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Bernabé Macías: autobiografía del poder en un municipio michoacano Pablo E. Vargas González Centro de Estudios de la Población Universidad Autónoma de Hidalgo Introducción Esta biografía tiene estrecha relación con otras realizadas en el campo de la antropología social. Susana Glantz en Manuel: una biogmfía política (1979), hace un examen de la importancia y los aportes que han dado las historias de vida en la investigación antropológica norteamericana y en la latinoamericana.1 “Las historias de vida, en contraste, enfatizan las experiencias y los requerimientos del individuo para hacer frente a su sociedad, más que el cómo la sociedad se enfrenta a sus individuos; se ocupan de la dinámica y adaptabilidad de la experiencia en los pasajes de una etapa vital, y de los patrones acumulativos de la conducta personal. Pone de manifiesto la relevancia de la experiencia del individuo en la institución social y del impacto de la elección personal en el cambio social” (ibídem: 19). No sólo en el medio rural -recordemos los trabajos de Oscar Lewis—ni exclusivamente en el medio antropológico se extendie- ron las historias de personajes relevantes y cotidianos; también historiadores, sociólogos, estudiosos de la cultura y del lenguaje han utilizado el testimonio oral para la reconstrucción de la memoria

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Bernabé Macías: autobiografía del poder en un municipio michoacano

Pablo E. Vargas González Centro de Estudios de la Población Universidad Autónoma de Hidalgo

Introducción

Esta biografía tiene estrecha relación con otras realizadas en el campo de la antropología social. Susana Glantz en Manuel: una biogmfía política (1979), hace un examen de la importancia y los aportes que han dado las historias de vida en la investigación antropológica norteamericana y en la latinoamericana.1

“Las historias de vida, en contraste, enfatizan las experiencias y los requerimientos del individuo para hacer frente a su sociedad, más que el cómo la sociedad se enfrenta a sus individuos; se ocupan de la dinámica y adaptabilidad de la experiencia en los pasajes de una etapa vital, y de los patrones acumulativos de la conducta personal. Pone de manifiesto la relevancia de la experiencia del individuo en la institución social y del impacto de la elección personal en el cambio social” (ibídem: 19).

No sólo en el medio rural -recordemos los trabajos de Oscar Lewis— ni exclusivamente en el medio antropológico se extendie­ron las historias de personajes relevantes y cotidianos; también historiadores, sociólogos, estudiosos de la cultura y del lenguaje han utilizado el testimonio oral para la reconstrucción de la memoria

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histórica de la población, ya sea en forma de relatos o como fuentes de historia oral.2

Bernabé Macías Navarro es un personaje con atributos y carac­terísticas que lo distinguen de los demás: es un líder político. Su biografía es parte de la historia del poder político local en la que un individuo logra ascender de la pobreza y marginalidad de la esfera política a la cúspide del poder, como resultado de los factores, recursos y circunstancias en que se estructuró el Estado nacional posrevolucionario.

En la vida de Bernabé Macías han desfilado líderes, diputados, gobernadores y hasta presidentes de la República; su tiempo histórico está vinculado con la etapa del agrarismo en el noroeste michoacano, y él mismo es un líder agrario. Su surgimiento como líder, su ideología y especialmente su legitimidad provienen de su nexo personal con Lázaro y con Dámaso Cárdenas, el primero, figura política nacional, y el segundo, de relevancia regional.

Originario del municipio Venustiano Carranza, Michoacán -conocido también como San Pedro Caro-, Bernabé Macías fue artífice, parte de la maquinaria estatal que contribuyó al triunfo del proyecto económico y político del bloque social dominante. El fue un cacique local que encarnó durante 40 años (1940-1982), los mecanismos del ejercicio de poder. Se distinguió como “hombre fuerte”, como intermediario que por medio del convencimiento y de la fuerza, detentaba la representatividad y concentraba la toma de decisiones respecto de los recursos significativos de una colec­tividad. La historia política de este municipio michoacano es, en mucho, la historia del cacique Bernabé Macías.

Empero, el relato, su vida misma, trasciende a su ámbito geo­gráfico natural; es, más bien, el escenario regional, la Ciénega de Chapala, donde encontramos el marco de referencia de su historia y, aun más, las explicaciones de su liderazgo.

La Ciénega de Chapala es una región que se ha formado a través de una sucesión de relaciones de dominio; su configuración actual es resultado de la forma en que sus pobladores han organi­zado, explotado y distribuido los recursos fundamentales de la

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región: agua, tierra, trabajo y capital, y de condicionantes exóge- nos como la interacción con otros ámbitos geográficos, grupos e instituciones, como el Estado. En el porfiriato, la ciénega fue un lugar donde floreció la propiedad privada en forma de grandes haciendas y ranchos. Fue en esa época cuando se realizó un proyecto impulsado por hacendados, empresarios y gobierno: la desecación de 50 mil hectáreas de la parte oriental del lago de Chapala.

La Ciénega, como espacio diferenciado socialmente, fue cam­po de batalla donde se dirimieron contradicciones históricas: la revolución mexicana, el agrarismo, la cristiada, el periodo de Cárdenas en la gubernatura y en la silla presidencial. La reestruc­turación de las relaciones sociales permitió que la economía regio­nal fuera integrada al proyecto modernizador del capitalismo en el medio rural, y articulada a una estructura basada en el caciquismo.

Jiquilpan y Sahuayo han prevalecido como las ciudades más importantes de la región. La primera ha perdurado desde tiempos precolombinos como sede del poder regional, y en este siglo es reconocida como cuna de Lázaro Cárdenas; la segunda se ha constituido en un centro económico comercial. En ambas ciudades sus dirigentes disputan aún el control de la ciénega, por la impor­tancia que ésta tiene en la correlación de fuerzas en Michoacán.

El testimonio oral de Bernabé Macías no es estrictamente el discurso de la clase política ni es sólo la biografía oficial del poder, ya que, a pesar de su posición en la escala social, su relato trasmite la presencia, el comportamiento y la resistencia de los sectores sociales subalternos: “El tratar de instaurar nuevas relaciones con los protagonistas de los procesos instaurados por la historia social, pone por otra parte, en el centro de ésta, no a los individuos excepcionales, sino a los otros, a los amplios estratos de quienes son considerados “comunes” u “ordinarios”: los informantes de la historia oral” (Giovana Levi, et al., 1981: 31).

