biografía maría codoceo rojas

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Maria Codoceo Rojas 1909-1998

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Page 1: Biografía María Codoceo Rojas

Maria Codoceo Rojas 1909-1998

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BIOGRAFIA DE MARIA CODOCEO ROJAS1909 1998

MUSEO NACIONAL DE HISTORIA NATURAL

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Acuciosa, trabajadora, autoritaria y reservada.Esos son los calificativos más usados porquienes la conocieron. Doña María CodoceoRojas no compartía sus aspectos íntimosprácticamente con nadie. Pero sí susconocimientos, que eran amplios, ynotablemente especializados, sobre todo parala época en que le tocó existir.

Fue la primera mujer herpetóloga de Chile. Laherpetología había surgido en 1693, cuandoel inglés John Ray dijo que los anfibios y reptilespertenecían a un solo grupo, porque teníanun corazón uni-ventricular. Ahora se sabe queson diferentes, pero el famoso científico CarlosLinneo, en 1735 los denominó, a todos porigual, “criaturas abominables”.

A esas “criaturas abominables” dedicó granparte de su vida doña María Codoceo.

Y dejó un legado que actualmente valoran entoda su magnitud quienes han seguido esteescamoso sendero. Es cierto que en la décadadel ’60 los dos “pilares” de la herpetología enChile reconocieron los aportes de María,aunque para algunos la mención que hacende ella no aquilata su real valía.José Miguel Cei, autor de “Batracios de Chile”,

publicado en 1962, agradeció “a la valientenaturalista Prof. M. Codoceo, del MuseoNacional de Historia Natural de Santiago, aquien debo la observación del importante yraro material del sur del país”. Y RobertoDonoso-Barros, en su libro “Reptiles de Chile”,de 1966, destacó a “la esforzada naturalistade campo Prof. María Codoceo, quevalerosamente ha explorado alejadas regionesdel territorio del país, colectando material,guiada exclusivamente por su entusiasmoherpetológico”.

En efecto, ella era una recolectora entusiasta,pero también estudiaba, sacaba conclusionesen su laboratorio. No trepidaba en subir cerros,meterse en pantanos, o buscar bajo las rocas,para capturar ranas, sapos, culebras ylagar t i jas , que después ana l izabacuidadosamente. Es cierto que en esa épocano había conciencia acerca de la introducciónde especies, las aduanas no eran tan estrictasy no se hablaba tanto de la conservación delpatrimonio nacional. Así que hasta iguanastrajo de algunos de sus viajes, quecomprendieron prácticamente todo elterritorio nacional, de punta a punta; Isla dePascua, Juan Fernández, la mayoría de lospaíses de América, la selva amazónicaincluida, y Europa, adonde iba a ver losgrandes museos.

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Pero, ¿qué motiva a una mujer a recolectar,literalmente, sapos y culebras? Pudo habersido una curiosidad netamente científica,dicen algunos. Una vocación muy marcada,aseguran otros. Sin embargo, también la razónpuede estar en su infancia.

María Codoceo nació el 24 de mayo de 1909en Iquique, porque su padre, ingeniero,trabajaba para los británicos en las salitreras.Quizás fue en ese entorno, en pleno desiertode Atacama, donde vio a sus primeraslagartijas. Y es probable que se hayapreguntado cómo podían sobrevivir en eseambiente tan inhóspito. Su inquietud pudoser respondida en forma elemental a travésde libros y revistas que traían algunosextranjeros.

Afortunadamente, por una parte, María secrió con institutrices que le enseñaron a hablaringlés. Por otra parte, le impusieron un sistemade vida bastante rígido, donde la capacidadde no expresar sentimientos era consideradaun valor. Por lo tanto, llorar en público, reírdemasiado, mostrar excesivo entusiasmo,eran simplemente, conductas de mal gusto.Eso la marcó para siempre.

Sus emociones eran tan apretadas como sugruesa trenza negra, que armaba como unacorona sobre su cabeza. De ojos vivaces,penetrantes, y sonrisa poco frecuente, MaríaCodoceo poseía sin embargo, una gransensibilidad que, curiosamente, dejabaentrever de vez en cuando, sobre todo alreferirse a los animales que analizaba.

