beguin, albert - el alma romantica y el sueño (scan)

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  • EL ALMA ROMNTICAY EL SUEO

    Ensayo sobre el romanticismo alemn y la poesa francesa.

    por ALBERT BGUIN

    Traduccin de Mario Monteforte Toledo

    Revisada por Antonio y Margit Alatorre

    mim amFONDO DE CULTURA ECONMICA

    MXICO-ARGBNTINA-BRASIL-COLOMBIA-CHILE-ESPAA ESTADOS UNIDOS DE AMRICA-PER-VENEZUELA

  • Primera edicin en francs, 1939Primera edicin en espaol (FCE, Mxico ), 1954

    Primera reimpresin (FCE, Colombia ), 1994

    Ttulo original:L me romantique et rve: Essai sur le Romantisme allemand et la Posie franaiseD. R. 1939, Librairie Jos Corti, ParisD. R. 1954, Fondo de Cultura EconomicaD. R. 1992, Fondo de Cultura Economica, S.A. de C. V.Carretera Picacho - Ajusco 227, Mxico, D.F. - C.P. 14200 D. R. 1994, Fondo de Cultura Economica, Ltda.Carrera 16 No. 80-18, Santaf de Bogot D.C.ISBN 958-38-0010-4Impreso en Colombia

  • INTRODUCCIN

    A ese momento, en que todo s e m e escapa} en que se abren inm ensas grieta s en e l palacio d e l mundoy yo l e sa crificara toda m i vida , s i acaso quisiera durar p o r tan irriso rio p re c io . E ntonces e l esp ritu s e desprende, un p o co d e la mquina humana, en ton ces n o s o y ya la b icicleta de m is sen tidos , la p iedra d e a fila r recu erdos y encu en tros.

    Louis A rag n

    I

    Toda poca del pensamiento humano podra definirse, de manera suficientemente profunda, por las relaciones que establece entre el sueo y la vigilia. Sin duda nos admiraremos siempre de vivir dos existencias paralelas, mezcladas una a la otra, pero entre las cules no llegamos nunca a establecer una perfecta concordancia. Cada creatura se encuentra, tarde o temprano, y con mayor o menor claridad, continuidad y sobre todo urgencia, frente a esta pregunta insistente: Soy yo el que suea? Pregunta de asjpectos infinitos, que interesa a nuestras razones vitales, a la eleccin que debemos hacer entre nuestras posibilidades interiores y al problema del conocimiento tanto, como al de la poesa. Es una de esas tres o cuatro preguntas frente a las cuales no somos libres para dar una respuesta que satisfaga slo al pensamiento abstracto, se- parado de la existencia y de la angustia elemental; porque esas preguntas no han sido propuestas por nosotros en el campo de la reflexin autnoma, sino que parecen arrojadas a la cara por una indefinible realidad, ms vasta que nosotros mismos y de la cual dependemos hasta el punto de que no podemos rechazar el dilogo sin condenamos a una vida disminuida.

    Soy y o el que suea en la noche? O bien, me he convertido en un teatro en que alguien o algo presenta sus espectculos ora ridculos, ora llenos de una inexplicable cordura? Cuando pierdo - el gobierno de estas imgenes con que se teje la trama ms secreta, la menos comunicable de mi vida, tiene su unin imprevista alguna relacin significativa con mi destino o con otros acontecimientos que se me escapan? O acaso me limito a asistir a la danza incoherente, vergonzosa, miserablemente simiesca de los tomos de mi pensamiento, abandonados a su absurdo capricho?

    No tendr ninguna razn para tranquilizarme, cuan do la introspeccin o la ciencia psicolgica me hayan enseado a seguir el funcionamiento preciso que relaciona las imgenes del sueo

    11

  • con las de mi experiencia consciente. Conocer el camino que recorren las imgenes en el ltimo minuto de su trayecto infinito, pero seguir ignorando su origen; sin embargo, esas imgenes me"! han hablado en un lenguaje que me conmueve "por su cualidad y por una aparente alusin a algo muy importante que siento ligado profundamente conmigo mismo. Pero ninguna explicacin me iluminar acerca de la naturaleza de ese lenguaje ni acerca de la verdad de esas alusiones.

    En los sueos nocturnos, y en los sueos an.ms-misteriosos que me acompaan a lo largo del da tan cercanosa la. superficie que afloran al primer choque, hay una existencia cuya presencia permanente y fecunda se revela a travs de esos yj?tros signos. JLo que paso por alto y lo que desciende al olvido vuelve a salir un da de improviso, pero transformado y enriquecido con una sustancia que yo ignoraba, como el germen depositado en la tierra crece, flor o rbol. Basta que una sensacin, un color por ejeiaplo, venga a chocar, en m con n o s qu secreto tragaluz, para que el cristal se abra, dando paso a una brusca excrecencia de emocin o de certidumbre. A veces, en la aparicin de esas florescencias reconozco un recuerdo lejano, y me persuado de'qla memoria basta para operar el encanto; pero cun a menudo.me es i mposible descubrir la menor semejanza de antao con lo que as , invade xni pensamiento! Te ngo la impresin de que llega de ms all de mi mismo, de una reminiscencia atvica,o de una regin que no es la de mi ser individual. Si una imagen contenida por el verbo de un poeta o evocada por el arabesco de un bajorrelieve suscita infaliblemente en m una resonancia afectiva, puedo seguir la cadena de las formas fraternas que ligan esta imagen con los motivos de algn mito antiqusimo: yo no conozco ese mito, pero lo reconozco. Percibo un parentesco profundo entre las fbulas de las diversas mitologas, los cuentos de hadas, las invenciones de algunos poetas y el sueo que se desarrolla en m. La imaginacin colectiva, en sus creaciones espontneas, y la imaginacin que ciertos instantes excepcionales liberan en l individuo parecen referirse a un mismo universo. Sus imgenes poseen precisamente l a facultad de conmover mi. sueo interior, d llamarlo a la superficie y de proyectarlo sobre las cosas que me rodean;, o, en otras, palabras,-las cosas ..son l as que dejan de ser exteriores a m y las que, llamadas al fin por su verdadero nombre mgico, se animan para iniciar conmigo una nueva relacin:

    Ensueo, la poesa y el mito toman forma de advertencias yme invitan a no satisfacerme ni con esa consciencia de m que

    12 INTRODUCCIN

  • INTRODUCCIN 13 basta para mi conducta moral y social, ni con esa distincin entre i los objetos y yo que me hace creer que mis rganos de percep- cin normar registran aexacta copia de na' relidad.

    Las respuestas a estas preguntas que nos propone el sueo dependen ante todo de las fronteras que tracemos entre lo ,que somos y lo que no somos. Cul es la parte de nuestra vida en la que aceptamos reconocemos? Es posible limitarse a las actividades conscientes, cmo tambin querer ser el que imagina, el que suea y el que inventa. Podemos no conceder sino un valor inferior a estas actividades misteriosas,' o bien conferirles toda la dignidad de instrumentos de conocimiento y aun considerarlas instrumentos privilegiados y superiores a todos los dems, y hasta podemos adorar en ellas esa parte de nosotros mismos en que, cediendo el gobierno a otro, no somos ya sino el lugar de una

    , presencia. Las imgenes y los ritmos que suscitan el despertar de nuestros grmenes subterrneos y el estremecimiento de inexplicables ecos interiores podrn ser para nosotros sntomas de deplorables relajamientos de las facultades, o bien signos de un movimiento de concentracin y de retorno a lo mejor de nosotros mismos. Pensaremos que esos choques, peligrosas sirenas o maravillosos intercesores, nos invitan a penetrar en los abismos de la inconsciencia o en el santuario de las grandes revelaciones.

    ii

    Las obras poticas n o son verdadera s co n Xa v erd a d que esperam os d e la h istoria. . . t no serian lo que buscamos, lo que nos busca, s i pudieran p e r ten e ce r p o r en tero a la . tierra,

    A r n im '

    Mucho tiempo antes de pensar en este libro, yo presenta que el romanticismo alemn haba consagrado gran parte de sus ten- tatfvsTr estas preguntas. Me atrajeron a su estudio una serie de azares en los que hoy creo reconocer las etapas de una de esas maduraciones interiores que facilitan y apresuran encuentros aparentemente fortuitos. Para justificar el propsito y la composicin de esta obra, no ser intil indicar los accidentes y las preocupaciones que la originaron.

    Lejanas lecturas infantiles, ya casi olvidadas, me haban dejado el recuerdo de un ambiente mgico muy peculiar. Los cuentos/1 alemanes de hadas, ms tarde algunos poemas de Heinej de ich-j'ij endorff o de sus epgonos, y luego Hoffmann, creaban un clima

  • de leyenda que se hunde, junto con la leyenda de mi propia infancia, en las oscuras tierras en que se elaboran las vegetaciones del sueo. A veces encontraba algunos de sus jirones en mis sue-

    ;os, y segua adelante. Pero nunca sabemos por qu rodeos recobrarn su hermosa sonoridad de metal dorado los tesoros largo tiempo desdeados de los primeros recuerdos* La revelacin de la poesa se present, en la edad en qe esto suele ocurrir, bajo la forma del surrealismo naciente y del descubrimiento de Rimbaud. Los poetas franceses de la inmediata postguerra jjLjwenturaban po'f camiMS^SMnTte^smejtes a los que haban explorado un Novais o un Arnim. jSurga-de. nuevo una.generacin paraJa cual el acto potico, los estados de inconsciencia, de xtasis na- traTo provocado, y los singulares discursos dictados por~eTIr s&cm-o^&-conTCrrian~'en~reveIacioes sobre la realidad y en frag^ ~ mentos delnco conocimiento autntico. De nuevo el hombre quera' cptFIos pr35rtos"de suTimaginacin como expresiones vlidas de s mismo. De nuevo las fronteraS-entre_el yo y el no-yoj se trastornaban o se borraban;, se invocaban como, criterios testimonios que no eran los de la sola razn; _y esa desesperacin, esa nostalgia de lo irracional orientaban a los espritus en su bsqueda; de nuevas razoneTpanTvivir. Pudo pensarse, como en la Alemania de 1800, en el alborear de una gran poca. De pronto, mientras lea a Rimbaud y a sus discpulos, mientras segua a Nerval por los caminos de la regin que a nadie pertenece y mientras Alain Fournier me propona su sueo, escuch de nuevo la cancin secreta del bosque encantado por las hadas alemanas. Algunas indicaciones precisas, puramente accidentales tambin, me pusieron sobre el camino: la supervivencia, en un rincn de mi memoria, de ese extrao doble nombre de Jean Paul, ledo en Le rouge et le noir o quizs en Balzac, pero que para m haba significado durante mucho tiempo, como los nombres de Confucio y de Lao- Ts, el de un mago oriental o escandinavo; sin osar informarme an, esperaba vagamente de este ser sin nombre enseanzas que supona reservadas para las etapas supremas de la iniciacin en el saber humano. Alentado por tantos azares y obediente a la invitacin de tantos presagios y reminiscencias infantiles, me puse a buscar el romanticismo alemn.

    Es, pues, nuestra experiencia si es verdad que la de los poetas que adoptamos se asimila a nuestra esencia personal para ayudarla en su confrontacin con la angustia profunda, es nuestra experiencia la que yo pensaba encontrar en el estudio que emprenda. Y no he renunciado ni a esta esperanza ni a esta orientacin de mi bsqueda.