Este trabajo siguió el mismo proceso que Manuel: una biogmfía política (op. cit.), tanto en su procedimiento mecánico, organizan­do y dando sentido lógico y cronológico a las entrevistas grabadas,

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como en sus propósitos académicos: rescatar el testimonio de un personaje singular, cuya visión del pasado no está exenta de la ideología dominante. Deliberadamente he dejado que su discurso vibre con su voz viva y sólo he intervenido en la precisión histórica de hechos y lugares que he tenido ocasión de documentar con otras fuentes históricas, con el fin de presentar así una historia real y verídica.3

“Matria... el pequeño mundo que nos nutre, nos envuelve y nos cuida de los exabruptos patrióticos, el orbe minúsculo que en alguna forma recuerda el seno de la madre cuyo amparo, como es bien sabido, se prolonga después del nacimiento”.

L. González, 1987:52.

1. Oiigen, lugar y ambiente social

Este fue un pueblo de pescadores, de gente indígena. Desde el siglo pasado las familias que vivieron aquí se mantenían de la pesca. Entre 1915 y 1920, cuando se empezó a desecar la laguna, hubo nuevas tierras para la agricultura. De esa manera aparecie­ron nuevos pueblos y rancherías en la ciénega. Pero este pueblo fue más antiguo; fueron tierras de nuestros antepasados indígenas.

Desde el tiempo de los padres de nuestros abuelos, este pueblo se fundó con el nombre de San Pedro Caro. Era chico, tenía unos quinientos habitantes, pero era bravo, no se dejó arrebatar sus tierras. Aquí no se establecieron españoles ni hacendados, porque la comunidad tenía títulos de sus propiedades.

Nací el 9 de junio de 1906 en una familia de pescadores. Mi padre se llamó Bernabé Macías y nació aquí; mi madre, María Navarro, nació en Tizapán, Jalisco. Ambos se conocieron un día de mercado en Ocotlán, Jalisco, ya que mi padre en algunas ocasiones llevaba a vender el producto de la pesca a varios lugares. Tuve cinco hermanos: Rubén, Salvador, Jesús, Genoveva y José. Tam­bién fueron pescadores y sembradores como yo.

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A mis abuelos maternos nunca los conocí; los paternos vivieron en el pueblo, se dedicaban a la pesca. De mi padre guardo el recuerdo de un hombre trabajador; se dedicaba a pescar y enviar el pescado a Guadalajara, Ocotlán y México. De mis hermanos también guardo gratos recuerdos. Pues recuerdo que nunca nos dijimos una mala palabra, nos cuidábamos; si ellos se enfermaban estaba al pendiente de ellos, lo mismo hacían si yo enfermaba. Nunca tuvimos dificultades entre los hermanos. Ahora todos han muerto.

Crecimos en una situación de pobreza. Había de 55 a 60 casas en total. Eran casas construidas con madera o tule. Las casas más grandes eran las de madera que tenían dos o tres cuartos; en cambio las de tule eran una galera más o menos amplia que servía para cocinar, para dormir, para todo.

No contábamos con servicio alguno. Durante años no tuvimos nada. Los caminos, el agua, la luz, las escuelas, poco a poco las estuvimos tramitando, con ayuda del gobierno, claro, pero noso­tros fuimos los de la iniciativa. Recuerdo que el agua la tomábamos de una noria cercana en la que construimos un pozo artesanal, y de ahí obteníamos el líquido para uso casero. Además la laguna de Chapala estaba al borde del pueblo, y ahí se bañaba la gente, lavaba, trabajaba y convivía.

Vivíamos con lo indispensable. Los pescadores ganábamos 50 pesos por día; algunos tenían sus redes y pescaban por sí mismos, y entonces ganaban 100 pesos, 200 pesos, según la pesca que hicieran. Era muy variable. Había algunos que nos gustaba trabajar mucho, otros no lo hacían, se conformaban con sacar nada más para la comida.

El pescado se distribuía en diferentes mercados; unos lo man­daban a Zamora, Sahuayo y Paracho, y otros a la ciudad de México. Había algunos que, además de pescar, tenían sus mulitas y salían a vender el producto. O si no lo llevaban a Sahuayo con los arrieros que iban hacia la capital. La popocha y el bagre eran los que duraban más, se abrían para preservarlos; y una parte se llevaba a Guadalajara y otra a México. Lo mismo el pescado seco. El

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pescado que llevaban a Paracho era asado y escalado, y ése lo llevaban en burros.

Los viajes de arrieros eran largos y cansados, pues no había carreteras. Se hacía una jornada de aquí a Zamora, otra de Zamora a Zacapu, ahí por la Cañada, y ya en la tarde se iba uno a Cherán y bajaba a Paracho al otro día, temprano, para vender el domingo, día de plaza. Había mucha incomunicación. La gente de aquí teníamos que caminar más de dos leguas hasta Sahuayo, para hacer nuestras compras de lo indispensable. Sólo los que salían a vender podían comprar en otros mercados como en Ocotlán, Ciudad Guzmán o Zamora.

Recuerdo los precios de algunos productos. El saco de 80 kilos de maíz valía dos pesos, el kilo de carne costaba ocho centavos; el pan era muy barato, una pieza de cema de las grandes por mucho valía dos centavos. Eran precios bajos pero la vida no era tan fácil, aunque algunas veces teníamos fiestas y distracciones que la ha­cían menos ruda.

Los circos eran la atracción del pueblo. Cuando solían apare­cerse, dos o tres veces al año, el pueblo cambiaba, se ponía de fiesta. Me acuerdo que la novedad aquí fue cuando trajeron por primera vez un fonógrafo. Un señor de Ocotlán, Remigio Gutié­rrez, alquilaba ese artefacto en todos los pueblos de la región; lo ponían a media plaza para que la gente lo oyera; amenizaba las reuniones.

Fuera de estas distracciones, no había ninguna otra. San Pedro Caro siempre ha tratado de ser un pueblo pacífico. Como era un pueblo pequeño todos nos conocíamos, y nos tratábamos amiga­blemente. Se acostumbraban las visitas entre familias. En los do­mingos, muy pocos campesinos trabajaban; nos reuníamos, y toda­vía lo hacemos en la plaza del pueblo, porque es un lugar donde podemos encontrarnos, saludarnos y platicar de nuestras cosas.

