bastante jesus - y resucite de entre los muertos

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  • 7/26/2019 Bastante Jesus - Y Resucite de Entre Los Muertos

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    Y RESUCITDE ENTRE LOS MUERTOS

    Diario ntimo de Jess, el Crucificado

    Jess Bastante Libana

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    1. edicin: mayo 2012

    Jess Bastante Libana, 2012

    Ediciones B, S. A., 2012

    Consell de Cent, 425-427 - 08009 Barcelona (Espaa)

    www.edicionesb.com

    Depsito Legal: B.15621-2012

    ISBN EPUB: 978-84-9019-112-5

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    Dios no resucit a un muerto cualquiera. Dios resucit a un crucificado. La

    resurreccin de Jess es el argumento que tenemos los cristianos para fundamentar la

    esperanza de las vctimas de la historia para reivindicar la vida y la dignidad que les fueron

    arrebatadas por la violencia.

    JOS MARA CASTILLO

    Solo por hoy no tendr miedo. De manera particular, no tendr miedo de gozar de lo

    que es bello y de creer en el amor.

    JUAN XXIII

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    Este libro no hubiera sido posible sin la comprensin, la acogida y lainestimable amistad de Carlos y Tatiana (bendito Lanzarote), Juan G. Bedoya y sumgico hogar en Santander, Aitor y Espe desde Los ngeles de San Rafael y Laia...desde Barcelona y Guatemala. A todos ellos, mil gracias. Tambin a Jos MaraCastillo, Antonio Piero y Javier Baeza, por sus ideas y por la ilusin en este difcilproyecto. A Miguel ngel Mesa Bouzas, que recoge en su libroBienaventuranzas dela vida(PPC) la maravillosa oracin: Algunos de ellos comenzaron a murmurar,primero en corrillos, despus a voz en grito, su manifiesto, su vocacin, su

    despedida al Resucitado. Cmo no, a Jos Manuel Vidal, jefe, amigo y compaerodel alma. Y sin las ausencias que a menudo nos atormentan el corazn y nospermiten comprobar, aunque sea en grado mnimo, cmo el sufrimiento esabsolutamente necesario para alcanzar la felicidad. Como solo la Muerte lleva a laVida Eterna.

    Y, como siempre, a Jess Resucitado. El amigo que nunca falla, y que nosquiere desde antes de venir a este mundo.

    Madrid, 18 de enero de 2012

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    Contenido

    Crditos

    Cita

    Agradecimientos

    I. Atardecer del Sabbat

    II. Y descend a los infiernos

    III. Camino de Emas

    IV. Con Pilato

    V. A una mujer

    VI. Los discpulos asustados

    VII. Con Lzaro, Marta y Mara

    VIII. La Magdalena

    IX. Mi Padre, mi padre

    X. A solas con Mara

    XI. Juan, el amigo amado

    XII. Toms el incrdulo

    XIII. Pedro y las afirmaciones

    XIV. El ataque de los necios

    XV. Tormenta en el desierto

    XVI. El sueo de Jess

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    XVII. La hora del envo

    XVIII. Dejad que los nios se acerquen a m

    XIX. Caifs y el fin del mundo

    XX. En el templo

    XXI. Adis a la Magdalena

    XXII. Las lgrimas de Mara

    XXIII. El amor ms grande

    Del mismo autor

    Cisma

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    I

    Atardecer del Sabbat

    As que esto debe de ser la muerte...

    ... soplaba una ligera brisa cuando abr los ojos y despert. Pareca como sihubiera dormido durante aos, tal vez por eso no estoy cansado. La boca un tantoentumecida, como los huesos. Y es que en este lugar solo se respira humedad. Ysilencio. No haba nadie cuando abr los ojos. Nadie.

    Hace tres das, en Jerusaln, solo haba ruido. Gritos, insultos, escupitajos,latigazos, la piel rasgndose, alguna que otra pedrada... Todava me atraviesa elodio en los rostros de aquellos que, apenas una semana atrs, me vitoreaban conramas de palmeras y olivos. Se han cumplido todos los designios de mi Padre.Todas y cada una de sus promesas eran reales.

    Me veo envuelto en un nico lienzo de seda blanca que me recorre el cuerpode la cabeza a los pies, y unas gasas que oprimen mis heridas. Hay restos de sangreen mi pecho, mis manos, mis tobillos... el costado no ha cicatrizado, pero apenassangra.

    Comienza a oscurecer en el sepulcro. En mi sepulcro. Tengo que repetirlouna y otra vez para convencerme: mi sepulcro.

    De modo que as fue: el beso de Judas (ay, Judas), la captura en Getseman, elabandono de mis amigos, el Juicio de Ans y Caifs, la condena de Pilatos, lamezcla de arena y sudor mientras mis pasos se arrastraban camino del Glgota, loshuesos de mis muecas quebrndose a cada martillazo, a cada milmetro de clavoentrando en mi piel. La esponja de vinagre y la lanzada en el costado y la corona

    de espinas con la que trataban de burlarse de m. A mis pies, el cartel en treslenguas (arameo, latn y griego) que colgaron sobre mi cabeza a modo de chanza:Jess el Nazareno. Rey de los Judos. El Rey de los Judos.

    Me incorporo y retiro de mi cuerpo un sudario que ha acabado porconvertirse en una segunda piel. Mis huesos desnudos dibujan un perfil defragilidad, pero me siento con fuerzas renovadas, capaz de mover la Tierra con mis

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    manos, de caminar por las aguas sin esfuerzo. No estoy acostumbrado a tantosilencio, aunque lo necesito. Respiro, y los pulmones se agitan plenos de vidamientras mi corazn late con fuerza y el grito que brota de mi garganta no rebosadesesperanza o soledad, sino absoluta confianza, un gozo inmenso.

    Todo se ha cumplido.

    Padre: ahora s que no me has abandonado, que todo este sufrimiento tenauna razn de ser, un objetivo; atrs quedan las vacilaciones, las splicas para queapartaras de m este cliz de dolor y muerte que hoy rebosa vida. Mis ojos van msall de las paredes del sepulcro, de mi sepulcro. Traspasan la roca, y puedo sentirlas lgrimas inconsolables de mi madre, la desesperacin de Juan sostenindola ensus brazos, la culpa sombra de Pedro, los suspiros de Mara... Mara...

    Una enorme piedra redonda sella el acceso a mi tumba. La roca se desliza aun solo toque de mi mano. La noche ha cado sobre el Huerto de los Olivos cuandosalgo de nuevo al mundo de los vivos. Si ellos supieran... sabrn. Todos acabarnpor entender.

    El cielo de Jerusaln est rasgado esta noche. Todo se ha cumplido: el velodel Templo se rompera cuando entregase mi cuerpo, y todava se notan los restosde la tormenta que se desat inmediatamente despus. Muchos rboles se handerrumbado, y los torrentes an manan sangre y barro.

    No siento el fro cortante de la noche galilea. No tengo sueo, ni hambre, nised. El viento mece mis cabellos y trae a mis odos sonidos tristes, oraciones ylamentos. No todos pueden dormir. Pronto ser la Pascua juda, y las jambas demuchas puertas de la ciudad deben estar marcadas con la sangre del Cordero.

    Nadie se atreve a salir a la calle despus de lo que sucedi el viernes. Nisiquiera los guardias que deban custodiar mi tumba para asegurarse de que Josde Arimatea, o los mos dnde estn los mos?, no robaran mi cuerpo yproclamaran mi Resurreccin. Y, sin embargo, aqu estoy. Vivo!

    Se cumple el tercer da y, como prometi mi Padre, estoy vivo. Todo fuecierto, he muerto: me clavaron en la cruz, traspasaron mi costado, exhal mi ltimosuspiro a la hora de nona. Lo que sucedi despus parece un sueo, pero es real.Sin bajar del madero, tom de la mano a aquel que crey en m antes de morir en lacruz contigua, aquel buen ladrn que ahora est junto a mi Padre.

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    Despus, solo despus... quin creer todo lo que pas despus?

    El silencio de la noche se rompe con unos pasos que se acercan. Una sombrame espera a la salida del sepulcro. Siempre me ha seguido de cerca, desde nuestraniez sus pasos han sido los mos, mi camino el suyo. Tambin ahora. l, mihermano, el nico que parece entender, si acaso mnimamente, la experiencia porla que acabo de pasar.

    Lzaro da dos pasos y se detiene junto a m. No siente miedo. Tal vez sea elhombre con menos miedo en este loco mundo. Quiz porque ha conocido lamuerte y, de mi mano, logr regresar victorioso. Maestro, estaba seguro de queregresaras, acierta a decir, emocionado, mientras me tiende una tnica gris paraque cubra mi cuerpo desnudo. Hace meses, yo mismo le llam desde la entrada desu tumba, y fue entonces cuando Lzaro regres de entre los muertos.

    Hoy, cuando a punto est de despertar el alba, mi amigo, mi hermano,espera a que me vista para darme la bienvenida con respeto reverencial. Saba queestaras aqu, Lzaro, logro responder antes de fundirnos en un abrazo que, sinpretenderlo, resulta eterno. Tengo tantas cosas que contarte...

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    II

    Y descend a los infiernos

    Lzaro tiene los ojos abiertos y no para de mirarme ni un solo instante. Nossentamos junto a una roca al despuntar el alba. El amanecer en Jerusaln esprecioso; jams lo haba contemplado desde aquel montculo. O tal vez sea mimirada, que ahora interpreta de otro modo la belleza de la Creacin. El da y lanoche, la Muerte y la Vida. Mi Padre fue sabio cuando ide el Universo. Si lospobres hombres supieran... lanzaran a la hoguera todos sus Libros de Sabidura ytemblaran ante la grandeza de su Dios.

    Mi fiel amigo tambin tiembla; no deja de coger mi mano, toca mi barba, meabraza. No quiere separarse ni un segundo de mi lado. Aprieta con fuerza micuerpo, mas no siento dolor. Espero paciente a que sus labios se decidan apreguntar, pues solo l de entre todos los vivos conoce el horror del que procedo.nicamente l estuvo consumido en el Infierno, padeci la sangra, la sed, ladesesperanza, sinti cmo ardan sus entraas, percibi en carne propia el dolorinfinito de la condenacin. Lzaro, curiosamente, abri el camino que yo cruc pararegresar pleno de vida y de eternidad.

    Rabb, qu sucedi all abajo?, se atrevi, finalmente, a susurrar, temerosode que la sola mencin de aquella fenomenal desolacin rompiera su atribuladocorazn, que ahora arda, pero de gozo, al saberme vencedor.

    Todo ha salido segn lo indicado. No temas. Las puertas del Infierno yanunca jams prevalecern, pues he vencido a la Muerte, le contest.

    Pese a tenerme a su lado, pese a ser el primero en verme Resucitado, elelegido, mi amigo no puede evitar un hlito de tristeza, un resto de amargura y

    terror en su mirada. Los das que le restan por morar en esta tierra antes de quepueda llevarle junto a mi Padre sern tiempo de espera para su redencin. Lzarovolvi a la vida a una orden ma, s, pero ha sido el nico entre los hijos de Adn enser devorado por el Abismo y regresar, y las heridas ms profundas de su alma noterminarn de cicatrizar hasta que, al fin, llame a las puertas de la Gloria y se leabran de par en par.

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    Podra sanar su dolor, lo s, pero es preciso que Lzaro d testimonio de loque vio, de lo que vivi, para que el mundo crea en la Redencin, pero tambin enla condena. Mi Padre no quiere que una sola de sus criaturas perezca eternamenteen el Infierno, mas ni siquiera l puede pues as lo eligi en su da torcer la

    voluntad de un alma corrupta.

