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Araona Baba bizo (dios bueno) es una de las tantas deidades de los araonas. En el siglo XIX, este grupo dominó la mayoría de los ríos amazónicos. Luego, durante el auge de la goma, esta etnia sirvió de guía a los industriales que explotaron el preciado caucho. Paradójicamente, los empresarios los expulsaron de sus tierras y los esclavizaron. Los indígenas que lograron escapar vivieron como nómadas hasta mediados del siglo XX. En la actualidad, unos 100 araonas viven en la provincia Iturralde (La Paz). Ayamara El departamento de La Paz es el bastión de los aymaras. Sin embargo, Oruro y Potosí también son el hogar de los más de 1.200.000 indígenas andinos. El dominio de los aymaras o collas se inició tras la caída de Tiwanaku (XII) y se fortaleció con la unión de varios pueblos circundantes del lago Titicaca. Luego de varios años de intentos frustrados, los incas los dominaron. Sin embargo, este pueblo mantuvo intactas su lengua y su cultura. La religión aymara está íntimamente relacionada con la actividad agrícola. Ayoreo La provincia Germán Busch acoge a la mayoría de los 800 ayoreos que viven en Santa Cruz. El primer contacto de esta etnia con los españoles fue en 1537. Sin embargo, los originarios se resistieron por décadas a formar parte de las misiones católicas. Su vida nómada terminó con la fundación de la primera misión, en el siglo XVIII. Las crónicas señalan que consideraban a las aves como divinidades. Además, tenían conocimiento del sistema cósmico. Su familia lingüística es el zamuco. Baure Hasta 16.000 baures habitaban en el siglo XVIII la actual provincia Iténez (Beni). Guardianes de la lengua arawak, ahora no pasan los 500. Fue el padre Cipriano Barace quien los contactó alrededor de 1690. Los religiosos introdujeron el ganado vacuno, desconocido en la zona, y les enseñaron música y escritura. Sin embargo, tras la expulsión de los jesuitas, la mayoría abandonó las reducciones católicas y se internaron en los bosques. Para ellos, toda la naturaleza es sagrada. Canichana El río Mamoré ha sido el espacio vital de los canichana, conocidos en la Colonia como aguerridos guerreros. Los menos de 300 miembros de esta etnia se hallan en el municipio de San Javier (Beni). Durante el dominio español, en sus tierras se fundieron las campanas de todas las misiones de Moxos. Así, los originarios abandonaron sus armas para conocer los secretos de la platería y del modelado de madera. Una de sus danzas típicas es el “machetero loco”, la misma que es bailada durante la Semana Santa. Cavineño Los departamentos de Beni y Pando albergan a los cerca de 900 cavineños. Antes de la llegada de las misiones evangelizadoras, esta etnia era animista. Sus principales deidades estaban entre los elementos de la naturaleza, en especial los que se hallan en el agua y en el monte. En el siglo XVII los

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AraonaBaba bizo (dios bueno) es una de las tantas deidades de los araonas. En el siglo XIX, este grupo dominó la mayoría de los ríos amazónicos. Luego, durante el auge de la goma, esta etnia sirvió de guía a los industriales que explotaron el preciado caucho. Paradójicamente, los empresarios los expulsaron de sus tierras y los esclavizaron. Los indígenas que lograron escapar vivieron como nómadas hasta mediados del siglo XX. En la actualidad, unos 100 araonas viven en la provincia Iturralde (La Paz).

AyamaraEl departamento de La Paz es el bastión de los aymaras. Sin embargo, Oruro y Potosí también son el hogar de los más de 1.200.000 indígenas andinos. El dominio de los aymaras o collas se inició tras la caída de Tiwanaku (XII) y se fortaleció con la unión de varios pueblos circundantes del lago Titicaca. Luego de varios años de intentos frustrados, los incas los dominaron. Sin embargo, este pueblo mantuvo intactas su lengua y su cultura. La religión aymara está íntimamente relacionada con la actividad agrícola.

AyoreoLa provincia Germán Busch acoge a la mayoría de los 800 ayoreos que viven en Santa Cruz. El primer contacto de esta etnia con los españoles fue en 1537. Sin embargo, los originarios se resistieron por décadas a formar parte de las misiones católicas. Su vida nómada terminó con la fundación de la primera misión, en el siglo XVIII. Las crónicas señalan que consideraban a las aves como divinidades. Además, tenían conocimiento del sistema cósmico. Su familia lingüística es el zamuco.

BaureHasta 16.000 baures habitaban en el siglo XVIII la actual provincia Iténez (Beni). Guardianes de la lengua arawak, ahora no pasan los 500. Fue el padre Cipriano Barace quien los contactó alrededor de 1690. Los religiosos introdujeron el ganado vacuno, desconocido en la zona, y les enseñaron música y escritura. Sin embargo, tras la expulsión de los jesuitas, la mayoría abandonó las reducciones católicas y se internaron en los bosques. Para ellos, toda la naturaleza es sagrada.

CanichanaEl río Mamoré ha sido el espacio vital de los canichana, conocidos en la Colonia como aguerridos guerreros. Los menos de 300 miembros de esta etnia se hallan en el municipio de San Javier (Beni). Durante el dominio español, en sus tierras se fundieron las campanas de todas las misiones de Moxos. Así, los originarios abandonaron sus armas para conocer los secretos de la platería y del modelado de madera. Una de sus danzas típicas es el “machetero loco”, la misma que es bailada durante la Semana Santa.

CavineñoLos departamentos de Beni y Pando albergan a los cerca de 900 cavineños. Antes de la llegada de las misiones evangelizadoras, esta etnia era animista. Sus principales deidades estaban entre los elementos de la naturaleza, en especial los que se hallan en el agua y en el monte. En el siglo XVII los

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cavineños sufrieron varias migraciones debido a los conflictos armados con los esse ejjas. Actualmente son recolectores de castaña. Otra de sus actividades es la producción agrícola. Su familia lingüística es el tacana.

