bill de caledonia - ¿dónde estuvo? relatos históricos del 17 de octubre de 1945

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    Diseo, composicin y armado:Caligra x Servicios Gr cos Integrales S. H.Av. Pueyrredn 1440, 2 - C1118AAR Buenos AiresTele ax: 4821-626in o@caligra x.com.ar - www.caligra x.com.ar

    Impresin:Talleres Gr cos DEL S. R. L.E. Fernndez 271/75 - PieyroTele ax: 4222-2121

    Marzo de 2006

    PresentaCin

    Anotamos de las memorias de Pern la transcripcin cronolgica de loshechos desde su renuncia hasta la apoteosis obrera de la Plaza de Mayo del

    17 de octubre de 1945, donde los trabajadores unidos en una masa de ms demedio milln de hombres, cambi el curso de la historia argentina.

    Palabras del autor

    El 17 de octubre de 1945, cuando el pueblo agolpado en la Plaza de Mayopudo por n escuchar la palabra de su lder, le preguntaba Dnde estuvo?con insistencia, queriendo saber la verdad de su desaparicin de esos das.Pern, que no quera echar ms lea al uego, con su habitual generosidad,en lugar de decir que haba estado detenido en la isla Martn Garca, les con-testaba: Estuve realizando un sacri cio que hara mil veces por ustedes.

    Tiempo despus apareci un olleto titulado Dnde estuvo? que con-tena una respuesta a esa pregunta ormulada por su pueblo, con la rmade Bill de Caledonia. Segn el pro esor Fermn Chvez, se era el nombrede uno de los perros de Pern y el olleto haba sido impreso en los talleresde la Penitenciara Nacional de la avenida Las Heras, muy cerca de nuestroInstituto, donde una dcada despus sera usilado el general Juan Jos Valle,cabeza de la revolucin del 9 de junio.

    El autor del olleto sera el mismo general Pern, quien habra contadocon la colaboracin de su equipo de prensa, entre ellos: Francisco MuozAspiri y Blanca Luz Brum.

    Reeditamos este Cuaderno en la conviccin de que incorpora un textooriginal y completo sobre la echa undacional del peronismo.

    Lorenzo PepeSecretario General

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    l as amBiCiones del Coronel Pern

    La alsedad y la ingratitud, fores lozanas de estos tiempos de pasin, hanhecho soar a medias las trompetas de la ama. Espero dar aqu, la in orma-cin que capciosamente se calla y sin la cual ser intil que muchos quieranexplicar algunos episodios de esta revolucin.

    Para hacerlo, nada mejor que seguir la actuacin del coronel Pern en lasintimidades de los hechos, grandes y pequeos; que ueron verdaderamentetrascendentes.

    Habr tambin mucha gente que querr saber por qu el coronel ue vi-cepresidente, por qu ue ministro de Guerra y por qu ue secretario deTrabajo y Previsin, como asimismo qu bene cios personales le acarrearonestos cargos acumulados.

    Todo eso lo diremos y desa amos a cualquiera a que desmienta una sola

    afrmacin que, sobre los hechos, haremos en estas pginas.

    1. El coronel Pern aparece en el escenario

    Producida la Revolucin del 4 de junio de 194 , aparece inde nidamenteproyectada la gura del coronel Pern y cobra relieve desde la je atura de laSecretara del Ministerio de Guerra. All estructura un minucioso plan deaumento y modernizacin del Ejrcito; es la aspiracin de cincuenta aosque vive y palpita en el corazn de los verdaderos soldados de la Repblica.

    La situacin del mundo es grave, una atms era densamente brumosaobscurece el horizonte internacional. La Argentina tiene un Ejrcito pigmeo,desnudo, desarmado y en plena descomposicin moral. Algunos generales,por primera vez en la historia del Ejrcito Argentino, han sido enjuiciados y condenados por delitos comunes, arrastrando en su ca da a numerosos je es y o ciales. Sucede un caso, tambin por primera vez en la historia del Ejrci -to Argentino, de alta traicin , que arroja a un je e a Tierra del Fuego. Es quelas instituciones militares de las democracias son refejo de lo que sucede enla Nacin misma, y los pases, las instituciones y los ejrcitos, comienzan adescomponerse, como el pescado, por la cabeza.

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    Si grave era lo cualitativo, no era menos grave lo cuantitativo: la dota-cin, los alojamientos, etctera, del Ejrcito. En momentos internacionalesextremadamente di ciles, 5.000 hombres descalzos y harapientos; unida-des enteras donde los soldados salan rancos con ropas civiles, porque nohaba su cientes uni ormes en buen estado para proveerles; el tiro de lain antera reducido a la mitad de las condiciones porque no se dispona demunicin por alta de plvora, a pesar que haca largos aos dorma, he-rrumbrndose en sus cajones, una brica de plvora comprada en Europa;no se abricaba en el pas un solo gramo de explosivos; no se haba abri-cado an un solo proyectil para artillera; muchas tropas vivan en taperaso en carpas por alta de alojamiento adecuado; los equipos no alcanzabanni siquiera para la dotacin del minsculo ejrcito de que se dispona; trescuartas partes del pas estaban desguarnecidas de tropas; una aeronuticaque no poda mantener en vuelo ni siquiera treinta aviones; una brica deaviones semiabandonada que a pesar de haber costado muchos millones,no haba producido sino reparaciones y algn avin que otro, y gran n-mero de de ciencias que sera largo de enumerar aqu.

    En un ao y medio de incesante trabajo que honra al Ejrcito, todas las

    de ciencias ueron subsanadas en orma absoluta; lo saben bien los je es y o ciales, aun cuando no podamos consignar aqu los detalles por razonesdel secreto militar. Ello a rm el prestigio del coronel en la seguridad de loshechos ehacientes.

    Siendo je e de Secretara del Ministerio de Guerra, un da hace llegara la Presidencia, por interpsitas personas, un pedido: quera hacerse car- go del Departamento Nacional del Trabajo. Esta aspiracin caus gracia encierta medida.

    Muchos rieron rancamente de la ocurrencia, pero pocos saban adndeiba el coronel con esta, al parecer, peregrina idea. Era la primera vez queel coronel peda ser algo y el Gobierno lo nombr. Inmediatamente uepuesto en posesin del cargo por el propio general Ramrez a la sazn pre-sidente de la Repblica.

    Tres meses despus haba desaparecido el Departamento, para ceder sulugar a un organismo nuevo, la Secretara de Trabajo y Previsin, que pro- yectaba sus dictados de justicia social a toda la Repblica. Los trabajadoresargentinos estaban rente a una nueva era de liberacin y de reivindicacionessociales. Los hechos posteriores muestran elocuentemente que desde all seha ejecutado una verdadera y pro unda re orma social en todo el pas.

    2. Por qu fue ministro de Guerra el Coronel

    En este episodio de su vida pblica, pre erimos transcribir de sus memo-rias, sus propias palabras:

    Corran das di ciles para la Revolucin dice el coronel. El generalRamrez haba renunciado y el general Farrell, en su carcter de vicepresi-dente, se haba hecho cargo del Gobierno.

    Personalmente deseaba dedicarme por entero a la Secretara de Trabajo y Previsin, a n de infuir en cualquier orma sobre la parte constructivade la Revolucin que, para m, ncaba en tres grandes re ormas de ondo: lare orma rural, la re orma industrial y la re orma social ya en marcha.

    Siendo as, desde el primer momento, aconsej al nuevo presidente nom-brar a un general como ministro de Guerra, proposicin con la que estuvocompletamente de acuerdo, prometindome hacerlo as. Con ello pensba-mos que se a rmara la disciplina que poco a poco habamos ido reconstitu- yendo desde el Ministerio de Guerra, para regularizar una situacin alteradapor la Revolucin.

