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Biblioteca la Bòbila fons especial de gènere negre i policíac El Séptimo Círculo 1945-1983 El fons especial, 18

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Biblioteca la Bòbila fons especial de gènere negre i policíac

El Séptimo Círculo 1945-1983

El fons especial, 18

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La Bòbila ha preparat aquest monogràfic sobre la col·lecció argentina de novel·la policíaca El Séptimo Círculo ―fundada per Jorge Luis Borges i Adolfo Bioy Casares per a l'editorial Emecé, i amb cobertes de José Bonomi―, amb motiu del trentè aniversari de la seva desaparició. El Séptimo Círculo va tenir tres vides, la de Emecé, de 1945 a 1983; les Selecciones del Séptimo Círculo, d'Alianza Editorial i Emecé als anys setanta, que van publica-ne una selecció de cinquanta títols; i els vuit títols publicats pel diari de Buenos Aires La Nación, als anys vuitanta.

Biblioteca la Bòbila FONS ESPECIAL DE GÈNERE NEGRE I POLICÍAC

El fons especial, 18 L’Hospitalet, maig de 2013

BIBLIOTECA LA BÒBILA

Pl. de la Bòbila, 1

08906 L’Hospitalet Tel. 934 807 438

[email protected]

HORARIS

tardes: de dilluns a divendres, de 15.30 a 20.30 h.

matins: dimecres, dijous i dissabtes, de 10 a 13.30 h.

TRANSPORTS

Metro: L5 Can Vidalet

Trambaix: T1, T2, T3 Ca n’Oliveres Bus: LH2, EP1

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El Séptimo Círculo

Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares El género policial es una de las pocas invenciones literarias de nuestro tiempo. La distracción suele confundirlo con un género menos riguroso y menos lúcido: el de aventuras. En éste, sin embargo, no hay otra unidad que la atribución de las diversas peripecias a un mismo protagonista ni otro orden que el aconsejado por la conveniencia de graduar las emociones del lector. (Recordemos los Siete Viajes de Simbad; recordemos las novelas que deleitaban a Don Quijote.) En cambio las ficciones policiales requieren una construcción severa. Todo en ellas debe profetizar el desenlace; pero esas múltiples y continuas profecías tienen que ser, como las de los antiguos oráculos, secretas; sólo deben comprenderse a la luz de la revelación final. El escritor se compromete, así, a una doble proeza: la solución del problema planteado en los capítulos iniciales debe ser necesaria, pero también debe ser asombrosa. Para complicar el misterio, le está vedado intercalar personajes inútiles, acumular cómplices o escamotear datos indispensables; también, le están prohibidas las soluciones puramente mecánicas: los electroimanes, que invalidan los fundamentos de la cerrajería; las veloces barbas postizas, que desbaratan el principio de identidad; las maquinarias de rodajas y piolas, cuya explicación laberíntica excede las posibilidades de la atención; tampoco el novelista policial debe enriquecer la toxicología con venenos eruditos e imaginarios, ni dotar a sus personajes de inusitadas facultades hipnóticas acrobáticas, taumatúrgicas o balísticas. En las novelas policiales la unidad de acción es imprescindible; asimismo conviene que los argumentos no se dilaten en el tiempo y en el espacio. Trátase, pues, a despecho de ciertas adiciones románticas, de un género esencialmente clásico. Hasta la muerte es púdica en las novelas policiales; aunque nunca está ausente, aunque suele ser el centro y la ocasión de la intriga, no se la aprovecha para delectaciones morbosas, salvo en ciertos ejemplos de la escuela norteamericana, que representan otra regresión hacia la novela de aventuras. La tradición del género policial es nobilísima: Hawthorne lo prefiguró en algún cuento de 1837; el ilustre poeta Edgar Allan Poe lo creó en 1841; lo han cultivado Wilkie Collins, Dickens, R.L. Stevenson, Kipling, Eça de Queiroz, Arnold Bennett y Apollinaire; recientemente, Chesterton, Phillpotts, Innes, Nicholas Blake. Cabe sospechar que si algunos críticos se obstinan en negar al género policial la jerarquía que le corresponde, ello se debe a que le falta el prestigio del tedio. Paradójicamente, los detractores más implacables de las novelas policiales suelen ser aquellas personas que más se deleitan en su lectura. Ello se debe, quizá, a un inconfesado prejuicio puritano: considerar que un acto puramente agradable no puede ser meritorio. Tan poderoso es el encanto que dimana de este género literario que apenas si hay obra policial que no participe de él, en cierta medida. También podría afirmarse que no hay lector que sea del todo insensible a esa virtud. Todos admiran la primera novela policial que leyeron; esta admiración, a veces pasmosa o injusta, constituye un involuntario homenaje al género. Sin proponérselo, los tratadistas que han analizado la novela policial la perjudicaron, pues al insistir en el mecanismo del argumento ―en el quién, en el cómo y en el porqué― han fomentado, o tolerado, la creencia errónea de que estas novelas no tienen otro valor que el de su argumento y que éste las agota. Quienes profesan esa creencia parecen olvidar que la novela policial es, ante todo, una novela, es decir una obra en la que tienen decisivo valor la psicología de los personajes, la eficacia del diálogo, el poder de las descripciones y el estilo de narrador. Una prueba del error de juzgar las novelas policiales por el solo argumento se manifiesta en la frecuente equiparación de obras esencialmente disímiles; así, El misterio del cuarto amarillo y La forma equívoca suelen citarse como dos versiones de un mismo problema

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―el del asesinato cometido en un cuarto cerrado―: esta asimilación, justificable desde un punto de vista, desconoce las vastas diferencias que hay entre Gaston Leroux y Chesterton. De todas las formas de la novela, la policial es la que exige a los escritores mayor rigor: en ella no hay frase ni detalle ocioso; todo, en su decurso, propende al fin, para demorarlo sin detenerlo, para insinuarlo sin delatarlo, para ocultarlo sin excluirlo. Por esta delicada dirección de las emociones y de los pensamientos del lector, cabría tal vez comparar este género con la oratoria y con el teatro. Sin embargo, no creemos presuntuoso recordar que la tarea del novelista policial es más ardua, ya que no se dirige a una muchedumbre pasiva y fácilmente sugestionable, sino a lectores aislados (siempre más perspicaces que el escritor, según la observación de Stevenson). Hubo una época, ya felizmente superada, en que diagramas, planos y horarios unían sus generosos esfuerzos para exasperar al lector. De lo mecánico y topográfico se ha pasado, ahora, a lo humano. Las obras de Eden Phillipotts, de Nicholas Blake, de Robert Player, de Richard Hull, de Patrick Quentin y de Vera Caspary lindan con la novela de análisis psicológico; en las de Anton Chéjov, Graham Greene, Margaret Miller, Michael Innes, Cora Jarret y Lynn Brock prima una vehemencia trágica; las de Anthony Gilbert renuevan la venturosa tradición de Dickens; las de James M. Cain se distinguen por una insobornable dureza; las de E.C.R. Lorac, Milward Kennedy y Clifford Witting continúan y enriquecen la escuela ortodoxa; las de John Dickson Carr, cuyo protagonista, el doctor Fell, combina las personas del doctor Johnson y de Chesterton, juegan sabiamente con los terrores melodramáticos; las de H. F. Heard y las de Leo Perutz, con los terrores fantásticos. Creemos, finalmente, que la novela policial ejerce una influencia benéfica en todas las ramas de la literatura; aboga por los derechos de la construcción, de la lucidez; del orden, de la medida.

