablesancianos que olvidados por sus familiares eran cui-dados por las monjas. Recuerdo a Matías, un viejosimpático que nos tarareaba canciones de su pue-blo -a los seminaristas cuya ventana daba al patiode los ancianos- con su flauta de caña, fabricadapor él mismo, siempre a cambio de un cigarrillo. Enfrente de mi habitación la de Manolo Rozalén,quedaba al patio interior que había tenido yo el añoanterior.

Nos cambiaron al Rector; al venerable DonManuel Cañas le sustituyó Don Luis Garrote, primode Leandro Cifuentes.

Y encontré la clase adecuada, con el profesorperfecto y en el momento justo: “Historia de la filo-sofía” con D. Luis López Fernández, como profesor,en segundo curso, fue el punto de fusión.

He asistido, al día de hoy, a infinidad de clases,cursos, seminarios, encuentros, lecciones y charlas-pretendidamente magistrales- pero como en aquelcurso de “Historia de la filosofía”, explicado por D.Luis siguiendo un texto del italiano Franco Amerio,no he disfrutado nunca, en la docencia.

El secreto radicaba, a mi juicio, en que D. Luisno solo explicaba el por qué de los sofistas griegoso del materialismo dialéctico sino que nos transmi-tía, además, unos criterios y valores, en el fondo yen la forma, válidos para siempre, para entonces ypara hoy. Con convicción y sencillez.

Sin petulancia pero con dominio de la materiay sin pretender apabullar al alumno con su sapien-cia.

Al deporte, en el Seminario Mayor, se le daba

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hasta el Jueves Santo que nos marchamos de vaca-ciones al pueblo. De nuevo, al confrontar la doctri-na y práctica religiosa del Seminario con la popular,rebrotó la crisis religiosa, que permanecía soterra-da. Fue el principio del fín.

Los planes de marchar a estudiar a la pontificiade Comillas, que manejábamos Rozalén y yo pasa-ron a mejor vida, puesto que volví al Seminario des-pués de la Semana Santa del sesenta y nueve conla convicción de que yo no era del número de los lla-mados por el Señor para ejercer el ministerio sacer-dotal. En esa misma idea coincidieron la mitad máso menos de los condiscípulos y comenzamos a ini-ciarnos, en la habitación de Justo Martínez Millán,de Vicente Madrigal o de Pedro Martínez Moreno,en el baile moderno. La última noche en aquel edi-ficio que para mí había significado la antesala delparaíso la pasamos, casi todos los autoexcluidos,en la habitación de Manolo Rozalén, con olor apetróleo de su estufa y sabor a licor.

Otros caminos se dibujaban en el horizonte,nuevas metas y distintas gentes rodearon nuestrasvidas. Pero el bagaje adquirido en aquellos años,con aquellos curas, entrañables al fín, creo que mesirvieron, y a otros también aunque no lo reconoz-can, para no perder el rumbo en la selva de la vida.

Las vueltas y revueltas del destino, también laProvidencia, nos llevaron al encuentro de viejoscondiscípulos y compañeros, cuya comunidad depensamiento dió como fruto la Asociación de queeste Boletín es voz.

Y ya, recentísimamente, y como apéndice aeste breve relato solo me queda indicar que esemismo devenir, “fatum” que decían los romanos, oProvidencia para los cristianos, me ha devuelto, denuevo, a la Muy Noble y Leal ciudad de Cuenca,donde viví felíz los últimos años de mi truncadacarrera eclesiástica. Las nieves de febrero delsesenta y nueve y alguna zozobra del espíritu mar-chitaron mi vocación como postulante de un pues-to de trabajo en la viña del Señor. Entre aquel finalde la década de los sesenta y este segundo quin-quenio del tercer milenio he vivido otras historias,creo que apasionantes, pero eso es harina de otrocostal.

Mariano BRIONES MORENO

menos importancia, no obstante disponíamos dedos campos de baloncesto: uno en la misma expla-nada de Torremangana, donde han colocado unhorroroso amasijo de cemento y metal para conme-morar, creo, la Constitución del 78 y otro en la empi-nada ladera norte que da al Júcar. También se per-mitía el juego de cartas (ya no éramos villanos, éra-mos “filósofos”).

Solía ser Leandro Cifuentes Pastor, alias “elChifu”, uno de mis asiduos compañeros de juegode cartas y de futbolín, en la torre, salón de juegos,aunque a las cartas jugábamos en cualquier lugar.Reía a carcajadas, amplias y ostentosas, cuandoambos nos pasábamos alguna seña del juego. Fuede los pocos que al final llegó a ser ordenado sacer-dote .