    Cuando los je es se enteraron de ello se pusieron en movimiento y con el

    general Avalos a la cabeza pidieron al presidente Farrell que el coronel Pernuera designado para desempear la cartera vacante.Finalmente, despus de algunos cambios de opiniones, el general Farrell

    acept y le hice presente que no convena al gobierno tal nombramiento.Acosado por los je es que insistieron de toda manera y llegaron hasta decir-me: Mi coronel, usted nos ha metido en esto y no puede negarse a ser nuestroministro, tuve que aceptar la imposicin y hacerme cargo del Ministerio.

    Todos los hechos anteriores pueden ser atestiguados por el propio ge-neral Farrell y por todos los je es de la Primera Divisin del Ejrcito, los deCampo de Mayo, del Ministerio de Guerra y muchos otros.

    Esta primera ambicin de que se acusa al coronel, es conveniente cargarla a lacuenta de otros, pues como vemos se trata de un caso de ambicin a la uerza.

    3. Por qu el Coronel fue Vicepresidente

    Como en el caso anterior, pre erimos sacar de sus memorias, la explica-cin de este suceso:

    Corran los das un tanto plcidamente desde que el general Farrell ocupa-ra la primera magistratura. Varias veces habamos conversado los dos sobre la

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    necesidad de designar un vicepresidente. Mi opinin, y as insist siempre antel, era que deba designarse al almirante Teisaire, a n de que la Marina tuvierasu representacin. El general encontr atinada la idea y lo decidi as. Recuer-do que con dencialmente llegu hasta elicitarlo al buen amigo Teisaire.

    Pasaron unos das despus de tomada la decisin y el general me llampara decirme que los je es crean que yo deba ser el vicepresidente y recuer-do que contest al general: Yo no acepto.

    Nuevamente, como haba pasado en el caso de mi designacin de mi-nistro, llegaron hasta m los je es y el general Avalos para pedirme que depu-siera mi intransigencia y aceptara, en razn de convenir que un hombre dela Revolucin quedara al rente del Gobierno en el caso que llegara a altarel general Farrell. Resist insistentemente mani estando a los je es que noquerra aparecer como un ambicioso que andaba a la pesca de guracin y que ellos me estaban haciendo gurar como lo que no era. Finalmente re-hus aceptar. En esos das se pensaba modi car el gabinete y yo present mirenuncia como ministro de Guerra. Desconozco qu gestiones se realizaron,pero a los pocos das me llam el general Farrell y me pidi que aceptara lavicepresidencia. No me qued otro remedio.

    Cuanto mani esto aqu, puede ser atestiguado por el propio general Fa-rrell, por los je es de la Primera Divisin de Ejrcito, los de Campo de Mayo,del Ministerio de Guerra y muchos otros.

    Elocuentes son las palabras del coronel que pueden ser corroboradas por tantagente responsable. Este, como el anterior, es otro caso de ambicin a la uerza.

    4. Las presiones para una candidatura

    Tambin de esto habla el coronel en sus memorias. Oigamos su palabrasimple y llana, ya que, como ha dicho l mismo, la verdad habla sin artifcios .

    Yo ui el primero en condenar una candidatura o cial. Cuando aparecie-ron los primeros indicios que me sindicaban como tal candidato, recuerdoque una noche, reunidos en casa con el teniente coronel Mercante, tratamoslargamente la cuestin y resolv nalmente poner n a las especies circulan-tes, con una declaracin decisiva en la que negaba en orma absoluta la vera-cidad de tales a rmaciones y desautorizaba a quien girara mi nombre en talsentido, condenando abiertamente la posibilidad de candidaturas o cialesque representaran la continuidad del gobierno como imposicin del mismo y no de la voluntad popular, dentro de la cual el Ejrcito jugaba su rol como

    uerza tambin popular. Esa declaracin clara y terminante la mand esamisma noche a los diarios y ue publicada al da siguiente en todos ellos.

    No alt quien dijera que esa declaracin me haba sido impuesta y arrancada por alguien a altas horas de la noche; nada ms absolutamente

    also. No soy hombre de dejarme imponer nada. Fue completamente espon-tnea y personal y con anterioridad a su publicacin, slo ue conocida porel teniente coronel Mercante. Quien a rme lo contrario, miente.

    Las palabras del seor presidente, en la Comida de Camaradera del 6de julio de 1945 en el saln Les Ambassadeursa las que algunos mal pensa-dos e intrigantes atribuyeron una intencin aviesa del general para conmi-go, se aclararn si declaro aqu y recurro al propio testimonio del generalFarrell que le ueron sugeridas por m .

    En e ecto: la promesa de convocatoria para antes del 1 de diciembresin candidato o cial; que el candidato sera el que eligiera el pueblo; queel Ejrcito no comprometera su seriedad ni intervendra en poltica; comoasimismo que se aseguraran comicios absolutamente limpios, ueron suges-tiones mas que el general escribi mientras se las deca, el da 5 de julio, ensu propio despacho a las 12 y 0 horas; es decir, el da antes de la comida.

    De acuerdo conmigo el seor general acept casi las mismas palabrasque le suger, las introdujo en su discurso y las pronunci en la mencionadaoportunidad.

    Pas el tiempo y yo me mantuve en esta tesitura prescindente, a pesarde todos los que me hicieron el amor para embarcarme en una u otratendencia. Lleg a mi mesa de trabajo la ms abigarrada procesin de vi-vos de todas las layas. Unos me decan: Vea coronel, las elecciones se ganancon plata y direccin; nosotros tenemos las dos cosas. Infexiblemente lescontest: No tengo inters en la operacin. Estos diligentes opor tunistas meo recan el pacto de Fausto, pero para ello era menester vender el alma aldiablo. Para ellos el problema era una eleccin, para m era el bienestar y la

    elicidad de catorce millones de argentinos. Tenamos vsceras di erentes y hablbamos idioma distinto.

    Llegaron tambin a m los conciliadores y los de la concordancia pa-tritica, pero ya saba bien lo que detrs de esos lindos rtulos exista: un de-seo incontenible de copar en provecho propio, lo que se haba realizado parabene cio del pueblo autntico y su riente. Si el pueblo deba decidir por ssu propio destino, era menester esperar su decisin y cualquier componendaera una conspiracin en su contra.

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    Yo personalmente me acerqu siempre a las masas obreras, que reco-nozco han sido mi predileccin, porque ellas representan el dolor y el sudorde la Patria, y porque soy de los que creen que alguien en el gobierno ha deocuparse de los que su ren cuando todos se ocupan de los que gozan.

    Reconozco tambin que me acerqu a los dirigentes polticos que repre-sentan autnticamente al pueblo y me separ deliberadamente de los que s-lo representan a los que viven para gozar de una vida estril y vaca. No estoy arrepentido de ello. Por otra parte, como secretario de Trabajo y Previsintena en mis manos y bajo mi responsabilidad la justicia social que ambicio-no de ondo y no de orma.

    As pasaron los das hasta que uno de ellos, a las 12 horas, mientras meencontraba en el Ministerio de Guerra empeado en mis tareas, ui llamadocon urgencia por el presidente a la Casa de Gobierno y conducido al comedordel palacio, donde lo encontr reunido con el general Avalos y todos los je esde unidades de la Primera Divisin de Ejrcito, Campo de Mayo, algunos dela Segunda Divisin y otros o ciales superiores y je es que no recuerdo en sutotalidad. All se haba conversado, segn supe despus, de mi situacin y del

    uturo de la Revolucin, como asimismo de la normalizacin constitucional.