    14 INTRODUCCIN

  • INTRODUCCIN 15

    Este libro no se propone, pues, reducir a un sistema claramente analizable las ambiciones y las obras de una escuela potica. Semejante propsito me parece ininteligible. Esforzarse por lie- gar a la definicin de una realidad histrica, sin proponerse otro fin, es una empresa singular y quiz'desesperada. Sin duda la objetividad puede y debe ser la ley de las ciencias descriptivas, jpero es imposible que rija provechosamente las ciencias del espritu. Toda actividad desinteresada, en este sentido, exige una imperdonable traicin para con uno. mismo y'para con el objeto , estudiado. En efecto, la obra de arte v de pensamiento interesa a

    ( esa parte ms secreta de nosotros, mismos en que._desprendidos dg-nestra individualidad aparente, pero vueltos hacia nuestra personalidad realzlo tenemos una preocupacin, la de abrimos a las .advertencias y a los signos y conocer por ellos el estupor que

    -luispiraJa-Gondicin humana, contemplada un instante en to3a~s _extiaeza,_con_sus..riesgos, su angustia.total7~s~belleza y sus faliF ces lmites. Y si, entonces, consagrada as a lo esencial y encontrando na actividad espiritual por fin justificable, la humanidad vuelve a su pasado y trata de hacerlo revivir, no lo hace slo por simple curiosidad o por necesidad de un saber ms vasto, sino que vuelve a l como se vuelve a una fuente o como se persigue en el recuerdo una meloda de la infancia. No se ve en ello slo el testimonio de un primer balbuceo anunciador de las virtudes del adulto, sino por el contrario, el irreemplazable vestigio de una edad de oro. De esta manera,/un hombre recurre a objetos, a ... fragmentos de papel y a los paisajes un da familiares, para evo-, car, con la ayuda de estos despojos mgicos, todo lo que en l y . en alguna parte espera ser suscitado de nuevo por el ms hermoso de los cantos. Esta bsqueda de los instantes olvidados, de los j diveros rostros que heios tenido, no se realiza en vista de alguna leccin que pudiramos sacar para momentos semejantes, ni en vista de algn rostro ms maduro, ms despojado de toda supervivencia pueril que quisiramos componemos. Ese deseo de in- ; dinamos sobre nuestro pasado,- que nada tiene que ver con la i complacencia del y, obedece a una exigencia ms imperiosa del ser. Es preciso que a cualquier precio, desesperadamente, sintamos latir mejor de lo que permite la dbil percepcin fragmen-

    o taria del presente ese ritmo que nos es peculiar y que nos constituye, y que los dems adivinan en nuestros pasos, en nuestros gestos espontneos y en nuestras palabras, gracias al amor que nos tienen. El c^o no c i miento de nuestra existencia ms nica que nuestro mismo amor propio os disimula profundamente- es tan

  • difcil de alcanzar como la imagen desconocida de nuestro rostro o de nuestros hombros en las muertas'efigies que de ellos pueden damos el espejo o la fotografa. Para comprender esta harmona o sta ley particular, n existe otro medio que escapar al tiempo por la contemplacin del tiempo y percibir entre todas las dems, con el odo alerta, la meloda que es nuestro Destino.

    La necesidad de la historia es para la humanidad esa misma bsqueda de la propia meloda a que se entrega el individuo. Por eso una obra histrica, y especialmente un ensayo de historia

    , espiritual, no permiten a su autor hacer abstraccin de s mismo. Ello no quiere decir, por supuesto, que le sea permitido menospreciar la verdad de los hechos o disponer de ellos a su antojo. Pero esa honradez de la informacin es una virtud insuficiente, es la simple condicin previa de una investigacin en la que, adems, se quiere sentir lapresencia de una interrogacin personal e ineluctable.

    Estas breves reflexiones con todas las prolongaciones que se quiera suponer en ellas presidieron a la composicin del libro que ahora publico. Part de la literatura francesa de mi tiempo, y busqu sus correspondencias y sus afinidades en el pasado de una literatura extranjera, sugerida a mi investigacin por un concurso de azares. Quiz no sea intil precisar aqu que no se trata en modo alguno de un problema de influencias. No tiene importancia cjue tal o cual lectura alemana haya ayudado a Nerval o a Andre Bretn a construir su mitologa personal. Cuando no se trata de literatura, considerada como puro virtuosismo de expresin y abierta, por consiguiente, a todas las formas de la imitacin; cuando, por el contrario, el problema es la poesa, romntica o moderna, que pretende asimilarse a un conocimiento y coincidir con la aventura espiritual del poeta, la influencia tiene una im-

    )ortancia enteramente accidental. Cuando mucho, hace posible a osada de una tentativa an tmida, favoreciendo el brotar de los grmenes apresurando su desarrollo; pero antes es preciso que el germen exista y pueda crecer, y si es autntico, no lo har nunca sin tomar en seguida una forma que solamente a. l le pertenece.

    Las afinidades que dan origen a las grandes familias espirituales importan mucho ms que el modo de transmisin de las ideas y de los temas. Entre el romanticismo alemn y la poesa francesa

    ; actual he credo percibir, cada vez ms claramente", 'esa especie de parentesco que se apoya ms en la semejanza de la complexin natural que en contactos de hecho. Me encontr, pues, frente a

    16 INTRODUCCIN -

  • INTRODUCCIN 17poetas que, con los ms diversos matices, me invitaban a acudir al sueo. Pero quines eran? Entendan por sueo la misma realidad? , -...Qu era ese romanticismo alemn hacia el cual m atraan

    tantos seductores llamados? Si,yo quera.expresar el sentido de sus exploraciones espirituales y precisar por qu nos importaban a los hombres modernos, era necesario pasar de la lectura deleitosa de sus obras a su estudio, trazar lmites y buscar rasgos que fuesen comunes a todos los rostros romnticos. Durante mucho tiempo fui de fracaso en fracaso; haba comenzado por recurrir a las innumerables obras en que la crtica alemana, desde hace algunos aos, se, esfuerza por encontrar una frmula del romanticismo. Muchos anlisis y puntos de vista, profundos, vivos, perspicaces se encuentran en las pginas de estos libros. Pero la sntesis suprema que definiera sin reservas el espritu romntico, parece escaparse a todas las tentativas.

    Me resign a la incertidumbre de las clasificaciones y decid escoger instintivamente mis romnticos, segn hubieran tenido o no, frente al sueo, esa actitud que me haba atrado desde un principio en algunos de ellos. No era posible definir en cuatro lneas ni en quinientas pginas lo que es el romanticismo, pero me enfrentara a l pidindole respuestas a esas preguntas que surgan de nuestra inquietud y plegndome a los mtodos de investigacin que me parecan impuestos por el ejemplo mismo de los romnticos. '

    En la mayor parte de ellos cre distinguir una tendencia a las grandes sntesis, aunque acompaada del gusto de las personalidades originales y de las aventuras espirituales nicas. En sus libros vi que rechazaban toda composicin puramente arquitectnica o exclusivamente discursiva, y que buscaban, en cambio, una unidad que residiera a la vez en la intencin y en una especie de relacin musical entre los diversos elementos de una obra: unidad formada de ecos, de llamados, de entrecruzamientos de temas, ms bien que de lneas claramente dibujadas. Me pareca que esta unidad quedaba siempre abierta y que tenda a sugerir el estado inconcluso que es inherente a todo acto de conocimiento humano. laJposibilidad delii^^^ente^3e^un^ progreso^senta persuadidos a mis autores de que esta jentana. hacia lo descono-

    cual se percibe el infinito, una necesidad impuesta a todo escritor que trata de asir algn fragmento del misterio que nos rodea, ms bien que elaborar un objeto de contemplacin esttica. Y observ que ellos elegan los motivos de una obra, no de acuerdo

  • con delimitaciones previas, sino de acuerdo con lo que les aconsejaba un puro criterio de emocin personal.

    Convencido, con mis poetas y mis filsofos, de que no conocemos sino lo que llevamos en nosotros mismos y de que no podemos hablar sino romnticamente del romanticismo, he tratado de conformar los pasos de mi investigacin a estos principios romnticos. Por otra parte, el fracaso de tantos crticos empeados en juzgar desde un punto de vista goetheano' a los contemporneos de Goethe habra bastado para prevenirme en contra de cualquier otro mtodo que no fuera el de la simpata.

    Podr observarse que los pensadores estudiados en la primera parte son posteriores a los poetas y a los escritores que aparecen en el libro IV. Me ha parecido que este orden se impona, de preferencia a unriguroso desarrollo cronolgico, ya que mi propsito no era la aclaracin de las influencias. Si/ los pensadores se inspiraron en las intuiciones de los poetas, los filsofos de la naturaleza ofrecieron una versin discursiva de esas intuiciones y desarrollaron algunas consecuencias que permiten sin duda percibir mejor su exacto alcance. Esta primera parte poda tambin incorporarse a la orientacin general de las ideas que determinan la unidad de la poca, y desatender, en gran medida, los matices individuales, menos importantes en este caso que en el de los poetas. Sin embargo, en cada una de estas grandes partes se ha introducido ahora, sin' demasiado rigor, cirta ordenacin cronolgica. Si no se quiere caer en el error de quienes creen que descubrir, las fuentes y seguir el curso de las influencias equivale a explicar la vida del espritu, es evidente que la sucesin en la historia no es algo absolutamente extrao a la calidad profunda de los pensamientos y de las obras. El lazo orgnico que constituye esta sucesin existe aun entre poetas y pensadores que se han ignorado mutuamente; y un ser tan original y favorecido por iluminaciones tan repentinas como Rimbaud tuyo la intuicin clarsima de ese valor esencial del decurso histrico: Vendrn otros horribles trabajadores y comenzarn por los horizontes en que otros han cado.

    Sin embargo, cuando se trata de comprender una experiencia de orden potico, es un verdadero sacrilegio violentar la unidad de la persona humana que compromete en la aventura mucho ms que ideas tericas: sus razones de ser, sus temores y sus esperanzas profundas. Las afirmaciones de cada uno de mis poetas sobre el sueo, sobre las relaciones de la vida inconsciente con la creacin esttica, el destino humano o el conocimiento, son ininteli-

    18 INTRODUCCIN

  • gibles si se las asla de la experiencia total. Lo que todos ellos han pedido~al sueo es otra cosa: algo que por necesidad vital era para ellos una nostalgia o un draml e^eramentejersonales. i La BTy eldesHnon son aqu indisociables. Si, por otra parte, eSiteTuirtendencia comn a todos"^ts poetas, es justamente la que los arrastra a no separar nada. Esa propensin profunda del espritu alemn, que ignora los compartimientos y el instinto de los planos del genio francs, ha encontrado en el romanticismo su momento de triunfo, su mayor fiesta y sus ms desenfrenadas orgas. Sin metemos en el peligroso camino de las definiciones, podemos decir que el romntico no hace gesto alguno ni experi

    x INTRODUCCIN 19

    menta pasin alguna en que no estTinteresadas todas las regiones de su(Sgfi\ v ms all de su serr4es-destinos universales, los abis-mos cosmicos y los esplendores celestes aparecen como el origeno el trmino de todo acto, de toda afirmacin y del menor acci-

    'foM

    dente. Separar a estas personalidades totales de susJdeas, sobre el sueno"equivale a ^itfliSIs caxacter romntico_y._su..ori^inali- dad, para trarisp'oftarlas~al~planoT^la^bstraccQji._Hubiera falsea-" do de antemano la enseanza que esperaba escuchar, si la hubiese arrancado de esas tonalidades, tan semejantes y tan diversas, que existen en cada poeta.