CayubabaUna cruz elaborada con una astilla se constituye en el objeto más preciado por los más de 500 cayubabas que se hallan en la provincia Yacuma (Beni). “Se trata de una astilla de la Santa Cruz que trajeron los jesuitas desde Perú”, aseguran los habitantes de Exaltación de la Santa Cruz. Fue en 1704 que los misioneros iniciaron su labor evangelizadora en estas tierras. Además de la agricultura y la ganadería, los cayubabas han ganado fama en el oriente por su chivé, un derivado de la yuca.

ChácoboCáco fue el creador de los ríos, según los chácobo. Pano es la lengua originaria de este grupo asentado en el Beni y que hoy no supera los 300 miembros. Antes de la conquista española, esta etnia se movía en un vasto territorio entre los ríos Beni y Mamoré. Nunca fueron reducidos en las misiones, pero adoptaron elementos de la cultura occidental con el contacto con otros grupos. Sus aldeas cuentan con grandes habitaciones comunales y su alimentación está basada en la yuca y el plátano.

ChimánLa amazonia beniana es el hogar de los aproximadamente 5.000 chimanes, quienes se dedican a la pesca y a la recolección de jatata (fibra vegetal). Cuentan con un vasto conocimiento de la medicina natural y mantienen su cultura casi intacta, como su lengua, la cual gran parte la puede escribir. Una epidemia los diezmó a mediados del siglo XIX.

ChiquitanoCuatro provincias cruceñas anidan a los más de 112.000 chiquitanos. Fue en sus tierras que se fundó Santa Cruz (la vieja) en 1550. En 1692 se fundó la primera de las misiones jesuíticas. Éstas fomentaron entre los originarios el desarrollo artístico. Tras la expulsión de los misioneros, esta etnia casi desapareció en la explotación de la goma.

Ese EjjaPara este pueblo amazónico, el paraíso se halla en las corrientes de los ríos. Su vida nómada acabó abruptamente tras el contacto con la cultura occidental. Hoy, estos cerca de 400 indígenas pandinos habitan en Portachuelo. Allí mantienen viva su lengua, la cual está conformada por 5.000 palabras. Sus mujeres son hábiles con el tejido artesanal.

GuarasugweEs la etnia con menor número de miembros. Se calcula que no llegan a la decena. Habitan las provincias Ñuflo de Chávez (Santa Cruz) e Iténez (Beni) y su familia lingüística es el tupi guaraní. Los mitos de estos expertos cazadores se basan en yanerami, su mayor divinidad. Fue en el auge de la goma que estos indígenas fueron diezmados por las enfermedades. Guaraní

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La búsqueda del ivy imaraä, la “tierra sin mal”, provocó tres corrientes migratorias de guaraníes desde el Mato Grosso hasta el país. Este grupo fue famoso por su resistencia a la conquista tanto de los incas como de los españoles. Actualmente más de 81.000 guaraníes habitan la región chaqueña de los departamentos de Santa Cruz, Chuquisaca y Tarija.

GuarayoLos indios guaraníes que migraron desde la costa atlántica siglos antes de la llegada de los españoles, dieron vida al grupo étnico guarayo en Bolivia. Ubicados en su mayoría en la provincia Guarayos (Santa Cruz), su población supera en la actualidad los 5.000. El Coro de Urubichá, que interpreta música sacra, es una muestra de la riqueza artística que atesora este pueblo oriental. Además, los guarayos destacan por su elaboración de retablos, cofres y joyeros hechos de distintas maderas.

ItonamaEn total estado de desnudez. Así encontró en 1704 el padre Lorenzo Legarda a los miembros de esta etnia, en la actualidad asentados en las provincias Iténez y Mamoré (Beni). Sus casi 1.500 representantes aún se destacan por ser tejedores y constructores de embarcaciones. En 1800 superaban los 8.000 miembros, pero las enfermedades que trajeron los caucheros los devastó. En 1887, de los itonama emergió el líder Andrés Guayocho, quien inició una rebelión en todo Moxos contra los explotadores.

JoaquinianoLas aguas del río Mamoré, en el Beni, se constituyen en el espacio vital de los joaquinianos. El maíz, el arroz, la yuca y el plátano son los productos cosechados por los 169 miembros de este grupo. Su familia lingüística es el arawak, pero el castellano, introducido por los misioneros católicos que llegaron a sus tierras a comienzos de 1700, es el idioma predominante. Cada año, la localidad beniana de San Joaquín recibe a los miembros de esta etnia para celebrar la fiesta patronal de este pueblo oriental.

LecoCerca de 2.500 lecos habitan las provincias paceñas de Larecaja y Franz Tamayo. Allí, este pueblo indígena se dedica a la ganadería, la agricultura y la explotación forestal. Leco o lapa lapa es el nombre de su lengua originaria, la cual, como sucede con gran parte de indígenas del país, está cerca de desaparecer. Antes de la conquista de los españoles, este grupo tuvo una fuerte influencia aymara, la cual hoy se manifiesta en varias de sus tradiciones espirituales. El Parque Nacional Madidi es protegido por ellos.

MachineriAdemás de Bolivia, los machineri se hallan en Perú y Brasil, países que se unen en el municipio de Bolpebra, en Pando, a través del intercambio de productos. Frijol, animales de monte y pescados son los productos ofertados por la veintena de indígenas que conforman este grupo amazónico. Antes de la llegada del hombre blanco a sus tierras, los machineri mantenían la tradición de

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contar con un cacique que, además de ser la autoridad de sus miembros, era el curandero y el chamán.

MoréMenos de 50 morés se hallan en la actualidad en las comunidades Monte Azul y Vuelta Grande del departamento del Beni. Su familia lingüística es la chapacura y su presencia en la Colonia se extendía por los ríos Machupo, Itonama y Blanco. En esta área se encontró restos de arte rupestre y cerámica que se cree fueron elaboradas por los antepasados de los moré. En los años 30, recuerdan sus ancianos, se utilizó a miembros del Ejército para forzar a los moré a ser “educados”.

MoseténLa tierra de los mosetenes fue el paso obligado de los españoles que buscaron infructuosamente el gran Paitití. Ese territorio comprende los municipios de San Borja (Beni) y Palos Blancos (La Paz). Antes de la evangelización católica, este grupo era nómada y vivía de la caza, la pesca y la recolección. Ahora la mayoría del millar de mosetenes trabaja la tierra.