Pero la determinación también se le notaba.De hecho, aunque en ese tiempo no era usualque una mujer siguiera estudios superiores,María viajó desde Iquique a Santiago, paraingresar a la Universidad de Chile, a estudiarnada menos que Ciencias Biológicas yQuímica. Todo un reto, para ella y para susprofesores, que en esa época eran, en sumayoría, científicos británicos y alemanes,que habían llegado a formar esa carrera ennuestro país.

Aunque María Codoceo manejaba el inglésdesde niña, se enfrentó a otro desafío:aprender alemán, porque la literatura científicasobre herpetología estaba mayoritariamenteen ese idioma. Con su empeño habitual, lologró. De hecho, obtuvo su título comoprofesora de Ciencias Biológicas y Químicaen 1932, cuando ella tenía apenas 23 años.

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Hizo su tesis sobre el cambio de colorproducido en las lagartijas debido a latemperatura. Su profesor guía fue undestacado maestro, el Dr. Hellmich, a quienella se refería con profundo respeto yadmiración.

Se casó con Pedro Ripoll, ayudante de otroprofesor. Ripoll fue probablemente el primercatedrático de Química Analítica en laUniversidad de Chile. Tuvieron un hijo, Oscar.Pero ella siguió estudiando, y asistió a todoslos cursos y charlas de perfeccionamientoque pudo, en las Escuelas de Temporada dela misma casa de estudios y también en laUniversidad Autónoma de México.No era una dueña de casa. Nunca lo fue ynunca pretendió serlo. Con tres idiomas, nole fue dif íc i l encontrar trabajo enestablecimientos educacionales de origenextranjero. Entre ellos, el Colegio Santa Úrsula,más conocido como “las ursulinas”, vinculadoa Alemania, y que fue fundado en 1938, seisaños más tarde de que María Codoceorecibiera su título universitario. Ella estuvocontratada allí desde el 1º de marzo de 1954hasta el 18 de febrero de 1971, fecha en quejubiló... sólo para ir a trabajar de lleno al MuseoNacional de Historia Natural.

Dejó huellas también como profesora.

Patricia Echeverría, actualmente de 71 añosde edad, secretaria de la Madre Superiora delColegio Santa Úrsula, fue una de sus alumnas.“Nos enseñaba Biología, desde Primero aSexto Humanidades, que correspondían a loque hoy es Séptimo y Octavo Básico yEnseñanza Media. La recuerdo muy bien. Erauna señora de unos 40 años cuando yo laconocí. Se peinaba su pelo negro con unatrenza gruesa, que arreglaba como diadema;de estatura mediana, no muy delgada, andabasiempre bien vestida, con falda, blusa ychaqueta, todo perfectamente combinado.Sabíamos que su nombre era María Codoceo,pero acostumbrábamos a llamarla SeñoraRipoll, porque ése era el apellido del marido.Jamás nos habló de él, pero sí, a veces, de suhijo, diciéndonos que era muy educado, quesiempre dejaba todo en orden, como ella lehabía enseñado. Al parecer, insistir en ladisciplina era su manera de expresarpreocupación, o cariño”.“Sus clases eran muy entretenidas; noshablaba de todos los animales, y sentía quelos bichos tenían una cierta sensibilidad. Anosotras nos llamaba la atención que dijeraeso, y nunca olvido que una vez nos contó:

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Analítica, y enseñaba muy bien. En el museoexistía, además, la Sociedad Chilena deHistoria Natural. Era socia, como yo. Nosreuníamos el tercer miércoles de cada mesen la sala de la Biblioteca, a conversar, comoamigos”.

Se hablaba de todos los descubrimientos,teorías, avances. Para ella, el museo se fueconvirtiendo en un lugar conocido, familiar.Así que ofreció su colaboración en formaespontánea, sin nada a cambio, ad-honorem,para cuidar la colección de herpetología yluego, para mejorarla e incrementarla.

