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    M arc Auge

    HACIA UNA ANTRO POLOGA DELOS MU NDOS CONTEMPORNEOS

    WCOLECCIN EL MAMFERO PARLANTESERIE MAYOR

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    HACIA UNA ANTROPOLOG AD E LOS M UNDOSCONTEMPORNEOS

    porM a r c A u g e

    gedisaC ^ editorial

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    Ttulo del original en francs:Pour une anthropohgie des mondes contemporains 1994yAubier

    Traduccin: Alberto Luis BixioDiseo de cubierta: Marc Valls

    Segunda edicin, octubre de 1998, Barcelona

    Derechos reservados para todas las ediciones en castellano

    by Editorial G edisa, S.A.Muntaner, 460, entlo., 1.aTel. 93 201 60 0008006 - Barcelona, Espaae-mail: [email protected]://www.gedisa.com

    ISBN: 84-7432-574-9Depsito legal: B-33.199/1998

    Impreso en Limpergrafc/ del Ro, 17 - Ripollet

    Impreso en EspaaPrinted in Spain

    Queda prohibida la reproduccin total o parcial por cualquier medio de impresin, en forma idntica, extractada o modificada, en castellano o cualquierotro idioma.

    mailto:[email protected]://www.gedisa.com/mailto:[email protected]://www.gedisa.com/http://www.gedisa.com/mailto:[email protected]
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    n d i c ePREFACIO 91. El espacio histrico de la antrop ologa y el tiem poantropolgico de la his toria 112. Consenso y posmodernidad: la prueba de la

    contemporaneidad 313. Hacia la contemporaneidad 614. Los dos ritos y su s m itos: la poltica como ritual 815. Nuevos mu ndos 123CONCLUSIN 165

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    P r e f a c i oQ uisiera que este libro fuera un m anifiesto, pero un m ani

    fiesto que comprom ete solamente a su autor. Este cierta m entedebe mucho a todos aquellos que, como l, desean elaborar unproyecto de antropologa de los m un do s contem porn eos concebido de m an era ofensiva (no como la posicin de replieg ue de losdecepcionados del exotismo); debe mucho sealadamente aM arc Abeles, G rard Althabe, Je an Bazin, Alban Bensa, J ea n-Pau l Colleyn, Je an J am in, Michle de La Pradelle, E m m anu elTe rray , y a aquellos q ue, desde el inte rior de la disciplina, comoFrancoise H ritier, o desde el exterior de ella, como F ern an doGil y Denys Lo m bard, le ap ort an la colaboracin de un a m irad ainformada, crtica y benvola. Pero los comentarios propu estosaq u, los an lisis b osquejados, las nociones o conceptos aventu rado s no h an sido rea lm en te sometidos a la discusin colectivay, por lo tan to, no pueden p retend er ni ab arcar n i resum ir lasreflexiones, en definitiva personales y originales, de unos yotros.Con este libro nos proponemo s pue s co ntrib uir a un esfuerzo com partido, pero ta n diversificado como su objeto. Lo hem osrecorrido todo, el m und o y las ideas. Pa ra algunos, las s iren asdel des enc antam iento deb eran sedu cir al etnlogo en su camino de regreso. Pero el camino del etnlogo no tiene re torno . Laparadoja del momento actual quiere que toda ausencia desentido pida sentido, as como la uniformizacin llama a ladiferencia. Es en ese juego complejo de apelaciones y de res

    pu est as donde el antroplogo en cu en tra hoy sus nuevos objetosde reflexin. El etnlogo no los haba olvidado detrs de s9

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    cuando pa rti en bus ca de rem ota s tierr as : los descubre frentea l el da en que com prueba q ue, por prim era vez en la h istoriade la humanidad, la t ierra es verdaderamente redonda.

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    1E l e s p a c i o h i s t r i c o d e l aa n t r o p o l o g a y e l t i e m p oa n t r o p o l g i c o d e l a h i s t o r i a

    La palabra "antropologa" se usa hoy de mil manerasdiferentes. Los antroplogos de profesin pueden regocijarsepor ello al considerar que, cualesqu iera qu e sea n los errores delenguaje, los errores de perspectiva y las deformaciones depensamiento, algo de la antropologa ha pasado a las otrasdisciplinas. Los antroplogos pueden pues preocuparse al vercmo el ncleo du ro de su em peo (que es la combinacin de u n atriple exigencia: la eleccin de un terreno, la aplicacin de unm todo y la construccin de un objeto) se diluye a qu y all enalusiones un tanto imprecisas a la necesidad de una "perspectiva" o de u na "orientacin" antropolgica y ha st a de un "dilogo" con la antropologa. P a ra definir esta necesidad se invocanpor tur n o el int er s de la microobservacin, de lo "cualitativo",del testimo nio directo, de la "vivencia", por u n lado, y el inter sde las perm anen cias, de las dimensiones inconscientes, por elotro. Ex iste p ue s el peligro de que la "antropologa" del dilogo,la "antropologa" de la circulacin interdisciplinaria, sea unaantropologa mutilada, reducida ya a sus objetos empricos(microterrenos), ya a sus su pue stos m todos (m icroobservacin,reun in de testimon ios), ya a s us sup uesto s objetos tericos (lasperm anen cias o el inconsciente).1E sta inqu ietud sera sin emb argo excesiva y ha sta esta rapoco justificada si se refiriera principalmente al riesgo de veruna disciplina tan totalizadora como la historia, por ejemplo,apropiarse de aspectos de la dimensin antropolgica pararecomponerlos en un conjunto disciplinario rejuvenecido oremodelado. Esos intercambios y esos injertos son moneda

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    corriente en la historia de nuestras disciplinas, son elementosconstitutivos de dicha histo ria. E n la poca en que la antropologa se defina sin vacilacin alg un a como el estu dio de sociedades lejanas y diferentes (el alejamiento en el espacio era, pa rael pa rad igm a evolucionista, el estricto equivalente de un alejam iento en el tiempo ), todo el problem a co nsista en conciliar laidea de un esquema general de la evolucin humana con larealid ad de configuraciones cultu rales y sociales p artic ula res.Las crticas a Tylor y sus epgonos formuladas por Boas serefieren esencialmente a esta dificultad metodolgica. Boascree que pued e zanjar la dificultad al sus titu ir la his toria comoevolucin de sus predecesores por una historia comparada deperspectiva y de ampli tud m ucho m s breves.2 Pero en ciertomodo, el "dilogo" en tre los dos pila res de la an tropologa es porcierto tam bi n u n "dilogo" en tre dos concepciones de la histo ria o de las relaciones en tre antropologa e historia, ente nd idala prim era como el estudio de las cult ur as (que son ellas m ism asconjuntos funcionales de "rasgos" culturales) y entendida laseg un da como el estudio de la circulacin de esos "rasgos" (sudifusin) y/o en ten did a como identificacin de u n a situacin enla esca la de la evolucin.

    Hoy este lenguaje h a envejecido, aunq ue slo sea po rqu elahistoria ha marchad o demasiado velozmente pa ra perm itir quela evolucin pu dier a pr es en tar sus pru eb as (a decir verdad , losdados ya estaban cargados desde la primera expedicin colonial, desde los prim eros viajes de descubrim iento y desde losprimeros ejercicios etnolgicos). Pero ese lenguaje revela a sumanera una tensin intelectual insuperable de la que se encu en tran num erosas manifestaciones precisam ente en la historia de los intercambios entre disciplinas, en la historia de lahistoria y en la historia de las ciencias sociales. Volverse unins tan te hacia esa "historia de segundo grado" puede perm itiral antroplogo acomodar su m irad a e in te rpre ta r los factores deinquietud que acabamos de men cionar como otros tan to s sntom as qu e pide n ser objeto de observacin. P a ra decirlo en pocaspalabra s y de un a m ane ra segu ramen te un ta nto grosera : s i lahisto ria de la historia , que es en pa rte la historia de la relacinentre historia y antropologa, l lega al terminar este siglo adefinir las condiciones de u n a "h istoria del presen te", la a ntro -12

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    pologa no debe interpretar esta evolucin como el signoimperialista de una competencia desleal, sino que debe interpretarla como un sntoma tanto ms significativo cuanto quetiene su fuente en la reflexin de historiadores, quienes, pordefinicin, son especialistas del tiempo. La conversin de lamirada que supone la elaboracin de una historia del presente(pa ra la cual ya no es el pas ado lo que explica el pr es en te, sinoque es el pres ente m ismo lo que gua un a o varias relecturas delpasad o) es por s m ism a, si no u n objeto pa ra el antroplogo, porlo m enos el signo de que algo im po rtan te h a cam biado en un ade las cosmologas que el antroplogo puede legtimamenteestudiar si se propone tener en cuenta la observacin de suprop ia sociedad o, m s exactam ente, del conjunto planetario encuyo interior dicha sociedad encuentra varias de sus referencias esenciales.

