boletín literario ¡basta ya! / diciembre 2014

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¡Basta Ya! Boletín Literario n° 137 Diciembre 2014 Carola Nicastro “Amelia”

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Boletín Literario editado en forma bimensual en Córdoba, Argentina.

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¡Basta Ya! Boletín Literario n° 137 Diciembre 2014 Carola Nicastro “Amelia”

Carola Nicastro - Nació en San Salvador de Jujuy.

Estudio en la escuela Manuel Belgrano y después en el Colegio Nacional. Hizo un año de Arquitectura en Córdoba y luego en la Facultad de Humanidades donde estudió Licenciatura en Pintura. Desde entonces dedicó su vida al arte,” lo que la hace muy feliz”. Trabajo en cine, Tv y teatro haciendo maquillaje, vestuario y escenografía. Actualmente es docente en varias instituciones y “nunca, nunca dejo de pintar”. Expuso en Córdoba Capital, Tilcara y San Salvador de Jujuy.

Carola Nicastro - “Sueño de Catalina”

Director: Eduardo Alberto Planas - Colaboradores permanentes: Lily Chavez, Héctor Aldo Valinotti, Alfredo Lemon, Jorge Luis Carranza, Sergio Pravaz, Silverio Enrique Escudero, Jorge Torres Roggero, Leonardo Arce. Corresponsalías: Villa Dolores: Gabriela Bayarri, Villa María: Griselda Rulfo

Registro Propiedad Intelectual nº 598958. Hecho el depósito que marca la ley 11.723. Contacto: [email protected] Blog: www.boletinliterariobastaya.blogspot.com. Tel: 0351- 4886974 / 156170141. Esta revista se terminó de imprimir en Grafica 21 –Duarte Quiroz N° 1702, Córdoba. Fotos: www.google. com.ar

CONTENIDOS

Truenos – Jorge Luis Carranza / Nacidero - Ante la blanca

situación de caos – Camila García Reyna / Desvelad os –

José Santiago / Honor y gloria a las Mariposas de l a

libertad – Silverio Enrique Escudero / Quisiera – E duardo

Alberto Planas / Acerca del silencio en la poesía d e Aldo

Parfeniuk – Jorge Torres Roggero / Las manzanas de

Cézanne – Alfredo Gómez Alonso / Un grave problema

del Norte de Córdoba – Héctor Aldo Valinotti / Ma rcelo

Torelli: el éxtasis del verbo y la desdicha - Alfre do Lemon /

Bodyhoood (Momentos de una vida): Una oda al tiempo –

Leonardo Arce / El interior es Cultura – Gabriela B ayarri

Truenos Tormenta de verano. Un trueno de aquellos hace temblar la casa. La niña, de apenas dos años, suspira hondo, se sube a la falda, me toma bien fuerte de la mano y se apoya en mi pecho. En mi pecho que ha sido visitado ya algunas veces por el trueno de la muerte.

Jorge Luis Carranza

Nacidero

un niño de villa los galpones toca el piano sus dedos se mueven agilísimos van de acá para allá con la sorpresa un niño de la villa de doce años toca el piano como se toca el mundo cuando se nace el amor desde las manos inventa crece la música la magia tiene almita de volar de florecer se le escapa al dolor lo reconoce pero es más estalla dignifica abraza más hondo que una madre un niño de doce años de la villa toca el piano como las cosas simples con la verdad de toda cosa simple algo en el mundo no está mal algo en el mundo trae luz un niño amasa a golpecitos la belleza

Camila García Reyna

Ante la blanca situación de caos nos está doliendo ser gente pisar la tierra nos está doliendo el diablo del tridente vive en córdoba pero viaja a panamá mientras se tarda el caos se transforma en una guerra de los blancos y los negros y adivinen quién la pierde estuve mirando noticias y noticias aparecen todos los nombres de los súper aparecen incluso sus direcciones y sus barrios de los heridos y los posibles muertos nada sólo números aparecen los nombres de los hipermercados se dan cuenta? no aparecen los nombres de la gente a veces tengo miedo tengo miedo a la chica que postea en facebook que a los negros de mierda hay que cortarles las manos tengo miedo a los vecinos de nueva córdoba que apalearon a un morocho por las dudas tengo miedo del discurso de la seguridad de que refuercen el discurso de la seguridad y se vayan a buscar a los culpables a las villas

ahí siempre están todos los culpables lo dice esa chica que quiere cortarles las manos y lo dicen tantos que da miedo tengo miedo a los se espantan porque les pintaron la catedral y no porque a los pibes los alcen cada diez minutos sin motivo hay una detención arbitraria cada diez minutos todos los días cada diez minutos todos los días qué pensaría dios? tengo miedo a los que cuidan la propiedad privada con un arma calibre 22 debajo de la almohada a los que les preocupa más un televisor que la vida de un ser humano a los que les preocupa más el orden que el hambre a los que les preocupa más el consumo que el amor estamos matando al mundo lo único que hace falta es el amor ya lo dije y el amor no es represor el amor no es capitalista el amor jamás puede ser capitalista el amor implica que todos puedan algo que todos sean libres a veces tengo miedo un miedo hiperbólico incontrolable hacia los blancos

Camila García Reyna

Desvelados

¿Volverá a dormir una ciudad a la que le rompieron las vidrieras, la invisibilidad y la soberbia? Cómo cerrarán sus ojos los que en cinco minutos se quedaron sin nada, si todavía la pesadilla camina sus gargantas. ¿Quiénes aquietarán las calles, si aún se oye el rumor del miedo y recién ahora suenan, fríos y distantes, diálogos en los balcones?

Cuándo desarmarán las barricadas los que creen defenderse, pero igual están a mereced del sistema. A dónde están los que irrumpieron desde los márgenes, unos sólo por violencia, otros hartos de ser el alimento que los poderosos condimentan, mastican y vomitan.

¿Dormirán los que gritaban “por las dudas les peguemos”, movidos por la paranoia, el desconcierto y la desprotección? ¿Dormirá esta noche el policía que lloró por regresar junto a su hijo?

Quién calmará los llantos del insomnio y juntará las balas. Quién le explicará a los “blancos” y a los “negros” que los gusanos no distinguen en el polvo.

José no dormirá esta noche expuesto al desconcierto en su casa, La Cañada.

¿Adónde van la ignorancia, los egoísmos cruzados y el error de quienes impulsan “bombas para lacras”? ¿Alguien despertará al muerto muerto y a los vivos muertos que el Suquía se lleva silencioso? ¿Continuarán con el circo los que reinan desde sus cuartos confortables, limpias ya sus bocas con las servilletas del cinismo?

Mientras, el ciruja de Boulevard San Juan y Cañada se despereza entre latas y perros que le cuidan la tristeza. En esta madrugada todavía permanecen las sombras, nuestras miserias en el espejo del tiempo.

¿Alguno sabía el nombre del vendedor de La Luciérnaga que contó en un diario: “No soy choro, me llamo Gonzalo”? ¿Seguirán otras mil horas de negociación y tantas más de exclusión?

Y después del conflicto caminar por la espalda de la noche y ver que los padres juegan con sus hijos y ríen. Recuperar la confianza porque en un kiosco de San Lorenzo se acaricia una guitarra. Imposible morir ahora si en un barcito, a las tres de la madrugada, un viejo de impecable traje negro espera a alguien que no va a llegar nunca.

Ahora los porteros -asomados al ruido de las bocinas- vigilan con la radio y, en plaza San Martín, muchachos de Cotreco juntan nuestros egos rotos.

¿Qué separan las vallas amarillas de la Legislatura, existe el código por portación de discurso, cuántos países habitan Córdoba?

Cómo hacen los que intentan transformar la realidad sin bajar los brazos, más allá de cualquier partido político, empujados por el amor. ¿Podremos cambiar la desesperanza de tu viejo o del mío si ven la historia repetirse?

La calle Trejo desértica, sin la música de Fara cantando y una bicicleta atada al árbol de Vélez Sarsfield sin dueño ni nombre.

Quién abrazará a la señora que esta madrugada empuñaba temerosa un cuchillo en su casa. ¿Reaccionarán sobre Dean Funes los tres ángeles que siempre están a punto de hablar o correr?

Ojalá encuentre fuerzas Walter Zúñiga, que a las cuatro de la madrugada regresa a su comercio de 27 de Abril a reponer mercadería para empezar de nuevo.

¿Habrá rezado antes de acostarse el abogado Ortiz Pellegrini o sólo se acarició el bigote después del acuerdo?

Ya es tarde y dos chicas estudian una materia. Córdoba da vueltas en la cama, una pareja lo hará toda la noche, alguien pide café con crema, un móvil policial detiene a unos pibes y los semáforos, intermitentes, le guiñan al viento. Regresan los gendarmes, frenados a mitad de camino, otra vez a sus cuarteles.

¿Descansarán los ladrones, las chicas de calle Catamarca y los empresarios? ¿Se puede escuchar, se puede digerir, “que vuelvan los militares”?

Quiénes buscarán consuelo en el agua del Buen Pastor. ¿Alguna vez darán afecto y no dinero los cajeros automáticos?

Habría que girar la llave de los prejuicios para que nadie quede afuera o lejos.

¿Lograremos vestir los maniquíes despojados, desnudos sobre la vereda? ¿Cómo dormir nuestros desvelos en un diciembre de fuego?

Quizá con el tiempo distingamos nuestro propio saqueo para no quedar tan lejos del otro.

¿Hace cuánto dejamos de encontrarnos?

