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Balance de los estudios moche (Mochicas) 1970-1994 Segunda parte: Trabajos arqueológicos Daniel Arsenault Este texto sobre la investigación arqueológica constituye la segunda parte de una síntesis de los estudios realizados estos últimos veinticinco años sobre los Moche 1 (llamados también Mochicas), una sociedad del Perú prehispánico que se desarrolló a lo largo de los valles de la costa norte entre finales del último siglo antes de Cristo y la primera mitad del siglo VIII después de Cristo. Completa un balance sobre el tema iniciado en un primer artículo, el cual trataba de los análisis de la iconografía moche (ver Arsenault 1995). Hace algunos años, el arqueólogo americano de origen japonés Izumi Shimada (1987: 131) escribía que nuestros conocimientos sobre los Moche estaban muy fragmentados y permanecían incluso superficiales en muchos a<;pectos. Para Shimada (ibíd.; también 1990a), esto se explicaba sobre todo por el hecho de que los arqueólogos habían puesto mayor énfasis en la excavación de cementerios y grdildes sitios ceremoniales en el curso de sus investiga- ciones, ignorando generalmente la exploración de los más pequeños sitios residenciales, de naturaleza doméstica y de arquitectura muchos menos elaborada (cf. también Proulx 1985: 278-280). Hay que decir, como descargo de los arqueólogos, que los sitios domésticos son a menudo menos preservados, particularmente por estar más fácilmente amenazados por Recordemos que este balance no es exhaustivo, pero puede constituir una herramienta de referencia válida para todo investigador interesado en continuar estudios en tomo de la cultura y la sociedad moche. Otra síntesis reciente sobre el tema también puede ser consultada, la de Uceda y Mujica (1994). 2, diciembre 1995 443

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Balance de los estudios moche (Mochicas) 1970-1994

Segunda parte: Trabajos arqueológicos

Daniel Arsenault

Este texto sobre la investigación arqueológica constituye la segunda parte de una síntesis de los estudios realizados estos últimos veinticinco años sobre los Moche1 (llamados también Mochicas), una sociedad del Perú prehispánico que se desarrolló a lo largo de los valles de la costa norte entre finales del último siglo antes de Cristo y la primera mitad del siglo VIII después de Cristo. Completa un balance sobre el tema iniciado en un primer artículo, el cual trataba de los análisis de la iconografía moche (ver Arsenault 1995).

Hace algunos años, el arqueólogo americano de origen japonés Izumi Shimada (1987: 131) escribía que nuestros conocimientos sobre los Moche estaban muy fragmentados y permanecían incluso superficiales en muchos a<;pectos. Para Shimada (ibíd.; también 1990a), esto se explicaba sobre todo por el hecho de que los arqueólogos habían puesto mayor énfasis en la excavación de cementerios y grdildes sitios ceremoniales en el curso de sus investiga­ciones, ignorando generalmente la exploración de los más pequeños sitios residenciales, de naturaleza doméstica y de arquitectura muchos menos elaborada (cf. también Proulx 1985: 278-280). Hay que decir, como descargo de los arqueólogos, que los sitios domésticos son a menudo menos preservados, particularmente por estar más fácilmente amenazados por

Recordemos que este balance no es exhaustivo, pero puede constituir una herramienta de referencia válida para todo investigador interesado en continuar estudios en tomo de la cultura y la sociedad moche. Otra síntesis reciente sobre el tema también puede ser consultada, la de Uceda y Mujica (1994).

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perturbaciones de orden natural o antrópico (Bawden 1982a: 286), y en consecuencia más difíciles de detectar (cf. Wilson 1988: 4).

Sin embargo, los conocimientos arqueológicos acerca de los Moche se han acrecen­tado de manera apreciable a partir de finales de 1980. Este enriquecimiento de los conoci­mientos se debe en gran parte al hecho de que numerosos proyectos científicos, dirigidos tanto por equipos extranjeros como peruanos, han permitido sacar a la luz vestigios, a veces abundantes y variados, otras veces inusitados, en diferentes sitios de la costa norte del Perú. Estos nuevos descubrimientos han venido a dar una nueva visión sobre diversos aspectos sociales, económicos, tecnológicos, políticos, etc. de esta sociedad precolombina. Pero antes de presentar ciertos resultados, recordemos brevemente los grandes capítulos precedentes de la investigación arqueológica sobre los sitios moche.

Breve presentación de los trabajos arqueológicos anteriores a 1970

Luego de la Conquista española del Perú, en 1532 de nuestra era, los imponentes monumentos ceremoniales de los Moche, llamados huacas2 , que se perfilan aún en nuestros días en el paisaje de la costa norte peruana, así como los cementerios adyacentes, han sido el blanco principal de trabajos de excavación, la mayor parte del tiempo clandestinos3

• En efecto, los primeros europeos estimaron rápidamente que semejantes estructuras arquitectó­nicas podían esconder importantes tesoros y buscaron por todos los medios sacarlos a la luz para apropiarse de ellos (Cobo 1892-1895: 234; Duviols 1971:97, 253-256; Moseley 1983a: 180-181).

Por otro lado la búsqueda insaciable del oro4 y otros objetos preciosos, desde hace más de cuatro siglos, ha alentado la destrucción gradual de los grandes sitios arqueológicos por pillos locales y extranjeros, comúnmente llamados huaqueros en los Andes (Alva 1988: 512-518, y 1989: 20-23; Moseley 1992: 16-17). Pese a haber contribuido con la irremediable destrucción del contexto arqueológico de los objetos recuperados (Meggers 1985; Kirkpatrick 1992), estos

2 El término huaca es una palabra quechua que, en el sentido más general, designa todo lugar sagrado natural o construido por los humanos. Aun si este término es ahora comúnmente utilizado para designar las grandes estructuras ceremoniales de la costa norte del Perú, lo que restringe el signifi­cado, el término muchik tüne, que significa lo mismo (Kroeber 1930: 93), quizás hubiera sido más apropiado.

3 En el siglo XVI, al inicio del régimen colonial, el virrey del Perú, Francisco de Toledo, había decretado que la excavación de los sitios autóctonos debía hacerse en presencia de un inspector. Según este decreto, las excavaciones debían además atenerse a diversos reglamentos, tales como la obligación de retener, de hacer registrar todos los objetos exhumados y de redactar un informe cada dos meses (Chávez 1981: 162). Nos podemos preguntar en qué medida estos reglamentos fueron respetados en esa época

4 A lo que se agrega hace algunos decenios la búsqueda de otros tipos de objetos moche, particular­mente las cerárnicas que incitan tanto la codicia de coleccionistas privados, lo que trajo consigo, a cambio, una legislación más severa (cf. 1-lcrschcr 1983; también Livingston Azoy Ed., 1985), la aparición de un verdadero mercado negro de coleccionistas, así como el despliegue de redes clandes­tinas de intercambio y de venta ligadas, por otro lado, al cáJlel de la droga y a los grupos terroristas de extrema izquierda en el Perú - Sendero Lurninoso y el Movimiento Revolucionario Tupac Amaru (cf. AJexander 1990; Burger 1989: 44; Donnan 1990a; Nagin 1990).

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pillajes de los lugares (o huaquerías) han constituido no obstante para diversos museos pe­ruanos y extranjeros una fuente esencial de aprovisionamiento en objetos moche, permitiéndoles adquirir, en efecto, directamente o por donaciones o legados, colecciones más o menos im­ponantes (cf. Hocquenghem, Tamási y Villain-Gandossi Eds. 1987; también Arsenault 1990: 79 y nota 1). Para los investigadores actuales, estos objetos de colección constituyen muy a menudo documentos imponantes para la comprensión de la sociedad moche, aunque no sea más que en razón de su contenido iconográfico (Donnan 1990a; Washburn 1987).

El verdadero interés científico por las antigüedades precolombinas del Perú comienza lentamente a principios del siglo XIX, por una parte con la creación de instituciones de carácter científico encargadas de recolectar objetos arqueológicos para museos nacionales del Perú (Chávez 1981: 164) y, por otra parte, con el envío de misiones de exploración por los Estados Unidos (Squier 1877) y ciertos países europeos (dirigidos más particularmente por los exploradores Clement Markham y Charles Wiener; cf. Hagen 1979:24-28; Riviale 1987:17-20). No obstante hay que e~-perar los albores del siglo XX para ver cumplir los primeros trabajos arqueológicos en los sitios moche, trabajos que fueron sin embargo ejecutados según métodos de registro sumarios. En efecto es el alemán Max Uhle, uno de los precursores de la arqueología peruana (cf. Lumbreras 1981: 7-9, 99), quien emprende en el verano austral de 1899-1900, las primeras excavaciones científicas en el sitio de Moche. Entre otras cosas, Uhle (1913: 104-109, 114) sacó a la luz el contenido de 37 sepulturas5 y de dos escondites de objetos en las cercanías de la Huaca del Sol y de la Huaca de la Luna. Desafortunada­mente, la falta de una técnica de registro sofisticada, sus notas manuscritas (Uhle 1899-1900) conservadas en el Phoebe-Apperson-Hearst Museum no brindan información suficiente sobre el emplazamiento exacto de los objetos moche recolectados al interior de las tumbas (cf. Donnan y Mackey 1978: 63; Kroeber 1925 y 1944: apéndice C; Lumbreras 1990: 43; Menzel 1977: 37-39, 60). Uhle fue el primero en reconocer la antigüedad y la especificidad culturdi del estilo cerámico moche, y quien la denominó de ese modo, por oposición a la cultura posterior chimú (Kroeber 1926: 9-10; Kroeber 1944:56).