    Llegado al saln, el general Avalos, en presencia del presidente y todos los je es, se cuadr a mi rente y me dijo ms o menos estas palabras: Coronel Pe-rn, pensando en la continuidad de la Revolucin, en el uturo rgimen consti-tucional de la normalidad, hemos pedido al seor presidente que se tomen lasmedidas para que usted pueda ser el candidato a la utura presidencia. Este esel sentir y el deseo de Campo de Mayo y de los je es aqu reunidos.

    Terminadas las anteriores palabras, el general Farrell dijo algunas paraa rmar que siempre el coronel Pern haba sido de su predileccin y quetena el placer en hacerlo presente con la lealtad que invariablemente habaobservado con su amigo.

    Ya, un poco con uso, me limit a decir: Seores, me cargan ustedes conuna enorme responsabilidad, pero si ello es el sentir del Ejrcito, aceptaruna vez ms, porque como soldado me debo a la Patria y la Institucin.

    As termin la reunin y nos dispersamos. Y con muchos pensamientosencontrados y no pocas tribulaciones en mi espritu tan a ectado en los lti-mos tiempos por sensaciones tan diversas.

    Este hecho reproduca numerosas situaciones anteriores en que llegabaa m la permanente insinuacin que siempre haba rechazado en todos lostonos, aun rente a una reunin de casi todos los comandos operativos del

    Ejrcito con asistencia del propio general Farrell, en el despacho presiden-cial y a la que asista el ministro del Interior, almirante Teisaire. Mi palabrade orden haba sido hasta entonces: que si Juan Prez haca la elicidad delpas, yo votara por Juan Prez.

    Todo lo anterior puede ser corroborado por el propio general Farrell,por el almirante Teisaire, los comandantes operativos, los je es de la Prime-ra Divisin de Campo de Mayo, secretario de la Presidencia y otros seoresque no recuerdo.

    He aqu otra muestra de esa ambicin a la uerza que los detractoreshan usado rente a un hombre que tena mucho que hacer para re utarcalumnias e in undios y que siempre pens como los rabes: que llegatarde a su casa quien se entretiene en tirar piedras a los perros que leladran en el camino.

    5. Las ganancias del Coronel

    La maledicencia que suele ser tan prol era en pocas de lucha ciudadana,cuando el pueblo alcahuetea y los jueces prevarican, ha lanzado tambin el

    venenoso dardo de la calumnia insidiosa y tenaz. Con tantos puestos, cun-to ganar el coronel? Se han preguntado los ingenuos y los arsantes. Yo lescontesto: su sueldo de coronel nicamente.

    Veamos en detalle el asunto de remuneracin: Cuando era je e de Secreta-ra del Ministerio de Guerra, adems de su sueldo tena asignado por presu-puesto $ 450 m/n. de sobresueldo, que correspondan al cargo. Al ocupar supuesto llam al o cial de administracin del Ministerio (teniente primerode administracin, Generoso Lage) y le dio la siguiente orden: Yo no cobrar sino mi sueldo de coronel : Los $ 450 m/n. de sobresueldo que me correspon-den, los reparte usted entre los ordenanzas, peones o empleados del Minis-terio que no gocen de sueldo mnimo. La constancia de que esa orden serespet, est en el agradecimiento de esos buenos hombres y en los reciboscorrespondientes en poder del o cial de administracin mencionado.

    Como ministro de Guerra cobr slo su sueldo de coronel. Los gastos derepresentacin debi utilizarlos ($ 600 m/n. mensuales) para hacer rente adiversas obligaciones de su jerarqua y cargo.

    Como secretario de Trabajo y Previsinrenunci a todo sobresueldo y gas-tos de representacin que le correspondan (pesos 600 m/n.) los que pasarona engrosar la caja de sueldos renunciados, segn se peda en la nota de re-

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    nuncia; consta en la Contadura, al director general de Administracin, de laSecretara de Trabajo y Previsin y al secretario de la Presidencia.

    Como vicepresidente de la Nacintambin hizo renuncia de la partida degastos de representacin ($ 900 m/n.) los que en la misma orma pasaron asueldos renunciados segn consta a las mismas personas anteriores

    Como se ve, este acaparador de puestos segn algunos durante su accinpblica cobr solamente su modesto sueldo de coronel (con los descuentos,en total $ 1.500 m/n mensuales). Veamos otro aspecto interesante de las f-nanzas del coronel ; su cuenta en el Banco de la Nacin, agencia 9, N -1106,el 4 de junio de 194 (da de la Revolucin) en que saca 1.000 pesos monedanacional, hay un total de $ 27. 78,78 m/n. que representan sus ahorros de todala vida. El da 12 de octubre en que se aleja de la uncin pblica, queda en esamisma cuenta un saldo de slo $ 2.5 ,78 moneda nacional.

    6. El caso de Campo de Mayo que motiv la renuncia del Coronel

    Oigamos cmo lo describe el coronel:El da 5 de octubre de 1945 ue nombrado por el presidente, con re ren-

    dacin del ministro del Interior, como director interino de Correos y Teleco-municaciones, el seor Nicolini. Este uncionario que haba comenzado sucarrera administrativa como mensajero, haba llegado a los altos cargos des-pus de 25 aos de servicios honrados y e cientes al pas y a la reparticin.

    Pocos das antes, una numerosa delegacin (1.500 personas) de emplea-dos y obreros lleg hasta la Secretara de Trabajo para pedir su nombramien-to como una expresin de deseos de sus antiguos compaeros. Luego otradelegacin, menos numerosa (200 personas), me entrevist con los mismos

    nes en la vicepresidencia.De acuerdo con mi juicio, que los hombres modestos y ormados des-

    de abajo deben escalar los altos puestos si los merecen y estn capacitados,comision a mi secretario para que le hiciera llegar al seor ministro delInterior, junto con los deseos antes mencionados, mi opinin avorable porcreerlo de justicia.

    EI seor ministro lo nombr.El da 7 de octubre, a las 18 horas, el general Avalos lleg a mi domi-

    cilio, previo aviso de que quera conversar. Cuando le pregunt: Cmo teva? Mal me dijo, porque el nombramiento de Nicolini ha cado mal enCampo de Mayo. Yo me limi t a contestarle que no deseaba aceptar ms im-

    posiciones y que me ira a mi casa, y renunciara. Bueno me dijo, maanale dir a los je es que te vas. Muy bien le contest. La Revolucin se vieneabajo, agreg el general, y se prepar a salir para hablar con el presidente,segn me dijo. Yo permanec en mi casa.

    El lunes 8 de octubre, cit al Ministerio de Guerra a todos los je es,incluso al general Avalos, para terminar esta cuestin. Reunidos en el sa-ln de recibo, les habl ms o menos de esta manera: Seores, ustedesme han impuesto ser ministro de Guerra, me han obligado a aceptar lavicepresidencia, cargando con una enorme responsabilidad rente al pas y al Ejrcito. De un tiempo a esta parte vengo observando que Campo deMayo llega hasta el Ministerio con verdaderas imposiciones, que en nom-bre de ustedes, hace llegar el seor general. Cuando a un hombre se le cargala enorme responsabilidad que ustedes me han impuesto, lo menos queha de permitrsele es la eleccin de los medios para el cumplimiento desu misin. Yo no puedo continuar as. Primero impusieron el alejamientodel interventor en Buenos Aires; luego impusieron al ministro del Interiorla eliminacin de la Subsecretara de In ormaciones y Prensa, y tambinse realiz. Ahora exigen la renuncia del seor Nicolini, nombrado por el

    presidente a propuesta del ministro del Interior. Yo no estoy dispuesto aintervenir para que renuncie; pre ero irme a mi casa.Como hiciera ademn de abandonar el saln dispuesto a renunciar, ter-

    ciaron algunos generales presentes que atemperaron la discusin, y trataronde hacer desistir al general Avalos de su empecinamiento, tarea en la que seempe despus la mayor parte de los je es. Al nal el general Avalos dijo queen vista de mi obstinacin desde maana abandonara el acantonamiento y pedira el retiro.