José Santiago

Honor y gloria a las Mariposas de la Libertad

Esta vez, como en muchas otras ocasiones, levantamos la voz –para unirla a la de millones de hombres y mujeres libres- con la intención de condenar a los dictadores que han ensangrentado América Latina en beneficio propio y de sus perversiones. La alzamos, también, en contra de la doble moral de una población que, silente, está presta a complacer los antojos de los tiranos.

Una muestra de ello es la ciega obediencia a la autoridad producto del terror. Así, leemos en nuestro añejo diccionario de Filosofía la ponderación excesiva de los méritos reales o ficticios de tamaños personajes y la “conversión del nombre de una personalidad histórica” en un tótem, un fetiche o un dios principal de una constelación de segunda categoría, que aspira a reemplazar la voluntad individual del hombre, no por la acción colectiva del pueblo “sino por los deseos y la voluntad unívoca de esos supuestos grandes hombres”. Todos heroicos caudillos militares vencedores de batallas inexistentes, héroes de pacotilla o ideólogos de mentalidad obtusa y abstrusa.

Marcos Pérez Jiménez, Anastasio Somoza, Rafael Leónidas Trujillo y Alfredo Stroessner, fueron quizás los más sanguinarios. Discutirlo es una tarea ociosa. Pusieron todos los recursos del poder a su omnímoda voluntad. Si la división de los poderes fue una ilusión; el sometimiento de la Justicia, una realidad. Los jueces debían jurar, como los encartados, por una fórmula que exaltaba las virtudes morales del Supremo.

Rafael Leónidas Trujillo, también conocido por los propios como El Benefactor, gobernó la República Dominicana durante 31 años. Fue responsable de la muerte de cincuenta mil opositores reales o imaginarios. A los que se deben sumar otros veinte mil, producto de un brote racista y xenófobo, en una noche de copas. En la ocasión, ordenó al ejército la erradicación masiva de la población de origen haitiano que residía en el territorio dominicano, particularmente en las fincas agrícolas situadas a lo largo de la frontera entre República Dominicana y Haití. Y reclamó, de paso, que la población entera demuestre su pureza racial.

Célebre es su discurso en el que anunció su decisión de blanquear la población dominicana. Sus representantes participaron en forma activa en la Conferencia de Evian –convocada por el presidente Franklin D. Roosevelt- donde se discutió la suerte de los judíos víctimas de las políticas discriminatorias del régimen nazi. Trujillo firmó un convenio por el cual la comunidad judía de Nueva York abonó un millón de dólares para que recibiera un fuerte contingente de refugiados franceses. El Benefactor, con la bolsa en su poder, permitió el ingreso de sólo 853 personas.

La inmigración española, protegida por un acuerdo suscripto con la República Española, primero, y con el Gobierno Español en el Exilio después, corrió igual suerte. Al gobierno dominicano sólo le importaban los aportes económicos. Pronto los españoles fueron recluidos en colonias agrícolas, describió Jesús de Galíndez en su libro La Era de Trujillo, publicado en 1956 en Santiago de Chile. Y no lograron afianzarse “en gran parte porque sus integrantes no eran agricultores y menos aún adaptables al clima del trópico”. Muchos murieron de hambre sin la asistencia médica que debía garantizar el gobierno.

La megalomanía de Trujillo no tenía límites. Erigió en su honor más de 650 estatuas y 2.430 bustos. Ansiaba más honores. En 1959 mandó a que, en el sitio donde se levanta El Faro a Colón, que contiene la tumba del almirante en Santo Domingo, se construyera un conjunto arquitectónico para albergar la más grande estatua posible que inmortalizara su excelsa figura.

Es hora de que dejemos de lado esos pequeños detalles. El nuevo aniversario del asesinato de las hermanas Patria, Minerva y María Teresa Mirabal –Las Mariposas- a manos de la policía secreta, exige que seamos certeros en el uso de los conceptos. No fue sólo un asesinato político a pesar de las responsabilidades políticas de Minerva, vicepresidente del Movimiento Revolucionario 14 de Junio, espacio donde convergieron resistentes de todo el arco ideológico junto a hombres y mujeres de buena voluntad hastiados de tanto cinismo, impudicia y desvergüenza.

La tragedia de Enrique Mirabal, su mujer y sus cuatro hijas Patria Mercedes, Bélgica Adela (Dedé) –que los sobrevive-, María Argentina Minerva y Antonia María Teresa, tiene otros condimentos.

Comenzó cuando el servicio secreto de Rafael Leónidas Trujillo, también conocido como El Jefe, El Generalísimo, El Chivo o El Chapita, avisó a la familia Mirabal que debía asistir a un baile organizado en honor del dictador. Apenas comenzó la fiesta, El Benefactor, valiente y decidido, encaminó sus pasos hacia donde se encontraba Minerva. Eran el punto de atención de todos, pero la dama, en forma abrupta, abandonó la escena. Había osado rechazar los galanteos de El Jefe.

Los once años siguientes fueron de terror. Encarcelamientos, violaciones y torturas. El servicio secreto, que proporcionaba hermosas mujeres al tirano, seguía a sol y a sombra a las hermanas Mirabal. El Chapita las quería muertas y la orden ya estaba cursada.

El 25 de noviembre de 1960 fueron detenidas e introducidas a empujones en un camión para llevarlas al lugar donde fueron brutalmente asesinadas a garrotazos y sus cadáveres introducidos en un jeep que terminó en el fondo de un precipicio, para simular un accidente en el que nadie creyó.

Por Silverio E. Escudero

Publicado en Comercio y Justicia el 26/11/2014

Quisiera

Quisiera mirar por una ventana el mar, caminar sobre la arena, entre poemas de arena. Sentir la blanca

espuma entre los pies, flotar en el verde- azul, y sumergirme en el índigo de tus ojos. O serpentear por el

sendero entre las rocas ancestrales de la ciudad oculta. Caminar sin prisa por las calles de la aldea;

cobijarme en la sombra del gigantesco árbol. Sin ruidos. Sin palabras, que no sean las del silencio.

Permanecer respirando la luz. Sentir Un tiempo sin tiempo, de madreselvas y jazmines. Días de fulgores y

noches con estrellas fugaces. Contemplar la penumbra del crepúsculo, tiñendo de rojo los cerros y el crepitar

de los leños, que nos alejan de la intemperie. El frágil alimento de la música. Apoyar mi cabeza en tu regazo y

mirar las estrellas, para ver si Casiopea se rinde ante tu belleza. Compartir un libro, beber un café. Un poco de

aquello que nos hizo felices. Y si llega el desierto, que sea contigo.

Eduardo Alberto Planas

Acerca del silencio en la poesía de Aldo Parfeniuk

En primer lugar, debo confesarlo, me declaro adicto a la poesía de

Aldo Parfeniuk. En segundo lugar, considero que mi adicción es la

puerta de entrada a un intento de comprensión de este libro de

extraño título: Un poema no debe hablar.

En efecto, ¿cómo saber qué nos dice un poema callado? ¿Qué

misterio, éxtasis o degradación, esconde un título que parece

contener un mandato tan perentorio? Busco, entonces, alguna

respuesta poniendo en contexto su obra anterior y rastreo,

posteriormente, donde están los núcleos de sentido del libro que

nos ocupa.

En un primer momento, trato de establecer una relación entrePor

donde el cerro sube al cielo y Un poema no debe hablar. En el

primer libro, está latente la posibilidad de que el arte, comunicación

pública al fin, se vea obligado a compartir significaciones

banalizadas que forzosamente, no sólo generalizan, sino que

también empobrecen la fuerza vital del creador individual, las

voces del inconsciente. Sería bueno que cada poeta disfrutara su

propio lenguaje, gozara de cierta exclusividad para sus

necesidades de expresión. Pero ocurre que, dada la naturaleza

convencional del habla humana, ese lenguaje sólo puede ser el

silencio. Es decir, la palabra, como el ambiente, ha sido afectada

por la acción del hombre.

En Por donde el cerro sube al cielo, Aldo Parfeniuk vivenciaba una

terrible posibilidad: a lo mejor, la deshumanización del S.XXI, los

elementos propios de la edad tecnocrática y de la masificación de

la cultura, la erosión descarada de los valores que el liberalismo

decía sustentar, no sólo han afectado a la naturaleza, sino también

al lenguaje.

Esta especie de terror, lo induce a recurrir, en este poemario, a

ciertas intuiciones de George Steiner que, en Lenguaje y silencio,

da testimonio acerca de la entrada del poeta en el silencio.

Paradojalmente, eligen el silencio los que mejor pueden hablar. En

realidad, ese refugio en el mutismo es un lanzarse en el abismo de

lo inexpresable. El silencio como misterio y como culminación,

como límite con la noche o, a lo mejor, con una luz inexpresable, en

que sólo se puede articular un balbuceo, la glosolalia del infante

sin destetar, como dicen los cabalistas.

De ahí que en el primer poema, “Dedicatoria”, el poeta testimonia la

partida hacia la “última palabra” que no es otra que la de la

poesía “que quisiera/ pero no puede/no hablar”. Mediante

paradojas: “para los desaparecidos: / cada vez más presentes / que

muchos/ de los que pasan todo el tiempo/ haciéndose ver”; “para

los que se fueron/ del libro de poemas/ cansados de incumplidas

promesas/ y hoy recogen imágenes y aullidos/ en las web y en los

recitales”. O antítesis llenas de ironía: “para los chicos/ que desde

una montaña de basura/ miran a los lejos/ sin comprender qué les

decimos/ cuando les decimos: el Futuro es de ustedes”. También

están los que “sin twiter ni facebook” deambulan porutopos (los sin

lugar en el mundo) y los que siempre reciben el micrófono apagado.