    La dificultad y el inters de las reflexiones sobre lasrelaciones entr e antropologa e his tor ia consisten en su objetoque es doble y complementario: las disciplinas mismas y losterre no s a los que ellas se aplican. Est a d ualidad est e n la basede las relaciones entre las dos disciplinas, una dualidad queevidentem ente no deja de pre sen tar su am bigedad pue sto quepued e uno p reg un tar se si es el car cter especfico del terren o loque p erm ite la especificidad de las disciplinas, o si, a la in vers a,no son los proced imien tos disciplinarios los que co nstru yen losterrenos a los cuales ellos se aplican.Tambin puede uno interrogarse sobre las relaciones quehay entre la disciplina antropolgica y la disciplina histrica,sobre las influencias recprocas que ejercieron la un a en la otray citar algunos grandes textos de referencia que tratan de ladivisin de los campos disciplinarios. Pero tam bi n p ued e u no(como se ha hecho frecuentemen te) interr og arse sobre el lug arqu e ocupa la conciencia histrica, la historicid ad, en los puebloscuyo estudio fue tradicio nalm ente reservad o a la antropologasocial o etnologa. A lo sum o (y este lmite se h a fran que ado amenudo) se ha podido sugerir que ese grado de concienciahistrica o historicidad era menor o hasta nulo en ciertospueblos y que esos pueblos eran los que estudiaba principalm en te la antropologa (por eso mismo condenada a desap arecer

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    con su objeto cuando todas las sociedades "entraran en lahistoria"): la distincin de las disciplinas co m prende ra la distincin de los objetos de que ellas se ocupantes decir, lassociedades con historia (en el sentido de conciencia histrica)en u n caso, y la s sociedades sin his tor ia (sin conciencia hist rica), en el otro caso. Por ltimo, se ha podido, partiendo denociones a m edias em pricas, a m edias tericas (como estructu ra y acontecimiento), interrogarse sobre la posibilidad o laimposibilidad de aprehender en una misma sociedad aquelloque perd ura y aquello que cambia; y simultn eam ente se puedeplantear la cuestin de saber si esos modos de aprehensingu ard an relacin con tipos de sociedades.

    Re sulta ba sta nte claro que esas diferentes interrogacionesen tra a n alg una s ambiged ades y, al propio t iempo , pres enta na menudo dificultades artificiales e insolubles. Los trminosm ismo s que se utiliz an , se eligen a veces sin rigor. Por ejemplo,el cambio no es nec esa riam ente la historia, pues u n a sociedadno se sale de la histo ria porque p ase por un perodo de relativ aesta bilid ad . Otro ejemplo: la histo ria como disciplina cientficano nace forzosamente en pocas o en sociedades m arc ad as poru n a fuerte conciencia histrica. Pa ul Veyne ha negad o con vigoren su libro Cmo se escribe la historia3 la existencia de unarelacin necesaria entre historiografa e historicidad y haafirmado que el nacimiento de la historiografa no se sigueesencialmente de la conciencia de s mismos que tienen losgrupos en que se produce historiografa. Ultimo ejemplo: eltrmin o "estructura" puede entend erse en un sentido emprico(que designe una permanencia, una relacin estable entrehechos) o en un sentido ms intelectual (aprehender en losfenmenos los tipos de relaciones, a men udo inco nscientes, quelos constituyen ). A preh end er en u n rito a m erindio, como lo haceLvi-Strauss, los sistemas de oposicin que constituyen su"es tructu ra" es procu rarse los medios de com prender la lgicaestructural de sus transformaciones: es si tuarse en un lugarque no es el de la historia, pero esto no significa negar lahistoria.

    Procuraremos pues evitar algunos callejones sin salida alos que conducen oposiciones sistem tica s y estriles y pa rtire -14

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    mos de algunas consideraciones simples. Es cierto que laantropologa, cuyo nacimiento est sin duda vinculado con elperodo colonial, se define a n te todo como el estu dio del pre se ntede sociedades alejad as: la diferencia que la antrop olog a bu scay estudia se sita o riginalm ente en el espacio, no en el tiempo(por ms que los evolucionistas del siglo pasado pudieranconside rar que un desp lazam iento en el espacio er a un equivalente de un desplazamiento en el tiempo). Verdad es que, encambio, la histor ia, que originalm ente er a un a historia n acionalo local, se define ante todo como el estudio del pasado desociedades prximas. Esta diferencia no deja de tener consecue ncia s: el antroplogo tien e s us testig os an te los ojos, lo queno ocurre en el caso del historiador, y el historiador conoce lacontinuacin de la historia, lo que no ocurre en el caso delantroplogo.Pero las dos disciplinas gu ard an sin emb argo un a relacinde proximidad que corresponde a la na tu ral ez a de su objeto: siel espacio es la ma ter ia pr im a de la antropologa, se tr a ta aqu de un espacio histrico, y si el t iemp o es la ma ter ia pri m a de lahisto ria, se tr a ta de un tiem po localizado y, en este sen tido, untiempo antropolgico.El espacio de la antropologa es nece sar iam en te h istrico,puesto que se trata precisamente de un espacio cargado desent ido por grupos hum ano s, en ot ras palabra s , se t r a t a de unespacio simbolizado. Esta simbolizacin, que es lo propio detodas las sociedades hu m an as , apu nt a a hacer legible a todosaquellos que frecuentan el mismo espacio cierta cantidad deesq ue m as orga nizad ores, de pu nto s de referencia ideolgicos eintelectuales que ord ena n lo social. Esos tem as p rincipales sont r e s : la identidad, la relacin y, precisamente, la historia. Adecir verdad , est n imbricados en tre s . E n las aldeas del su rde la Costa de Marfil (ejemplo pa rticu lar q ue podra tr asp on ers esin demasiadas dif icultades a otras regiones del mundo), unrecin nacido perte nec e al linaje de su ma dr e (que, por lo demsse trata de un matri l inaje) pero vive en casa de su padre(asimismo cerca de su m ad re pue s la residen cia es patrivirilo-cal); su identid ad se define e n prim er lug ar por el conjunto delas obligaciones que el nio tiene respecto de su padre, de laest irpe de su p adr e, de su m ad re, de su t o m ate rno , etc. Lazos