Fragment de Museo. Textos inéditos, de Borges y Bioy Casares. Buenos Aires: Emecé, 2002

Text amb el que Borges i Bioy Casares van inaugurar la col·lecció "El Séptimo Círculo" l'any 1945

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Colección El Séptimo Círculo Pablo De Santis En febrero de 1945 nació El Séptimo Círculo, la colección dirigida por Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares. El primer título fue La bestia debe morir, de Nicholas Blake, en traducción de Juan Rodolfo Wilcock. La novela narraba el minucioso plan de un padre para asesinar al hombre que había atropellado y dado muerte a su hijo.

Nicholas Blake era el seudónimo que usaba el poeta Cecil Day Lewis (padre del actor Daniel Day Lewis) para escribir sus novelas policiales. Desde el volumen inicial de su catálogo, El Séptimo Círculo fue un éxito, y durante muchos años las tiradas se mantendrían alrededor de los 14.000 ejemplares. Borges contaría, sin embargo, que le había costado convencer a la editorial de las ventajas de la colección, por la ausencia de prestigio del género. El Séptimo Círculo ―cuyo título evoca el anillo del infierno que Dante reservó a los violentos― estuvo destinada desde un principio al policial clásico inglés. Sin embargo, a lo largo de sus 366 volúmenes (publicados entre 1945 y 1983; el último fue Los intimidadores, de Donald Hamilton) hay curiosas intromisiones. No sólo aparecen algunos títulos del policial negro ―James Cain, Ross Macdonald, John D. Macdonald y James Hadley Chase, algunos publicados aun en los primeros años de la colección― sino también ciertos libros que trabajan en los bordes de la literatura fantástica. Entre estos están El caso de las trompetas celestiales, de Michael Burt y la magistral El maestro del juicio final, de Leo Perutz, cuyas soluciones violan las normas que Borges le exigía al género. Entre los pocos libros de autores nacionales hay dos clásicos: Los que aman, odian (n° 31), de Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo, y El estruendo de las rosas (n° 48), de Manuel Peyrou. Los otros autores cercanos son Enrique Amorim (uruguayo radicado en Buenos Aires), María Angélica Bosco (que desarrolló casi toda su literatura dentro del género), Eduardo Morera, Alejandro Ruiz Guiñazú y Roger Pla. Estos tres últimos firmaron con seudónimo (Max Duplan, Alexander Rice Guiness y Roger Ivness, respectivamente), lo que revela la desconfianza que todavía provocaba el policial. Se suele oponer El Séptimo Círculo a la novela negra. Pero el verdadero enemigo conceptual para Borges y Bioy no era el policial norteamericano, sino el francés. Por ese entonces la editorial Tor publicaba en ediciones económicas de portadas y páginas amarillas títulos de los autores de habla francesa Gastón Leroux, Maurice Leblanc y Georges Simenon (al que Borges tampoco valoraba), junto con otros autores como Edgar Wallace y S.S. Van Dine (a quien Borges detestaba especialmente). La colección de Tor ―tapas chillonas, traducciones a menudo deficientes― no era la estrategia más adecuada para la revalorización que pretendían Borges y Bioy. Desde los años treinta, Borges venía publicando notas sobre el género. Pero El Séptimo Círculo estaba lejos de ser la puesta en práctica de los criterios expresados en aquellas notas. Se sabe que Borges prefería el cuento a la novela. ("Toda novela policial que no es un mero caos consta de un problema simplísimo, cuya perfecta exposición oral cabe en cinco minutos, pero que el novelista ―perversamente― demora hasta que pasan trescientas páginas.") Pero la lucha por el dominio de una estética u otra dentro del género policial se daba sólo en el campo de la novela. ¿Qué posibilidades de triunfar hubiera tenido una colección que sólo incluyera cuentos? Para eso estaban las antologías ―de las que también se ocuparon Borges y Bioy―, no las colecciones. Los 366 volúmenes de El Séptimo Círculo dejaron afuera los relatos favoritos de Borges: los de Gilbert K. Chesterton. Esta ausencia se debió seguramente a problemas de derechos. Borges