Algunos años más tarde, cierto Dr. Huidobro ejecutó la excavación de un cementerio imponante del sitio de Mocollope, situado en el valle de Chicama (Vélez López 1913: 271). Desafortunadamente no existe ninguna nota de campo que pueda indicar el procedimiento seguido y el tenor de los descubrimientos realizados. Sin embargo, el material cerámico que fue recuperado ahí y cuyos ejemplares acompañan el texto de Vélez López (1913), sugiere que las esculturas excavadas fueron acondicionadas durante la fase IV de la historia moche.

Como ya lo reporté en la primera parte de este balance (ver el número anterior de la Revista Andina), Eduard Seler sacó a la luz en 1910, en la Huaca de la Luna de Moche, las primeras pinturas murales de fabricación moche en la Huaca de la Luna (Kroeber 1926: 71; Bonavia 1985: 73). Pero son sobre todo los trabajos que siguieron, desde los años 1920,

5 Sólo el material de 34 sepulturas (las sepulturas Nos. 1 a 23, 25 a 30, 32 y 33, en las cercanías de la Huaca de la Luna y las Nos. 1 a 3 del sitio G, situado en la pendiente norte de Cerro Blanco) está entrepuesta en el Phoebe-Apperson-Hearst (anc. Robert-Lowie) Museo de Berkeley, California (cf. Kroeber 1925; Menzel 1977). Sin embargo, ciertos objetos proverúentes de otras tres sepulturas se hallan actualmente conservadas en el Museo Peabody de la Urúversidad de Harvard, Massachusetts, mientras que otras habrían terminado finalmente en el Museo Manchester luego de haber sido adqui­ridas por el Instituto Wellcome de Londres a corrúenws del siglo (cf. Bankes 1984: 19-20).

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realizados primero por Rafael Larco Herrera, luego de manera más importante por su hijo, Rafael Larco Hoyle (1938, 1939, 1945, 1948, 1963), en el curso de los años 1930 y 1940, los que permitieron mostrar la riqueza y elaboración de ciertos sitios moche localizados en los valles de Chicama y de Moche. Estas excavaciones, acerca de las cuales no se posee desafortunadamente sino algunos pocos reportes detallados, permitieron a los Larco adquirir una rica colección de obras cerámicas, expuestas hoy en día en su mayor parte en el Museo Rafael Larco Herrera de Lima.

Por su parte, en la misma época, dos americanos participaron en proyectos de reco­nocimiento en diversos valles de la costa norte peruana, lo que permitió mostrar a la luz un cierto número de sitios moche, muchos de los cuales ya habían sido blanco de los huaqueros. Estos arqueólogos son Alfred Kroeber (1926: 7 y 1930: 53) y Wendell C. Bennet (1939). Por orro lado el arqueólogo alemán Heinrich Ubbelohde-Doering emprendía, en 1937-38, sus primeras campañas de excavaciones en el sitio de Pacatnamú, localizado en el valle de Jequetepeque, excavaciones que iba a proseguir en dos etapas, en 1953-54 y en 1962-63 (cf. Ubbelohde-Doering 1951, 1952, 1959, 1960, 1967 y 1983). Primero asistente de Hans Disselhoff, luego, más tarde de Wolfgang y Giesela Hecker (Hecker y Hecker 1977 y 1984), exploró enlTe orras las zonas de inhumación de este cenlTo ceremonial mayor, en las cuales las sepultllf'dS liberaron material moche. En la misma época, un equipo de arqueólogos del museo de arqueología de la universidad de Trujillo, dirigida por Max R. Díaz D. ( 1942) sacaba a la luz una sepultura sofisticada acondicionada en una huaca moche en Magdalena de Cao, en la parte baja del valle de Chicama.

A mediados de los años 1940, un vasto proyecto fue puesto en pie, el mismo que marcaría un hito en la historia de la arqueología peruana. El valle de Yirú iba a servir de escenario para el despliegue de una serie de operaciones conjuntas de carácter multidisciplinario en el marco de lo que se llamó el Proyecto del Valle Virú (Strong 1947 a y b; Srrong y Evans 1952). En efecto, es en este valle que un equipo de investigadores especializados en diversas disciplinas hicieron uso de sus recursos comunes en beneficio del conocimiento arqueológico en una perspectiva regional. Gracias a los esfuerzos concertados de arqueólogos, etnólogos, geógrafos y orros especialistas, tanto peruanos como americanos, se iba a poder disponer de un cuadro de conjunto de la ocupación prehistórica e histórica de una reg ión costera, par­ticularmente con el fin de comprender mejor el hábitat de las comunidades prehistóricas que se estaban sucediendo desde el período precerárnico y así afinar la cronología existente. El primer objetivo de este proyecto arqueológico era comprender, por medio de excavaciones (Strong y Evans 1952), sondeos exploratorios (ibíd.) y colectas de superficie (Ford y Willey 1949; Willey 1953), la natuf"dleza y el desarrollo cultural de las diversas poblaciones que habían ocupado el valle (SlTong 1948; cf. también Schaedel y Shimada 1982: 360). Durante la sola y única campaña, efectuada en 1946, se inventariaron más de 300 sitios arqueológi­CCF,6 (Ford 1974: 165; Willey 1953: 2), pero solamente algunos sitios testimoniaron la ocupación

6 Aparece de golpe que el inventario arqueológico del valle de Virú estuvo lejos de estar completo. Esta región contiene en efecto tres o cuatro veces más sitios arqueológicos que los que se consideraron inicialmente por el equipo del Proyecto del Valle Virú. En efecto, a partir de un análisis ulterior de fotografías aéreas, Gordon Willey estimó que solamente un cuarto de todos los sitios prehispánicos había sido observado y registrado, lo que sugiere que los trabajos de campo habían sido sobre todo

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moche en el valle de Virú, siendo el más importante el de la Huaca de la Cruz. Entre los testimonio moche7 entonces recolectados, los liberados por la tumba colectiva dicha del "sacerdote guerrero" (Las sepulturas Nos. 12 a 16 en el análisis de Strong y Evans 1952: 150-167), en la Huaca de la Cruz, permanecen indudablemente como los más espectaculares.

Es igualmente durante los años 1940 que el historiador americano Paul Kosok (1965) intenta reconstituir los sistemas prehistóricos de aprovisionamiento de agua y de irrigación todavía visibles en la costa peruana al hacer el levantamiento cartográfico de veintidós valles litorales, los cuales han sido determinados en la costa septentrional, a partir de fotografías aéreas y de explomciones sobre el terreno (cf. igualmente Hadingham 1987: 67-68). Además en compañía de Richard Schaedel (1951), Kosok buscó evaluar, en el curso de los años 1950, los resultados del proyecto Virú aplicándolos a los otros valles del litoral peruano (Kosok 1965). Durante este tiempo, en el valle de Jequetepeque, Ubbelóhde-Doering (1959 y 1960) proseguía sus excavaciones en el sitio de Pacatnamú, mientras que Hans Disselhoff (1959) excavaba tumbas en el sitio de San José de Moro.

En 1963, de~-pués de los pillajes cada vez más frecuentes que se producían en sitios vicús, el gobierno peruano invitó al arqueólogo peruano Ramiro Matos Mendieta a inventariar el valle de Piura con el fin de sacar a la luz sitios todavía intactos (Jiménez Borja 1989: 15; Jones 1992; Matos Mendieta 1980: 411). Estos sitios vicús iban así a liberar, entre otras cosas, material moche de las fases 1-11, lo que ponía un poco en cuestión el lugar de origen de la culturd moche: se admitía hasta entonces que la cuna de esta cultura se encontraba en los valles de Chicama y Moche.