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    muy fuertes lo vinculan asimismo a sus compaeros de lam ism a generacin reunidos en un a m isma "clase de edad". Suide ntid ad pe rson al est ad em s en funcin d e todo aquello queha heredado de sus antepasados, una herencia que procedim ientos r i tua les muy elaborados perm itan, y perm iten a n enciertos casos, esclarecer. Todas esa s relaciones cons titutivas deiden tidad perso nal y colectiva tien en u n a expresin espacial: laregla de residencia (nadie puede vivir donde se le antoja), ladivisin de la aldea en sectores, a veces relacio nad a e sa divisincon el sistema de las clases de edad (se cambia de sector alcambiar de generacin), el espacio sagrado, a diferencia delespacio profano (lugar de los altares familiares), el espaciopblico (aquel en que se renen las clases de edad), poroposicin al espacio privado, etctera.Esta simbolizacin del espacio constituye para quienesnacen en una sociedad dada un a priori partiendo del cual seconstruye la ex periencia de todos y se forma la persona lidad decada uno: en este sentido, esa simbolizacin es a la vez unamatriz intelectual, una constitucin social, una herencia y lacondicin primera de toda historia, individual o colectiva. Entrminos ms generales, forma parte de la necesidad de losimblico que ha sealado Lvi-Strauss y que se traduce media nte u n o rdena m iento del m un do del cual el orden social (lasrelaciones instit uid as e ntr e las gentes) es slo un aspecto.Per o la constitucin simblica del m un do y de la sociedad,aunque por definicin es anterior a los sucesos que ella mismasirve pa ra inte rp ret ar, no constituye en s m ism a un obstculoque se oponga al desarro llo de la histo ria. Por el con trario, da u nsentido a la historia y, aun cuando t ienda a interpretarla atrav s de las categoras que son las suyas y a reinte grar elacontecimiento en la estructura, slo lo logra a costa de unadeformacin sem ntic a que en s m ism a constituye un cambio.Esto resu lta pa rt icularm ente claro en las si tuaciones l lam adasde "contacto cu ltural" que son por excelencia a que llas a nte lascuales se encuentra el antroplogo. Esta cuestin ha sidoanalizada part icularmente por Marshall Sahlins en su obraIslas de historia: el antroplogo norteamericano habla de undilogo "entre las catego ras recibid as y los contextos percibidos,en tre la significacin c ultu ral y la referencia p rctic a" y observa16

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    que, si bien los conceptos cu ltu rale s se utili zan p ar a "mov ilizarel mu ndo", el m und o puede res ul tar refractario a los esqu em asinterpretat ivos que preten den reducirlo y que, por otra par te,sujetos inteligen tes y resue ltos pu ede n utiliza r esos conceptosy esq uem as interpre tativ os en un sentido diferente del sentidoinicialmente prescrito.4 Al referirse a las islas del Pacfico yespecialmente a Hawai, Marshall Sahlins muestra a la vezcmo los in su lar es identificaron a los europeos recin llegadoscon se ores o jefes tradicion ales (y h a s ta con dioses, como en elcaso del ca pit n Cook), cmo los jefes locales, conscien tes d e qu eentre los europeos y los hawaianos en general se creaba unarelacin del mismo tipo que la que exista tradicionalmenteentre los jefes y el pueblo, se identificaron de manera muysistem tica con los gra nd es personajes europeos cuyos nom bresadoptaron (ya en 1793 tres de los principales jefes habanllama do a su hijo y here dero "Rey Jorge") y abra zaro n un modode vida sun tuoso. El au tor m ue str a tam bi n cmo la nocin deta b evolucion muy r pid am en te, cmo los jefes la utilizaro npara controlar mejor, en beneficio propio, las actividades com erciales con los europe os y cmo dicha nocin se trans form progresivamente para no ser ya aplicada a los bienes reservados a la divinidad, sino que lleg a ser el simple signo de underecho de propiedad m aterial .Ciertos ejemplos africanos podran prestarse al mismotipo de an lisis. Po r ejemplo, se pod ra mo stra r que las re presentaciones d e la person a y del poder inhe ren tes a las sociedades de la Costa de Marfil "resistieron" el impacto comercial yluego colonial de E ur op a y al m ismo tiem po evo lucionaron bajola presi n del modelo exterio r. As se produjeron des lizam iento sen la significacin del concepto de jefe de estirpe que pas adesign ar al homb re fuerte o al hom bre rico, al tiemp o que, porinfluencia del cristianismo, sustituido en parte por profetaslocales, se poda percibir al prin cipia r el siglo XX un a evolucinde la concepcin "persecu toria" de la pers on a (seg n la cual todadesdicha e s im pu table a la accin de los dems) y se pas a un aconcepcin m s " integ rad a" (en el caso extrem o a la concepcinde la conciencia "culpable", segn la cual toda desdicha esim pu table a la vctima q ue la sufre). E n la Co sta de M arfil sepodra ana lizar, a trav s de las evoluciones sem n ticas de este

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    t ipo, la constitucin de una burguesa nacional que es inseparable de la constitucin de un Estado nacin.5En es tos e jemplos nos encont ramos pues an te unahisto ricida d de doble aspecto : prim ero , un conjunto de concepciones cultu rales cuyo nacim iento no tiene d at a, pero a m enudoreferido a u n p asad o mtico que se pr ese nta como el origen y lacondicin de tod a his tor ia. E se pa sad o mtico es a veces el de lacosmogona primera, el del nacimiento del mundo o, por lomen os, el nacim iento de los hom bres. M ltiples m itos am erindiosevocan un estado del mundo anterior a la aparicin de lahumanidad y varios mitos evocan la aparicin de la muerte.Pero existen asimismo mitos que, ms prximos a la realidadsocial inmediata, cuentan el nacimiento de una institucinim po rtan te. En frica occidental, la aparicin de la m atriline a-lidad es t referida a u n episodio concreto de u n a migrac in qu eefectivamente tuvo lugar. Desde el punto de vista subjetivo,desde el pu nto de vista desde el cual los sujetos pu ede n en car arel pasado de su sociedad, la historia mtica que acabamos derecord ar no es ta l vez fun dam enta lm ente diferente de la historia sin m s ni m s. O acaso hab r que decir que toda historiapu ed e ser mtica: es significativo q ue hoy se ha ya podido h ab lardel "fin de la historia" en el momento mismo en que, por lasm ism as razon es, se proclam aba la mu erte de las ideologas, esdecir, de los mitos reconocidos como tales y condenados amuerte a partir del momento en que se los reconoca en sucondicin de tales.El segundo aspecto de la historicidad de las sociedadestradicionalm ente estu diad as por la antropologa es su capacidad de afrontar el acontecimiento. Trtase de una capacidadrelativa, segn vimos, puesto que precisamente la impotenciade la sociedad p ar a d om inar p or entero el acontecimiento es loque dete rm ina los cambios de los que el historiad or p uede luegoto m ar no ta, como por ejemplo, la evolucin de la figura h aw aia nadel jefe y las tens ion es sociales cons ecutivas en el caso des arro llado por Marshall Sahlins. Este autor habla al respecto sobreel riesgo que corren las gentes al poner sus conceptos y suscategoras "en relacin ostensible con el m un do " y hab la de la"reevaluacin fun cio na r de los signos que puede est ar im pues t a por el contacto con un universo nuevo.18

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    El anlisis de M arsh all S ahlin s pone en tela de juicio lasoposiciones dem asiado d ur as estab lecidas a veces en tre e structu ra y acontecimiento, estabilidad y cambio, y en esto sigue elprincipio de De Sa us su re, seg n el cual "lo que do m ina en todaalteracin es la persisten cia del m ate rial an tiguo", Pero, sobreeste particular es posible observar, por una parte, que eseanlisis no se refiere a las disciplinas como tales, que nocue stion a la antropologa n i la histo ria como disciplina s (por suapti tud para estudiar desl izamientos semnticos, el anlisisantropolgico se revela ms bien como el punto de relevoobligado de la historia en ciertos contextos) y, por otra parte,que ese anlisis no es incom patible con la distincin prop ues tapor Lvi-Strauss entre "sociedades calientes" y "sociedadesfras".