Para los que no creen que asistimos a una gran función, dedica

esta poesía que todavía es silencio pero que está construida con la

extraña estructura de las letanías, o sea, de los rezos corales y

comunitarios. Por eso este primer poema introductorio, en que se

nos anticipa por medio de una fórmula adversativa que quisiera

pero no puede hablar, está construido como una gran anáfora.

Repite sin cesar la dedicatoria “para” con valor de invocación

elíptica cuyo desenlace se revela al final: el poeta “no puede no

hablar”. El poema ha sido, en realidad, el campo de resonancia de

una letanía apotropeica, o sea, para conjurar el mal, para redimir la

palabra. Por eso, en estas páginas, prolifera la paradoja: “Sí, nos

dice el poeta, no hay poesía más grande que el silencio. / No hay

poesía más alta que el silencio: / el silencio negro, ese que atrae

todo; hasta / los granos de luz de la verdad más pequeña”. El

silencio como los agujeros negros de los astrónomos contienen los

mundos futuros por que la “oscuridad / permite divisar los fuegos, /

las estrella, los sueños / más lejanos.”

El problema está en los críticos, los especialistas en letras. Tienen

decodificados a todos los grandes poetas, pero se han olvidado

cómo se hace para que el poema suelte su “voz de simple canto”.

Algunos manejan los recursos de la retórica, pero son incapaces de

lograr que hable el silencio de las cosas: “no alcanzan a trasladar a

la voz, dice el poeta, / los argumentos de un pájaro del monte/ la

respuesta de la flor”. En el mundo de la comunicación vivimos en

una red de simulacros: los nombres “se hacen humo antes de llegar

al oído”; a las palabras vacías les “han robado todo su silencio”: la

voz se deshace en “pequeños golpes de aire”, es decir, meras

flatulencias. Los poetas trotan sobre las metáforas como sobre la

cinta del gym. “no dejan de andar / sobre sí / ensimismados/

transpirando el código”. Así como a los gordos el bioquímico no nos

encuentra la vena, los poetas no pueden encontrar “la vena

poética”. Claro, el poeta le tiene miedo “a la poética del pozo”, o

sea, la de las profundidades, la del agua clara del Yuspe.

Vemos así como Aldo Parfeniuk, no renuncia, siguiendo una tónica

del libro anterior, a los llamados geoculturales. El arraigo libra a los

símbolos poéticos de la retórica formalista que, como diría

Marechal, siempre nos está vigilando con la alpargata en la mano

para disciplinarnos. Es en esas orillas silenciosas del arraigo en

que la poesía tiene su lugar:“casi en las afueras de todo / desde

donde empujan las fuerzas de lo que fue /y será”. Ese lugar que,

como insiste el poeta, es “ningún lugar”, utopos.

Se van configurando, así, ciertos temas recurrentes en la poesía de

Parfeniuk. Uno es la inminencia, o sea, aquello que ya está por

ocurrir, pero todavía no ocurre: “el silencio de los brotes / de las

inminencias”. Otro, la necesidad de llegar a la palabra dejándose

llevar por la palabra “hasta/donde/aún / ella no era / todavía/

palabra” como quien se deja arrastrar por las aguas claras del

Yuspe. Porque, siempre, la palabra del poeta, “la que se resiste/ a

morir intoxicada en la epidemia comunicacional”, es la que eligen

no decir aquellos que “por saber/ saben que su decir sería/ nada”.

En el poemario, el mutismo desemboca en cierto climax que nos

arroja en el paroxismo creador. El poeta repite“silencio, silencio,

silencio” para presentarlo como “esa espesa sombra / en la que

todo se nombra”. Con voz profética pide que escuchemos bien: “no

hay poesía más alta que el silencio/ no hay silencio más hondo que

la poesía/ aunque para decirlo hagan falta/ -todavía-/ demasiadas

palabras”.

Hasta aquí Steiner, a quien el poeta le da la razón, lo llama amigo,

y concluye: “Si sabrá de esto/ el silencio más hondo, / más grande/

la poesía”. De acuerdo a estas vivencias, el silencio es alfa y

omega, de él venimos y hacia él vamos, peleándonos en “un

adentro de malentendidos”. Hay una inundación de palabras, dice

el poeta, pero falta poesía. Como la declaración de la Junta de

Defensa Civil: “cuando hay inundación lo primero que falta es el

agua”.

El silencio es noche “adentro de la noche”. “Los rumores de las

cosas” parece que andan buscando un lugar que se les hubiera

quitado. Uno afina el corazón, pero la noche se niega a “ser pasada

en limpio”.

Y aquí no podemos menos que mencionar el que, para mí, es el

poema núcleo de este libro. El poeta saluda a Teodoro Adorno,

homenajea a Italo Calvino, pero solo recuerda a Walter Benjamin.

Sabemos que recordar es volver a vivir con el corazón.

Veníamos observando que en el fondo oscuro del silencio, en

muchos poemas, siempre hay un resto, una semilla de luz.

Benjamin es el implacable profeta que denuncia cómo el arte de

occidente ha perdido “el aura” y ha cerrado sus horizontes. Como

dice Parfeniuk: “¿quién mira hoy de cerca una palabra; /tan cerca/

que alcance a ver sus lejanías?”

Benjamin articula, en su terrible visión del Ángel de la Historia, a la

kabalá judía y a Marx. Desde la kabalá, Benjamin nos anuncia “la

caída”. Esa caída es, ante todo, la caída del lenguaje. El lenguaje

caído se apodera de la “abstracción”, el “juicio” y de la

“significación”. Ya no es un “médium” (un intermediario), sino un

“medio de comunicación”. Cae en la exterioridad del saber al que

se le llama conocimiento; cae desde el nombre divino y recala en

los signos. Al exiliarse del Nombre, o sea, al expulsarse del

paraíso, el lenguaje pierde la magia inmanente, lo que Benjamin

denomina el aura, lo que aquí hemos llamado poder apotropeico.

La caída del lenguaje es la teoría burguesa de la arbitrariedad del

signo. Al abandonar el lenguaje puro del Nombre, el hombre hace

del lenguaje un simple signo que ignora su propia caída. El signo es

el fetiche de la burguesía neoliberal, su mercancía trascendental. El

lenguaje es cosificado, reificado. El envío indefinido de un signo al

otro no sería, como en Saussure, una condición diferencial, sino la

catástrofe original del lenguaje. Es en este sentido que Benjamin

articula la kabalá y Marx mediante su denuncia de que la

semiología moderna sólo refleja un estado presente del lenguaje

caído. No sabe que ella misma es el síntoma de esta enfermedad.

En efecto, Marx es el que muestra cómo la apariencia se vuelve

realidad. El capitalismo se deja llevar por el mundo y el lenguaje de

la mercancía, el contenido de la forma se difumina. En un mundo

de mercancías cada objeto es un signo y el signo del conjunto de

los objetos es el dinero. El dinero puede ser reemplazado por

signos de sí mismo, signos de segundo grado; billetes de banco,

letras de cambio, cheques y tantos más. En cierto sentido, toda

mercancía es un signo. Y si yo veo simples signos en los

caracteres sociales que revisten las cosas, les estoy dando el

sentido de ficciones convencionales. Marx se olvida del trabajo

social, de la producción que viene ocupar el lugar de la poesía.

En todo caso, esta vertiente presente en los poemas de Parfeniuk,

filósofo y poeta, nos avisa de que las palabras sufren. Que el

silencio está dentro del lenguaje, que los idiomas son organismos

vivos sujetos de decadencia y muerte, pero también de

resurrección porque contienen inmensos depósitos de vida. El

poeta les llama permanentemente luz y la esperanza es la

reconquista del lenguaje dilapidado. Hay que ponerse en la tarea

de dar nombre nuevamente a las cosas. Los valores burgueses no

sólo han afectado el ecosistema, sino también el lenguaje. Se trata

de no separar a los seres humanos en islotes de intimidad y

silencio, de no reducir el papel del poeta en la sociedad y en la vida

de las palabras. Porque también se corre el riesgo de perecer por el

silencio. El poeta busca refugio en el mutismo hasta que la marea

de lo hasta ese momento indecible presenta, como un milagro, la

gracia de sus sentidos profundos.

Parfeniuk, en determinado momento, inicia un viaje hacia el “aura”.

Un viaje que le permita la resurrección de los signos, la posibilidad

de una noticia acerca de un lugar “donde cantan todavía las

palabras”. Donde las palabras son un saludo, un “sencillo

estandarte / de la sonrisa humana/ desnuda / de consignas, de

credos / y de razas”. Se trata de aplicar la oreja a algo que no se entiende, pero que “tararea bajito”. El poeta regresa a las

resonancias geoculturales, a eikon, la casa: “Una casa sin puertas /

el techo de chapas agujereado”(…)”Donde la tierra es joven / y el

aire liberado / hay una pequeña / y casi perdida casa”. Y allí sucede

lo insólitamente humano. Las palabras espían, nos echan miradas,

son como huellas, como rastros. Como en los ecopoemas de Por

donde sube el cerro al cielo vuelve al Sur como símbolo de lo

todavía vivo, del utopos o no-lugar que guarda rastros del Nombre

Divino. Usuahia, Yuspe, utopos, lugares del tiempo en que nadie se

moría. El poema guarda vivos a los que parecen muertos. La

poesía golpea a nuestra puerta.