    III

    No hay que o fen d er e l pudor d e las d ivin idades d e l su eo .

    N e r v a l

    Muchos caminos se ofrecen a quien se ha planteado la cuestin de las relaciones entre nosotros y nuestros sueos. Segn el sentido que desde un principio d a la palabra sueo, y segn el sesgo de su curiosidad, conducir su investigacin de maneras muy diversas.

    'Los romnticos mismos, por sus preocupaciones, justificaran cada, uno de estos mtodos; pero su inclinacin a no disociar nada agrupara en seguida, en tomo a una pregunta demasiado bien definida, ecos, amplificaciones, alusiones e intrusiones de todas especies. Y la investigacin acabara por ramificarse en mil direcciones a la vez.

    Hay que confesarlo. Temo que, desprovisto desde su nacimiento de toda voluntad de delimitacin, mi estudio, por aadidura, no haya conseguido librarse de una gradual invasin del espritu romntico de multiplicacin. Movido por la simpata, mi estudio estaba dispuesto a ceder a todos los cantos de sirena que

  • acababa de escuchar tan favorablemente prevenido.[En cada uno de los poetas he llegado a aceptar y, para decirlo de una vez, no me atreva a esperar un resultado ms satisfactorio los mltiples significados que el sueo asume en la intimidad de cada obra y de cada aventura potica. El recurrir;a los sueos es.constante en todos los autores de quienes hablo; pero.en_unos,se^trata. de los sueos noctumos que tienen un alcance esttico o meta- fsico pamcuar, en otrsr3'e^M"yq5ttT vida He las imgenes ms cargada de afectividad'que la vida de las ideas y hacia la cual se inclina un espritu en busca de un rejFugio acogedor..,for otra parte, el sueno se asimila al tesoro de las reminiscencias atvicas de dodeTl poeta y.la imaffinacin-mitalp--ica-sacan_por iguTsus riquezas. Algunas veces el sueo es el lugar terrible que frecuentan los espectros, y otras es el prtico suntuos que da entrd^aPpars. lEs Dios mismo quien por este conducto nos trasmite sus solemnes advertencias, o bien son nuestras races te- rrfetres las que se hunden por all hasta el seno fecundo de la naturaleza. El ritmo de la vida onrica, en el cual se inspiran los ritmos de nuestras artes, puede acoplarse al paso etro ri~ToiTas~-~ tros o a aquella pulsacin original que fue la de nuestra alma jantes de la cada., Y~eTtodas partes, la poesa extrae su sustancia de la sustancia. deLsueo.

    Todas estas afirmaciones y prcticas, lgicamente inconciliables, coexisten a menudo en un mismo poeta. Arrancadas de su ambiente, jirones privados de sangre, parecen ser las vanas fantasas de una diversin estril. Para comprender su sorprendente verdad y saber que son las confesiones ms graves, basta volver a situarlas en la obra y en la coherencia irracional de una bsqueda apasionada.

    Falta explicar por qu razn he prescindido de un mtodo de investigacin precisa, muy favorecido actualmente y que hubiera dado una armazn ms estricta a mi libro. Me refiero al mtodo psicoanaltico. Sin alegar mi incompetencia pues hay cosas que pueden aprenderse invocar dos objeciones esenciales. Una se refiere particularmente al estudio del romanticismo; la otra aspira a un alcance ms general. .

    La concepcin del sueo y de toda la vida psquica que cons- , tituye el fundamento de ese mtodo se opone, creo yo, a la esen-S cia misma del romanticismo, o a esa poesa de ayer y de hoy que i se enlaza con el romanticismo. En el curso de la investigacin encontraremos expuestas estas diferencias: baste indicar aqu sumariamente uno o dos aspectos sin pretender adelantar un juicio sobre el valor real del psicoanlisis. Me parece que esta doctrina

    2 0 INTRODUCCIN

  • t se apoya cuando menos segn la escula freudiana ortodoxa en una metafsica ms cercana al siglo xvm que al romanticismo. La consciencia y la subconsciencia intercambian algunos de sus contenidos, pero el ciclo formado por estas dos mitades de nos

    otros mismos es un ciclo cerrado, puramente individual (aun si se le aade, como quiere el freudismo de la segunda poca, la supervivencia de las imgenes atvicas). Por el contrario, todos los romnticos admiten que la vida oscura se encuentra en incesante comunicacin otra realidad ms vasta, WterioffV teuperi ^ a la vida individual. Otro tanto puede decirse sobre el fin que se propone el psicoanlisis: reintegrar a una honrada conducta social al hombre que es vctima de una neurosis. El romanticismo, indiferente-a esta forma de salud, buscar, aun en las imgenes mrbidas, el camino que conduce a las regiones ignoradas del alma; no por curiosidad, no para limpiarlas y hacerlas ms fecundas para la vida terrena, sino para encontrar en ellas el secreto de todo aquello que, en el tiempo y en el espacio, nos prolonga ms

    \ all de nosotros mismos y hace^de nuestra existencia actual un ^ simple punto en la lnea de un destino mhmt5^ Esa oposicin, qu separa al psicoanlisis tanto de la mstica como del romanticismo, le impide la comprensin real de aquello que para tal disciplina no podra ser ms que un caso definido de psicosis.

    Y esto nos conduce a la segunda objecin, que va ms all del romanticismo. El psicoanlisis, aplicado a la obra de arte, la trata como un documento, como un conjunto de sntomas, y no se apoya en ella sino para llegar a un estudio del autor, de su vida y de su neurosis. ste mtodo, legtimo en cuanto sirve para ampliar el campo de experiencias en que se perfecciona una teraputica, no podra explicar la obra de arte. Slo capta las relaciones con la psicologa del autor, relaciones que tienen su inters humano, pero que son absolutamente ajenas tanto a la calidad como al alcance del poema. El psicoanalista llegar hasta a hablar del fracaso de Baudelaire, expresin a la cual el menor de los poemas de Las flores del mal opondr un ments. Para quien adopta esta clve, las imgenes del poeta son los signos traducibles, que el anlisis reduce a su significacin real. Para el poeta y para el lector de poesa, esas mismas imgenes existen tales como son: aluden a algo inefable por uri camino .muy diverso. Es posible que los mismos procesos psicolgicos que determinan las. obsesiones mrbidas participen tambin en la gnesis de las visiones poticas. Pero el psicoanalista, con su pretensin de curar al poeta de su poesa y evitarle el fracaso, olvida sencillamente que el poeta, aprovechando para otros fines lo que tiene de co-

    INTRODUCCIN 21

  • mn con el neurtico, llega a cortar l hilo que retiene en l la imagen: desde ese momento, la imagen es otra cosa. El torpe zur- cidor que velve a anudar el hilo ante nuestros ojos no prueba ms que su impermeabilidad a toda poesa. Y no estoy seguro de que el psicoanalista deje de cometer un error semejante cuando traduce el sueo sirvindose de su diccionario de smbolos constantes. En toda esta ciencia moderna existe tal desconocimiento de la calidad de nuestras aventuras interiores, tal olvido de lo que nos pertenece o, si se quiere de la ignorancia en que estamos respecto a nuestras verdaderas pertenencias, que cabe preguntarse si unas cuaptas conquistas mdicas compensan tantos estragos espirituales.

    Despus de haber explicado tan inmoderadamente mi propsito, slo me falta desear que mi libro tenga cuando menos el mrito de satisfacer esta modesta ambicin, la nica que an me queda gor confiarle, ahora que ha terminado su misin conmigo mismo. Quisiera que se reconociese en mi libro, a travs del en- trecruzamiento de los temas, la meloda peculiar del romanticismo; que despertara alguna simpata por esos rostros atormentados que habitan las comarcas por m recorridas, y que los admirables textos que he tenido, que citar abundantemente les parezcan a algunos, como me parecieron a m, los graves signos de eso que a menudo se llama poesa y que nuestro tiempo, por mil recursos demonacos, nos invita continuamente a olvidar.

    22 INTRODUCCIN ,

    Ginebra, diciembre de 1936.

  • Primera Parte

    EL SUEO Y LA NATURALEZA

    ai v (? t* ovae ex A l05

  • LIBRO PRIMERO

    DEL DA A LA NOCHE

    Si es exacto que los romnticos renovaron profundamente el conocimiento del sueo y le dieron un lugar privilegiado, se cometera un error de perspectiva al suponer que fueron los primeros en interesarse por l y en hacerlo objeto de estudios psicolgicos.

    En realidad, si los pensadores y los poetas llamados romnticos, tan diferentes unos de otros, se oponen en muchos aspectos a los filsofos del siglo xvm, son tambin sus continuadores y sus discpulos en muchos otros, por ejemplo, 'en el estudio del sueo.'; Indudablemente y sobre esto habremos de insistir las actitudes metafsicas que dictaron ese estudio a un psiclogo de 1750 y a un mdico-filsofo de 1820 son diametralmente opues- tas._De la mltiple y contradictoria herencia del siglo xvra, el romntico recoge de preferencia as afirmaciones irracionalistas 6 las tradiciones msticas;,elige como maestros a aquellos predecesores suyos que, como Hemsterhuis, Hamann, Herder, Saint-Mar- tn, se han remontado a la cosmologa renacentista, a los grandes mitos neoplatnicos o a la filosofa prescrtica de la Naturaleza. Sin duda, altera a menudo el sentido de los materiales que toma de la ufklrung; pero, por otra parte, ese mismo romntico, formado en la escuela de los sensualistas, conserva de sus enseanzas y de sus descubrimientos muchos mtodos, objetivos e intereses.

    La concepcin del sueo y su interpretacin en los psiclogos del siglo xviii, a veces pueril, a menudo de una superficial trivialidad y slo aqu y all un poco ms penetrante, est en marcado contraste con las experiencias de los romnticos; pero esto no impide que semejante concepcin les abra el camino. El conflicto entre padres e hijos puede ser todo lo agudo que se quiera; la rebelin de la generacin joven puede tomar, en ciertos momentos d la historia espiritual, la amplitud y la salvaje violencia de una conmocin ssmica; la nueva poca llegar incluso a rechazar cosas tan esenciales como la peluca, el espadn y el hbito (parte tan importante del monje). Pero, bajo el nuevo traje del revolucionario, un aire de familia traicionar siempre algn rasgo hereditario, alguna huella de la primera educacin y de los antiguos gestos de la infancia.

    Es realmente sorprendente la importancia que la mayora de los pensadores racionalistas del siglo xvm conceden a los fenme-

    25

  • nos del sueo. Los libros sobre los sueos y las revistas que les consagran una seccin intermitente o regular abundan a partir de 1750, y casi no existe tratado de psicologa que no les dedique un captulo. Las memorias de la poca evocan las charlas de gentes de mundo que se contaban sus sueos profticos. Y no slo en los ambientes pietistas, sino tambin en los crculos ms ilustrados se tiene aficin a las historias de presentimientos verificados, de accidentes mortales o de reveses de fortunas anunciados por un sueo premonitorio, y el sonambulismo interesa a los ms endurecidos escpticos, como les seduce todo lo que tiene alguna apariencia mgica u oculta.

