bocatas de sueños

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BOCATAS DE SUEÑOS Si tu madre te hace los bocatas más sosos del mundo y si el cocinero del cole consigue que todos los platos sepan igual, es fácil que no te guste comer. Si además tu padre se olvida de tu cumpleaños...¡pues vaya! Eso es lo que les pasa a Emma. Por suerte, cuenta con su amiga Ingrid, que no come más que chuches. Y juntas descubren El Buen Gusto, un restaurante que por lo menos huele que alimenta. ¡Mmm! ¡Y eso que no es la primera vez que me pasa! Estoy muy, pero que muy triste. Mamá me acaba de decir que papá no vendrá a mi fiesta de cumpleaños. Es la segunda vez que falla. El año pasado tampoco vino. Luego mamá ha añadido algo más, pero yo ya no he querido escucharla. Lo que me contaba me sonaba como la música de fondo que ponen en el súper: todos sabemos que existe, pero si la cambiasen o la apagasen, nadie se daría cuenta. Tendría que haberme puesto a llorar, pero me he dicho a mí misma: Emma, que acabas de cumplir once años. ¡Once años ya! Y las niñas de tu edad ya no lloran. Vamos, que tú misma... Eso no quiere decir que no me afecte. Hasta a mamá le afecta, aunque, como de costumbre, se haga la fuerte. La una por la otra aguantamos el tipo. Ya estamos acostumbradas. Somos así. Nos apoyamos siempre la una en la otra. Y entonces nos quedamos mirando como dos tontitas todo lo que hemos preparado para que papá estuviera contento, como si fuera su cumpleaños y no el mío: las guirnaldas de colorines, los minibocadillos de todos tipos, las botellas de refrescos...

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Page 1: Bocatas de sueños

BOCATAS DE SUEÑOS

Si tu madre te hace los bocatas más sosos del mundo y si el cocinero del cole consigue que todos los platos sepan igual, es fácil que no te guste comer. Si además tu padre se olvida de tu cumpleaños...¡pues vaya! Eso es lo que les pasa a Emma. Por suerte, cuenta con su amiga Ingrid, que no come más que chuches. Y juntas descubren El Buen Gusto, un restaurante que por lo menos huele que alimenta. ¡Mmm!

¡Y eso que no es la primera vez que me pasa!

Estoy muy, pero que muy triste. Mamá me acaba de decir que papá

no vendrá a mi fiesta de cumpleaños. Es la segunda vez que falla.

El año pasado tampoco vino. Luego mamá ha añadido algo más,

pero yo ya no he querido escucharla. Lo que me contaba me

sonaba como la música de fondo que ponen en el súper: todos

sabemos que existe, pero si la cambiasen o la apagasen, nadie se

daría cuenta.

Tendría que haberme puesto a llorar, pero me he dicho a mí misma:

Emma, que acabas de cumplir once años. ¡Once años ya! Y las

niñas de tu edad ya no lloran. Vamos, que tú misma...

Eso no quiere decir que no me afecte. Hasta a mamá le afecta,

aunque, como de costumbre, se haga la fuerte. La una por la otra

aguantamos el tipo. Ya estamos acostumbradas. Somos así. Nos

apoyamos siempre la una en la otra.

Y entonces nos quedamos mirando como dos tontitas todo lo que

hemos preparado para que papá estuviera contento, como si fuera

su cumpleaños y no el mío: las guirnaldas de colorines, los

minibocadillos de todos tipos, las botellas de refrescos...

Page 2: Bocatas de sueños

Y el pastel. ¡Ay el pastel! Lo ha hecho mamá, con la mejor intención

del mundo.

Es un bizcocho, sí, por llamarlo de alguna manera, con una capa de

crema de chocolate con avellana por encima, y con un montón de

fideos también, pero de chocolate.

La intención era buena, ya digo. Pero le ha quedado un poco canijo,

la verdad. Hasta yo, que no tengo ni idea de cocina, sé que es

porque no le ha puesto suficiente levadura a la harina de la masa.

