batería de cuentos

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Escrito en la piel es uno de los cuentos cortos para adolescentes de la colección cuentos sobre accidentes de la escritora María Teresa Di Dio para adolescentes y adultos. La llovizna persistía desde la madrugada. Soledad despertó tan pronto el reloj sonó, como todos los días… las siete en punto. ¡Que pesadilla! Durante unos minutos se quedó pensativa. Tenía recuerdos de lo que había soñado, las imágenes pasaban ante su mirada, veía un automóvil dar varias vueltas y luego incendiarse, quedando una persona atrapada en su interior. Y así, como quien no quiere desprenderse de un sueño, ella se metió debajo del agua de la ducha, sabía que debía apurarse…algunos sorbos de café y rápidamente estaba en la calle rumbo a la editorial del diario, donde trabajaba desde hacía cinco años. Las noticias corrían rápido, cada minuto era crucial, una manifestación, algo de política, de aquí y de allá. También le tocaba hacer reportajes a veces sus notas eran tristes y no tan gratas como hubiese deseado. Su compañero había enfermado y tenía que cubrirlo, mientras ella se dirigía rumbo al aeropuerto para entrevistar a un funcionario, consultó la hora, las 9,30 se dio cuenta que se le hacía tarde, el avión llegaba en ese momento…de pronto un perro se cruza en el camino, Soledad aprieta los frenos bruscamente, no se da cuenta que la velocidad era excesiva ni que el asfalto tenía agua y hielo, el auto da varias vueltas y finalmente se estrella contra un árbol para terminar incendiado. Meses más tarde ella despierta en una fría sala de hospital. No recuerda cómo llegó, su memoria está lenta, su rostro y sus brazos arañados y quemados forman extraños dibujos. Ella…había amanecido con un escrito en

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Escrito en la piel es uno de los cuentos cortos para adolescentes de la colección cuentos sobre accidentes de la escritora María Teresa Di Dio para adolescentes y adultos.

La llovizna persistía desde la madrugada. Soledad despertó tan pronto el reloj sonó, como todos los días…las siete en punto. ¡Que pesadilla! Durante unos minutos se quedó pensativa. Tenía recuerdos de lo que había soñado, las imágenes pasaban ante su mirada, veía un automóvil dar varias vueltas y luego incendiarse, quedando una persona atrapada en su interior.

Y así, como quien no quiere desprenderse de un sueño, ella se metió debajo del agua de la ducha, sabía que debía apurarse…algunos sorbos de café y rápidamente estaba en la calle rumbo a la editorial del diario, donde trabajaba desde hacía cinco años. Las noticias corrían rápido, cada minuto era crucial, una manifestación, algo de política, de aquí y de allá. También le tocaba hacer reportajes a veces sus notas eran tristes y no tan gratas como hubiese deseado.

Su compañero había enfermado y tenía que cubrirlo, mientras ella se dirigía rumbo al aeropuerto para entrevistar a un funcionario, consultó la hora, las 9,30 se dio cuenta que se le hacía tarde, el avión llegaba en ese momento…de pronto un perro se cruza en el camino, Soledad aprieta los frenos bruscamente, no se da cuenta que la velocidad era excesiva ni que el asfalto tenía agua y hielo, el auto da varias vueltas y finalmente se estrella contra un árbol para terminar incendiado.

Meses más tarde ella despierta en una fría sala de hospital. No recuerda cómo llegó, su memoria está lenta, su rostro y sus brazos arañados y quemados forman extraños dibujos. Ella…había amanecido con un escrito en la piel que permanecerá en su vida por el resto de los días.

El espejo- Luis Pisa Tolosa- ESP

Diego era un niño de siete años, vivía en un barrio de una gran ciudad, tenía muchos amigos y una gran familia. Era hijo único, por lo que en casa no tenía con quien divertirse, su madre era ama de casa y su padre trabajaba mucho y solía llegar tarde, pero eso sí, no faltaba a ningún desayuno con él y su madre.

Mamá era todo ternura y papá era un poco más frío pero no por ello le quería menos. Era un día de febrero cuando se levantaron los tres y ocurrió algo que él nunca había visto, ¡mamá llevaba un ojo morado!

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Él preguntó

– ¿Qué te ha pasado mamá?-

Pero papá irrumpió rápidamente y le dijo

– Nada Diego, es normal.