    La ma se desgarr cuando le vi. Acababa de descender hacia el Abismo paraliberar a Adn y a toda su estirpe, para cumplir la promesa hecha a Abraham yanunciada por Isaas y mi primo Juan, el Bautista. Ellos me estaban esperando, ydurante el tiempo que dur el castigo su fe no se haba doblegado, pese ageneraciones de inimaginables tormentos. Tambin encontr a Simen, el ancianoque me bendijo a los pies del Templo cuando apenas era un beb, y a mi padre

    Jos, el gran olvidado a quien el fuego del Infierno no se haba atrevido a rozar, migran maestro en esta tierra, que me ense la virtud de la constancia, la honradez y

    la grandeza de aquel que da un paso atrs, y que siempre tuvo confianza en losplanes de mi Padre, aunque jams terminara de entenderlos.

    Lanc un grito y las puertas del Averno se abrieron de par en par. Un espesoolor a azufre y carne quemada presida aquel terrible rincn del inframundo.Entonces, volv la mirada y le encontr, acurrucado en una esquina, con el cuelloan desgarrado por la soga con la que se ahorc a pocos pasos del lugar en el queme sepultaron.

    Judas, uno de los amigos en quien haba depositado mi confianza, missecretos, mis emociones, a quien haba ofrecido dar a comer mi cuerpo y mi sangre.Aquel que, con un beso en la mejilla, me traicion. Estaba seguro de quevendras, musit entre lgrimas. Feliz de volver a verle y de escuchar su confesinde culpa, me agach para levantarle y darle un abrazo. Ven conmigo, JudasIscariote. Ya os lo dije: para mi Padre nada hay imposible. Hoy estars conmigo enel Paraso.

    Pero Judas me rechaz. Aprtate. No puedo ir contigo. No puedo, noquiero. No comprendes que te romp el corazn, que vend al Mesas, al Hijo deDios, al salvador de Israel, por 30 mseras monedas de plata? No hay castigosuficiente para mis actos, no hay condena que supere mi culpa, no hay perdnposible para mi traicin. Sus ojos haban perdido la luz, pero pareca sereno,convencido de la decisin que acababa de tomar.

    Permanec a su lado unos instantes, el tiempo justo para comprender que el

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    alma de Judas ya no le perteneca, que su error el mismo que, paradjicamente,servir para cumplir la voluntad de mi Padre le haba consumido, y que jamssera capaz de perdonarse haber entregado al Hijo del hombre. Judas, muy a mipesar, no quera ser salvado.

    Su ingrato papel en esta historia haba terminado por corromper su voluntady por hacer imposible su Redencin. El Demonio, esta vez, haba triunfado. Apenasuna batalla en mitad de la guerra que estbamos a punto de librar, pero cada almaperdida es un universo insondable, un todo para aquel que desaparece entre el marde llamas y dolor. En aquel instante, el Infierno me pareci el lugar ms glido delUniverso. Yo, el Salvador, no poda liberar de su yugo a uno de mis elegidos, aligual que mi Padre no pudo retener entre los suyos a Luzbel, una de sus criaturasms amadas y ahora su ms cruel adversario. Un intenso olor a sangre y fuegoinund la caverna, y el grito ahogado de Judas dej paso a la criatura maldita que

    vena a mi encuentro. Jams volv a verle.

    Levantad las puertas!, grit. Y de pronto el Infierno tembl en toda suinfinitud. Las puertas de la Muerte y sus cerraduras oxidadas se resquebrajaron, laspalancas de hierro se quebraron y cayeron en tierra, y todo qued al descubierto.

    A una orden ma, un ejrcito de ngeles descendi hasta el Averno y sujetcuello, boca y brazos de Satn con cientos de cadenas forjadas por el mismodemonio desde el principio de los tiempos. No tardar demasiado en librarse de

    sus ataduras, pens, y el Mal volver a inundar el mundo, pero era necesario queentendiese que Yo haba vencido a la Muerte y al Infierno. Y que l nada podahacer por evitarlo.

    Despus de maniatar a Satn, un tumulto comenz a acercarse desde lasprofundidades. Centenares de pasos arrastrados por el Abismo que subieron hastadonde me encontraba. A la cabeza de todos ellos, avanzaba el primer hombre y, asu lado, dos pasos por detrs, la primera mujer; aquellos a los que mi Padreentreg la pesada carga del gnero humano, los primeros en ser amados por elCreador y tambin los primeros en sentir la dificultad, la tentacin y el deseo.Adn y Eva no pudieron soportar el reto, y cayeron de forma brutal, inaudita. Elprimer pecado fue el ms duro, tanto para ellos como para mi Padre.Desobedecieron y fallaron, como hizo Pedro, como hace todo ser mortal. Yo no hevenido para condenar, sino para dar vida.

    La paz sea contigo, Adn, hijo del Hombre, por los siglos de los siglos. Eva

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    se ech a mis pies, como meses antes haba hecho Mara (ah... Mara). La levant,bes su frente, limpi las arrugas de su piel, saci su sed. Les ense el camino acasa, al Paraso, all donde su Padre les esperaba, despus de milenios de ausencia,con los mismos brazos abiertos con los que les infundi vida al principio de los

    tiempos.

    A su lado, fueron miles los que surgieron de la Muerte a un solo golpe de lafe. Algunos regresaron al mundo de los vivos, provocando el pnico en Jerusaln,Sidn, Tiro o Galilea. Queran cerrar cuentas pendientes, visitar a sus seresqueridos, pisar la arena de la Tierra Prometida, comprobar que todo era cierto yobservar cmo haba cambiado el mundo desde su descenso a los Infiernos. Otros,los ms, siguieron a Adn en su senda hacia el Cielo. Al final del camino lesesperaba Dimas, mi ltimo compaero, aquel ladrn al que, antes de entregar micuerpo, promet que estara conmigo en el Paraso. No supe nada de Gestas, el otro

    crucificado. Por ms que lo busqu, no le encontr en el Infierno, y tampoco entrelos peregrinos de la nueva vida. Se haba volatilizado.

    El da haba despertado en Jerusaln, y Lzaro, agotado, dormitabarecostado en mi regazo. Escuch un ruido y entonces la vi; completamente denegro, cargada con sedas y ungentos, dirigindose presta a adecentar mi cuerpoinerte, porque la cercana de la Pascua les haba impedido cumplir con los ritos dela religin juda respecto a los muertos. Vena acompaada de otras mujeres: Mara,Marta, Salom, Judith... compaeras todas de aquel camino que empez en Galilea

    y culmin al menos por ahora, al menos para ellas en el Glgota. Una lgrimaasom por mis ojos... yo, que haba alcanzado el don de la vida eterna.Instintivamente, me escond tras unos matorrales. Todava no haba llegado elmomento de mostrarme ante ellas.

    Desde mi refugio, pude ver como Mara gritaba, escandalizada, alcomprobar que la roca del sepulcro haba sido descorrida, y las lgrimasdesconsoladas de aquellas mujeres tras advertir que mi cuerpo haba desaparecido.Casi no pude contener la risa al ver que descubran al pobre Lzaro,

    profundamente dormido, y cmo le zarandeaban con violencia para despertarle. Yme emocion contemplando sus rostros de alegra, sus abrazos, su incredulidad, sudicha incontenible cuando mi amigo fiel, mi hermano, les anunci que, tal y comoestaba escrito, tal y como les haba sido revelado, Jess haba resucitado.

    No hay nada mejor que saber que tus amigos te quieren y se alegran desaber que ests vivo.

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    III

    Camino de Emas

    Aquellos jvenes caminaban despacio, casi arrastrando los pies por la arenadel camino, con la cabeza agachada y sin hablar, cubiertos por una tnica gris queles tapaba el rostro y acentuaba la sensacin de tristeza. Cleofs y Natanael, que asse llamaban los dos peregrinos, me haban seguido desde Cafarnam, cuando gritdesde la montaa el mandamiento del amor, y llam felices a los pobres deespritu, los que lloran, los mansos, los limpios de corazn, los que tienen hambre ysed de justicia, los pacficos, los que se compadecen o los perseguidos por causa de

    la paz y de la lucha por un mundo nuevo.

    Fueron muchos los que me acompaaron desde entonces, y hasta la entradaen Jerusaln, envuelto en la gloria y los honores de todo el pueblo. Muchos,tambin, los que huyeron despavoridos al escuchar el choque de las espadascruzndose en duelo a muerte, o a oreja cortada. Cleofs y Natanael fueron de losque permanecieron hasta el final en la ciudad santa. Agazapados, eso s. A fin decuentas, ellos no eran dos de los Doce a quienes todos sealaban como miselegidos, los capitanes de mi ejrcito, como si un padre pudiera hacerdistingos entre sus hijos, o pudiera amar a unos por encima de los otros, pero s

    reconocidos como seguidores del profeta maldito, apaleado, escupido y crucificadoen la hora de nona.

    Me acerqu a ellos lentamente y, tras intercambiar un breve saludo,comenzamos a caminar juntos. No me reconocieron, aunque desde el principio eltrato fue familiar, como si nos conociramos desde haca aos. Tanto hecambiado? O acaso la tristeza y el miedo borran los recuerdos, difuminan losrostros y nos hacen ver lo que no es, o cegarnos ante lo evidente? Hasta dndellega la mirada de quien ama y pierde lo amado? Pronto atardecera, de modo que

    les pregunt hacia dnde se dirigan.

    A Emas, contest Cleofs. Una pequea aldea, apenas a dos leguas deJerusaln. Un camino corto, fcil de hacer a diario, pero que a mis dos amigos se leshaca eterno, atrapados como estaban por la desazn y la sensacin de derrota.

    Qu os ocurre, amigos? Os noto tristes, como si hubierais sufrido una gran

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    prdida.

    Peor, mucho peor, contest Cleofs, mientras Natanael se limit a posarsus ojos en los mos. En ese momento, pude sentir cmo las lgrimas luchaban porno brotar de ellos, pues entre los hombres judos es signo de debilidad que unvarn llore delante de un desconocido.

    Nuestro maestro prosigui, aquel por el que abandonamos trabajo,familia y hogar, al que hubiramos seguido hasta el fin del mundo, de quiencremos vendra para liberar al pueblo de Israel del yugo romano y de los traidoresa la Palabra de Dios, ha sido condenado, y muri en la cruz, en el Glgota, elviernes anterior a la Pascua. Todos nuestros sueos se han perdido, todas nuestrasexpectativas estn rotas, y no sabemos qu hacer. Por eso nos dirigimos a casa deunos familiares en Emas, pero pronto debemos regresar a Galilea y tratar de

    recuperar nuestro oficio y la marcha de nuestras vidas. Suspir, y en su alientonot la desesperacin de quien siente que su vida carece de sentido, que habaperdido el tiempo detrs de una quimera, y que, en el fondo, mereca todos losmales que pudieran sucederle de ahora en adelante. Y, por lo visto, todo era culpama. La Cruz. De modo que yo haba sido clavado en el madero, despus depadecer innumerables torturas, y ellos, que decan amarme, solo se preocupabande s mismos! As que nada de lo que habamos vivido durante aquellos intensostres aos haba servido para cumplir sus sueos y expectativas? En fin, quvoluble resulta la voluntad humana, y qu incompletas suelen resultar las palabras

    cuando vienen provocadas por la tristeza y el temor al futuro.