Lo mismo hacemos en las fiestas religiosas de la comunidad, que se celebran desde que existían nuestros antepasados indíge­nas. El 29 de junio es la mera fiesta del patrón del pueblo, San Pedro. Se hace un novenario con misas diarias, se organizan carros

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alegóricos y participan en cada día todos los gremios del pueblo: campesinos, los de la maquinaria agrícola, los comerciantes, los establos, los fayuqueros. A cada gremio le toca un día organizar y costear la fiesta. El último día les toca a los pescadores, ya que San Pedro era pescador, y desde temprano, en la plaza, ponen un caldero grande y ahí preparan comida para toda la gente que quiera.

Todos los días truenan castillos y alquilan una banda de música. Esta fiesta es la principal, en donde todo el pueblo olvida sus rencores y problemas y se une. También celebramos otras fiestas, como la del señor de la Misericordia, el 3 de octubre; en ésta hay un novenario de misas y hacen fiestas, castillos, kermés y baile. Otra es la del 14 de septiembre, dedicada al Señor del Palo Dulce, en una capilla cercana al pueblo, en La Závila. En Nochebuena y Año Nuevo también se olvidan los problemas y hay unidad en la familia y en la comunidad.

El pueblo era religioso cien por ciento, aunque ahora se va perdiendo la tradición. Pues, como antes era un pueblo chico, a todos les gustaba ir a la iglesia. Poco a poco se fue desarrollando, y la gente fue adecuándose, preparándose y ya más o menos se puso en las alturas, ¿no?, al grado que ahora algunos son de iglesias protestantes... una minoría, claro.

En este medio crecí. Ha cambiado mucho, desde que desecaron el lago de Chapala a principios del siglo. Porfirio Díaz, que solía venir por este rumbo, apoyó a los hacendados para construir el bordo que ahora rodea la laguna. Don Porfirio llegó a venir varias veces a la ciénega, en un carruaje muy lujoso, acompañado de un ingeniero que se apellidaba... Cuesta Gallardo, quienes venían a visitar al hacendado de Guaracha, Diego Moreno. Todas las tierras que rodeaban el pueblo de San Pedro eran de este señor. Era el hacendado más importante de por aquí, de él eran también las haciendas La Závila, Cerrito Pelón, El Platanal, San Antonio, Las Zarquillas y Cerrito Colorado, cerca de Zamora. Todo era de él.

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Así que el bordo de contención benefició a las haciendas de la región. El bordo lo pusieron a mano, y fue construido desde La Palma hasta la Palmita, a base de puro canasteo, donde los hom­bres trabajaban llevando la tierra; había miles de bueyes para apretar la tierra. Los indios de San Pedro Caro, Pajacuarán, La Luz y Sahuayo y fueron los que hicieron el trabajo. Había una cuadrilla de ingenieros que vinieron de México.

2. Recuerdos de la Revolución

Cuando llegaron los tiempos de la Revolución era yo todavía chamaco. Recuerdo que aquí hubo un combate muy fuerte entre cuatro mil carrancistas frente a ocho mil villistas, siendo su campo de batalla desde San Pedro hasta Sahuayo. En general, este no fue un pueblo pleitista; de aquí no se levantó gente en armas. Pasaron algunos ejércitos, pero sólo iban de paso. Hubo veces que se les dio protección a los rebeldes cuando venían perseguidos por el gobier­no. La gente los pasaba en lanchas hacia las lomas y allá esperaban varios días, comiendo chupatas -raíces de tule, muy dulces— hasta que las tropas del gobierno se iban.

Aquí la lucha fue después, con el agrarismo: se peleó la tierra, se peleó la restitución para el pueblo.

El que sí anduvo mucho por aquí fue el general Inés Chávez García. Recuerdo que estábamos pescando en la laguna Guadalu­pe, de Cotija para acá, entonces Chávez entró a Cotija y ahí pelearon contra los gobiernistas y ahí hicieron tarugada y media, sacaron mucho dinero. Cotija era un pueblo muy rico. Y por fin salieron y llegaron por la laguna que estaba cerca de la hacienda Guadalupe, nos vieron y nos obligaron a ir con ellos a la hacienda, donde no opusieron mucha pelea y los dejaron entrar; a las pobres familias echando tortillas para ellos; ahí mataban reses, los pesca­dos que sacamos, y luego nos trajeron cargando los heridos hasta Jiquilpan.

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Cerca de ahí, en La Yerbabuena, había dos cercas separadas. En una se habían apostado las tropas del gobierno, y en la otra la gente de Inés Chávez; nos tiramos todos al suelo cuando inició la balacera. El general Chávez García le dijo a un teniente:

-Dígale a los soldados que hagan un agujero en la cerca porque vamos a dar carga de caballería.

-Mi general -dice otro-, nos van a acabar, están bien posiciona- dos y vamos a ir al matadero.

-Le ordeno a usted que les pase la voz a todos.-No, señor, nos van a acabar.-Ah, no quiere, -Inés Chávez, sacó la pistola y lo mata. Y le dice

a otro capitán:-Ordene que den carga de caballería.-Sí, señor.De inmediato aceptó el otro viendo el ejemplo que le había

puesto. Entonces todos los soldados fueron avisados, él fue el primero que brincó el cerco; traía una yegua prieta grande y buena y ahí estuvieron batallando mucho, pero lo sacaron corriendo hasta Sahuayo. Ahí no pudieron hacer nada, quemaron una botica; pero en Sahuayo se opuso la gente y no les dieron nada. Y ya aquí estuvo dos días en San Pedro, se fue en la tarde por el lado de la sierra, y allá fue donde lo exterminaron. Se vino la enfermedad y se murió; así acabó la vida de Inés Chávez García.

Entraba a los pueblos con 1800 hombres en ese tiempo, y se le iba juntando más gente; nomás que era para robar, como se dice, eran bandidos.

Dos o tres de San Pedro se fueron en ese tiempo con el grupo de “La Puntada”. Les decían así porque tuvieron la puntada de organizarse para robar en los caminos. Anduvieron ahí por las lomas de Sahuayo. Se decían revolucionarios.