Mamá me pregunta si quiero soplar las velas y yo le respondo que

no con un gesto.

Yo creo que la pobre, de tan agobiada como está, mezcla los

ingredientes sin ningún cálculo y, claro, así no podrá salir bien

jamás de los jamases. ¿Para qué están las recetas, eh, mamá? Pero

no se lo puedo decir así.

Entonces ella añade otro gesto, que más o menos quiere decir que

entiende que no me apetezca soplar las velas, y se levanta para ir a

buscar los regalos.

Eso pasa porque no sabe qué decir, como el año pasado.

Mamá, cuando se queda sin palabras, empieza a hacer cosas sin

parar, aunque le salgan mal. Tendríais que verla, toda motivada,

cuando cambia de sitio los muebles del comedor. O cuando

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pretende pintar las paredes sin haber puesto periódicos en el suelo.

El resultado es el mismo: ¡desastre!

-Toma, su regalo.--e intenta sonreir al dármelo.

Dice su de una manera especial, y es como si no quisiera

pronunciar la palabra “papá” porque le da repelús. La verdad es

que “papá”, en boca de ella, suena algo raro, ahora que él no está

en casa.

Pero para empezar no me gusta el papel en que está envuelto. Se

ven un montón de animalitos que juegan al escondite. Seguro que

se le ha ocurrido a Margaret, la mujer de papá, que se cree que

todavía soy una niña pequeña.

La he visto un par de veces y no me cae ni bien ni mal: es de

aquellas personas que no habla demasiado, solo sonríe. Que conste

que yo, al menos, lo he intentado, ¿eh? Que le hablo en inglés,

vamos, con lo poquito que sé. Pero ella, como si nada. Lo más que

hace es pasarme la mano por el pelo, como si yo fuera una

mascota. Exacto: igual que a un perrito. A little dog. ¡Guau, guau,

guau!

Ojalá Margaret fuera la única persona que me trata de niña

pequeña...

-Venga, ábrelo ya, que si no, no te daré el mío.

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Son unas zapatillas de estar por casa. Supercómodas,

supermodernas, superchulas...para una niña de ocho años. ¡Y hoy

cumplo once!

¡Lo que yo diga! De toda la vida, vaya, al menos que yo sepa, ha

habido gente para todos los gustos.

Los hay que son rubios y los hay que tienen rizos. Los hay que

llevan gafas de culo de vaso y los hay que caminan como patos. Por

eso les llaman patosos, digo yo ¿no?

Y yo soy bajita y delgada. Y punto.

Mamá se ha dado cuenta enseguida de que me parecen ridículas, y

me mira a los ojos para confirmarlo, pero yo contesto que no.

-Estooo, Emma, yo diría que te van pequeñas.--comenta con

retintín.

-No, mamá, qué va...--respondo yo muy segura de mí misma.

Pero me da mucha rabia. Como siempre soy la chiquitina, la

poquita cosa, la que no come ni a la de tres...me tienen que quedar

bien la ropa y los zapatos de niña pequeña. Por eso papá sigue

haciéndome regalos casi para bebés. O a lo mejor ni se acuerda de

cuántos años tengo.

Esta vez mamá tiene razón. Al probármelas me doy cuenta de que

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casi se me salen los talones por detrás.

Por eso y porque mamá me da su regalo intento sonreir un poquito.

Lo abro sin pensar, diría que hasta con muchas ganas. Y no es

porque espere algo muy caro.

Mamá hace lo que puede, la pobre: trabaja de traductora delante

del ordenador, en casa. A veces me parece que en realidad trabaja

de esclava: solo se levanta muy de tarde en tarde para beber agua,

hacer pipí o pellizcarse el entrecejo después de quitarse las gafas

de ratita sabia.

¿Y qué es, qué es?

Seguro que os lo estaréis preguntando.

Un poquito de paciencia, por favor.