    A esta altura se par el teniente coronel Rocco y dijo que no le recono-ca condiciones al seor Nicolini para ser nombrado director de Correos y Telecomunicaciones, y que en consecuencia desaprobaba tal designacin,contestndole yo, que como la designacin la haca el Poder Ejecutivo, eraa l a quien corresponda juzgar sobre la capacidad y condiciones del un-cionario y que no poda aceptarse en manera alguna, que el gobierno, parahacer una designacin, tuviera que pedir la previa aprobacin de Campo deMayo. Le dije ms: que presentara cargos concretos contra el mencionado

    uncionario, que yo los hara llegar al ministerio del Interior y que estuvieraseguro que si tales cargos se probaban lo exoneraran, pero era una evidenteinjusticia agraviar a un hombre gratuitamente.

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    Se generaliz despus la conversacin en tono conciliatorio hasta queel general Avalos me pidi hablar a solas conmigo. Pasamos a mi despacho y mientras tombamos un ca me dijo: A vos te conviene que yo me vaya.A lo que contest que no era cierto; yo no ganaba nada con su eliminacin.Insisti en lo mismo agregando que yo haba pre erido a un civil que a loscamaradas y que en consecuencia l se retiraba, a lo que le respond que slode enda la justicia y que lo que pedan era a todas luces injusto. En ese mo-mento entraron algunos je es y el general, ponindose de pie, me dijo; Comogeneral no tengo sino una palabra: maana a primera hora te mando misolicitud de retiro. Est tranquilo que no voy a hacer nada. Para m esto haterminado. Y sali del Ministerio. Todo esto ocurri en presencia de varios je es. A las 11 de la noche el general Avalos habl por tel ono desde Campode Mayo y rati c que al da siguiente traera su solicitud, que no hara nada y que me mandaba un abrazo.

    Como ese da cumpla yo aos y mis je es, o ciales y subo ciales mehaban preparado un lunch para entregarme un escudo de oro de recuerdo,hice un viaje rpido hasta la Casa de Gobierno para in ormar al presidente loocurrido, y regres al Ministerio recibiendo el obsequio y retirndome luego

    a mi domicilio, a las 1 y 0 horas.Lo que pas esa noche en Campo de Mayo, lo ignoro, pues yo no con a-ba en la palabra empeada del general Avalos de que nada hara.

    El da 9 de octubre a la maana recib la in ormacin de que en Campode Mayo haba reunin de je es y que haban decidido que el general Avalosentrevistara al presidente para exigir mi renuncia. Me traslad a la Casa deGobierno y all le dije al presidente: Mi general, s que Avalos viene a plan-tearle mi renuncia; yo estoy decidido a renunciar ya mismo si la tranquilidaddel pas y la estabilidad del gobierno lo muestran conveniente; tiene ustedsta mi decisin en sus manos. El general Farrell me contest: Si es preciso yo tambin me mando a mudar, que se arreglen ellos.

    Luego anunciaron la llegada de Avalos; yo me retire a antesalas y elloshablaron, cuando terminaron, el general me con rm la in ormacin y dijoque l ira a Campo de Mayo a hablar con los je es. Le volv a repetir quetena mi renuncia en sus manos y que yo estaba decidido a irme a mi casa. Elgeneral parti, al parecer decidido a resistir el ultimtum que le presentaraAvalos. Yo ui al Ministerio y desde all segu paso a paso las in ormacionesmientras constitua el comando de A.O.P. para el caso que el presidente re-solviera so ocar por la uerza el motn. Muchos je es me aconsejaron repri-

    mir sin ms el alzamiento, pero contest invariablemente: que esa decisinestaba en manos del presidente y que el coronel Pern no hara matar un solohombre por de ender su posicin personal .

    Entre tanto, en previsin de que el presidente lo dispusiera, se haba pre-parado la orden de represin para todas las tropas (Colegio Militar, EscuelaMotorizada, Primera Divisin de Ejrcito, Segunda Divisin de Ejrcito, Es-cuela de Mecnica, Batalln Motorizado de Vigilancia del Interior N 1, Re-gimiento de Granaderos a Caballo y otras unidades menores). Disponamosde tropas leales su cientes para liquidar pronto la situacin y las medidaspreparatorias estaban tomadas, sin contar, que la Tercera Divisin de Ejrci-to poda concurrir en horas desde Paran, donde estaba reunida. La aviacinhaba abandonado El Palomar por la proximidad de Campo de Mayo y sehaba reunido en el aerdromo de emergencia de Morn. Disponamos de24 Glenn Martn de bombardeo (segn in orme del brigadier De la Colina)con bombas hasta de 500 kilos, adems de otras diez mquinas del mismotipo de la armada, que concurran de Punta Indio. Con ello, en caso de re-presin; podamos reducir Campo de Mayo en poco t iempo. Todo dependade la decisin del presidente.

    Hacia las 17 y 0 ms o menos, llegaron al Ministerio, provenientes deCampo de Mayo, el general Von der Becke y los ministros del Interior y deObras Pblicas, general Pistarini. Pas primero el seor general Von derBecke y comenz a decirme cul haba sido su actividad, con el evidentepropsito de evidenciar su preocupaciny preparar lo que me dira despusel general Pistarini.

    Yo le interrump:Cul es la decisin el general?Eso le transmitir el general Pistarini me contest.Se par y sali del despacho, entrando aqul.El general Pistarini tambin pretendi entrar en circunloquios y le es-

    pet a boca de jarro:Cul es la decisin del general?El cree que conviene su renuncia me contest. Llam, a mi ayudan-

    te de campo y le dije:Al je e de operaciones, que detenga todo movimiento de tropas y que

    retornen a sus cuarteles; trigame papel para escribir mi renuncia.El ayudante sali a cumplir las rdenes y el general Pistarini me dijo

    que era mejor que dijera que renunciaba por el llamado a elecciones que se

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    haba decidido ya; que me retiraba para actuar desde uera del gobierno. Lecontest: Mi general, no interesa la causa ms que a m. Y escrib: Excelent-simo seor presidente de la Nacin: Renuncio a los cargos de vicepresidente,ministro de Guerra y secretario de Trabajo y Previsin con que vuestra exce-lencia se ha servido honrarme, y rm. La entregu al general Pistarini y ledije: Se la entrego manuscrita para que vean que no me ha temblado el pulsoal escribirla. Se haba cerrado un captulo de mi vida. Di gracias a Dios porhaberme permitido hacerlo sin sacri car una sola vida en holocausto de lairrefexin o el apasionamiento.

    Llam al personal, abrac con lgrimas en los ojos a cada uno de esosnobles amigos y part tranquilo hacia lo desconocido que presupona no se-ra muy sonriente porvenir.

    Caravanas de amigos, je es y o ciales des laron por mi domicilio el 9, 10 y 11 de oc tubre. Los sindicatos, los obreros, los empleados, llorando conmi-go me advirtieron que las masas obreras estaban intranquilas y que pasaraalgo grave. Les ped calma. El 11 a la maana me llam por tel ono el pre-sidente y ui a entrevistarlo. Le promet hablar por radio a los trabajadorespara calmarlos. A las 19 horas haba 70.000 obreros rente a la Secretara de

    Trabajo; en cuatro horas la noticia haba llegado a los ms prximos y ellospre rieron orme de viva voz. All les ped calma y que siguieran el consejode siempre: de casa al trabajo y del trabajo a casa.