    Y... quin era ese al que llamabais Maestro?, pregunt.

    Jess. Tambin llamado el Nazareno. Dnde has estado en los ltimosmeses, que no has odo hablar de l? El hombre que haca milagros, que multipliclos panes y los peces en el mar de Galilea, el mismo que expulsaba a los demoniosdel alma de los pecadores, el que resucit a Lzaro en Betsaida y convirti el aguaen vino en Cana. El que, hace apenas una semana, era recibido como el Rey de los

    Judos a nuestra entrada en Jerusaln... De veras no sabes de quin te hablamos?

    S... Ahora que lo recuerdo, s que he escuchado hablar de ese tal Jess,ment.

    Fue apresado el Jueves, mientras oraba en el Huerto de los Olivos, yjuzgado por los sumos sacerdotes y por Pilato, que lo conden a la muerte en

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    cruz, gimi Natanael, el ms joven de los dos, al borde del llanto.

    Desde una ladera cercana, vimos cmo le clavaban en la cruz, cmo se reande l, cmo los soldados le escupan y se jugaban sus ropas a los dados... cmotraspasaron su costado con una lanza. Cuando muri, se desat una gran tormenta.Era el Mesas, estoy convencido, lo s... Y sin embargo, dej que le mataran, ... nosdej solos. Sin ilusin, sin futuro, sin nada... Cmo le echamos de menos!

    Asent con la cabeza, y continuamos caminando en silencio, pero con lasensacin de que algo haba nacido entre los tres. Poco a poco, y a pesar de lacongoja que les estremeca, hablar de m les vino bien. Y, de manera natural, comosi me conocieran de toda la vida (en realidad, as era), sus corazones se encendanrecordando mis palabras (ellos todava no saban que era yo) la noche en que fuiapresado; el mandamiento del amor a mi Padre y a los dems, incluso a los

    enemigos, incluso a aquellos que acabaran conmigo; la alegra de sabernoscompaeros de camino... Y de vida.

    Poco antes de llegar a Emas, me detuve a beber un trago de agua. No es quetuviera sed en mi nueva situacin no preciso comer, beber o dormir, mas estoshbitos, tan humanos, simbolizaban con belleza y sencillez la fragilidad de lacondicin humana y mortal, pero s la necesidad de detenerme, tal vezdespedirme de ellos. An deba visitar a muchos antes de regresar a mi Padre.

    Si, como decs, era el Mesas, no creis que todo lo que ha sucedido hapasado porque estaba escrito? Que ese tal Jess perecera por los males delmundo, y que ese sera el camino para la Salvacin?, les dije.

    Cleofs me mir sin entender, y por un momento sus ojos se abrieron comoplatos, como si hubiera podido ver reflejados en los mos el brillo de la mirada desu maestro. Con emocin, me cont que antes de partir de Jerusaln les habanllegado ecos, rumores que aseguraban que el sepulcro donde haban enterrado a

    Jess haba amanecido vaco, que un ngel se haba aparecido ante Mara y lasdems mujeres, que Pedro y Juan haban acudido al lugar y se haban encontrado

    la tumba abierta, pero no a m. Nadie le ha visto.

    Insensatos y torpes de corazn... Si cresteis lo que anunciaron los profetas,cmo no creer que ese tal Jess, si de verdad era el Mesas como aseguris, nodeba morir para resucitar al tercer da, como sealan las Escrituras? Lejos de mdudar de vuestro amor por l, apenas os conozco, aunque ya os considero amigos,

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    pero... acaso no dejasteis todo para seguirle? No mereceran los padecimientos devuestro maestro un poco ms de confianza en sus promesas, por muydescabelladas que parecieran? Esta es vuestra fe en vuestro Mesas, en vuestroSalvador?

    Se hizo el silencio y la noche a la entrada en Emas. Hice ademn deproseguir mi camino, pero Cleofs y Natanael, que haban sentido cmo el fuegode la esperanza se avivaba en el interior de sus corazones al escuchar mis palabras,me retuvieron. Qudate con nosotros, que ya es de noche. Compartiremos mesa ypan con gusto contigo, me invit el ms joven de los dos. Acept la propuesta sinpestaear.

    Nos sentamos a la mesa, y Cleofs me pidi que bendijera los alimentos.Entonces, cog la hogaza de pan entre mis manos, la alc al cielo y, cerrando los

    ojos, la part y la entregu a mis hermanos, musitando unas palabras quereconocieron de inmediato.

    Seor, acert a decir Cleofs.

    Jess!, grit, alborozado, Natanael.

    Tomad y comed, este es mi cuerpo. Tomad y bebed, esta es mi sangre... y losdos amigos, envueltos en lgrimas, me abrazaron, rieron, chillaron, saltaron. Sedetuvieron, me miraron, rieron y volvieron a llorar y a bailar a mi alrededor. Sufelicidad era completa. Su corazn, al fin, haba comprendido la magnitud de larespuesta. Y vosotros, quin decs que soy Yo?

    Ahora, amigos, regresad a Jerusaln, buscad al resto de los amigos, ydecidles que he resucitado, y que pronto nos encontraremos junto al mar deGalilea. Todava queda mucho por hacer. En ese momento, desaparec ante susojos. No es que me gusten mucho este tipo de artes, pero lo cierto es que el efectoque provocan es devastador. Cleofs y Natanael, emocionados, emprendieron elcamino de regreso. Ahora, tocaba enfrentarme a un hueso duro de roer, que

    pondra a prueba toda mi capacidad para dar amor, perdn y vida.

    l ya saba que mi cuerpo haba desaparecido. Y recelaba. Senta miedo en laoscuridad. Todos los rostros le parecan extraos. No se fiaba de su propia sombra,y desde que apareci mi sepulcro vaco, apenas haba conseguido conciliar elsueo.

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    IV

    Con Pilato

    Yo, Poncio Pilato, aqu Presidente Romano dentro del Palacio de laArchirresidencia:

    Juzgo, condeno y sentencio a muerte a Jess, llamado de la Plebe Cristo Nazareno, y

    de patria Galileo, hombre sedicioso de la ley Mosaica, contrario al gran Emperador Tiberio

    Csar.

    Y determino, y pronuncio por esta, que su muerte sea en cruz, y fijando con clavos a

    usanza de reos, porque aqu congregando, y juntando muchos hombres ricos y pobres, no ha

    cesado de mover tumultos por toda Judea, hacindose hijo de Dios, y Rey de Jerusaln, con

    amenazarles la ruina de esta ciudad y de su sacro Templo, negando el tributo al Csar, y

    habiendo an tenido el atrevimiento de entrar con ramos, y triunfo, y con parte de la plebe

    dentro de la Ciudad de Jerusaln, y en el Sacro Templo.

    Y mando a mi primer Centurin Quinto Cornelio que lleve pblicamente por la

    Ciudad a Jesucristo ligado, y azotado, y que sea vestido de prpura y coronado de algunas

    espinas, con la propia cruz en los hombros para que sea ejemplo a todos los malhechores.

    Con l quiero que sean llevados dos ladrones homicidas que saldrn por la Puerta

    Sagrada, ahora Antoniana, y que lleve a Jess Christo al pblicamente de Justicia llamado

    Calvario, donde sea crucificado y muerto. Quede el cuerpo en la cruz, como espectculo de

    todos los malvados.

    Y que sobre la Cruz sea puesto el ttulo en tres lenguas y en todas tres (hebrea,

    griega y latina), donde digaJESUS NAZAR. REX JUDAEORUM.

    As me condenaste a muerte, Poncio Pilato. Sin querer conocer la verdad y

    an peor, siendo plenamente consciente de mi inocencia. Sabiendo que no era unpeligro para ti o tu Imperio, sino un libertador de conciencias, un toque de atencinpara las almas de mi pueblo, de tu pueblo. Firmaste la orden y te lavaste las manosen una jofaina, delante de la plebe, delante de tu peligroso enemigo, delante deProcla, tu mujer, a la que me haba aparecido en sueos y que trat de salvarmeporque haba empezado a creer. Creer. Fe es lo que te falt, Poncio Pilato, para no

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    cumplir con tu papel en esta historia.

    Recuerdo haber visto tus manos cuando, an mojadas, pasaron por delantede mis ojos ensangrentados: temblaban como si el peso de la Historia hubieraestado sobre ellas. Garabateaste tu firma con rapidez, tratando de no dar tiempo atu corazn a recapacitar, y le imprimiste el sello de tu anillo. Y me condenaste amuerte.

    El temor y el temblor no te han abandonado, Poncio Pilato. Has redoblado laguardia a las puertas de tu Palacio desde que Longinos tu fiel centurin, el que

    jur defender tu vida, quien clav su lanza en mi costado para comprobar que yahaba fallecido vino a informarte de que el sepulcro del Huerto de los Olivoshaba amanecido vaco el pasado domingo, y que los guardianes que locustodiaban juraban y perjuraban no haber bebido una sola gota de vino cuando se

    les apareci un ngel para decirles que el Hijo del Hombre haba resucitado.

    Tienes miedo a la ira de Dios. Dudas de si ser verdad que aquel a quienenviaste a la muerte era en realidad quien deca ser y no un farsante. Si Procla noestara en lo cierto y has condenado al Salvador del mundo. No es malo. Fuistedbil, Pilato... pero cumpliste, sin saberlo, con lo que estaba escrito desde elcomienzo de los tiempos. Adems, liberaste a mi pueblo de asumir, hasta laconclusin de la Historia, el haber sido los nicos culpables de mi muerte. Solosiento lstima de aquellos que utilizarn mi sangre para separar, en lugar de para

    unir; para odiar, en vez de sembrar entendimiento. A esos ni siquiera yo podrsalvarles el da del Juicio Final.

    Desde que tuviste noticia de mi Resurreccin, apenas has salido de tusestancias privadas. No recibes visitas, no quieres escuchar las explicaciones deAns y Caifs, recelas de Herodes, no te fas de ninguno de aquellos judos quedas antes queran acabar contigo y aquel viernes suplicaban para que utilizaras elpoder que detentas; temes que, en cualquier momento, la noticia pueda llegar aRoma y que esta vez sea tu cabeza la que ruede escaleras abajo, de igual modo quelo hizo mi cuerpo cuando me entregaste a los latigazos y a la corona de espinas.Pero tu mayor terror no es ese. En lo ms profundo de ti mismo sabes que, si escierto que Jess el Nazareno ha resucitado, vendr a verte, tal vez a cobrarse justavenganza por tu iniquidad.

    No te guardo rencor alguno, Poncio Pilato, aunque todava no lo sepas.Siento lstima por el lugar que la Historia te ha reservado, porque tu nombre ser

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    maldito de generacin en generacin... y sin embargo, por extrao que puedaparecer, y aunque los hechos demuestran lo contrario, s que intentaste salvarme.Por los ruegos de Procla o por tus propias dudas despus de hablar conmigo.

    Y cul es la verdad?, preguntaste, antes de salir al gora, enfrentarte aJerusaln y explicar a la multitud que no veas en m ninguna culpa. No fuesuficiente, Pilato, que te declararas inocente de entregarme a la Cruz, ni quehicieras colgar del madero aquella inscripcin que, en realidad, proclamaba lo quetu corazn rebosaba: que yo era, soy, el Rey.