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reparó la omisión en su Biblioteca Personal (allí apareció una selección de relatos del padre Brown: La cruz azul y otros cuentos ). En el caso de los primeros 120 volúmenes, Borges y Bioy Casares participaron activamente en la selección de los títulos. Luego, a mediados de los años sesenta, el editor Carlos V. Frías se hizo cargo de la colección. En los últimos años, las ilustraciones de José Bonomi desaparecieron y así se borró también el espíritu de la serie. Los diseños geométricos de Bonomi representaban muy bien la estética de la novela-problema. Muchos años después, al recordar la colección, Bioy Casares atribuyó al diseño de portada y al emblema de El Séptimo Círculo ―un caballo de ajedrez― buena parte del éxito. Aunque esos 120 primeros números son los más alabados ―y a menudo en las librerías de viejo los venden un poco más caros que los siguientes―, no hay que desmerecer el resto de la colección. Los criterios para elegir el material fueron cada vez más amplios en cuanto a temática, pero se mantuvo la exigencia de calidad. A la etapa final ―a pesar de las tristes portadas y la traducción ilegible― se deben sorpresas y descubrimientos como Kyril Bofiglioli, autor de dos de las más extrañas, hilarantes y amorales novelas que puedan concebirse: No me apuntes con eso y Detrás, con un revólver. Adivinamos que las caóticas peripecias criminales y sexuales de su protagonista, Charles Mordecai ―marchand y ladrón de cuadros tan sibarita como Tom Ripley y Hannibal Lecter― no hubieran formado parte de las preferencias de Borges. En su inteligente y definitiva colección de ensayos sobre narrativa policial Asesinos de papel (Colihue 1996), que resume más de veinte años de trabajo sobre el género, Jorge Lafforgue y Jorge B. Rivera hacen una detallada investigación sobre la colección, que incluye entrevistas a los directores, al ilustrador Bonomi y al editor Frías. Entre otras opiniones, recogen los títulos favoritos de Bioy Casares, Bonomi y Borges. Bioy Casares: La torre y la muerte (n °3), de Michael Innes. (Decía Bioy: "Luego supimos que Innes muy probablemente se hallara entonces en Buenos Aires, pues trabajaba en el servicio secreto británico y por aquellos años lo habían destinado a esta ciudad"). En sus Memorias (Tusquets, 1994), Bioy agrega otras novelas de su preferencia: Mi propio asesino (n° 10), de Richard Hull y La larga busca del señor Lamousset (n° 41), de Lynn Broke. José Bonomi: Los anteojos negros (n° 2), de John Dickson Carr. Borges: El señor Byculla, de Erik Linklater; El señor Digweed y el señor Lamb (n° 12) y Los Rojos Redmayne (n° 42), de Eden Phillpotts; La torre y la muerte (n° 3), de Michael Innes; La piedra lunar (n° 23) y La dama de blanco (n° 30), de Wilkie Collins; La bestia debe morir (n° 1), de Nicholas Blake; El hombre hueco (n° 40) de John Dickson Carr y Extraña confesión (n° 9), de Anton Chejov. Antes de que surgiera la idea de El Séptimo Círculo, Borges y Bioy propusieron a la editorial Emecé una colección que llevaría por título Sumas. Escribe Bioy en sus Memorias: "Nuestro propósito era deparar al lector deslumbrantes revelaciones, convencerlo de que autores considerados pilares de la cultura pueden ser también curiosamente originales y amenísimos". Pero el proyecto que avanzó no fue esa popularización de lo consagrado sino, al revés, la consagración de un género popular y menospreciado.

La Nación, 13 de abril de 2003

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El Séptimo Círculo en la época de Borges y Bioy

Luis Chitarroni

Durante muchos años la colección de novelas policiales y de misterio que publicaba Emecé fue casi la única alternativa de los lectores del género. Habla uno de ellos. Dos de mis cuatro libros favoritos de El Séptimo Círculo fueron publicados una vez que terminó el dominio de Jano Bifronte ―la dirección de Borges y Bioy, o el “Biorges” que pergeñó Rodríguez Monegal―, cuando se ocupaba de ella Carlos Frías, creo. Son Mediodía de espectros, de John Dickson Carr, y No me apuntes con eso, de Kyril Bonfiglioli. La de Dickson Carr podría ser, en gran medida, inercia política de la editorial con el sello. En cambio, el estilo de Bonfiglioli ―ambiguo, sardónico estentóreo― no hubiera solicitado el interés ni la curiosidad de los dos grandes maestros, de acuerdo con las confesiones esporádicas en las que revisaron esa relación ―acaso la más estable y prolongada― con la edición de libros ajenos. En sus Memorias, Bioy recuerda que a Borges no le gustaba (o no le gustaba para empezar) La bestia debe morir, de Nicholas Blake, el número uno de El Séptimo Círculo. Conozco lectores fanáticos de la relectura, artistas supremos del arte de sobresaltar los márgenes con interrogantes, subrayar con birome y calificar el libro sin hesitación en la última página, que encuentran El Séptimo Círculo “floja”, y que suspenden el crédito a Borges y a Bioy por esta debilidad secundaria después de haber leído los primeros libros. La preferencia de ambos por Anthony Berkeley, John Dickson Carr y Richard Hull, por ejemplo, no determina una exclusividad, aun si no fuera una preferencia: traza un gesto de género (como quien dice “gesto de diseño”). A la vez, un vistazo a los primeros treinta títulos de El Séptimo Círculo arroja una respuesta insatisfactoria a nuestro deseo de “coherencia” (pero la coherencia, como la madurez, no lo son todo, en un mundo gobernado a veces por dramaturgos menos complejos que Shakespeare). Dickson Carr y Michael Innes la simulan; Eden Phillpotts, ya entonces desdeñado y un tanto anacrónico, parece un capricho tardío de Borges. El permiso para un breve sobresalto ―Extraña confesión― creo que precede el gusto de Bioy por Chejov (a Borges bien podría serle indiferente), y no está mal que una nota sobre un catálogo de policiales contenga un enigma, una dosis de misterio. El Amorim ―El asesino desvelado― es un acto de condescendencia o de amistad (hay libros buenos de Amorim, no éste); ocurre lo mismo con Peyrou después: curiosamente, esa ruina perfecta ―El estruendo de las rosas― funcionaba todavía con alegórico esplendor. La recurrencia de James Cain debió de ser idea de otros. Tampoco Patrick Quentin parece un gusto de los directores, instruido y afinado por ellos. El maestro del Juicio Final, de Leo Perutz, despierta la sospecha de ser Borges puro: es él quien tiene mejores conocimientos de la literatura en lengua alemana, y debilidad por los escritores provenientes de Praga. La omisión de Margery Allingham, una escritora que empezó sus artesanías cuando era apenas más grande que Daisy Ashford y después siguió haciéndolas cada vez con más gracia, coincide con la valoración ―muy poca― que le adjudican Taylor y Jacques Barzun en su canónico A Catalogue of Crime, que es de 1971. Aunque hay dos libros de ella ―La moda en mortajas, La muerte de un fantasma―, que me parecen obras maestras, el prestigio de la dama debe de ser producto del revisionismo posterior, un régimen que se permite sin ambages los beneficios de la exageración. Otras voces En la medida en que la gracia del género mismo se flexibiliza y se ensancha, Bioy señala alguna paradoja. La de que algunos de los novelistas hard boiled norteamericanos sean ingleses (como Peter Cheyney, por ejemplo, el salvoconducto ―Lemmy Caution― que toma Jean-Luc Godard para conducir a Borges a Alphaville, en su film homónimo).