Ella tradujo, desde el alemán al español elestudio “Contribución al conocimiento de lasistemática y evolución del géneroLiolaemus”, escrito por Walter Hellmich,referido a las lagartijas chilenas y sudistribución geográfica en nuestro territorio.

Simultáneamente, seguía haciendo clases.Pero salía de las aulas y de Santiago cada vezque le era posible. Al parecer, el dinero noconstituyó jamás una limitante en la vida deMaría Codoceo. Lo más importante para ellaera viajar, a donde podía, cuando podía ycomo podía. De cada expedición traía bolsoso cajas, l lenas de ranas y lagartos.

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“Vi a una polilla que estaba en el suelo, llenade hormigas... ¡y la maté, para que nosufr iera!” Yo me preguntaba: ¿Quéimportancia puede tener una polilla? Sinembargo, para ella, evitarle ese dolor fue unacto de compasión”.

Viajera y buscadora

A María no le bastaba con hacer clases.Quería seguir aprendiendo, más y más. Asífue como llegó al Museo Nacional de HistoriaNatural, que en ese tiempo era un herviderode ideas y de hallazgos científ icos.

Nibaldo Bahamonde, Premio Nacional deCiencias 1996 y Profesor Emérito de laUniversidad de Chile, la conoció desde joven.Dice: “Creo que la vi por primera vez en elPedagógico y luego en el museo. Su marido,Pedro Ripoll, fue mi profesor de Química

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No era una tarea muy delicada, y seguramentetuvo que usar pantalones, bototos, y prendascómodas, para caminar sobre el barro o encaminos llenos de polvo. Evidentemente,debió tomar con las manos a las lagartijas ya los sapos.

Pero ella siempre se las arregló para mostrar,en público, una figura impecable, con suvestimenta en perfecto orden, y el moño ensu lugar, sin que un cabello se saliera de laestructura, y con sus manos suaves y uñasesmaltadas de rojo.

Fue tan importante su aporte, que entre losaños 1951 y 1956 fue nombrada Jefe de laSección Reptiles del Museo Nacional deHistoria Natural, cargo que desempeñó ad-honorem, en sus horas o días libres.

En vacaciones, como siempre, viajaba. Nocomo turista, sino como investigadora. Dealgunos de esos recorridos dan cuenta unaveintena de ar t ículos que publ icóprincipalmente en el Noticiario Mensual delMuseo de Historia Natural, entre 1950 y 1978.

Esa revista, afirma el profesor NibaldoBahamonde, tenía como propósito ladivulgación científica, sobre todo para losprofesores que debían entregar informaciónde esos temas.

El primer escrito de María Codoceo fueimpreso en 1950, con el título “Reptiles deTarapacá”, dando cuenta de los “Resultadosde la Expedición Universitaria a Tarapacá en1948”. En el artículo indicaba que en ese viajese habían identificado siete especies dereptiles. Y que en Putre, a 3.500 metros dealtura, se habían colectado 80 ejemplares deuna lagartija, Liolaemus alticolor (Barbour,1909), “especie nueva para Chile”. La mayoríade esos ejemplares, indicaba, “fueron cogidosen las pircas que rodean los terrenos decultivo, o debajo de las piedras; también suelenhabitar los matorrales de tola y los cactus quecrecen apretados al suelo”. Añadía que “elmacho presenta una banda rojiza a loscostados del abdomen, que desaparecendespués de fijado en formol al 10%; la hembrano presenta este color”.

Cabe suponer que, aunque en esa ocasión noestaba sola, el zurrón o bolso que portabadoña María era de tamaño considerable y dematerial muy resistente.

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que tres hembras eran gestantes ypresentaban fetos a término, y esparticularmente interesante señalar la nitidezcon que aparece en la región superior de lacabeza, en estos fetos, la glándula pineal”.

Estudiaba a fondo, analizaba, y le encantabaestar a cargo de esa sección. Por eso, ennoviembre de 1956, en el mismo NoticiarioMensual del Museo de Historia Naturalpublicó un artículo sobre “su reino”, bajo elsimple título de “Sección Herpetología”. Allíla describió por completo, señalando queestaba ubicada en la Sala 12, que comprendíaademás dos stands en el Hall Central, “en unode los cuales se exhiben tortugas marinas ytortugas terrestres, galápagos, que no estánrepresentadas en nuestro país”.