    Ahora pasas los das en penumbra, con miedo a la fuerza de la Luz. Se hanacabado las fiestas, las bacanales, el ruido de los platos de porcelana y las copasrompindose contra el suelo de mrmol. Apenas se te ve, sentado en el trono,asomando tu pequea cabeza entre los velones que aportan algo de claridad a la

    oscura estancia. Duermes, cuando el cansancio vence al pavor, en el suelo, con unasola manta y una mano aferrada a la espada; la otra, a Procla, a la que hasdesvelado tus temores. Tu esposa contina vindome en sus sueos, ha tocado mitnica y siente una paz infinita en su interior. Por eso estoy aqu, Poncio Pilato. Nopara condenarte, ni para ver cmo te arrancas la ropa y mesas tus cabellosimplorando perdn. Estoy aqu para que la paz tambin sea contigo y con tu alma.

    Cuando entro en los aposentos de Pilato, la estancia se ilumina, levantandode un salto al procurador. Todava es de noche, y Procla, que al fin ha conseguido

    conciliar el sueo, duerme profundamente. Tanto que, pese a sus intentos, Pilatono consigue despertarla.

    No temas, Poncio Pilato, procurador de Judea, legado de Jerusaln. Novengo a causarte dao alguno, comienzo a decir, abriendo los brazos hacia aquelpobre hombre encogido por el miedo y el peso de la culpa. Pilato camina haciaatrs, con torpeza, sin dejar de mirarme. Tropieza y cae al suelo con estrpito.Desenvaina su espada.

    Quin eres? Qu haces aqu? Cmo has entrado? Guardias, guardias!,

    responde a gritos temblorosos.

    Nadie te escucha ahora, Pilato. Mrame y baja tu espada. Sabesperfectamente quin soy.

    No... No puede ser. Yo mismo vi cmo te desprendan del madero, envi ami fiel Longinos a que comprobara que habas muerto, me asegur de que tu

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    sepultura fuera custodiada para que nadie pudiera arrancar tu cuerpo de la fosa...

    Y, sin embargo, aqu estoy.

    A qu has venido? A vengarte? Traes detrs de ti a tus ejrcitos paraacabar conmigo y con Roma? No fui yo quien te conden! Sabes bien que intentsalvarte, que trat de cambiar tu condena a muerte por la vida de aquel bandido alque todos teman pero al que jalearon frente a ti, sabes que dije a los sumossacerdotes y al pueblo que no hallaba culpa en ti... Qu ms poda hacer?

    No es tiempo de explicaciones, Pilato, ni yo vengo a pedrtelas respondcon sinceridad. Vengo a demostrarte que, tal y como te anunci, mi Reino no esde este mundo, y que por eso acept la muerte. O acaso no crees que podra haberevitado todo aquel sufrimiento inhumano? Poncio Pilato, a ti, te digo que mi Padre

    me ha devuelto a la vida para que el mundo crea en m. Para que t tambin creas.Quiero que entiendas que s que tu decisin fue difcil, que era necesaria para quese cumpliera lo anunciado. Por muy dolorosos que fueran los latigazos en laespalda, los escupitajos en el rostro, los clavos en muecas y tobillos, la sed y laagona, por muy dura que resultara la agona, era preciso que todo ocurriera de esemodo... Y que t lo hicieras posible, Pilato. T me decas que tenas autoridad paraliberarme o para crucificarme, para salvarme o condenarme, para hacerme vivir omorir, lo recuerdas? Pues bien, procurador: no es as. Tu papel, como el de tantosotros, estaba escrito. Y, aunque podas haber cambiado tu historia, no lo hiciste. Mi

    Padre te tena reservado un papel, Poncio Pilato. No te juzgo. Es ms: te loagradezco profundamente.

    Quise acercarme a imponer mis manos en su cabeza, pero entonces el legadocay con todo el peso de su cuerpo sobre las rodillas, y fue l quien tom misropas, con fuerza, casi hasta arrancarlas. Lloraba desconsoladamente y, entresollozos incomprensibles, no dejaba de pedirme perdn. A escasos metros, Procla,ya despierta, contemplaba la escena en pie. Con un gesto, le orden que se acercara.

    Maestro, musit. Venid a m todos los que estis agobiados, que yo os

    aliviar, contest, y la mujer de Pilato tambin cay al suelo de rodillas.

    Quiero que sepis lo que os depara el futuro. Seris perseguidos einsultados, vosotros y vuestros hijos, durante siglos. Vuestra estirpe ser maldita degeneracin en generacin, porque se os culpar de la muerte del Hijo del Hombre.Sufriris por mi causa, pero la recompensa ser eterna si guardis mis palabras. Yo

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    os bendigo, Poncio, Procla. Y os envo: huid de Jerusaln, cambiad de nombre,ganaos el pan con el trabajo de vuestras manos. Que nadie, nunca ms, os sirva. Ida vivir a Tarso, y jams revelis quines fuisteis. Dentro de unos aos, os enviar auno de mis apstoles. Solo ante l descubriris vuestra verdadera identidad.

    Entonces tendris que contar que estoy vivo entre vosotros, que sois testigos de mivida eterna. Ahora, marchad, que nadie os vea. Longinos ir con vosotros. Decidleque porte la lanza con la que me atraves el costado. En su momento, ella tambinser testigo del evangelio de la vida.

    Alc las manos, y una intensa luz cubri toda la estancia, cegando porcompleto a Poncio y Procla. Cuando pudieron abrir los ojos, ya no me vieron. Lasala estaba totalmente iluminada, y los ojos de Pilato y de su mujer reflejaban unanueva luz. La luz de la verdad. La luz de la vida. Y qu es la verdad? mepregunt en su momento el procurador. Ahora, al fin, vaco de poder, con lo

    puesto, a punto de huir y olvidar toda su carrera, su vida y sus misterios, justoahora, lo saba.

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    V

    A una mujer

    Poco a poco, consigo acostumbrarme a esta nueva situacin. Todava notermino de entender algunos cambios, digamos que rutinarios, en mi da a da.Pese a recorrer, durante horas y horas, toda Galilea, no tengo el ms mnimo asomode cansancio, ni siento fro o calor, hambre o sed. No necesito dormir o descansar.Todo esfuerzo fsico me es ajeno. S percibo, en cambio, el sabor de la soledad, lamelancola o la alegra. Sufro como el ms vivo de los mortales de las categorasdel alma, que no me abandonaron tras morir en la cruz y ser resucitado de entre

    los muertos.

    Puedo transportarme a cualquier lugar en tan solo un instante, ydesaparecer de inmediato, lo cual provoca sorpresa y admiracin entre quienes me

    buscan con los ojos desorbitados... y, lo admito, cierto regocijo por mi parte. Qucara se les queda a algunos cuando me esfumo!

    Mara, Salom, Marta, Juana, Mara la de Jacob... haban sido las primeras ensaber, por boca de Lzaro, que de nuevo me hallaba entre ellos. No quiseaparecerme directamente ante ellas, no s si lo hubieran soportado. Haca tan poco

    tiempo que me haban sepultado y llorado, ni siquiera haban podido perfumar micuerpo muerto, mas eran las que jams haban fallado en su intencin de seguirmis pasos. Nunca palidecieron, ni huyeron despavoridas como mis hermanosvarones cuando fui prendido en el Huerto de los Olivos. Acompaaron a mi madrehasta los pies de la cruz y, todava ahora, una semana despus de todo, seguan

    juntndose para orar y recordarme.

    Dos docenas de mujeres se encontraron aquella maana junto al lago, en laorilla este, para lavar la ropa, coger agua para la cocina y el aseo... y para compartir

    las buenas nuevas, de la familia, del pueblo, de los amigos, as como del Rabb, delMaestro... Mi madre no estaba entre esas mujeres. Como me prometi a los pies delcalvario, mi fiel Juan la ha llevado consigo a su casa, y la cuida como si se tratara desu madre. Ella se deja querer, desconsolada como se encuentra por haber perdido asu hijo.

    Mara es quien lleva la voz cantante de la reunin, y a medida que me voy

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    aproximando, sin ser visto, escucho cmo explica al resto de mujeres, entresollozos, visiblemente emocionada, el momento en que llegaron al sepulcro yencontraron la piedra descorrida. Cmo despertaron a Lzaro, que se encontrabaen la puerta, adormilado, y el relato que les hizo sobre su encuentro conmigo y las

    maravillas que le cont. Cmo despus se les apareci un ngel y les pidi queanunciaran la noticia a los once, y les convocara en Galilea. Cmo no todos lascreyeron, pero que aun as se pusieron en camino.

    A su lado, Marta y Mara, las hermanas de Lzaro, asienten alborozadas: suhermano les ha confirmado todos los detalles, les ha hablado de Jess, del descensoa los infiernos y la victoria sobre el demonio. Las historias de aparecidos se hansucedido, por otro lado, en Jerusaln y sus proximidades, levantando el pnicoentre la poblacin y el desasosiego de las autoridades. Salom, por su parte, lescuenta el episodio con los amigos de Emas, y cmo solo me reconocieron al partir

    con ellos el pan. Muchas lloran, otras se apartan pensando que estos milagros sonfruto de hechiceros o malas artes, algunas muestran su temor ante la reaccin delSanedrn o los romanos. Juana, entonces, revela que una vecina que trabaja comosirvienta en casa del gobernador le ha asegurado que Pilato y su mujer handesaparecido de la noche a la maana y que en la guarnicin del imperio reina eldesconcierto.

    Solo entonces decido acercarme. Lentamente, sin aspavientos o aparicionesbruscas que sin duda alteraran a la concurrencia. Quiero que sean ellas, y no otros,

    las que me vean. Voy descendiendo la ladera hasta la orilla del lago. Visto unatnica marrn que tapa mi cuerpo y protege la cabeza del sol, y las mismassandalias que la Magdalena empa en lgrimas el da en que nos vimos por vezprimera, en casa del fariseo Simn.

    Paz a vosotras, hijas de Jerusaln. No lloris ms, pues el que muri vive, yla promesa se ha cumplido. Alegraos, elegidas del Seor, pues el Reino ya estentre vosotras.

    Maestro!

    Jess!

    Era verdad, ests aqu!

    De inmediato, me vi rodeado por aquellas mujeres que tanto me habanamado y que ahora, despus de todo el sufrimiento, me queran todava ms.

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    Queran tocarme, abrazarme, besarme, rozar mis sandalias o mi tnica. Tanto fuesu fervor que a punto estuvieron de hacerme tropezar y caer contra la arena. Aduras penas, logr sentarme sobre una roca, y desde all dirigirme a ellas.

    Toda mi vida ha sido un camino hasta llegar al Padre. Quiero que la vuestra

    tambin lo sea. No os dejis amedrentar por el dolor, el miedo, las dudas o los insultos de

    quienes no os crean. Nada os podr apartar del amor de Dios. Vosotras, mujeres, sois la sal

    de la tierra; el futuro del hombre pasa por vuestras manos. En vosotras confo, igual que en

    mis hermanos, para llevar la buena noticia a todos los rincones de Israel, y aun ms all.

    Porque mi palabra no solo es para el hombre recto, sino tambin para el gentil. No solo para

    el varn, tambin para la mujer. No slo para el amigo, sino tambin, y sobre todo, para

    quien desea mi mal.

    S que es difcil pensar que esto sea posible. Hoy sois consideradas inferiores al

    varn: yo mismo no supe, o no me atrev, a nombraros pblicamente como a mis discpulasal mismo nivel que a los hombres. Disculpad mi cobarda. Pero llegar el da en que se os

    haga justicia, y el hombre y la mujer, el judo y el gentil, el vecino y el extranjero, caminen

    juntos, y juntos escuchen y proclamen mis palabras, anuncien el Reino de Dios que ya

    llega. No temis, abrid el corazn. Sed pacientes cuando os persigan y audaces siempre que

    sea oportuno.