    Con el trmino "etnohistoria" los etnlogos pretendenmenos hacer la historia de los pueblos estud iados q ue comprender la concepcin que dichos pueblos tie ne n de la histo ria o, m sexactamente, la concepcin que esos pueblos se forjan de supropia historia. De la m isma m ane ra, la etnomedicina estud ialas concepciones que se forjan ciertas sociedades sobre laenfermedad, sobre los remedios, la curacin y la salud. Laetnom edicina, partie nd o del estudio que es especficamente elsuyo, pued e conducir ya a inte rrog arse u no sobre la calidad y laeficacia objetiva de los proced imien tos y de los produ ctos u tilizados por esa s sociedades, ya a pone r en relacin su s concepciones de la enfermedad y de la salud con otros aspectos de unacosmologa o de una antropologa general para comprenderdesde el interior el funcionamiento de las relaciones con losdems, de las relaciones de poder y de las relaciones con elmundo. De anloga manera, la etnohistoria puede asignarsedos objetivos. En primer lugar puede interrogarse sobre lahistoria-real de las sociedades que es tud ia y sobre la calidad ycredibilidad de los testimon ios que tales sociedades p res en tan .De manera que los antroplogos se han interrogado sobre lascarac tersticas de la tradicin y de la trans m isin oral, sobre laposibilidad de comparar los diversos testimonios orales y decotejar las informaciones procedentes de la tradicin oral confuentes escritas (por ejemplo, en frica, con los manuscritos

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    rabes o los diarios de los comerciantes o de los viajeroseuropeos). Los antroplogos han podido tambin fijar su atencin en los dife ren tes m edios de reg istr o, es decir de fijacin dela memoria, con que contaban las sociedades que estudiaban:por ejemplo, los tambores reales africanos en los cuales estnestampadas las genealogas de las familias reinantes o elconjunto de proverbios y acertijos y adivinanzas que constituyen indicaciones histricas o tambin las obras de arte confinalidad poltica, religiosa o comercial que asimismo puedendecir algo de su h isto ria (por ejemplo, los diversos reg istros derega las de los reinos africanos o los eleme ntos pa ra pes ar el orode toda la regin ashanti que representan o bien elementosmitolgicos, o bien proverbios, o tam bi n diferen tes smbolos depoder). An te un a especie de presencia m ate rial de la historia, yan te la evidencia de que las sociedades que estu dia ba n no e ra nnu nc a au tctona s en el sentido estricto, sino que deriva ban demigraciones, de guerras, de encuentros, de divisiones y defusiones, los antroplogos se vieron obligados a interrogarseacerca de la naturaleza, los efectos y los caracteres de lam em oria individu al y colectiva.

    Manifistase entonces el segundo objetivo de la etnohis-toria: el antroplogo se interroga ya sobre la significacin desta o aquella modalidad pa rt icular de mem oria (aprende, porejemplo, a int er ro ga r los silencios, los olvidos o la s deformaciones de las genealogas, aprende a apreciar el papel real y elfuncionamiento ideolgico de un suceso magnificado por latradicin), ya, en trm inos m s g enera les, sobre el sentido y elluga r de un a mem oria histrica que se rem onta rpid am ente asus confines mticos. E n otra s pala br as, las m anipulac iones dealgunos y el conservad urismo de la m ayora con stituyen p ara laetnoh istoria u n objeto privilegiado. Claude Lv i-Strauss se hainte rrog ad o no pocas veces sobre el grado de historicid ad de lassociedades est ud iad as por el etnlogo, ya sea h aciendo alusina su mayor o menor riqueza de acontecimientos 6 (de estamanera Lvi-Strauss retomaba la dist incin, introducida en1953 en sus conversaciones con Georges Charbonnier, entre"sociedades caliente s" y "sociedades fras"), ya se a insistie nd oen la im age n subjetiva que las sociedades se forjan de s m ism asy distinguien do en e llas dos formas de historicidad, un a propia20

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    de las sociedades "insp iradas por la preocupacin predo m inante de perse vera r en su propio modo de ser", la o tr a prop ia de lassociedades que apelan a su desigualdad inte rna " para extra erde ella futuro y energa".7Puede uno preguntarse si esos diferentes regmenes dehistoricidad no son inh ere nte s a toda sociedad. E n las dem ocracias occidentales mod erna s se distingue siemp re en tre ideologas conservadoras e ideologas "del movimiento", ideologas"progresistas". Clsicamente esta distincin comprenda ladistincin de la derecha y la izquierda, pero tambin se laen cu en tra en el interio r mismo de corrientes polticas (hay u n aderecha realmente apegada a los "valores" del pasado y una

    derecha ms aventurera, por ms que la derecha siente am enudo la tentacin de pen sar que la historia ha term inado y,de algu na m an era , la tentac in de reificar el pre sen te). Cualesqu ier a qu e se an la significacin y el valor rea l de los rtulo s de"derecha" e "izquierda", o de "conservador" y "progresista",resulta interesante hacer notar que siempre se definen enrelacin con la historia pasada y con la historia futura. La"frialdad" o el "calor" de la relacin con la historia, de laconciencia histrica, no son pues el patrimonio de las sociedades "no modernas", sino que corresponden antes bien a unatensin en tre relacin con el pasa do y relacin con el futuro, u n arelacin que puede ser interna a toda forma de sociedad.La polisemia del trmino "historia" (que designa a la vezun a disciplina, el contenido de un acon tecimiento y u n a formade conciencia colectiva y de ide ntid ad ) nos obliga pu es a considerar que el espacio de la antropologa es histrico en variossentidos, pero nos obliga tambin a considerar, de la mismamanera, que el tiempo del historiador (por el hecho de quesiempre se lo apreh end e en un espacio determinado) es asimismo antropolgico en v arios sentidos.Hoy ya no es t a la o rden del da, en efecto, la concepcinde una historia que se ocupe solamente de acontecimientos(diplomticos o m ilitare s), en la cual la sucesin d e fechas y desucesos constituye el objeto de la narra cin histrica. A dem s

    se encuentran entre los historiadores modernos las mismaspreocupaciones que tie ne n los antroplogos. Decir que la histo-21

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    ria se sita en un espacio concreto en el que entran en juegotod as las formas de relacin en tre la s gen tes significa en efectoimponerse una exigencia sociolgica o antropolgica (para elantroplogo, el sentido es siem pre el sentido social, es decir, lassignificaciones in sti tu id as y sim bolizad as de la relacin de unocon los dems. Y sencillamente se proyecta esta exigencia alpasa do, lo cual supone p ara el historiador, o bien la po sibilidadde ca pta r un a dime nsin del tiemp o (la larg a duracin) que nosomete su observacin a las perturbaciones producidas porcambios dem asiado rp idos, o bien la posibilidad (pue sto que nose puede d eten er el tiempo) de establecer un m arco sincrnicofiable q ue en tra a ade m s la posibilidad de establecer el valorejemp lar de estudios de casos muy circunscriptos, o bien au n laposibilidad de apreh end er simu ltnea m ente perm anenc ias for-m ales y cambios funcionales. La "revolucin" d la historiografa, a la que correspo nde el nacim iento de Anuales, no deriv sinem barg o de u n dilogo con la antrop ologa. 8 El concepto de larg aduracin, elaborado por Fernand Braudel en relacin con unespacio pa rticu lar pero mu y vasto, la cuenca del M editerrn eo,procede de un voluntarismo intelectual que puede ms bienatribuirse a la influencia de la sociologa de Durkheim. Desdeeste p un to de vista se puede decir que el nacim iento de Anuales,u n cu arto de siglo despus, obedeci al prog ram a que Franco isSimiand haba asignado a los historiadores al recordarles lasregl as del mtodo sociolgico.9 El historiador Jacq ues Revel h aan aliza do la influencia ejercida por los durkh eimian os sobre loshistoriadores de Anales, precisamente en Anuales.10 El programa de una ciencia social unificada invitaba a alejarse delindividuo y del suceso par ticula r, del caso singular, p ar a hac erhincap i en lo reitera do , en las regu larida des , partiend o de lascuales p ud iera n ind ucirse leyes. Bloch, Feb vre y, en la gene racin siguiente, Labrousse o Braudel, mantuvieron la idea deu n a construccin ne ces aria del objeto histrico de conformidadcon procedimientos explcitos. H as ta 1970, las gran de s in dag aciones que rec ur ran a la medicin y se referan a series de d atosab stra cto s sobre la rea lida d (como los precios, las fortu nas , lasprofesiones, los nacim ientos, las m ue rtes .. .) e ra n todo lo contrario de la antropologa ms monogrfica y holstica que sees taba desarrol lando mien tras tanto .22