Por otro lado, a partir de mediados de los años 1960, el género de investigación arqueológica iniciado por el equipo del Proyecto del Valle Virú que trataba principalmente el hábitat, la demografía y los modos de subsistencia, iba a incitar a otros arqueólogos a evaluar mejor el impacto de la expansión territorial moche y las influencias socioculturales que se originaban en la escala de una región. Así, en la zona fluvial de Nepeña, Donald A. Proulx (1968) procedió desde 1967 a un estudio del hábitat en el valle, lo que le permitió estudiar no menos de 37 sitios moche, de los cuales el más importante es sin lugar a dudas el complejo ceremonial de Pañamarca Hay que submyar el hecho de que una vez constatada la naturaleza y la importancia de la implantación moche en este valle Proulx pudo reflexionar sobre las formas de contactos y de intercambios sociales, económicos y políticos entre los representantes de la sociedad moche y los de la sociedad Recuay, que ocuparon las partes altas del valle.

en los más grandes sitios, cuyos vestigios eran los más visibles, en detrimento de otros sitios menos remarcables (Wilson 1988: 4). Por su parte, Moseley (1983a: 441) señala que el estudio del hábitat prehistórico en Yirú no tuvo suficientemente en cuenta la problemática de los esquemas de subsis­tencia.

7 Strong y Evans (1952: 11) prefirieron utilizar el térnúno "huancaco" más que aquél más genérico de, "mochica" para designar el período de ocupación moche en el valle de Yirú, ya que eso correspondía más a la realidad arqueológica específica del valle que investigaban. Esta designación hace así referencia al sitio epónimo de Huancaco donde estos arqueólogos pusieron al día una fuerte con­centración de testimonios moche. Más recientemente, Wilson (1988) procedió de la misma manera en su estudio del hábitat prehistórico en la parte baja del valle de Santa, designando el período de ocupación moche en este valle con el término. "guadalupito" (ibíd.: 9).

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El mismo afio en que Proulx comenzaba sus investigaciones en Nepeña, Christopher B. Donnan (1973) hizo un reconocimiento arqueológico del valle vecino de Santa con el fin de identificar principalmente los sitios moche; sin embargo hay que subrayar que son sobre todo los cementerios moche los que retuvieron entonces la atención de este investigador. Sea lo que fuere, para Donnan, este tipo de investigaciones arqueológica<; era el inicio de una larga carrera consagrada principalmente al estudio de la sociedad moche, tanto en el plano arqueológico como iconográfico. Se entraba entonces en una nueva era de investigaciones, cuyos resultados iban a forzar a los especialistas a reescribir la historia social y cultural de los Moche. He aquí el balance.

Los últimos veinticinco años de investigación arqueológica

Las investigaciones arqueológicas de los últimos veinticinco afios en territorio moche pueden ante todo ser repartidas según dos grandes ejes, a saber, de una parte, los estudios a la escala de un valle, que apuntan hacia el análisis de los sitios instalados a lo largo de las riberas de un valle según una perspectiva regional y teniendo en cuenta la existencia de una continuidad cultural y, de otra parte, los estudios a la escala de un sitio, que intentan inspeccionar los componentes diversos de manera más profunda. Es evidente que los dos ejes de investigación no formulan necesariamente las problemáticas en los mismos términos y en consecuencia no concluirán en los mismos elementos de respuesta; ellas son de hecho complementarias, aun si, en un estudio regional, la investigación no trata exclusivamente del período de ocupación moche. Agreguemos sin embargo que en el curso de los últimos años, los investigadores han puesto más bien énfasis en el estudio de los componentes de ciertos sitios, en detrimento de los estudios regionales, que estaban mucho más a la moda durante los años 1970. Más adelante veremos que cada una de estas dos grandes corrientes de investigación ha permitido dar un salto sig­nificativo en el conocimiento arqueológico de los Moche.

Los estudios regionales

Entre los proyectos de envergadura que se pusieron en marcha a partir de 1970, se pueden distinguir primero los que siguieron a las investigaciones a escala de un valle. Se trata más precisamente de los siguientes proyectos:

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- El Proyecto del Valle Chan Chan - Moche, que era un programa de investigaciones multidisi.:iplinarias, se desarrolló entre 1969 y 1974. Dirigido por los investigadores americanos Michael E. Moseley y Carol Mackey (Mackey 1982; Moseley 1978 y 1983 b y c; Moseley y Mackey 1972; también Moseley y Day Eds, 1982), este proyecto ambicioso tenía como objetivo principal reconstituir la ocupación prehis­tórica del valle de moche, desde los orígenes hasta la época inca, y de abordar muchas problemáticas ligadas por ejemplo a la arquitectura, a la ocupación domés­tica y a modos de subsistencia, tal como pueden ser documentados en el sitio de Moche. Aun si se tiene que deplorar el hecho de que los resulwdos definitivos de

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estos trabajos se hacen esperar todavía (Uceda y Mujica 1994: 19), hay que subra­yar que el proyecto en su conjunto ha permitido avanzar a muchos jóvenes inves­tigadores, tanto peruanos como extrdfljeros. Sin embargo, este proyecto ha contri­buido a mantener, durdflte cerca de dos decenios, la idea, hoy fuertemente puesta en duda, del surgimiento y florecimiento de un Estado moche unitario que agrupa varios valles, con un poder central instalado en el sitio epónimo de Moche, definido entonces como la primera capital de este Estado (cf. Topic 1982).

- El Proyecto Arqueológico Batán Grande - La Leche, llegando a ser después el Proyecto Arqueológico Sicán, ha sido orquestado por Izumi Shimada a partir de 1978 y continúa actualmente (cf. Shimada 1981, 1986, 1990a y 1992; también Shimada y Maguiña 1994). Este proyecto tuvo varias partes de investigación iniciadas por la te­nencia de excavaciones y colectas de superficie en los sitios de los valles de La Leche y de Lambaycque. Ha permitido, entre otras cosas, sacar a la luz importantes vesti­gios moche y ha demostrddo sin lugar a duda que la ocupación moche en estos valles era más antigua de lo que se creía hasta entonces. Además, el cuidado prodigado a la recuperación de los datos arqueológicos debía alentar la interpretación de ciertas prácticas socioculturales de los Moche, tales como la explotación de los recursos naturales (cf. M. Shimada 1979; Shimada y Shimada 1981) o el desarrollo de las técnicas de aleación de metales (Shimada y Merkel 1991).

- El Proyecto del Valle Santa , emprendido por David J. Wilson (1983, 1987 y 1988; cf. igualmente Shimada 1990b) en el curso de los años 1979 -1980, debía permitir a este último realizar el estudio más importante de los últimos años en los esquemas de establecimiento, expansión demográfica, prácticas agrícolas y guerreras, y sobre los orígenes y desarrollo de las sociedades que habían ocupado el valle en el curso de la prehistoria De otro lado en la actualidad es el único de los investigadores que con­centra sus esfuerzos en los valles situados en la parte meridional de lo que se vino a llamar el territorio moche, ya que él prosiguió investigaciones en el valle de Casma desde 1989, en el marco del proyecto quinquenal (Shimada y Shimada 1992: 26-28).

Por su parte, Donal A. Proulx, secundado en esa ocasión por su colega Richard Daggett, continuó durante los años 1970 sus investigaciones en el valle de Nepeña, con el fin de profundizar su comprensión de la ocupación prehistórica del valle, particularmente con el objeto de evaluar las relaciones que mantenían las comunidades moche y Recuay (cf. Proulx 1973, 1982 y 1985; también Daggett 1983 y 1987).

Nuevos proyectos de envergadura regional tomaron forma igualmente en estos últi­mos años, abordando a su vez problemáticas originales. Así, en el valle de Chicama, Glenn S. Russell y Banks L. Leonard pusieron en marcha justo al final de los años 1980 un proyecto de reconocimiento arqueológico en la escala del valle que tiene por objeto estudiar los esquemas de establecimiento y de comprender el desarrollo sociopolítico complejo que pudo producirse ahí, particularmente en el curso de la historia moche (Russell y Leonard 1990a y b; Russell, Leonard y Briceño Rosario 1994). Por otra parte, en las regiones litorales del extremo norte peruano, Anne-Marie Hocquenghem (1991) y sobre todo Peter Kaulicke

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(1987, 1988, 1989-90, 1991a y b, 1992 a y b, 1993, 1994), intentan cada uno a su manera comprender, entre otras problemáúcas, la naturaleza y extensión de las manifestaciones moche perceptibles en el valle de Piura en relación con los testimonios de la cultura vicús.

Los proyectos arqueológicos en los grandes sitios moche

Paralelamente a los estudios regionales, muchos trabajos arqueológicos han sido emprendidos desde 1970. Estas campañas arqueológicas en los sitios, sin embargo, tuvieron lugar casi exclusivamente en los valles situados en las porciones centrales y el norte del territorio cubierto por la cultura moche, es decir del valle de Moche al de Piura. Sería fasúdioso presentar aquí el conjunto de estos trabajos. Contentémonos no obstante con enumerar los principales.