    Yo, el Hijo de Dios, fui engendrado de mujer, y sin la mujer nada sera posible. Os lo

    repito: no temis si os relegan, si mis propios hermanos, aquellos a los que eleg, no os

    quieren a su lado sino dos pasos por detrs. Mi Padre, que est en el Cielo, toma buena notade cada uno de sus hijos. Y vosotras, que me habis acompaado en vida, debis ser las

    primeras en dar noticia de mi Resurreccin. Que entre nosotros no haya distingos y que el

    amor prevalezca sobre las ansias de poder.

    Bien conocis la rudeza de Pedro, los deseos de Santiago y de Juan, la testarudez de

    Toms, la imprudencia y la cobarda de los otros. Ellos no entendern esto que yo os digo.

    En realidad, tardarn en comprender casi todos los planes de mi Padre. Incluso es probable

    que, durante siglos, quienes hablen en Mi nombre no os reconozcan como es debido. Pero

    tranquilas: no pasar el tiempo de los hombres sin que el varn y la mujer sean uno, e

    iguales, como iguales en amor y fidelidad los cre mi Padre.

    Vi de pronto muchas lgrimas en sus rostros, pero tambin una intensasensacin de paz. Siempre supe que ellas seran las autnticas sostenedoras de loque hubiera de venir una vez yo me marchara definitivamente. Aunque todava lahumanidad no haya entendido llegada su hora. Juntos celebramos la vida, y conellas compart el pan. Ellas entendieron, mucho antes de lo que cualquiera de mis

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    discpulos pudiese siquiera alcanzar a percibir, el significado de este gesto, y laestrecha relacin que, desde aquel instante, les una al Reino y entre los que se

    juntaran en mi nombre a partir de entonces.

    Antes de caer la tarde, todas fueron dejando aquel lugar, al que desdeentonces regresaran cada da para recordar y construir comunidad. Algunasllevaran a sus maridos y a sus hijos, otras los encontraran en medio de lahermandad. Pero, a estas horas, en este momento, las solteras deban regresar consus padres, las casadas junto a sus esposos, y las viudas... a su soledadautoimpuesta.

    Anocheca cuando decid abandonar la orilla del lago. Deba ver a misdiscpulos. Cuando suba por el monte, alguien grit mi nombre. Me di la vuelta, yla vi, por segunda vez desde que sal del sepulcro nuestras miradas se cruzaron.

    Mara....

    Con dulzura pero firmemente, alc la mano, y la Magdalena se detuvo. No,todava no. El sabor de la melancola haba regresado a mi alma, pero todavadeba hacer muchas cosas antes de poder encontrarme a solas con ella. De modoque, dndose la vuelta, ech a andar por el sendero, hasta perderme de vista.Camin hasta la playa y, entonces, arrodillada, Mara baj la cabeza y, soltando unasola lgrima silenciosa, acept mi marcha. Otra vez.

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    VI

    Los discpulos asustados

    No, no se trata de una pandilla de cobardes que al mnimo contratiempo sedispersan a la carrera, aunque en el momento ms ntimo, ms peligroso, msimportante, lo hicieran. Mis discpulos son, simplemente, hombres y mujeres de sutiempo, que viven en la Palestina dominada por Roma y por la casta ms peligrosade los judos, con sus miedos, dudas, familias y perspectivas de futuro.Especialmente los Doce, aquellos a quienes llam pblicamente, los mismos queabandonaron a su mujer e hijos, que dejaron sus redes y los aperos de labranza y

    me siguieron.

    Tiene su mrito fiar tu vida y tu suerte, y la de los tuyos, a un desconocidoloco mesinico en estos tiempos difciles. Y, sin embargo, ellos lo hicieron. Cadauno con sus objetivos, sus ambiciones, sus sueos. Pedro, Andrs, Santiago, Juan,Felipe, Bartolom, Toms, Mateo, Santiago el menor, Tadeo, Simn el Cananeo y

    Judas Iscariote.

    No todos entendieron cul era mi misin en este mundo. Juan y Santiago,por ejemplo, se vean como ministros de mi futuro gobierno. Judas esperaba que

    lograra movilizar un ejrcito contra el opresor romano, y de hecho lleg a trabarconversaciones con los zelotes. Pedro... ya, Pedro... con tanta testarudez y cerraznde cerviz como potencial para llevar las riendas cuando yo no est.

    En cierto modo, todos se sintieron traicionados a los pocos das de mientrada gloriosa en Jerusaln, cuando comprendieron que mi misin terminaracon mi condena y muerte en la Cruz. Con el abandono ms absoluto, incluso demis amigos ms cercanos. Judas fue el ms violento de todos ellos, posiblemente elms influenciable ante las malas artes del Sanedrn... pero tambin el ms sincero.

    Su pena ser eterna, ni yo mismo pude arrancarle de las garras de la condenacin.Mas cuando el traidor lleg a mi lado, justo despus de haber dejado comoherencia mi cuerpo y mi sangre, cuando con un beso me entreg a los suyos, todosme abandonaron despavoridos. Alguno, incluso, desnudo, pues en su huida dejenganchado su manto sobre una rama.

    nicamente Pedro se mantuvo a mi lado, aunque su reaccin, atestando un

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    mandoble con su espada y arrancando la oreja del esclavo Marco, me hizo saberque ni siquiera l, destinado a sucederme en el anuncio del Reino, haba terminadode entender que ya no serva responder al mal con el mal, al dolor con el dolor, a lasangre con ms sangre.

    Todos se dispersaron, como la sal en el guiso, como un ejrcito diezmado enmitad de la batalla. Solo Pedro y Juan, mi discpulo amado, el joven poeta que seemocionaba al escucharme hablar de amor, de compartir, de la promesa de lasalvacin, me siguieron hasta el palacio de Caifs. El joven Juan demostr ser, condiferencia, el ms inteligente de todos mis amigos, al permanecer en silencio,observando, mientras Pedro caa, hasta en tres ocasiones, en el error de negarconocerme. Mientras senta los escupitajos, los golpes en mi cuerpo y las bofetadasen mi rostro, lament profundamente escuchar el canto del gallo. Y, ms an, dehaber vaticinado la negacin de mi hermano Simn.

    Y, sin embargo, ellos, mis viejos amigos, deban ser quienes perpetuasen mimensaje. Mi resurreccin habra de ser un anuncio de su propia muerte por causadel evangelio. Eran hombres rudos, hechos a s mismos. Sabran superar susterrores y las noches en vela, las dificultades y las incomprensiones. Deban sercapaces de tomar las decisiones apropiadas en el momento en que fuerannecesarias. Ser astutos como serpientes y sencillos como palomas. A cada pregunta,habran de encontrar una respuesta, ante cada roca, un sendero, ante cada paso,otro paso. Pero antes necesitaban comprobar, con sus propias manos, ver con sus

    propios ojos, lo que otros ya les haban revelado. Por ello, a travs de Mara, lesped que se dirigieran a Galilea. Cuando llegu, no estaban todos: Judas se habaahorcado, y Toms, al que llamaban el mellizo por nuestro gran parecido fsico, mihermano Toms, no pudo llegar a tiempo, pues se encontraba en Cesarea.

    Permanecan en silencio, con las ventanas cerradas y las puertas atrancadaspor dentro. Teman que les alcanzara el odio del Sanedrn o la venganza de Pilato,que les acusaba de haber robado mi cuerpo. En el fondo, muchos de ellos pensabanque Santiago, o Nicodemo (que no era de los 12, pero s de los 72 ms cercanos y,

    junto a Jos de Arimatea, uno de los primeros en reclamar mi cuerpo al legadoromano), haban sido capaces de profanar mi sepulcro para tratar de soliviantar alpueblo contra la dominacin imperialista. De poco sirvieron las palabrasemocionadas de Cleofs y Natanael, que juraban haber compartido conmigocamino y pan. Ellos, adems, no haban sido llamados a este cnclave, perosupieron llegar a la casa. El Maestro nos dijo que viniramos, y aqu estamos, fuesu respuesta ante las continuas preguntas de Pedro y los dems.

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    Hice surgir la claridad desde el centro de la estancia a las esquinas, y memostr ante mis amigos envuelto en una aureola de luz. Paz a vosotros, dije, ysus ojos se inundaron de lgrimas. Maestro! Era cierto! grit Pedro, tan rudocomo fiel. Vi tus vendas enrolladas y el sudario impregnado con la imagen de tu

    cuerpo ensangrentado, y quise creer, pero hasta ahora no me he convencido.Vives!, terci Juan, brincando de alegra. Le abrac, y pregunt por mi madre.Vino a vivir conmigo aquel mismo da, como ordenaste. Se encuentra bien... Concierta tristeza, pero serena, confiada. Ya sabes cmo es Mara. Ah, mi madre... laque mejor me conoce, la que me forz al primer milagro durante las bodas deCan, la que desde el principio me ense a poner la vida en manos de mi Padresin temor a equivocarme, la que me acompa hasta mi ltimo suspiro, como lohizo en mis correras infantiles... debo ir a verla.

    Paz a vosotros, amigos mos repet, una vez superadas la impresin

    inicial y los abrazos y besos posteriores. Aqu me tenis, como os promet. Vengoa recordaros el juramento que me hicisteis cuando os anunci que llegara elmomento en que tendrais que ser vosotros los que dierais testimonio del Reino. Elda ya ha llegado y, vosotros, que estabais ciegos, habis visto. Quiero saber si osmostris dispuestos a darlo todo por esta misin. Si sois conscientes de que osllevar al oprobio, al destierro, al martirio ms doloroso y hasta a la muerte. Perotambin si ya estis convencidos de que, como yo, daris fruto, y en abundancia, yque mi Padre no os dejar como a m no me ha abandonado.

    Maestro, t sabes que mi vida es tuya, habl Santiago, y con l, los otrosnueve que all se encontraban, adems de mis amigos de Emas, testigos mudos decuanto all vieron. Temamos que todo hubiera terminado, y sin embargo aquests, como anunciaste. Has vencido a la muerte y resucitado de entre los muertos!Nada podemos temer si ests de nuevo con nosotros.

    Un fuerte temblor sacudi mi corazn. De modo que no haban entendidonada. Yo haba regresado para quedarme con ellos, pero en su alma, en suspalabras, cada vez que se congregaran en mi nombre. No haba vuelto victorioso de

    los Infiernos para quedarme en Galilea. Ni siquiera para reinar en Israel. Muchomenos para alcanzar Roma y colocarme a la cabeza del Imperio. Judas no habasido el nico en soar un reino para este mundo en lugar de mirar ms all de supropia ceguera.

    Echaba de menos a mis amigos, saba que se me rompera el alma en milpedazos cuando definitivamente marchara a casa de mi Padre, pero no poda

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    convertirme en un mueco de feria, el venido de entre los muertos al que tocarpara convencerse de la necesidad de convertirse a la Verdad y a la Vida. El tiempode los milagros y las parbolas haba tocado a su fin. Ahora tocaba el tiempo delcompromiso real, el momento de comprobar cuntos de mis amigos estaban

    dispuestos realmente a morir por m una y otra vez, a construir con su sangre y consus actos el Reino de Dios.