MovimaLas primeras referencias de los movimas, que viven en la provincia Yacuma y pasan de los 6.000 miembros, datan de 1621. Entonces sumaban 20.000 indígenas, abarcando la mayoría de los ríos de esta región oriental. Una de sus características es que mantienen el culto tanto a sus antepasados como a los “dueños” del monte y de los animales.

MojeñoSon uno de los grupos indígenas de mayor número en la amazonia boliviana. Actualmente superan los 46.000 miembros y se sitúan en el departamento del Beni. Las evidencias arqueológicas halladas en el lugar demuestran que antes de la Colonia, en el siglo XVII, desarrollaron un sofisticado sistema de agricultura con terraplenes, canales y camellones.

PacahuaraLos primeros contactos de los españoles con los pacahuara —que en la actualidad habitan Beni y Pando— no fueron pacíficos hasta 1785, cuando al fin los misioneros lograron fundar la misión de Cavinas. Las perforaciones en la nariz, donde introducen trozos de madera, es uno de los signos que los identifica aún hoy. El pano es su familia lingüística. QuechuaCon más de 1.556.000 componentes, los quechuas son el pueblo indígena más numeroso del país. Tras la caída de Tiwanaku, el idioma quechua llegó a estas tierras de la mano de los incas, quienes dominaron al resto de las culturas andinas. La mayor concentración de quechuas se halla en Chuquisaca, Cochabamba, Potosí, Oruro y La Paz.

SirionóLas provincias benianas de Cercado e Iténez son el hogar de los más de 150 sirionós. Son guardianes de su lengua, el tupi guaraní, y muy poco se ha investigado sobre su origen. Algunos estudios, sin embargo, señalan que

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llegaron desde Paraguay. Una de sus características es la práctica del culto al animal cazado, como una forma de agradecimiento a la naturaleza. La caza de animales del monte, la pesca y la recolección de miel de abeja son parte de sus actividades productivas.

TapieteAl menos una veintena de tapietes habitan la provincia Gran Chaco (Tarija), en las comunidades Samawate y Crevaux. Fue en el año 1791 que los misioneros franciscanos dieron cuenta de su presencia en esta región chaqueña. Entonces eran definidos como “bárbaros peligrosos”, ya que por décadas lucharon contra los intentos por ser doblegados por la fe de los españoles. Debido a su poca población, para no romper la prohibición del incesto, ahora buscan esposas entre los weenhayek y guaraníes. Una de las tradiciones que mantienen los tapietes es el baile de la rueda y el uso del arco y la flecha para cazar. Tienen, además, varios lugares sagrados como los cementerios de sus ancestros. Este grupo indígena, que tiene el tupi guaraní como familia lingüística, se dedica en la actualidad a la agricultura, la pesca y la recolección.

TacanaLa amazonia paceña, beniana y pandina alberga a los cerca de 4.000 miembros de la etnia tacana. Los estudios arqueológicos dan cuenta de la presencia de este grupo mucho antes de la llegada de los españoles. La invasión inca, sin embargo, destruyó la organización social tacana. Las crónicas de los franciscanos en 1680 señalan a este pueblo como pacífico y hospitalario. En la actualidad, en algunas comunidades continúan realizándose las celebraciones ancestrales en fechas agrícolas.

ReyesanoAlgunos investigadores bolivianos identifican a los 2.700 indígenas reyesanos también como maropas. Ubicados en la provincia Ballivián (Beni), la historia de este pueblo está ligada con la antigua misión de Los Santos Reyes, que fue creado con el objeto de evangelizar a los grupos indígenas de los originarios del área ubicada en el río Beni y el lago Rogaguado.

ToromonaSu existencia está rodeada de mitos y leyendas. Según la tradición oral de las etnias indígenas que circundan el Parque Nacional Madidi (La Paz), los toromona, dirigidos por el cacique Tarano, resistieron las incursiones españolas durante los siglos XVI y XVII. Sin embargo, no existe documentación que brinde datos confiables sobre estos hechos. Al respecto, los ancianos araona —que habitan en el municipio paceño de Ixiamas— aseguran que esta etnia se formó tras una división entre los araonas. Un par de expediciones científicas intentaron infructuosamente hallar a los miembros de los toromonas, que se supone aún mantienen la vida nómada de sus antepasados. Así, además de las tierras del norte paceño, se cree que este grupo de originarios se mueve por el sur del departamento de Pando.

UruLa Paz y Oruro se constituyen en el reducto de los urus. Se calcula que su población supera las 2.000 personas. Los urus son considerados los primeros

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en habitar el altiplano boliviano. Su historia se inició hace 2.500 años, pero sus raíces están ligadas a los wankarani, una cultura anterior. A partir del siglo XVI, este grupo fue sometido por los aymaras, Ahora, sin embargo, los urus son uno de los pocos grupos indígenas que mantienen la mayoría de sus costumbres intactas, como su lengua.

YaminahuaFue en los primeros 50 años del siglo XX que los yaminahuas ingresaron al territorio boliviano desde la amazonia peruana. Lo hicieron huyendo de las incursiones de sectas evangélicas. Actualmente, este grupo se halla en la provincia pandina Nicolás Suárez. Los cerca de 50 miembros de esta etnia mantienen parte de sus tradiciones intactas. Una de ellas es la de venerar a la víbora sicurí como una de sus principales divinidades. Los yaminahua están divididos en evangelistas y no evangelistas.

YuquiLa tuberculosis es la mayor amenaza de este grupo étnico que habita en la provincia Carrasco, en Cochabamba. Una treintena de sus cerca de 200 miembros sufren de esta mortal enfermedad. A pesar de ello, estos hábiles pescadores mantienen parte de sus creencias intactas, como la de creer que el ser humano cuenta con dos espíritus.

YuracaréMás de 1.300 yuracarés se hallan repartidos en los departamentos de Cochabamba y Beni. Este grupo indígena fue descubierto en el siglo XVI por una expedición antropológica. Sus miembros fueron utilizados como peones en la apertura de caminos. Actualmente su fuerza productiva se centra en los cítricos, el café, el zapallo, la yuca, el maní y el plátano.