También recuerdo el combate entre el general Estrada y mi general Lázaro Cárdenas, en el Plan de Barrancas, Jalisco, donde lo hirieron y cayó prisionero. Entonces yo lo acompañaba y lo llevaron preso a Guadalajara. El general de la Huerta pidió a Estrada:

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-¡Vaya y dígale usted que, si nos ayuda y se pone de nuestra parte, le perdonamos la vida; y si no, le formamos el consejo de guerra!

-¡Yo pertenezco a una revolución —contestó Cárdenas- y tengo un ideal. Formen el consejo de guerra; y, si me sueltan,

vengo a pelear en contra de ustedes!-¡Suéltenlo con sus tropas! —ordenó De la Huerta.

Algunas comunidades indígenas se levantaron para pelear las tierras frente a las haciendas, que eran muy productivas, tenían mucho ganado y muchas gente trabajando. Pero los campesinos eran maltratados por los hacendados, eran como esclavos. De aquí iba gente a trabajar a las haciendas; era gente que no se ocupaba en la pesca; les pagaban 50 centavos diarios. Trabajaban de sol a sol. Tenían como regla que al que llegara después de la puesta de sol, ya no lo ocupaban; daban de comer a mediodía y luego reanudaban. En cambio, a los bueyes, cuando se cansaban, los cambiaban por animales frescos.

3. Lucha agraria y cardenismo

El reparto agrario y la expropiación de los pozos petroleros por mi general Cárdenas ha sido lo más justo que ha hecho el gobierno de la Revolución. El pueblo de San Pedro Caro luchaba entonces porque se le restituyera la tierra que le habían quitado por la desecación de la laguna. Fue hasta 1924, con el presidente Alvaro Obregón, cuando ésta se logra.

Este pueblo ha sido agrarista y yo también, de siempre, de corazón. Fui de los primeros agraristas, junto con un grupo de gentes: Cristóbal Vega, Francisco Vega, Juan Rodríguez y otros que ya no recuerdo. Ignacio Macías, primo hermano mío, fue el primer líder del ejido. Estudió para cura y no le gustó; él luchó muy macizo durante muchos años.

El reparto de las tierras no fue fácil. El gobierno nos dio armas. Con una mano teníamos el arado y con la otra la carabina, la

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traíamos colgada a un lado. Si querían llegar, les hubiéramos dado de carambazos. Pero aquí eran terrenos de San Pedro, aquí no eran terrenos de los hacendados. Los indígenas tenían su título de propiedad de todo este ejido, estaban organizados.

Para elegir al comisariado, se juntaban los ejidatarios y ahí se elegía al hombre con mayor preparación. El que sacaba mayoría de votos, ése era comisariado, y enseguida se formaba su comité también por elección. Se trataba de buscar al mejor hombre. En todo teníamos el apoyo del gobierno.

Había muchos pueblos que solicitaban tierra. Rafael Picazo fue de los primeros líderes agrarios de la ciénega, fue una gente muy conocida y querida en la región; luego fue diputado dos veces. Lo mandaron matar los hacendados de Guaracha, porque él fue quien abanderaba a los campesinos para que repartieran las haciendas. Cuando don Lázaro llegó a la Presidencia, se solucionaron los problemas; pronto hizo el reparto de los ejidos.

En el caso de los cristeros, en la ciénega no hicieron nada. Ellos estaban remontados en los cerros; venían aquí, pero donde se movían era en Sahuayo, en San José de Gracia, y las montañas eran su guarida. Fue una cosa que no duró mucho, y fue molesta porque no dejaban a la gente trabajar en paz. Cuando se indultó a los alzados, estaba en Los Reyes vendiendo sandía que llevé de Sahuayo, de casa de Rafael Picazo... me mandó a venderla. Estaba en el portal de la presidencia. Vi que llegó en el carro del ferroca­rril mi general don Lázaro, estuvo un día en el pueblo, después salió hacia las montañas acompañado de sólo seis gentes, con cuatro muías cargadas de comestibles. Como a los ocho días bajó con los cristeros indultados. Y ahí en Los Reyes les dijo:

-El que quiera irse con el gobierno, lo damos de alta; el que quiera irse a su casa, llévese su arma con todo y caballo.Y les dio cien pesos a cada uno. Luego de esto nos fuimos,

porque yo entregaba el dinero en casa de Pedro Méndez, de la sandía que vendía. En esa casa le hicieron un recibimiento a mi general Lázaro que acabó como a las tres de la mañana. Él estuvo muy contento porque los había convencido que dejaran las armas.

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He sido cristiano y a la vez agrarista y revolucionario. Esto es posible porque la creencia es una y ser revolucionario y ejidatario, otra. La creencia es aparte del trabajo y la política. Yo he sido partidario del gobierno toda mi vida; nunca fui de ningún partido más que del gobierno.

En 1934 San Pedro Caro todavía era una tenencia de Sahuayo; éste era el que hacía todo y mandaba a sus pueblos y ranchos. Nosotros quisimos ser libres de Sahuayo, y como ya teníamos la cantidad de gente suficiente para que se hiciera municipio, se hizo municipio. El gobierno lo hizo municipio. Entonces yo lo gestioné. Mi general don Lázaro lo permitió, me ayudó para que fuera municipio en 1935. Me ayudó no nada más porque dijera “yo tengo el poder”. Lo hizo mediante un censo que mandó sacar de la cantidad de gentes, para que pudiera ser municipio. Los primeros presidentes municipales fueron Luis del Río, Francisco Vega Alvarez y Marcial Rodríguez.

Cuando salió del gobierno mi general Cárdenas, se acabó el apoyo al ejido. En San Pedro se parceló la tierra y cada campesino tuvo lo que le dio el gobierno. Algunos traspasaron y rentaron sus tierras, otros las vendieron, muchos se hicieron ricos. Esto después ocasionó algunos pleitos y conflictos. Aunque, confieso que la lucha más importante se da cuando hay cambio de comisariado ejidal. Pasa el cambio de comisariado y ya todo queda en paz; no ha habido una lucha de sangre y matanzas, sobre eso nada.