Y como a Aldo le gustan los conjuros yo digo que es de la mano del

siempre recordado Romilio Ribero, poeta cordobés que, con tonada

chuncana, conjura a los signos vacíos. En el poema “Romiliana”,

Parfeniuk rescata este verso del capillense: “Mi país prodigioso se

duerme con el viento”. Este escuchar “ecos de antiguas voces /

rebotando en el viento”, esta invocación al fantasma luminoso de

Romilio Ribero “como rezándole/ a las altas montañas”, es la

emergencia de las voces geoculturales que vienen de nuestros re-

profundos y que si no hablan y se quedan calladas, es porque son

censuradas, intoxicadas. Es ponerse del lado del poder chamánico

en la reconquista de la palabra perdida porque la poesía todavía es

una letanía que nos resguarda de la muerte. Como el acto

amoroso, no habla, es.

Y concluyo con la extraña historia del ángel particular de Aldo y

Silvia, según un relato que otro poeta cordobés, Julio Requena,

tituló: “Yo, Nahín, el angelito protector”. Cuenta que en un viaje a

Los Hornillos, Traslasierra, visitan a María Elena Roquier y a su

pareja Javier del Corro, de “extraño rostro crístico”. En la

conversación, Julio hace alusión al peligroso camino de las Altas

Cumbres, “esa desenrollada espiral del ADN de la muerte”.

Entonces, Elena les regala un pequeño angelito al que bautizó

Nahín. “Es un regalo de protección, dice. Para que nada malo les

pase a los tres”. Regresan ya noche. Curvas y contra-curvas. De

golpe, la luz de enfrente de un camión. Encandilamiento, chirrido de

frenos. Salida del camino. La rueda delantera había quedado

suspendida del abismo. “No tengás miedo, dice Julio, el angelito

nos protege”. Aldo, filósofo y poeta, calla. Continúan el camino.

Llegan a Carlos Paz. Al entrar Aldo a su casa, alguien le apunta

con una escopeta. Los tres hijos de Silvia, amordazados, atados,

tomados de rehenes. De pronto, una figura luminosa como aurora

boreal ilumina súbitamente la puerta de entrada. El angelito Nahín

estaba ahí con estatura normal diciendo: “Nada ha pasado.

Ustedes muchachos, vuelvan a sus casas y no pequen más”.

Asombrados, hipnotizados, obedecieron. Nahín también había

desaparecido. Silvia corrió al auto y ahí estaba reducido a su

tamaño normal, balanceándose en el espejo, pero cada vez más

parecido a su creadora, María Elena, porque todo se parece a todo,

dice Julio Requena y añade: “Según esto: yo soy vos y vos sos yo,

y el nosotros es el yo de toda la humanidad.”

Nahín, el ángel protector de Aldo y Silvia, como el silencio, es

demasiado extraño, diría Requena, para tener una explicación. El

relato, ¿es realidad o sólo un cuento literario? ¿Es la palabra un

borde que da hacia la indeterminación sin fondo del silencio?

Cualquiera sea la respuesta, gracias, Aldo, por hacernos sentir el

vértigo del abismo, el límite de la palabra, con la certeza de lo

inescrutable y la presencia cierta de algún Nahín, ese ángel

protector, pariente criollo “nacido de mujer”, del terrible Ángel de la

Historia de Walter Benjamin.

Jorge Torres Roggero

Fuentes bibliográficas:

BLOOM, Harold, 1992, La cábala y la crítica, Caracas, Monte Avila

Editores

LEFEVRE, Henri, 1970, “Forma, función y estructura en El Capital”.

En: AA.VV., Estructuralismo y marxismo, México, Editorial Grijalbo, S.A.

PARFENIUK, Aldo, 1996, Un cielo, unas montañas, Córdoba, Narvaja

Editor

, 2010, Por donde sube el cerro al cielo, Córdoba,

Babel

, 2014, Un poema no debe hablar, Córdoba, Alción

Editora

SCHOLEM, Gershom, 2003, Walter Benjamin y su ángel, Buenos Aires,

Fondo de Cultura Económica

STEINER, George, 1990, Lenguaje y silencio. Ensayos sobre la literatura,

el lenguaje y lo inhumano, México, Gedisa Editorial

Wohlfarth, Irving, “Sobre algunos motivos judíos en Benjamin”.

En: AA.VV., 1999, Cábala y deconstrucción, Barcelona, Azul Editorial.

Las Manzanas de Cézanne

(Sobre pinturas de Paul Cézanne).

Por Alfredo Gómez Alonso

Paul Cézanne fue un poeta de los ángulos. Tejados de aldea, pinos de trama quebradiza y facetadas laderas montañosas, delatan ese componente unificador impartiendo coherencia y lirismo por toda la superficie de sus cuadros. Sin embargo, resulta paradójico que al concebir sus frutas, en la actitud al pintarlas, en el modo de ubicarlas en el espacio, Cézanne olvidó por completo la existencia de los ángulos, con poesía y todo, amparándose en otro credo pictórico, como adoptando una diferente personalidad creativa.

Las frutas de Cézanne son para comer, porque son frutas en tonos de primavera, verdes, amarillas, rojas y también todo ello junto, porque son frutas tiernas y maduras a la vez, en las que coexisten las diferentes etapas vegetales. Son frutas en todas las

conjugaciones, en todos los tiempos. Pero en ellas se torna extraña la ausencia de los ángulos, esos espacios partidos, su rara cualidad oblicua, el juego encontradizo de planos tan distintivo, en razón de que Cezanne puso de lado, precisamente, esos agudos accidentes que revelan lo más auténtico de su geometría personal.

De modo que, en éste punto, y en acto completamente deliberado, decido tomar la mano de Cézanne para dotar sus frutas con la naturaleza que les corresponde, con la esencia que les fue escamoteada, valiéndome para ello de los atributos angulares de varias pinturas suyas.

Comienzo eligiendo y separo, clasifico. Están las de mi gusto, hay otras que se pueden ver en los museos, también las que son más famosas, y luego aquellas, aquellas verdaderamente ásperas, que parecen hechas a machetazos, como salidas del despecho o de accesos de rabia. Son éstas, con toda exactitud éstas mismas, las que necesito para mi tarea. Esta brusquedad en la tela, una voluntad de romper el espacio, la decisión de doblar la realidad como si se tratara de una antigua ceremonia geodésica. Es esto lo que necesito.

Pongo manos a la obra sobreponiendo limones a unos cerros con acantilados, intento asociar manzanas con laderas cortadas y callejones a no se sabe dónde, pero saltan a la vista errores absurdos al quedar fuera de cuadro el asa de una jarra y un pliego de mantel. Me aplico en las pinturas compaginando siluetas y figuras fracturadas, haciendo coincidir aristas duras con una suavidad rojiza de peras y hojuelas de cebollas, buscando fundir colores y empastar difícilmente matices y degradaciones de

sustitución improbable. Es una labor ardua y paciente, porque, advierto ahora, no concuerdan el estampado de las cortinas y del paño bajo la canasta de frutas.

Para terminar, apelo a la cronología seleccionando piezas de la misma época en busca de uniformidad cromática, afinidad formal, de maneras de hacer emparentadas. Pero para mi sorpresa, el pintor exhibe un pensamiento rector y profundo que aglutina casi toda su producción dentro de una lógica homogénea, así que desisto ante ésta consistencia monolítica y doy por terminada la faena.

El trabajo ha sido afanoso, pero el perfil de varios montajes es bueno, notable ante todo en el aspecto de las manzanas por la calidez y dulzura del color. Estas son manzanas irregulares, esquinadas, inconexas, pero que muestran sus entrañas sin rubor, con una autenticidad antes inexistente. Estas son las manzanas apropiadas, con semillas que brillan de éste lado del espacio mientras las cáscaras se descubren deslizándose por superficies ajenas, y cuyas pulpas mansas padecen una perspectiva fragmentaria, en pedazos que resulta imposible recomponer.

Ahora hay una cualidad espléndida y veraz en éstas frutas, tan desconcertante como real, tan evidente como asombrosa, porque ahora sus cortezas, rotas y discordantes, se abren como un paisaje inverosímil, como una geometría de volúmenes despedazados con los que se podría armar otras frutas imaginables, un sinnúmero de manzanas posibles. Surge el efecto de un rompecabezas en el cosmos, en varias dimensiones, realizado, por ésta vez, a la

medida de un legítimo poeta de los ángulos. Estas son, no hay ninguna duda, las verdaderas manzanas de Cézanne.

Alfredo Gómez Alonso

Un problema grave del norte de Córdoba

Durante un gobierno militar (cuyo titular prefiero, por el momento, no consignar) el interventor en Córdoba recibió un radiograma reclamando su

presencia en Buenos Aires para tratar, con urgencia, “un grave problema” del norte de la provincia. Como se sabe, el norte de Córdoba es una

región de la que todo el mundo habla pero que muy pocos conocen. Su “ventaja” es que sus problemas son siempre los mismos. De manera

que el delegado federal partió con diversas carpetas, entre las cuales se encontraban: El Mal de Chagas, las escuelas-ranchos, la falta de

agua, el estado de los caminos rurales y vecinales, la elevada mortalidad infantil, la construcción de diversos diques, el nivel de agua de Mar

Chiquita, la tala indiscriminada del bosque nativo, el tema de la paloma dorada, y otras cuestiones “menores”. En las pocas palabras que, a su

llegada, pudo intercambiar con sus colaboradores locales (era evidente que hablaba desde una oficina donde era oído por otras personas), el

interventor sólo les dijo que ninguna de las carpetas le había sido útil. De modo que la incógnita sobre “el problema” se mantuvo.