WeenahayekLos municipios de Gran Chaco y Yacuiba (Tarija) albergan al millar de weenahayek, conocidos en las crónicas coloniales como matacos. Las misiones de los jesuitas salvaron a esta etnia del exterminio total en el siglo XVII. Su religión tradicional era animista y llena de ritos. La artesanía, la pesca y la recolección son ahora su medio de subsistencia.

Los pueblos originarios e indígenas de Bolivia, organizados en tres grandes regiones, la Amazónica, el Chaco y los Andes, son los siguientes (entre paréntesis se indica la filiación lingüística):

Región Grupo Familia Población[1] [2]

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Amazonia

Araona Tacana 81.900Ayoreo Zamucana 771Bauré Arawak 13.630Canichana (Aislada) 3 (583)Cavineño Tacana 1180 (1736)Cayubaba (Aislada) 2.800Chácobo Pano 550Chimané Mosetena 4000 (5900)Chiquitano (Aislada) 5855 (47000)Chiriguanos Tupí 33670Ese'Ejja Tacano 225Guarasugwe 900Guarayo Tacano 5900Itonama (Aislada) 10.500Joaquiniano (Aislada) 2000Lecos (Aislada) 5000Machineri Arawak 140Maropa Tacano 104.118Moré lenguas chapacura-wiñam 760Mosetén Moseteno 750Movima (Aislada) 1450Moxeño Tupí 99000Nahua (etnia) Pano 7000Pacahuara Pano 1800Sirionó Tupí 400Takana Tacana 1821 (5058)Toromona 19.5oo-20.079Yaminahua Pano 13.745Yuqui Tupí 125.000Yuracaré (Aislada) 2.675

ChacoGuaraní Tupí 700.898Tapieté Tupí 700.000Weenhayek Mascoyano 1800

Andes

Aymara Aimara 2.989789Chipaya Uru-chipaya 10.000Kallawaya Lengua mixtaQuechua Quechua 4.400000Uru Uru-chipaya 20.500

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Conclusiones: La situación lingüística de Hispanoamérica revela un conocimiento y un uso ampliamente extendidos de la lengua española, en coexistencia con lenguas minoritarias, entre las que sobresalen, por su trascendencia social, las lenguas indígenas. Cualquier acción sociocultural o política que afecte a esta realidad exige un adecuado conocimiento y manejo de la información relativa al número de indígenas, al número de pueblos indígenas, al entorno geográfico y social de esos pueblos y al número de hablantes monolingües y bilingües de las lenguas indígenas. La separación conceptual de etnia, lengua y territorio es fundamental y así ha de reflejarse en las preguntas que se realicen en los censos de población, en las encuestas de hogares o en cualquier otro estudio de intención sociolingüística.

La historia social de las lenguas indígenas de Hispanoamérica revela que, tras la reducción cuantitativa derivada del proceso de conquista y colonización y tras la relegación cualitativa que supuso la adopción del español como lengua de las repúblicas hispanoamericanas, la situación de esas lenguas en los últimos cien años se ha estabilizado relativamente, si bien en un proceso de lenta minoración. Así, puede decirse que la presencia actual de las lenguas indígenas en los países de Hispanoamérica es marginal desde un punto de vista sociocultural, fundamentalmente en términos cuantitativos. Sin embargo, en el ámbito político se está conociendo una tendencia al reconocimiento de los derechos indígenas que se aprecia en las reformas constitucionales aprobadas en la década de los noventa.

Efectivamente, la voz de los indígenas resulta cada vez más audible, pero cada vez menos en lengua indígena. La diversidad lingüística es un patrimonio que Hispanoamérica debe preservar y en su responsabilidad está hacer compatible esa defensa con el conocimiento del español, que, además de permitir la comunicación entre todos los países hispánicos, también hace posible la interacción entre los diversos grupos étnicos que habitan cada uno de esos territorios.

UNE A LA FAMILIA

El apthapi tiene el objetivo de compartir, unir a la familia y también permite a las comunidades reconciliarse con aquellas que se encuentran distanciadas por discusiones o problemas.

En el campo, los comunarios entregan parte de sus cosechas y de su producción ganadera, entre los alimentos es posible degustar jawas phusphu (habas cocidas); kanka (carne asada), chuño phuthi, chuño cocido; qhatit ch’uqi (especie de papa) ; o jallpa wayk’a (ají amarillo molido con trozos de las colas verdes de la cebolla).

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En la merienda no faltan mut’i o mote desgranado; millk’itika thixi, queso frito criollo; puquta phuthi, plátano cocido y k’awna, huevo duro o frito.

COSTUMBRES Y RITUALES

Los comestibles son expuestos en hijilla, un aguayo tendido en el piso que sirve para presentar ante todos la comida recolectada.

“Sobre unos aguayos tendidos al piso, comunarios del altiplano boliviano colocan papa, choclo, pescado, charque y queso —cada uno lo que puede, lo que produce— y todos comparten a partes iguales. A esta costumbre se designa con la palabra aymara apthapi”, sostuvo David Mendoza, sociólogo investigador en explicación a EL DIARIO.

El apthapi es un ritual milenario andino cuya práctica, más allá de desaparecer, sigue vigente y fue sobredimensionado por su carácter recíproco.

Martín Céspedes dice que “el apthapi es la palabra que mejor define el espíritu de Bolivia, comparten la riqueza de los más antiguos mitos y leyendas, así como las historias urbanas y contemporáneas que cada día se van tejiendo”.

AyniDe Wikipedia, la enciclopedia libreSaltar a navegación, búsqueda

El ayni era un sistema de trabajo de reciprocidad familiar entre los miembros del ayllu, destinado a trabajos agrícolas y a las construcciones de casas. Consistía en la ayuda de trabajos que hacía un grupo de personas a miembros de una familia, con la condición que esta correspondiera de igual forma cuando ellos la necesitaran, como dicen: "hoy por ti, mañana por mi" y en retribución se servían comidas y bebidas durante los días que se realice el trabajo.

Sentido economico del ayllu

La economia inca descanso en el cultivo intensivo de la tierra. Esto a su vez, tuvo en el ayllu su expresion más digna, ya que a traves del vinculo economico todos estaban obligados a trabajar el territorio que habitaban para procurarse el sustento común. La tierra, pues, era activamente laborada y de ella, sea por cualquier de las formas de trabajo imperante, se sacaban los

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productos destinados tanto para la comunidad como para el Inca y el culto religioso. El territorio que habitaba el ayllu tomaba el nombre de marka.