    Para muchos racionalistas o sensualitas, enemigos de toda penumbra, el sueo parece haber tenido un atractivo irritante y un tanto paradjico. Dentro del conjunto de la vida psquica, el sueo era el lugar privilegiado del misterio, la puerta abierta a las supersticiones, alas profecas, a sospechosas tentaciones me-

    'tafisicas o, peor an, msticas! El triunfo supremo para un filsofo, la prueba por excelencia de su oficio soberano, era reducir el sueo a las proporciones de un fenmeno natural, explicable por el mismo mecanismo que bastaba para explicar toda manifestacin vital. De igual manera, los espritus irreligiosos se aficionan apasionadamente a la historia de las religiones, y los que no pueden concebir los milagros escriben sus Vidas de Jess.

    Pero adems de este inters en cierto sentido hostil, en muchos de los cientficos del siglo xvm exista una puerilidad de compensacin que recuerda la de los ingleses de vaudevtlle, realistas, prcticos y desconfiados frente a toda especulacin, pero dispuestos a dar crdito a las ms ingenuas supersticiones. Perseguan implacablemente las supervivencias de la leyenda, disipaban las tinieblas de los tiempos antiguos, y sentan un placer inconfesado al penetrar en un ambiente brumoso en que el haz de sus antorchas slo consegua proyectar apariciones fantasmagricas.

    Situndose en el mismo punto de vista de estos apasionados y de estos grandes soadores que fueron los intelectualistas, puede entreverse otro motivo de su inters por la vida onrica. En ese prodigioso e inagotable Catlogo-razonado-de-los-datos-experi- mentales, que, aplicado adecuadamente, deba conducir a la Certidumbre de las certidumbres, tenan marcado su lugar todas las extravagancias y todas las anomalas, en cuanto eran al mismo tiempo reveladoras de los fenmenos normales. Comenzbase entonces a pedir a las enfermedades la explicacin de la salud (hasta dnde no hemos llegado desde entonces por este camino?),

    26 DEL DA A LA NOCHE

  • y a ver en la ciencia humana el germen de un progreso indefinido: un da se sumaran los conocimientos experimentales y su to- ? tal equivaldra forzosamente al Conocimiento perfecto. La idea de esta suma alcanzada progresivamente sobrevive en la gran locura- romntica, aunque transformada, elevada a otro plano y puesta en contacto con ciertas fuentes profundas y ciertos dominios d la reminiscencia oscurecidos por los racionalistas. Ciertamente los romnticos ya no creern que una suma de hechos debidamente comprobados conduzca al saber supremo; pero conservarn la esperanza de un conocimiento absoluto, que para ellosTre^ prentar~algo"^ms^ymejor que un.simple^saber: un poder ilimitada, el instrumento mgico de una conquista,y__aun_de una redencin de la naturaleza. Para ellos se tratar, de un conocimiento en el cual, participe no slo el intelecto, sino el.ser entero, con, sus ms oscuras regiones y con las an ignoradas, .perojjug le sern, reveladas .por., la poesa y. ott^sqrtjlegios. Sin embargo, en esta ambicin desmesurada, prometeica, que abre la puerta'a todas las confusiones como tambin a las ms concretas aventuras espirituales, los principios de crtica y de apoyo en la experiencia, aprendidos en la escuela de sus mayores, no sern respaldos superfluos.

    Producto del mecanicismo cartesiano, las diversas escuelas psicolgicas del siglo xviii se muestran ms o meno s inclinad as X hacer prevalecer las explicaciones fisiolgicas y a concebir el reino psquico como un campo cerrado, en que se enfrentan, se entrecruzan y se combinan fuerzas y funciones. Estas escuelas tienen en comn_una nocin netamente antimetafsica de la vida del alma, que se encontrar, por otra parte, en toda la psicologa experimental y cientfica de los siglos xnc y xx. Insisten en el origen material de los fenmenos psquicos o bien en su origen racional, pero siempre identifican el alma con el campo de la consciencia, y de ninguna manera con un principio vital que, desde el neoplatonismo hasta el Renacimiento y el irracionausmo moderno, se concibe como el animador comn del microcosmo y del "macrocosmo. Fisiologa y psicologa se equilibran y se corresponden: son dos planos que dependen de la ciencia descriptiva. Esta concepcin completamente espacial^ del individuo' se encuentra en oposicin con aquella que el pensamiento irracional o religioso llama ciencia del. alma. Los matices que separan a los diferentes pensadores de la poca en la explicacin del sueo estarn determinados por la oscilacin del pndulo: origen ms bien fsico o ms bien psquico de ese fenmeno.

    DEL DA A LA NOCHE 27

  • Ya Aristteles haca, derivar los sueos de las impresiones dejadas en Tos rganos sensoriales. Pero ms que ninguna otra poca, l siglo xviii, con su teora de las excitaciones, iba a insistir en esos orgenes fisiolgicos. No hay pensador que no admita que el sueo se debe al agotamiento de los humores nerviosos o de los espritus animales, tan necesarios para el movimiento como para la sensacin. La visin onrica, estado intermediario entre el dormir y el estar, despierto, se produce por los primeros movimientos de esos espritus que se agitan en el momento en que an no se encuentran lo bastante restablecidos para dar al cuerpo

    "toda su energa y al alma el uso consciente de sus facultades. Soamos cuando los humores nerviosos no han sido empleados en s totalidad por la actividad diurna;, cuando se agotan, eldor- mir es profundo, sin imgenes. A medida que se afirma el concepto romntico de la vida psquica, veremos invertirse esta relacin, y a los psiclogos sostener que el sueo es tanto ms puro cuanto ms perfecto es el dormir.

    Concordes en cuanto al origen o a la ocasin fisiolgica de los sueos, los sabios del siglo xviii no dejan de buscarles, sin embargo, una explicacin psicolgica. Esto no significa, para ellos, pasar a un plano totalmente diferente e irreductible al primero, sino descubrir en otro casillero las leyes de un determinismo igualmente riguroso. Una vez que el sueo ha sido desarticulado por la sensacin, qu ocurre? Tal es la pregunta que se hacen, procediendo segn un orden cronolgico que corresponde a la sucesin de causas y efectos.. As como no existe una diferencia de naturaleza entre lo fsico y lo psquico, as tambin el sueo vla vigilia estn sometidos a un mecanismo estrictamente continuo; /slo hace falta explicar su funcionamiento mas o menos anrquico en el sueo. El cmo interesa a estos sabios ms que el porqu, y lo esencial de su esfuerzo consiste en formular las leyes de los fenmenos. Su primera respuesta ser, pues, una referencia a la ley de asociacin, cuyo enunciado no se discute desde Christian W olff hasta el fin del siglo. Tanto en los sueos como en los pensamientos de la vigilia, la erupcin de las ideas no ocurre al azar, sino a travs de caminos trazados y fijados por las circunstancias que han determinado su formacin, es decir, segn una serie de asociaciones ligadas a la imagen de origen sensorial.

    De esta manera, afanosos de conservar la unidad de la vida psquica, la mayor parte de estos psiclogos insisten ante todo en las semejanzas que existen entre la vida de la vigilia y la onrica. Apenas a finales del siglo se procura suavizar esta tesis para explicar las diferencias que existen entre ambos estados. Antn Josef

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  • Dorsch, Mendelssohn y Nudow ya distinguen entre la asociacin objetiva de la vigilia y la asociacin completamente subjetiva del sueo; y en esta ltima, las leyes de simultaneidad y de analoga vienen a sustituir a las relaciones reales entre las cosas. Aun con este nuevo matiz, la teora asociacionista se apoya, pues, en un concepto realista del conocimiento: en los estados superiores (consciencia despierta) el espritu copia el dato exterior; en los estados turbios (sueo, embriaguez, etc.) se entrega a su propia ley y pierde la facultad de reproducir lo real. El problema ya haba sido planteado claramente por Herclito, quien se preguntaba por qu, durante el sueo, cada hombre tiene su universo' particular, mientras que en el estado de vigilia todos los hombresj poseen un universo comn. Y a este mismo problema responde propiamente la teora freudiana de los dos principios, el del placer y el de la realidad: el primer universo del nio es del todo subjetivo, y, a medida que crece, se va liberando laboriosamente de l para conocer el mundo objetivo de lo real. En el adulto, los sueos son supervivencias, residuos de ese primer universo, sometido en su totalidad al principio del placer.

    Llegamos aqu a una semejanza esencial entre la psicologa freudiana y el realismo del siglo xviii. Para la una como para el otro, la actividad del pensamiento, del juicio, de la consciencia despierta, consiste en reproducir la realidad objetiva y las relaciones de un dato, mientras que el sueo constituye una actividad empequeecida e inferior, en que el espritu, incapaz de mantenerse en contacto con el mundo de la realidad, se abandona a su funcionamiento autnomo.]Freud, por supuesto, tiene una percepcin infinitamente ms aguda de la vida interior, de las particularidades individuales y de la originalidad absoluta del drama que representa el crecimiento psicolgico de cada ser humano; mdico antes que terico, se interesa por los casos particulares antes de formular leyes abstractas. De todos modos, su punto de partida metafsico es el mismo de los sabios del siglo xvm, mientras qu los romnticos, segn veremos, se apoyan en una metafsica idealista o en una experiencia inmediata que concuerde con ella, y llegan a afirmaciones del todo opuestas: para ellos, son, precisamente el sueo y los dems estados subjevos Ios_que,. nos~hacen descender en' nosotros mismos y encontrar esa .parte nuestra que./es~ms^osotros mismos jp e jauestra misma.,conciencia. En_vez. deunsujeto que copia fielmente un objeto que permanece exterior a l y le da la cafa, concebirn una estrecha interpenetracin- de-uno~y otro, y el nico conocimiento sera el del buceo en los abismos interiores, el de la concordancia de nes-

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  • tro ritmo ms personal con el ritmo universal; conocimiento analgico de ua Realidad que no es el dato-exterior.

    Salvaguardando siempre su nica ley, la de asociacin, tan eficaz en el sueo como en la vigilia, los psiclogos del siglo x v iii trataron de explicar la diferencia de los dos estados. Segn ellos, esta diferencia determinaba la causa turbadora del funcionamiento regular de la asociacin en los momentos de consciencia debilitada. Variar la explicacin, pero, conforme al esquema de las fuerzas que constituyen y agotan toda la realidad psquica, siempre se comprobar la ausencia momentnea de una de estas fuerzas, el silencio de una facultad y el predominio de la otra. Como no existe un principio indivisible que se llame alma, sino slo un entrecruza miento de fuerzas diversas, el problema es un puro problema de mecnica, espiritual.

    Sin embargo, si el desorden del sueo y su carcter subjetivo se explican en parte por el silencio de tal o cual poder oclusin de los sentidos o adormecimiento de la voluntad o de la razn, poco importa, an est por designar al usurpador que llega a ccupar momentneamente el trono abandonado por las facultades superiores. A medida que se acerca el fin del siglo, la tesis negativa, que conceba al sueo como una forma imperfecta y perturbada de la consciencia normal, cede el paso a un concepto, todava mecanicista sin duda, pero que ya se acerca a una psicologa menos estrictamente racionalista. Entonces la facultad positiva que determina la composicin de las tramas onricas es la imaginacin.