    Haba terminado su misin o c ial el primer secretario de Trabajo y Pre-visin, que tuvo la insigne honra de ser proclamado por los obreros criollosel primer trabajador argentino, y cumpliendo lo aconsejado del trabajo me

    ui a mi casa.

    7. El eplogo de una traicin

    En este aspecto dejamos al propio coronel describir los hechos desde surenuncia hasta el momento en que el pueblo levantado exigi su libertad,avanzando sobre la Capital desde todo el pas en lo que llamaron la Marchade la Verdad al grito de Queremos a Pern, Pern s, otro no, Abajo lostraidores, La cabeza de Vernengo Lima, Con Pern y con Mercante, laArgentina va adelante, Que renuncie Avalos, etctera.

    Nada de este movimiento ue organizado ni preparado. El coronel pidia sus amigos los trabajadores, que no hicieran nada y se limitaran a cumplirel lema de accin obrera: de casa al trabajo y del trabajo a casa; vencere-

    mos, no con la violencia, sino con la inteligencia y la organizacin; estemossiempre unidos y venceremos. Ello se cumpli hasta que la clase trabajadoravio a su lder preso; despus, espontneamente la masa se agit y se puso enmarcha; nada la detendra, pues avanzaba con la Verdad y la Justicia y yalo haba dicho el lder: montados en la verdad no necesitamos espuelas.

    Anotamos de las memorias de Pern, la transcripcin cronolgica de loshechos desde su renuncia hasta la apoteosis obrera de la Plaza de Mayo del 17de octubre de 1945, donde los trabajadores unidos, en una masa de ms demedio milln de hombres, cambi el curso de la historia argentina.

    En la in nita gama espiritual de los seres que conducen o creen conducira otros hombres dice el coronel existen dos extremos: el caudillo, verda-dero conductor porque Dios lo arm para ello de dotes imponderables, y elusurpador que sin calidades ni cualidades pretende serlo, a pesar de que lanaturaleza le haya negado el leo sagrado de Samuel. El primero conduce,el segundo es conducido por la masa. Uno engendra orden y obediencia, elotro lleva a la disociacin, al desorden y al caos.

    El caudillo se impone paso a paso en la obra, en la accin constructiva.Es generalmente un estadista en el ondo y la justicia es para l un sentimien-

    to innato. Es leal hasta consigo mismo y construye sobre cimientos rmes;xitos o insucesos pueden alterar su accin, pero l llega siempre a un obje-tivo porque sabe lo que quiere.

    El usurpador necesita del motn y la violencia; obra en la sombra; esdesleal y a menudo traidor, y construye sobre arena. Una derrota pasajera seconvierte para l en la ruina de nitiva.

    Uno obra por intuicin, con inteligencia y mtodo; el otro, por presin,sugestin externa o arranques irrefexivos. El primero es tambin art ce desu destino, el segundo es juguete de los otros y de los acontecimientos. Unoes martillo, el otro es yunque.

    El caudillo triun a en el mando o en el llano, porque su reino no es de lamateria sino del espritu. Gobierno ms que el rey deca un clebre caudillo

    rancs, porque mando sobre las almas.Presentada mi renuncia dice el coronel Pern, sal del Ministerio de

    Guerra un poco entristecido por la creencia de que el Gobierno haba come-tido un grave error que no tardara en arrojar peligrosas consecuencias.

    Los hechos histricos de la vida de los pueblos no se manejan con la displi-cencia de una estancia, ni la irrefexin de una partida de caza. Es menester cono-cer base para distinguir; distinguir base para apreciar y apreciar base para

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    resolver. Las grandes decisiones deben ser, por lo menos, un poco racionales,sazonadas con la experiencia y la previsin y adornadas por el sentido comn.

    Nada de esto tena en mi concepto, el acto resultante del motn de Cam- po de Mayo , ya que analizado en sus orgenes y consecuencias se tratabasolamente de un caso de histerismo colectivo, complicado con intereses per-sonales o de crculo.

    Yo pensaba, ahora s, que con undamento, que las consecuencias deese acto seran la prdida del equilibrio creado a la Revolucin y con elloel comienzo de una poca de decisiones inconexas y contradictorias, comoasimismo el desencadenamiento de pasiones, acciones y reacciones, que lle-varan al pas al borde si no a la guerra civil misma.

    Pensaba tambin que, tratndose de servir al pas, no eran horas de en-conos ni amor propio, ni tampoco momento para ampli car pasiones perso-nales. En ese sentido estaba resuelto a seguir cooperando desde el llano conla mejor buena voluntad de que uera capaz.

    Con estas tribulaciones y refexiones llegu a mi casa, con el pro undodolor que sobre mi espritu pesaba la circunstancia de verme arrojado delGobierno por los propios camaradas que, el da anterior, tenan depositada

    en m su con anza, a la que nunca haba de raudado. La incomprensin deesa gente me apenaba. Su ingratitud me entristeca y su deslealtad me pro-duca la mayor desilusin.

    Los je es y o ciales conocan mejor que yo el Ejrcito que recibimos en194 y saban tambin lo que desde entonces hicimos por llegar al que tene-mos hoy. Yo podra ser un mal hombre, pero no un mal ministro de Guerra.El pensar que a los je es y o ciales les interesara ms un nombramiento de

    uncionario que la e ciencia y el progreso del Ejrcito, era una cosa que yono alcanzaba a comprender.

    Sin embargo, en base a mis antecedentes de soldado y caballero, que noalt jams a su palabra, esperaba que se me tuvieran las elementales consi-

    deraciones. Haba pedido mi retiro del Ejrcito y resuelto descansar y curar-me, cosas que mis anteriores cargos no me haban permitido hacer.

    Cuando llegu a mi casa, sta se encontraba atestada de o ciales y diri-gentes obreros que, con lgrimas en los ojos, expresaban su indignacin. Allse hablaba de levantar al Ejrcito porque se deca que Campo de Mayo habaaprovechado mi decisin de no exponer la vida de un solo soldado por salvarmi situacin personal, para obtener soluciones que satis cieran las peoresambiciones de un crculo de hombres que seran atales a la Repblica. Los

    obreros estaban decididos a parar el pas y hacer una huelga general revolu-cionaria sin precedentes en la historia argentina

    Calm como pude a todos. Si yo, con todos los resortes de la uerza enla mano, que hubieran permitido reducir a Campo de Mayo en pocas horas,me negu a hacer matar un solo hombre, por salvar una situacin que si bienera del pas, poda interpretarse como personal, no poda pensarse que ueratan torpe como para encabezar una revolucin ahora. Sin embargo como elsentido comn no es el ms comn de todos los sentidos, he sabido despusque se me consider conspirando contra el Gobierno, desde mi casa. Mis te-mores tena, que ello sucediera, y como la afuencia de je es y o ciales a casasegua en aumento alarmante, como asimismo las legiones de trabajadorestraan verdaderas invasiones a mi pequeo departamento, resolv el da 11 deoctubre tomarme unos das de descanso en el Tigre, en la isla de un amigo.

    Sal de mi casa el 11 de octubre a la tarde y pas la noche en Florida,en casa de un amigo, a n de desligarme de compromisos y visitas, pues miestado sico no era bueno.

    El 12 de octubre a la maana temprano, en una lancha particular, me tras-lad a la isla mencionada y all me instal dispuesto a descansar unos das.