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Una reacción similar va a despertar en Kingsley Amis el cacareado (sobre todo por los franceses) ejercicio de violencia que inauguran los novelistas “duros” respecto de los “blandos” (la tradición inglesa); el premio a su inspección rigurosa de los estilos cae en manos de Mickey Spillane (he aquí un novelista con nombre de personaje). Sin embargo, el contorno de la definición de El Séptimo Círculo lo dan los lectores que a lo largo de los años supo encontrar, en lugares de aparente afinidad o de contraste disimulado. Encontré ―o supe de― fanáticos de algunos libros de la colección en todas partes. Juan Marsé, de Laura, de Vera Caspary; Sergio Pitol de Mr. Byculla, de Erik Linklater (sobrevolado con ternura por Borges y Bioy); Carlos Monsiváis ―sumisión plebeya― de La especialidad de la casa, de Stanley Ellin. En Cambridge, Eliza Karavedin, una estudiante sefardí que leía muy bien en español, me reveló e inculcó tan lejos de su casa como de la mía, el amor por La línea sutil, de Edward Atiyah, en la colección El Séptimo Círculo. Es la novela increíble de un libanés que escribió también, antes de la moda de los estudios culturales, uno de los mejores libros del siglo veinte sobre los árabes. El armado de la colección Cualquiera que haya participado en cualquier función del estreno y el mantenimiento de una colección conoce los pormenores de orgullo y frustración que acumula y acaudala (visires visibles de mil y una noches de insomnio) la tarea. En alguna parte de su diario, Bioy enumera las actividades y desdichas complementarias, que rara vez se disciplinan, y que se disparan en direcciones inesperadas una vez que los libros (vale decir, los derechos) se consiguieron: la revisión de la traducción, la confección de la contratapa, el remordimiento anticipado por algo que se nos pudo haber pasado, un título de la competencia que pone en peligro el nuestro, la elección del título de la versión en castellano. En estos últimos aspectos, Borges y Bioy trabajaban con libertad y confianza, por lo que el sello distintivo se mantenía estable, una especie de secreto de manufactura. Sin embargo, en algunos casos funcionaba mejor que en otros. La comitiva de traductoras (en general eran traductoras) adoptaba con rapidez los consejos ―y hasta los prejuicios― de los directores de colección, si bien el esfuerzo de Bioy como rector del estilo resulta indisimulable. Este principio de identidad de la colección acarreaba también cierto matiz de monotonía. Pero un matiz es un matiz, no cualquiera lo merece. Borges se abstenía de intervenir de manera tajante, de “borgear”, como lo hacía a veces con títulos de cuentos (recordemos el giro genial que convierte “Los sicarios de Midas”, de Jack London, en “Las muertes concéntricas”). Trial and Error (Ensayo y error), de Anthony Berkeley, pasa a llamarse El dueño de la muerte sin ganancias ni pérdidas ostensibles. Alguna vez, la angustiosa distancia entre el momento de lectura del original y el de escribir la contratapa adelgaza hasta la pereza ―no tomarse, ay, el trabajo de contar― la sinopsis argumental; otra, no hay concordancia, entre la sustancia de la novela y ese postrero inkling; otra, otra más, el estilo de Borges o el de Bioy mejora con elegancia una apretujada trama indefendible de personajes penosos y penosas situaciones. No sé si sobrevive hoy algo parecido a un lector de colecciones; yo mismo nunca lo fui. Con el tiempo, la abundancia de títulos de alguna en mi biblioteca, me alarma, porque en la hacienda me gusta la variedad (al revés de lo que me pasaba de chico, que me conmovían la homogeneidad de los lomos). Conté cincuenta y cuatro volúmenes de El Séptimo Círculo en mi biblioteca. Uno por cada uno de los años vividos.

Clarín / Ñ, 13 de junio de 2012

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Reeditan la colección Séptimo Círculo Ariel Búmbalo Desdeñado como un arte menor por la “alta” literatura, el género policial fue, sin embargo, uno de los más prósperos del siglo XX. La reedición de la legendaria serie Séptimo Círculo, dedicada al relato policial y creada por Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares, es seguramente uno de los acontecimientos editoriales del año. Tal como en algún lugar lo describe Jaime Rest, desde sus comienzos el relato policial es el ámbito en el que se enfrentan dos universos enteramente contrapuestos: el romanticismo y el racionalismo de la Ilustración. Todo crimen es una ruptura del orden, una irrupción del caos en el rutinario equilibrio de la vida cotidiana, y, como se sabe, el caos, lo siniestro, la rebelión contra el orden establecido son contenidos que reivindica el romanticismo. A ese mundo quebrado repentinamente por el crimen llega el detective para restablecer el orden. Es una figura cuya racionalidad resplandece, allí adonde llega la luz de su mirada las tinieblas se disuelven, lo que parecía extravagante encuentra su lugar, el misterio queda explicado y la verdad alumbra un orden nuevo. El detective siempre es la razón ilustrada.

El más intenso caos y la lucidez más excepcional convivían en el corazón de Edgar Allan Poe, el escritor que inauguró el género policial con tres relatos maestros: "Los crímenes de la calle Morgue", "La carta robada" y "El escarabajo de oro". En esos textos se sientan las bases de lo que luego sería considerado como 'el policial clásico' o 'de enigma': un crimen, una serie de pistas dispersas y un detective inusualmente perspicaz (Auguste Dupin) con un ayudante algo atolondrado que atan los cabos de la intriga y resuelven el misterio.

Tal fórmula iba a ser luego utilizada de manera casi idéntica por los autores posteriores, en especial ingleses.

Sir Arthur Conan Doyle, por ejemplo, fue el creador de quien quizás sea el más memorable detective del policial clásico, Sherlock Holmes, a quien secundaba su ayudante el bonachón Doctor Watson. Gilbert K. Chesterton creó, a su vez, a un par de personajes en la misma frecuencia: Horne Fisher, para su serie de relatos "El hombre que sabía demasiado" y el doméstico aunque filoso Padre Brown. Agatha Christie, la célebre Dama del Crimen, patentó al no menos famoso Hércules Poirot y de la prolífica pluma del francés Georges Simenon surgió el inolvidable inspector Maigret.

La característica fundamental del relato policial clásico o de enigma es que en él se privilegia la intriga y la geometría de la trama. El delito o crimen extiende un mapa de pistas y acertijos para el detective pero especialmente para el lector, quien se siente involucrado en el juego del misterio.

Esas leyes iban a ser corregidas o, al menos, modificadas en la década de los '30 a partir de la aparición de “Cosecha roja” (1929) de Dashiell Hammet (1894-1961), novela que sentó las bases de lo que luego sería definido como policial negro o noire, estilo cuyo acento no está puesto en el juego de la intriga o el enigma sino en la exposición de una sociedad corrompida por el dinero y el poder. Hammet creó en sus relato al menos dos personajes ejemplares: el detective de la Agencia Continental y Sam Spade, el duro y cínico investigador privado que aparece en “El halcón maltés” (1930), y que encarnó Humphrey Bogart en el cine.

