bayly jaime - el peor viaje de mi vida

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orría una brisa fresca en Miami ese jueves por la noche. Terminé de empacar, viendo las noticias en la tele. Llevaba cuatro maletas llenas de regalos para las niñas y encargos familiares. Debía estar en el aeropuerto antes de las diez. El vuelo saldría a medianoche. Salí de casa con un espíritu risueño, silbando despreocupado, pensando con ilusión en que unas horas después besaría a mis hijas, les daría sus regalos y las llevaría al colegio. El vuelo se me haría leve. ¡Qué placer era vivir entre Miami y Lima! Podía disfrutar de lo mejor de ambos mundos. ¡No había duda, era un chico con suerte! -Al aeropuerto, por favor -le pedí al taxista, que extrañamente no hablaba una palabra de español. Comí un par de plátanos en el camino, mientras sufría calladamente la parsimonia exasperante del conductor, que manejaba a 30 millas por hora, siendo sobrepasado por todos los vehículos motorizados que salían de Key Biscayne. Le pedí que fuese más rápido, pero se negó secamente, alegando que podía ser multado. -Paciencia, chino -me dije con resignación. Nada más llegar al aeropuerto, y a sabiendas de que viajaba con cuatro abultadas maletas, busqué de inmediato a un cargador para que me ayudase a llevar mi equipaje. Eché un rápido vistazo y advertí la presencia de un hombrecillo uniformado, al que hice señas de inmediato. -Maletero, ¿me ayuda por favor? -le dije en mi mejor inglés.

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  • Jaime Bayly - El peor viaje de mi vida

    Corra una brisa fresca en Miami ese jueves por la noche. Termin de empacar, viendo las noticias en la tele. Llevaba cuatro maletas llenas de regalos para las nias y encargos familiares. Deba estar en el aeropuerto antes de las diez. El vuelo saldra a medianoche. Sal de casa con un espritu risueo, silbando despreocupado, pensando con ilusin en que unas horas despus besara a mis hijas, les dara sus regalos y las llevara al colegio. El vuelo se me hara leve. Qu placer era vivir entre Miami y Lima! Poda disfrutar de lo mejor de ambos mundos. No haba duda, era un chico con suerte! -Al aeropuerto, por favor -le ped al taxista, que extraamente no hablaba una palabra de espaol. Com un par de pltanos en el camino, mientras sufra calladamente la parsimonia exasperante del conductor, que manejaba a 30 millas por hora, siendo sobrepasado por todos los vehculos motorizados que salan de Key Biscayne. Le ped que fuese ms rpido, pero se neg secamente, alegando que poda ser multado. -Paciencia, chino -me dije con resignacin. Nada ms llegar al aeropuerto, y a sabiendas de que viajaba con cuatro abultadas maletas, busqu de inmediato a un cargador para que me ayudase a llevar mi equipaje. Ech un rpido vistazo y advert la presencia de un hombrecillo uniformado, al que hice seas de inmediato. -Maletero, me ayuda por favor? -le dije en mi mejor ingls. No caba la menor duda de que ese moreno uniformado esperaba con impaciencia la llegada de un cliente como yo, cargado de maletas y dispuesto a darle una buena propina. -No soy maletero -me dijo, algo irritado. -Y entonces por qu lleva uniforme de maletero y est aqu parado? -le pregunt, dndomelas de listo. -Porque soy piloto de avin y me provoc fumar un cigarrillo -contest, clavndome una mirada exenta de toda ternura. -Mil disculpas -le dije, abochornado, y comprend que a esa hora de la noche ya no haba maleteros en el aeropuerto de Miami y que yo mismo deba arrastrar mis voluminosas maletas hasta el counter. Cuando, minutos despus, tras jalar penosamente mis cuatro maletas, llegu al mostrador de la aerolnea, ya sudaba y tena las manos devastadas y enrojecidas. Tom aire, me promet olvidar ese minsculo incidente y saqu con el debido orgullo mi tarjeta platino. -Qu rico es ser platino -pens-. As da gusto viajar. Veinte minutos ms tarde, segua haciendo la cola de platino, que era ms larga que la de econmica, y empec a darme cuenta de que todo el mundo

    ROBERTO FABIAN LOPEZEDITADO POR "EDICIONES LA CUEVA"