    Os aseguro que llegar el tiempo en que abriris puertas y ventanas, yproclamaris sin miedo el mensaje de Dios, aquel que os transmit en la montaa, yque seris capaces de hacer grandes obras en mi nombre. Perdonaris los pecados,cambiaris el llanto por risas, por vuestros frutos os conocern. Pero tenis queestar dispuestos a la persecucin y al martirio, a perder fama, trabajo yseguridades, mucho ms cuando os ped que me siguierais para convertiros enpescadores de hombres. Sufriris por mi causa, muchos moriris por ella, algunas

    ciudades os cerrarn sus puertas, perseguirn a aquellos que os sigan y yo noestar aqu para ayudaros.

    Un gran silencio cubri la estancia tras mis palabras.

    De modo que piensas marcharte de nuevo. Mateo, el publicano, aquel queuna vez abandonara su trabajo y sus riquezas por seguirme, y que hoy trataba desacar a flote la economa de nuestra pequea comunidad, puso voz al sentirgeneral. No, mis amigos no eran unos cobardes, pero quin se atrevera a correr

    hacia el destierro o la muerte violenta sin su maestro, sin su capitn, sin su Mesas.

    Yo estar con vosotros hasta el final de los tiempos. Tambin vosotrosregresaris de la muerte, como yo lo he hecho, en su momento. El Hijo de Diostuvo que morir, y resucitar, para que vosotros tengis vida, y podis hacerla creceren abundancia. Acaso no recordis lo que os dije en su da? Aquel que d su vidapor m, vivir eternamente. No tengis miedo, amigos. Yo he vencido a la muerte, yos prometo que vosotros tambin lo haris si segus mis palabras.

    Te creo, Maestro. Pero tenemos miedo, habl Juan. Ya ves lo que pas

    contigo, que eres el Elegido, y cmo tus seguidores, todos nosotros sin excepcin,nos hemos desperdigado por todo Israel, o vivimos escondidos, ya nos ves,saliendo solo de noche, y aterrorizados ante la posibilidad de que, en cualquiermomento, seamos apresados. Necesitamos tiempo, Seor, todo est sucediendomuy rpido: la entrada en Jerusaln, tus palabras durante la Cena, el significado decomer tu cuerpo y beber tu sangre, tu captura y tu muerte... y ahora tu retorno.

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    Queremos comprender, Rabb. Sabemos que ha ocurrido todo tal y como nosdijiste, pero necesitamos entenderlo, y que te quedes con nosotros, aunque solo seaunos das ms, para poder ponernos en camino y escuchar cul es el papel queDios nos tiene reservado a cada uno.

    Abrac a Juan y asent: Pronto volver a mi Padre, pero todava me quedarun tiempo junto a vosotros. Ahora debo irme, pero nos reencontraremos en unosdas. Mientras tanto, os aseguro que nada malo os ocurrir, de modo que perded elmiedo a que os vean. Esta noche nada malo va a pasar. Ese mismo da, pocodespus de que me esfumara ante sus ojos abrumados, pero no incrdulos sinoprofundamente creyentes, los Once ya con Toms decidieron volver a salir apescar, y capturaron tantos peces que la barca estuvo a punto de volcar.

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    VII

    Con Lzaro, Marta y Mara

    Lzaro haba enfermado desde la ltima vez que nos vimos. Sufra fuertesaccesos de fiebre y, por las noches, deliraba con visiones del Infierno. El relato demi resurreccin, aunque le llen de gozo, haba reavivado sus recuerdos msaciagos, sus propios fantasmas. Es difcil no pensar en los horrores de lacondenacin cuando se han vivido en carne viva, aunque apenas fuera durantecuatro das. Cuatro das. Un solo segundo de azufre y desgarros en la oscuridaddel Averno resulta ms doloroso que toda una vida de sufrimientos terrenos. De

    modo que me dirig a Betania para visitarle.

    Marta me recibi con alborozo, como siempre haca. Era la ms joven de lashermanas y me amaba con cierta pasin adolescente. Yo no haca nada paramerecer su amor, aunque lo cierto era que me senta profundamente halagado antesus mimos y atenciones. Marta cay de bruces ante m, con los ojos envueltos enlgrimas. As que era cierto, Maestro: Lzaro no se haba vuelto loco de repente.Desde que su hermano muri, ella jams volvi a mirarme directamente a los ojos:

    bien saba que su alma estaba desnuda ante los mos y que, en el fondo, jamscomprendera por qu tard tanto en rescatar a su hermano de las garras de la

    muerte. Incluso ahora que Lzaro haba sido el elegido, el primero entre todos loshombres en comprobar que estaba vivo, Marta se mostraba protectora para con l,que tanto haba sufrido por mi causa.

    Cuando entr en su habitacin, los temblores de Lzaro desaparecieron porcompleto. Jess, me dijo. Los dolores han regresado. Por qu?

    Lo siento, amigo mo. Es un precio que debo pedirte que pagues, para quetodos los que te vean sepan que la salvacin es posible, que no hay nada que escape

    al poder de mi Padre, pero tambin que existe el dolor ms terrible y desgarrador,y la condenacin sin futuro, para quienes osen desobedecer la ley de Dios.

    l no haba pecado, ni contra el Cielo ni contra m. Jams haba vacilado. Erami amigo ms fiel. Su dolor no poda por menos de resultar injusto. Y, sin embargo,cuando Lzaro me mir, su rostro reflejaba una serenidad que jams vi en otrohombre. Aceptaba su destino del mismo modo en que un da se enfrent a la

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    muerte, sin temor, sin pestaear. Ojal todos mis amigos tuvieran la mismaconfianza que este. Lzaro an vivira durante muchos aos, y sera uno de losmejores testigos de la gloria de mi Padre. Jams lleg a olvidar el dolor padecido,que todos los das regresaba con una punzada en el corazn, pero la seguridad de

    contar con el mejor amigo sentado a la derecha de Dios en el cielo le hizo seguiradelante, sin vacilar ni ocultarse ante el martirio, la burla o la incomprensin.Siendo ya un anciano, l mismo pudo elegir el momento de marcharse yencontrarse conmigo en el Cielo.

    No lo entiendo, Jess. Marta haba estado escuchando nuestraconversacin desde el quicio de la puerta y en cuanto sal de la habitacin para queLzaro pudiera descansar me tom del brazo y me llev junto al pozo de la casa.Quera saber por qu no libraba a su hermano de tanto sufrimiento. l no es comot. No crees que ya ha padecido bastante?

    Reconozco que en ese momento me enfad, y mucho, con aquella mujer.Aprtate de m, ingrata. Acaso no fue suficiente devolver a tu hermano a la vida?Quin crees que eres para cuestionar el plan de Dios?, bram. Marta se arrodilly, llorando, me pidi perdn. Todo lo hago mal, mi Seor. Me hago cargo de lacasa, cuido de mi hermano y de mi hermana Mara, trabajo y mantengo la casalimpia, nunca falta un pedazo de pan para un mendigo o un jergn donde puedareposar un caminante. Cumplo la ley, sigo tus palabras... Pero hay tantas cosas queno alcanzo a comprender!

    No pude menos que compadecerme de Marta. Aquella abnegada mujer,dejando a un lado sus sueos de juventud, haba llevado durante aos el peso desu familia de forma admirable, renunciando a su propia vida para cuidar de m, deLzaro y de Mara. A veces le dije, incluso a m me cuesta entender los planesde mi Padre. Es probable que, en pblico, todos valoren ms la actitud de Lzaro,la fe y la confianza de Mara, pero yo te digo, Marta de Betania, que tu constancia ytu esfuerzo tambin tendrn su fruto y su recompensa. Tal vez todos hayamos sidoalgo injustos contigo, mas la salvacin tambin es para ti, que haces posible que

    otros puedan seguirme y que no les falte qu comer, dnde dormir o con quvestirse. Solo me gustara que tuvieses algo ms de fe en m, Marta. Hay cosas queni siquiera yo puedo explicarte, y el dolor de tu hermano es una de ellas. Creme:soy el primero que sufre sabiendo el papel que Lzaro ha de interpretar, tanto almenos como t. No olvides que conozco bien el lugar del que regres, aunquefuera, como piensas, cuatro das tarde. Pero confo en la palabra de mi Padre, lamisma por la que Lzaro surgi vencedor de la Muerte y regres junto a Mara y

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    junto a ti.

    En ese momento, Mara, que haba escuchado nuestra discusin sin quereparramos en ella qu sera de los hombres sin las palabras, los deseos, lasconfidencias y los secretos que alguien capta furtivamente detrs de una lona,agazapado en un rincn o en mitad del duermevela, entr en el jardn con pan,vino, algo de pescado y algunas especies. Ves, Marta? Si mi Padre es capaz deconseguir que Mara se afane en la cocina y las tareas del hogar, cmo no van alograr entender la bondad de sus actos?, brome, y ambas rieron con naturalidad,despus de que Mara intentara, roja como un tomate, justificarse. Al escuchar lasrisas, tambin apareci Lzaro, algo recuperado despus de mi visita. Tengohambre. Jess, qudate hoy con nosotros.

    Me parece una magnfica idea, amigos mos. Adems, tengo algo que

    mostraros, dije.

    Aquella noche, durante la cena, tom el pan, y dando gracias a mi Padre lopart y lo compart con Marta, Mara y Lzaro. Lo mismo hice, poco despus, con lacopa de vino. Era la primera vez que celebraba mi propia presencia en el mundodesde mi muerte. Me sent algo extrao, pero a la vez satisfecho al comprobarcmo mi familia ms cercana se senta bendecida al recibir mi cuerpo y mi sangre.Verdaderamente, y ahora lo vea con claridad, haba merecido la pena derramar lavida por el hombre, ofrecer este holocausto por la salvacin de mis amigos.

    El prximo objetivo era lograr que hasta aquellos que se decan misenemigos pudieran tener la misma sensacin de paz y bienestar que alcanzaronMarta, Mara y Lzaro cuando, con los ojos cerrados, comieron del pan de vida,

    bebieron del vino de mi amor y comprendieron que una nueva vida se alzaba antesus ojos.

    Estamos dispuestos, Jess. Qu debemos hacer?, pregunt Marta trasunos instantes de silencio y oracin.

    Haced que el mundo crea que yo soy la Resurreccin y la Vida, y que osam hasta el extremo de dar el ltimo aliento por vuestra salvacin. Por los judos,pero tambin por los samaritanos, incluso hasta por los romanos. Por todos los queme conocen y los que no pudieron saber de m. Sentid mi presencia entre vosotrosal partir el pan y llevadla, cuando yo ya no est, a todos los rincones del mundo.

    Me dirig a Lzaro, mi amigo, mi hermano, mi compaero, mi confidente.

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    T sabes le dije que tu dolor es mi dolor, que hara lo que fuera por liberartede l. Pero tambin que es necesario que des testimonio de lo que viste. El hombrees dbil, Lzaro, y olvida el temor a Dios con suma facilidad. Y aunque yo hevenido entre vosotros a dar vida, y a que la tenga en abundancia todo aquel que

    crea, es preciso que todos conozcan que el Mal tambin existe, y trabaja paradestruirnos, ahora y hasta los albores de la eternidad. T, que volviste a la vida, dafe del dolor del pecado y la maldad, y tambin de la victoria de la Vida sobre laMuerte.

    Por primera vez desde que lo encontr junto al sepulcro, en los ojos deLzaro no encontr temor, ni duda, ni el recuerdo de la sangre y el olor a azufre ycarne quemada. No vi tristeza, sino esperanza, y una seguridad plena en que mispalabras eran ciertas. Eran la Verdad.

