baudrillard (1989) videÓsfera y sujeto fractal

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LECTURAS V I D E O S F E R A Y S U J E T O F R A C T A L JEAN BAUDRILLARD MORFOLOGIAWAINHAUS 1, 2 | DG | FADU | UBA

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LECTURAS

V I D E O S F E R A Y S U J E T O F R A C T A L

JEAN BAUDRILLARD

MORFOLOGIAWAINHAUS1, 2 | DG | FADU | UBA

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La trascendencia ha estallado en mil fragmentosque son como las esquirlas de un espejo donde to-davía vemos reflejarse furtivamente nuestra ima-gen, poco antes de desaparecer.

Como fragmentos de un holograma, cada es-quirla contiene el universo entero. La característi-ca del objeto fractal es la que toda la informaciónrelativa al objeto está encerrada en el más pequeñode sus detalles. De la misma manera podemos ha-blar hoy en día de un sujeto fractal que se difractaen una multitud de egos miniaturizados todos pa-recidos los unos a los otros, se desmultiplica segúnun modelo embrionario como en un cultivo bioló-gico, y satura su medio por escisiparidad hasta elinfinito. Como el objeto fractal se asemeja puntopor punto a sus componentes elementales, el suje-to fractal no desea otra cosa más que asemejarse encada una de sus fracciones. Envuelve más acá detoda representación, hacia la más pequena fracciónmolecular de sí mismo. Extraño Narciso resulta:no sueña ya con su imagen ideal sino con una fór-mula de reproducción genética hasta el infinito.Semejanza indefinida del individuo a sí mismo yaque se resuelve en sus elementos simples. Desmul-tiplicado por doquier, presente en todas las panta-llas, pero en todas partes fiel a su propia fórmula,a su propio modelo. La diferencia cambia de senti-do de golpe. Ya no es la diferencia entre un sujetoy otro, es la diferenciación interna del mismo suje-to hasta el infinito. Y la fatalidad que lo gobiernaes del orden del vértigo interior, de la explosión enlo idén tico, del espejismo no ya de su propia ima-gen, sino de su propia fórmula de síntesis. Aliena-dos, nosotros ya no lo estamos a los otros y por losotros, lo estamos a nuestros múltiples clones vir-tuales. Es como decir que ya no lo estamos del to-do... El sujeto actual ya no está alienado, ni dividi-do, ni lacerado.

El horizonte sexual y social de los otros ha de-saparecido virtualmente y el horizonte mental se ha

restringido a la manipulación de las imágenes y delas pantallas. Por tanto tiene todo lo que necesita.¿Por qué debería preocuparse por el sexo y el deseo?Pendiente de las redes nace el desafecto de los de-más, de sí, contemporáneo a la forma desértica delespacio generado por la velocidad, de aquélla de losocial generado por la comunicación y por la infor-mación, de aquélla del cuerpo generado por sus in-numerables prótesis. Todo lo del ser humano, de sucuerpo biológico, muscular, animal, ha pasado a lasprótesis mecánicas. Nuestro mismo cerebro ya noestá en nosotros, fluctúa alrededor de nosotros enlas innumera bles ondas hertzianas y ramificacionesque nos circundan. No es ciencia ficción, es simple-mente la generalización de la teoría de McLuhansobre las «extensiones del hombre». Simplemente, afuerza de hablar de la electrónica y de la cibernéti-ca como extensiones del cerebro, de alguna maneraes el cerebro mismo el que se ha transformado enuna extensión artificial del cuerpo, y que por tantoya no forma parte de él. Se ha exorcizado el cerebrocomo modelo, para accionar mejor sus funciones.Se ha formado una prótesis en el interior mismo delcuerpo. Así es la espiral del ADN: una verdaderaprótesis en el interior del individuo, de cada una desus células. Y esto vale para todo el cuerpo, es elcuerpo mismo el que se ha transformado en una ex-tensión artificial de sus mismas prótesis. McLuhanve todo esto, de una forma muy optimista, comouniversalización del hombre a través de sus exten-siones mediatizadoras... En realidad en lugar degravitar alrededor de él en un orden concéntríco,todas las partes del cuerpo del hombre, comprendi-do su cerebro, se han satelizado alrededor de él enun orden excéntrico, se han puesto en órbita por símismas y, de golpe, con relación a esta extroversiónde sus mismas tecnologías, a esta multiplicación or-bital de sus mismas funciones, es el hombre el quese hace exorbitado, es el hombre el que se hace ex-céntrico. Respecto a los satélites que ha creado y ha