Así, en el marco del Proyecto del Valle Chan Chan - Moche, el sitio epónimo de Moche ha sido objeto de excavaciones y sondeos entre 1969 y 1972 (Moseley 1975a; Pozorsky 1980; Topic 1982). Luego, desde comienzos de los años 1990, un nuevo equipo de especialistas peruanos, dirigidos por Santiago Uceda (cf. Uceda y Canziani 1993; Uceda y Paredes 1994; Uceda C., Morales G., Canziani A. y Montoya V. 1994), ha emprendido con entusiasmo un estudio profundo de este sitio mayor concentrando primero sus esfuerzos de investigación en la excavación de la Huaca de la Luna y estructuras arquitectónicas adyacentes.

Ciertos miembros del Proyecto del Valle Chan Chan - Moche, por otro lado, han proseguido invesúgaciones en otros dos siúos moche situados en el valle del mismo nombre, en el curso de los años 1970, es decir en Galindo (Bawden 1978, 1982a y b, 1983, 1987, 1993 y 1994) y en Huanchaco (Donnan y Mackey 1978).

En el norte, en el valle vecino de Chicama, igualmente, han tenido lugar trabajos mayores en varios sitios desde finales de los años 1980, como respuesta al pillaje sufrido. En el Cerro Mayal, cerca del sitio de Mocollope, Glenn S. Russell, Banks L. Leonard y Jesús Briceño R. empezaron el estudio de los residuos materiales de lo que parece haber sido un importante taller de producción cerámica (Russell, Leonard y Briceño R. 1994). En otro lugar de este valle, un equipo de arqueólogos peruanos, financiado por la Fundación Augusto Wiese, puso a la luz estructuras arquitectónicas mayores, decoradas con impresionantes frisos en relieve, en la Huaca Cao Viejo del complejo arqueológico del Brujo (Fundación Augusto Wiese 1993; Franco, Gálvez y Vásquez 1994), lugar que excava desde 1990. Aun si el análisis de los datos recolectados por estos dos equipos de invesúgación no es completo, los resultados preliminares dan cuenta de ciertos aspectos tecnológicos hasta entonces mal com­prendidos, particularmente en el Lema de los métodos de construcción y decoración arqui­tectónicos o incluso del proceso de producción cerámica.

Más al norte, numerosos sitios de la región se extienden desde el valle de Jequetepeque hasta el de La Leche, consútuyéndose en el escenario de intensas acúvidades arqueológicas desde finales de los años 1970. Por ejemplo, el sitio de Pacatnamú, que fue el centro de operaciones de Heinrich Ubbclohde-Doering durante los decenios precedentes, fue investiga­do en la primera mitad de los años 1980 por un equipo americano, supervisado por Christopher Donnan y Guillermo A. Cock (Donnan 1983-85; cf. igualmente Donnan y Cock Eds. 1986). Estos trabajos han permiúdo comprender mejor las prácticas funerarias de los Moche y ayudó

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al paleontólogo John W. Verano (1990, 1991 y 1994a) a realizar un estudio detallado de las características fisiológicas de la población moche inhumada en este lugar. Subrayemos igual­mente que una pareja de investigadores alemanes, Wolfgang y Gisela Hecker, publicaron varios artículos y una monografía detallada del sitio de Pacatnamú, haciendo accesible en particular a los lectores de lengua española los datos inéditos recolectados por Ubbellohde­Doering (cf. Hecker y Hecker 1982, 1985, 1990, 1991, 1992a y b).

En el mismo valle, en el sitio de La Mina, Alfredo Narváez (1994) procedió al análisis de las huellas encontradas que aún quedaban en una tumba recientemente saqueada, que sin embargo ha proveído algunas cerámicas de fabricación moche de fase I o de estilo mixto Vicús-Moche. Pero este investigador peruano sobre todo pudo intervenir a tiempo con su equipo para develar lo poco que quedaba de la riqueza de las pinturas que ornamentaban originalmente los muros de la cámara funeraria, sin duda la de un personaje importante inhumado en una de las estructuras arquitectónicas de ese sitio.

Pero son sobre todo los descubrimientos sepulcrales espectaculares de los últimos años, realizados en ciertos valles septentrionales del territorio moche, los que han atraído la atención de los investigadores y del gran público, sobre la originalidad y complejidad de la cultura moche. Así, en el valle de Reque, la Huaca Rajada del sitio de Sipán, verdadero mausoleo, ha brindado tal cantidad de material funerario, particularmente metales forjados, en tumbas colectivas aún no violadas que los datos recolectados por Walter Alva y su equipo han incitado a los arqueólogos a revisar sus interpretaciones acerca del tratamiento funerario de los personajes masculinos de alto rango en la sociedad moche y sobre las prácticas de sacrificios que les eran asociadas (Alva 1988, 1989, 1990 y 1993; Alva, Fecht, Schauer y Tcllenbach 1989; cf. también Donnan 1993b; Kirkpatrick 1992; Schuster 1992). En San José de Moro, sitio del valle de Jequetepeque excavado desde 1991 por el equipo dirigido por Luis Jaime Castillo y Christopher B. Donnan, son más bien dos mujeres las que fueron inhumadas de manera elaborada, acompañadas de víctimas y otras ofrendas sacrificadas (Castillo 1993; Ca<;Lillo y Donnan 1994). Gracias a todos estos descubrimientos, se pudo en consecuencia formular la hipótesis de que los individuos, cuando estaban vivos, habían jugado el rol de figurdS emblemáticas de la iconografía religiosa, incluso de ser la encamación venerada de ellas (cf. Arsenault 1993a, b y c y 1994; Donnan y Castillo 1992 y 1994).

Brevemente, subrayemos que las campañas de excavaciones han sido efectuadas en sitios moche de la región de Lambayeque-La Leche, tales como Pampa Grande (cf. Anders 1977, 1981; Haas 1985; Shady Solís 1987; Shimada 1978; Shimada y Cavallaro 1985; Shimada y Shimada 1981) o los del complejo arqueológico de Batán Grande (Craig y Shimada 1986; Shimada 1982, Shimada y Elera 1983; Shimada, Epstein y Craig 1982), así como en el alto Piura, en una zona llamada Tamarindo (Kaulicke 1994).

Los datos recogidos por los arqueólogos desde el comienzo de los años 1970 permiten trazar hoy en día un cuadro suficientemente rico de ciertos contextos de la vida social y cultural de los Moche, tales como la tecnología, el hábitat o los esquemas de subsistencia A cambio, otras preguntas también importantes, que tocan particularmente la organización sociopolítica, las redes de intercambios intra e ínter regionales o la ideología, quedan todavía por profundizar o dilucidar. Eso no quita que algunos campos del conocimiento, antes descuidados o ignorados, ahora son abordados por los especialistas de la arqueología mochica He aquí un resumen.

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Los estudios del medw ambiente

La situación geográfica de la región del litoral septentrional del Perú constituye un lugar regulannente sometido a diversas perturbaciones del medio ambiente, de las cuales las más importantes sin lugar a dudas son los temblores, o incluso las sequías prolongadas y lo opuesto, los Niños, fenómenos cíclicos marcados particularmente por fuertes precipitaciones y un desequilibrio pronunciado del ecosistema. Ciertos estudios científicos (e.g. Shimada, Schaaf, Thompson y Mosley-Thompson 1991) han puesto énfasis en el hecho de que tales perturbaciones han dejado para el pasado huellas indelebles más o menos importantes en el registro arqueológico, lo que es atestiguado particularmente en los sitios de los valles de Moche (Moseley 1978 y 1983a; Uceda y Canziani 1993), de La Leche (Craig y Shimada 1986) y de Piura (Kaulicke 1993). Sería útil que este tipo de estudios paleo-ambientales sean retomados sistemáticamente de acuerdo al tamaño del territorio moche para evaluar en qué medida tales fenómenos perturbadores han podido influ~nciar en el curso de la vida social de las comunidades costeras en el curso de la historia müche. Se ha notado por ejemplo que el simple hecho de sufrir fuertes precipitaciones podía llevar consigo la destrucción parcial de edificios construidos con materiales perecibles, tales como los ladrillos de adobe, lo que debía forzar a los residentes de un sitio a proceder a reparaciones urgentes después de ocurridas (cf. por ejemplo Uceda y Canzioni 1993).