    En silencio, los cuatro nos abrazamos largamente. Despus, decid partir enmitad de la noche. No quisieron retenerme. Fue una despedida emotiva, aunquefeliz, pues no todas las lgrimas son tristes. Regres en un par de ocasiones, a lolargo de los aos, para comprobar cmo partan el pan y se pasaban la copa devino en memoria ma. Pero aquella fue la ltima vez que nos vimos. Y de camino aCafarnam no pude por menos que derramar algunas lgrimas. Pronto llegara lahora de mi partida definitiva, y los iba a echar de menos. A ellos, a mis discpulos,a mi madre a quien todava no haba podido visitar... y a Mara.

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    VIII

    La Magdalena

    Como todas las maanas, caminaba hacia el ro para lavar la ropa. El sol sereflejaba en sus cabellos castaos, iluminaba su rostro taciturno, su mirada perdidaen el suelo, atenta para no tropezar con una piedra, e inmunizada ante las miradas,los desplantes y el gesto arrogante de las otras mujeres. Todas trataban a Maracomo si fuese una apestada, peor que a un leproso. Se apartaban de su lado,murmuraban a su paso y disimulaban cuando, en contadas ocasiones, ella sedetena ante un comentario especialmente hiriente.

    Durante aos, todo Magadn (Magdala) supo de los pecados de Mara.Viuda siendo muy joven, la vida la llev donde ninguna mujer debera dejarsearrastrar. Amada y odiada a partes iguales, deseada y perseguida all donde fuera,Mara logr sobrevivir en un mundo donde solo importaba su cuerpo. Losprostbulos acabaron siendo su nica casa, el nico rincn donde, sola con suoscuridad, Mara poda sentirse un ser humano. Aquellos cuartos ocultaban cientosde secretos, muchas lgrimas, infinidad de desengaos y un incontestable aroma amuerte, tristeza y desolacin. Nada ms divino que el amor, nada ms mundanoque su degradacin ms absoluta. All fue donde la encontr por primera vez o,

    para ser ms exactos, donde ella se fij en m por vez primera, pues yo tard mstiempo en reparar en su existencia.

    Ella se encontraba entre el gento aquella maana en Jeric, cuando llam aZaqueo, el recaudador de impuestos, que se haba escondido en lo alto de unmembrillo intentando no ser descubierto, no tener que enfrentarse a mi mirada. Enese momento, segn me cont despus, le maravill mi forma de tratar por igual almsero y al justo, al rico y al desgraciado. Y, cuando pas a su lado, Mara roz mitnica con su mano. Jams llegu a sentir tan profundamente el calor de un cuerpo

    humano como aquella primera vez. Aunque entonces, por ms que me detuve aobservar, no consegu descubrir que se trataba de ella.

    Con todo, aquel breve instante me turb: acaso no haba vencido a lastentaciones del demonio en el desierto? Cmo un simple roce poda logrardetenerme en los propsitos de mi Padre? Al cabo de unos das de desazn, lograpartar estos pensamientos de mi mente, aunque jams desapareci el recuerdo de

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    sus manos en mi espalda.

    Mucho tiempo despus, pude verla cara a cara. Un fariseo, de nombreSimn, me invit a su casa despus de maravillarse al ver cmo expulsaba undemonio del cuerpo de una mujer. Acept la invitacin y le acompa, aunque mishermanos no dejaron de advertirme, con razn, que aquel hombre buscabaencontrar razones para denunciarme ante los sacerdotes y los jueces. Simn quisoque almorzara con l, y una vez all comenzamos a hablar del Reino y de mi Padre.Ellos vinieron conmigo.

    Las preguntas del fariseo giraban en torno a la obediencia de la ley, a lasuperioridad de mi Palabra respecto a la Torah, a mi procedencia y mis intenciones.No haba cuestiones desagradables cuando hablaba de misin. En plena discusinacerca de la obligatoriedad de cumplir el sabbat a rajatabla, Mara sali del interior

    de la casa. Estaba realmente preciosa, ataviada con telas de oriente, y con loscabellos ensortijados, los tobillos desnudos adornados con cascabeles, de modoque el tintineo de sus pasos se escuchaba a medida que se acercaba. Una criaturacelestial, pens, e inmediatamente me vino a la memoria la cruenta muerte de miprimo Juan tras el baile de Salom, y advert su cabeza muerta servida en bandejade plata.

    Aquella no poda ser ms que una trampa urdida por aquel hombre contram, pero le dej hacer. No haba ms peligro del que mi Padre quisiera probarme.

    Mara se acerc hasta donde me encontraba sentado, y toc mi hombro. Y entonces,el mundo se detuvo. Aquel leve contacto cambi para siempre mi historia: mi almavolvi a encenderse, recordando el calor de aquella mano que roz mis ropas. Asque era ella... y Mara, que tambin lo supo, cay al suelo, como fulminada por unrayo, y comenz a llorar desconsoladamente, y busc mis pies con sus manos,llenndolas de lgrimas y de besos.

    Mis discpulos estaban soliviantados, hasta el punto de que Tadeo y Judas selevantaron de sus asientos, tomaron a aquella mujer por los brazos y la arrastraronhasta la calle, pero ella no desisti. Volvi a entrar, y se arroj a mis pies,abrazndolos con tanta fuerza que, por un momento, tem que fuera a arrancarlos.Hice un gesto con la mano para que, esta vez, nadie frenara su mpetu: Pedro, Juany Santiago me miraban sin comprender, mientras el resto, con una evidente muecade disgusto, sali de la casa. Creo que Judas jams me perdon aquelespectculo, y siempre se mostr esquivo con Mara, a la que evitabaconstantemente y con la que apenas cruz dos palabras a lo largo de los meses

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    siguientes.

    Mara, an con los ojos envueltos en lgrimas, sac un frasco de perfume yungi con l mis pies. Maestro, t eres el Hijo de Dios, grit a garganta abierta.Yo no sala de mi asombro: aquello no poda ser una treta de Simn, por ms queeste contemplara, complacido, la escena: una vulgar ramera besando yperfumando al que se deca el Mesas!

    Sabrs, Jess, puesto que eres un gran profeta y conoces todo lo que sucedea nuestro alrededor, qu clase de mujer es la que toca y besa tus pies, y por quin teests dejando perfumar. Es una pecadora pblica, una concubina, una ramera laque adorna tus pies y deshonra mi casa.

    Y la que sali de tu alcoba, Simn respond, y el fariseo call. Le haba

    pillado en un renuncio.

    Tengo algo que decirte, continu.

    Maestro, dime lo que quieras, logr responder Simn, entre asustado eintrigado.

    Entonces le relat la parbola del prestamista que condon por igual sudeuda al que le deba 500 denarios y al que solo haba dejado de pagar 50. Culde los dos lo amar ms?, pregunt, y Simn, siempre pendiente de sus propiasmonedas, respondi que, por supuesto, aquel al que ms favoreci. No quisedecirle que, como con los talentos, la importancia no est en la cantidadaprovechada o perdonada, sino en la virtud para hacer germinar tus propiaspotencialidades, y en la de agradecer el perdn con todo tu corazn.

    Has juzgado bien, le contest, y seal al rostro agradecido que todava seaferraba a mis rodillas como un nufrago a un madero en mitad del mar de Galilea.Ves a esta mujer? Hace un rato, entr en tu casa porque t me invitaste, peroestabas tan pendiente de indagar sobre mis pecados que ni siquiera me ofreciste

    una jofaina para lavarme los pies. Esta mujer lo ha hecho con sus lgrimas, y consus cabellos los sec. No ungiste mi cabeza con aceite como se hace con losinvitados, pero ella perfum mi tnica. Es una pecadora, t lo dices, no yo. Perofueran cuales fuesen sus pecados, ya le han sido perdonados, porque ama mucho.Atiende Simn, por tu propia salvacin, y escuchad todos alc la voz para quelos discpulos que, indignados y escandalizados, haban salido a la puerta,entendieran, y regresasen, como as sucedi: as como amis, y os amis, seris

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    perdonados, y podris perdonar. El que poco perdona, al que poco hay queperdonar, aquel que se cree ms perfecto que el propio Dios, poco vive, poco siente,poco ama.

    Mis palabras provocaron el silencio de todos, incluso Mara dej de sollozar.En ese momento, con la mayor dulzura de la que fui capaz hasta aquel instante

    jams haba tocado a una mujer que no fuera de mi familia, tom sus manosentre las mas hasta que se puso de pie y, posando mi barbilla en su cabeza, lesusurr al odo: Tus pecados te han sido perdonados. Tu fe te ha salvado; ve enpaz.

    Mara, por primera y nica vez, alz la mirada, y mis ojos y los suyos secruzaron. Eran del color de la miel, del tamao de dos almendras, y reflejaban unamor y un agradecimiento que jams pude encontrar entre los ms prximos a m;

    ni siquiera en Juan, ni tan solo en la mirada de Lzaro al volver de entre losmuertos. Ve en paz, repet, y ella, sin dejar de mirarme porque no podahacerlo, igual que yo no poda dejar de mirar sus ojos grandes, se abri pasoentre mis hermanos, que la contemplaban embobados, y sali a la calle. Con lacabeza bien alta. Desde aquel da, y hasta el momento de mi muerte, nadie seatrevi a insultarla ni a murmurar a sus espaldas. Toda Judea supo que Mara, laputa de Magdala, era la preferida del profeta de Nazaret.

    Desde entonces, Mara nos sigui all donde bamos. Pronto, otras mujeres

    se armaron de valor y se unieron a nosotros. No fue algo que yo planteara, puessaba que ni los fariseos ni los judos tradicionalistas aceptaran de buen grado lapresencia femenina en torno a m. Y tambin por mis hermanos, muchos de loscuales haban abandonado familia y amigos por seguirme. Muchos estabancasados, algunos tenan hijos, y todos los das echaban de menos a los suyos. LaProvidencia hizo el resto: en las siguientes semanas, la mujer y la suegra de Pedro(totalmente restablecida de su extraa enfermedad), Salom, Marta y Mara yalgunas de las esposas de mis discpulos se sumaron al grupo, cada vez msnumeroso, de los que nos seguan.

    Me gustaba que las mujeres y los nios estuvieran alrededor del anuncio delReino. Haca ms real la misin que me haba trado a este mundo, que resultabadel todo imposible si aceptbamos que el hombre era superior a la mujer en todoslos mbitos, incluso ante los ojos de Dios. Mis amigos, excepto Judas que jamsdurmi ms de una noche con la misma mujer, ni quiso formar una familia, y quetodava albergaba la posibilidad de capitanear un ejrcito de hombres contra Roma

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    , tras las dudas iniciales, se vean plenos de gozo al poder contar con la cercanade los suyos, lo que me alegraba mucho. ramos, ahora ms que nunca, una granfamilia.

    Sin embargo, una parte de mi corazn sangraba. Cuando acept cumplir lavoluntad de mi Padre, cuando fui consciente de que deba padecer los mshorribles tormentos y humillaciones, hasta entregar mi cuerpo a la muerte, paraque se cumpliera el pacto sagrado y se restableciera la Alianza rota por el pecadode Adn, tambin supe que, aun rodeado de amigos, de fieles seguidores, elcamino emprendido me empujaba, en el extremo, a la ms absoluta soledad. Nadiepoda beber mi cliz salvo yo mismo.

    Y, ciertamente, la presencia de Mara en el grupo me turbaba. Ella haca loposible por no acercarse demasiado, sobre todo despus de que Juan, mi discpulo

    amado y por ser el ms joven, el ms instruido en la dinmica del enamoramiento,de la desdicha y la pasin, pidiera a la de Magdala que no entorpeciese los planesde su maestro.