  • pareca tener una tarjeta platino. Pero no perd la paciencia y me dije que los ciudadanos civilizados saben esperar en cola sin exasperarse. Finalmente, lleg mi turno y me llamaron. Me acerqu con una gran sonrisa, entregu mi pasaporte y dije mi cdigo de reserva, pues el pasaje ya haba sido pagado y slo deba recogerlo. -Gracias por preferinos nuevamente -me dijo la mujer que me atendi-. Slo ser un momentito. Una hora despus, yo segua contemplando las arrugas de su cara y ella continuaba golpeando frenticamente las teclas de la computadora. Primero no poda localizar mi reserva. Luego no salan bien las tarifas. Enseguida se cay el sistema. A poco de reanudarse, tom una llamada telefnica que, a juzgar por sus susurros y sonrisas, era de ndole amorosa/genital. Cuando, gracias a la divina provindencia, tuvo todo listo para emitir mi pasaje, la impresora se atasc. Tuvo que llamar al supervisor, que al parecer haba ingerido una sobredosis de calmantes, pues se mova con una pereza sobrehumana. Por suerte, repararon la mquina y, pasada una hora de espera, me entregaron mi boleto areo. Yo pens que olvidaran cobrarme las dos maletas de exceso. -Son ciento cincuenta dlares de sobrepeso -me dijo la seora, y no me qued ms remedio que pagar, mientras rumiaba secretamente un plan para poner dinamita en el centro comercial de Dadeland, donde termino siempre dilapidando mis magros ahorros para despus pagarle sobrepeso a esa odiosa seora! Le pagu en efectivo y pens que si el sobrepeso se pagase siempre, ella estara masivamente endeudada, a juzgar por la protuberancia de su vientre. Tratando de mantener alta la moral, pues finalmente volva a Lima, lo que siempre es motivo de alegra, camin resueltamente a la puerta de embarque. Mir el reloj: el vuelo deba partir en poco ms de media hora. Haba sufrido un fastidioso retraso, pero ahora todo sera placentero. -El vuelo est demorado tres horas -me inform una seorita en la puerta de embarque, y al ver los rostros abrumados de los pasajeros, comprend que no menta. Le pregunt a qu oscura razn debamos atribuir esa tardanza. -Cambio de tripulacin -fue su crptica y brevsima respuesta. -No te desanimes, chino -pens, porque me gusta ser optimista, y sonre aliviado al recordar que poda esperar esas tres largas horas en el comodsimo saln vip, al que me dirig sin prdida de tiempo. -No puede entrar, usted no es socio vip -me dijo, en la puerta de dicho exclusivo saln, un empleado de la aerolnea. -Pero viajo en ejecutiva -me defend. -S, pero a Sudamrica -pas al ataque el muchachito. -Y qu? Acaso no tengo derecho a usar el saln vip por viajar en business class? -Slo si viaja a Europa -fue su respuesta cortante. No hay duda: Sudamrica es la regin del futuro, porque ahora mismo, en el