Habló también de los caimanes, de uncocodrilo africano, serpientes embalsamadas,y subrayó: “Recientemente, 10 de octubre(1956) nuestra colección se ha enriquecidocon un ejemplar vivo del Género Caretta (quese conserva vivo en un acuario del Museo)”.

Y como para asombrar a sus lectores, añadía:“Llama la atención del público visitante lagran serpiente apretadora del Brasil, quepuede alcanzar hasta 10 metros de longitud

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En 1954 publicó otro trabajo sobre “Reptilesde la región de los lagos valdivianos”.Correspondía a un análisis de 128 ejemplarescolectados durante la Expedición delDepartamento de Parasitología de la DirecciónGeneral de Sanidad a la región de los LagosValdivianos.

Ella estuvo allí, y escribiendo sobre los 62ejemplares de la especie Liolaemus pictuspictus, especificaba que fueron “capturadosen la selva vecina al Lago Caburgua, en losalrededores del Lago Colico, en regionesboscosas y junto al Lago Panguipulli”; los 23ejemplares de Liolaemus monticolavillaricensis, fueron encontrados “en murosde roca entre las piedras”.

Lo que significa que doña María buscaba yrebuscaba entre los peñascos. No sólo eso.Ya en su laboratorio, al hacer la disección delos Liolaemus gravenhorsti, “pude observar

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al verde claro, muestra a veces tonalidadescobrizas y aún grisáceas, facilitando a estaranita el confundirse con el medio que habita”.

Al año siguiente, en junio de 1957, yaentregaba los resultados de otro de sus viajes,escribiendo un artículo sobre “Anfibios deAysén y Magallanes”, y especialmente sobrela especie del género Eusophus, que la gentellama “sapo colorado” (“y que es realmentede tono anaranjado”, aclaraba) . Acontinuación, agregaba: “Pude observar, a lolargo de mi viaje, en diferentes puntos derecolección, Quitralco, Bahía Eugenia, caminoentre Puerto Aysén y Coyhaique, Puyuhuapiy sus alrededores, que había posturas endistintas etapas de desarrollo”.

Está claro que observó atentamente todo elproceso de gestación. “Las hembras ponensus huevos bajo los troncos que se pudrenen los mallines o en terrenos pantanosos, enforma de masas que se van individualizandoa medida que se desarrollan las larvas”.

Imaginarse a la estricta e impecable MaríaCodoceo caminando entre terrenospantanosos implicaba una labor imaginativacontundente.

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y su grosor es comparable al de un muslohumano”. Además, se explayaba sobre lasserpientes venenosas, representadas por lacascabel sudamericana y la cascabelnorteamericana; la cobra “cuyo veneno se haempleado en el tratamiento contra el cáncer”,el áspid de Egipto y otros.

Algo de ternura se deslizaba en otro escrito,en diciembre de ese mismo año 1956. Aldescribir a “La ranita de Darwin”, indicaba: “Lapresencia de este pequeño sapito añade unanota más al alegre concierto que es frecuenteescuchar, en los cálidos meses estivales, enlos hermosos bosques del sur de nuestropaís”. (...) “No es fácil, sin embargo, ver alpequeño autor de esta melodía, pues se ocultabajo la hojarasca o bajo pequeñas alfombrasde musgo, y aún de trozos de corteza detroncos caídos en los lugares más sombríosde la selva. El colorido del dorso, que varíadesde el tono amarillento verdoso al verdeclaro, muestra a veces tonalidades cobrizasy aún grisáceas, facilitando a esta ranita elconfundirse con el medio que habita”.