Ahora los problemas que tiene el ejido son pasajeros, de ambiciones políticas. Lo demás no es problema, porque el que tiene su tierra nadie lo molesta. Se lucha mucho por el puesto de comisariado ejidal, ya que el mando, como dijo alguien, todos lo queremos. Hay muchos intereses. De dinero no tanto pero sí de lo que uno quiera hacer, deja. Yo confieso que en todo el tiempo que ocupé el puesto, a mí no me dejó nada porque tuve interés de que progresara el ejido y progresara el pueblo, como se puede ver en las obras que hay.

El acaparamiento de tierras es otro asunto. Se da porqué los campesinos venden sus parcelas a otras personas. Se van a Estados

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Unidos, se retiran de aquí a buscar mejor trabajo, más dinero. Considero que el ejido sí funciona en México. Funciona perfecta­mente bien: vaya a la ciénega y está toda sembrada, toda regada, tiene canalización, tiene todo. Los del p a n dicen que el ejido es malo, porque ellos no son de ideas revolucionarias como nosotros, ellos siempre quieren tener las ideas de más antes, de los hacenda­dos, pero ahora no se puede, no lograrán nunca que se acabe.

4. Trabajo, relaciones y liderazgo

El primer trabajo que desempeñé fue como pescador. Trabajé desde la edad de 16 a los 30 años, ganaba lo mismo que un jornalero, tenía mis propias redes y no me iba mal. Ayudaba a mi padre en el comercio de pescado, que lo enviaba a Ocotlán, Guadalajara y a México. Después que se desecó la ciénega y con el reparto de tierra, nos convertimos en ejidatarios.

En 1926, por primera vez me fui a Estados Unidos a trabajar, debido a que el medio de vida era bajo y ganaba más dinero allá que aquí, por eso me fui. Me fui indocumentado, pasé el río Bravo de contrabando. No me fue mal porque, aunque valía poco el dolar, su valor era el doble que el peso. Sólo dure año y medio. La segunda ocasión fue en 1932; aquí tuve algunas deudas y me fui a conseguir dinero para pagarlas. La tercera ocasión fue en 1942, siempre de poca duración, no más de dos años.

Visité Cleveland, estuve en Fresno, en Oakland, en San Diego y en Bonita, del estado de California. La única diferencia que encontré con México es que allá había más trabajo y ganaba uno más, había mejoras de vida. Pasando la frontera uno va a sufrir. Y los beneficios para los mexicanos son pocos, porque uno a veces tiene que hacerse su propia comida, sus tortillas, con el fin de ahorrar; de otro modo era difícil guardar algunos centavos. En su país vive uno mejor.

Cuando llegué a Stockton, California, me dijeron que no servía para ese trabajo, para la pizca de limón, porque yo era pescador, y

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yo les demostré en una semana que era el mejor pizcador entre 50 hombres que habíamos. Nomás me dijeron cómo y lo hice. El segundo día de trabajo saqué el tercer lugar en pizcar y después fui el mejor, en bien hecho y cantidad de cajas que cosechábamos. A los mejores nos premiaban con el cinco por ciento de incremento.

En Fresno, llegué con unos paisanos de mi pueblo; ellos tam­bién se burlaban; “Pobrecito, vino a trabajar pero no va a poder porque es pescador”. Pero les demostré que sí podía. En ningún trabajo me hizo menos nadie. Yo era muy bueno en todo, si no, no hacía nada. En la pesca no había quién abriera el pescado como yo. En Estados Unidos yo me dedicaba a trabajar y mandarle dinero a mi padre. En ese tiempo no tenía ningún vicio.

La segunda vez que regresé de Estados Unidos encontré traba­jo con Rafael Picazo, en su casa, y en todo lo que mandaba; lo seguía porque aprendía de él, que fue uno de los líderes más auténticos de la región. Así conocí a Juan Picazo, Baltazar Gudiño, Ignacio Gálvez y a Dámaso Cárdenas. Ellos me apoyaron para quedar por primera vez como presidente del comisáriado ejidal en 1940. En este momento me inicié en la política. Me motivó que tenía ascendiente en mi pueblo y mis jefes me tenían confianza. Yo nunca di chaquetazo a ninguno, más en el gobierno, viniera lo que viniera, yo era del partido de la Revolución.

Así me hice líder. Me tenía mucha confianza mi general don Dámaso, Baltazar Gudiño, Garibay Romero; todos eran mis ami­gos. Me llamaban a mí para llevar contingente y yo llevaba mucha gente; había muchos amigos en donde quiera, sabían que la voz mía era mandada de los jefes.

El arraigo con la gente lo obtuve por la ayuda que daba a los campesinos. Que no tengo maíz, que tengo un enfermo, y que sabían que tenía el apoyo de la gente de arriba, que sabían que era cierto lo que les decía. Nunca le eché una mentira a la gente. Siempre fui recto en mis cosas. Y de otro partido nunca fui. Así el Partido Acción Nacional me llamaba: “Mira, nosotros te ayuda­mos con dinero, ellos no te ayudan”. “No, soy de la Revolución”, le contestaba.

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En mi carrera tuve mucho apoyo de Baltazar Gudiño y de Enrique Bravo Valencia: fui muy amigo de éste, y todavía hasta la fecha tengo cartas que manda felicitándome el día de mi santo y en Navidad. Y, desde luego, el apoyo de don Dámaso, pues era él quien movía la política en Michoacán, fuera gobernador o no fuera. El ya sabía quiénes iban a ser los candidatos y movíamos a la gente. Se valía de mí para organizar. Me llamaba.

-Fulano va a ser diputado, ayúdalo.-Sí, mi general, lo ayudaremos.

Don Dámaso llegó a comer varias veces en mi casa. Había veces que no me encontraba y mandaba a buscarme. En su casa, cuando le llevaba algún asunto, me recibía. Mi relación política, por decirlo así, yo era el líder de él en la ciénega. Yo lo hacía con gusto pues éramos del partido Revolucionario. Y la gente ya sabía que cuando decía una cosa, era que me mandaba él. Don Dámaso se manejaba con quien iba a ser el gobernador, después nos los trasmitía aquí para que fuéramos a las juntas, a las reuniones, y lleváramos gente a los mítines a Jiquilpan, a Morelia, donde se necesitara.