Todo se aclaró a la noche, cuando el funcionario aterrizó en el aeropuerto local de Pajas Blancas. El diálogo fue el siguiente:

- ¿De qué trató….?

- El presidente quiere suspender el festival de Jesús María.

- ¿Por qué causas?

- Porque dice que allí hay caballos que han sido domados más de veinte veces.

Como se recordará, el General Ongania, aunque hijo de un tambero, pertenecía al arma de la caballería.

Tiempo después el interventor tendría con Ongania la siguiente conversación “- Me han dicho que usted va a la universidad y que da clases

¿Es cierto eso...? ¿No es una calumnia...?”

-No. Es lo que hice siempre.

-Y los alumnos… ¿cómo lo tratan...?

-Me tratan bien. Me piden puestos.

-Y usted… ¿qué hace...?

-Si tengo vacantes se las doy.

Para Ongania, milico ultra montano, esto era un exceso de permisividad, de modo que cambió al gobernador y fue el comienzo de un doloroso

proceso que habría de culminar con el Cordobazo y el Viborazo, lo que fue el fin del propio Ongania. Milico cuartelero, Córdoba le disgustaba

al punto que se negó a visitar la tumba del General Paz, en la Catedral en l967, visita que estaba incluida en el protocolo. Bonaerense típico,

tenía una actitud paternalista con las provincias del norte (Catamarca, La Rioja), que lo recibían muy bien por obvias razones presupuestarias

de coparticipación federal.

Ongania, pertenecía a los cursillos de cristiandad y era profundamente antiperonista y anticomunista. Su última hazaña fue proveer gelatina a

los EE.UU, para fabricar napalm con el cual bombardear a Ernesto Guevara en Bolivia.

Héctor Aldo Valinotti

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MARCELO TORELLI:

EL ÉXTASIS DEL VERBO Y LA DESDICHA

por ALFREDO LEMON

“Quien imagina una palabra inexistente juega con el infinito,

recrea los abismos del cielo, explora lo imposible”

Vivió para escribir dos libros hechos de páginas llagadas de existencia. Para develar, leve auscultar, una verdad intuida a medias, entre los soles y las sombras de un corazón herido que sabía de la imposibilidad de comprender lo insondable de los últimos, primeros, misterios.

El instrumento del cual se valió fue la palabra, hechizo verbal integrador, dramático y profético, que le sirvió como flujo y reflujo de belleza, gracia indispensable para testimoniar la

pureza de lo corruptible, el desamparo cósmico, los nombres del mundo, la parábola del universo.

“Arriba de las páginas/de los cálculos del vuelo/ de la áurea piedra/ de los alambiques de los venenos/ convoqué lo que era, lo que es, lo que será detrás del sueño/ cuando el séptimo sello sea develado/ y los mundos corran en la última órbita”.

A partir de una captación extremadamente sensible de la realidad, la obra de este autor fallecido joven, muy joven pero notablemente maduro; se elabora mediante el manejo sutil de metáforas en las que el vértigo de la fragilidad de las cosas y los seres, logran una lírica precisa y depurada.

“La soledad me cubre y me descubre/ no el éxtasis/ sino la fiebre,/ el pliegue de púas,/ el rostro ante la pared./ Me cazo a mí mismo en los sueños, en la noche. /En esta noche de alquimistas sin lunas”.

Dueño de una cultura alimentada por diversas lecturas (gnósticos, cábala, Biblia, chamanes de la India, hazañas medievales, autores tan distintos como Dante, Ungaretti, Celan, Frost, Joyce, Kafka, Borges, Girri, Rimbaud, Breton y otras tantas para mencionar sólo algunas arbitrariamente); el escritor buscó “la palabra que le fue vedada junto a la acacia, junto al fuego”. Y en un abismo de números y signos, escrutó el complejo sentir zigzagueante del habitante terrestre: “Acaso

sea la realidad reflejo de lo atroz, la luz la oscuridad más vasta, el cielo análogo al averno”.

Su itinerario interior fue un arduo ejercicio comprometido en todas las dimensiones: no sólo intelectuales sino también afectivas y volitivas. Consciente de lo difícil que resulta encontrar un lector para el texto que escribimos y astuto conocedor de la bifronte condición de lo escrito en cuanto posibilidad de diálogo con los otros o monólogo de silencio para nadie, apuntó: “Lector, tiniebla y oro./ Una esfera en el sueño y una espada en el agua./ Tú venablo en la tormenta. Tú, anillo en el mar”.

Desde ese entendimiento, en otras líneas, afirma: “Me están leyendo/ me pasan la mirada/ letra por letra/ palabra por palabra. / Poco importa, lector, / ya estoy a término”.

Enseguida se advierte que la poesía es para este creador, sendero de conocimiento, aflicción por el absoluto en sus diversas formas, manifestaciones de lo trascendente y metafísico. Así, el tiempo, ese gran escultor en el decir de Margarite Youcenar, pero a la vez, ese gran destructor según la idea de Thomas S. Eliot, es la instancia suprema de la carga semántica del verso, espejo empañado por el horror de saberse un caminante que andando, busca una respuesta a lo que es, vagabundo en tránsito, próximo al último minuto: “He sido el cable tendido en el abismo/ el juego de ajedrez sin piezas ni tablero./ Yo, juguete de la lógica,/revelo la única

palabra, el verdadero nombre,/ porque hay en el hombre algo de eterno./ Salgo del cauce del combate/ tañendo la sílaba perfecta./La lengua se hunde en mi garganta. /Trato de jugar y soy el juego. /Alguien me mueve a través de los espacios./ Voy a la muerte en cada movimiento”.

Como bien señala Iber Verdugo en el impecable prólogo a la edición de “El mago”: “En el universo poético de Torelli la angustia de finitud se comunica y contagia profundamente. Duele leerlo. Duele palpar la acuciante esperanza entre la inmensidad de la desesperanza. La pugna tensa de los versos parece anhelo de catarsis inalcanzable.” Anota además que en su obra aparecen motivos alucinados, gritos desgarradores, sensación de ahogo, desolación en inútil busca de sentido, conformando toda una elegía por sí mismo a partir del claro sentir obsesivo de quien está viviendo su muerte y dice despojado de palabras vanas, cada verso como un dolor vivo.

Personalmente estimo que esta sensación se hace presente de un modo potente, en sus últimos trabajos, en los que declara: “No soy Job./ No la fe templada como garfios, ni la voz del Altísimo en el fuego, sino el miedo./Algo lejano ha muerto; algo muy lejano en el sueño ha muerto;/mientras en la oscuridad, los ojos caen”. Igualmente, en otra pieza donde reitera: “Un caballo en la noche/ que se llama dolor/ ha hecho /que la hierba de la muerte /crezca”.

Refiriéndose al “Mago” como figura de una carta del Tarot, arcano mayor, Mariano Medina ha expresado que se trata de “la primera baraja numerada, simboliza el elemento activo de la creación, la decisión que se toma para comenzar algo. Significa el primer estadio de la existencia consciente del individuo, la noción de sí mismo que lo llevará a controlar los cuatro elementos a través de la Voluntad; lazo entre el mundo del espíritu y el del hombre. Lo cual perfila -en términos mundanos- al hombre que utiliza su intelecto y su energía para explorar y transformar el mundo que lo rodea; un mundo con el que no está satisfecho y del que es incapaz de aceptar las explicaciones que le brindan sobre la naturaleza y la finalidad de la vida. En ese aspecto, resulta el héroe embarcado en el descubrimiento de la sabiduría, el peregrino que llama a la puerta del templo escondido”. Cerrando su exposición acota: “El prestidigitador busca tanto la sabiduría como el poder. Y es en el poema donde encuentra la protección, la mandrágora, el talismán, la palabra como arma de posesión del mundo, un círculo que no sabe quién cerrará”.

Gustavo Gros opina que “con una estética sintética, con un talento notable, como una voz que se atrevió a contrariar su propio destino, Torelli se ubica en el centro mismo de una fuerza centrífuga admirable de pasión y arte: arrojado inevitablemente al destino (¿trágico? ¿paradójico...?) de saberse alguien que va a morir, se dedica con un entusiasmo

envidiable, a conjurar lo más que se pueda, esa paradoja que lo carcome, que lo inspira, ese atributo que lo tortura, que lo anima, que lo enjuicia, que lo retuerce y que lo libera. Y que ese apresuramiento, carrera contra ese inevitable fin (¿?) no daba intervalos, al parecer, para terminar de pulir esos fantasmas, esos profetas, esos susurros que se volvían ecos; ecos que terminaban siendo poemas y ecos nuevamente: un nuevo conjuro, una nueva posibilidad que se renueva”. Todos sus poemas entonces, según analiza Gros, “se vuelven metonimia: el todo por la parte y la parte por el todo. La parte puede ser una idea, una lectura, un sufrimiento, un verso; el todo puede ser ese mismo verso, ese mismo sufrimiento, esa misma lectura, esa misma idea, pues, la Vida es un todo en sí; el Universo, es la parte que termina de consumar la conjunción de la mencionada figura retórica. Por eso que en sus poemas permanentemente se lean cosas como estas: La moneda no tiene anverso ni reverso. Jano sin rostro. / Todo apresura el descubrirnos: desde la rosa/ hasta las veintidós figuras de las cartas. ”

El acierto de estos aspectos comentados, a mi modo de ver, se encuentran significativamente en el texto central que da título al volumen. Bajo la influencia de Jorge Luis Borges y de Stefhane Mallarmé, en “El mago” se lee: “Domina la tierra, el agua, el aire, el fuego./Pocas cosas escapan de su ámbito, ni la caída de una hoja, ni un juego vago con los dados./ Turbio es el tratado, oscuras las palabras, triple el anillo, tres los

círculos; dragón rojo, rosa lunar, sustancia terrestre y pétalos de aurora.../ Fui, soy, seré, negro, blanco, rojo; humo entre la niebla,/ ceniza a la hora del crepúsculo, metal durmiente en la redoma, hasta ser: bosque del mundo, fauna del espejo, tú, yo; la página, el orbe, el oro”.