Alfombras de musgo, y aún de trozos decorteza de troncos caídos en los lugares mássombríos de la selva. El colorido del dorso,que varía desde el tono amarillento verdoso

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Pero, definitivamente, a ella no parecíaimportarle lo que pensaran o dedujeran losdemás. No hizo amistades en el Museo. Suobjetivo era colectar, investigar, aportar. Ensu escrito “Conducta del sapito de cuatro ojosen cautividad” (que trajo en uno de sus viajes),describió detalladamente la caja que sirviópara el transporte, la tapa, la alimentación“que ha consistido en insectos vivos ylombrices terrestres”. Observó atentamentecómo comía: “Después de haber devoradodos o tres lombrices, se zambulle en su baño,donde permanece flotando”. Y aunque habíahecho compartir territorio al sapito con otrasespecies, e incluso con parientes próximos,comentaba: “pues bien, éstos son desplazadosdel festín de lombrices por el robusto yagresivo sapito de cuatro ojos; a tal extremoque sólo se acercan a comer cautelosamente,cuando el otro ya se fue al charco”. Sin duda,le había fabricado un charco, para que sesintiera como en casa.

En 1962 escribió, junto a Donoso-Barros, unartículo sobre “Reptiles de Aysén yMagallanes”, que apareció en el Boletín delMuseo Nacional de Historia Natural.

Sólo hizo gala de sus propios conocimientosdel mundo en unos pocos escritos. Entre ellos

uno sobre la “Distribución geográfica de lasserpientes ponzoñosas”, que realmenteconstituye un mini-manual sobre el tema, porla forma en que las describe y en que anotalos efectos de sus mordeduras. Se notaba queno solamente las había visto en libros.

Y en un relato analítico sobre las tortugas decarey, procedentes del Océano Indico, decía:“De un solo ejemplar se puede obtener de 8a 16 libras de carey, cuyo precio en elcomercio es de 5 dólares la libra, términomedio”.El carey era un material muy utilizado parafabricar armaduras de anteojos y otroselementos, antes de la aparición del plástico.Ella manifestaba su compasión con lassiguientes palabras:

“El método que emplean los nativos ycomerciantes en carey, para quitar las placasque forman la caparazón, es cruel; consisteen quemar hierbas sobre el espaldar, hastaque el calor haga despegarse las placas, quese van levantando después con un cuchilloafilado”. Agregaba: “Dice un testigo ocularque “si las tortugas tuvieran la facultad degritar, convertirían las islas donde sonsometidas a esta horrible tortura, en uninfierno de gritos”.

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Una antigua estirpe

Cuando María jubiló como profesora, en1971, hizo otros viajes, y luego decidió dedicarsu atención al Museo Nacional de HistoriaNatural. Se presentó a concurso para un cargode tiempo completo. Sus competidores eran,mayoritariamente, jóvenes recién titulados enalguna disciplina científica. Ella tenía 62 años,pero poseía todos los pergaminos y losconocimientos para adjudicarse el cargo.

Fue contratada formalmente en el MuseoNacional de Historia Natural en 1972, con elcargo de Investigadora.

Pero dejó de preocuparse de los anfibios yreptiles, para dedicarse a los moluscos, en elLaboratorio de Malacología.

Herman Núñez, actual Curador del Área deVertebrados del Museo, y herpetólogo, laconoció cuando él estudiaba Biología, en elInstituto Pedagógico de la Universidad deChile, y fue a ver la colección de reptiles delmuseo.

“A primera vista, esa señora de pelo negro,con su trenza cruzada sobre la cabeza, mepareció un poco hostil, como si mepreguntara, sin palabras, ¿qué viene a hacerusted aquí? Sin embargo, con el tiempo medi cuenta de que ella era generosa en laentrega de sus conocimientos. A mí siempreme fascinaron los cocodrilos, serpientes yculebras, y ésa también era la pasión de doñaMaría, quizás porque constituyen una estirpemuy antigua. Llevan 300 millones de añossobre el planeta. De los anfibios surgieron losreptiles, que reinaron por 180 millones deaños, en el período mesozoico. El hombrelleva apenas cinco millones de años aquí.Ella sabía mucho sobre una amplia variedadde temas.