Dámaso Cárdenas fue el organizador del agrarismo en la ciéne­ga de Chapala, un luchador. También Felipe y Rafael Picazo y Baltazar Gudiño fueron luchadores conmigo, todos luchamos por el agrarismo.

Cuando Lázaro Cárdenas ganó la Presidencia, fuimos en caba­llo hasta Morelia; entonces no había carretera. Y, cuando entró a Zamora, también fuimos mucha gente a caballo. Rafael Picazo movilizó mucha gente de aquí y de Sahuayo. Cuando mi general don Lázaro llegó al portal de Los Perros -q ue ahora ya no se llama así-, a la plaza principal de Zamora, de la ciénega llegamos más de cinco mil hombres.

Por eso mi general don Lázaro me apoyaba en lo que le pedía, atendiendo los problemas de los campesinos, que nos ayudara con crédito. Fue un hombre de lo mejor de México. Estuve con él en Jiquilpan, antes de su muerte. Vino a inaugurar la presidencia municipal. Él, ya sabiendo que estaba enfermo y que se iba a morir.

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Fuimos a la inauguración, de ahí lo invitamos a comer, y dijo:-Miren, les agradezco mucho, pero voy a comer a casa de José

Raymundo, mi hermano. ¿Y tú, Bernabé?-Pues yo me voy con usted, mi general.Entonces ya estaba el carro, y le dijo a su chofer:-Vete, nosotros nos vamos a pie.Al llegar a casa de José Raymundo, le dijo a Jesús Oregel;-Mira, Jesús, aquí queda muy bien el Banco Ejidal, porque yo ya

no alcanzo a ver nada.Cuando caminábamos nos contó su entrevista con el médico. Y

la confesión de éste de que le faltaban pocos días. Y todavía así vino, porque nos estimaba mucho. Se fue a México, mandó a la esposa a Europa para que se fuera a pasear y no lo viera morir. ¡Qué agallas de hombre!

Con otros presidentes de la república tuve trato. De López Mateos fui su amigo. Conocíy traté a los gobernadores de Michoa- cán, incluido Arriaga Rivera. No tuve problemas con ellos, porque lo que hacía era de acuerdo a las órdenes de ellos; les organizaba a la gente, les organizaba sus campañas electorales a diputados, gobernadores y presidentes de la República. Cuando fue candida­to a la Presidencia Miguel Alemán, jugó también el general Hen- ríquez. Bueno, pues, aquí había puro henriquista. Entonces man­dó llamarme Dámaso Cárdenas.

-Bernabé, sabes que hasta mi hermano Alberto es henriquista. Alemán va a venir dentro de ocho días y no tengo gente. Quiero que tú me organices esa presentación. Yo le tengo confianza, no tengo más que a usted.Pero yo manejaba las comunidades. Entonces inicié Guaracha

en adelante. Todos los comisariados eran amigos míos. Hombre, vengo a esto y lo otro. Y decían que no tenían para movilizar a la gente, además estaban con Henríquez. Me preguntaban si don Lázaro lo iba a poner; no se crean eso, son puras mentiras, les decía. Yo vengo de parte de don Dámaso; y los convencí y les fui dando dinero para mover a la gente. “Yo voy a llevar cincuenta hombres”, pues te doy para cincuenta hombres. Entonces era

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barato: a dos pesos por cada persona.Y así me vine por toda la zona hasta Pajacuarán. Tenía influen­

cia en las comunidades agrarias de Sahuayo, Jiquilpan, Guaracha, Vista Hermosa, Briseñas y Venustiano Carranza. Pues anduve en todas y ni me di cuenta cuántos eran. Y a todos soltándoles dinero, pues no tenían. Le movilicé más de tres mil gentes a caballo y en 45 camiones. No cabía la gente en la plaza. Le llené la plaza principal de Jiquilpan. Nos fuimos hasta casa de don Dámaso, porque ahí habíamos acordado empezar el desfile. Contraté una tambora, enseguida la directiva de la c n c , atrás la liga femenil y los campe­sinos, que venían a pie y a caballo. Y a frente a su casa le pregunté: ¿Cómo vé, mi general?

-Excelente, Bernabé, ¡qué hombre es usted!Ya me había dicho don Dámaso que era el momento para

ganarse la gobernatura para él; ya entonces era un amigo que yo estimaba, y hasta la vida, chingao, no digamos lo que tenía de patrimonio, daba por él. Gastaba de mi dinero para las campañas políticas. Cuando él fue candidato a gobernador, me dijo: “Dime los gastos que hiciste”. No le acepté nada. Me tenía mucha con­fianza porque yo no salía caro, porque no le pedía nada. Nunca tuve pretención de decir “ahora voy a tener este cargo”. En ese tiempo de su campaña gasté 45 mil pesos. Le llené el estadio con cinco mil gentes.

Conocía otros políticos que iniciaron aquí su carrera, conmigo. Llegaron lejos. A Enrique Bravo Valencia, David Franco Rodrí­guez, Francisco Merino Rábago, quien es muy amigo mío, un hombre muy servicial, me ayudó con dinero para poner una bomba para desaguar el ejido. Y fui amigo de buenos periodistas naciona­les como Blanco Moheno.

Conmigo Merino Rábago levantó su carrera política. Él llegó como jefe del Banco de Zamora. Fue un hombre que ayudó a que las comunidades y ejidos se levantaran. Llegó un momento que las envidias de las gentes, con influencia de arriba, peleaban el puesto de él, que es una posición codiciada porque la ciénega de Chapala es productiva. Entonces me dijo:

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-Bernabé, sabes qué, pasado mañana me remueven.-¿Cómo, lo van a quitar?-¿Y qué podemos hacer?-Pues mueve a las comunidades y no se dejen.

El que lo iba a sustituir venía designado desde México. Y en la asamblea en que lo iban a quitar, teníamos a la gente preparada. Cuando ya llegaron para la junta, tenía yo más de 1500 hombres. Empezaron a tratar el asunto: “Pues aquí el señor fulano va a ser el nuevo director”, entonces me levanté y dije:

-Miren, señores, para acabar pronto: aquí vamos a ser nosotros los que vamos a decidir, porque somos la mayoría y somos eji- datarios. No queremos que venga una persona que no conozca la situación y que nuestros asuntos, en lugar de ir arriba, vayan abajo. Y aquí Merino Rábano no sale. La gente de esta reunión nos vamos a ir a México para hablar con el presidente de la República, ¿o no van, señores?¡Vamos saliendo!, contestaron. Pues ahí se estrellaron, y Meri­

no Rábago se fue para arriba. Es muy buen elemento, muy servi­cial. Le aseguro que hay pocos de ésos. Él fue el que me ayudó con dinero para poner una bomba con la que se evitan las inundaciones del ejido.