Como había ocurrido antes con el Dupin de Poe, estos detectives alumbrados por Hammet iban a servir como molde para todas las figuras creadas posteriormente por los autores que desarrollaron el género.

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Menos de una década después, Raymond Chandler, declarado discípulo de Hammet, inició con “El sueño eterno” (1939) la serie de relatos que perfeccionó el estilo ‘noire’. En esa misma novela iniciática de Chandler, aparece por primera vez el detective Phillip Marlowe (Robert Mitchum en el cine), otro de los moldes en que iban a fundirse todos los héroes posteriores. Hammet y Chandler se transformaron en los padres del policial negro, el cual alcanzó un desarrollo desbordante en las décadas de los ’30, ’40 y ’50, y en cuyos territorios edificaron sus obras grandes escritores como Ross Mcdonald, James M. Cain, Horace Mckoy, James Hadley Chase, Jim Thompson, entre otros.

El Séptimo Círculo

La colección Séptimo Círculo, que acaba de relanzar Emecé, surgió de la iniciativa de Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares. El nombre que eligieron para denominarla alude a uno de los escenarios que Dante describe en “La Divina Comedia”, el séptimo círculo del Infierno, donde se debaten los ejemplares más bajos de la condición humana y los asesinos. La colección comenzó en 1945 y se editaron desde entonces 336 títulos, de los cuales sólo 111 estuvieron al cuidado de Borges y Bioy. Ambos preferían el policial clásico o de enigma, de modo que la mayoría de esos títulos pertenecían a ese modelo, con autores como Nicholas Blake, Eden Phillpotts, Vera Caspary, C.S. Forester y otros. A mediados de los ’50, el rumbo de la colección quedó en manos de Carlos Frías, amigo personal de Bioy Casares, quien lentamente fue incorporando una mayor cantidad de títulos y autores pertenecientes al estilo ‘noire’, entonces en auge.

Todavía es posible hallar en las librerías de usados unos cuantos ejemplares de la vieja colección dando vueltas. Llama la atención la persistencia de esos libros que pasan de uno a otro lector mediante el simple mecanismo del canje sin romperse ni ajarse. Y entonces no queda otra que pensar en una misteriosa comunidad de lectores que desde hace años abreva devotamente en esos libritos que llevan el sello del Séptimo Círculo y las tapas ilustradas con los sobrios dibujos de Bonomi. Para ellos, obviando el precio, la noticia de la reedición de la serie resultará, seguramente, motivo de fiesta.

Los Andes, 15 de junio de 2003

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Catàleg d'El Séptimo Círculo

001. La bestia debe morir, de Nicholas Blake 002. Los anteojos negros, de John Dickson Carr 003. La torre y la muerte, de Michael Innes 004. Una larga sombra, d'Anthony Gilbert 005. Pacto de sangre, de James M. Cain 006. El asesino de sueño, de Milward Kennedy 007. Laura, de Vera Caspary 008. La muerte glacial, de Milward Kennedy 009. Extraña confesión, d'Anton Chejov 010. Mi propio asesino, de Richard Hull 011. El cartero llama dos veces, de James M. Cain 012. El señor Digweed y el señor Lumb, d'Eden Phillpotts 013. Los toneles de la muerte, de Nicholas Blake 014. El asesino desvelado, d'Enrique Amorim 015. El ministerio del miedo, de Graham Greene 016. Asesinato en pleno verano, de Clifford Witting 017. Enigma para actores, de Patrick Quentin 018. El crimen de las figuras de seda, de John Dickson Carr 019. La gente muere despacio, d'Anthony Gilbert 020. El estafador, de James M. Cain 021. Enigma para tontos, de Patrick Quentin 022. La sombra del sacristán, d'E.C.R. Lorac 023. La piedra lunar, de Wilkie Collins 024. La noche sobre el agua, de Cora Jarret 025. Predilección por la miel, d'H.F. Heard 026. Los otros y el rector, de Michael Innes 027. El maestro del Juicio Final, de Leo Perutz 028. Cuestión de pruebas, de Nicholas Blake 029. En acecho, de Lynn Brock 030. La dama de blanco (2 tomos), de Wilkie Collins 031. Los que aman, odian, d'Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo 032. La trampa, d'Anthony Gilbert 033. Hasta que la muerte nos separe, de John Dickson Carr 034. ¡Hamlet, venganza!, de Michael Innes 035. ¡Oh envoltura de la muerte!, de Nicholas Blake 036. Jaque mate al asesino, d'E.C.R. Lorac 037. La sede de la soberbia, de John Dickson Carr 038. Eran siete, d'Eden Phillpotts 039. Enigma para divorciadas, de Patrick Quentin 040. El hombre hueco, de John Dickson Carr 041. La larga búsqueda del señor Lamousset, de Lynn Brock 042. Los rojos Redmayne, d'Eden Phillpotts 043. El hombre del sombrero rojo, de Richard Keverne 044. Alguien en la puerta, de Raymond Postgate 045. La campana de la muerte, d'Anthony Gilbert 046. El abominable hombre de nieve, de Nicholas Blake 047. El ingenioso señor Stone, de Robert Player 048. El estruendo de las rosas, de Manuel Peyrou 049. Veredicto de doce, de Raymond Postgate 050. Enigma para demonios, de Patrick Quentin 051. Enigma para fantoches, de Patrick Quentin 052. El ocho de espadas, de John Dickson Carr