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traordinario. Es el único objeto sobre el que con-centrarse, no como fuente de placer o de sexo, sinocomo objeto de responsabilidad y desolado esmero,con la obsesión del aflojamiento y de la contra-prestación, signo y anticipación de la muerte, a lacual nadie sabe ya dar otro sentido que el de su pre-vención perpetua. El cuerpo se mima con la certe-za perversa de su inutilidad, con la certeza total desu no-resurrección. Ahora el placer es un efecto deresurrección del cuerpo, algo por lo cual el cuerposobrepasa este equilibrio hormonal, vascular y die-tético obsesivo en el cual se le quiere encerrar, esteexorcismo de la forma y de la higiene. Por tantohay que hacer olvidar al cuerpo el placer como gra-cia actual, su metamorfosis posible en otras apa-riencias y consagrarlo a la conservación de una ju-ventud utópica y, de cualquier modo, perdida; por-que el cuerpo que se plantea la cuestión de su exis-tencia ya está medio muerto, y su culto actual, mi-tad yoga y mitad éxtasis, es una preocupación fúne-bre. El cuidado que se toma con él mientras está vi-vo prefigura el maquillage de las «funeral homes», lasonrisa insertada sobre la muerte.

Porque está todo ahí, en la inserción. No se tra-ta de ser y ni siquiera de tener un cuerpo, sino deestar insertados sobre su propio cuerpo. Insertadossobre el sexo, sobre su propio deseo. Conectadoscon vuestras funciones como sobre diferenciales deenergía o pantallas de video. Hedonismo insertado:el cuerpo es un escenario cuya curiosa melopea hi-gienista circula entre los innumerables gimnasiosde reeducación, de crecimiento muscular, de esti-mulación y simula ción que describen una obsesióncolectiva asexuada.

A la que hace eco la otra obsesión: la de estar in-sertados sobre el propio cerebro. Lo que la gentecontempla o cree contemplar en la pantalla de suword-processor o de su ordenador es la acción de supropio cerebro. Hoy ya no es en el hígado o en lasvísceras y ni siquiera en el corazón o en la miradadonde se trata de leer, sino simplemente en el cere-bro, del cual se quisieran hacer visibles sus millonesde conexiones, y asistir a su actividad como en unvideo-juego. Todo este esnobismo cerebral y elec-trónico es de una gran afectación. Lejos de ser elsigno de una antropología superior no es más queel síntoma de una antropología simplificada, redu-cida a excrecencia terminal de la médula espinal.Pero asegurémosnos: todo esto es menos científicoy operativo de lo que se piensa. Todo lo que nos

puesto en órbita es el hombre el que hoy, con sucuerpo, su pensamiento, su territorio, se ha hechoexorbitante.

Ya no está inscrito en ningún sitio. Está exins-crito en su propio cuerpo, en sus propias funciones.

Desde hoy, sin hablar de la desmultiplicacióngenética, existe una desmultiplicación fractal de lasimágenes y de las apariencias del cuerpo.

Vistos muy de cerca, todos los cuerpos, todoslos rostros, se asemejan. El primer plano de un ros-tro es tan obsceno como un sexo visto desde cerca.Es un sexo. Cada imagen, cada forma, cada partedel cuerpo vista desde cerca es un sexo. La promis-cuidad del detalle, el aumento del zoom toman unvalor sexual. La exorbitancia de cada detalle o aunla ramificación, la multiplicación serial del mismodeta lle nos atraen.