Pero todos los desayunos empezaron a hacerse extraños por la apariencia de mamá y por el silencio. Un día mamá despertó con el labio partido y Diego preguntó

– ¿Qué te ha pasado mamá?

De nuevo irrumpía papá

-Nada Diego, es normal.

Pasaban los días y mamá levantaba con golpes en el cuerpo, en las mejillas… y Diego quería saber

– ¿Qué te pasa por las noches mamá? Mamá callaba y papá decía

– Diego, no pasa nada, es normal.

Un día papá apareció en casa antes de lo normal, había discutido con unos socios y llevaba el labio partido, los ojos hinchados y morados y el brazo no paraba de sangrar.

Diego no preguntó, lo cogió de la mano y de la otra cogió a mamá, los llevó al espejo y le dijo a papá

– No te preocupes, no es nada, es normal.

Desde aquella mañana, el monstruo en el que se había convertido papá al maltratar a mamá cesó y todas las mañanas mamá levantaba con buena cara, desde entonces papá era el que preparaba el desayuno y se volvía a reír y a disfrutar del desayuno como antes de los golpes.

Linguistas- Mario Benedetti

Tras la cerrada ovación que puso término a la sesión plenaria del congreso internacional de

lingüística y afines, la hermosa taquígrafa recogió sus lápices y sus papeles y se dirigió a la

salida abriéndose paso entre un centenar de lingüistas, filólogos, eniólogos, críticos

estructuralistas y deconstruccionalistas, todos los cuales siguieron su barboso

desplazamiento con una admiración rallana en la grosemática. De pronto, las diversas

acuñaciones cerebrales adquirieron vigencia fónica: ¡Qué sintagma, qué polisemia, qué

significante, qué diacronía, qué centrar ceterorum, qué zungespitze, qué morfema! La

hermosa taquígrafa desfiló impertérrita y adusta entre aquella selva de fonemas. Solo se la

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vio sonreír, halagada y, tal vez, vulnerable, cuando el joven ordenanza, antes de abrirle la

puerta, murmuró casi en su oído: ¡Cosita linda!

El hombre que aprendió a ladrar- Benedetti

Lo cierto es que fueron años de arduo y pragmático aprendizaje, con lapsos de desalineamiento en los que estuvo a punto de desistir. Pero al fin triunfó la perseverancia y Raimundo aprendió a ladrar. No a imitar ladridos, como suelen hacer algunos chistosos o que se creen tales, sino verdaderamente a ladrar. ¿Qué lo había impulsado a ese adiestramiento? Ante sus amigos se autoflagelaba con humor: "La verdad es que ladro por no llorar". Sin embargo, la razón más valedera era su amor casi franciscano hacia sus hermanos perros. Amor es comunicación.

¿Cómo amar entonces sin comunicarse?

Para Raimundo representó un día de gloria cuando su ladrido fue por fin comprendido por Leo, su hermano perro, y (algo más extraordinario aún) él comprendió el ladrido de Leo. A partir de ese día Raimundo y Leo se tendían, por lo general en los atardeceres, bajo la glorieta y dialogaban sobre temas generales. A pesar de su amor por los hermanos perros, Raimundo nunca había imaginado que Leo tuviera una tan sagaz visión del mundo.

Por fin, una tarde se animó a preguntarle, en varios sobrios ladridos: "Dime, Leo, con toda franqueza: ¿qué opinás de mi forma de ladrar?". La respuesta de Leo fue bastante escueta y sincera: "Yo diría que lo haces bastante bien, pero tendrás que mejorar. Cuando ladras, todavía se te nota el acento humano."

Mucho gusto- Benedetti

Se habían encontrado en la barra de un bar, cada uno frente a una jarra de cerveza, y habían empezado a conversar al principio, como es lo normal, sobre el tiempo y la crisis; luego, de temas varios, y no siempre racionalmente encadenados. Al parecer, el flaco era escritor, el otro, un señor cualquiera. No bien supo que el flaco era literato, el señor cualquiera, empezó a elogiar la condición de artista, eso que llamaba el sencillo privilegio de poder escribir.

-No crea que es algo tan estupendo -dijo el Flaco-, también hay momentos de profundo desamparo en lo que se llega a la conclusión de que todo lo que se ha escrito es una basura; probablemente no lo sea, pero uno así lo cree. Sin ir más lejos, no hace mucho, junté todos mis inéditos, o sea un trabajo de varios años, llamé a mi mejor amigo y le dije: Mira, esto no sirve, pero comprenderás que para mí es demasiado doloroso destruirlo, así que hazme un favor; quémalos; júrame que lo vas a quemar, y me lo juró.