La desesperación inaugura la palabra

Julio Castellanos, poeta mayor e ineludible, docente de la Universidad Nacional de Córdoba y lúcido ensayista, emparentó a la obra Marcelo Torelli con la de otros poetas de nuestra ciudad que dejaron destellos de perennidad a pesar de la brevedad de sus vidas, como Alberto Mazzochi y Angel Zapata. Al esbozar un perfil con sus características, indica: “Extraña a toda facilidad meramente fónica; honda y entrañable, la poesía de Torelli es uno de los aportes más importantes a la lírica cordobesa de los últimos años... Más allá del desgarro y del estremecimiento ante lo inexorable de la finitud, más allá de las reiteraciones isotópicas de la muerte creciente, en su escritura navega una concepción poética abrazada al pensamiento. Es un poeta de pensamiento que de alguna manera se inserta en la zona de los referentes fundados en el imaginario literario y en el bosque simbólico del que se alimenta la escritura en Occidente, como los temas griegos y la tradición hebrea... Se desplaza por carriles sólidos: los de una palabra marcada como huella y manifestación de su pensamiento, de una idea de realidad, de

mundo. Prueba de ello es la vertebración del texto como ejercicio que funde, en la horizontalidad de lo escrito, la lectura varia y disímil de lo otro”.

Por su parte, Graciela Di Bussolo llama “Palimpsestos a corazón abierto” a la compleja grafía de los manuscritos que dejó desordenados y que su entender, “parecen decir en cada signo que ese mismo signo no le alcanza, que la sensación, la idea -siempre difíciles de expresar- necesitan no ya encontrar la palabra, sino la recreación del signo, otra palabra que no cabe en la palabra, otra letra que no está en la letra, un espacio donde lo dicho no sea prisionero de lo escrito”. Asimismo, con la rigurosidad que le otorga el haberse acercado a las “escrituras superpuestas” con las que trabajó para armar una cuidadosa y responsable versión definitiva, estrictamente ajustada a la escritura de Torelli bajo el título “Bitácora del sueño”; Di Bussolo confirma que descifrar sus ideas y visiones es asomarse también al desgarro, al sufrimiento, a la ironía, a la eternidad y al abismo. Y que su poética descarnada es “rebelión y revelación”, rebelión ante el dolor y ante el miedo, y revelación en la misteriosa convivencia con la magia, los arcanos, los arquetipos angélicos, con los emisarios del averno. Por ello observa que: “...en pocos años, su avidez por la lectura se transforma en otra avidez: la de escribir tanta vida condensada en tan poco tiempo. Y que su trabajo no sólo juega con el horror, sino que lo desnuda, lo muestra y lo embellece a golpes de puño, a

golpes de martillo, a golpes de poesía, porque el horror es vencido porque el poema es el fracaso de la muerte”.

También Carlos Garro Aguilar, autor de fino lirismo y puntilloso ojo filosófico, refiere: “La primera presencia de lo terrible es la gratuidad de lo azaroso que moviliza -muchas veces- las fuerzas que arrastran la vida hacia lo inerte. No hay crimen que deba ser pagado. No tiene el hombre ni siquiera el refugio de poseer una culpa a expiar que le permita fijar los ojos desnudos, las manos inermes, en algo que pueda contener un vestigio de explicación. A la vida pensante, al hombre, le está negada toda respuesta, las leyes de la naturaleza ignoran el valor de la sensibilidad, de la inteligencia. Desconocen y desconocerán siempre el significado del amor, de la belleza, y esta verdad es el segundo rostro de lo terrible. ¿Para qué la conciencia de todo lo que acontece y palpita, para qué los frutos de la imaginación si todo esto se desvanecerá?”.

Asimismo sintetiza: “aflora en la escritura, como un sello implacable, la presencia del horror. Pero esta sombra a veces es relegada y emergen los textos, los relámpagos que deja esta batalla y que muestran cómo la vida que late en el cuerpo, en la conciencia, se enfrenta con lo otro (que es él mismo). Esto otro es la realidad de la inminente disolución. Marcelo se prepara. El final es precedido por la luz definitiva…”.

El cosmos tiene la mirada pérfida

Por momentos la atmósfera psicológica de la obra es densa y está habitada por fantasmas venidos de la infancia, espectros de una casa en la que apuntaba frases garabateadas hasta altas horas de la noche, cuando se hacían presencia, la gravitación del azar o las pesadillas que lo acechaban. Veamos ejemplos: forjado en las aristas del insomnio, describe este paisaje: “Grieta de la oscuridad hacia la luz: hay una bestia que rasga la pared y ha vuelto del olvido para penetrar en el durmiente”. O este otro, en el que manifiesta: “La palabra es el dragón y la pantera; un caballo y la bruma./ Se acallaron las voces del infierno; Dante sigue ardiendo”.

El artífice va engarzando línea a línea el peso de su cuerpo con la profundidad de su espíritu y ofrece su emoción celebrante en versos tan puros como zafiros: “Fui, soy, seré,/ negro, blanco, rojo; humo entre la niebla, ceniza a la hora del crepúsculo”.

Valiéndose de múltiples polisemias y variados símbolos que lo apuntalan, el autor avanza sobre sí para traducir con su lenguaje, sus íntimos enfoques, subjetivos, sus asombros y admiraciones; pero también sus crecientes perplejidades y porfías. Nada fue puesto por casualidad o descuido, todo su arte se construye geométricamente sobre la analogía. Todo tiene una razón exacta, no hay en él una liviana pasión por los ritmos o medidas sino que su dicción se va amalgamando de

forma cuidadosa y trabajada: “Lo desconocido te embriagaba, el misterio y su aro de bronce..../Un ópalo emerge desde la blancura de la hoja. La palabra elige. El tigre del poema merodea”. O semejándose más a ciertas definiciones: “Sé que la música es tiempo hecho sonido”. / “Hay en el centro del mundo/ una isla tan tenue como el hierro”./ “El pavor es todo lo que huele”.

En lo atinente al seudónimo que eligió para participar en diversos concursos, cabe recordar que “Enrique Agrippa” evoca a aquél astrólogo ocultista, alquimista, médico, abogado y teólogo alemán del medioevo, que aún habiendo sido protegido del Papa León X, fue acusado de haber hecho pacto con un demonio que lo acompañaba en forma de gato negro y que fuera perseguido por sostener que Santa Ana tuvo tres maridos. Con este antecedente pueden rastrearse alusiones reiterativas que contraponen lo angélico a lo satánico, lo hierático a lo salvífico. Puntualmente en dos composiciones, “Íncubo” y “Súcubo”, se alude a representaciones oníricas diabólicas, que según la creencia vulgar, tienen comercio carnal con un varón bajo la apariencia de mujer, el primero, y con una mujer tras la apariencia de varón, el segundo. En esos títulos describe: “Entro en el sueño como la salamandra entra en las llamas./ Te convoco al infierno, en cada puñal, en cada herida. Que aguarde el que desea conocerme; quien juega con el horror, juega conmigo”. Y también: “Grieta de la oscuridad hacia la

luz; /hay una bestia que rasga la pared y ha vuelto del olvido para penetrar en el durmiente”.

Si bien no hay en sus trabajos una conceptualización o referencia puntual acerca de Dios, el cuestionamiento religioso no está ausente en este indagador de la historia de las creencias que había leído a Mircea Eliade, los Evangelios Apócrifos y estudios acerca de brujería y ciencias ocultas. Poseedor de una fe panteísta, logra construcciones virtuosísimas: “Soy el que es/ como aquel de zarza ardiente. Hay un laberinto en el fondo del mar que se asemeja al mundo./ Me duele el paraíso. No lo nombres”. O esta otra en la que considera: “Te atreves al asalto de la noche y a ser casi invisible como el polvo, deshaciendo en los ángeles, el ángel. / Abismo y palabras, eres esto: la redondez del agua donde huye/ una imagen dudando en reflejarse; /aquella hoja debajo del mundo y la palabra mundo”.

La variedad de temas que el artista inquiere como la condición animal del ser del hombre, la vigilia, los infiernos, la eternidad o los trágicos juegos del destino; no quiebran la unidad anímica de su labor, que desde el fango de una cicatriz vital, bucea hasta volverlos misticismo: “Mi materia es la materia de los ángeles, el diseño del infierno, el hombre”. De este manera, con nostalgia, evoca: “Me agota la esfera amarilla del otoño y puede asesinarme una palabra”.