Promiscuidad extrema de la pornografía, quedescompone los cuerpos en sus mínimos elemen-tos, los gestos en sus mínimos movimientos. Ynuestro deseo se dirige a estas nuevas imágenes ci-néticas, numéricas, fractales, artificiales, de síntesis,porque todas son de mínima definición. Casi se po-dría decir que son asexuadas como las imágenesporno, por exceso de verdad y de precisión. Pero decualquier forma ya no buscamos en estas imágenesuna riqueza imaginaria, buscamos el vértigo de susuperficialidad, el artificio de su detalle, la intimi-dad de su técnica. Nuestro verdadero deseo es el desu artificialidad técnica y de nada más.

Lo mismo para el sexo. Exaltamos el detalle dela actividad sexual como, sobre una pantalla o bajoun microscopio, el de una operación química obiológica. Buscamos la desmultiplicación en obje-tos parciales, y la satisfacción del deseo en la sofis-ticación técnica del cuerpo. Así como ha cambiadoen sí mismo por la liberación sexual, éste ya no esmás que una diversibilidad de las superficies, unpulular de objetos múltiples, donde su finitud, surepresentación deseable, su seducción, se pierden.Cuerpo metastásico, cuerpo fractal sin esperanza deninguna resurrección.

El que se desliza sobre el skateboard con suwalkman, el intelectual que trabaja con su word-processor, el «rapper» del Bronx que gira frenética-mente en el Roxy o en otro lugar, el «jogger», el«body builder»: en todas partes la misma blanca so-ledad, la misma refracción narcisista, ya sea que sedirija al cuerpo o a las facultades mentales.

En todas partes el espejismo del cuerpo es ex-

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fascina, es el espectáculo del cerebro y de su funcio-namiento. Quisiéramos que nos fuese permitidocontemplar el proceder de nuestros pensamientos—y esto es una superstición.

Así el universitario trabajando con su ordena-dor, corrigiendo, retocando, adulterando sin pausa,haciendo de este ejercicio una especie de psicoaná-lisis interminable, memorizándolo todo para huirdel resultado final, para rechazar la fecha de lamuerte y, la fatal, de la escritura, gracias a un eter-no feedback, a una eterna interacción con la máqui-na, cuyo funcionamiento se identifica con el delmismo cerebro. Maravilloso instrumento de magiaesotérica: efectivamente, cada interacción se reducesiempre a un diálogo sin fin con una máquina. Mi-rad al nino y su ordenador en la escuela: ¿creéis quelo hemos hecho interactivo, que lo hemos abierto almundo? Sólo se ha logrado crear un circuito inte-grado niño-máquina. El intelectual ha encontradofinalmente el equivalente de lo que el teenager ha-bía encontrado en la cadena musical y en el walk-man: ¡una desublimación espectacular del pensa-miento, la videografía de sus pensamientos!

En el Palace, el video domina la pista como laspantallas dominan una sala de radiocomando o co-mo la cabina de los técnicos domina el estudio te-levisivo o radiofónico. Y la misma sala es un am-biente fluorescente con una iluminación puntifor-me, efectos estroboscópicos, danzantes barridos porlos haces de luz —los mismos efectos de una pan-talla—. Y todos son conscientes de ello.

Hoy en día en ninguna dramaturgia del cuerpo,en ninguna performance puede faltar una pantallade control; no para verse o reflejarse con la distan-cia y la magia del espejo, sino como refracción instantánea y sin profundidad. En todas partes elvideo no sirve más que para esto: pantalla de refrac-ción estática que ya no tiene nada de la imagen, dela escena o de la teatralidad tradicional, que no seutiliza de ninguna manera para interpretar o con-templarse, pero que empieza a ser útil por doquier—a un grupo, a una acción, a un acon tecimiento,a un placer— a estar insertados sobre sí mismos. Sinesta inserción circular, esta red breve e instantáneaque un cerebro, un objeto, un acontecimiento, unrazonamiento crean insertándose sobre sí mismos,sin este video perpetuo, nada tiene sentido hoy. Elestadio video ha reemplazado al estadio del espejo.No es narcisismo y se yerra abusando de este térmi-no para describir este efecto.