De repente hablaba como alemana, porquesus maestros en herpetología fueronalemanes. Cuando yo le llevaba algunosejemplares, y le hacía algún comentario,sacaba su libro, su “Biblia”, “Die EidechsenChile insbesondere die Gattung Liolaemus”,y veía si aquello estaba ya descrito oinvestigado. A veces me decía: “Aquí dondepongo la uña le voy a mostrar una escamaque...”Subraya Herman Núñez que andar buscandolagartos y sapos, por los años ‘50, era algo11

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insólito para una mujer, y se le reconoce sugran labor en el trabajo de campo. RecorrióChile entero, se metió en barriales yandurriales; hizo aportes de vanguardia paradar a conocer nuestra fauna, que es bastanterica, ya que existen unas 130 especies derepti les, y de las cuales unas 100corresponden a lagar t i jas , númeroconsiderable para un país pequeño como elnuestro.

Por eso, Núñez, junto al investigador Pincheira- Donoso, el 2005, le rindieron un homenajenetamente científico a María Codoceo, albautizar una subespecie como Liolaemuspictus codoceae. A muchas personas puedeparecer extraño que se le ponga un apellidohumano a una lagartija, pero en el mundo dela ciencia es todo un honor y unreconocimiento.Es cierto, reconoce Herman Núñez, que elcarácter de María era muy firme, y no vacilabaen decir lo que pensaba. Una anécdota larefleja de cuerpo entero:“Había un mueble valioso, que debía sacarsede una oficina, sin destinatario fijo. Uninvestigador estaba interesado en llevárseloa su sala. Doña María también quería elmueble. El le preguntó: ¿Por qué se lo va allevar usted, señora Codoceo? Ella zanjó ladiscusión con una frase rotunda: “Porque usted

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es un caballero, y yo soy una dama”. Y se hizoel traslado a la oficina de ella”.

Esa actitud la convirtió en todo un personajeen el museo, incluso para quienes notrabajaron directamente con ella, como NievesAcevedo, actual Curadora del ÁreaAntropología del Museo Nacional de HistoriaNatural. “A veces nos veíamos en los pasillos,o porque debía llevarle algún documento. Mellamaba la atención que siempre estuviera tanbien peinada, maquillada, con las uñaspintadas, tan femenina, y tan sólida al mismotiempo”.

Sin embargo, al parecer, en su vida enfrentómomentos de gran amargura y tristeza. Tuvoun hermano que falleció mucho antes queella; un matrimonio que no pudo continuar,y un solo hijo, Oscar, que murió trágicamenteen 1974.

A nadie le contó nada. Y si lo hizo, debe dehaber pedido que esa confidencia no salierajamás de los labios de quien la recibió. Eso seha cumplido cabalmente.

Quizás una manera de evitar el dolor de lasheridas emocionales fue volcarse en el trabajo.Nieves Acevedo lo explica así: “La gente queestá metida en la ciencia es un poco ermitaña.

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No tienen tiempo para perderlo en cosasintrascendentes. Ir a terreno, tomar muestras,elaborar hipótesis para entregar un nuevoaporte, es lo que caracteriza a un verdaderoinvestigador. Y ella era una gran investigadora,sin duda alguna”.

El único discípulo

Oscar Gálvez Herrera fue su único discípuloe n M a l a c o l o g í a . Ac t u a l m e n te e sAdministrador de la Base de Datos Biológicosdel Museo, que será un inventario de labiodiversidad nacional.

El conoció personalmente a María Codoceo,cuando llegó al Museo en 1971, comoestudiante del Centro Nacional de Museologíaque había sido fundado allí en 1969, parapreparar técnicos que supieran cómoadministrar y mejorar los museos. Hizo lapráctica en el Laboratorio de Malacología,que ya estaba a cargo de doña María. “Aprimera vista no era una persona quedespertara mucha simpatía, pero le dije: “Megustaría saber si puedo trabajar con usted”.Me respondió, seria, pero amable: “Bueno,¿qué días tiene tiempo?” Cuando llegué, elprimer día, me dijo “¿Ve esa cantidad de

frascos? Hay que lavarlos todos”. Así que loslavé, y me di cuenta de que no sabía hacerlobien; hasta creo que quebré algunos. Ella eraexigente, y poco tolerante. No aceptaba laflojera, la dejadez, el que la gente no tuvieraambiciones o no se formulara preguntas. Leotorgaba valor a la eficiencia, a la rigurosidad,a la disciplina. Tenía muchos recursosl i n g ü í s t i c o s p a r a d e m o s t r a r s udisconformidad”.