El señor cualquiera quedó muy impresionado ante aquel gesto autocrítico, pero no se atrevió a hacer ningún comentario. Tras un buen rato de silencio, se rascó la nuca y empinó la jarra de cerveza.

-Oiga, don -dijo sin pestañear-, hace rato que hemos hablado y ni siquiera nos hemos presentado, mi nombre es Ernesto Chávez, viajante de comercio -y le tendió la mano.

-Mucho gusto -dijo el otro, oprimiéndola con sus dedos huesudos-, Franz Kafka, para servirle.

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El otro yo- Benedetti

Se trataba de un muchacho corriente: en los pantalones se le formaban rodilleras, leía historietas, hacía ruido cuando comía, se metía los dedos a la nariz, roncaba en la siesta, se llamaba Armando Corriente en todo menos en una cosa: tenía Otro Yo.El Otro Yo usaba cierta poesía en la mirada, se enamoraba de las actrices, mentía cautelosamente, se emocionaba en los atardeceres. Al muchacho le preocupaba mucho su Otro Yo y le hacía sentirse incómodo frente a sus amigos. Por otra parte el Otro Yo era melancólico, y debido a ello, Armando no podía ser tan vulgar como era su deseo.Una tarde Armando llegó cansado del trabajo, se quitó los zapatos, movió lentamente los dedos de los pies y encendió la radio. En la radio estaba Mozart, pero el muchacho se durmió. Cuando despertó el Otro Yo lloraba con desconsuelo. En el primer momento, el muchacho no supo que hacer, pero después se rehizo e insultó concienzudamente al Otro Yo. Este no dijo nada, pero a la mañana siguiente se había suicidado.Al principio la muerte del Otro Yo fue un rudo golpe para el pobre Armando, pero enseguida pensó que ahora sí podría ser enteramente vulgar. Ese pensamiento lo reconfortó.Sólo llevaba cinco días de luto, cuando salió la calle con el propósito de lucir su nueva y completa vulgaridad. Desde lejos vio que se acercaban sus amigos. Eso le lleno de felicidad e inmediatamente estalló en risotadas. Sin embargo, cuando pasaron junto a él, ellos no notaron su presencia. Para peor de males, el muchacho alcanzó a escuchar que comentaban: “Pobre Armando. Y pensar que parecía tan fuerte y saludable”.El muchacho no tuvo más remedio que dejar de reír y, al mismo tiempo, sintió a la altura del esternón un ahogo que se parecía bastante a la nostalgia. Pero no pudo sentir auténtica melancolía, porque toda la melancolía se la había llevado el Otro Yo.

Los bomberos- Benedetti

Olegario no sólo fue un as del presentimiento, sino que además siempre estuvo muy orgulloso de su poder. A veces se quedaba absorto por un instante, y luego decía: "Mañana va a llover". Y llovía. Otras veces se rascaba la nuca y anunciaba: "El martes saldrá el 57 a la cabeza". Y el martes salía el 57 a la cabeza. Entre sus amigos gozaba de una admiración sin límites.

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Algunos de ellos recuerdan el más famoso de sus aciertos. Caminaban con él frente a la Universidad, cuando de pronto el aire matutino fue atravesado por el sonido y la furia de los bomberos. Olegario sonrió de modo casi imperceptible, y dijo: "Es posible que mi casa se esté quemando".Llamaron un taxi y encargaron al chofer que siguiera de cerca a los bomberos. Éstos tomaron por Rivera, y Olegario dijo: "Es casi seguro que mi casa se esté quemando". Los amigos guardaron un respetuoso y afable silencio; tanto lo admiraban.Los bomberos siguieron por Pereyra y la nerviosidad llegó a su colmo. Cuando doblaron por la calle en que vivía Olegario, los amigos se pusieron tiesos de expectativa. Por fin, frente mismo a la llameante casa de Olegario, el carro de bomberos se detuvo y los hombres comenzaron rápida y serenamente los preparativos de rigor. De vez en cuando, desde las ventanas de la planta alta, alguna astilla volaba por los aires.Con toda parsimonia, Olegario bajó del taxi. Se acomodó el nudo de la corbata, y luego, con un aire de humilde vencedor, se aprestó a recibir las felicitaciones y los abrazos de sus buenos amigos.