Los estudios arquitectónicos

Los estudios sobre la arquitectura monumental se encuentran entre los que han conoci­do un impulso de los más notables en el curso de estos veinticinco últimos años de investiga­ción arqueológica moche. Como se sabe, el tipo de monumento más imponente de la arquitectura moche es sin duda la estructura, en plataforma o en gradas, sobrepuesta de un dosel y comúnmente llamada huaca; ciertos grandes centros, como El Castillo (Wilson 1988: 206-207) , Moche (Mackey 1982: 263-266), El Brujo (Fundación Augusto Wiese 1993; Franco, Gálvez y Vásquez 1994) y Pampa Grande (Shimada y Cavallaro 1985:46-49), cuentan por cierto con más de una. Entre las huacas más conocidas y mejor estudiadas, se puede citar la huaca grande de Pañamarca (Proulx 1985; Samaniego Román 1982: 36-41), las Huacas del Sol y de la Luna, en el sitio de Moche (cf. Hastings y Moseley 1975; Topic 1982: 262-265; Uceda, Morales, Canziani y Montoya 1994, Pozorski 1980), y la Huaca Vichanzao de Florencia de Mora (Pérez 1994), la Huaca Cao Viejo del Brujo (Franco, Gálvez y Vásquez 1994), la Huaca I en Pacatnamú (Donnan 1983-85; Donnan y Cock Eds. 1986; Hecker y Hecker 1984 y 1985; Ubbelóhde-Doering 1952 y 1967), la Huaca Rajada, en el sitiodeSipán (cf. Alva 1988, 1989 y 1990; Alvay Donnan 1993; Donnan 1993a y b; Schuster 1992) y la Huaca Fortaleza, cuya rampa medía más de 290 metros de largo, en el sitio de Pampa Grande (cf. Haas 1985; Shimada y Cavallero 1985).

Varios estudios pusieron en evidencia el hecho de que las huacas, como otros edificios importantes8 , eran a veces erigidos en muchas fases de construcción, escalonadas a lo largo de

8 Entre los otros tipos de conjuntos monumentales asociados o no a los grandes centros moche, se puede agregar los palacios y las fortalezas (cf. Reindel 1990; Topic 1982; Topic y Topic 1987; Topic

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Arsenau/t: Balance de los estudios moche

varios decenios, según un principio de organi:zación segmentada del trabajo que, como lo moslIÓ Michael E. Moseley (1975a) en su estudio de la arquitectura de la Huaca del Sol, exigía la presencia de grupos especializados (provenientes al parecer de diversas comunidades) con la función de cumplir ciertas tareas muy específicas (cf. también Franco, Gálvez y Briceño 1994; Hastings y Moseley 1975; McClelland 1986; Narváez V. 1994; Pérez 1994; Shimada 1978; Shimada y Cavallaro 1985; Uceda C., Morales G., Canziani A. y Montoya V. 1994).

Ciertos especialistas por su parte han otorgado una atención más particular a los sectores especializados en algunos sitios. Así, Izumi y Mélody Shimada han mostrado que tales sectores especializados existían en Pampa Grande, sea para la confección de productos de consumo ritual, o para la producción de objetos forjados, como los ornamentos en metal y los textiles (Shimada y Shimada 1981; también Shimada 1978: 588-589; Shimada 1987: 137-138, Anders 1977). Por su parte, David Wilson (1988: 211), en el sitio de Pampa de los Incas, y sobre todo Glenn Russell, Banks Leonard y Jesús Briceño Rosario (Russell, Banks y Briceño R. 1994), de Cerro Mayal han extraído lo que consideraron haber sido talleres de producción cerámica típicamente moche. Sin embargo, sólo el equipo de Russell ha prose­guido con el estudio sistemático de este tipo de instalación especializada con el fin de comprender su importancia en la organización socioeconómica de los Moche y de aprender los modos de fabricación que ahí se ponían en práctica (para este último tema, ver también Bawden 1994a).

Varias investigaciones han permitido entender que la arquitectura monumental moche parece haber conocido ciertas transformaciones estructurales (urbanización) e innovaciones técnicas (por ejemplo, la técnica por llenado de compartimientos o arcones, es decir la técnica chamber-and-fill; cf. Anders 1981: 396; Haas 1985: 393-394; Shimada y Cavallero 1985:44) en la fase V, como lo testimonian el establecimiento de los sitios, de los cuales, algunos estaban fortificados (por ejemplo, Galindo; ver Bawden 1982a), más hacia arriba en los valles ribereños9 (por ejemplo, Ventanilla y Pampa Grande) y el acondicionamiento de los edificios de almacenamiento y de redistribución de las mercancías (Anders 1981; Bawden 1982a: 314-317 y 1983: 221; cf. también Day 1982: 341-343; Mackey 1982: 328; Shimada 1978: 589-590; Topic 1991 : 237-240). Por otto lado, como lo han demostrado por ejemplo G. Bawden (1983) e l. Shimada (1978) ciertos tipos de monumentos, como las cercaduras, los tablados y las depresiones multilaterales, parecen haber aparecido muy tardíamente en la historia de la arquitectura moche, es decir hacia el final de la fase IV o después.

En otro orden de ideas, algunos edificios públicos raros presentan todavía en nuestros días elementos de ornamentación que sugieren que la mayoría de las estructuras moche de

y Topic 1978; Uceda 1990; Wilson 1988: 212-213; ver también Bouchard 1988: 56-61; Keatinge 1977; Kubler 1975: 265-267; Lumbreras 1981: 99-102).

9 En el caso de los esquemas de establecimiento, aun cuando los estudios regionales que favorecen mucho más la comprensión han conocido una disminución manifiesta estos últimos quince años, a excepción de los trabajos realiw.dos por D.J. Wilson en los valles de Santa (1983, 1987 y 1988) y de Casma (Shimada y Shimada 1992: 26-28), y por G. Russell, B. Leonard y J. Briceño Rosario (1994) en el de Chicama. Hay que reconocer que ellos deben proseguir con el objetivo de comprender mejor la evolución en la distribución de los sitios Moche y con el fin de poder elaborar problemáticas mejor adaptadas a las condiciones locales, regionales e inter- regionales, llegado el momento (cf. Canziani A. , Uceda y Mujica B. 1994: 496-497).

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uso ceremonial y/o administrativo debían ofrecer una apariencia estética alta en colores y fonnas. Por un lado, en efecto, resulta que la techumbre de los palacios moche era adornada con ornamentos de prominencias redondas representando, por ejemplo, mazas; tal ornamentación era hecha en tierra cocida, como lo testimonian los fragmentos encontrados en Sipán (cf. Alva 1988: 535, y 1989: 39). Por otro lado, sitios como Pañamarca (Proulx 1968: 79, 1982: 84 y 1985: 277-278; también Schaedel 1951: 241), El Castillo (Wilson 1987: 68 y 1988: 211), Moche (Kroeber 1930: 71-72; Mackey y Hastings 1982; Narváez 1994; Uceda C., Morales G., Canziani A. y Montoya V. 1994), La Mina (Narváez 1994; también Donnan 1990a), Pampa Grande (Bonavia 1985: 97-99) y Huaca la Mayanga (Donnan 1972) aún muestran actualmente huellas de pinturas murales (cf. también Bonavia 1974 y 1985, Bonavia 1990a), mientras que la Huaca Cao Viejo del sitio del Brujo, en el valle de Chicama, ha liberado recientemente impresionantes frisos polícromos que, hecho inusitado, están la mayor parte marcados en alto relieve (cf. Fundación Augusto Wiese 1993; Franco, Gálvez y Briceño 1994; también Morris y Hagen 1993: 81, fig. 70). Estos diversos descubrimientos nos penniten no solamente comprender mejor las técnicas de decoración arquitectónica de­sarrolladas por los moche, sino también conocer la importancia que otorgaban las autoridades a cargo con respecto a ciertos temas, escogidos con fines religiosos, políticos e ideológicos (cf. Arsenault 1994).

Sería bueno mencionar igualmente la toma de conciencia que los investigadores manifestaron en adelante frente a la problemática de conservación in situ de los vestigios puestos a la luz. Como lo reporté líneas arriba, ciertos fenómenos climáticos o geofísicos traen consigo la degradación e incluso la destrucción pura y simple, de los testimonios arquitectónicos de la culrura moche, de otro lado a menudo erigidos simplemente en mate­riales perecibles y frágiles. Para mitigar los problemas de conservación, estos últimos años, algunos conservadores han puesto en marcha programas para la preservación de obras murales polícromas aún visibles en ciertos monumentos moche, tales como los de la Huaca de la Luna de Moche y de la Huaca Cao Viejo del Brujo (cf. Morales G. 1994).