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    Algunos historiad ores, porque er an sensibles a la complejidad de la m ar a a de lo social analiz ad a por los antroplogos,quis ieron diversificar el m todo histrico y la construccin de suobjeto acercndose al modelo antropolgico y alejndose delmodelo macrosociolgico. En 1975 y en Francia, Jacques LeGoff llama a su seminario "antropologa histrica" expresincon la que designa un esfuerzo por llegar, lo mismo que eletnlogo, "al nivel m s esta ble , m s inm vil de las sociedades".Ese intento se inspira tam bin en el progra m a que se asignabaa la "historia de las m entalida des" , tal como la conceba MarcBloch cuando recom enda ba estu dia r la lgica "de los com portamientos colectivos menos voluntarios y menos conscientes".Tam bin d ur an te el tran scu rso de la dcada de 1970 se afirmen Italia u n movim iento de "microhistoria" cuyos re pre sen tan tes ms notables son Cario Guinzburg y Giovanni Levi. Elacercamiento a la antropologa es aqu muy claro, no sloporque se invoca esta disciplina como tal , sino tam bi n a cau sade las dimensiones de las unidades estudiadas (una aldea yh as ta u n a familia) y del objeto que se asign a exp lcitam ente ala observacin: las est ra teg ias sociales, la significacin ge ner alde las pa ut as de la vida cotidiana. Qu eda todav a por lo menosu n a diferencia respecto de la antropologa: la nat ur ale za de lostestimonios (que el historiado r re n e en archivos) y el problemade la rep rese ntativ idad . El historiado r no tien e la posibilidad,como el antroplogo, de ir al ter ren o de estudio p a ra verificar lavalidez y el alcance de sus hiptesis, de modo que puedeintentar establecer dicha validez part iendo de una serie deindicios, como en una pesquisa policial. Siempre se trata dem ostr ar, al revs de la tradicin durk he im ian a, que el an lisisde lo sing ular y de lo individual puede tener un alcance generaly que ese anlisis puede producir originales efectos de conocim iento. Pero la distancia e ntr e historia y antropologa d isminu ye aun ms cuando investigaciones relativas a fenmenos decomienzos del siglo (como la formacin de la clase obrera deTurn a principios del siglo XX, segn la estudi MaurizioGribaudi) implican que el historiador recurra tanto al estudiode los archivos, como a los testimonios orales sobre el pasadofamiliar.11

    El ltimo paso se da con un historiador como Nathan23

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    W achtel quien, traba jando en Bolivia con u n grupo indio, loschipaya , se en treg a a u n verd adero trabajo de etnlogo que leperm ite poner de manifiesto ciertas estruc tura s (especialmenteu na organizacin d ualis ta) y cuyo trabajo de historiad or en losarchivos le permite estudiar su funcionamiento durante lossiglos anterio res. 1 2 Se tr a ta entonces menos de un a sntesis quede un procedim iento complem entario de dos modos distintos deenfoque pue stos al servicio de un mism o objeto: la ap reh en si nde un a sociedad en su devenir y en su presen te, aprehen sin queconstituye una sorpresa para los propios interesados indios,porque stos no tenan de su historia un conocimiento tanacabado como el que les su m inist rab a el historiado r an troplogo al entreg arles al mismo tiempo los medios de u n a concienciahistrica y de u n a conciencia de iden tidad m s afirma das y m sreivindicativas. Independientemente de esto, puede uno preguntarse si el encuentro de indios y etnlogos, sobre todo enAmrica del Norte, no fue el encuentro de dos tipos de historicidad, la segunda (la atencin de los etnlogos puesta en elacontecimiento) que sum inis tra su carga explosiva a la p rim era(la persev erancia en el modo de ser propio men cionada por Lvi-Strauss) .

    Como se ve, el trabajo de los historiado res se ha aproximado considerab leme nte al trabajo de los antroplogos, aun cuando estos ltimos nunca negaron la dimensin histrica de lospueblos que estudiaban. El acercamiento de las escalas deobservacin es ta nt o m s no table cuan to que los antroplogos,por su parte, se asignan hoy a menudo objetos de estudioempricos (la em presa , el hosp ital, barrio s urban os o periurbano s)que se sit a n en el mismo espacio que el espacio de los historiadores de la Europa m oderna. Este d esplazamiento de la m iradaantropolgica, cuya legitim idad h a sido a veces cue stion ada , esen cambio perfectam ente n at u ra l y adem s est exigido por losproblem as especficos de nu es tra poca. E s nat ur al, si se adm iteque el objeto de la antropologa es en primer lugar y esencialm en te la idea que los dem s se hacen de la relacin de los unoscon los otros: la prim era alterida d (la de aquellos que estudia elantroplogo) comienza con el antroplogo mism o; esa alte rid adno es necesariamente tnica o nacional, sino que puede ser24

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    social, profesional, residencial. Pero hay que agregar que, sibien la m ira da del antroplogo puede hoy desplaz arse, lo hacepor efecto de u n a necesidad ex terior: ciertam ente siem pre h aysociedades alejadas (desde el punto de vista europeo) y siem preha y "minoras" cuyos modos de vida y de pensam iento pued enrea nim ar m s pa rt icularm ente el inters, o a veces la agresivida d, de aquellos que com ponen la "mayora"; pero el exotismoes t de finitivam ente m ue rto o mo ribundo. En los siglos XVIIIy XIX en la conciencia oc cidental el exotismo se d eba a u n doblesentim iento: el sentimien to d e lo extrao , de lo lejano y, p aralelamente, al sentimiento de cierta familiaridad (despus detodo "esos otros" eran tambin seres humanos, por ms quefueran diferentes; por lo m enos, s ta era u na de las c orrientesde pensamiento que se afirmaron en Occidente desde Montaigne). Hoy el planeta se ha encogido, se ha estrechado, lainformacin y las imgenes circulan rpidamente y, por esom ismo la dimen sin m tica de los dem s se borra. Los otros yano son diferentes o, ms exactamente, la al teridad continaexistiend o, slo que los prestigios del exotismo se ha n desv ane cido. E n u n sentido inverso, el indgen a m s alejado, de la aldeams perdida del continente ms lejano, tiene por lo menos laidea de que pertenece a u n m und o m s vasto. La relacin con elotro se establece en la proximidad, rea l o im agin aria. Y el otro,sin los prestigios del exotismo, es sencillamente el extranjero,a menudo temido, menos porque es diferente que porque estdemasiado cerca de uno. El campo de la antropologa comoestudio de las modalidades de las relaciones con el otro seam pla sin cesar, por m s que se den las parado jas qu e acabamos de mencionar y las modalidades y las cosas que estn enjuego se ha ga n m s complejas.

    La historia, por su par te, y por supuesto princip alm ente lahistoria "contempornea" no est exenta de las profundasmutaciones de nuestro mundo. Por una parte las historiasnacionales o regionales estn sujetas ms que nunca a ladependencia planetaria. Por otra parte, vivimos una "aceleracin de la historia", otra expresin del "encogimiento del plane ta" que acab amo s de recorda r y que tiene que ver a la vez con lasin te racc iones ob je t ivas de l " s i s tema mundo" y con la

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    ins tan tan eid ad de la informacin y de la difusin de las imgenes . C ada m es, casi cada da vivimos acontecimientos "histricos" de suerte que la frontera en tre historia y actualidad se hacecada da ms imprecisa. Los parmetros del tiempo, as comolos del espacio, expe rim enta n u n a evolucin, u n a revolucin sinprecedentes. N ue stra m odernidad crea pasado inme diato, creahistoria de manera desenfrenada, as como crea la alteridad,au n cuando preten da estabil izar la historia y unificar el m undo.Esa modernidad plantea as un mismo problema a laantropo loga y a la his toria : cmo tr a ta r la diversificacin sinprecedentes de un campo de investigacin que, sin embargo,abarca la totalidad del planeta?

