barbara cassin
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La filósofa francesa Barbara Cassin coloca al "mejor" motor de búsqueda del mundo en el centro de su reflexión y analiza el alcance político, económico y cultural del fenómeno Google, imperio de la información, del saber y del comercio a escala planetaria. Examina las prácticas sobre las cuales ha desarrollado su poder y también el tipo de moral que encarna cuando se pretende universal y democrático. ¿Cuáles son los intereses de Google, cuyo proyecto es organizar toda la información y digitalizar todos los saberes del mundo? ¿Es necesario plegarse al modelo Google para "ser", por el temor a desaparecer? ¿Qué nuevo lugar ocupan los autores y las obras en el universo digital? ¿De qué modo el uso del globish (global english) por parte de centenares de usuarios en todo el mundo modela una determinada manera de pensar?La mítica y extraordinaria historia de la invención de Google por dos estudiantes de doctorado de la Universidad de Stanford, desde su inicio hasta su estruendosa entrada en la Bolsa en 2004, permite a Barbara Cassin abordar desde un nuevo ángulo la cuestión decisiva de la dimensión cultural de la democracia. En tal sentido, afirma: "Dicho de manera brutal, Google es un campeón de la democracia cultural, pero sin cultura ni democracia. Porque no es un maestro ni en cultura (la información no es lapaideia) ni en política (la democracia de los clics no es una democracia)".
Sobre el libro “Googléame”, de Bárbara CassinPublicado en julio 23, 2008de Alejandro Tortolini
Acabo de leer el libro de la filósofa francesa Barbara Cassin,“Googleame”,
quien analiza a Google desde un ángulo distinto al que solemos encontrar
en las librerías de Argentina. Su autora es filósofa, y el libro es una crítica a
la forma en que Google pretende mostrarse como un ordenador y
democratizador del conocimiento humano.
Ya de por sí es raro encontrar en Argentina libros críticos sobre internet;
acá llegan los aplausos, casi nunca las dudas; como si fuera un mal negocio
editorial publicarlas, o como si estuviera mal criticar a la Red de redes.
Criticar viene de un verbo griego que significa pasar por el cedazo o tamiz,
es decir examinar algo para quedarse con lo bueno, con lo jugoso. ¿No
deberíamos ser críticos con todo, internet inclusive?
Para Cassin corremos el riesgo de que Google termine siendo algo parecido
a una aplanadora de las culturas, a partir de pretender ordenar todo el
conocimiento humano desde sus herramientas de clasificación. Esto
preocupa a la autora, y todo su libro está dedicado a explicar por qué.
Por supuesto, no faltó el comentario de los que defienden a Google. ¿Cómo
se atreve un lego, alguien que no es del palo, a criticar a uno de los ídolos?
Pero más allá de las peleas ¿Por qué surgen libros como “Googléame”?
¿Podemos aportar algo para tratar de entender la crítica de su autora?
No son inentendibles los recelos europeos hacia lo norteamericano; no son
cosa nueva. En 1997 asistí aquí en Buenos Aires a un seminario sobre
globalización e identidades culturales. Disertaron varios europeos: el
italiano Ricardo Campa, el francés Philippe Engelhard, Hans-Peter Kruger
de Alemania, y el inglés Martin Conboy; los expositores argentinos fueron
Pablo Alabarces, Ricardo Sidicaro y Aníbal Ford.
La actitud de los europeos fue de precaución frente a la euforia del
concepto “globalización”. Por ejemplo, la exposición del francés Engelhard
se tituló “¿Es concebible la globalización de la cultura? Sentido,
contrasentido y riesgos posibles”. Todos mencionaron que la globalización
tenía aspectos positivos, pero también aspectos negativos, entre los cuales
no era el menor la pérdida de identidad y diversidad cultural.
En uno de los descansos del seminario me puse a charlar con el inglés
Conboy, y le expresé que me había llamado la atención la perspectiva que
habían mostrado, de recelo hacia el concepto de globalización, que yo
compartía. Y me expresó que a él y a sus colegas les había llamado la
atención el ambiente optimista y confiado que habían encontrado en
Argentina hacia el concepto. “Es como que se han comprado la versión de
los Estados Unidos sobre la globalización”, me dijo.
En mis tiempos de estudiante universitario, el escenario político mundial
era el de la guerra Fría, con la posibilidad siempre presente de ver a
EE.UU. y la URSS enfrentándose en una guerra nuclear que se libraría
principalmente en…Europa. El concepto se llamaba MAD, iniciales en inglés
de Destrucción Mutua Asegurada. Varias generaciones de europeos
crecieron pensando que la última imagen que verían sería la de las bombas
atómicas rusas y norteamericanas lanzadas sobre sus casas. En la
universidad leíamos a autores como André Beauffre, padre de la escuela
nuclear francesa, que en alguno de sus libros calculaba las pérdidas de
vidas según los megatones de las bombas utilizadas… El movimiento punk
surgió como respuesta desesperanzada a toda esta locura.
Desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, Europa siempre buscó ser
autosuficiente. Hizo todo lo posible por autoabastecerse de alimentos, hasta
que gracias a avanzadas técnicas agrícolas y a la biotecnología lo logró.
Recuerdo otra anécdota de mediados de los ’80: cuando estaban por
incorporarse a la Unión Europea Grecia, España y Portugal, salió en el
hebdomadario “Le Monde Diplomatique” una nota al respecto que fue
ilustrada con una viñeta humorística muy clara: el dibujante había hecho
una fortaleza con la silueta de Europa. A las puertas del castillo había
llegado un mulato con una carreta cargada de alimentos tropicales pidiendo
entrar, y desde arriba un guardia con cota de malla y lanza negaba el paso
con muy mala cara…
Tampoco faltan antecedentes de desconfianza hacia el control
norteamericano de las comunicaciones mundiales. Hace años que los
europeos reniegan contra el programa Echelon, porque dicen que la
otrora UKUSA y sus socios de Australia y Nueva Zelanda los espían no sólo
con fines de seguridad, sino para obtener ventajas comerciales. El libro
“Libertad vigilada”, del español Nacho García Mostazo, detalla muy bien el
tema.
Pero volviendo al libro de Cassin, ésta advierte no sólo contra los criterios
que usa Google para determinar el ordenamiento de la información
universal, sino también contra la inocencia de juzgar a empresas como
Google, Yahoo o Microsoft por su imagen publicitaria de “buena onda”.
Cuando al lema “No seas malvado” (“Don´t be evil”) de Google le opone los
casos donde la empresa accedió a autocensurarse en China para poder
ingresar a ese mercado, Cassin sólo nos recuerda hechos que a menudo se
barren debajo de la alfombra. Yahoo también tienen algunas manchas
parecidas. Son varias las “empresas2.0″, abiertas y colaborativas, que han
preferido olvidarse de los derechos de las personas para poder cerrar
buenos negocios con los gobiernos de turno. A nosotros pueden caernos
simpáticos los toboganes que hay en Google para tirarse de un piso a otro,
pero no creo que a las familias de los disidentes encarcelados les haga la
misma gracia.
En fin, el libro aporta una serie de datos y reflexiones interesantes para
armar una concepción crítica de internet y sus actores.
En esto consiste ser críticos: juzgar, evaluar, pesar, medir, para usar
entonces lo bueno y cuidarnos de los malo. Haciéndolo incluso (¡Dios me
libre y me guarde!) con Google y con internet.