La inmolación por la belleza El erizo era feo y lo sabía. Por eso vivía en sitios apartados, en matorrales sombríos, sin hablar con nadie, siempre solitario y taciturno, siempre triste, él, que en realidad tenía un carácter alegre y gustaba de la compañía de los demás. Sólo se atrevía a salir a altas horas de la noche y, si entonces oía pasos, rápidamente erizaba sus púas y se convertía en una bola para ocultar su rubor.Una vez alguien encontró una esfera híspida, ese tremendo alfiletero. En lugar de rociarlo con agua o arrojarle humo -como aconsejan los libros de zoología-, tomó una sarta de perlas, un racimo de uvas de cristal, piedras preciosas, o quizá falsas, cascabeles, dos o tres lentejuelas, varias luciérnagas, un dije de oro, flores de nácar y de terciopelo, mariposas artificiales, un coral, una pluma y un botón, y los fue enhebrando en cada una de las agujas del erizo, hasta transformar a aquella criatura desagradable en un animal fabuloso.Todos acudieron a contemplarlo. Según quién lo mirase, semejaba la corona de un emperador bizantino, un fragmento

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de la cola del Pájaro Roc o, si las luciérnagas se encendían, el fanal de una góndola empavesada para la fiesta del Bucentauro, o, si lo miraba algún envidioso, un bufón.El erizo escuchaba las voces, las exclamaciones, los aplausos, y lloraba de felicidad. Pero no se atrevía a moverse por temor de que se le desprendiera aquel ropaje miliunanochesco. Así permaneció durante todo el verano. Cuando llegaron los primeros fríos, había muerto de hambre y de sed. Pero seguía hermoso.

Cuento de horrorLa señora Smithson, de Londres (estas historias siempre ocurren entre ingleses) resolvió matar a su marido, no por nada sino porque estaba harta de él después de cincuenta años de matrimonio. Se lo dijo: -Thaddeus, voy a matarte. -Bromeas, Euphemia -se rió el infeliz. -¿Cuándo he bromeado yo? -Nunca, es verdad. -¿Por qué habría de bromear ahora y justamente en un asunto tan serio? -¿Y cómo me matarás? -siguió riendo Thaddeus Smithson. -Todavía no lo sé. Quizá poniéndote todos los días una pequeña dosis de arsénico en la comida. Quizás aflojando una pieza en el motor del automóvil. O te haré rodar por la escalera, aprovecharé cuando estés dormido para aplastarte el cráneo con un candelabro de plata, conectaré a la bañera un cable de electricidad. Ya veremos. El señor Smithson comprendió que su mujer no bromeaba. Perdió el sueño y el apetito. Enfermó del corazón, del sisema nervioso y de la cabeza. Seis meses después falleció. Euphemia Smithson, que era una mujer piadosa, le agradeció a Dios haberla librado de ser una asesina.

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El sexo de los ángeles- Benedetti

Una de las más lamentables carencias de información que han padecido los hombres y mujeres de todas las épocas, se relaciona con el sexo de los ángeles. El dato, nunca confirmado, de que los ángeles no hacen el amor, quizá signifique que no lo hacen de la misma manera que los mortales.Otra versión, tampoco confirmada pero más verosímil, sugiere que si bien los ángeles no hacen el amor con sus cuerpos (por la mera razón de que carecen de los mismos) lo celebran en cambio con palabras, vale decir con las adecuadas.Así, cada vez que Ángel y Ángela se encuentran en el cruce de dos transparencias, empiezan por mirarse, seducirse y tentarse mediante el intercambio de miradas que, por supuesto, son angelicales.Y si Ángel, para abrir el fuego, dice: "Semilla", Ángela, para atizarlo, responde: "Surco". El dice: "Alud" y ella, tiernamente: "Abismo".Las palabras se cruzan, vertiginosas como meteoritos o acariciantes como copos.Ángel dice: "Madero". Y Ángela: "Caverna".Aletean por ahí un Ángel de la Guarda, misógino y silente, y un Ángel de la Muerte, viudo y tenebroso. Pero el par amatorio no se interrumpe, sigue silabeando su amor.