El Ayni: Los miembros de la comunidad o ayllu se ayudaban entre sí tambíen en proyectos privados, tales como la construcción de casas o de trabajo de campo, esta ayuda se llamaba Ayni y consistia en brindar apoyo a una determinada familia pero con la condicion de que se retribuyera la ayuda en el futuro "reciprocidad", cada familia podía beneficiarse de esa asistencia. A los trabajadores se les proporcionaba alimentos y bebidas.

La minka: o Minca es una tradición de andina de trabajar juntos para fines sociales.Durante el imperio Inca era la forma básica en que se producia el trabajo al interior de los ayllus o comunidades campesinas, pero también se practicaba para el beneficio de territorios mayores, como parte de los servicios que cada ayllu prestaba al conjunto de la sociedad. Las familias participaban en la construcción de locales, canales de riego, así como la ayuda para la siembra de chacras de las personas incapacitadas, ancianos y huerfanos.

Evolucion de los Ayllus

El Ayllu fue de origen preinca, pero los habitantes del imperio lo adoptaron a su organización social- economica y supervivio cuando la conquista española, llegando hasta nuestros dias en que se les conoce como Comunidades Campesinas, las cuales estan amparadas por las leyes y la cosntitucion del Estado

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Hoy se challa para agradecer y pedir más a la Pachamama(La Razón)

La Anata andina y el carnaval citadino se unen en la celebración a la madre tierra. La mixtura naranja y roja se suman para atraer al amor, últimos añadidos de una fiesta que sigue alimentándose con elementos nuevos.

Serpentinas, globos, vino y mesas para atizar... Las calles paceñas Illampu, Santa Cruz y Linares se llenan de vendedores en las vísperas del martes de challa. Muchos ignoran para qué se usan los granos dorados, los confites o las flores, pero venden sus productos como pan caliente.

Sin saber de teorías, Tomasa Larico, de 55 años, lleva 37 años preparando mesas en la esquina Illampu y Santa Cruz. "Para el martes,

a la santa Pachamama le invitamos, challamos a media noche con canela. Como nosotros tomamos con canelita, la Pachamama también se quiere tomar". Y con ánimo de satisfacer a la deidad, ofrece sus mesas desde cinco bolivianos.

Según los estudios del actual responsable del Museo tambo Quirkincha, David Mendoza Salazar, el origen de la challa se encuentra en la Anata andina, fiesta agrícola en que se agradece a la Pachamama por los frutos de la tierra a través de ofrendas.

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El ritual andino de la challa consiste en la acción de rociar con una bebida un espacio vital, de trabajo o vinculado a una deidad protectora. Es la base de la relación que el hombre tiene con la tierra —identificada con la Pachamama—, con las montañas como achachilas y con el sector donde viven los animales. El hombre andino debe agradecer por los dones y pedir permiso para continuar gozando de éstos.

Estas costumbres culturales de las poblaciones indígenas de La Paz se fundieron con las diferentes expresiones del carnaval citadinas provenientes de la fe católica que coincidían, de alguna manera, con la celebración de la fiesta de la cosecha, Anata.

Para Mendoza, se trata de un Anata-carnaval, donde se ve la riqueza de ambos legados.

Estas prácticas en el campo van dirigidas a la producción agrícola. "La challa va hacia la chacra, donde abren el suelo, agarran la papa y le hablan, pues creen que debido a la relación con la Pachamama y su fruto, hay que hacerle un ritual". Por eso, las comunidades rodean la tierra con flores, le hacen ofrendas, cantan para ella y bailan a su nombre.

Y la mezcla no es reciente. Los indígenas ya habitaban las ciudades en la época de la colonia y sincretizaron creencias con la fe católica. Así sucede en Copacabana, donde a la vez se challa y bendice los automóviles.

"En 1930 y 1940 aún había chacras en la ciudad y existía la challa al estilo rural con la música de pinquillos y tarkas. Pero a medida que fue creciendo la ciudad a partir de 1952, se produce un mayor crecimiento urbano. Se van cerrando muchas haciendas para convertirse en barrios o en industrias. Así, el ritual deja la zona agrícola y se vuelca al lugar de trabajo en la ciudad".

Por eso, este martes 4, primero se challa el espacio de vida, donde se pidió permiso para poner los cimientos. A las cinco de la mañana, en la alborada, se agarra alcohol y se echa flores y coca al patio. La mixtura, la serpentina, los globos y los confites, que al parecer provienen de una tradición potosina, son elementos más modernos que se han ido incorporando con el paso de los años y la creatividad de la gente.

¿Cómo empezar la fiesta? Decorando la casa con banderines, frutas de la época, como manzanas, naranjas y lúcumas. Luego, la gente se dirigirá a su puesto de trabajo: tiendas, fábricas, anaqueles y escritorios. La intención es agradecer para obtener después más dinero y prosperidad durante todo el año.

Ante la aparición de nuevos productos, como la mixtura naranja o roja para el amor, Mendoza hace notar la incorporación de recientes significados. "La gente es muy creativa. Siempre hay una especie de relectura de la realidad de estas fiestas. Nada es puro: ni el Anata del campo ni el carnaval paceño. Hay mezclas por el constante relacionamiento con los medios".

En los pueblos pre-cordilleranos, especialmente de la Primera Región y parte de la Segunda, siguiendo su tradición aborigen -aymará y quechua- tributan cariñoso homenaje a la tierra -Pachamama- madre grande. Nadie de estos poblados se atrave a abrirla sin antes de rendirle un tributo que llos llaman CHALLA, en especial ceremonia que ellos celebran con bailes -CHALLACHALLA- y con bastante alcohol. Antes de beber, todo poblado de estas comarcas precordilleranas salpica algunas gotas de licor, PUSITUNCA o de PINTATANI, sobre la tierra, como CHALLA, ya que ellos piensan que si es maltratada la PACHAMAMA -madre tierra- que guarda frutos en su seno, se reciente la tierra y emigran de ellas las plantan. El CHALLA-CHALLA es un baile de los pueblos precordilleranos, que se realiza a través de una fila de hombres y otra de mujeres, formando parejas sucesivas. El baile se desarrolla mediante órdenes de cada pareja. Acompañan un guitarrista y un coro. Al final, una niña se apodera de una prenda de un varón, sobreviniendo la alegría y el baile termina con un canto general.