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053. Una bala para el señor Thorold, de R.C. Woodthorpe 054. Respuesta pagada, d'H.F. Heard 055. El peso de la prueba, de Michael Innes 056. Asesinato por reflexión, d'H.F. Heard 057. ¡No abras esa puerta!, d'Anthony Gilbert 058. ¿Fue un crimen?, de James Hilton 059. El caso de los bombones envenenados, d'Anthony Berkeley 060. El que susurra, de John Dickson Carr 061. Enigma para peregrinos, de Patrick Quentin 062. El dueño de la muerte, d'Anthony Berkeley 063. Corriendo hacia la muerte, de Patrick Quentin 064. Las cuatro armas falsas, de John Dickson Carr 065. Levante usted la tapa, d'Anthony Gilbert 066. Marcha fúnebre en tres claves, de Peter Curtis 067. Muerte en el otro cuarto, d'Anthony Gilbert 068. Crimen en la buhardilla, de Sidney Fowler 069. El Almirante Flotante, de “Detection Club” 070. El barbero ciego, de John Dickson Carr 071. Adiós al crimen, de Donald Henderson 072. El tercer hombre; El ídolo caído, de Graham Greene 073. Una infortunada más, d'Edgar Lustgarden 074. Mis mujeres muertas, de John Dickson Carr 075. Medida para la muerte, de Clifford Witting 076. La cabeza del viajero, de Nicholas Blake 077. El caso de las trompetas celestiales, de Michael Burt 078. El misterio de Edwin Drood, de Charles Dickens 079. Huésped para la muerte, de Cyril Hare 080. Una voz en la oscuridad, d'Eden Phillpotts 081. La punta del cuchillo, de Marten Cumberland 082. Caídos en el infierno, de Michael Valbeck 083. Todo se derrumba, de L.A.G. Strong 084. Legajo Florence White, de Will Ousler 085. En la plaza oscura, de Hugh Walpole 086. Prueba de nervios, de Richard Hull 087. El buscador, de Patrick Quentin 088. El hombre que eludió el castigo, de Bernice Carey 089. El ratón de los ojos rojos, d'Elizabeth Eastman 090. Pagarás con maldad, de Margaret Millar 091. Minuto para el crimen, de Nicholas Blake 092. Veredictos discutidos, d'Edgar Lustgarden 093. Peligro en la noche, de Norman Berrow 094. Los suicidios constantes, de John Dickson Carr 095. El caso de la joven alocada, de Michael Burt 096. ¿Es usted el asesino?, de Fernand Crommelynck 097. El solitario, de Guy Des Cars 098. El caso del jesuita risueño, de Michael Burt 099. Bedelia, de Vera Caspary 100. Pesadilla en Manhattan, de Thomas Walsh 101. El asesino de mi tía, de Richard Hull 102. Bajo el signo del odio, d'Alexander Rice Guinness (Alejandro Ruiz Guiñazú) 103. Brat Farrar, de Josephine Tey 104. La ventana de Judas, de John Dickson Carr 105. Las rejas de hierro, de Margaret Millar 106. Miedo a la muerte, d'Anna Mary Wells 107. Muerte en cinco cajas, de John Dickson Carr 108. Más extraño que la verdad, de Vera Caspary 109. Cuenta pendiente, de C.S. Forester 110. La estatua de la viuda, de John Dickson Carr 111. Una mortaja para la abuela, de Gregory Tree

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112. Arenas que cantan, de Josephine Tey 113. Muerte en el estanque, de Margaret Millar 114. Los Goupi, de Pierre Very 115. Tragedia en Oxford, de J.C. Masterman 116. Pasaporte para el peligro, de Robert Parker 117. El señor Byculla, d'Eric Linklater 118. El hueco fatal, de Nicholas Blake 119. El crimen de la calle Nicholas, de Stanley Ellin 120. El cuarto gris, d'Eden Phillpotts 121. La muerte toca el gramófono, de Marjorie Stafford 122. Blando por dentro, d'Eric Warman 123. La muerte baja en el ascensor, de María Angélica Bosco 124. La línea sutil, d'Edward Atiyah 125. El círculo se estrecha, de Julian Symons 126. Scolombe muere, de L.A.G. Strong 127. Simiente perversa, de William March 128. Soy un fugitivo, de Robert Burns 129. Claves para Cristabel, de Mary Fitt 130. Susurro en la penumbra, de Nicholas Blake 131. El falso rostro, de Vera Caspary 132. El caso más difícil, de Richard Katz 133. El 31 de febrero, de Julian Symons 134. La mujer sin pasado, de Serge Groussard 135. Un crimen inglés, de Cyril Hare 136. El siete del calvario, d'Anthony Boucher 137. El ojo fugitivo, de Charlotte Jay 138. El muerto insepulto, d'H.F.M. Prescott 139. Mi hijo, el asesino, de Patrick Quentin 140. El bígamo, de Patrick Quentin 141. El reloj de la muerte, de John Dickson Carr 142. El muerto en la cola, de Josephine Tey 143. El caso de la mosca dorada, d'Edmund Crispin 144. Trasbordo a Babilonia, de Nina Bawden 145. La maraña, de Nicholas Blake 146. La puerta de la muerte, de Marten Cumberland 147. El hombre en la red, de Patrick Quentin 148. Fin de capítulo, de Nicholas Blake 149. Patrick Butler, por la defensa, de John Dickson Carr 150. Los ricos y la muerte, de Beverley Nichols 151. Circunstancias sospechosas, de Patrick Quentin 152. Asesinato en mi calle, d'Edwin Lanham 153. Tragedia en la justicia, de Cyril Hare 154. La columnata interminable, de Robert Harling 155. Violencia, de Cornell Woolrich 156. La sombra de la culpa, de Patrick Quentin 157. Un puñal en mi corazón, de Nicholas Blake 158. Fantasía y fuga, de Roy Fuller 159. El crucero de la viuda, de Nicholas Blake 160. Las paredes oyen, de Margaret Millar 161. La dama del lago, de Raymond Chandler 162. Muerte por triplicado, d'E.C.R. Lorac 163. El monstruo de ojos verdes, de Patrick Quentin 164. Tres mujeres, de Wallace Reyburn 165. Evvie, de Vera Caspary 166. Lugares oscuros, d'Alex Fraser 167. Asesinato a pedido, de Beverley Nichols 168. La senda del crimen, de Julian Symons 169. Vuelta a escena, de Patrick Quentin 170. Pese al trueno, de John Dickson Carr 171. El gusano de la muerte, de Nicholas Blake