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Él dice: "Manantial". Y ella: "Cuenca".Las sílabas se impregnan de rocío y, aquí y allá, entre cristales de nieve, circulan el aire y su expectativa.Ángel dice: "Estoque", y Ángela, radiante: "Herida". El dice: "Tañido", y ella: "Rebato".Y en el preciso instante del orgasmo ultraterreno, los cirros y los cúmulos, los estratos y nimbos, se estremecen, tremolan, estallan, y el amor de los ángeles llueve copiosamente sobre el mundo.

La hormigaUn día las hormigas, pueblo progresista, inventan el vegetal artificial. Es una papilla fría y con sabor a hojalata. Pero al menos las releva de la necesidad de salir fuera de los hormigueros en procura de vegetales naturales. Así se salvan del fuego, del veneno, de las nubes insecticidas. Como el número de las hormigas es una cifra que tiende constantemente a crecer, al cabo de un tiempo hay tantas hormigas bajo tierra que es preciso ampliar los hormigueros. Las galerías se expanden, se entrecruzan, terminan por confundirse en un solo Gran Hormiguero bajo la dirección de una sola Gran Hormiga. Por las dudas, las salidas al exterior son tapiadas a cal y canto. Se suceden las generaciones. Como nunca han franqueado los límites del Gran Hormiguero, incurren en el error de lógica de identificarlo con el Gran Universo. Pero cierta vez una hormiga se extravía por unos corredores en ruinas, distingue una luz lejana, unos destellos, se aproxima y descubre una boca de salida cuya clausura se ha desmoronado. Con el corazón palpitante, la hormiga sale a la superficie de la tierra. Ve una mañana. Ve un jardín. Ve tallos, hojas, yemas, brotes, pétalos, estambres, rocío. Ve una rosa amarilla. Todos sus instintos despiertan bruscamente. Se abalanza sobre las plantas y empieza a talar, a cortar y a comer. Se da un atracón. Después, relamiéndose, decide volver al Gran Hormiguero con la noticia. Busca a sus hermanas, trata de explicarles lo que ha visto, grita: "Arriba... luz... jardín... hojas... verde... flores..." Las demás hormigas no

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comprenden una sola palabra de aquel lenguaje delirante, creen que la hormiga ha enloquecido y la matan.

(Escrito por Pavel Vodnik un día antes de suicidarse. El texto de la fábula apareció en el número 12 de la revista Szpilki y le valió a su director, Jerzy Kott, una multa de cien znacks.)

El chivo y el perro¿Ustedes saben que es un chivo?Un cabro grande, pero no un cabro grande como ustedes, sino un animal.Bueno, esta era un fundo normal, con dueño de fundo casa de fundo, cama de fundo y hasta animales de fundo. Entre ellos un chivo y un perro.El chivo era un chivo doméstico, pues desde que había nacido lo mantenían ahí en el fundo y siempre amarrado, y al lado del chivo a una prudente distancia, tenían amarrado al perro, ese perro si que era una bestia feroz, ese perro vivía desde que el día que nació se había tragado a 3 terneros. Estaba anunciado por todo el fundo, “cuidado con el perro”. Y un día que hubo sol como el de hoy, el chivo se echó a dormir y el perro le miraba la boca al chivo y entre tanto mirar, de repente le miró los dientes como de sierra que tienen los chivos y al perro se le ocurrió una idea.

REINO COMILONIA

En el lejano y antiguo país de Comilonia, al este del ducado de Bebebién, reinó en primer lugar Comilón el Digeridor, así llamado porque después de haberse comido los fideos roía también el plato y lo digería como si tal cosa no hubiese pasado. Le sucedió en el trono Comilón II, llamado Tres Cucharas, porque comía el caldo del potaje utilizando a la vez tres cucharas de plata: dos las sostenía él con sus manos y la tercera se la aguantaba la Reina, y pobre de ella si no estaba llena. Después de él, en este orden, subieron al trono de Comilonia, que estaba colocado en el extremo de una mesa servida noche y día: Comilón III, llamado Entremeses; Comilón IV, llamado Chuleta a la Parmesana; Comilón V, el Famélico; Comilón VI, el Desgarrapavos; Comilón VII, llamado ¿Queda Más Todavía?, que devoró incluso su

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corona, a pesar de que era de hierro; Comilón VIII, llamado Corteza de Queso, que no encontró ya nada que comer en la mesa y se tragó el mantel; Comilón IX, llamado Quijada de Acero, que se comió el trono con todos los cojines; Así terminó la dinastía.