Lo sensitivo se ve acuciado en la conciencia puesta a interrogarse la razón de su historia personal. Los presagios y los conjuros danzan al ritmo de los dictados de la meditación; y el poeta, aututo, repara en que su dicción puede convertirse en la música del teclado del alma, expandiéndose hacia múltiples direcciones, enunciados, armonías esplendentes: “Todo se reduce a cuatro letras./El movimiento de los astros y mi mano, /la hierba que se retuerce con la lluvia,/el corazón del diamante, el agua”. Siente la angustia de horas malogradas y con significativa reminiscencia trasmite con tono confesional, desencuentros y nostalgias: “Debes pagar un crimen que ignoras. Alguien que esperas no vendrá”. Así, con modo más sufriente, asevera: “Ninguna mujer jamás me esperó./Se me pudre un recuerdo que no debe ser mío./ Se intercalan cartas con cuervos en el pico./ No puedo evitarlo./ A mi lado el destino zumba con espadas”.

La experiencia y la expresión se ven jaqueadas por disímiles encrucijadas vivenciales que lo inducen a asumir: “En los jardines de oro, los animales de plata se han perdido./ Dónde fue tu reflejo que no me han permitido tu presencia”.

A su vez, creo que merece resaltarse una locución en la que hace una descripción feroz de lo que significa padecer una dolencia: “Entre yo y yo, el enemigo”; allí se resume su rebeldía y su miedo, su repugnancia y su súplica: “Nada te

aguarda. /Acaso el peso de los párpados./Acaso la penumbra.../En el silencio retorno a lo invisible”.

Sensualidad y silencio se concentran en procura de un registro que se edifica con cortes lineales y en la manera de distribuir espacialmente los ritmos de los poemas. Enérgica y leve, inquietante y sobria, libre y sugerente, virtuosa y dolorida; la entrega literaria de Torelli deja una huella que conmueve intensamente tras su lectura. Ella nos recuerda en suma, que “el verdadero asunto de la literatura es la vida y que la vida es el más remoto fundamento de lo poetizado”, según enseña Héctor Tizón.

Finalmente, el tema del amor aparece como una fruta que refresca la garganta del amante, permitiéndole exclamar con voz pulcra, un murmullo: “Te doy mis más oscuros animales/ y me arranco la lengua para que se hagan las palabras,/ y cavo y ardo/ y hundo/ y penetro en el dulce paraíso de lo húmedo. /Abierta para el polen, agonizo el alba de tu vientre/ y tu voz es una débil pieza de marfil en el aire...”.

El paladar se abre al decir del gozo erótico y en estrofas desnudas, cuidadas, pronuncia un éxtasis sumamente logrado: “Te espero, aunque esfumes tu rostro escondida entre follajes de diluvios./ Busco tus pasos. (No borres las huellas)./ Mis lágrimas te lavan/ abonan el camino/ y precipitan el espasmo. /Conozco la hoja del olvido donde

escribo elegías /madrigales. / Sal a calmar la angustia y a disolver la tristeza. /Dame de vivir.”

La pasión alcanza su mayor intensidad y estalla fulgurante en un brindis abierto al infinito: “Como el agua a la sed, como el pecado al vicio,/ sé que me justifica la palabra/ que la vida tiene el valor del suplicio o de la duda.../ Mucha tristeza./ Mucho insomnio. /La enumeración es infinita./ Todo tiene el gusto del olvido”.

Concluyendo

En una entrevista realizada por las profesoras Pampa Arán y Silvia Barei, a propósito de obtener un premio de narrativa de Ediciones Colihue por su cuento “El nombre de la casa”, en 1984 cuando tenía apenas 20 años, Marcelo Torelli declara que es un solitario, que escribe desde pequeño porque lo fascina la magia que esconde la palabra y para librarse de sus obsesiones. Que le apasionan todas las literaturas, también las orientales, donde encuentra claramente la relación del hombre con la Totalidad o mejor dicho del Todo representado en cada hombre. Que tiene una gran biblioteca que heredó de sus abuelos y en la que transcurrió su infancia. Que cree necesario tenerle miedo al libro, abrirse a él y que en esta sociedad de consumo, se piensa que el libro debe ser también consumido y que no es así. Los libros lo buscan a uno y por hilos misteriosos, uno encuentra y lee el libro que le estaba destinado. Dice también que escribir es una tarea muy

difícil, que lleva toda la vida. Considerándose entonces, en permanente búsqueda, refiere que no le satisface lo que escribe y que se arrepiente de haber enviado el cuento con el que concursó, porque lo juzga que no está suficientemente elaborado y con mucha influencia borgeana. A su vez admite que ejercita con mayor soltura la lírica que la prosa y que se vincula por afinidades al Grupo “Raíz y Palabra”, pero que es individualista y admira a Emilio Sosa López, Alejandro Nicotra y Juan Filloy. Que no desdeña la literatura del realismo tradicional (Dostoievsky y el realismo francés del siglo XIX) pero prefiere la literatura fantástica que entraña otras realidades no sospechadas: “Tal vez la realidad no exista y sea sólo un engaño de los sentidos”. Recordando que en ese momento estaba cursando tercer año de abogacía, expresó además que “la ley tiene mucho de laberíntico, de pasaje oscuro, de sesgo, que hay que descubrir. Kafka y Stevenson fueron abogados”. Preguntado por último, si había disfrutado de las clases de literatura, carrera que también cursó parcialmente, contestó que “no cree que alguien pueda trasmitir a otro el placer de la lectura si no está ya en él”.

Bueno. Con añoranza y respeto he escrito estas líneas para el amigo cierto. No sin melancolía he recorrido nuevamente el testimonio póstumo del poeta querido y admirado. Sus palabras nos acompañan y en el transcurso de los años trasmiten el prístino centelleo de la poesía fecunda. El escritor no ha muerto. Oriente cuenta una leyenda que nos sirve para

contornear el camino de la vida: venimos del silencio, se hace la palabra, somos un diálogo y regresamos a la nada. Pero la frágil resistencia de la escritura permite sellar para siempre la voz en la página que nos sobrevive, cuando la carne es apenas un soplo en el viento de los días. De Marcelo Torelli nos queda su legado, su entrega crucificada entre el secreto y el grito: el canto del cisne que ofrece su agonía.

Ahora devoro la hierba de la desesperación.

Ahora el corazón traspasa la metáfora.

Ahora las palabras sangran.

*

Bibliografía consultada

*Marcelo Torelli: “El mago y otros poemas”. Ediciones Mediterráneas. 1989.

*Marcelo Torelli: “Bitácora del sueño”. Ediciones Argos. 2000.

*Julio Castellanos: “Marcelo Torelli: Entre la escritura y el silencio”. La Voz del Interior del 27 de noviembre de 1997. 12 C.

*Alfredo Lemon: “La alquimia del verso”. La Voz del Interior del 8 de abril de 1993. 3 D.

*Mariano Medina: “Marcelo Torelli, el mago”. Setiembre de 1989. Inédito.

*Gustavo Gros: “En la herida del mago” en revista “Confines de la mirada”- Un espacio en la literatura de Córdoba n° 3 -Noviembre de 2004.

*Carlos Garro Aguilar: “Al otro lado de la noche”. Ciclo Homenaje a escritores de Córdoba. Municipalidad de Córdoba. 2004. pág. 79.

*“Veinte Jóvenes Cuentistas Argentinos”. Ediciones Colihue. Bs.As. 1986.

Alfredo Lemon

Boyhood (Momentos de una vida): Una oda al tiempo.

* * * * * EXCELENTE

Si algo no se le puede atribuir al director norteamericano Richard Linklater es ser funcional a la lógica narrativa de Hollywood. Ya por el año 1995 se atrevió a ponernos en pantalla a dos jóvenes veinteañeros (Julie Delpy y Ethan Hawke) en “Antes del Amanecer”, filosofando acerca de la vida por las calles de Viena. Siete años después (2002), en Francia y con más de treinta

años, esos mismos jóvenes se reencuentran y se reprochan en “Antes del Atardecer”. Por último, en “Antes de la Medianoche” (2013), los ya no tan jóvenes protagonistas se replantean su matrimonio en una isla de Grecia. Es de notar en esta imperdible trilogía la relevancia que Dinklater le otorga a la variable “tiempo”. En tres películas, vemos a los mismos protagonistas cuyas vidas se fueron sedimentando a través de la experiencia recogida a lo largo del tiempo. Sin dudas que el director tiene una extraña relación con aquella variable y “Boyhood” (2014) es una muestra acabada de ese vínculo.

Más que loable es que una película oficie de continente de una experiencia cinematográfica capaz de capturar el tiempo de manera contundente y trascendental en aproximadamente 160 minutos. Porque eso es lo que “Boyhood” implica: una genuina experiencia reveladora, intensa, cautivadora y profundamente sencilla, que está siendo colocada en los máximos altares del séptimo arte mundial por parte del público y de la crítica. Filmar a cuatro actores por doce años (desde 2002 hasta 2013) y durante 39 días es una clara prueba del más sutil y conmovedor cine experimental que Richard Linklater pudo proponer.

El espectador presencia la vida cotidiana de Mason (Ellar Coltrane), desde sus 6 años hasta los 18, quien junto a su hermana (Lorelei Linklater) debe convivir con las atribuladas decisiones de su madre (Patricia Arquette) y la particular vida bohemia e irresponsable de su padre (Ethan Hawke). Pero, ¿qué tiene de trascendental un relato que muestra el crecimiento de un niño y su

hermana y el envejecimiento de sus padres? Es que la historia no se reduce a lo meramente biológico sino que trasciende lo singular.