Por otro lado, aun si las estructuras ceremoniales y otros monumentos públicos son relativamente bien conocidos por los arqueólogos, los elementos de la arquitectura doméstica moche han recibido al contrario menos atención, al menos hasta estos últimos años1º. Fe­lizmente, recientes trabajos penniten conocer la diversidad y complejidad de ella, y revisar las concepciones habiruales del tema de los barrios domésticos de los grandes centros (Bawden 1993; Morris y Hagen 1993: 82). Algunos arqueólogos han podido observar por otra parte las diferencias significativas en el acondicionamiento de los sitios urbanos y en la elaboración interior de las estructuras arquitectónicas domésticas que se encuentran ahí, particulannente

10 Se ha creído por mucho tiempo que la mayoría de los habitantes del territorio moche vivían en comunidades dispersas fuera de los grandes centros ceremoniales, a lo largo de los valles que pre­sentan aluviones, principalmente en las partes medianas y bajas de los valles, sea cerca de las riberas marinas (cf. Bankes 1972; Hardoy 1968: 40-41; Willey 1953), pero las investigaciones llevadas en el curso de los últimos veinte años en estos grandes centros indican que estos constituían verdaderas aglomeraciones urbanas, que podían haber agrupado algunos miles de habitantes, que vivían en diferentes sectores residem.;ales en la periferie de las imponentes estructuras ceremoniales (cf. Bawden 1982a, 1983: 218 y 1993; Donnan 1983-85; Donnan y Cock Eds. 1986; Haas 1985; Shimada y Shimada 1981; Schuster 1992: 37; Tapie 1982; Wilson 1988: 198-206).

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Arsenault: Balance de los estudios moche

en los sitios de Moche y Galindo. Estos elementos serían, con el mobiliario que ha sido recuperado en dichas estructuras, indicios de jerarquización del espacio doméstico basado en el rango social de sus residentes (cf. Bawden 1993; Tapie 1982; ver también Lavallée y Lumbreras 1985: 170). Sin embargo, hay que reconocer importantes carencias en muchos proyectos de investigación arqueológica en Jo que respecta al análisis de los barrios llamados domésticos cuando se ha tratado de excavar los grandes sitios moche, aun estos últimos años. Con la aplicación de técnicas más eficaces de recuperación de los testimonios arqueológicos, hay que esperar que se sabrá corregir rápidamente esta laguna importante en el conocimiento del acondicionamiento doméstico moche, tanto en los sitios urbanos como rurales.

Conviene finalmente sefialar las investigaciones realizadas sobre los vestigios de obras arquitectónicas que, por ejemplo, servían para el bienestar o la seguridad de las comunidades moche, los acondicionamientos hidráulicos, tales como los canales de irrigación, acueductos y reservorios de agua potable, o los muros de protección (Eling 1986; Farrington 1977, 1978 y 1980; Moseley 1983a: 441; Wilson 1988: 207; cf. también Kosok 1965; Pozorski 1987: 113), o que además alentaban la comunicación, el comercio y otras formas de intercambio. En este último caso, encontramos en particular estudios sumarios sobre las vías de circulación terrestre, pero también marítima o riberefia11 (Beck 1979 y 1991; Kosok 1978, Lavallée 1985; Lavallée y Lumbreras 1985: 174; Schaedel 1985a; Shirnada 1987; Shimada y Shimada 1992: 18; Tapie y Tapie 1983; Wilson 1988: 219-220, 336-337). Hay que sefialar sin embargo que queda un trabajo considerable por realizar en el capítulo del descubrimiento y la interpreta­ción de las vías de comunicación al interior de los valles del territorio moche, así como en la periferie, si se espera poder responder mejor un día a las preguntas relacionadas por ejemplo con la elaboración de redes de intercambio (cf. Homborg 1989), a las relaciones entre comunidades de etnias diferentes al interior de un valle, de un valle al otro y entre las tierras bajas y las tierras altas (cf. Shaedel 1985a; Shimada 1987; Shimada y Maguifia 1994; Topic y Tapie 1983), o incluso la existencia de circuitos o senderos de peregrinaje hacia grandes centros ceremoniales como el de Pacatnamú (Keatinge 1975 y 1977: 242).

Los estudios de los datos mortuorios

Los resultados de las investigaciones emprendidas en este último cuarto de siglo han revelado que los cementerios moche más elaborados eran a veces acondicionados al interior o en las proximidades de las grandes estructuras arquitectónicas de los centros urbanos, aun si otros podían ser instalados en las vertientes de los valles, en frontera con los sitios resi­denciales, las tierras agrícolas y las zonas desérticas deshabitadas, incluso bajo las habitacio-

11 Según algunos de estos investigadores, los Moche habrían desarrollado o mejorado en el curso de su historia un sistema complejo de rutas, pero más siguiendo un eje horizontal (uniendo los valles entre sí) que un eje vertical (uniendo las tierras bajas con las tierras altas), lo que debía favorecer la comunicación y los intercambios entre las comunidades del litoral. Las interacciones y las tensiones que parecen haberse acrecentado justo a comienzos de la fase V entre la costa y las tierras altas, particularmente en la región de Lambayeque, han podido sin embargo alentar el acrecentamiento del sistema de rutas y su control, según el eje vertical (Beck 1991; Shimada 1987: 135-136; Shimada y Shimada 1992: 13-19; Topic y Topic 1983).

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nes o en las zonas de depósitos de basura (cf. Donnan 1993c y ms.; Donnan y Mackey 1978; Kaulicke 1992a). La asociación estrecha entre un centro ceremonial y un área de inhumación es particularmente evidente en Pañamarca (Proulx 1968: 27 y 1985: 58), en Moche (Donnan y Mackey 1978; Topic 1982: 266-268; Uceda C., Morales G., Canziani A y Montoya V. 1994: 276-290 y 299-303), en Pacatnamú (Donnan 1983-85; Donnan y Cock Eds. 1986; Hecker y Hecker 1985: 102-108 y 1992a: 39-40, 1992b), en San José de Moro (Donnan y Castillo 1992 y 1994; Castillo 1993; Castillo y Donnan 1994), en La Mina (Narváez 1994), en Sipán (Alva 1988, 1989, 1990 y 1993; Alva y Donnan 1993; Donnan 1993a y b; Schuster 1992) y en la Huaca Cholope-Lucia de Batán Grande (Shimada 1981: 426-428). A partir de los datos provenientes de las sepulturas excavadas cienúficamente, Christopher B. Donnan (1993c y ms.) ha podido distinguir siete modos distintos de tratamiento y de deposición del cadáver, yendo del más sofisticado12 al más simple13, e identificado los diversos tipos de ofrendas sepulcrales, donde las ofrendas sacrificadas eran de origen humano, animal o vege­tal; este investigador también señaló en otra ocasión hasta qué punto las prácticas sepulcrales moche habían sido sensiblemente las mismas desde la fase I hasta la fase V y de un extremo al otro del territorio ocupado por comunidades moche.

Por otro lado, los restos óseos recuperados en las excavaciones de sepulturas han permitido al antropólogo físico John W. Verano proceder a análisis osteológicos para deter­minar las características fisiológicas y biológicas y las patologías de los individuos fallecidos, o también para evaluar la composición demográfica14 de los cementerios excavados, parti ­cularmente en Pacatnamú, en Sipán, en San José de Moro y en L'l Mina (cf. Verano 1990, 1991, 1992, 1994a y 1994b).

Es de esperar en el estudio de las prácticas mortuorias de los Moche, que algunos des­cubrimientos de envergadura, tan espectaculares o complejos como los realiz.ados en Sipán y en San José de Moro, tengan lugar en el curso de los próximos años parn venir a corroborar los esquemas sobre los modos funerarios moche ya expuestos por los espccialist2s. Uno de los aspectos más importantes de esllis prácticas que amerillirá consideración será el tratamiento e inhumación de las personas sacrificadas, un fenómeno ligado a veces al entierro con gran pompa de un personaje importante en una comunidad moche dada (cf. Arsenault 1994).

12 Los restos estaban ubicados en un ataúd de madera, que era depositado en un tumba de ladrillos de adobe, espacioso y provisto de nichos para las ofrendas, al interior de una huaca; en los casos más elaborados, el muerto era rodeado de múl tiples ofrendas (cerámica, objetos metálicos, textiles, ali­mentos, etc.) y acompañado de animales y humanos, si n duda sacrificados para esta ocasión.

13 El cuerpo era envuelto únicamente en un lienzo de algodón e inhumado en una simple fosa profunda en el mismo suelo, ya sea bajo una habitación doméstica, o fuera de los lugares habitables y culti­vables, al margen de las zonas desérticas. En ciertos casos, se excavaba la fosa sepulcral hasta una profundidad de cuatro metros. Las ofrendas, si habían, consistían generalmente en algunos recipientes de comida e instrumentos domésticos (utensilios, material de costura, aparejos para la pesca).

14 En este último caso, la aplicación de nuevos métodos de análisis en biología molecular, que permiten extraer el ADN de ínfimas cantidades de materias orgánicas de origen humano (cf. Bonnischen y Schneider 1995), facilitará este trabajo de identificación de las relaciones genéricas entre individuos enterrados en un mismo lugar, o entre poblaciones de lugares diferentes . Por otro lado, la experiem,'ia ya está en curso con el análisis de muestras tomadas de cadáveres exhumados en San José de Moro (Donnan y Castillo 1994: 421).