No es un imaginario narcisista el que se desarro-lla alrededor del video o de la estéreo-cultura, es unefecto de autoreferencia desolada, es un cortocircui-to que inserta inmediatamente el idéntico en elidéntico y por tanto subraya, al mismo tiempo, susuperficial intensidad y su profunda insignificancia.

Es el efecto especial de nuestro tiempo. Seme-jante es también el éxtasis de la polaroid: tener ca-si simultáneamente el objeto y su imagen, como sise realizara esta vieja física, o metafísica de la luz, enla cual cada objeto segrega copias, clichés de sí mis-mos que captamos a través de la vista. Es un sueño.Es la materialización óptica de un pro ceso mágico.La fotografía polaroid es como una película estáti-ca desprendida del objeto real.

En el corazón de esta videocultura siempre hayuna pantalla, pero no hay forzosamente una mira-da. La lectura táctil de una pantalla es completa-mente diferente de aquélla de la mirada. Es una ex-ploración digital, donde el ojo circula como unamano que avanza según una línea discontinua ince-sante. La relación con el interlocutor en la comuni-cación, con el saber en la información, es del mis-mo orden: táctil y exploratoria. La voz por ejem-plo, en la nueva informática, o también por teléfo-no, es una voz táctil, una voz nula y funcional. Yano es exactamente una voz, así como para la panta-lla ya no se trata exactamente de una mirada. Todoel paradigma de la sensibilidad ha cambiado; por-que esta tactilidad no es el sentido orgánico del tac-to. Esta significa simplemente la contiguidad epi-dérmica del ojo y de la imagen, el final de la distan-cia estética de la mirada. Nos acercamos infinita-mente a la superficie de la pantalla, nuestros ojosestán como diseminados dentro de la imagen. Yano tenemos la distancia del espectador con relacióna la escena, ya no hay convención escénica.

Y si caemos tan fácilmente en esta especie decoma imaginario de la pantalla, es porque ésta de-linea un vacío perpetuo que estamos prontos a col-mar. Prosemia de las imágenes, promiscuidad delas imágenes, pornografía táctil de las imágenes.No obstante, paradójicamente, la imagen queaquélla presenta está siempre a años luz de distan-cia. Siempre es una tele-imagen. Está situada a unadistancia muy especial que no se puede definir másque como ínsuperable para el cuerpo. La distanciadel lenguaje, de la escena, del espejo, es superablepara el cuerpo: y es en esto en lo que permanecehumana y se presta al cambio.

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La pantalla misma es virtual, y por tanto intras-pasable porque no se presta más que a esta formaabstracta, definitivamente abstracta, que es la co-municación.

En el espacio de la comunicación, las cosas, loshombres, las miradas están en estado de contactovirtual incesante, y no obstante esto no se tocan ja-más. Porque en aquél ni la distancia, ni la proximi-dad son las del cuerpo en relación a lo que lo rodea.La imagen virtual está demasiado cercana y dema-siado lejana al mismo tiempo; demasiado cercanapara ser verdadera (por tener la proximidad verda-dera de la escena), demasiado lejana para ser falsa(por tener la fascinación del artificio). De ello resul-ta que no es ni verdadera ni falsa y que crea una di-mensión que no es ya exactamente humana. Lapantalla del ordenador y la pantalla mental denuestro cerebro están en una relación moebiana,tomadas en la misma espiral entrelazada de un ani-llo de Moebius. Porque la información, la comuni-cación vuelven siempre sobre sí mismas, en una es-pecie de circunvalación incestuosa: funcionan enuna continuidad superficial del sujeto y del objeto,del interior y del exterior (del acontecimiento y dela imagen, etc.) que no puede resolverse más que enun anillo, simulando la figura matemática del infi-nito.