    No soy un experto en estas lides, jams conoc mujer, pero igual que cuandonuestras miradas se cruzaron pude advertir un gesto de amor en sus ojos, Mara

    bien pudo adivinar el aleteo de mi corazn cada vez que ella se acercaba a traermeagua o servirme la comida. Y mucho ms all: recordaba nuestras conversaciones,su fortaleza, sus ganas de vivir y de dar vida. Su vida era preciosa, aunque la

    tristeza haba estado a punto de terminar con sus das no haca tanto tiempo.

    Una noche, junto al lago, cuando todos dorman, me retir a meditar sobre elxito de nuestra misin. Me entretuve tirando piedras contra el agua, tratando deconseguir que dieran saltos antes de hundirse. Al cabo de un rato, la cercana deunos pasos me sac de mi ensimismamiento. Maestro dijo ella, porque era ella, hace fro y la noche avanza. Deberas descansar.

    Creo, Mara, que jams volver a hacerlo, respond, con la voz trmula, apunto de romperse. Y entonces ella se acerc, tanto, que pude oler sus cabellos.

    Cerr los ojos, aspir su aroma, y sent cmo sus labios resbalaban por la comisurade mi boca. Fue solo un instante, pues de inmediato, bruscamente, me apart unospasos. Mara baj la cabeza y, sin un pice de rencor o de tristeza, regres alcampamento.

    Mara, trat de decir.

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    No, Maestro, lo s, respondi ella. Est bien. As es como debe ser. Fuela mayor leccin de humildad, de fe y de aceptacin de los planes de Dios quenunca presenci durante mi vida terrena. Recuerdo que, cuando la contemplabaalejndose hacia el campamento, pens que mi Padre haba hecho un buen trabajo

    al permitir que un hombre y una mujer pudieran llegar a enamorarse. Y, tambin,en lo acertado de mis palabras, el da en que me lav los pies: Tu fe te ha salvado.Aquella noche, la fe de Mara tambin me salv a m.

    Tras la expectacin y acogida iniciales, varios de mis discpulos, en especialSantiago, Toms y Judas, me convencieron de lo acertado de continuar, al menosoficialmente, presentndonos como un grupo de 13 hombres. Pese a todo, muchosotros, y otras, nos siguieron en nuestra andadura por Israel. Mara permaneci

    junto al grupo hasta el final, siempre en un segundo plano, sin llamar la atencin,aunque Juan, y sobre todo el suspicaz Pedro, no dejaran de vigilarla un solo

    momento. Siempre solcita y servicial, jams volvi a su antiguo oficio: su fe, y suamor, haban obrado el milagro.

    Ella acompa a Juan y a mi madre junto al Calvario, y sus lgrimas fueronlas ltimas que contempl antes de morir. Tambin fue una de las primeras ensaber que haba resucitado, en creerlo y en tratar de convencer a Pedro, Juan oToms. Desde que regres, todos los das trataba de sacar un momento paraobservarla, aunque la primera vez que nos vimos no quise hacer distingos conninguna de las mujeres.

    La echo de menos. Tal vez por eso la espo, y quiz por esta razn meindigno cuando compruebo que regresan las miradas de desaprobacin, lossilencios y los vacos en torno a Mara. Ya no la critican por su vida pasada, sinoque murmuran acerca de su amor por m y de cmo ha vuelto a enterrar su vidapor otro hombre que no pudo sobrevivirla. Mara no se inmuta: sabe que he vueltoa la vida resulta una maravilla, aunque tambin peligroso, poder leer el alma delos seres humanos... y tan extrao no saber entender lo que se escribe en la ma, yen el fondo de su corazn mantiene la esperanza de que, esta vez s, las cosas

    puedan ser de otra manera.

    Y, si no quisiera engaarme, yo tambin lo espero en algn momento del da.No necesito comer, dormir o descansar; mi cuerpo ya no me castiga, pero lossuspiros del alma siguen dicindome que tal vez, ahora, ella y yo... Pero no. No hellegado hasta aqu para dejar de cumplir el plan de mi Padre.

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    Aun as, no me resisto a mirarla, a acercarme a ella, a sentir su olor, susmanos en mi tnica, el roce de su piel.

    Mara. Y ella se vuelve, y me ve, y entonces ya no existen las miradas dedesaprobacin de las mujeres del lago s de terror, de sorpresa y admiracin, aldescubrir que era cierto, que la Magdalena no haba perdido la cabeza, que Yohaba vuelto a la vida, ni la ropa que lavar, ni el tiempo pasa. Todo se detiene.Maestro! Jess!, y su abrazo vuelve a abrasarme el corazn, como cuando, sinsaber su nombre, sin ver siquiera su rostro, ella roz con sus dedos mi tnica.

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    IX

    Mi Padre, mi padre

    Como creo haber dicho, poco a poco voy acostumbrndome a mi nuevasituacin. Desde que era un nio, fui muy consciente de mis particularidades. Eraalguien especial, destinado a hacer grandes cosas. Mis padres jams ocultaron miorigen, siempre me dijeron cmo fui engendrado y las circunstancias de minacimiento, en aquel pesebre en Beln, arrastrado y abandonado por todos menospor mis padres y por los ms pobres de entre los pobres. Treinta y tres aosdespus, me haba marchado del mismo modo, sin tanto secretismo pero

    absolutamente solo.

    Jos fue el mejor de los ejemplos que un hijo podra merecer: desde elprincipio acept mi llegada, pese a lo que supona para su hombra el tener queadmitir que su mujer ya estaba encinta antes de casarse con l, y que el hijo queesperaba no era suyo. Ni un solo instante dej de amarnos a Mara y a m, quesiempre fui su hijo, y a aquella vida que Dios puso en su camino para ensearle aser un hombre de bien. nicamente en una ocasin me enfrent a l. Sucedicuando tena 12 aos y desaparec en el Templo de Jerusaln. Todava hoy sientolstima al recordar su cara cuando, al reprenderme, le contest que no lo hiciera,

    porque me estaba ocupando de los asuntos de mi Padre. No menta, pero s resultabsolutamente injusto. No me lo reproch jams.

    l fue mi padre en esta tierra, y nunca podr agradecerle el habermeconvertido en el hombre que llegu a ser. Sus gestos, su forma de mirar, su manerade contar interiormente hasta cinco antes de tomar cualquier decisin, son, anahora, las mas. Jams se interpuso en mi misin, aunque s me hizo poner los piesen el suelo en ms de una ocasin. No debe de ser fcil educar al hijo del Hombreque va tomando conciencia de su poder y, sin todava saber por qu, usa sus dones

    para divertirse. Juegos de cros, s, aunque el dueo de la zarza que sequ o el nioal que dej muerto un instante no pensaran lo mismo. Gracias a mi padre Jos pudeir a la escuela como un nio ms y aprend un oficio que, por otro lado, no se medaba nada mal. Hubiera llegado a ser un buen carpintero, al igual que mi padrelleg a ser un gran miembro de la milenaria estirpe de David, de la que debaproceder aunque no llegara por vnculo de sangre el Mesas anunciado por losprofetas.

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    Dios compens a Jos con la compaa, amorosa y fiel, de mi madre, esagran mujer que supo fiarse del Creador sin temor al futuro, y a todos nosotros nos

    bendijo con una gran familia. Sin mis hermanos, a quienes cuid e instru cuandoJos muri, jams hubiera percibido la grandeza de formar parte de la inmensa

    familia humana, esa sensacin de necesitarnos los unos a los otros, de protegernos,llevarnos de la mano en el camino, con quien compartir abrigo y pan.

    Digo esto porque ahora, tras mi predicacin, pasin, muerte y resurreccin,todos me ven como el Hijo de Dios. Y, ciertamente, lo soy: mucho me ha costadoque mis discpulos lo comprendieran, y ellos vieron las maravillas que mi Padrerealiz a travs de mis manos, el poder que se me haba concedido en Cielo yTierra. Pero nunca quise dejar de ser un hombre. Me lo dijo mi padre Jos, pocoantes de morir: Dios ha querido hacerse hombre, para que el hombre puedavolver a Dios. S siempre el hombre que eres, Jess, y sers el Dios que necesitan

    los hombres. Hoy, que en mi nuevo estado no siento fro ni calor, no me cansopese a caminar toda la jornada, no tengo necesidad de comer, beber o dormir. Hoy,repito, me siento profundamente hijo de los hombres; una pertenencia, entremortal e inesperada, que me cautiva y que no acabo de comprender, pero que seme escapa por los poros de la piel. El hijo de Dios jams fue ms hombre quecuando muri y resucit. La muerte y la vida... y Jess, el Cristo, caminando enmedio con pasin.

    Jos y Mara consiguieron hacer de m un buen judo, respetuoso de la Ley y

    las normas, y aunque cambi no pocos ritos establecidos y desafi rigorismosdestemplados, lo hice siempre siguiendo los designios de mi Padre: el hombre esms importante que el Sabbat, la vida ms sagrada que la Tor, el amor a losdems, amigos o enemigos, mucho ms vital que cualquiera de los mandamientos.Mi misin fue la de volver a acercar a Dios a los hombres y por esta razn mi Padredel Cielo me engendr en una mujer, me hizo crecer, equivocarme y padecer.

    Por eso sufr hasta la extenuacin, como solo el Hijo de Dios, pero tambin elhijo de un hombre, podra sufrir. Por eso no me liber de la cruz ni de los salivazos,

    por eso grit y me desgarr con cada latigazo. Por eso, incluso, llegu a pensar quemi Padre, tal vez, me haba abandonado. Por eso llegu a pedirle que apartara elcliz del sufrimiento y la muerte de mis labios.

    Curiosamente, y aunque ya no padezco los avatares de mi condicincorporal, todava permanecen en m muchas cualidades humanas. Tal vez porquesean esa parte divina, ese soplo que Dios quiso imprimir a los hombres desde su

  • 7/26/2019 Bastante Jesus - Y Resucite de Entre Los Muertos

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    Creacin. As, cuando ro, siento autntica alegra, me entristezco realmente alcontemplar las injusticias; mantengo en el recuerdo a los que se han ido, y anheloencontrarme con aquellos a los que amo.

    Puedo trasladarme de un rincn a otro de Judea en un abrir y cerrar de ojos,estar presente en varios lugares al mismo tiempo, hablar todas las lenguas de laTierra, conocidas o no; pero algo tan sencillo como una caricia, un beso, un susurroen mis odos, turba mis pensamientos, acelera mi corazn, me hace enloquecer yvoltea mi alma. El beso de Mara me hace dudar; quisiera quedarme a su lado...mas s que no puedo hacerlo.

    Durante unas horas, incluso, llegu a pensar si el demonio no se habrarealmente apoderado de Mara y me estuviera tentando del mismo modo en que lohizo en el desierto. Es cierto: antes de regresar al mundo de los vivos, descend a

    los Infiernos y lo derrot, dejndolo atado a mil cadenas hasta el da del Juicio...pero la fragilidad humana es tal que, ni aun venciendo a la Muerte, he logradoterminar con la batalla. Satans continuar llevando al hombre por la senda de lasguerras, la sangre y el fuego; lo embaucar con falsos deseos y riquezas; har de lel peor enemigo de s mismo, el gran asesino de los hijos de Adn... Aunque serderrotado, todava queda mucho por lo que luchar, y muchas son las almas quecorren el riesgo de perd