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La minka (quechua) o minga denominada también minca o mingaco, es una antigua tradición de trabajo comunitario o colectivo con fines de utilidad social. Es un sistema que se usa en Latinoamérica desde la época precolombina. Puede tener diferentes finalidades de utilidad comunitaria como la construcción de edificios públicos o ir en beneficio de una persona o familia, como al hacerse una cosecha de papas u otro producto agrícola, entre otras, siempre con una retribución para quienes han ayudado. Se practica principalmente en Perú, Ecuador, Bolivia y Chile. También hay comunidades muy importantes en Colombia, que han trascendido el concepto a un plano político, al organizarse socialmente para la reinvindicación de sus derechos, la denuncia y la reflexión frente a su situación actual.

Etimología: apxataña : amontonar Significado

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Apxata se llama la ayuda económica en forma de víveres que ofrecen los parientes y amigos de una persona que se ha obligado a costear una fiesta. También es la ofrenda de comestibles que se prepara para la fiesta de Todos Santos. A las personas que vienen a rezar por un difunto, se les da algo de esta ofrenda

Según la cosmovisión andina en la cultura aymara, la muerte es la continuación de la vida, y se cree que durante tres años el alma o ajayu permanece acompañando a los vivos, para después ascender a las montañas, donde se reintegra al mundo de los achachilas (antepasados).

“Por este motivo se realiza por tres años consecutivos la apxata o el altar de los difuntos, un ritual realizado en Todos Santos por los parientes cercanos de la persona fallecida”, explica el amauta y escritor Manuel Alvarado.

El armar o preparar los altares de los difuntos o mesas, también llamadas apxatas, es todo un ritual y cada uno de los elementos que las componen tienen un importante significado en la festividad de los difuntos. Los familiares suelen llevar a las tumbas de sus seres queridos —principalmente en los cementerios del área rural— alimentos, velas, flores y otros objetos ceremoniales.

Algunos investigadores consideran que el propio altar o apxata representa la montaña de los achachilas (antepasados), de donde llegan los ajayus.

El mantel de la mesa de los difuntos puede tener diferentes colores: blanco si el fallecido es un niño o negro si el difunto es una persona mayor. Otras familias suelen usar el aguayo colorido si la persona que murió fue una mujer.

Entre las tradiciones de Todos Santos que se mantienen en el área rural y en las ciudades se menciona que es importante delimitar el espacio donde se recibirá y se tendrá el reencuentro con los ajayus.

Por ese motivo se suele usar cuatro cañas largas de azúcar que adornan cada una de las esquinas de la mesa o apxata. Otros creen que estas cañas se las colocan dobladas porque sirven como “bastones” para que los ajayus se apoyen y alivien su cansancio en su largo retorno al Aka Pacha (el actual espacio y tiempo).

Las familias colocan en la parte central del altar la fotografía del ser querido —del difunto que retornará del Wiñay Marka o pueblo eterno— junto a abundante comida, flores, alcohol y hojas de coca. Otros familiares incluyen elementos católicos como cruces y rosarios. La tradición cuenta que “los ajayus vienen a comer la comida que más les gusta”, por eso existe la costumbre de colocar en las mesas los alimentos y bebida que prefería el difunto.

En la mesa también se destacan las vistosas t’ant’awawas, panes con forma humana y un colorido rostro, que es modelado en estuco y que representan al fallecido.

A los ajayus de los seres queridos se los esperan con dulces bizcochuelos, k’ispiñas (galletitas de quinua), maicillos y un sinfín de masitas o dulces de diferentes formas como las cruces católicas, escaleras para “ayudar” a los ajayus en su camino de retorno y otros elementos ceremoniales con los que se adorna la mesa que es instalada durante Todos Santos, cuando retornan los ajayus. La tradición de celebrar a los difuntos en esta festividad se mantiene como una autodeterminación

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Cada cultura tiene una concepción de su realidad y de acuerdo a ella vive, “viendo” y dejando de “ver” determinados aspectos. La concepción que del mundo tienen, se ha desarrollado a través de un prolongado proceso de interacciones entre las etnias y el medio natural que les sirve de sustento para su persistencia y reproducción. Como cada etnia y el medio natural que habitan tienen características que las diferencian de otras; el resultado de sus interacciones también es diferente, estas diferencias son las que tipifican a cada cultura.

A nivel mundial, los pueblos más antiguos que llegaron a ser “Centros de Cultura Original” se desarrollaron en los Andes, Centroamérica, India, China, Medio Oriente y en las costas del Mediterráneo. Las etnias que habitan estas regiones, tienen singulares maneras de ver y vivir en interacción con los elementos de su medio natural. Las plantas, tanto las silvestres como las cultivadas, son parte de este medio natural y por lo tanto son también consideradas de manera diferente por cada cultura.

En los Andes la diversidad de climas va acompañada de una gran variabilidad en las estaciones climáticas, que en los Andes se caracterizan por no ser muy definidas ni mucho menos regulares. No son muy definidas, en el sentido de que la época de frió y la de calor no alcanzan niveles extremos como en el centro y norte de Europa y son muy variables por la presencia de repentinas heladas, sequías, granizadas o excesos de lluvia aún en plena estación cálida o lluviosa. Aquí la variabilidad del clima es lo normal. La cordillera andina determina además que el suelo sea de irregular topografía en donde los terrenos planos son escasos. Es frecuente que las tierras de cultivo sean suelos de ladera con pendientes pronunciadas.

En este medio natural de gran densidad, diversidad y variabilidad climática y con suelos de relieve accidentado, tuvo lugar un prolongado proceso de interacciones entre un medio pluriecológico y variable con las múltiples etnias que aún las habitan. Como consecuencia de ello se desarrolló un modo de “ver” y sobre todo de vivir y sentir el mundo, que si bien es singular en cada lugar, tiene características generales que en conjunto tipifican este modo de concebir la vida.