Como político nunca tuve ambición de llegar a un puesto grande, porque no lo podía desempeñar; no tuve mucha escuela y solito me prohibía de eso, aunque líricamente me creí hasta superior a algunos que sí tenían estudios, porque yo tenía escuela, pero lírica. Por eso cuando me ofrecieron ser diputado, en mi lugar quedó José Garibay Romero. No acepté por no tener la prepara­ción suficiente; pero líricamente sabía todo, de movimientos y de política. Hubiera sido diputado fácilmente si lo hubiera querido.

5. Trayectoria y éxito político

Sí, la gente habla de mí como un cacique, debido a que duré tiempo manejando la política en el municipio, no porque sea rico

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ni porque haya estafado a nadie; el que diga que haya estafado o robado a alguien que se me presente. No es justo porque fui un hombre de servicio para un pueblo; me han tratado de cacique porque no han podido con la situación. No podían porque benefi­ciaba a toda la gente y a los ejidatarios.

Los caminos que seguí para tener éxito fueron que, dentro de mi criterio, no me ha gustado estafar a la gente. Cuando puedo hacerle un servicio, se lo hago; un mal nunca le hice a nadie. No puedo decir que maté a alguno o que lo mandé matar. Y el que lo crea, puedo contestarle donde quiera. Mi vida ha sido de trabajo, de lucha, yo fui pescador y luego agricultor. He tenido puestos porque la gente ha visto los beneficios que hacía. No traté de lucrar con mi pueblo para dejarlo derrumbado.

Mis colaboradores eran gente que confiaba en las obras que se hacían. Aquí éramos un pueblo unido, de confianza. Hacíamos una reunión o asamblea, y lo que la gente decidiera se hacía. Además, tenía amistad con los jefes y no era hombre que les anduviera pidiendo. Ellos venían a pedirme que los ayudara a arreglar nego­cios. No he engañado a nadie. Era muy leal, tenía muchos amigos.Y no los dejaba morir de hambre. Esa fue mi vida. Yo no lucré dinero.

Ha habido épocas de división del pueblo. Por ejemplo, en 1963 un grupo de personas desde el ejido me empezaron a atacar, me acusaron de cacique con el gobernador Arriaga Rivera; luego se vinieron las elecciones municipales y, apoyado por el gobierno, ganó Luis Cárdenas, del grupo que me atacaba, a pesar de que yo contaba con la mayoría de la gente. Fue una imposición del gobernador en contra del pueblo y del Partido. Después Arriaga se portó muy bien conmigo, no tuvimos ninguna dificultad, no hubo pelea, puesto que fui propagandista de su campaña a la goberna- tura. La prueba es que la foto más grande que tengo en mi sala, estamos Arriaga y yo rodeando al presidente López Mateos.

Hice muchas mejoras en la ciénega. Puse un equipo de bombeo de 30 pulgadas con dinero de la comunidad y con dinero mío; fui hasta los Mochis, Sinaloa, a traerla; y luego promoví la introduc­

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ción de canales en todo el ejido. Por medio del general Dámaso me prestaron unos buldózers para hacer los canales, pero yo pagaba los choferes, el diesel y el aceite. Y se abrieron los canales porque no teníamos nada: nuestras tierras nomás eran las que se podían sembrar en las aguas, y en las secas muy poco; a falta de canales, no había nada.

Ahí está todavía una plaza donde está instalada la bomba. Vino el presidente López Mateos. En ese acto me retrate con él. En la inauguración preguntó quién había hecho esa obra. Dijeron que yo. Entonces dijo: “Llámelo”. Me acerqué al tablado, había como diez mil gentes:

-Usted es Bernabé Macías.-Yo soy, señor.-Le voy a regalar un foto.

Entonces me tomó del brazo. El gobernador Arriaga Rivera, que lo acompañaba, de un lado, y yo del otro. Me tomó del brazo y les ordenó que sacaran la fotografía. De ese modo estoy ahí con él.

Arreglé muchos problemas de los campesinos ante las autori­dades. Era gente conocida y sabían que no iba por dinero, iba para favorecer al que tenía la razón. Además, contaba con las influen­cias de diputados, senadores, de don Lázaro, de don Dámaso. Problemas sin razón no me avocaba a resolverlos, no me gustaban dificultades. Tramitaba el crédito ante el Banrural, problemas en el Juzgado. Que una gente está enferma o fallecida, les pagaba sus gastos.

Considero que goberné bien al municipio. La mayoría de obras existentes son mías. Las gestioné siendo tres veces presidente municipal, tres veces comisariado ejidal, presidente del Comité de Agua Potable, entre otros puestos. La primera escuela en este lugar, la 18 de marzo, yo la hice. La primera vez que entré como comisariado, en 1940, comencé la escuela; se hizo la planta de abajo, cuatro años después, hasta que regresé como autoridad, la terminé. La secundaria que está por la carretera, aquella nueva, yo la gestioné. Compre una hectárea, el doctor Aviña compró otra y

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allí mi general don Lázaro dijo que se hiciera y él mismo ayudó para hacerla; esto fue cuando era presidente municipal en 1968. En 1979 el doctor Aviña inició otra escuela, yo cooperé con 310 mil pesos para su construcción.

El agua potable yo la arreglé. Esa carretera que sube a la glorieta, con quiosco, mi general Lázaro dijo al presidente munici­pal que tenía deseos que se hicieran esas obras; le dijo que sí, pero no ejecutó la orden. Entonces, enseguida entré como presidente municipal en 1967, entonces le cumplí sus deseos. La palabra de él se cumplió. Circulé con alambre el panteón, puse el drenaje, la pavimentación de algunas calles, el reloj de la iglesia.