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172. Semejante a un ángel, de Margaret Millar 173. Sanatorio de altura, de Max Duplan (Eduardo Morera) 174. Claro como el agua, de Laurence Payne 175. El marido, de Vera Caspary 176. El arma mortal, de Wade Miller 177. La angustia de Mrs. Snow, de Patrick Quentin 178. Y luego el miedo, de Marten Cumberland 179. Un loto para Miss Quon, de James Hadley Chase 180. Nacida para víctima, de Hillary Waugh 181. La parte culpable, de John Burke 182. La burla siniestra, de Nicholas Blake 183. ¿Hay algo mejor que el dinero?, de James Hadley Chase 184. Un ladrón en la noche, de Thomas Walsh 185. Un ataúd desde Hong Kong, de James Hadley Chase 186. Apelación de un prisionero, d'Hillary Waugh 187. Besa al ángel de las tinieblas, de Maurice Moiseiwitsch 188. El escalofrío, de Ross MacDonald 189. Peligro en la casa vecina, de Patrick Quentin 190. Esconder a un canalla, de Thomas Walsh 191. Trasatlántico "Asesinato", de Patrick Quentin 192. No hay escondite, d'Edwin Lanham 193. El ángel caído, d'Howard Fast 194. Fuego que quema, de John Dickson Carr 195. Al acecho del tigre, de Ben Healey 196. El esqueleto de la familia, de Patrick Quentin 197. La triste variedad, de Nicholas Blake 198. Los rastros de Brillhart, d'Herbert Brean 199. Un ingenuo más, de James Hadley Chase 200. Dinero negro, de Ross MacDonald 201. La joven desaparecida, d'Hillary Waugh 202. Una radiante mañana estival, de James Hadley Chase 203. Un fragmento de miedo, de John Bingham 204. El Codo de Satanás, de John Dickson Carr 205. La caída de un canalla, de James Hadley Chase 206. El otro lado del dólar, de Ross MacDonald 207. Cañones y manteca, de Nicholas Freeling 208. La mañana después de la muerte, de Nicholas Blake 209. Fruto prohibido, de James Hadley Chase 210. Presuntamente violento, de James Hadley Chase 211. La herida íntima, de Nicholas Blake 212. El hombre ausente, d'Hillary Waugh 213. La oreja en el suelo, de James Hadley Chase 214. Fin de capítulo, de Nicholas Blake 215. 30 Manhattan East, d'Hillary Waugh 216. Los ricos y la muerte, de Beverley Nichols 217. Enemigo insólito, de Ross MacDonald 218. Oscuridad en la Luna, de John Dickson Carr 219. El fin de la noche, de John D. MacDonald 220. El derrumbe, de John Boland 221. Trato hecho, de James Hadley Chase 222. ¡Tsing-Boum!, de Nicholas Freeling 223. Corra cuando diga: ¡ya!, d'Hillary Waugh 224. Y ahora querida..., de James Hadley Chase 225. Muerte y circunstancia, d'Hillary Waugh 226. Veneno puro, d'Hillary Waugh 227. La mirada del adiós, de Ross MacDonald 228. La única mujer en el juego, de John D. MacDonald 229. Besa y mata, d'Ellery Queen 230. Asesinatos en la Universidad, d'Ellery Queen 231. El olor del dinero, de James Hadley Chase

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232. Plazo: Al amanecer, de William Irish (Cornell Woolrich) 233. Zigzags, de Paul Andreota 234. Los jueves de la señora Julia, de Piero Chiara 235. Las mujeres se dedican al crimen, de Ben Healey 236. Sólo monstruos, de Margaret Millar 237. Mediodía de espectros, de John Dickson Carr 238. Algo en el aire, de John A. Graham 239. El último timbre, de Joseph Harrington 240. Un agujero en la cabeza, de James Hadley Chase 241. Cara descubierta, de Sidney Sheldon 242. No quisiera estar en tus zapatos, de William Irish (Cornell Woolrich) 243. El robo del Cezanne, de John A. Graham 244. Costa Bárbara, de Ross MacDonald 245. Acertar con la pregunta, de Michael Z. Lewin 246. El pulpo, de Paul Andreota 247. Mansión de muerte, de John Dickson Carr 248. Peligroso si anda suelto, de James Hadley Chase 249. El fin de la persecución, de Robert Garret 250. Retrato terminado, de Vera Caspary 251. La dama fantasma, de William Irish (Cornell Woolrich) 252. Si deseas seguir viviendo, de James Hadley Chase 253. ¿Quieres ver a tu mujer otra vez?, de John Craig 254. El teléfono llama, de Lillian O'Donnell 255. Acto de terror, de Michael Collins 256. El hombre de ninguna parte, de Stanley Ellin 257. La organización, de David Anthony 258. El cadáver de una chica, de Michael Gilbert 259. La sombra del tigre, de Michael Collins 260. El síndrome fatal, de Richard Neely 261. ¡Pánico!, de Bill Pronzini 262. Peón dama, de Victor Canning 263. Cita en la oscuridad, de Cornell Woolrich 264. Traficante de nieve, d'Arthur Maling 265. Estás solo cuando estás muerto, de James Hadley Chase 266. Sangre a la luz de la luna, de David Anthony 267. Sin dinero, a ninguna parte, de James Hadley Chase 268. La amante japonesa, de Richard Neely 269. No uses anillo de boda, de Lillian O'Donnell 270. Acuéstala sobre los lirios, de James Hadley Chase 271. El hombre XYY, de Kenneth Royce 272. La efigie derretida, de Victor Canning 273. La especialidad de la casa, de Stanley Ellin 274. La estrangulación, de Gregory Cromwell Knapp 275. El sudor del miedo, de Robert C. Dennis 276. Acupuntura y muerte, de Dwight Steward 277. Ding dong, d'Arthur Maling 278. Castillo de naipes, de Stanley Ellin 279. El llanto de Némesis, de Roger Ivnnes (Roger Pla) 280) Té en domingo, de Lettice Cooper 281) Asesino en la lluvia, de Raymond Chandler 282) La cabeza olmeca, de David Westheimer 283. Cresta roja, de Victor Canning 284. El buitre paciente, de James Hadley Chase 285. El grito silencioso, de Michael Collins 286. El oráculo envenenado, de Peter Dickinson 287. Con las mujeres nunca se sabe, de James Hadley Chase 288. Cielo trágico, de John D. MacDonald 289. Luchar por algo, de Reg Gadney 290. Hay un hippie en la carretera, de James Hadley Chase 291. Cinco accesos al paraíso, de John Bingham