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Arsenault: Balance de los estudios moche

Los estudios sobre los recursos naturales utilizados por los Moche

Otro tema de investigación abordado por ciertos especialistas de la arqueología moche es el que concierne a las cuestiones de explotación, acumulación, almacenamiento, transfor­mación o consumo de los recursos naturales, sean estos de origen local o extraterritorial. Por ejemplo, en el campo alimentario, algunos investigadores han puesto en evidencia la gama de productos vegetales cultivados en esta época (cf. Weir y Eling 1986: 157-158; también Bonavia 1990b; Lumbreras 1981: 102; Powrsky 1979 y 1982: 178-181). También se ha demostrado que para cultivar las tierras trabajables siwadas en las partes aluviales de los valles y para aumentar el rendimiento de la producción agrícola, las comunidades mochica habían desarrollado un ingenioso sistema de canalización que dirigía las aguas fluviales hacia las zonas de cultivo y que regulaba el caudal de irrigación (Farrington 1977, 1978 y 1980; Moselcy 1975b y 1982: 22), mientras que en ciertos valles donde el caudal del río era insuficiente, se buscaba más bien recurrir a otros planos de agua, como los lagos (Eling 1986), y también a napas freáticas próximas a la superficie (Bolaños 1990: 49). Ciertos trabajos han mostrado por otro lado que las comunidades moche desarrollaron muy tardía­mente un sistema de distribución de los cultígenos y otros productos de consumo, ubicado bajo un control administrativo organizado, que debía a la vez permitir la acumulación centralizada de excedente y responder a las necesidades de más de una comunidad15 (cf. Anders 1981 ; Bawden 1982a y 1993; Shimada y Shirnada 1981).

La domesticación y el tratamiento dado por los Moche a ciertas especies animales, con el objeto de consumir la carne o de utilizar ciertos componentes (lana, cuero, huesos, plumas, etc.), igualmente han sido materia de eswdio por parte de ciertos especialistas (cf. Cardoza 1990; Pozorsky 1979: 175 y 1982: 180-181; Shimada y Shimada 1985). En el caso del perro moche (cf. Cordy-Collins 1994), animal doméstico a veces utiliz.ado por los dignatarios para la caza, es difícil decir si su carne era consumida (cf. sin embargo Shimada y Shimada 1981: 38). Por el contrario se ha probado que el conejillo de indias y la llama formaban parte de la dieta de los Moche16 (Pozorsky 1979); la llama constituía circunstancialmente un medio eficaz de transporte de mercaderías (Shimada y Shimada 1985).

15 En efec10, ciertos testimonios arqueológicos recogidos en Galindo (Bawden 1982a y b y 1993) y en Pampa Grande (Anders 1981; Shimada y Shimada 1981) indican que las estructuras arquitectónicas públicas han sido progresi vamente acondicionadas para el almacenamiento de la materia prima, como algodón, lana o incluso frutas y legumbres, y la fabricación de bienes comestibles, como la chicha. Todo eso sugeriría una necesidad creciente por parte de las autoridades moche de controlar la producción y la conservación de excedentes cuhígenos y de otros bienes de consumo, particularmente al final de la fase IV y durante la fase V (Anders 1981; Bawden 1982a: 306-307 y 1993: 161 ; Shimada y Shimada 1981; Pozorski 1987: 113; cf. también Day 1982: 342-343; Topic 1982: 274-275, 283). Esta tendencia creciente de almacenar mercancías y favorecer una producción más grande de bienes de consumo parece haber estado ligada a la necesidad de disponer cantidades suficientes de productos no solamente para responder a las necesidades urgentes de la población en caso de penuria o para alimentar a los trabajadores comprometidos en faenas (Wilson 1988: 340-342), sino también parn poder servirse de ellos fácilmente en fiestas y ceremonias públicas, como el festín (Anders 1981 : 402; Arsenault 1992; Haas 1985: 407; Shimada y Shimada 1981: 45-46).

16 En el campo de los recursos extraídos de las actividades de caz.a, pesca -en agua dulce o salada, en los ríos o en el mar- y de recolección, son sin embargo raros los investigadores que han intentado

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Finalmente, ciertos investigadores recientemente se han inclinado por el tema de la gestión de ciertas áreas de recursos naturales, como las minas de extracción de cobre, de hie­rro y otros minerales, emplazamientos donde se explotaba la sal, la arcilla o el guano17 , que debía constituir igualmente una actividad económica no despreciable y que implicaba el repano de estos productos en diversas partes del territorio moche (Shimada y Shimada 1981: 24; cf. también Ravines 1978: 67-69; Rostworowski de Diez Canseco 1989: 280-281; Shimada 1985).

Los estudios sobre el desarrollo político y social

La acumulación de los datos arqueológicos, ha acarreado, con el tiempo, un debate apasionante sobre la naturaleza y el tipo de sistema de organización sociopolítica que habían desarrollado los Moche a lo largo de la costa norte peruana. Como se sabe, el análisis de las relaciones sociales y políticas debe en efecto pasar por una identificación apropiada de los grupos presentes en contextos particulares, lo que únicamente los datos arqueológicos están en la posibilidad de documentar profundamente. Parn reconstituir la organización sociopolítica moche y definir el desarrollo histórico que necesariamente se acompaña de cambios sociales, los especialistas han recurrido, pues, a los indicios18 dados por tres tipos de datos (sin contar

realizar estudios profundos sobre el tema. Al menos podemos remitir a los lectores a los autores siguientes: Sheila Pozorski (1979 y 1982) y Melody Shimada 1988; cf. también Sandweiss (1988); Shimada y Shimada 1981 ; Ravines 1978; Gálvez, Castañeda y Becerra (1991).

17 Se debe a exploradores europeos, uno británico, T.H. Hutchison (Kubler 1948), y el otro francés, el capitán Barreyre (Faublée 1954: 149), el descubrimiento, a finales de los años 1860 y comienzos de los años 1870, de numerosos objetos de manufactura moche, de los cuales algunos representan efigies de prisioneros, en madera o en tierra cocida, en las islas guaneras ubicadas a lo largo de la costa peruana. Según Kubler (1948) quien consultó numerosos escritos redactados por 1-lutchison, algunos de estos objetos provendrían no solamente de las islas Macabí, sino también de las islas Los Lobos, visibles desde lo ancho del valle de Lambayeque, de las islas Cañete, ubicadas frente al valle de Virú y, lo que es más sorprendente y problemático, de las islas Chincha, ubicadas cerca de la península de Paracas, a lo ancho de las costas meridionales peruanas, por tanto, a algunos kilómetros al sur del territorio moche. Ahora bien, Wolfgang Haberland (1958), después de haber comparado diversos documentos (fotografías, certificados) conservados en el Museum für Volkerkunde de Hamburgo y a los cuales Kutscher no pudo tener acceso, piensa más bien que los objetos en cuestión provendrían únicamente de las islas Macabí, o cuando menos de las islas guaneras (Macabí, Los Lobos y Cañete) de esta región septentrional. Esta hipótesis me parece plausible, tanto más porque, en mi conocimien­to, nunca se buscó confirmar por otros estudios de campo, la presencia moche en las islas guaneras meridionales, las de Chincha en particular; es decir, no existe actualmente ningún testimonio arqueo­lógico que permitiría acreditar, con fuertes argumentos, las tesis de una ocupación o de una frecuentación de las islas guaneras meridionales del Perú por los Moche. Sin embargo, aún hoy en día, los arqueólogos continúan tomando por hecho que los Moche explotaban ahí los recursos naturales y también prac­ticaban sacrificios y otras formas de ritos (cf. por ejemplo, Jiménez Borja 1989: 26, 36-38; Shimada 1987 : 135). Shimada (1987: 136) propone también la hipótesis de que los Moche disponían de una verdadera fuerza naval para controlar las islas guaneras, pero este arqueólogo no da ningún argumento sólido para sostener su proposición.

18 Para conocer la serie de indicios materiales que se utilizan acerca de este tema en arqueología, cf. Cameiro 1981: 52-54; Demarest 1992; Earle 1991; Gailey y Patterson 1987: 8; Grave y Gillespie 1992: 18; Kristiansen 1991 ; Montmollin 1989; Patterson 1992: 12-13; Yoffee 1993: 69-74.