    Ludwig Heinrich von jakob ser .el renovador d la teora del sueo. Adversario del asociacionismo absoluto, aunque tan poco metafsico como sus predecesores, recurre a aquel sentido interno que haba descubierto Hemsterhuis. Segn Jakob, el sueo se

    /debe tanto a la oclusin de los sentidos exteriores, caracterstica' ! del dormir, como a una intensa actividad del sentido intemo y i de la imaginacin. El sueo no es ms que poesa involuntaria.

    Esta frmula tan nueva se encuentra casi palabra por palabra,; siete aos ms tarde, en Jean Paul, en su tratado de 1798, y la comparacin entre el sueo y la creacin potica ser uno de los temas constantes del romafficlsmq. Pero la intencin es diferente. Sobre l bse de su experiencia personal, Jean Paul compara al soador con el poeta; cree en la omnipotencia creadora de la imaginacin, nica que puede satisfacer nuestra innata necesidad de comunicacin con el Infinito. Para Jakoh. la-facultad potica es una combinacin de a .razn y deja .imaginacin., Inventa lo mismo nociones que formas. Y he aqu una. frase muy poco ro-

    30 DEL DA A LA NOCHE

  • . DEL DA A LA NOCHE 31mntica: Quien llega a confundir sus .invenciones.poticas con objetos reales, es un soador; su juicio es demasiado dbil en relacin con su facultad potica.

    Otro profesor de filosofa, Johann G. E. Maass, descubrira nuevas posibilidades para la psicologa. Los captulos que consagra a la influencia de las pasiones sobre los sueos en su Ensayo sobre las pasiones, de 1805, son muy notables. Freud no dej de tenerlos en cuenta.

    Maass parte del principio, comn a todo su siglo, de la continuidad de la actividad espiritual, pero insiste en el hecho de que

    la pasin es tambin una actividad de la facultad espiritual, ms precisamente de la facultad de deseo. Ahora bien, el dormir puede ser a menudo demasiado profundo para que tengamos consciencia de la pasin que en l se agita y de las imgenes que en l se asocian; pero a pesar de eso dan lugar a sueos... Puede decirse, entonces, que muchos sueos nacen del corazn.

    Por otra parte, citando ya el verso de Horacio que los psicoanalistas se complacen en tomar por divisa: Somnos thnor aut Cupido sordid-us aicfert, Maass dedica un captulo afc la influencia de la imaginacin sobre las pasiones, y observa que el sueo es el lugar preferido por esta accin; porque generalmente las imgenes producidas por la imaginacin tienen ah un grado mayor de claridad y de viveza que en el estado de vigilia, pues no se encuentran atenuadas y ensombrecidas por claras sensaciones externas. Ahora bien, las pasiones suscitadas o despertadas por estas vivas representaciones nocturnas pueden persistir perfectamente aun en la vida diurna. Existen, en efecto, pasiones imaginarias que se apoyan en puras imgenes de la fantasa. ,

    El inters que los escasos captulos de Maass ofrecen para la historia de las teoras sobre el sueo no radica solamente en los dos o tres puntos en los cuales parece anunciar el freudismo. Por una parte cosa que ningn psiclogo haba hecho hasta entonces, establece relaciones estrechas e influencias recprocas entre nuestra vida diurna y nuestra vida nocturna; el problema no consiste para l en la existencia de dos mundos diferentes, entre los cuales hay que precisar sencillamente una jerarqua de valores. Durante la existencia del individuo, la zona del comportamiento consciente no deja de reflejarse en la de la pasividad nocturna y, a la inversa, los contenidos pasionales de los sueos tienen prolongaciones en la personalidad consciente. Por otra jparte, Maass tiene el gran mrito de apartarse de una psicologa interesada nicamente en determinar grandes leyes abstractas, a las cuales

  • debera someterse toda nuestra actividad. l se interesa en el individuo concreto, en el ser particular cuya peculiaridad es irreductible a tal o cual esquema que se quiera construir. Este ser le parece constituido tanto por los poderes superiores del intelecto como por las realidades oscuras de las pasiones y de la imaginacin. Ciertamente, estamos an muy lejos de la resurreccin del alma que intentarn los romnticos; pero esta percepcin ms viva de lo concreto psquico nos anuncia ya que salimos del racionalismo de la era que termina.

    Con una claridad semejante, slo Maine de Biran percibir el

    f>apel de las potencias afectivas en el nacimiento y desarrollo de os sueos, tanto como el eco de los sueos en la vida de la vigilia: No se concede suficiente atencin a la influencia que pueden tener los sueos, y sobre todo las disposiciones afectivas que los provocan y los preceden, en los sentimientos y en la serie de ideas que siguen al despertar.

    Es incompleta y parcial la fisonoma del (siglo xvm que acabamos de esbozar. No hemos prestado atencin a la profunda corriente ocultista, que prepara el brote de las ciencias nuevas, ni a la oleada sentimental y potica que en el pietismo, en el Sturm und Drang y en algunas figuras aisladas da a este siglo intelectual su violencia y sus matices. Por ahora slo nos importaba aislar a los psiclogos y mostrar cmo perdur hasta ms all de 1800 el mismo concepto del hombre que fu caracterstico del siglo de las luces. En Lichtenberg y en Moritz vamos a encontrar algunos de los problemas qe acabamos de insinuar, pero esta vez en su encuentro con los primeros balbuceos del romanticismo. Veremos, a propsito de Moritz, cmo la psicologa de los vul- garizadores populares estaba a menudo mas avanzada que la de las Facultades y las sectas filosficas. Luego, una vez ms, evocaremos el prerromanticismo y el irracionalismo del siglo xvni en sus mayores encamaciones: Hamann, Herder, Saint-Martin. As estaremos ya preparados para' tratar de descender del siglo de las Luces a la Noche romntica.

    32 DEL DA A LA NOCHE

  • ILA CANDELA ENCENDIDA

    Cuando hace un ch istey es que hay en l un problem a o cu lto .

    G o e t h e

    |Entre el racionalismo y la nueva poca florece un singular escrittor, sabio fsico, admirador de Jean Paul en sus principios y uno de los primeros alemanes que leyeron a Jakob Boehme; un aislado; ' y un inquieto que se pas toda la vida buscando palabras chis-; tosas, observaciones satricas, comparaciones chuscas;) Conocido; de sus contemporneos por su misantropa, apreciado de los- na1'" turalistas extranjeros, ignorado de los hombres de letras y sin con-, tacto con ellos: un hombre, en fin, acreedor, por sus escritos publicados en vida, cuando mucho a una nota en una historia de las ciencias, pero que, con los cinco volmenes de aforismos pstu- i mos, qued colocado de pronto, desde principios del siglo xix, a gran altura.

    |Georg Christoph Lichtenberg, profesor, de Gotinga vivi una vida tpica de original y de atormentado. Deforme, torturado por su fealdad y dotado de una sensualidad imperiosa, vivi con una compaera ilegtima y poco apta, segn parece, para hacer las veces de la sociedad de la cual le exclua su concubinato. Educado en el racionalismo de la poca, nunca se atrevi a ceder del todo a su inclinacin mstica; y hasta en esos famosos cuadernos, en que para s solo anotaba en gran desorden juegos de palabras, confesiones, meditaciones y precisiones cientficas, no con- _ sign sino con infinita prudencia los momentos ms autnticos de su existenica persona , envolvindolos siempre en reticencias,chistes y comentarios escepticos.

    De haber sido ms audaz o menos sensitivo, hubiera podido despreciar la hostilidad de su ambiente y hubiera podido ser, como un Restif de la Bretonne o un Saint-Martin, un Hemster- huis o un Hamann, otro ms de aquellos que, en el siglo de los filsofos, mantenan la cadena secreta de los iniciados, la cadena que une al irracionalismo mstico con el romanticismo naciente. Pero, dbil e hipersensible, se limit a sufrir por su aislamiento y a sentir cierta vergenza de sus ms autnticos impulsos y de sus supersticiones: metempsicosis, triunfo de la sensibilidad, esbozo de un idealismo a lo Novalis (Originalmente, el mundo es

    33

  • 3 4 DEL DA A LA NOCHEtal como yo quiero ). sed de vida sentimental y nostalgia de la muerte. Un pasaje de sus cuadernos expresa admirablemente este estado de su alma:

    Siempre me ha parecido que la nocin de ser es una nocin tomada de nuestro pensamiento; si no hubiese creaturas que piensan y sienten, nada

    sera ya. Aunque esto pueda parecer simplista y aunque s cunto se burlaran de m si dijera en pblico semejantes cosas, considero, sin embargo, la facultad de hacer tales suposiciones como uno de los mayores privilegios y en verdad como uno de los ms extraos mecanismos del espritu humano. Esto est, una vez ms, en relacin con mi idea de la migracin de las almas. A este respecto, pienso, o ms -exactamente siento un calo de cosas que no soy capaz de expresar Jorque no son comnmenti'iuma- nas y, por consiguiente, nuestro lenguaje no est hecho para decirlas. Dios quiera que esto no me conduzca algn da 'a la locura! Lo que s muy bien es que si yo quisiera escribir acerca de esas cosas, el mundo entero me tachara de loco, y por lo tanto me callo. Tan difcil sera hablar de ello como tocar en el violn, cual si fuesen notas, las manchas de tinta que hay sobre mi mesa. .

    En este secreto, tan bien guardado, sobre sus pensamientos ms queridos, puede no verse ms que el sntoma decisivo de una neurosis, y los psiquiatras, siempre a caza de documentos, no han dejado de aprovecharlo. Pero cuando en tantos pasajes-de_su diario ntimo entre dos teoras cientficas o entre dos juegos de pala-

    h r a s - se encuentran, indicadas a medias, ideas, preocupaciones o ensoacionesque seflas mismas dejos romnticos, le dic~ que estos o temieron expresarlas y convertirlas en la fuente de .su existencia personal, de su bsqueda espiritual^y de su obra. Pero es que todos ellos, en diversos grados, ran|ggetg|, es decir, hombres que poseen, su. propia lengua y que pedn crear la e xpresin que necesitan; inventaron, precisamente, ese lenguaje cuya ausencia deploraba Lichtenberg; y ms todava, gracias a ello cambiaron la atmsfera general a tal punto que las supersticiones murmuradas tmidamente por Lichtenberg no slo no les parecan ya ridiculas, sino que, de haber venido despus de ellos, este solitario se habra expresado sin trabas. Cmo contentarse, entonces, con la explicacin por el caso patolgico? Cmo no afirmar ms bien que Lichtenberg estuvo enfermo de su diferen-

    . cia con su tiempo, enfermo literalmente por haber aparecido antes de tiempo en un planeta en que slo los ms fuertes entre los fuer

    /tes pueden respirar en la soledad total del pensamiento? Tanto- ms cuanto que, como, un primer rasgo romntico, reconocemos i en Lichtenberg la necesidad nunca satisfecha de una comunidad | de espritu y de sentimiento, necesidad que l expresa, segn su costumbre, con_palabras veladas e irnicas, aunque conmovedoras:

  • LA CANDELA ENCENDIDA 35

    El hombre gusta de la compaa, aunque slo sea la de una candela en-_ cendida.