    Como no tena nada de qu acusarme, le encargu a mi gran amigo,teniente coronel Mercante, que al da siguiente uera al Ministerio de Guerra y le dijera al ministro que si me necesitaban estaba en la isla pronto a con-currir donde uera. No deseaba, eso s, que se supiera pblicamente, porqueanhelaba estar tranquilo.

    Esa misma noche, a la una de la madrugada, llegaba a la isla el coronelAristbulo Mittelbach, je e de Polica, y en nombre del presidente me comu-nicaba que deba acompaarlo. Se trataba, segn dijo, de trasladarme a unbarco de guerra. Le dije al coronel Mittelbach que no esperaba ese agravio y que le rogaba dijera al presidente que no deseaba ser sacado de mi jurisdic-cin o, en caso que se me acusara de algn delito, como uncionario, pre eraque se me trasladara a Villa Devoto.

    El je e de Polica, visiblemente molesto y apenado me dijo: que no creaque se me detendra y prometi hablar con el presidente. Entre tanto yo per-manec en mi casa, a la espera de la resolucin, mientras me vesta.

    A las 2 y 0 lleg a mi casa el subje e de Polica, quien en nombre delpresidente me dio su palabra de honor, de que por esa noche deba ir a lacaonera Independencia y que al da siguiente sera trasladado a un aloja-miento ms de acuerdo con mis deseos.

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    Partimos hacia Puerto Nuevo, me embarqu y con centinela de vis-ta ui trasladado a Martn Garca (Presidio Naval) y alojado all en unavivienda destinada a presos militares, con dos centinelas y el servicio co-rrespondiente. Mi estada en la isla ue de grandes satis acciones espiri-tuales y estoy reconocido a mucha gente humilde de aquel penal, comoasimismo a los camaradas de la in antera de marina, que slo cumplanrdenes superiores.

    Desde mi alojamiento de con nado segua por la radio los aconteci-mientos de Buenos Aires mientras comenzaba a su rir algunos dolores en laespalda, provocados por la humedad del ambiente y lo precario de la habita-cin, donde la lluvia haca sus incursiones por las ventanas.

    Desde all pas al ministro de Guerra mi primera nota que deca:Isla de Martn Garca, 14 de octubre de 1945. A S.E. el seor minis-

    tro de Guerra. Comunico al seor ministro que el da 12 de octubre a la no-che he sido detenido por la Polica Federal, entregado a las uerzas de Marinade Guerra y con nado en la Isla de Martn Garca.

    Como todava soy un o cial superior del Ejrcito en actividad y desco-nozco el delito de que se me acusa, como asimismo las causas por las cuales

    he sido privado de libertad y substrado de la jurisdiccin que por ley y miestado militar me corresponde, solicito quiera servirse ordenar se realicen lasdiligencias del caso para esclarecer los hechos y de acuerdo a la ley disponeren consecuencia mi procesamiento o proceder a resolver mi retorno a juris-diccin y libertad, si corresponde. Juan Pern , coronel.

    Sin recibir contestacin, permanec hasta que el seor presidente Fa-rrell mand a Martn Garca al capitn cirujano Miguel Angel Mazza,para revisarme e in ormar. El da 16 de octubre a medioda, llegabannuevas visitas: el capitn Mazza, acompaado de un teniente de navo y los doctores Romano y Tobas, que deban revisarme. En tales circuns-tancias apreci la situacin y llegu a la conclusin que el ministro deMarina, que era quien enviaba los dos mdicos civiles, tena la intencinde hacerme manosear con dos galenos, a los cuales no conoca, y, porlo tanto, no me merecan con ianza alguna, como paciente. Me negu enconsecuencia a dejarme revisar y le mani est al mencionado teniente denavo, que le dijera al doctor Romano: que si l uera el coronel Pern y yo el doctor Romano, no habra aceptado la misin por tica pro esional y por delicadeza personal; no s si el mencionado o icial lo transmiti,pero aqu lo rati ico.

    Como ese mismo da escuchara a cada hora un comunicado del Minis-terio de Guerra que deca: que el coronel Pern no se encontraba detenido,remit al ministro de Guerra el siguiente telegrama:

    Comunico al seor ministro que mientras la radio anuncia que no estoy detenido, hace cuatro das que me encuentro detenido, incomunicado y condos centinelas de vista en la prisin de esta isla.

    A las y 0 horas del da 17 de octubre, por orden expresa del presidentede la Nacin, en contra de la decisin del ministro de Marina, ui trasladadoal Hospital Militar Central, desde donde asist al magn co movimiento po-pular que dio por tierra con los hombres que por un golpe de audacia quisie-ron copar un movimiento que se haba enraizado en la historia argentina y que, por lo tanto, no poda ser explotado por audaces super ciales, incapacesde penetrarlo y menos an de llevarlo adelante. El repudio popular los aplas-t en germen y tuvieron la culminacin que merecan.

    Supe despus que el ministro que tuvo la amabilidad de con esar que l no era Pern , era quien me haba con nado en Martn Garca por su cuen-ta y que pretende justi car esa decisin a rmando que orden que el seor coronel Pern uese alojado en Martn Garca y que estaba detenido y haba

    dispuesto que no recibiese visitas como medida de seguridad y que en ningnmomento el causante estuvo en la Prisin Naval, ni en la isla Martn Garca, encalidad de prisionero . Que Dios lo haya perdonado!

    Ahora resulta que aquello era puro turismo y me explico, aunque tar-de, que los dos centinelas que me observaron permanentemente, eran doscustodias para que no se atentara contra mi vida por parte del pueblo. Lamutabilidad de las muchedumbres! Ese mismo pueblo que el da 17 de oc-tubre le oblig al almirante a vestirse precipitadamente en el comedor de laPresidencia y a abandonar la Casa de Gobierno vestido de burgus, y buscarre ugio en un buque, mientras era perseguido por la multitud al grito dela cabeza de Vernengo Lima , despus de intentar in ructuosamente que sehiciera uego sobre la muchedumbre de obreros. Evidentemente l no era el coronel Perny quiz los dos estemos contentos con la suerte.

    El da 17 de octubre, desde el Hospital Militar, asist a los hechos mstrascendentales de toda la Revolucin de Junio. Ellos llenaron todo mi cora-zn de argentino y de patriota: la Revolucin hecha haca dos aos y cuatromeses por el Ejrcito haba sido comprendida y haba pasado al pueblo y,en consecuencia haba triun ado. Numerosos camaradas del Ejrcito y dela Aeronutica se hicieron presentes y durante toda la maana dis rut del

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    per ume de la for de la lealtad, tan grata a l corazn de los leales. Los je es y o ciales del Ejrcito y Aeronutica que repudian la ambicin y la deslealtadestaban como siempre en su puesto con el honor y la rmeza de verdaderossoldados. Los amigos estaban tambin en su puesto y tuve la enorme satis-

    accin de saber que tena amigos.El pueblo trabajador, al que deber eterna gratitud, estaba en la calle e

    inspiraba a un poeta del pueblo, el poema de Los descamisados que como l y yo sentimos el honor de la pobreza honrada.