Vivía sola. Nunca se supo si se había separadode su marido, o si había enviudado. “Acá nocultivó amistades, pero conmigo era amable,quizás porque yo era obediente. Ella viajabamucho, a lomo de mula si era necesario; semetía en las selvas, hablaba de la Patagonia,de Chiloé, del río Urubamba... cuando yo laconocí me dijo que quería aprender japonésporque tenía interés de ir a Asia”.

Oscar Gálvez dejó de verla cuando se fue atrabajar a la Universidad Católica y luego,como Director, al Museo de Puerto Williams.Sin embargo, cuando volvía de vacaciones aSantiago, pasaba a visitarla. “Llamaba parami casa y preguntaba a mi familia “Qué es deOscar, que no me ha escrito...” Nunca tuvootro discípulo en malacología”.

¿Qué la motivó a cambiar las lagartijas por13

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las conchas, o, en términos más científicos,la herpetología por la malacología?

Es un tema que no está resuelto. Muchoscreen que su pasión fueron, toda la vida, losreptiles. Pedro Báez, biólogo marino, con unMaster en Estados Unidos, y actual CuradorJefe del Área de Invertebrados del Museo,sucedió a don Nibaldo Bahamonde como Jefede la Sección Hidrobiología del museo.Heredó también a todos los funcionarios yacontratados. Entre ellos, a doña MaríaCodoceo.

“La conocía desde antes, cuando yo eraestudiante y venía a conversar con donNibaldo; siempre pasaba a saludarla, porqueconmigo fue muy cálida. Me decía: “DonPedro, póngase cómodo. ¿Le convido unaagüita, de cedrón, de manzanilla?” Y nosponíamos a conversar.Yo le hacía preguntas, porque ella, ademásde los moluscos, sabía mucho sobre losequinodermos, que son el grupo al cualpertenecen las estrellas de mar, los erizos; ylos crinoideos, llamados lirios de mar, y variasotras especies exclusivamente marinas. Quizásnotó que el campo marino era más desafianteque la tierra. Yo creo que le habría gustadoser biólogo marino; le ponía un entusiasmonotable a todo lo que hacía.

Había traído caracoles desde Ecuador y habíaorganizado una sala-acuario. Cuando memostraba algo siempre usaba la expresión“¿ve usted?” y en ese comentario habíasiempre una pregunta subyacente, algo asícomo ¿no le parece raro que esto lo hayaencontrado en tal parte? Y yo le respondía“Es probable que haya sido traída por laCorriente del Niño, o bien que...” Y seguíamoshablando. Siempre me asombró su capacidadpara recoger muestras”.

Cuando pasó a ser su jefe, en 1983, no hubocambios en la comunicación. “Al contrario, alpreparar los informes de fin de año y organizarlo que habíamos hecho, me decía un tantoirónicamente “Muy bien pues, jefe”, pero enun tono gentil. Estuve dos veces en su casay conocí a su hermana. La casa era austera,pero de muy buen gusto, como ella, quesiempre se veía distinguida, con su cuidadosopeinado, con el moño característico, susmanos con uñas bien pintadas, que no secondecían con los bichos que iba agarrando.Yo también he buscado reptiles en cerros ylas manos quedan sucias, dañadas. A ella nose le notaba en absoluto ese trabajo decampo. A ratos me daba la sensación de quepodría haber pertenecido a la alta sociedadde algún lugar como Lima, por ese aire algoaristocrático que se le notaba en su figura”.14

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Era buena profesora. “Observaba a losescolares que visitaban el museo; y cuandoveía que tenían dudas, se metía en el grupoy empezaba a explicarles cosas, que siemprellamaban la atención de los chicos”.