    No res ul ta cierta m ente s orpre nd ente que la conciencia delcar cter indito de la situacin ac tual teng a sus consecuenciasen la teo ra y en la prc tica de las ciencias sociales, a causa dela dualid ad a que acabam os de aludir y de la reciprocidad queafecta la relacin e nt re el "terreno" y su "an alista". Si bien esareciprocidad siempre fue desigual, pues hasta el presente seinclinab a en favor del ana lista que impon a su clave de lecturaal terre no , lo cierto es que no se puede decir que los "grande srelatos", los grandes sistem as de interpretacin no haya n sido"influidos" por su objeto uno de los prob lem as del m arxism oer a pre cisam ente incluir en su teo ra la posibilidad (o la necesidad) de su propia existencia como teora pero, en definitiva,la ltima palabra corresponda a la interpretacin. Sobre estepa rticu lar se pued e observa r que toda teora de lo social, en lamedida en que procede de lo que en trminos kantianos sellamara la razn prctica, debe tomarse por objeto en unmom ento u otro, debe da rse cu enta de su existencia y sometersea la pr ue ba de los criterios que la teo ra aplica a la observacinde lo real, teora tanto ms frgil y amenazada desde elmomento en que quiere ser ms relativista, es decir, quierees ta r ate nt a a las condiciones que presiden ta nt o la aparicin yla reproduccin de las institucion es como la determ inacin desu observacin. La obra de Pierre Bourdieu est as muym arc ad a por la preocupacin en ciertos aspectos "heroica"de salv ar la posicin del observ ador (la objetividad) y de re sis tira la atraccin de la espira l relativ ista qu e se tra ga ra la teo racon todo lo dems. Se podra decir, con una imagen, que la26

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    relacin entre el terreno y su analista ha estado siempreafectada por fenmenos d e "transferencia" (el terr en o se reduc ea la visin que tiene de l el an alista ) y de "contratransfere ncia"(la teora no es m s q ue u n a proyeccin del terren o) que en loshechos seran poco distinguibles si no se definieran ju sta m en teen relacin con el trmino "teora": la "transferencia" es laafirmacin de la legitim idad de un a teorizacin de lo social y la"con tratransferencia" es la afirmacin de u n a du da sobre todaposibilidad de teorizacin.No pocos matic es y com promisos son posibles (en todo casose h an man ifestado) en tre la posicin ente ram en te terica y laposicin en tera m en te em prica concebida como hiperrelativism o,pero es seguro que hoy los fenmenos de "contratransfe rencia"son ms visibles que los fenmenos de "transferencia" auncuando se expresen, repitiendo la paradoja constitutiva de lasciencias sociales, m ed ian te teora s que nieg an la teorizacin.Es pues el estado del mundo lo que parece informar lascategoras de observacin que se le aplican e imp oner la du dasobre la posibilidad de proponer aqu interpre tacion es sistemt icas . Ese estado del m undo , que ha sta ahora hemos caracterizado grose ram en te con las dos expresiones "aceleracin de lahistoria" y "encogimiento del planeta" no es sin embargo elobjeto de una aprehensin uniforme. Algunos, ms atentos alpa rm etro tem pora l, son asimism o m s sensibles a los factoresde unificacin que la aceleracin de la histo ria les parece pon erde manifiesto: en la perspectiva abierta de esta manera sesi t an los te m as del "fin de la his tor ia" y del "consenso". O tros,ms atentos al parmetro espacial , son ms sensibles a lasdiversidades que, al acercarlas, revela el encogimiento delplaneta: el tema de la "posmodernidad", en sus concepcionesverd ade ram ente m uy diversas y algu nas menos contenidas, daun nom bre al asombro de esos pen sado res. Sin em bargo, las dosperspectivas no difieren tanto como podra hacerlo creer ladiferencia de las comprobaciones que parecen autorizar; adem s , no son indepe nd ientes, ni un a ni otra, de las revolucionestecnolgicas que la s ha n h echo posibles, revoluciones reg istrada s en los dom inios de la circulacin, de la tran sm isi n y de lainformacin que crean las condiciones de instantaneidad y deubicuidad, para emplear los trminos de Paul Virilio.13 Con

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    todo, resulta natural que los ms dispuestos a adoptar estepunto de vista sean historiadores que exploran la primeraperspectiva (puesto que desp us de todo los tem as del consensoy del fin de la historia no pueden ser com pletam ente exclusivosde cierto sentido de la historia, por m s que ese sentido retrospectivo pase por el desencanto de las sucesivas ilusiones quepud ieron ha cer creer en su sentid o prospectivo) y antroplogosque tor na n a descubrir con alivio en la segu nda pe rspectiva u n aforma sofisticada del relativismo cultural.Todo el problema est en saber si, al sistematizar lainterpretacin de la realidad contempornea, las teoras delconsenso y de la posmo dernidad logra n realm en te explicar s usaspectos inditos. Cmo pen sar ju nt as la unidad del plan eta yla d iversidad de los m und os qu e lo constituyen?

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    N o t a s1. Pensam os aq u menos en los diferentes esfuerzos que se ha n realizado desde la dcada de 1970 para constituir una "antropologa histrica", ellamisma ba stan te diversa, por lo dems (aunque indiscutiblemente esos esfuerzos, cada uno por su parte tienen en cuenta este o aquel aspecto de ladimensin antropolgica) que en las referencias que hoy se hacen casimaquinalmente (a propsito de diferentes trabajos de historia, de sociologa,de geografa, de urban ism o) a la dim ensin "antropolgica" del objeto o delmtodo de dichos trabajos. Lo que nos importa aqu es pues menos lacorreccin o la falsedad de la referencia (no se pued e neg ar qu e la referenciaest m uy justificada en m uchos casos) que su c arcter convenido y, por esomism o, vago. Consideremos tre s ejemplos tomad os al az ar de antropologa-objeto, antropologa-terreno y antropologa-mtodo.a) Yves Lequin: "Bien se comprende que la aceleracin misma de lahistoria haya determinado en los historiadores la investigacin p recisame ntede las pe rma nen cias, y no se debe a un aza r el hecho de que los historiadoresmiren cada vez ms hacia una antropologa que fue durante mucho tiempoexclusiva de las sociedades fras..." "Une rupture epistmologique", artculopublicado en el nmero del Magazine Littraire (n 9 307, febrero de 1993)dedicado principalm ente a los Lieux de mmoire.b) Jacqu es Le Goff, al term ina r el seminario "Crisis dlo urbano y futurode la ciudad", dice: "Philippe Ja rr ea u ha h ablado de antropologa poltica delo local y eso me g usta. Pe ro hay que definir e sta expresin y la problemticaque ella implica para responder a los interrogantes que ha suscitado."{Metamorpho ses de la ville, Pa rs, Econmica, 1987.c) Pier re Franco is Larg e: "En el Forum , el mtodo que m e pareci m sinteresante y que hemos preferido es el de la observacin, en el sentidoartesanal del trmino, destinada a "explorar el medio" y hacer de l ladescripcin m s precisa posible... Permtasen os aqu inspirarno s en GeorgesPerec cuan do ste observa un caf de la plaza Saint-Su lpice:"... hay que ir allsuav em ente, casi ton tam en te. Hay que esforzarse por escribir lo que no tieneinte rs ... hacerse escribano forense de la realidad, dejar que sta se impongasin intervenir uno. . . y fundar as nu estr a antropologa." Es eso lo que hem osintentado hacer en el Forum (Des Halles au Forum, Pars , L 'Harmattan,1992, pg. 12).2. Los elementos principales del debate ciertamente haban sido expuestos por R. Lowie en s u Historia de la etnologa clsica: desde los orgenesa la segunda guerra mundial, traduccin francesa, Pa rs, Payot, 1971. Esoselemen tos est n an alizados con precisin en la ob ra reciente de F. Maiello, Isignori del Tempo, Rom a, Ei Editori, 1994.3. Pa ul Veyne, Com ment on crit l'histoire. Essai d'pistmologie, Pars ,Ed. du Seuil, 1971, nueva edicin, 1978.4. Marshall Sahlins, Des lies dans l'histoire, Pars, Gallimard-Ed. du

    Seuil (Hautes Etudes) 1989, pg. 150; traduccin francesa de Islands ofHistory, Un iversity of Chicago Pre ss, 1985.29

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    5. Los anlisis de M arshall Sah lins son muy sugestivos. Pero en el fondoconvendra recordar q ue sobre el tem a de la aculturacin, as como sobre otrostem as (el concepto de etnia, por ejemplo), los trabajo s de Georges Dev ereuxh an sido precursore s. Pinsese especialmente en su concepto de "aculturacinantag onista" (Vase Georges DevereuxEthnopsychanalysecomplmentariste,2 9 ed., Pars, Flammarion, 1985).6. Claude Lvi-Strauss, Anthropologie structurale deux, Pars, Plon,1973. 7. C laude L vi-Stra uss, "H istoria y etnologa", Anuales E.S.C., XXXVIII,6, 19 83, pg. 1217-1231.8. Me inspiro aqu en el texto "Micro-analyse et construction sociale",escrito por Jac qu es R evel en ocasin del coloquio "Antropologa contem pornea y antropologa h istrica", organizado en el centro de la Vieille-Charit deMarsella por el ministerio de Investigacin y Tecnologa en 1992.