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Arsenault: Balance de los estudios moche

las inferencias analógicas hechas a veces a partir de documentos emohistóricos y emográficos), y son: (1) Los datos arquitectónicos, (2) Los datos sepulcrales y (3) los datos iconográficos. Este procedimiento ha dado lugar a la formulación de diferentes modelos: Las comunidades moche ¿han vivido según el modelo de las jefaturas complejas autónomas, bajo la forma de reinos cuyas cabezas dirigentes estaban ligadas por consanguinidad, o aun agrupadas alrede­dor de dos o tres provincias simplemente unidas por una ideología religiosa común pero de otro modo distintas? Y estos diferentes sistemas políticos ¿eran de carácter teocrático o secular? Finalmente, ¿en qué tipo de sociedad (tribus, familias ciánicas o de linaje, comuni­dades fuertemente estratificadas, etc.) estamos interesados? He ahí el género de preguntas a las cuales los especialistas intentan encontrar respuestas basándose en los indicios provenien­tes de los sitios arqueológicos y aplicando a veces, hay que especificarlo, modelos neoevolucionistas como los desarrollados por Robert Cameiro (1970 y 1981) y por Elmer Service (1975).

En lugar de entrar en los detalles de los debates en curso19 , baste señalar aquí sim­plemente que casi todos los investigadores concuerdan ahora en tener que revisar el modelo unitario, evocado más arriba, según el cual existió un Estado Moche, teocrático y expansionista, que reinó sobre todo el territorio desde el valle de La Leche, al norte, hasta el de Nepcña, en el sur, imponiendo su hegemonía en una sociedad muy jerarquizada, e incluso estratificada; según este modelo, las autoridades moche instaladas primero en el sitio de Moche durante las fases IIl y IV, luego, durante la fase V, en Pampa Grande, mantuvieron un control político, económico e ideológico sobre el conjunto de los valles conquistados por un ejército poderoso y bien organizado, y llegaron incluso a extender la esfera de influencia de su cultura fuera de ese territorio, como está testimoniado en los valles de Piura y Huarmey, por ejemplo. De hecho, la realidad revelada por la<; excavaciones recientes se comprueba mucho más compleja, particularmente en el nivel de la variabilidad estilística registrada de un valle al otrow, de ahí la elaboración de nuevos escenarios que apuntan a una mejor comprensión de la real idad (e.g. Bawden 1994b; Shimada 1994). Para desenredar los hilos de esta tapicería compleja y para entender los aspectos sociopolíticos moche y evaluar las diversas posiciones adoptadas por los especialistas, los lectores están invitados a consul tar los siguientes autores: Bawden (1983, 1993 y 1994b), Castillo y Donnan (1994), Conklin y Moseley (1988), Haas (198 1 y 1987), Schaedel (1985b) y Shimada (1982, 1987 y 1994), Topic (1982) y Wilson (1992).

19 Para un excelente resumen de los modelos de organización sociopolítica propues tos por los especia­listas de los Moche, cf. Shimada 1994.

20 Según Donnan (1990c: 20), las comunicaciones parecen haber sido más dificiles de mantener entre las partes norte y sur del territorio moche en razón de la presencia de la Pampa de Paiján. Esta wna desértica de aproximadamente 60 Km. de largo, situada entre los valles de Jequetepeque y de Chicama, ha podido en efecto consti tuir una barrera natural más difícil de franquear. Pero uno se puede preg untar seriamente para saber si sólo obligaciones de este tipo pueden explicar las variaciones es tilísticas, tanto a nivel arquitectónico provisto de dos regiones en cuestión y que sugieren igualmen­te la autonomía sociopolítica relativa de la región norte en relación con la del sur (Bawden 1994b; Castillo y Donnan 1994; Shimada 1994).

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El cuestionamiento acerca de la validez de la secuencia cronológica de Larco Hoyle

Una mejor comprensión de la historia moche desde sus orígenes, de los acontecimien­tos que han puntualizado el curso y los procesos de cambio social, político, económico e ideológico que la han caracterizado, pasa necesariamente por la determinación de un marco cronológico válido región por región. Desde hace poco, ciertos arqueólogos han resaltado los problemas encontrados para hacer concordar los datos que ellos recogen en los sitios con la división cronológica existente, que está basada principalmente en la seriación cerámica pro­puesta por Rafael Larca Hoyle (1948) y enriquecida o validada a continuación por otros investigadores (e.g. Donnan 1976 y 1979; Donnan 1990b; Klein 1967; Menzel 1977; Strong y Evans 1952). En efecto, ha aparecido en el hilo de los descubrimientos que la seriación de la cerámica de uso ceremonial propuesta por Larco Hoyle no podía ser aplicada en todas partes con el mismo éxito que al interior del territorio moche, y particularmente en ciertas regiones de la parte septentrional, y que se hacía urgente discutir de manera crítica la variabilidad de lo que aparecía antes como una homogeneidad del estilo en la cultura material moche (e.g. Canziani A., Uceda y Mujica B. 1994: 497-499; Castillo y Donnan 1994; Shimada 1994). En efecto, corno los autores aquí designados, conviene pues mantener una aproximación crítica frente a la variabilidad observada en las formas y decoraciones cerámicas moche de una región a la otra del territorio. También habrá que entenderse en el futuro para explicitar y uniformizar el marco cronológico al cual se hace referencia cuando se abordan cuestiones de orden diacrónico (acontecimientos, procesos, episodios, etc.). Naturalmente, toda esta voluntad de pulir el corte cronológico no podrá realizarse sino con un mejor control estratigráfico en el momento de las excavaciones, determinando mejor las fases de desarrollo arquitectónico perceptibles en la arquitectura monumental de cada uno de los sitios estudiados, identificando un mayor número de talleres de producción (cerámica u otro) en cada valle en estudio y evaluando más escrupulosamente su contenido, y obteniendo más muestras con el fin de efectuar medidas de datación con métodos siempre más perfeccionados (dendrocronología, datación por el método del carbono 14 para acelerar las partículas - AMS -, datación por luminiscencia óptica, etc.).21

Conclusión

Como he intentado bosquejar en este artículo y en el que lo precedía (Arsenault 1995), los estudios realizados desde 1970 en arqueología e iconografía moche, cada uno a su manera, han removido las ideas que hasta muy recientemente se tenían de los Moche y han obligado a los investigadores a revisar ciertas interpretaciones conocidas a propósito de la

21 A pesar de la cantidad de sitios excavados, hoy en día existen solamente pocas fechas determinadas por el Carbono 14 (cf. Ravines 1982: 156-158; Shimada 1990a: 223; Topic 1982: 256; Watson 1986; en cambio, para dataciones propuestas recientemente, cf. Alva 1988: 524-525; Shimada 1985: 363, 16.2, 1990b: 372-379, y 1994; Uceda C., Morales G., Canziani A y Montoya V. 1994: 291, nota 1).

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Arsenault: Balance de los estudios moche

vida social y cultural y del desarrollo histórico de las comunidades moche del Perú. Es suficiente recordar aquí que ahora sabemos un poco mejor cuáles eran los territorios ocupa­dos por las comunidades moche, de qué manera las elites podían ejercer su autoridad, cuál pudo ser la extensión de la esfera de influencia en ciertas porciones de la costa norte, cómo se alimentaban los Moche o también cómo trataban a sus muertos y de qué manera se organizaba el trabajo fuera de los contextos domésticos.

Pero miles y miles de documentos quedan aún por explotar; hay otros que conviene continuar sacando a la luz de acuerdo a un procedimiento científico22 , con el fin de disponer de datos que serán cuidadosamente tratados y puestos en correlación. En realidad, muchas preguntas quedan en suspenso o han aflorado apenas, mientras que las ideas recibidas son actualmente puestas en cuestión. Hay que esperar que los miembros de la comunidad cien­tífica, arqueólogos e iconólogos como antropólogos físicos y conservadores, que se inclinan actualmente por el fenómeno moche continúen ajustando los lazos que los unen y colabo­rando estrechamente en la difusión e intercambio de informaciones. El coloquio internacional sobre los Moche realizado en Trujillo en abril de 1993 (cf. Uceda y Mujica Eds. 1994) ha sido ya un paso en buena dirección que debe repetirse con regularidad en el futuro. Es en tal contexto de estímulo intelectual que se llegará a sacar a la luz las diferentes facetas de la rica historia de los Moche con mucho más éxito.

Daniel Arsenault, CELAT, Facultad de Letras,

Universidad Lava!, Québec GIK 7P4 Canadá

Traducido del francés por: Elia Araujo Muñiz

22 Por ejemplo, ciertos valles y quebradas del territorio moche han sido investigados por los arqueólogos de manera mucho menos intensiva que otros. Por ejemplo, los valles de Zaña, de Chaó y de Casma no han recibido aún la suficiente atención que merecen, pero a lo mejor las condiciones de preservación son allí más difíciles que en otra parte (cf. Conklin y Moseley 1988: 148) y los vestigios arquitectónicos menos importantes en número y calidad (cf. Shimada y Shimada 1992: 19).

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