Así, tomen al Hombre Virtual con su aparatofotográfico: no es esclavo de ello como lo sería deuna máquina. Ni libre, por otra parte; es un servi-dor objetivo, asignado al aparato como el aparato lees asignado, por una involución del uno en el otro,una refracción virtual del uno por el otro. El apara-to hace lo que el fotógrafo quiere que haga, pero es-te último no realiza de nuevo más que lo que la má-quina está programada para hacer. Es un operadorde virtualidad, y su función no es más que, en apa-riencia, la de captar el mundo, en realidad es la deexplorar todas las virtualidades de un programa, co-mo el jugador aspira a agotar todas las virtualidadesdel juego. Está ahí, por otra parte, la diferencia en-tre un uso «subjetivo» de la fotografía donde el su-jeto permanece armado de una visión reflexiva y es-tética del mundo, y la fotografía virtual, la fotogra-fía como máquina virtual, cuya responsabilidadfrente al mundo es nula, pero las posibilidades dejuego innumerables. Éstas ya no son las del sujetoque capta al objeto, son las del objeto que explotala virtualidad del objetivo. En esta perspectiva, elaparato fotográfico es una máquina que altera toda

voluntad, que cancela toda intencionalidad, y nodeja traslucir más que el puro reflejo del hacer foto-grafías. Borra también la mirada, porque le sustitu-ye el objetivo, que es cómplice del objeto y, portanto, de una inversión de la visión.

La ciudad que han fotografiado durante unajornada, ya no la ven. Y es esta cancelación, esta in-volución del sujeto en la caja negra, esta devoluciónde su visión a aquella otra, impersonal, del aparato,las que son mágicas. En el espejo, es el sujeto el quejuega su real y su imaginario. En el objetivo, y entodas las pantallas en general, y con la ayuda de to-das las técnicas «mass-mediáticas», es el mundo elque se hace virtual, es el objeto el que se libera «enpotencia» y el que se da en espectáculo. Porque, enla fotografía, todas las imágenes son posibles. Y a lainversa, no hay acto ni acontecimiento que no serefracte en una imagen técnica, ni una acción queno desee ser fotografiada, filmada, grabada, virtua -lizada, que no desee confluir en esta memoria y ha-cerse en ésta eternamente reproducible. La compul-sión virtual es la de existir en potencia, en todas laspantallas y en el centro de todos los programas, y setransforma en una exigencia mágica.

¿Dónde está la libertad en todo esto? Es nula.No hay elección fotográfica ni decisión final. Todadecisión es serial, parcial, fragmentaria y fractal. Só-lo la sucesión de las decisiones parciales, la serie mi-croscópica de las secuencias y de los objetos parcia-les constituye el recorrido fotográfico (como el delordenador y de las máquinas análogas). La estruc-tura del gesto fotográfico es «cuántica», un conjun-to aleatorio de decisiones puntiformes.

Y cada fotografía no será nunca más que una delas virtualidades del programa entero, respecto alcual todas las fotografías son posibles e iguales en-tre ellas.

Este es el vértigo de la caja negra. Y es este vér-tigo, esta incertidumbre de la caja negra, lo que po-ne término a nuestra voluntad.

¿Soy un hombre, soy una máquina? Hoy ya nohay respuesta para esta pregunta. Real y subjetiva-mente yo soy un hombre; virtualmente soy unamáquina. Estado original de duda antropológica,completamente comparable al de duda sexual enotra esfera, y a la duda radical relativa al estatutodel sujeto y del objeto en las microciencias. En larelación entre el trabajador y los objetos técnicos ylas máquinas, no hay ninguna duda: el trabajadorsiempre es de algún modo extraño a la máquina y