    9. Francois Simiand, "Mtodo histrico y ciencia social", Revue desynthse historique, 1903.10. "Historia y ciencias sociales: los paradigmas de Anuales", AnualesE.S.C., XXXIV, 6, 1979, pgs. 1360-1376.11 . Mau rizio Gribaudi, Itinerarios obreros. Espacios y grupos sociales deTurn a principios del siglo XX, traduccin francesa, P ars , Ed. de l 'EHES S,1987. 12. Na than W achtel, Le Retour des anctres, Pars, Gallmard, 1990.13. Pa ul V irilio, L'Espace critique, Pars, Christian Bourgois, 1984.

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    2C o n s e n s o y p o s m o d e r n i d a d : l ap r u e b a d e l a c o n t e m p o r a n e i d a d

    El discurso del consenso y el discuso de la pos m ode rnida dse distinguen a lo menos por su tono. Los discursos de laposmodernidad, que sufren la fascinacin de la inconteniblediversidad del mundo y la implosin de los grandes relatos,est n marcado , unos por un pesimismo algn tanto estet izan te,los otros por un a aleg ra u n poco forzada, pe ro todos por ciertorasg o febril, tal vez la "risa" evocada por Fou cau lt en u n a frasede su libro Las palabras y las cosas de la que sabemos que es un acita de Borges.1 En cuanto al discurso del consenso, no estdesprovisto de cierta suficiencia victoriana: en la m ira da retros pectiva de quien espera haber tenido la suerte intelectual deasistir a la asfixia del gran dogma poltico y cientificista delsiglo, el m arxism o (vctima de un a "contratransferencia", pa ravolver a citar la im age n an tes m encionad a, o de un re torno delo real q ue el m arxism o se propona com prender y ordena r), lahistoria asum e sentido y ha sta un sentido preciso si es cierta laafirmacin de que un nexo necesario entre la economa demercado y la democracia l iberal repre sen ta la l t im a palab rade la historia.De toda s formas re su lta algo inexacto ha bla r del discursodel consenso par a co mp ararlo con los discursos de la m odernidad. Empleamo s aqu el s ingular solamen te para hac er alusinal tem a comn (el nexo necesario de que acabamos d e ha blar )que est pres ente en un a serie de anlisis que no concuerdansobre todos los punto s y ni siqu iera se ponen de acuerdo sobrela significacin de la expresin "fin de la historia" ni sobre lalegitimidad de ta l expresin. Sin embargo, todos esos a nlisissuponen por cierto que algo ha acabado, algo esencial que no

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    puede com prenderse plena m ente sino part iend o de su f in. Estosson los anlisis de la ruptura.El trmino "consenso" pre sen ta problem as. E s un trmin odel lenguaje poltico francs q ue aparec i en el m om ento en quese m anifest en los crculos oficiales de la poltica el sen tim ien tode que en un nmero de cuestiones importantes no habadiferencia re al e nt re la s posiciones de la de rech a y las posiciones de la izquierda . En este aspecto relativ am ente anecdtico(se plantea, por ejemplo, la cuestin de saber si el empleo deltrm ino so brevivir a un a victoria de largo plazo de la de rechasobre la izqu ierda ), el consenso, por lo dem s, no ha determinado un an im idad . No pocos observadores ha n se alado las am bigedades del trm ino y los peligros que ent ra a el tem a mismo:algu nos percibieron aq u slo u n a exag eracin, otros , el riesgode consagrar el orden establecido.2 Pero no contentos condelimitar su significacin poltica, otros observadores, en sumayor parte historiadores, vieron aqu, si no ya el fin de lahistoria, por lo menos, el fin del carcter de excepcin deFr anc ia, de la llam ad a "excepcionalidad francesa".El tem a de la "excepcionalidad francesa" es e xp resam entepoltico. Se lo encuentra tratado junto con el anuncio de sumuerte en un ensayo de Francois Furet , Jacques Jull iard yPierre Rosanvallon:3 segn estos autores, la "excepcionalidadfrancesa" desapareci desde el mo m ento en que la existencia deu na relacin necesa ria en tre economa de mercado y democracia representiva fue el objeto de un consenso. Marcel Gauchetam pla el an lisis en su contribucin a Les Lieux de mmoire dePierre Nora. Las nociones de derecha y de izquierda se lem anif iestan como "conceptos de recordacin" al trm ino de u n aserie de camb ios producidos en el tiem po y el espacio. D erechae izquierda, dice G auche t, "resum en en s m ism as la poca enla que la poltica francesa se conceba bajo el signo de lounive rsal , precisam ente en razn de la claridad de las al tern ativas cuyo teatro ofreca esa poltica".4 As, 1815 iniciaba elmo m ento de elegir entr e el antiguo rgim en y la revolucin, en1900 se verificaba el enfr enta m iento de la fe y la Ilustra cin , en1935, el enfrentamiento del socialismo y el fascismo. En esosm om entos claves en los que la referencia a 1789 dese m pe a un apa rte prim ordial, el enfrentam iento de derecha e izquierda se32

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    refiere a los fines ltim os, a los objetivos fund am enta les de laluch a poltica. La universalizacin de las categoras de d erechay de izquie rda legitim a e invalid a a la vez la ambicin correspon diente a ese enfren tam iento pu es, al desp lazarse , la oposicin de los trminos cambi de sentido: ahora significa lanecesaria coexistencia de los contrarios y no ya el irreductibleantago nism o de los principios. Fran cia, ar ra st ra d a e n el proceso de estabilizacin gen eral de las democracias, debe r en un ciara la part icularid ad que le permita proyectarse a lo universal:"La en tra da en la univ ersalida d efectiva obliga a m edir retros pectivamente la perfecta singularidad de esa tradicin queaspiraba a ser universalista". Bien se concibe que, en estaperspectiva, se enc uen tre en principio inva lidad a toda prete nsin a inducir del caso francs u n modo de interp retaci n de lahistoria del mundo y bien se comprende que el anlisissemiopoltico de Marcel Gau chet te ng a su lug ar en la obra dehistoriadores ansiosos de retomar la historia de Francia haciendo el inv enta rio de su m em oria.En Franc ia, la tonalidad do m inante de la historia contempo rnea est pue s de acuerdo con los tem as de la poca: muer tede las ideologas, fin de los "grandes relatos". Marcel Gauchetm atiza su an lisis (cree en la persistencia o en el resurgim ientode la divisin derecha-izquierda), pero lo hace cambiando deobjeto: desde el m om ento en qu e el individuo es el fund am entode nuestra sociedad, nos dice Gauchet, siempre habr tensinintelectu al y poltica e nt re poder privado y poder pblico. Laoposicin derecha-izquierda con tinua r dan do su nom bre a esatensin, pero entonces hab rem os p asado , por as decirlo, de u naoposicin de concepcin a una oposicin de gestin. Ese paso,que no puede determinar una gran divisin ideolgica, sepre sen ta, a diferencia de las ilusiones de an tes , como el retornoa F ranc ia de un modelo m adu rado por las otras democracias.