A María Codoceo le correspondió realizar untrabajo trascendental: catalogar las conchasde la colección de Pablo Neruda. La tarea fueardua, y requirió de una gran paciencia y deuna extensa investigación. El poeta habíadonado a la Universidad de Chile, en 1953,su biblioteca, conformada por más de sietemil libros, revistas y manuscritos, y sucolección de conchas de moluscos, que estabacompuesta por más de cuarenta mil caracolas,procedentes de distintas partes del mundo.

Archivar los libros fue complejo. Pero catalogarlas conchas fue más complicado aún, ya quemuchas eran bellísimas, pero su origengeográfico y filogenético aparecía muy difuso.

Con su impecable delantal blanco, María seentregó de lleno a clasificarlas. En 1987, elDirector de la Biblioteca Central de laUniversidad de Chile, Alamiro de Ávila,informó que “6.391 conchas han sidocatalogadas por la experta Sra. MaríaCodoceo".

El trabajo se publicó en los Anales de laUniversidad de Chile. Poco después, esemismo año 1987, María dejó de trabajar enel Museo. Tenía problemas de salud, y sumente brillante y alerta estaba menos lúcida.Ya había cumplido 78 años de edad.

El último que la vio fue Augusto Cornejo,Administrador de las Colecciones deVertebrados (aves, reptiles, peces, mamíferos).La había conocido, también, por el año 1972,cuando era estudiante de Museología.Tuvieron una grata relación de maestra-alumno. Incluso lo invitó a su casa, en la calleTintoretto, cerca de Colón con Hernando deMagallanes. “Era muy reservada, peroexcelente profesora. Compartía susconocimientos, porque no era egoísta”.

María falleció en 1998, en una casa de reposode calle Salvador, cerca del Hospital. PedroBáez, Oscar Gálvez y Augusto Cornejo fuerona su funeral, sobrio y privado.

A ella le habría gustado que hubiera sido así,sin llamar la atención. Reservado, como ellafue durante toda su vida.

Pero el legado que dejó fue importante. Esose reconoce en el libro “Herpetología deChile”, recién publicado a fines del 2008, con15

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el propósito de recopilar la informaciónacumulada en los últimas cuatro décadas, ydivulgarla a través de un lenguaje de fácilacceso. Las editoras, Marcela Vidal yAntonieta Labra, dos jóvenes científicas concurrículos de peso, subrayan los aportes deCei y Donoso-Barros, los autores nacionalesmás importantes en el tema, cuyas obrasconstituyen los pilares de esa disciplina ennuestro país. Destacan que ambosmencionaron en sus escritos la contribuciónde María Codoceo, calificándola como “unaexploradora del sur de Chile”.

Sin embargo, Marcela Vidal y Antonieta Labravan más allá. En el prólogo de “Herpetologíade Chile”, revisado por 31 científicos chilenosy extranjeros, y publicado con el auspicio deMinera Escondida, el Instituto de Ecología yBiodiversidad, la Facultad de Ciencias de laUniversidad de Chile y la Universidad deConcepción, indican expresamente:“ Q u e r e m o s h a c e r u n p a r t i c u l a rreconocimiento a una mujer, María Codoceo(1909-1998), a quien también dedicamosesta obra. María fue coetánea de Cei yDonoso-Barros, y participó activamente enel descubrimiento y generación deconocimiento de la herpetofauna de Chile.16

Con más de una decena de artículos, algunosde ellos en colaboración con cada uno deestos dos próceres, María fue capaz dep a r t i c i p a r d e n t ro d e u n s i s te m apredominantemente dirigido por hombres”.

En los capítulos 5 y 6 del libro reproducen losescritos de María Codoceo, “quien recorrióentusiastamente el territorio de Chile con elúnico afán de conocer la diversidad dereptiles”. Y, al finalizar el prólogo, las jóvenescientíficas dicen: “Esperamos que al terminarde leerlo, concuerden con nosotras en queestas criaturas, después de todo, ¡no son tanabominables!”

Eso era exactamente lo que creía MaríaCodoceo.

Albina Sabater Villalba

Lunes 30 de noviembre, 2009