    Verdaderas palabras de solitario a pesar suyo, palabras que evocan las veladas en que Lichtenberg pensaba en la muerte, sin neurastenia alguna y con una aspiracin tranquila que, si no tiene la grandeza ni el carcter voluntario de Diario de Novalis, hace pensar en la poesa romntica. La obsesin del suicidio que tuvo desde su juventud no tiene tampoco nada de mrbido. Habla largamente de ella en uno de sus primeros cuadernos (antes de 1770), y hace una observacin sobre el inconsciente en que puede medirse toda la distancia que lo separa del racionalismo de la poca:

    Me es necesario confesar que la persuasin ntima de que tal o cual cosa es justa tiene a menudo por causa ltima una realidad oscura, que es o cuando menos parece dificilsima de poner en claro, porque justamente la contradiccin que advertimos entre la frase claramente expresada y nuestro sentimiento impreciso nos hace creer que no hemos dado an con la verdadera expresin... Uno de mis ensueos preferidos es pensar en la muerte, y este pensamiento llega a apoderarse a tal punto de m, que parezco sentir ms que pensar: entonces las medias horas transcurren para m como minutos. Pero no es sta, en modo alguno, una tortura enfermiza a que ceda a pesar mo; es una voluptuosidad espiritual de la que, contra mi voluntad, disfruto parsimoniosamente, porque llego a temer que de ello surja una pasin melanclica por las meditaciones de buho.

    Esta voluptuosidad en la contemplacin de la muerte reaparece sin cesar en sus cuadernos. Evidentemente, Lichtenberg no tuvo la fuerza de expresin necesaria para darle la amplitud liberadora del poema o el tono de la verdadera confesin; y una falta de osada embaraza sus meditaciones, qe permanecen aisladas, sin harmnicos muy lejanos, sin que esta preocupacin manifiestamente central en l llegue nunca a colorear todos sus pensamientos, a estar constantemente subyacente a ellos y a abrirle los tesoros nocturnos de su ser. De todos modos, se representa la nada como un bienestar que equivale a la felicidad de todos los parasos; le gusta decir que esta nada es el estado mismo en que l estuvo antes de nacer a esta vida:

    * No puedo desechar la idea de que antes de nacer estaba muerto y de que por la muerte volver a aquel estado... A ese morir y renacer con el recuerdo de la existencia anterior lo llamamos desvanecerse! y despertar con otros rganos, que ante todo hay que reeducar, es lo qu^ llamamos nacer.

  • 36 DEL DA A LA NOCHEPero, con la compostura que su timidez impone siempre a las audacias de su meditacin, aade:

    Por ms de un motivo, es una suerte que no pueda expresarse con absoluta claridad esta idea: ciertamente, el hombre es muy capaz de adivinar^ ese secreto de la naturaleza, pero si pudiera- presentar pruebas de que lo \ hecho, esto ira contra los intereses de ella. '

    As, pues, el temor lo detiene y le hace bendecir la ignorancia en que estamos de nuestra verdadera condicin: no es de los que tienen la fuerza de vivir mejor desde .el momento en que han mirado a la angustia cara a cara. Pero l insiste, y su pensamiento nunca lo llev tan cerca de s mismo como en estas breves lneas escritas hacia 1790:

    t Si cuando menos se hubiese traspasado el punto lmite! Qu deseo hay en m, Dios mo, de ese instante en que el tiempo ya no ser para m el tiempo, en que ser acogido en el seno materno del Todo y de la Nada en 1 cual dorma yo cuando... Epicuro, Lucrecio y Csar vivan y escriban, cuando Spinoza conceba el ms alto pensamiento que ha entrado en cerebro humano!

    La aspiracin ese regreso a la Nada y al Todo, la supresin del Tiempo concebida como la liberacin y la felicidad supremas, son impulsos del alma que encontraremos a menudo entre los sucesores de Lichtenberg^ y en sus sueos nocturnos escucharemos muchos ecos de lo mismo... Hasta su humor y su stira deben co- locarse siempre sobre ese fondo sombro" para que aparezcan con. su verdadera luz. -Esa jirona. tan peculiar de Lichtenberg es algo muy diferente del humor de un Steme o de la severidad de un moralista francs. Y .para,sorprender el- verdadero matiz de sus juicios^ sobre la actividad humana y aun el de sus ms chuscos aforismos, es necesario escuchar el sordo acompaamiento del lla

    mado a la muerte y del deseo de reabsorberse en la Nada:

    Aquel hombre era tan inteligente, que ya casi no serva para nada en este mundo.

    Aunque la Naturaleza no hubiera dado al hombre la facultad de caminar en dos patas, es el suyo, seguramente, un invento que la honra.

    Haba puesto nombres a sus dos pantuflas.Algo dara a cambio de saber exactamente por quin se han ejecutado,

    en realidad, esas acciones de las cuales se afirma publicamente que se han ejecutado por la patria. '

    No se siente la macabra, irona de una antigua Danza de la Muerte en estas tres simples palabras que debi de escribir al fi-

  • nal de una larga meditacin junto a su candela encendida: horca con pararrayos? \ \

    Se comprende el estusiasmo que, a pesar de graves reservas, |A le inspiraron las primeras obras de /Jean Paul' Acaso no se en- j ' contraba a s mismo en ellas, no tai como era, sino tal como se - soaba? Es una verdadera definicin del romanticismo la que da cuando, admirando en [Jean Paul/ esa mezcla de imaginacin, de sentimiento y de ingenio, que compara a la gran conjuncin en el cielo planetario,'aade: >

    No conozco un creador de imgenes tan grande como l. Dirase que en su cabeza cada objeto de la naturaleza o del mundo de los cuerpos se desposa en seguida con la ms bella alma del reino de la vida moral, de la filosofa o de la Gracia, y reaparece luego como unido por el amor con esa alma.

    Admiracin por el arte def smbolo y de la metfora, aspira- ' ciones msticas ^observacin ^inquieta de s mismo, "gusto por la experiencia psicolgica: todo esto^deba conducir naturalmente a Lichtenberg a ocuparse del, sueo. Y en efecto, si se interesa por l, no lo hace influido por lecturas, sino ms bien porque en s propia vida nocturna le haban impresionado ciertos fenmenos; unos satisfacan su inclinacin al estudio de su propio carcter, otros respondan a su gusto por los ensueos sentimentales y las vislumbres misteriosas en que se aventuraba su timidez. En este doble sentido, no se cansa de recomendar el estudio de los sueos.

    Si la gente quisiera contar sinceramente sus sueos, se podra adivinar en ellos su carcter con ms facilidad que en los rasgos del rostro. Pero para esto no bastara un sueo; se necesitara una gran cantidad. Y l sabe que la vida onrica suele reveamos determinados aspectos de nuestro ser, nublados por la tirana de la reflexin; esta idea, dice, merece el estudio ms cuidadoso.

    Pero el papel de la investigacin psicolgica no lo es todo. El conocimiento d s mismo es ms precioso que el de los dems, porque arrastra consecuencias morales. Cuntas enseanzas, cuntas experiencias irreemplazables es posible obtener de nuestros sueos para este objeto! Lichtenberg sabe que la vida consciente^ no es lo bastante rica para agotar nuestra humanidad; en cada . uno de nosotros existen mil posibilidades que ninguna ocasin ? I realizar, y permaneceramos extraos a toda una parte de nes- > tros dones o de nuestros abismos si nuestra experiencia no tuviese , otro campo de accin que el de los actos diurnos. Por fortuna, / existen los sueos para enriquecer infinitamente esa experiencia.

    LA CANDELA ENCENDIDA 37

  • 38 DEL DA A LA NOCHE

    Los sueos suelen ponemos en circunstancias y situaciones a que no hubiramos llegado en estado de vigilia, o bien nos hacen experimentar desazones que quiz hubiramos despreciado, encontrndolas insignificantes y lejanas, y exponindonos a caer por eso mismo, con el tiempo, en tales desazones. En efecto, un sueo puede modificar nuestros propsitos; asegura nuestra base moral mejor que las enseanzas, las cuales no llegan al corazn sino por caminos tortuosos.

    Indudablemente los psiclogos del siglo xvm ya haban reconocido el valor autodiagnstico de los sueos, pero nadie haba afirmado todava con tanta claridad que las aventuras onricas eran ms inmediatas que las dems, que llegaban ms directamente al centro de nuestra persona.

    El reconocimiento de la utilidad moral del sueo llev a Lichtenberg a la meditacin sobre su naturaleza esencial: su espritu, pues, di ese paso que horrorizaba a los filsofos de entonces. Volviendo una vez ms. sobre la importancia de tal estudio en un fragmento escrito hacia 1777, se abandona a su gusto por las vislumbres metafsicas, lo cual no debe sorprendernos, puesto que aqu no ve l un objeto de investigacin cientfica, sino la necesidad vital de explicarse a s mismo lo qu en su "interior ocurre.

    Vivimos y sentimos lo mismo en el sueo que en la vigilia, y somos lo uno igual que lo otro; soar y saberlo es uno de los privilegios del hombre. No se ha sacado de esto, hasta ahora, todo el provecho posible. El sueo es una vida que, agregada al resto de nuestra existencia, viene a serlo que llamamos vida humana. En el estado de vigilia los sueos se pierden poco a poco; no sabramos decir dnde comienza la vigilia del hombre.

    Constantemente insiste sobre este punto; sera tarea digna del ms grande psiclogo, dice, componer una verdadera clave de los stenos o un tratado de la naturaleza del alma, basado en los sueos; tambin sera posible componer un libro popular con lo esencial de los descubrimientos modernos. Como tantos otros proyectos esbozados en sus notas y cuya ejecucin deba dejar Lichtenberg a las generaciones que le sucedieron, ste no pasa del estado de veleidad; pero a lo largo de su vida va consignando en sus cuadernos las notas que podran haber figurado en ese tratado de los sueos. Se esfuerza por explicarse la diferencia entre esas dos caras de una misma realidad total que son para l el sueo y la vigilia. Por qu se pregunta cuando estamos despiertos no llegamos a prestar a otro nuestras propias ideas, y en cambio hacemos esto muchas veces en el sueo? No ser, acaso, porque la vigilia consiste justamente en que en ella se establece una distincin clara y convencional entre lo que est en nosotros

  • y lo que est fuera de nosotros? El dilogo que trabamos con personajes que nosotros creamos intriga a Lichtenberg y le inspira asociaciones de ideas muy penetrantes:

    . , . 'Cuando en sueos discuto con alguien y ste me refuta y me instruye,\soy yo el que me instruyo a m mismo: luego, reflexiono. Esta reflexiones vista en forma de conversacin. Podremos admiramos entonces de que' los pueblos primitivos expresen las ideas que les ocurren a propsito de la j serpiente (Eva, por ejemplo) en esta frase: La serpiente me dijo, o bien: i El Seor me ha dicho o rm espritu me ha dicho? Como no conocemos con . exactitud el lugar de nuestro pensamiento, podemos situarlo donde quera- mos. As como alguien puede hablar de manera que se crea que lo que ' dice viene de una tercera persona, as tambin podemos pensar de manera ; que se crea que la idea nos ha sido dicha: as el demonio de Scrates. Qu ; sorprendente cantidad de observaciones podran seguirse sacando de los sueos! .