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consecuentemente está alienado por ella . Con-serva su cualidad de hombre alienado. Mientrasque las máquinas virtuales, las nuevas tecnologías,no me alienan en absoluto. Forman conmigo uncircuito integrado (es el principio del interfaz).Ordenadores, calculadoras, televisiones, videos, ytambién el aparato fotográfico son como lentes decontacto, prótesis transparentes, como integradasen el cuerpo, hasta formar parte de él casi genéti-camente, como los estimuladores cardiacos (otambién aquella famosa «pápula» de Philip K.Dick, pequeño implante publicitario insertado enel cuerpo humano en el nacimiento, que sirve co-mo señal de alarma casi biológica). Voluntario ono el lazo con un terminal «inteligente» es delmismo orden: estructura sometida (no alienada),circuito integrado. La cualidad de hombre o demáquina es indecidible. Generalmente lo virtualno es ni real ni irreal, ni inmanente ni trascenden-te, ni interior ni exterior, borra todas estas deter-minaciones. El fantástico éxito de esta videocultu-ra, como el de la inteligencia artificial, ¿no se de-riva quizá de esta función de exorcismo, del hechode que, en último término, el eterno problema dela libertad ya no se plantea? ¿Soy un objeto, soyun sujeto? ¿Soy libre, soy un alienado? ¡Con lasmáquinas virtuales ya no hay problemas! Ya nosois ni sujetos ni objetos, ni libres ni alienados. Lacuestión de la libertad ya no se puede plantear enun espacio interactivo. En el interfaz de la comu-nicación desaparecen acción y pasión. Libertad,acción, pasión, y generalmente todas las categoríasde la voluntad y de la representación, suponenuna trascendencia, un traslado proyectivo en unatemporalidad que no sea inmediatamente recu-rrente. La libertad es precisamente la posibilidadde actuar de una forma e v e n e m e n c i a l, siempre fu-tura, rival del tiempo mismo, y la posibilidad dedesafiar al tiempo y anticipar sus resultados. Todaforma de recurrencia inmediata, de f e e d b a c k, decontrol y de autocontrol, de retroacción inmanen-te, como es la de la información y la comunica-ción, mata la acción, aniquila la dimensión de li-bertad de la acción.

Del mismo modo la retroacción, el interfaz detodos los momentos del tiempo, obligados tam-bién ellos, como los individuos, como todos lospuntos del espacio, como todos los segmentos deuna red, a comunicar, a permanecer en contacto,aniquila la posibilidad del tiempo libre. Sintomáti-

camente, la problemática del l o i s i r, que hizo losmejores días de la pre y post guerra mundial, hadesaparecido por completo. Porque ya no hay po-sibilidad, y tampoco razón, de arrebatar al tiempoalgún fragmento, de abrir allí algún paréntesis, deapartar al tiempo mismo de su actuación. El con-sumo gozoso (o tedioso, poco importa) del tiempolibre era aún el disfrute de un tiempo alienado porlos apremios, que tenía un valor de cambio comoel dinero, según el célebre adagio, y que por tantose podía economizar para fines útiles. El tiempo li-bre, el l o i s i r, acariciaba aún el sueño de la desalie-nación, la utopía de una «vacación» del tiempo,donde también el vacío de las actividades tenía suaspecto maravilloso. En la interacción o en el in-terfaz, no se trata ya de alienación, ni de ruptura:¿como queréis separar las dos caras de una mem-brana invisible?

Ya no creemos en una esencia propia del tiem-po. Ya no creemos en la libertad de un sujeto quegozaría de su propio vacío, de su ausencia, aun efí-mera, en el l o i s i r . Ya no creemos en la propiedaddel tiempo, ni por tanto en la apropiación, feliz oinfeliz, del tiempo vacío. Ya ni siquiera conoce-mos, en teoría, tiempos muertos en el flujo de lacomunicación. La circulación pura, la interacciónpura ponen fin a los tiempos muertos y al mismotiempo ponen fin al tiempo mismo.