    Marcha triunfal de los descamisadospor Pedro Argentino

    Ya vienen, ya vienendel Sud y del Este,del Oeste y del Nortebajo una bandera: la blanca y celeste.La trae en sus manos el Pueblo Consorteporque ella es la insignia de los corazones,Virgen impoluta

    la madre de tantos soldados campeones,la for y la ruta y el uego de todas nuestras concepciones.Ya vienen, ya vienenllenando las calles de la Vieja Aldea,cubriendo el espacio de las diagonales;sudor y mareaque brama sonora, descuaja y volteael barro y la escoria de los pedestalesque ya no soportanlos mitos sangrientos de los capitales.Qu suean los hombres? Qu quieren, qu anhelan?Adnde los llevan sus pasos que vuelan?Por qu van cantando la estro a brava,sin mengua ni atajo,donde se con unde la Soberanacon las expresiones rudas del Trabajo?Ya vienen en grupos. Ya crece y avanzala el muchedumbre que llega sin lanza,

    sin puos cerrados y al grito de Patria! dicho con amor,

    ornidos y honrados,las rentes altivas, los pechos sudados,llenan de alegra la Plaza Mayor.La plaza, la plaza,all donde un da despert la raza,se llen de golpe por encantamiento.All estn los hombres, all los hermanos,all el su rimientode miles de cientos y cientos de miles de manos.Miradlos, son ellos:los simples obreros de todas las cosas.No cantan degellossino victoriosaspalabras que nacen del ondo del pecho,por las jubilosas

    semillas que han hechoforecer espigas del inmenso erial:doradas espigas: Trabajo y Derecho,derecho a la vida, Justicia Social.

    Quin es que los mueve?Quin los acaudillaque estn en silencio como en la capilla?Quin es el gigante que as determinala ruta de todos los trabajadores?Nada ms que un hombre de estirpe latina,el que necesita la Patria Argentinapara sus miserias, para sus dolores.Ya vienen en grupos; ya no dan abastola acera, la uente, la estatua y el pasto.Se encienden las luces y antorchas de uego giran como blidosal aire agitadas por los brazos slidosde los que llevaban hasta ayer sus cruces.

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    (Oh Pueblo, mi Pueblo,mi sangre, mi vida;qu inmenso escenario para vuestra herida!Seguidlo a ese Hombre que ya os acompaa y el llanto de vuestras tristezas restaa).

    Ya vienen, ya vienendel Norte y del Sud,del Oeste y del Este,los trabajadores y la juventudbajo una bandera: la blanca y celeste.Ya vienen, ya vienen en grupos ormados:Son ellos, los simples obreros honrados,del hierro y la ragua,ms puros que el viento, ms limpios que el agua:los descamisados.

    Desde mi llegada a Puerto Nuevo no escap a mi percepcin que en Bue-

    nos Aires haba clima de tragedia. El verdadero pueblo estaba en la calle y haba desaparecido, como por encanto, la turba de lechuguinos y damiselasempingorotadas, que das pasados asolaban la plaza del Prcer Mximo, en unpicnic champaero y revolucionario, pero intrascendente para los verdaderosargentinos. Eran los mismos que regateaban sus bienes a San Martn, cuandolos gauchos o recan sus vidas, que era lo nico que posean. El coloso debimirarlos desde el bronce, pensando que la historia suele repetirse. Los verda-deros soldados velaban en pie con el arma al brazo los destinos de la Nacindesde sus cuarteles, mientras algunos guerreros de club pretendan aconsejaral Gobierno actitudes que ellos eran incapaces de comprender y menos ande ejecutar. Obscuros personajes de cerebro marchito y corazn intimidado seunieron a esos revolucionarios de utilera y completaron el grotesco panora-ma de una representacin de Don Juan del arte decadente y machietista.

    Desde el Hospital Militar perciba los gritos de los trabajadores y micorazn se llenaba de satis accin: ellos, en quienes yo haba puesto mi e y mi amor de hermano y argentino, no me de raudaron a m, como no hande raudado a la Patria, a quien han dado su grandeza con sus sudores ger-minantes y generosos. Ellos tambin le han dado todo sin pedirle nada! asemejanza de los grandes de nuestra gesta gloriosa.

    Yo deba calmar a las masas obreras que, reunidas en la Plaza de Mayo ausanza de histricas jornadas, reclamaban slo la libertad del coronel Pern.En vano el general Avalos, ministro de Guerra, se haba expuesto desde losbalcones de la Casa de Gobierno, al pretender hablar, a una rechifa general,acompaada de eptetos poco con ortantes.

    Exig a las 11 horas que se pusiera en libertad al teniente coronel Mer-cante, para conversar con l sobre la conducta a seguir. Deba venir desdeCampo de Mayo, lugar de su prisin. A las doce horas almorzbamos juntosen mi alojamiento. Con cunto placer abrac a este noble amigo a quien novea desde el momento en que me embarcaba en la caonera Independen-cia, donde en triste trance, tuve tambin la dicha de abrazarle y leer en susojos el dolor y esa lealtad que es slo lo que hace grande a los hombres!

    Lleg tambin el general Avalos, ministro de Guerra, quien converssobre la situacin y me expres sus deseos de que hablara al pueblo paracalmarlo e instarlo a que se retirara de la Plaza de Mayo.

    Al atardecer me llam por tel ono el general Farrell con el mismo obje-to y me visit el general Pistarini, siempre con el amplio espritu patriticoque lo anima, y el oportuno consejo de su experiencia y buen juicio. Ello me

    recon ort, porque le reconozco a este gran soldado, aparte de sus extraordi-narias aptitudes, una hombra de bien jams desmentida en sus largos aosal servicio de la Nacin.

    Llam a los dir igentes obreros, consult con ellos y con ellos me traslada la residencia presidencial, donde me esperaba el presidente con su abrazocordial de siempre. All tratamos los pormenores de un arreglo, porque losobreros apreciaban que todos, incluso el general, habamos sido traicionadospor agentes de la oligarqua y exigan en consecuencia la renuncia del gabi-nete y la eliminacin de esos hombres manchados por la traicin. As se hizo,organizando un nuevo Gobierno del cual quedaron excluidos.

    A las 2 horas el excelentsimo seor presidente anunciaba solemne-mente, desde los balcones del Palacio de Gobierno, su decisin de satis acerlas justas demandas del pueblo, burlado por los acontecimientos de tan tristememoria para los hombres de corazn bien puesto.

    A las 24 horas me dirig a ese pueblo por el que siento un amor sinlmites, porque lo considero la Patria misma. Estaban presentes los des-camisados y estaban ausentes los encamisados. La naturaleza con su de-terminismo irre utable, haba realizado una magn ca seleccin y todosestbamos satis echos de ello.

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    Fue en esas circunstancias cuando la enorme muchedumbre preguntaba in-sistentemente: Dnde estuvo? Yo pre er buscar una explicacin a lo inexplicable,con el deseo de tranquilizar la masa. Hoy puedo decirlo rancamente y agradecera la inconsciencia de algunos hombres irresponsables, que me hayan dado laocasin de probar una prisin que, en ltimo anlisis todo suele ensear en estavida. En la existencia de los hombres pblicos, suelen aparecer enemigos bene-mritos. En la ma hay algunos a quienes nunca agradecer su cientemente. Delejanas regiones vino uno prepotente y alaz, para dejar en mis manos la banderade la soberana de mi Patria. De mi tierra surgieron otros para entregarme labandera de la lealtad y hasta apareci uno, a quien el encono lo llev a la insen-satez de hacerme mrtir. A todos ellos mi pro undo agradecimiento.

    Demos gracias a Dios que en su sabidura y misericordia in nitas hayacreado hombres y hombres...

    8. La fe en los juramentos

    El motn de Campo de Mayo estaba previsto, se ha dicho con insistenciadigna de ser oda. Despus de producido, hasta apareci un poltico silen-

    cioso de tierra adentro, a quien se le despert una locuacidad, declarndoseautor e inspirador del hecho. Pero haba causas poderosas para sentir ciertarepugnancia por la incredulidad.

    El coronel lo dice tambin en sus memorias:Tena mis temores secretos sobre la lealtad de Campo de Mayo, pero

    deba hacer honor a la caballerosidad y al juramento solemnemente realiza-do. Ello me exiga una conducta prudente, pero en algo hay que creer en lavida y entonces uno est inclinado a creer en mentiras cuando no encuentraverdades para creer.