    Con excepcin d^Moritz) no existe en toda la psicologa del siglo x v i i i una observacin ^tan profunda como la de estas lneas apresuradas de Lichtenberg. Segn lo apunta l en otra parte, sabe no solamente que cuando uno suea a un grupo de personas, hace hablar a cada una de acuerdo con su propio carcter, lo cual no deja de ser superficial; j io solamente conoce ese fenmeno ^cpmnn_a-lV-creacin potica y al sueo que nos hace expresar \ una idea bajo la forma de una imagen visteo de un personaje \ que la formula, sino que, sobre todo, descubre una profunda ana- j logia entre ese funcionamiento creador del sueo y el nacimiento ' de los mitos en la mentalidad primitiva. No desarrolla las con- i secuencias de esta observacin, pero puede percibirse en ella el \ principio de una lnea que va de Lichtenberg a Q G. Jung mu- cho ms que a Freud: el inconsciente colectivo y el inconsciente!; personal estn estrechamente emparentados; sus creaciones no son vanas fantasas o simples sntomas de tal o cual desorden; los mitos merecen ser tomados en serio. Este desdoblamiento y tripli- camiento del yo en los sueos, y las extraas escenas en que se habla de un muerto con el muerto mismo, inquietan a Lichtenberg, que llega a suponer que, aun despiertos, tenemos quiz esas mismas visiones, sino que a cada paso interviene la razn para corregir nuestra conviccin.

    Lajentacin_mstiea-reapaf eee-eir l~ constantementer- Cunto le gustara creer qe el sueo y la vigilia se confunden en sus datos esenciales, salvo que, en la vigilia, nuestras creencias y nuestras facultades reales se encuentran como engaadas y ahogadas, por la razn! Si fuera posible que sta no interviniese pero acaso Lichtenberg es lo bastante sincero consigo mismo cuando.

    LA CANDELA ENCENDIDA 39

  • 40 DEL DA A LA NOCHEse felicita de la existencia de ese gobierno de la razn?, podramos crear, incesantemente, personajes que convirtieran en dilogo nuestra meditacin, podramos hablar a los muertos y seramos ms libres. Sin embargo, en Lichtenberg mismo, la razn desempea su papel y le dicta claras refutaciones a sus secretas esperanzas:

    Lo que me sorprende no es que soemos semejantes locuras, sino que creamos ser nosotros mismos quienes las hacemos y pensamos. Quisiera saber si las bestias son ms tontas cuando suean que cuando estn despiertas-, si as es, tienen cierto grado de razn.

    De esta manera pone un dique a su inclinacin romntica. Y se nos muestra como racionalista, con todo su sentido de la observacin y de la experiencia, en una multitud de notas sobre los detalles de la vida onrica, y en particular sobre la influencia que en ella ejercen las sensaciones externas.

    Si Lichtenberg anot observaciones precisas e ideas originales acerca de la vida onrica, podemos estar seguros de que la intensidad de sus propios sueos fu lo que lo llev a estudiarlos, y de que a ellos debe todo lo que sabe al respecto. No podra decirse lo mismo de la mayor parte de sus contemporneos; slo Karl Philipp Moritz y Jean Paul se observaron con esa atencin, y debe deplorarse que ninguno de los tres haya llegado a escribir la clave de los sueos en que pensaba Lichtenberg; ni la Simblica de Schubert ni los sistemas de los filsofos de la naturaleza llenan ese hueco.

    S por experiencia apunta Lichtenberg que los sueos conducen al conocimiento de s mismo. Las sensaciones que no son interpretadas por la razn son las ms vivas... Sueo noche a noche coa mi madre y la encuentro en todo.

    Estas lneas son posteriores a 1777, y su madre haba muerto en 1764; sin embargo, no apunt en sus cuadernos sino un solo sueo en que ella aparece, y tras l escribi un curioso comentario:

    El 4 de julio [de 1775] me despert en Wrest, despus de haber soado con mi madre, pero no recobr inmediatamente toda mi lucidez de espritu. So que mi madre estaba junto de m en el jardn de Wrest y me haba prometido cruzar conmigo el canal por el puente colgante. Pero antes me haba encargado hacer algo que me puso en aprietos, y ya no volv a verla. Aqu acaba el sueo. T ya no ests viva dije entre m durante la ligera somnolencia que sigui, y te han cantado ya el Nun lasst urts den

  • LA CANDELA ENCENDIDA 41Leib begraben. (Ahora enterremos el cuerpo), y en ese momento me puse a cantar con esta' meloda (todo ello en pensamiento solamente) una estrofa que, por lo dems, pertenece a un cntico distinto: Wo bist du derm,o Bmutigam? (Dnde ests, oh prometido?); esto me produjo un efecto indescriptible, melanclico, s, pero de tal suerte que lo prefiero a los ms vivos placeres.

    De dar crdito a los psicoanalistas, este sueo se apoyara en una identificacin de la madre con la tierra: volver al seno de la tierra equivaldra a un deseo de volver al seno materno. Pero hay que suponer que el espritu de Lichtenberg, diariamente entregado a la meditacin sobre la muerte y sobre su propio pasado, necesite de tantos rodeos para evocar la infancia, refugio querido de todos los misntropos como l, y para evocar la muerte, esperanza de los inquietos de su especie? Acaso no podemos conservar una aguda nostalgia de los aos en que estbamos protegidos por los primeros afectos, sin que esa atmsfera aorada sea necesariamente el smbolo de una etapa fisiolgica anterior y exija una traduccin clave? Adems, para qu detenemos en tan hermoso camino? Si, como es posible, nuestras clulas guardan una reminiscencia de sus estados anteriores, deben recordar muchas otras etapas, todava ms antiguas... Y, por otra parte, esos sabios que se aferran a tales interpretaciones no parecen acaso tan seguros de conocer nuestros orgenes reales y los lugares de donde venimos? Es igualmente legtimo y para muchos espritus infinitamente ms satisfactorio pensar que nuestras reminiscencias y nuestras nostalgias son la prueba de que persiste en nosotros algo de una existencia anterior a toda encamacin, a toda fisiologa y al misterio de nuestro nacimiento a la individualidad. i

    En todo caso, los sueos de Lichtenberg vuelven muchas ve -' ces a los paisajes de la infancia, a su ciudad natal y a su amado pas renano, al sentirse desterrado en Gotinga. La nica carta que, en los tres volmenes de su correspondencia, alude a este misterioso tema reservado a su vida solitaria evoca, en 1793, el Rin invadido: No pasa un da sin que piense en la situacin de mi querida patria. A menudo veo en sueos, desde el granero de Graupner, a Maguncia, Hocheim y Oppenheim. Una nota de 1798 explica la importancia de ese granero, donde (como Rimbaud en aquel otro en que lo encerraban a los doce aos) el nio, debi conocer el mundo e ilustrar la comedia humana. La aven-' tura infantil que le viene a la memoria lleva la marca de los aos benditos en que ignoraba todava el doloroso gobierno de la razn.

  • 4 2 DEL DA A LA NOCHEAutobiografa: no olvidar que una vez escrib la pregunta: Qu es la

    aurora boreal?, la deposit en el granero de Graupnr con esta direccin: A un ngel, y lleno de timidez volv a la maana siguiente en busca de mi

    , . recado. Oh, si hubiera habido un bromista que lo contestara!

    Hacia el final de su vida se multiplicaban los sueos en que vuelve a ver las calles de su ciudad natal, tales como eran, o cambiadas, o con el aspecto de una ciudad desconocida y sin embargo conocida. Pero los paisajes de antao no son los nicos que resucitan; reviven igualmente los sentimientos de la infancia, y Lichtenberg se siente transportado a las piadosas horas en que escriba a los ngeles del cielo.

    En la noche del 15 al 16 de octubre de 1779 tuve este sueo: vea pasar . una nube de fuego bajo las Plyades; al mismo tiempo sonaba la campana mayor de Darmstadt y yo caa de rodillas pronunciando estas palabras: Samo, santo, etc. En ese momento mis sentimientos eran de una grandeza indecible, como nunca lo hubiera credo.

    Lo que amaba en los sueos era esta recobrada intensidad de \ | las emociones y las imgenes, era la certidumbre de las alegras ;' que en ellos se experimentan. Ganar el premio mayor " y ese

    instante poseerlo verdiHeramente, revivir los aos transcurridos, conocer por anticipado el bienestar de morir: tras tantas huidasfuera del presente y de sus limitaciones, otros tantos momentos perfectos en que se realizan, con plenitud peculiar, los deseos de

    \ \ ] la noble nostalgia que aspira hacia el pasado personal y hacia un \ \ porvenir en que el yo se aniquila.1 v Como ms tarde Jean Paul, Novalis o Hervey de Saint-De

    nis, Lichtenberg pens en los medios de dirigir los sueos y de hacer que fuesen agradables. Podemos hacer ms apacibles nues-

    \ tros sueos si en la cena nos abstenemos de carne.1 Y es que conoca igualmente lo que pueden tener de terrible

    los sueos cuando son demasiado intensas sus visiones, o cuando nos descubren crudamente ciertos abismos de nuestro ser. En doso tres ocasiones, y sin duda bajo la impresin de un sueo repetido, comprueba que en sus sueos es presa de sensaciones de lstima tan extraamente agudas, que el placer confina con el dolor. Y un sueo lo previno contra el peligro de sequedad intelectual, que era uno de los escollos de su vida moral; dos veces apunt los detalles de esta escena onrica, y la segunda con un interesante anlisis:

    So la noche pasada que me iban a quemar vivo; precisamente me metan en una estufa que acababan de construir y que estaba instalada como una habitacin. Sin saber bien por qu, yo estaba muy tranquilo. Pensaba

  • LA CANDELA ENCENDIDA 43claramente algo que he pensado a menudo en otras ocasiones: que en realidad yo no sera quemado sino durante un minuto quiz; as, a las 8 todava no estara quemado, y a las 8 y un minuto ya lo estara. Buscaba con la vista a los espectadores, pero no encontraba ms que uno o dos, y me despertaba muy sereno. No atribyo esta serenidad a mi valor; era otra cosa, no s qu.