La fábrica de fresa administrada por los ejidos de San Pedro Caro, Pajacuarán y El Limón, la gestioné y se construyó cuando fui presidente municipal en 1968. Se instaló gracias a que conocía a José Hernández, secretario de Agricultura y Ganadería; era amigo de él, porque una vez le salvé la vida, cuando lo querían matar por asuntos políticos. Nunca quise ningún puesto directivo. Me cuida­ba mucho para que no dijeran que mangoneaba ahí. Jorge Méndez era el jefe y mi hijo Adán fue tesorero.

Pero, como en todo, hay gente que no lo quiere a uno porque son ambiciosos que no pueden con la situación, y la gente no les tiene confianza, por ello esa gente habla mal de mí. En algún momento hubo violencia debido a que la gente estaba mal enten­dida, influenciada por personas que querían figurar y no tenían agallas para ser. Por eso ponía la tranquilidad; si una gente andaba mal, la llamaba por la paz: “no te violentes, mejor haz esto”. Por la buena; por la fuerza nunca hice nada.

Me acusan de quitar y poner comisariados y presidentes muni­cipales: nunca lo hice. Los campesinos a veces me decían: “ve y arregla lo que aquél está haciendo”. No, yo no, para eso están las autoridades. Si se equivocaron en ponerlo, a míya no me incumbía. Pero, eso sí, los puestos que tuve a mí nadie me quitó, siempre tuve mayorías, apoyado por la gente, y no sólo porque me designaran.

Cuando goberné el municipio tuve buena intención, lo hice todo de buena fe. Lo que hice, nunca me robé un centavo; antes

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puse de lo mío. Porque yo hice esta obra y la hago con apoyo del gobierno o sin él: trabajando.

Se dice que mucha gente se enriqueció en mi gestión; eso es mentira. A nadie le di nada, digo, que le hubiera dado un capital, no, que bajo mi nombre, algunos se avorazaron. Aunque sí ayudé a algunas personas, pero si ellos manejaban el ejido o el municipio bien o mal, no intervenía, ni siquiera les pedía nada. Los dejaba que obraran en plena libertad. Es falso que los mangoneara.

Ahora hay gente desilusionada. En 1983, en las elecciones municipales, volvieron a insultarme de cacique. Asaltaron mi casa, querían atacarme o matarme. Un grupo de personas que se nom­bran “La Garra”, antes eran del p r i , ahora se fueron a un partido de oposición. Nunca he tenido miedo a la muerte, ni en la Revolu­ción, que peleábamos una causa justa y andábamos entre balazos. No debo nada. Al cabo, el día que se me llegue, ya Dios está por determinarlo.

Aquí el pueblo ha sido priísta desde siempre. Desde que nació el p r i en la Revolución, antes tenían otro nombre. El p r i es el que ha hecho todo, principalmente el reparto agrario. Actualmente el p r i ha perdido fuerza, pero no mucha. Es que a veces hay malos líderes y la gente no va a votar. Por ejemplo, ya no me considero líder porque ya me retiré. Pero sí ha perdido fuerza porque faltan líderes. Ya estoy retirado de todo. Bueno, retirado definitivamen­te, no; pero ya no ambiciono puestos, y todavía estoy para cuando se necesite salir al frente de mi Partido. No me retiro de él.

Aunque a veces haya elementos que no quedan bien, esté de un lado o de otro, el gobierno es el gobierno. Porque tiene todo, es el que nos ayuda. Voy a estar con él hasta que me echen el último puñado de tierra. Seguiré siendo del p r i y del gobierno, no me cambiará nada. Sólo Dios cuando me recoja.

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n o t a s

1. En la antropología social mexicana, las historias de vida se hicieron famosas desde laaparición de Juan Jolote. Biografía de un tzotzil de Ricardo Pozas.

2. Entre otros, tenemos la serie de volúmenes y artículos del Centro de Estudios de laRevolución Mexicana Lázaro Cárdenas, los dos tomos de M i pueblo durante la revolu­ción , y los dos Relatos obreros, editados por la SEP en 1984.

3. Bernabé Macías fue entrevistado en su casa de San Pedro Caro en tres ocasiones: 18 y 19de junio y 25 de julio de 1985. Estas entrevistas fueron realizadas por mí cuando efectuaba prácticas de campo correspondientes al programa de Maestría en Antropo­logía Social de El Colegio de Michoacán.

Bibliografía

GALEANO, Eduardo, Los nacimientos, Siglo XXI Editores, 1982.Go n z á l e z , Luis, “La suave matria”, en Revista Nexos, núm. 108, diciem­

bre de 1987.GLANTZ, Susana, Manuel, una biografía política, Editorial Nueva Ima­

gen, 1979.l e v i , Giovana, et al., “Vida cotidiana en un barrio obrero. La aportación

de la historia oral”, en Cuicuilco, núm. 6,1981.r a m o s , G., y S. r u e d a , Jiquilpan 1885-1920, Centro de Estudios de la

Revolución Mexicana “Lázaro Cárdenas”, 1984.VARIOS, Mi pueblo durante la revolución, INAH y Museo de Culturas Po­

pulares, 1985.YÁÑEZ, Agustín, Tierra pródiga, Fondo de Cultura Económica, 1984

(Lecturas Mexicanas).

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APÉNDICECARRERA POLÍTICA DE BERNABÉ MACÍAS

PresidenciaMunicipal

Comisariado Ejidal de San Pedro

Otros cargos

1948 1940-1942 - Presidente de la Asociación1957-1958 1964-1965 de Productores de Cereales,1966-1968 1964-1966.

- Presidente del Comité para Combatir la Rata en la ciénega, 1964-1966.- Representante del Gobierno Estatal ante el Distrito de Riego Núm. 24,1967.- Secretario de Organización de la c n c , 1965-1968.- Presidente del Comité de Agua Potable, 1977-1979.- Diputado local suplente (siendo propietario José Gari- bay Romero, líder de la c n c en Michoacán).- Receptor del Impuesto Ejidal durante 15 años.- Fundador del p n r , p r m y p r i

en el municipio.

Fuentes: Revisión del archivo municipal de Venustiano Carranza, expediente 58, Ramo

Autoridades Ejidales del Archivo de la Secretaría de la Reforma Agraria en Morelia; informantes; y entrevistas a Bernabé Macías. Se detectaron otros cargos, pero no se señalan por no tener comprobantes.