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292. La novia vistió de luto, de Cornell Woolrich 293. Lamento turquesa, de John D. MacDonald 294. La muerte del año, de John Godey 295. Prisionero en la nieve, de Bill Pronzini 296. Golpe final, de Dick Francis 297. Traficantes de niños, de Lillian O'Donnell 298. Serenata del estrangulador, de William Irish (Cornell Woolrich) 299. Un as en la manga, de James Hadley Chase 300. La dama de medianoche, de David Anthony 301. Cálculo de probabilidades, de Walter Kempley 302. La marca de Kingsford, de Victor Canning 303. Disque 577, de Lillian O'Donnell 304. Peces sin escondite, de James Hadley Chase 305. No me apuntes con eso, de Kyril Bonfiglioli 306. Operación Leñador, de Kenneth Royce 307. El esquema Rainbird, de Victor Canning 308. La fortaleza, de Stanley Ellin 309. En el hampa, de Kenneth Royce 310. La hermana de alguien, de Derek Marlowe 311. Toc, toc. ¿Quién es?, de James Hadley Chase 312. La máscara del recuerdo, de Victor Canning 313. Práctica de tiro, de Nicholas Meyer 314. Si usted cree esto..., de James Hadley Chase 315. Mientras el amor duerme, de Richard Neely 316. El país de Judas, de Gavin Lyall 317. Muérase, por favor, de James Hadley Chase 318. La hora azul, de John Godey 319. En el marco, de Dick Francis 320. Pregunta por mí, mañana, de Margaret Millar 321. Figura de cera, de Peter Lovesey 322. Una novia para Hampton House, d'Hillary Waugh 323. Trabajo mortal, de Lillian O'Donnell 324. Juego diabólico, d'Arthur Maling 325. Viaje a Luxemburgo, de Stanley Ellin 326. Asunto de familia, de Rex Stout 327. Zurich / AZ 900, de Martha Albrand 328. Por orden de desaparición, de Simon Brett 329. Considérate muerto, de James Hadley Chase 330. El caballo de Troya, de Hammond Innes 331. Amo y mato, de John Bingham 332. Tengo los cuatro ases, de James Hadley Chase 333. Olimpiada en Moscú, de Dick Francis 334. El asesinato de Mrs. Shaw, de Margaret Millar 335. Al estilo Hammett, de Joe Gores 336. Un loco en mi puerta, d'Hillary Waugh 337. Los ejecutores, de Donald Hamilton 338. El toque de Satán, de Kenneth Royce 339. Crímenes imperfectos, d'Alain Demouzon 340. El negro sendero del miedo, de Cornell Woolrich 341. Detrás, con un revólver, de Kyril Bonfiglioli 342. La estrella deslumbrante, de Stanley Ellin 343. La espectadora, de Kay Nolte Smith 344. Riesgo mortal, de Dick Francis 345. La foto en el cadáver, de Ngaio Marsh 346. Ningún rostro en el espejo, d'Hugh McLeave 347. La prueba decisiva, de Gene Thompson 348. Un cadáver de más, d'Ellis Peters 349. El largo túnel, d'Alain Demouzon 350. Cambio rápido, de J. Cronley 351. Los envenenadores, de Donald Hamilton

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352. Huelga fraguada, d'Ian Stuart 353. Víctimas, de B.M. Gill 354. El caso de la muerte entre las cuerdas, de Leo Bruce 355. Asesinato en el club, d'H. Paul Jeffers 356. El caso para tres detectives, de Leo Bruce 357. Contragolpe, d'Andrew Garve 358. Y si viniera el lobo..., de Josephine Bell 359. Rostros ocultos, de Peter May 360. Tanta sangre, de Simon Brett 361. Un caso para el sargento Beef, de Leo Bruce 362. El falso inspector Dew, de Peter Lovesey 363. Los destructores, de Donald Hamilton 364. Cabeza a cabeza, de Leo Bruce 365. Engaño, de Liza Cody 366. Los intimidadores, de Donald Hamilton

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Catàleg de Selecciones del Séptimo Círculo

01. El fruto prohibido, de James Hadley Chase 02. La mirada del adiós, de Ross Macdonald 03. Las gafas negras, de John Dickson Carr 04. La joven desaparecida, d'Hillary Waugh 05. El cartero llama dos veces, de James M. Cain 06. Pagarás con maldad, de Margaret Millar 07. Veredicto de doce, de Raymond Postgate 08. Un fragmento de miedo, de John Bingham 09. Simiente perversa, de William March 10. Lugares oscuros, d'Alex Fraser 11. El caso del jesuita risueño, de Michael Burt 12. Jaque mate al asesino, d'E.C.R. (Edith Caroline Rivet) Lorac 13. La gente muere despacio, d'Anthony Gilbert 14. ¡Hamet, venganza!, de Michael Innes 15. Enigma para divorciadas, de Patrick Quentin (Quentin Patrick) 16. Dinero negro, de Ross Macdonald 17. El crimen de las figuras de cera, de John Dickson Carr 18. La dama del lago, de Raymond Chandler 19. Bedelia, de Vera Caspary 20. Enigma para actores, de Patrick Quentin 21. El asesinato de mi tía, de Richard Hull 22. Cara descubierta, de Sidney Sheldon 23. Eran siete, d'Eden Phillpotts 24. Trato hecho, de James Hadley Chase 25. Mansión de la muerte, de John Dickson Carr 26. Besa y mata, d'Ellery Queen 27. Asesinato por encargo, de Beverly Nichols 28. El casod de las trompetas celestiales, de Michael Burt 29. Hasta que la muerte nos separe, de John Dickson Carr 30. Una radiante mañana estival, de James Hadley Chase 31. El reloj de la muerte, de John Dickson Carr 32. Corra cuando diga: ¡ya!, d'Hillary Waugh 33. El caso de la mosca dorada, d'Edmund Crispin 34. El enemigo insólito, de Ross Macdonald 35. Más allá hay monstruos, de Margaret Millar 36. La caída de un canalla, de James Hadley Chase 37. Muerte en la rectoría, de Michael Innes 38. Mis mujeres muertas, de John Dickson Carr 39. Costa Bárbara, de Ross Macdonald 40. Enigma para marionetas, de Patrick Quentin 41. La sombra del sacristán, d'E.C.R. Lorac 42. El caso de los suicidios constantes, de John Dickson Carr 43. Los rojos Redmayne, d'Eden Phillpotts 44. Muerte en cinco cajas, de John Dickson Carr (Carter Dickson) 45. Enigma para locos, de Patrick Quentin 46. El último timbre, de Joseph Harrington 47. La casa de El Codo de Satán, de John Dickson Carter 48. La noche de la viuda burlona, de John Dickson Carr (Carter Dickson) 49. El maestro del juicio final, de Leo Perutz 50. Peón dama, de Victor Canning

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Catàleg d'El Séptimo Círculo de La Nación

01. La bestia debe morir, de Nicholas Blake 02. El cartero llama dos veces, de James M. Cain 03. Hasta que la muerte nos separe, de John Dickson Carr 04. Enigma para actores, de Patrick Quentin 05. Laura, de Vera Caspary 06. Extraña confesión, d'Anton Chejov 07. La torre y la muerte, de Michael Innes 08. Cuenta pendiente, de C.S. Forester

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Més informació a:

El Séptimo Círculo: historia íntima & policíaca, d'Amílcar Romero

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FONS ESPECIAL DE GÈNERE NEGRE I POLICÍAC

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