    A l despertar aade algunos meses ms tarde no me agrad esa serenidad. Puede haber sido molicie. Con mucha tranquilidad razonaba sobre el tiempo que aquello durara... Era todo lo que.pensaba,.y_lo pensaba . j solamente... (pji temci ju e en m todo se convierta en pensamiento, y que_U .el sentimiento lie pierda] "

    No todos sus sueos son tan inocentes; pero se abstiene de comentarios sobre aquellos en que se regodearan nuestros psicoanalistas y que l parece considerar como simples locuras de la imaginacin, liberada de todo freno: En el sueo somos locos,\ falta el espectro. Muchas veces he soado que coma carne hu- j mana cocida. No era en esas mismas noches en que confiesa | que antes de dormirse se diverta combinando los medios de ma- L tar a tal o cual hombre o de incendiar una casa sin ser descubierto? Placer conocido tambin por otro solitario, un angustiado como l y un maestro de la introspeccin: Kierkegaard., Este' '. . . / J. -------- 'r -ultimo confesaba a su secretario su gran deseo de cometer un A robo y vivir luego con su conciencia culpable, temiendo ser descubierto. Ese gusto imaginario, del fruto-prohibido, ese deseo

    ! de culpabilidad y ese deleite de sentirse portador de un pecado i secreto no es acaso una de las formas aberrantes que puede to- j mar la angustia metafsica en los vivamente atormentados por ella? Mucho ms que la simple represin de deseos contrariados por una. moral severa, no cabe reconocer aqu, en esos espritus imaginativos e inquietos, la invencin de una especia de intriga -tea \

    tral que relacione ms directamente_con su persona la angustia i de l a creatura?' Sabiendo oscuramente que esta angustia misma /! es algo precioso, que la dignidad humana no consiste en ahogarla, sino en vivirla y purificarla, se complacen en creer que la lie- . van dentro de s mismos por alguna circunstancia, propia slo de ellos, y que les otorga una especie de terrible privilegio^

    En el ltimo ao de su vida, Lichtenberg apunt otros dos sueos muy significativos. En el primero, de septiembre de.1798, cuenta a alguien, en presencia de un tercero que conoce la historia, el trgico entierro de una joven, muerta en Gotinga el ao anterior, en vsperas de parto, y a quien se puso en un atad, con el nio muerto a su lado. Pero l olvida en su relato la presencia del pequeo cadver, y el tercero se la recuerda. Impresionado, al despertar, por esa omisin del detalle ms conmovedor y por el

  • 44 DEL DA A LA NOCHEhecho de que otra persona viniera a recordrselo despus, sacade ello interesantes reflexiones:

    Podran deducirse varias conclusiones. No citar ms que una, aquella que precisamente habla con mayor claridad contra m mismo, pero que prueba, al propio tiempo, con cunta sinceridad cuento este sueo. Me ha sucedido muchas veces, al dar algn escrito mo a la imprenta, que observaba demasiado tarde, cuando ya era imposible cambiar nada, que hubiera podido decir todo aquello mucho mejor, o incluso que haba omitido los hechos principales. Y eso suele ponerme de muy mal humor. Creo que tal es la explicacin. Una aventura, que no es rara en m, se expresa bajo for

    ; ma escnica en est sueo. Por otra parte, me sucede muchas veces que ' en sueos recibo informes de un tercero: es simplemente la reflexin pues

    ta en dilogo.

    Agrada la modestia de este comentario. Lichtenberg estable, ce entre su sueo y una experiencia consuetudinaria una relacin de texto a traduccin; hay una diferencia de lenguaje entre el

    uno y la otra. Su interpretacin me convence ms que la de un psicoanalista, que aun aqu pretendera ver una fantasa uterina y reconocer en el tercero quin sabe por qu al padre del complejo de Edipo. Me parece que Lichtenberg da pruebas de gran cordura al considerar sus sueos ante todo como expresiones particularmente claras de ciertos rasgos de su carcter, y de ciertas etapas de su aventura espiritual.

    El ltimo sueo que apunt (en febrero de 1799, quince das antes de su muerte) es, en su angustiada chocarrera, el reflejo de toda su actitud ante la vida. En l encontramos su desprecio de la existencia, su debilidad por las contradicciones absurdas y cmicas de nuestras ocupaciones, su inclinacin a tomar en serio todo lo que es chusco:

    Encontrndome de viaje, coma en una posada, o ms exactamente en una barraca a la orilla del camino, donde haba hombres que jugaban a los dados. Frente a m estaba sentado un joven de buen aspecto, que pareca un poco evaporado y que, sin cuidarse de las gentes, sentadas o de pie, que all se encontraban, tomaba su sopa. Sin embargo, de cada dos o tres, tiraba al aire una cucharada, la reciba de nuevo en la cuchara y la tragaba tranquilamente.

    Lo que para m constituye la singularidad de este sueo es que yo haca en l mi observacin habitual: cjue semejantes cosas no pueden ser inventadas, que es preciso verlas (quiero decir, que a un novelista jams le vendra semejante idea); no obstante, yo acababa de inventarlo en el instante mismo. ,

    En la mesa donde se jugaba a los dados s encontraba una mujer alta ' y flaca, que estaba tejiendo. Yo le pregunt qu cosa se poda ganar all.

    Me contest: Nada!, y cuando le pregunt si poda perder algo, me dijo: N o! Este juego me pareca importantsimo. .

  • LA CANDELA ENCENDIDA 4 5 .Lichtenberg no penetr ms all en la Noche romntica que

    lo atraa, y a cuyo umbral se detuvo, curioso y timorato. Entrevio todo el partido que se poda sacar del sueo para llegar a un conocimiento ms profundo de la psicologa individual. Si fu el primero que pens en relacionar la creacin onrica con la invencin de los mitos, no parece haberse detenido nunca erf la

    cualidad potica de los sueos.,A veces lleg a pensar que Sueo y Realidad eran dos aspectos, igualmente verdaderos o igualmente ilusorios, de una misma existencia; pero no se decidi por el Sueo. No lo asimil nunca a una forma de conocimiento de la Naturaleza, y sus intuiciones msticas slo fueron eso: intuiciones. Mstico sin progreso interior y sonador sin fuerza creadora, Lichtenberg nos deja la imagen de su soledad, en una habitacin llena de libros y de instrumentos cientficos, junto a su candela encendida. Vendrn otros que apaguen la candela y que salgan' a adorar la Noche bajo las estrellas. Ya no los atemorizarn las tinieblas interiores; en el camino misterioso que desciende a ellas, se sentirn ms Seguros que bajo la 'luz del sol.

    BIBLIOGRAFA

    G. C. L ic h t e n b e r g , Verniischte Scbriften (1800-1806 y 1844-1853).Apho- rismen, ed. Albert Leitzmann (1902-1908).V c t o r B o u il l ie r , G. C. Lichtenberg (Pars, 1914) (con una seleccin de aforismos traducidos). tAforismos de G. C. Lichtenberg, seleccionados, traducidos y prologados por G. Thiele, Buenos Aires, 1942].

  • I I .

    EL LABERINTO TERRESTRE

    Y asi vagaba, s in apoyo, sin gu ia} p o r lo s abismos d e la m eta fsica .

    M o r it z

    I

    Cuando Jean Paul, todava desconocido, concluy en 1792 la primera de sus grandes novelas lricas, La logia invisible envi su manuscrito a un hombre a quien no conoca sino por sus obras, pero en quien adivinaba una posible simpata. En efecto, Karl Philipp Moritz le di una entusiasta acogida. Tres aos despus Jean Paul se inspir en 'este primer jean-pauliano, a quien nunca llegara a conocer, para'trazar el personaje ms etreo de su Hesperus. La escena en que el mago hind Emmanuel Dahor predice su propia muerte y luego abandona la vida en un admirable sueo fu escrita, en Franconia, la misma noche en que mora, en Berln, el modelo de Emmanuel.

    En su potica, Jean Paul clasifica a Moritz, al lado de Novalis, entre los genios femeninos que, a medida, que su canto se extingue, se hacen ms puros y delicados, y que, enmudecidos por el cielo, se atormentan en vano por expresar sus sentimientos.

    Ms de quince volmenes sobre los temas ms diversos, escritos a lo largo de una docena de aos, atestiguan la incesante inquietud de Moritz, que muri tuberculoso a los treinta y seis aos, deipus de ua vida en que no haban faltado ni miserias fsicas, ni angustias materiales, ni catstrofes morales. No existe hombre ni obra en quienes de tal manera se encuentren y choquen porque en Goethe se harmonizaban todas las tensiones interiores y todas las contradicciones de la poca. Educadouen, medios quietistas y pietistas, tras de pagar su tributo al Sturm und Drang en un drama de juventud y dejarse seducir un instante por el racionalismo berlins, Moritz se acerca al clasicismo weimariano en sus escritos estticos, mientras.,que sus obras de imaginacin vienen a ser algo como las primeras efusiones de un romanticismo del xtasir, ~del~sueo y de la irona, que ser luego el de Jean Paul y el de Novalis. Y la pintura que, en su novela autobiogrfica A nton Reiser, nos ha dejado del mundo de los modestos artesanos en que l naci, de los colegios en que sufri

    46

  • EL LABERINTO TERRESTRE 47bajo la frula de la Aufklrung, de las bambalinas de teatro y de los auditorios de teologa a que fu a dar, evoca los contrastes sociales de una extraa Alemania; all se unen caprichosamente el culto del saber y el respeto al latn con la brutalidad de la poblacin media; los intelectuales volterianos se codean con las sectas de iluminados y la existencia completamente medieval de los pequeos artesanos.

    Pero los peores antagonismos los encuentra en su propia naturaleza, ansiosa y sedienta de tranquilidad obsesionada por el temor de la muerte y el llamado al propio aniquilamiento, apegada a las alegras presentes y evadindose sin cesar hacia el recuerdo amado o hacia el porvenir luminoso, tentada igualmente por el escepticismo y por el abandono mstico.

    Hijo de un obosta de Hannover, Karl Philipp tuvo una infancia muy dura; la indigencia y la profunda desavenencia de sus padres, el ascetismo de su padre, exagerado hasta el absurdo, la apocada humildad de su madre, crearon pronto en el nio ese deseo de huida, esa inadaptacin a la vida cuyos rastros se encuentran en cada lnea de sus escritos.

    Muy apasiqnado_desde-su-infancia-porel teatro, a los diecinueve aos sale de Hannover a pie, tras una" compaa de cmicos en que esperaba ser admitido. Fracasa, cae en una profunda miseria, lleva una vida de vagabundo, pero se recobra para representar un nuevo papel: renuncia al teatro y se inscribe en la Facultad de Teologa de la pequea Universidad de Erfurt. Pronto pierde una vez ms el inters y emprende largas caminatas a travs de Alemania: intenta ser recibido en una comunidad morava en Barby, reanuda sus estudios de teologa en Wittenberg, ensea en el Philanthropinum de Dessau, pero al poco tiempo rie con el autoritario Bassedow.

    Desde 1778 ensea en Berln, en el Gimnasio del Gaustr Gris, uo"7lt:-lus- baluartes del racionalismo. Entretanto, ha llegado a realizar uno de los sueos. de su infancia: ser un gran predicador. Todos corren a escucharlo, y su manera de predicar

    d e ba de ser muy singular. Hablaba al corazn dice- un testigo, pero no haba que verlo si no quera uno echarse a rer. Sus ademanes exagerados de hombre nervioso, su gran estatura, su cuerpo flaco y desmadejado, su nariz de trompeta y sus labios gruesos en un rostro gesticulante reflejaban demasiado claramente su desequilibrio interior.

    Un largo viaje a pie hasta Inglaterra y nuevas peregrinaciones a travs de Alemania alternan con tareas de periodista y traduc-

  • tor. Recibe el sello del todopoderoso racionalismo en la capitalprusiana, aunque esto no le ayuda a poner en paz sus conflictosinteriores, pues nada es ms contrario a su naturaleza que estaactitud.

    Se ignoran las causas que, en 1786, lo hicieron abandonar bruscamente en Berln la situacin que haba .conquistado y la carrera literaria que haba iniciado venturosamente. Debi experimentar una vez ms ese gusto por los viajes a pje, sin seguridades de ninguna especie, que hasta su muerte fueron su respuesta

    a l a s oleadas de la angustia interior. Esta vez parti hacia Italia, despus de haberse comprometido a entregar a