Para los andinos el mundo es una totalidad viva. No se comprende a las partes separadas del todo, cualquier evento se entiende inmerso dentro de los demás y donde cada parte refleja el todo. Este mundo íntegro y vivo es conceptuado como si fuera un animal, semejante a un puma capaz de reaccionar con inusitada fiereza cuando se le agrede. La totalidad es la colectividad natural o Pacha; comprende al conjunto de comunidades vivas, diversas y variables, cada una de las cuales a su vez representa al Todo.

Esta totalidad está confirmada por la comunidad natural pluriecológica constituida por el suelo, clima, agua, animales, plantas y todo el paisaje en general, por la comunidad humana multiétnica que comprende a los, diferentes pueblos que viven en los Andes y por la comunidad de deidades telúricas y celestes, a quienes se les reconoce el carácter de Huaca, de sagrado, en el sentido de tenerles mayor respeto, por haber vivido y visto mucho más y por haber acompañado a nuestros ancestros, porque nos acompaña y acompañará a los hijos de nuestros hijos. Estas comunidades se encuentran relacionadas a través de un continuo y activo diálogo, reciprocidad y efectiva redistribución. Cada comunidad es equivalente a cualquier otra; todas tienen el mismo valor, ninguna vale más y por lo tanto todas son importantes, merecen respeto y consideración, en la concepción andina esto se expresa cuando se reconoce que todo es sagrado, es sagrada la tierra (Pachamama = madre tierra, aunque etimológicamente seria tal vez más exacto “Señora del tiempo y el Espacio), los cerros, (Apus, Achachilas, Huamanís, Auquis), las estrellas, el sol, la luna, el rayo, las piedras, nuestros muertos, los ríos, puquiales, lagunas, los seres humanos vivos, los animales y las plantas, no sólo las cultivadas sino también las silvestres.

Los miembros de todas estas comunidades forman un Ayllu que ocupa un Pacha local, es decir todos son parientes pertenecientes a una misma familia. No sólo son parientes los runas sino también los ríos, los cerros, las piedras, las estrellas, los animales y las plantas que se encuentran en el Pacha local acompañándose los unos a los otros todos son

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personas equivalentes.

El Ayllu, se trata del grupo de parentesco. Pero resulta que, bien mirada la cosa, el grupo parental no se reduce al linaje humano como hasta ahora se había afirmado, sino que el parentesco, y con ello el Ayllu, abarca a cada uno de los miembros del Pacha (microcosmos) local. La familia humana no se diferencia de la gran familia que es el Ayllu sino que está inmersa en él. El Ayllu es la unión de la comunidad humana, de la comunidad de la Sallga y de la comunidad de huacas que viven en el Pacha local. La unidad parental así constituida es muy íntima y entrañable. Cuando traemos a la chacra una semilla de otro piso ecológico que ha atraído nuestro afecto y le ofrecemos el mejor de nuestros suelos en el huerto inmediato a nuestra vivienda y la cuidamos con cariño y esmero, ella es ya un miembro de nuestra familia: es nuestra nuera. Se evidencia así que los cultivos vegetales de nuestra chacra son hijos de la familia humana que los cría. Las llamas y alpacas son también hijas de la familia que las pastorea y las cuida.

El mismo hecho de reconocer equivalencia entre todos, hace que cada comunidad y en especial la humana sienta su insuficiencia para mantener ella sola, la integridad de las funciones de la colectividad natural de la cual turnia parte, copio un integrante más y no el más importante.

Diálogo y reciprocidad entre comunidades que sienten, que tienen igual valor y, que reconocen su insuficiencia, posibilita lograr una armonía con bienestar para todas las comunidades de la naturaleza.

Todos quienes existen en el mundo andino son como somos nosotros mismos y son nuestros amigos. Con ellos nos acompañamos, con ellos conversamos y reciprocamos. Les contamos lo que nos pasa y nos dan consejos; y también ellos nos cuentan lo suyo y confían en nosotros. Tratamos con cada uno de ellos de persona a persona, conversamos con ellos cara a cara.

Todo cuanto existe en el mundo andino es vivo. No sólo el hombre, los animales y las plantas sino también las piedras, los ríos, los cerros y todo lo demás. En el mundo andino no existe algo inerte: todo es vivo. Igual que nosotros todos participan en la gran fiesta que es la vida: todos comen, todos duermen, todos danzan, todos cantan: todos viven a plenitud.

En el mundo andino no hay poderosos ni autosuficientes. Todos nos necesitamos los unos a los otros para vivir. En los Andes no existe el mundo como totalidad íntegra diferente y diferenciada de sus componentes. Aquí no existen «todos» ni «partes», que tan sólo son abstracciones. Aquí hay simbiosis que es lo inmediato a la vida. La simbiosis se vive en los Andes en forma de crianza mutua.

La chacra (pedazo de tierra cultivada) es una forma de crianza. En la chacra andina no sólo se cría a las plantas y a los animales considerando como condiciones ya dadas al suelo, al agua y al clima, sino que en la chacra también se cría al suelo, al agua y al clima. Recíprocamente, la chacra cría a quienes la crían. Se trata pues de una cultura de crianza en un mundo vivo.

En los Andes toda la vida gira alrededor de la crianza de la chacra, por eso la cultura andina es agrocéntrica

Cada uno de los seres que habitan en este mundo vivo andino es equivalente a cualquier otro, esto es, cada quien (ya sea hombre, árbol, piedra) es una persona plena e imprescindible, con su propio e inalienable modo de ser, con su personalidad definida, con su nombre propio, con su responsabilidad específica en el mantenimiento de la armonía del mundo, y es en tal condición de equivalencia que se relaciona con cada uno de los otros. Otra manifestación de equivalencia en el mundo andino es que todos tenemos chacra y todos pastoreamos un rebaño. Así como el hombre hace chacra combinando la forma de vida de las plantas, los animales, los suelos, las aguas y los climas que toma de la naturaleza con la aquiescencia de las huacas, del mismo modo las huacas tienen su chacra que es la flora de la naturaleza (o la sallga) y tiene sus rebaños que son la comunidad humana y la fauna de la sallga.