    La e en los juramentos, ms que una conviccin, debe ser una naturaleza enlos hombres bien nacidos. Cada uno responde de su conciencia y rinde cuentade sus actos; por ello no debe negarse a priori sino juzgarse a posteriori todas lascosas que estn ligadas al honor de las personas. Ser una aberracin pero hay unconvencionalismo sin el cual la vida no podra ser vivida con dignidad.

    El juramento era secreto, pero hoy pertenece a la historia y el documentooriginal orma parte de mi archivo particular. Contiene el siguiente texto:

    En Palomar, a los cuatro das del mes de marzo del ao mil novecientoscuarenta y cuatro, rente a los peligros actuales y a los enemigos de la Revo-lucin, ante Dios y la Patria,

    JURO:Primero: Servir incondicionalmente a la unin y solidaridad de las uer-

    zas armadas de la Nacin.Segundo: Reprimir enrgicamente toda orma de disensin o conspira-

    cin que intente provocarse entre las tropas de mi mando.Tercero: Ceder mi puesto sin resistencias cuando as lo estimen mis su-

    periores naturales o cuando a mi juicio haya perdido el prestigio ante missubalternos.

    Asimismo, y a n de disipar toda clase de dudas, convengo y acepto:Primero: Que el seor general de divisin, don Pedro Pablo Ramrez ha

    dejado de ser de nitivamente je e de la Revolucin y, en consecuencia, pre-sidente de la Nacin.

    Segundo: Que en su reemplazo corresponde este alto cargo al seor ge-neral de brigada don Edelmiro J. Farrell.

    Tercero: Que por tales motivos y a partir de este momento, cumplir lasrdenes de su ministro interino de Guerra, el seor coronel don Juan Pern.

    Si alguna vez altare a este solemne compromiso de honor, que Dios, laPatria y mis camaradas, me lo demanden.

    Encabeza las rmas de este documento, el je e del Acantonamiento deCampo de Mayo, general Eduardo Avalos, y siguen las rmas.Cmo habra de dudarse y cmo era posible encontrar explicacin a

    una duda!Lo que no he podido explicarme hasta ahora, es por qu Campo de Ma-

    yo se amotin para pedir mi renuncia, cuando desde el primer momento yola o rec espontneamente. Tampoco he podido explicarme las causas por lascuales no se me dijo claramente lo que se tramaba y se puso como pretextoel nombramiento de un uncionario, asunto que por su utileza, no resista elmenor anlisis. De haber procedido rancamente, yo les hubiera obviado el ca-mino con mi eliminacin inmediata. Mxime cuando tena la persuasin msabsoluta que racasaran irremisiblemente, porque conoca la inconsistenciamental de los hombres que concebiran las cosas y la incapacidad de los lla-mados a realizarlas. Ello tampoco escapaba a la percepcin del general Farrell,quien ya me haba abierto los ojos sobre el proceder de algunos hombres.

    Pero quiz sea mejor que todo haya sucedido como ue. Hay una pro-videncia que vela por el bien, con una sutileza que los mortales rara vez es-tamos capacitados para penetrar y comprender en los detalles de sus miste-riosos designios.

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    Ms que nada se trat aqu de una maniobra de baja politiquera, tra-mada por los desplazados, por intermedio de personeros. Un gobierno queimprovisa tiene necesariamente que desplazar a muchos incapaces, que has-ta el momento de los hechos ehacientes aparecen con la mscara de unaaparente capacidad y a menudo encubiertos por un halo de su ciencia, quese desvanece prontamente a la luz de la accin.

    Una propaganda interesada e insidiosa se haba esparcido entre el perso-nal de Campo de Mayo, saturado de suspicacia, una atms era de chismes y calumnias, siempre peligrosos rente a quien no antepone su discernimientoa las a rmaciones que especulan con la credulidad super cial de los hom-bres. Muchos vctimas de la sugestin colectiva, sobre la que especula la pro-paganda siniestra de nuestros das al servicio de las causas y pasiones msviles pueden haber credo las especies lanzadas y haber obrado de buena e.Ellos cayeron vctimas de su propia desgracia, porque desgracia es no verms all y servir de instrumento a los mal intencionados y a los indignos,con el convencimiento del bien obrar, a que nos lleva nuestra propia miopaespiritual o estupidez congnita.

    La propaganda de nuestros das consiste en crear una verdad aparente

    con qu tapar la verdad real, as al desaprensivo transente se le dice: estoes lo mejor y l acepta subconscientemente que lo sea. Tan pronto comorefexione el mito se destruye.

    Hay pases que han creado as una rase hecha lo mejor del mundo.Ellos poseen lo mayor y lo ms pequeo del mundo; el ms rico y el mspobre; lo ms negro y lo ms blanco, etctera. La humanidad que recibi deDios el discernimiento lo desperdicia siempre y de ello nace el enmeno desugestin colectiva que hace e caz esa propaganda que, en el ondo no pasade ser, en el noventa y nueve por ciento de los casos, un so sma al servicio delos intereses inescrupulosos.

    As tambin, mediante esa propaganda alaz y destructiva realizada enlas masas, la conduccin de los pueblos ha pasado no a los hombres virtuo-sos y capaces, sino a quienes disponen de mayores medios para engaar a lospueblos y ponerlos al servicio de sus intereses personales y, a menudo, al deobjetivos incon esables.

    Instar a que los hombres disciernan antes de aceptar, es tambin hacerpatria y sobre todo amar al prjimo.

    En Campo de Mayo haba sucedido algo parecido. Muchos estaban in-toxicados por una prdica constante que nalmente vulnerara los espritus

    super ciales e incapaces de pensar por s. Otros en cambio resistieron exito-samente y se mantuvieron eles a s mismos y a sus convicciones.

    Es claro, que cuando existe un juramento de por medio, no se trata decreer o no creer, sino de cumplir para no caer en el deshonor del perjurio o,por lo menos, desligarse caballerosamente de ese juramento, para poder salirpor la nica puerta que la dignidad ha dejado abierta

    Hasta aqu la palabra sobria del coronel. Los hombres tienen una trayec-toria preestablecida y sobre ella juegan los dones que Dios les ha asignado,con mayor o menor ortuna, pero es intil luchar con la Providencia, ya queno nace el hombre que escapa a su destino.

    La verdad es uente eterna de sabidura, de honor y de elicidad. Sin em-bargo, los hombres veraces no abundan y el mundo est poblado de menti-ras. Reconocemos en el coronel Pern a un hombre que no ha altado jamsa la verdad. Ello es el valor undamental de cuanto a rma y la razn de seresta publicacin que slo aspira a hacer luz sobre hechos histricos, que ni lamaldad, ni la alsedad de los hombres, pueden cambiar.

  • 8/7/2019 Bill de Caledonia - Dnde estuvo? Relatos histricos del 17 de Octubre de 1945

    17/17

    ndiCe

    Presentacin ....................................................................................................

    Dnde estuvo? ................................................................................................ 5

    Las ambiciones del coronel Pern .................................................................. 7

    1. El coronel Pern aparece en el escenario ............................................7

    2. Por qu ue Ministro de Guerra el Coronel ........................................ 9

    . Por qu el Coronel ue Vicepresidente ................................................ 9

    4. Las presiones para una candidatura .................................................. 10

    5. Las ganacias del Coronel .................................................................... 1

    6. El caso de Campo de Mayo que motiv la renuncia del Coronel .... 14

    7. El eplogo de una traicin .................................................................. 18

    Marcha triun al de los descamisados ................................................24

    8. La e en los juramentos ...................................................................... 28