  • presente, no es regin vip como Europa. Paciencia. Tampoco iba a pelearme con ese joven de tan speros modales. Regres humildemente a la puerta de embarque y me sent a leer, aunque no pude pasar de un prrafo, porque termin hablando de poltica con mis queridos compatriotas. Al subir al avin, ya bastante cansado, decid pasar un segundo por el bao y me encontr cara a cara con el afroamericano uniformado que haba confundido con un maletero llegando al aeropuerto. -Nuevamente -le dije, sorprendido. -Qu hace usted ac? -Soy el capitn del avin -me dijo, y yo, lleno de vergenza, balbuce algo idiota y me refugi en el bao. No olvid elevar unas sentidas plegarias cuando despeg el avin. Ped una cena ligera y eleg American Beauty entre las pelculas que me ofrecieron. Debo decir que no pude disfrutar de la comida, por dos razones que mencionar en orden de importancia: el pasajero sentado a mi lado era vctima al parecer de un agudo desorden estomacal, lo que dio lugar a una constante y abusiva descarga de flatulencias por su parte, lo que me tena considerablemente disgustado, pero qu poda hacer, tampoco iba llamar al capitn y decirle oiga, mil disculpas por decirle maletero, pero le ruego que me salve porque este gordo me est matando a gases; y, como si fuera poco, una vez concluida la cena, el obeso pasajero que el destino sent a mi costado pidi un caf, humeante bebida que le fue entregada y, tras deslizarse por la bandeja, acab exactamente en mi entrepierna, provocndome al comienzo una calentura bienhechora y enseguida una quemazn de los diablos que calcin mi entera virilidad y me arranc un grito desde el fondo de mi alma. -Mis huevos! Me ha quemado los huevos! -grit, perdiendo la compostura, pero hay que reconocer que no era leve el dolor. Las azafatas corrieron y se fatigaron en mimos y atenciones, alcanzndome toallitas y consolndome con frases afectuosas, y el gordo que me derram su caf hirviendo se deshizo un disculpas y, de paso, sigui deshacindose en gases, pero nada poda devolverme ya la frescura en la entrepierna: el dao estaba hecho. Entonces, tratando de olvidar el mal rato, pens que slo la gozosa contemplacin de American Beaty poda hacerme olvidar tantos percances. Apret play y me dispuse a disfrutar una vez ms de la notable actuacin de Kevin Spacey. Apenas comenzaba la pelcula cuando un asistente de vuelo toc bruscamente mi brazo, me salud con una extraa familiaridad y empez a contarme las ltimas novedades de su vida, una vida que l encontraba apasionante y que a m en cambio me pareca perfectamente prescindible. Yo quera ver mi pelcula, pero este improbable caballero no paraba de hablarme! El asunto se poda resumir fcilmente: no le gustaba ser aeromozo, l quera ser cantante famoso. Yo pensaba: suerte gil, ojal vendas muchos discos, pero ahora djame ver mi pelcula y deja de castigarme con tu aliento de anticuchero, por el amor de Dios! Pero no tuve valor para callarlo y aguant estoicamente su presencia, su obtuso soliloquio, esa obscena demostracin de fe en s mismo. Lo odi y no pude ver mi pelcula. -Ojal tengas mucho xito como cantante -le dije ms de una vez, pero en realidad pensando: ojal te quedes mudo, cabrn. Baj del avin sin haber visto mi pelcula, intoxicado por los gases de mi vecino, con los testculos achicharrados por el caf que me cay encima,

  • pero feliz de pisar nuevamente el bendito suelo que me vio nacer. Hora y media ms tarde, segua pisando ese suelo, pero ya no me pareca tan bendito, porque mis maletas no aparecan. -Pia, Jaimito -me dijo, con espritu deportivo, un cargador-. Ya salieron todas las maletas. Otro da llegarn las tuyas. -Pia -dije, resignado, y habl con una empleada de la aerolnea, que me asegur que mis maletas llegaran en el siguiente vuelo. Eran las ocho de la maana. Sal del aeropuerto. Tom un taxi. Me adentr en la espesura inverosmil del trfico limeo. No haba dormido, probablemente haba quedado impotente por unas quemaduras de segundo grado, haba perdido mis maletas, el trfico no se mova, pero al menos estaba en Lima, mi ciudad, y eso compensaba tantas amarguras. Me acomod en el asiento trasero, cerr los ojos y qued dormido. De pronto despert sobresaltado. Un sujeto tocaba violentamente el vidrio del auto y me sonrea, gritando algo que yo no alcanzaba a comprender. Sigui golpeando como un demente. Me mostraba un ejemplar de mi ltima novela. Baj la luna y lo escuch: -Ya, pues, Jaimito, no seas angurriento, compra tu libro. -Cmo te voy a comprar ese libro, si es pirata? -le espet, indignado. -Compra noms, Jaimito, no te hagas el estrecho -grit el vendedor. Eso ya fue demasiado. No pude seguir siendo amable. El viaje haba sido una pesadilla y ahora este energmeno me despertaba para venderme mi libro pirateado! Le arrebat el libro y lo arroj a la calle. -No me vuelvas a despertar, idiota! -le grit, mientras el chofer aceleraba y me alejaba de tan indeseable sujeto, cuyos gritos rencorosos alcanc a or: -Saludos a Coco Marusix! Call unos minutos y procur olvidar esa sucesin de incidentes desafortunados. Entonces el taxista me pregunt: -Hasta cundo te quedas por ac, Jaimito? La respuesta me sali del alma: -El resto de mi vida. No vuelvo a subirme a un avin. El chofer guard silencio unos segundos, como si estuviera meditando algo grave, y volvi a preguntar: -Oye, Jaimito, y es verdad que salas con Coco?