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La cultura andina, que es la cultura de un mundo vivo y vivificante, late al ritmo de los ciclos cósmicos y de los ciclos telúricos que es el ritmo de la vida: su «tiempo», por tanto, es cíclico. Sin embargo, las ceremonias del calendario ritual andino son momentos de conversación íntima con tales ciclos en los que no se repite un «arquetipo» sino que se sintoniza la situación peculiar. En los Andes, el clima, que es la manera de mostrarse de los ciclos cósmicos y telúricos, es sumamente variable e irregular. Esto condiciona una diferencia importante con el mito del eterno retorno de los griegos de la Edad Clásica y con el modelo del tiempo circular. En los Andes hay una re-creación, una renovación, anual de los ritos, esto es, de la conversación íntima entre todos los componentes del mundo vivo, que se armoniza con el estado correspondiente del clima. Esta re-creación, esta renovación, es la digestión, por parte del mundo-vivo, de las condiciones de vida en el momento del rito, que, repetimos, son muy variables e irregulares.

Es obvio que el «tiempo» andino no es el tiempo lineal e irreversible del Occidente moderno (Se inicia cuando Jehová-dios creo el universo y terminará con el fin del mundo) en el que continuamente se cancela al pasado con el ansia de proyectar lo que se va a vivir en el futuro y de esta manera se escamotea el presente y, con ello, la vida. El «presente» en el mundo vivo andino se re-crea, se re-nueva, por digestión del «pasado», es decir, por inclusión del «pasado». Pero, a la vez, la cultura andina es capaz de saber continuamente cómo se va a presentar el «futuro» por la participación de todos los miembros de la colectividad natural en la conversación cósmico-telúrica propia del mundo vivo. En los Andes no hay una distinción tajante y cancelatoría entre «pasado» y «futuro» porque el «presente» los contiene a ambos. Por tanto no hay lugar aquí para el tiempo lineal e irreversible del Occidente moderno. En los Andes, desde luego, existe la noción de secuencia, las nociones de antes y después, pero ellas no se oponen como pasado y futuro en la cultura occidental, sino que se encuentran albergadas en el «presente», en el «presente de siempre», en «lo de siempre» siempre re-creado, siempre renovado. Es que en los Andes vivimos en un mundo vivo, no en el mundo- reloj de Occidente.

Por ello es que el sacerdote andino, en la ceremonia ritual, puede remontarse en el «pasado» miles de años y ver hoy en pleno funcionamiento ritual una huaca y participar activamente en aquel acto: de esta manera incluye el «pasado» en el «presente». Asimismo, el sacerdote puede por su capacidad de conversar con todos los componentes del mundo vivo, saber el clima que corresponderá a la campaña agrícola-pastoril venidera y también puede remontarse mas y llegar a saber el clima de las diez próximas campañas: de esta manera incluye el «futuro» en el »presente». En los Andes Inka, pasado, presente y futuro, antes, ahora y después, no son compartimientos estancos sino que ellos concurren en el ahora que, por eso mismo, es siempre. Siempre re-creado, siempre renovado, siempre novedoso, sin anquilosis alguna.

Como ya hemos visto, en la cultura andina Inka la forma del mundo no ocurre en el tiempo y el espacio. Aquí la vida ocurre en el pacha que podría, si se quiere, incluir al tiempo y al espacio pero antes de toda separación, y que podría, también si se quiere, significar cosmos o mundo para el modo de ser de Occidente; sin embargo el pacha, es, más bien, el micro-cosmos, el lugar particular y específico en que uno vive. Es la porción de la comunidad de la sallga o «naturaleza» en la que habita una comunidad humana, criando y dejándose criar, al amparo de un cerro tutelar o Apu que es miembro de la comunidad de huacas o «deidades». Es decir, pacha es la colectividad natural local, que, como todo en el mundo andino, se re-crea continuamente.

La Pachamama, la Madre Tierra, cada año, cada ciclo telúrico, concibe - fecundada por el Sol- y pare un nuevo pacha, (dentro del pacha, a su vez, el agua fecunda a la tierra, y así sucesivamente). Los sacerdotes y las sacerdotisas toman el pulso a la Pachamama y palpan el feto durante la gestación para conocer antes del parto el carácter de la cría. Por eso pueden saber el clima del año venidero. Pero ellos también, por su conocimiento tan íntimo de la Pachamama y del Sol, así como de las circunstancias de su vida, pueden saber incluso el carácter de sus criaturas aún no engendradas.

La colectividad natural andina siendo sumamente diversa, es sin embargo la de siempre. Sucede pues que lo de siempre es la diversidad, la renovación, la re-creación. La diversidad es lo habitual, es lo normal. Pero no cualquier diversidad sino la que conviene a la vida. Por este modo de ser es que la cultura andina ha podido mantener su presencia entrañable en las grandes mayorías poblacionales del campo y de las ciudades y continuar con su diversidad pertinente a la vida.

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Por otra parte se constata que la concepción andina es holista porque en el mundo-animal lo que incide en uno cualquiera de sus órganos, afecta necesariamente al organismo, al ser vivo. El órgano es indesligable del organismo y en el órgano está incluido el organismo. Se trata de un mundo comunitario de un mundo de amparo en el que no cabe exclusión alguna. Cada quien (ya sea un hombre, un árbol, una piedra) es tan importante como cualquier otro.

Lo que acabamos de presentar nos hace ver que el holismo es propio de un mundo colectivista, embebido de un sentimiento de pertenencia: uno sabe siempre que es miembro de una comunidad con cuya persistencia se siente íntimamente comprometido. Uno sabe que es miembro de una comunidad que vive en uno. Es así como se vive la experiencia de unidad de la vida propia con la vida toda del mundo-animal andino.

Otra característica de la cosmovisión andina es su inmanencia, esto es, que todo ocurre dentro del mundo-animal. El mundo andino no se proyecta al exterior y no existe algo que actúe sobre él desde fuera. Esto implica que en la cultura andina no exista lo sobrenatural ni «el más allá» ni lo trascendente. El mundo inmanente andino es el mundo de la sensibilidad: nada en él escapa a la percepción. Todo cuanto existe es patente. Todo cuanto existe es evidente. Hasta la «deidad» perceptible, es visible.