Como en la trilogía de “Antes del ...”, esta cinta no presenta elementos narrativos ni otros recursos que provean de giros inesperados a la trama para que le vuele la cabeza al espectador con el “efecto sorpresa”. Es sencillamente una secuencia de situaciones cotidianas y hasta, por momentos, insignificantes, que gozan de una fuerza capaz de influenciar en la vida de los personajes. Es de esta manera que se armoniza la transformación física y emocional de nuestro protagonista (que va de ser un niño a un adolescente) con una historia que retrata a una madre que lucha contra las consecuencias de matrimonios frustrados en la búsqueda del bienestar para sus hijos y de su realización personal, y a un padre ausente e idealista que intenta con grandes dificultades generar un vínculo con sus hijos. Allí es donde Mason va creciendo y forjando su propia personalidad a la par de los desaciertos de sus progenitores y la libertad que se le otorga para descubrir su propio destino. Es por ello que la trama navega en las aguas de la dicotomía entre lo sencillo y lo magnifico. Y esto es así porque el director plasma una historia en donde la magnificencia se encuentra en los sencillos momentos que la vida ofrece. Sólo hay que tener una mirada atenta para poder descubrirlos.

Por otra parte, el tiempo conjuga aspectos sociales, políticos y afectivos al desnudar un período que alterna las consecuencias del atentado de las Torres Gemelas, la guerra de Irak, la elección de Barak Obama y el uso de la tecnología con un evento literario como fue la saga de Harry Potter y el impacto de la

música de Britney Spears en la cultura norteamericana. En fin, el tiempo termina siendo un factor preponderante. Lo dice la propia madre de Mason cuando afirmaba: “Este es el peor día de mi vida. Sabía que este día llegaría, ¿excepto el por qué está ocurriendo ahora? Primero me caso, tengo hijos, termino con dos ex-maridos, vuelvo a la escuela, obtengo mi título, obtengo mi maestría, envío a mis dos hijos a la universidad. ¿Qué sigue? ¿Mi propio maldito funeral?... Yo sólo pensé que habría sido mejor”. La vida parece un flash, un breve instante al que se accede cuando uno se detiene a reflexionar un poco sobre ella.

La naturalidad con la que Linklater impulsa la cinta es de una belleza incomparable. Uno comienza a ver la película y el correr de los minutos hace indetectable el transcurso del tiempo en los actores. Esto me hizo pensar lo siguiente: quién no ha escuchado alguna vez de una madre o de un padre decir respecto de sus hijos, ¿cómo crecen de rápido, no? Quienes lo son, seguramente entenderán la emotividad escondida detrás de esa frase. Los hijos crecen y nadie se detiene a pensar en el paso del tiempo. Quienes no lo son, lo experimentarán gracias a ese efecto que el director recrea en la cinta. Y eso es un mérito que no conoce límites. De lo mejor que he visto en este año.

Leonardo Arce

El Interior es Cultura Se presentó el libro “Poemas del ermitaño y otros conjuros”

El pasado miércoles 12 de noviembre de 2014 se presentó en la

Sala de Arte de Villa Dolores, el libro "Poemas del Ermitaño y otros

conjuros”, del poeta Andrés Utello, autor de doce libros, profesor de

Letras con una amplia trayectoria en la formación y conducción de

talleres literarios en Traslasierra durante diez años, en localidades

tales como Cruz del Eje, Villa Dolores, Villa de las Rosas, San

Javier y en unidades penitenciarias.

El poeta fue el creador y organizador de las cinco ediciones del

“Congreso Internacional de Poetas y Escritores en San Marcos

Sierras” entre los años 1997 y 2005, decretado de interés

municipal, provincial y nacional. Su intensa labor literaria lo ha

llevado a distintos países de América y a España, Francia e Italia.

La presentación del libro estuvo acompañada del guitarrista,

compositor y arreglador Horacio Burgos, quien ha participado con

Joan Manuel Serrat, Mercedes Sosa, Juan Carlos Baglietto,

Sandro, Julia Zenko y Les Luthiers, quien además realizó una gira

a Japón de más de treinta conciertos. El acto estuvo organizado por

el grupo literario Piedra Viva, formado hace 16 años, como fruto del

taller literario dictado por Utello en Villa Dolores.

El acto contó con el apoyo de la Municipalidad de Villa Dolores, a

través de la Directora de Cultura Beatriz Merlo de Larghi. El grupo

Piedra Viva agradece a todos los que colaboraron en la realización

de este evento cultural con su presencia.

Recientemente ha salido una nueva edición de poemas de

Alejandro Nicotra, que reúne poemas de toda su vida "La tarea a

cumplir". Se puede ver la tapa en la página de Editorial Brujas, la

selección, edición y prólogo lo hace Ricardo Herrera, director de la

revista Hablar de Poesía.

También se ha presentado en Villa Dolores, el proyecto de

Videoteca de Escritores y Poetas de Córdoba, donde rescatan a

Alejandro Nicotra y Osvaldo Guevara, son dos entrevistas donde

estos escritores hablan y después leen algunas poesías, el material

se estará distribuyendo por escuelas y bibliotecas..

Gabriela Bayarri – Corresponsal en Villa Dolores

Palabras de Gabriela Bayarri sobre el libro “Poemas del ermitaño y otros conjuros” de Andrés Utello.

El libro “Los poemas del Ermitaño y otros conjuros”, del poeta que hoy presentamos, Andrés Utello, ha sido esperado por varios años, sus 33 poemas fueron vacilando, modificándose con el tiempo, como un navío que atraviesa diversas tempestades, para surgir finalmente entre los vientos, como un atardecer rojizo al comienzo de la primavera.

Sus dos corpus, Tuareg y Poemas del ermitaño, comprenden un solo viaje, una travesía imaginaria hecha de palabras. “Tal vez pudiéramos creer que sus páginas no fueran sino espejos de lugares, apuntes, dibujos, fotografía verbal. Sin embargo, son otra cosa muy diversa, una meditación de la existencia a través de imágenes organizadas alrededor de una metáfora: el viaje”, dice Alejandro Nicotra en su ensayo sobre la poeta Dora Hoffman. También aquí vale esta afirmación. Andrés nos lleva a adentrarnos en una caravana, que transita lentamente, junto a hombres nómades vestidos de azul sobre camellos dorados. El lenguaje de los poemas de Tuareg, nos transporta por una arena legendaria, castigada por siglos, en un paisaje atravesado de dunas y cielos azules como ríos, donde el tiempo parece haberse detenido.

Se diría que en Tuareg, la poesía de Andrés se ha expandido como un estallido planetario, como un fenómeno astral, inabarcable. Sus versos han transfigurado la síntesis, para profundizar en un lenguaje más coloquial y fantástico, donde lo imaginario y lo misterioso convergen, hasta hacerse leyenda, palabra heredada, venida desde lejos, de los confines de Oriente, del sándalo, del incienso, para llevarnos al desierto. Desde ese paisaje para la revelación divina, el desierto, “desde esa sequedad ardiente –dice Cirlot - que es el clima por excelencia para la espiritualidad pura y ascética” habla el poeta Utello y dice versos como éstos: “los ojos del Tuareg, su mirada de seda/en el río azul de la noche…/

Del desierto pasamos al silencio del monte de San Marcos Sierras, o al silencio del hombre, un hombre, que es uno y es otro, como en el poema de los dones de jlborges, cuando dice “suelo sentir con vago horror sagrado, que soy el otro, el muerto, que habrá dado los mismos pasos en los mismos días”.

El otro es ese viejo ermitaño de estos poemas, que se pierde en el ensueño, que escucha a los otros hombres “vivir una realidad que no existe…el que descree con razón de lo aparente, del cuerpo físico como lo existente, el que vive en “este atado de cañas”, en el silencio del monte y se adentra por sus senderos en sí mismo, el que recorre los secretos del inconsciente. Carl Jung habla de “los terrores del bosque” de

los cuentos, como lo peligroso del inconsciente, y la naturaleza devoradora de la razón. A enfrentar esos seres que habitan el hombre, esos druidas, se aventura este poeta cuando nombra “las tardes azules”, o “un rugido de tigre en la calma profunda”, “los algarrobos”, “la serpiente”.

En este libros se cumple aquello que afirmaba Octavio Paz: “Cada poema es único. En cada obra late, con mayor o menor grado, toda la poesía. Cada lector busca algo en el poema. Y no es insólito que lo encuentre: Ya lo llevaba dentro.

Andrés Utello continúa con este libro su viaje de guerrero, con una fe inquebrantable en la literatura y va hacia la batalla con una daga poderosa y única: la palabra.

Los hombres azules

Los hombres azules cruzan la noche

y sus cuerpos alargados por la luna

se alejan…

Es un desierto que camina, es una marea de seda.

Van a dar a otro país, a otro océano de colores

divinos, alzan amarras y el viento se los lleva.

Los ojos están fijos en la estrella.

Viajar al norte, habitar un país de jugosas frutas.

Los ojos marchan fijos y cruzan la noche siempre

despiertos. No se permiten la ilusión,

los mataría la ilusión, los llevaría a la locura.

Los hombres azules cruzan la noche y no quitan

los ojos del mar, aunque no lo vieran nunca,

aunque nunca quisiera la noche atravesar este

laberinto.

Se marchan, se van lejos, tal vez a otro país

donde las gentiles hojas del enebro, los lleven

a un lugar más allá del sueño .

Andrés Utello

"Poemas del ermitaño y otros conjuros"

Gabriela Bayarri – Corresponsal en Villa Dolores

Yoga para embarazadas,

Martes 15 30 a 17 30 hs.

Av. General Paz 120 8ª A

TE:157 327817. Prof. Verónica Elías

9 de julio 482 - Córdoba

Pintura digital: Isabel María Cadogan