El ente comunicativo, el ente interactivo ya notoma vacaciones. Es absolutamente contradictoriocon su actividad, porque ya no puede abstraerse,ni siquiera mentalmente, de la red operacional enla cual actúa. Como máximo puede hacer una es-tancia en el Club Méditerranée o un crucero porlas Antillas: no demasiado larga, a riesgo de serdespiadadamente desconectado, equivaliendo estabreve interrupción más a un síncope, a un infarto,que a las vacaciones.

En el loisir el tiempo está como puesto en unmarco y colgado a la pared; la gente pasa su tiem-po contemplando su tiempo vacío. Y sabemos quela fatalidad del l o i s i r, por detrás de cualquier acti-vidad lúdica, es la imposibilidad de perder su pro -pio tiempo.

Se renueva constantemente allí el tiempo comotiempo inútil, algo que es profundamente enervan-te. Pero, en conjunto, se tiene en todo caso la im-presión de estar alienados, y esto ya es algo.

Una cosa diferente es un campo interactivo,donde la cuestión del tedio, de la pasividad forza-

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da, de la inutilidad del tiempo no puede ser ya nisiquiera planteada. En la interactividad, ya no nosaburrimos, ya no hay pausa, no hay más que me-tástasis, nuestro tiempo transcurre pendiente de lasredes, en ramificaciones potencialmente infinitas.El tiempo ya no es apremio o lujo: es nuestro p a r t -n e r, que siempre nos recibe. Prohibido desligarnos,en la vida social activa, interactiva, informativa. Ytambién en nuestro lecho de muerte: prohibiciónde arrancar los tubos aunque tengamos gana. El es-cándalo no está tanto en la desobediencia a nues-tra vida como en la desobediencia a la red, a la co-ne xión, a la medicina, a las tecnologías modernas.El mismo principio de la red y de la comunicaciónimplican la obligación moral absoluta de permane-cer conectados.

Las consecuencias de este paso a la video-éticade la conexión continua son graves.

Lo que se puede temer en un primer tiempo esque la videosfera llegue a ser un sistema de control(sobre nosotros y nuestra intimidad) Pero lo quehay que temer mucho más en un segundo tiempo,es el control que se nos da sobre el mundo exter-no. El primer peligro es evidente y banal: es el tra-dicional de la alienación. El. segundo es más sutily perverso: es el que, a través de la presencia-pan-talla en todas sus formas (hasta el amor por teléfo-no), concursa a la inutilidad potencial del mundoexterno. El interfaz video sustituye toda presenciareal, hace superflua toda presencia, toda palabra,todo contacto, solamente en favor de una comuni-cación-pantalla cerebro-visual: acentúa por tanto

la involución en un microuniverso dotado de to-das las informaciones, del cual ya no hay ningunanecesidad de salir. Nicho carcelario con sus pare-des-video.

El viejo temor es el de ser expropiados porquese sabe todo sobre vosotros (Big Brother y la obse-sión policíaca del control). Pero hoy el medio másseguro para neutralizar a alguien no es el de saber-lo todo sobre él, sino el de darle los medios parasaber todo sobre todo. Ya no lo neutralizaremoscon la represión y el control, sino con la infor-mación y la comunicación, porque lo encadena-remos a la única necesidad de la pantalla. Lo para-lizaremos de forma mucho más segura con el exce-so de información sobre todo (y sobre sí mismo)que privándolo de información (o reteniéndola sinsu conocimiento). Así, las estrategias del sistema sehan invertido, pero también las de la resistencia.Después de las antiguas resistencias al control, ve-mos llegar las nue vas resistencias a la informaciónforzada, a la hipercodificación de las relaciones através de la información y la comunicación.

[“Videosfera y sujeto fractal”, Jean Baudrillard, en

Videoculturas de fin de siglo, varios autores, Cátedra, Ma-

drid, 1996. Edición original en lengua italiana: Videocul -

ture di fine secolo, Liguori editori, 1989.]

[SUPERVISÓ: GUADALUPE NEVES, 1998]