Por Navidad nos fuimos a casa. Sentía ciertodesasosiego interior por la disparidad percibidaentre el mensaje del nacimiento de Cristo y las cele-braciones populares. Lo vivía como una angustiosacrisis religiosa. A la vuelta de vacaciones se locomenté a Antonio Moya. Él me dijo que se estabadando cuenta que no tenía vocación - teníamosdiecinueve años- y que probablemente sería su últi-mo año en el Seminario. Aquella conversación meintrodujo, todavía más, en un mar de dudas. Lasvisitas al director espiritual que en primer cursofuera Don Camilo, ahora Don Fortunato, se multipli-caron. Pero no me sacaban de dudas.

Febrero suele ser, en Cuenca, el mes más fríodel año. El agua que vertía, a modo de pasatiempo,sobre el alféizar de mi ventana se congelaba casi altiempo que la derramaba del vaso. A mediados demes me llamaron de casa pues había ardido, porcompleto, el taller de mi padre. En aquellos días noera habitual poseer un seguro por lo que mi padretuvo, con la ayuda generosa de algunos vecinos,que reconstruirlo a sus expensas. El señor Rectorme otorgó permiso para que me marchase al pue-blo a ayudar a mi padre en la reconstrucción.Rumiaba, entonces, y trataba de encajar la teoríamarxista de la plusvalía con el esfuerzo de edifica-ción del nuevo taller por un lado y los designios delSeñor por otro. En fín algo absurdo e inútil de lo queme dí cuenta enseguida

Durante la Semana Santa acompañamos lasprocesiones de la capital, con sotana y roquete,

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¿Qué ees lla VVocación?Para mí esa palabra tan sencilla, pero a la vez tan misteriosa, me dice mucho, pero si tuviéra-

mos que dar una efinición exacta de la dicha, yo creo que sería incapaz.

Muchas veces alo largo de nuestra vida hemos oído mucho la palabra vocación, pero si cadauno nos paráramos por un instante a pensar en sí, ¿qué es? o ¿qué definición sería la más idó-nea?, no sabríamos responder con exactitud, porque no es una palabra cualquiera sino una muyespecial. Yo pienso que todos estamos llamados a algo en esta vida, y que por lo tanto todos tene-mos una vocacón; claro está, cada uno dentro de su campo. Pero centrándome en la vocación reli-giosa sólo me vienen a la mente tres palabras: amor, entrega y confianza.

Yo creo que la vocación es un regalo de Dios que hace a un número de personas, que estándispuestos a dejarlo todo por ÉL y entregarse totalmente a ÉL y a los demás, con total sencillez y

humildad posible.

Como les relataba al principio yo no sé expresar lo que es la vcación, ahorasólo sé que cuando digo esa hermosa palabra, me vienen a la mente estas tresmaravillosas palabras; amor, entrega y confianza.

Juan Carlos Olivares Abarca, 1º bachillerato

Carlos Jarabo, 2º E.S.O.

DÍA DE SAN JOSÉ(19 DE MARZO DE 2006) - Trabajos Premiados

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Jonatan Moreno. 3º de E.S.O.

El ccuidadorJosé, padre de los padres,

prometido de la madrede Jesús bendito.

mientras cuidaste a Jesúslos ángeles desde el cielo

os tocaban con un violonchelo:unos cantaban

y otros bailaban,pero todos os adorabancomo reyes celestiales;

María lo acunabamientras tú lo mirabas.

Cuando llegaron los magostú seguías estandoy hasta que Jesús

se marchólo cuidaste con esmero

y a la Virgen María la seguiste sin miedo.

Cuidador de nuestro Señor,que en tu corazón corre el ardor

del fuego bendito y eterno.

Quisiste a Jesucristocomo a tu propio hijo,

sin pedir nada en especialmás que el amor de una mujer genial.

Tras tu muerte resucitastey te coronaron como santo,con amor te recordamos,

cuidador de nuestro Señor Jesucristo.

Amadeo Granero López. 3º de E.S.O.

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Daniel Saiz Parrilla.1º de E.S.O.

San JJosé mme lllamóSan José, llamó a mi puerta,

me dijo: “Sal, pequeño carpintero”,yo le dije: “Carpintero yo no soy,

sólo es usted aquí el Carpintero”.

Y dijo: “Cierra la puerta, muchacho,y siéntate aquí junto a mí;

te contaré lo que me sucedióenseñando a Jesús a tratar la madera.

A Jesús de pequeñole gustaba mucho el sacerdocio

y se hizo una cruz talladacon un señor tallado en ella.

Era Él dando la vidapor todos nosotros en la cruz.

Era maravilloso ver cómo la hacíay sin apenas sabiduría.

La pena es que ahorala cruz se está rompiendo;cuantos más años pasan

más se deteriora y se rompe.

Yo le llevaré a mi taller,donde mi padre trabajaba la madera

y le pedí la cruz para arreglarla.

Y me dijo: “No importa quién la trate,sino cómo la trate,

y tú has sido fiel a su palabra,por lo que te otorgo el cargo de cuidarla”.

San José confió en míy un cargo muy difícil me otorgó:

mantener limpia de malesla Santa Cruz del Señor.

Juan buleo Sierra. 1º de E.S.O.

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