    Este anlisis merecera varios comentarios. En primerluga r podra uno pregu ntars e, desde un p unto de vista ge neral ,si el exam en de las transformaciones del m und o mo derno pu edelim itarse a l exam en de las ideas polticas. Sin nega r a stas sufuncin m otriz, de la cual la historia del m und o m ue str a por lodems a qu fracasos se puede llegar, cabe interrogarse ms

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    all de esto sobre el peligro que corre el anlis is poltico, al h ac erhincap i en el exam en de las ideas, de pa sa r por alto el espesory la diversidad de lo social. Desde un punto de vista msespecficamente poltico, podra estimarse que el tema delnuevo "consenso" no es tan nuevo; podra recordarse por lomenos que ese tema se aplica a la desaparicin supuesta deciertas posiciones intelectuale s: en la prctica, la Tercera Repblica y la C ua rta Repblica er an regmen es polticos que descan sab an c onstitucionalm ente en la coexistencia de los contrarios y en su altern an cia. De cualqu ier m an era esta observacinno llegara al fondo del debate que es la existencia en elpensamiento francs, desde la revolucin, de posiciones conpretensin universal , aunque ancladas en una realidad localpa rticula r. Lo mejor es pues record ar que es ta situacin fue bienan aliz ad a por quien introdujo en Fr an cia el concepto de "condicin posmoderna", Jean-Francois Lyotard, que le aplic eltrm ino de "differend" [ diferencia en el sentido de disensi n, dediscrepancia]. 5 Existe una diferencia cuando se juzga contradictoriam ente u n a m ism a proposicin desde dos pu ntos de vistairremisiblemente inconciliables.

    Vincent Descombes6

    destaca bien los dos tiempos delanlisis de Lyotard. En La condicin posmoderna, Lyotarddefine el mom ento "mo derno" como el m om ento de la ru in a delos relatos fundadores y como el momento de una distincinradical en tre la razn y lo que no es la razn, en tre la razn y losm itos. Pero los mitos de los que se distingu e la razn m ode rnaer an mitos arcaicos, vueltos hacia los orgenes y, por lo tan to ,fundadores de com unidades par ticu lare s. La razn crtica sust i tuye por ideales universalistas esos relatos part icularistas.Pero al hacerlo, esa razn recurre a sus propios mitos, lasgrandes narraciones escatolgicas que anuncian la emancipacin del hombre. El momento posmoderno es aquel en el quetales narraciones pierden a su vez legitimidad. A partir deento nces , la ciencia y la tcnica se des arro llan sin justificacinmoral, sin el sostn de los relatos escatolgicos y sin otrapreocupacin que la de la performatividad. En La diferencia,Lyotard analiza m s precisamen te la amb igedad propia de laRevolucin francesa. Esa ambigedad estriba en el hecho deque una determinada comunidad part icular habla en nombre34

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    de toda la humanidad. La Declaracin de los Derecho delHo m bre fue red ac tad a por los "re pre sen tan tes del pueblo francs constituidos en Asamblea Nacional". Vincent Descombesresu m e el equvoco del modo siguie nte:" .. .una sola pal ab ra delvocab ulario poltico, la pa lab ra "pueblo" designa a la vez u n serpa rticu lar, histrico, que posee su tesoro legendario de g rand esha za a s, de hroes y hero nas, y, al mismo tiem po, el represe ntan te m om entneo de los supremos intereses del gnero hum ano. La tradicin poltica francesa se ver pues desg arra da en treun unive rsalism o de principio y un particu larism o de hecho".7As se cons tituyen las condiciones de la "diferencia" [diffrend],de un "malentendido en ciertos aspectos insuperable entrereclamaciones redactadas en idiomas heterogneos":8 Franciave la poltica revolu ciona ria como la po ltica de la libe rtad ; losgobiernos ex tranje ros la ven como poltica de poder de un puebloconquistador. El enfrentamiento del idioma de lo universal ydel idioma de lo pa rticu lar ina ug ura "la poca de lo indecidible".Citaremos aq u un pasaje de Jean-F ranco is Lyotard ya ci tadopor Descombes9 po rqu e ese pasaje define del modo m s claro laposicin del autor: "En adelante ya no se sabr si la ley asdecla rada es francesa o hu m an a, si la gu erra l ibrada en nombrede los derechos es un a g ue rra de conquista o de em ancipacin,si la violencia ejercida en nombre de la libertad es represiva opedaggica (progresista), si las naciones que no son francesasdeben hacerse francesas o hacerse humanas, dotndose deconstituciones que est n de acuerdo con la Declaracin, por m sque vayan contra los franceses.

    La aparicin del "consenso", el fin de la "excepcionalidadfrancesa" y el hecho de que la oposicin derecha-izquierdaquedara relegada a la condicin de "concepto de recordacin"m arc an el fin de un a "diferencia" en el sentido en que entien deel trmino Lyotard. Para decirlo con palabras simples: lasdemocracias del mundo hablan hoy con una misma voz yFrancia lo hace con ellas, o mejor dicho, habla como ellas.Ca bra pues interro ga rse sobre lo que esas democracias tien enque decirnos, a menos que adm itamos con Jean-F rancois Lyotardque na da tie nen qu e decir, o m s bien, que su discuso no puedeser sino el comentario tautolgico de sus realizaciones y de su

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    performatividad. La sociedad sin finalidad y sin mitos que seesboza en esta p erspectiva no es sin em bargo incomprensible niinanalizable, de manera que conviene observar sobre estepart icular , que Jean-Francois Lyotard, cuando imagina losres or tes y el funcionam iento de la condicin posm ode rna (estesingu lar es por lo de m s significativo), no slo no pon e en e scenael espectculo de un a diversidad ingo bernable, sino que h as tabosqueja u n a descripcin que recue rda la s descripciones que losantroplogos intenta ron h acer pa ra explicar estrateg ias intern as de ciertas sociedades: Lyo tard, a diferencia de quienes seins pira n en es as ideas, no ha bla n i en el lenguaje del fin, ni enel lenguaje del reto rno . A la condicin posm ode rna le corresponde otra m odalidad de lo social, un a m odalidad som etida, comosiem pre, a las coacciones del sistem a, pero que deja m arg en ala iniciativa ind ivid ual: "De es ta descomposicin de los grandesrela tos .. . se sigue lo que algu nos an aliz an como la disolucin delvnculo social y el paso de colectividades sociales al e stad o deuna masa compuesta de tomos individuales lanzados en unabsurdo m ovimiento browniano. No hay na da de esto, pues esaes u n a visin que nos parece obnub ilada por la repres entac inparadisaca de una sociedad "orgnica" perdida."El s m ismo es poca cosa, pero no est aislado ; se enc uen tr a cogido en un a urd im bre de relaciones m s complejas y m smviles que nunc a. Joven o viejo, hom bre o m ujer, rico o pobre,siem pre e st colocado en los "ncleos" de circuitos de comu nicacin, por nfimos que stos sean ". Es preferible decir que e st ncolocados en lugares por los que pasan mensajes de diversanaturaleza. Ni siquiera el ms desfavorecido est desprovistode poder sobre esos men sajes qu e le llegan y fijan su posicin,ya sea en el lug ar del emisor, ya sea en el lug ar del de stina tarioo del referente. Pu es su d esplazam iento, en comparacin con losefectos de los juegos de lenguaje..., es tolerable, por lo menosdentro de ciertos lmites (y aun stos son imprecisos) y hastaes t d eterm inad o por la regulacin y sobre todo por los reajustes qu e practica el sistem a a fin de mejorar sus realizaciones."10Tal vez no sea intil recordar aqu que la condicinposmoderna de Lyotard no se identifica con una pluralidadinfinita (en este sentido recuerda ms el "consenso" de losh is to r iadores f ranceses que la "posmodern idad" de los36

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    antroplogos norteamerianos; luego volveremos a tratar estepunto) ni, por lo tan to, con un universo incognoscible: ta l vez esacondicin posm oderna escape a la historia y no sea m s justificable que un anlisis de tipo antropolgico. Adems, hay queprec isar qu e la condicin posm oderna no es la sociedad, ha y qu eprecisar que ella afecta sin duda por sectores a todas lassociedades, en proporciones evidentemente muy desiguales, yque en este aspecto, no puede constituir el nico objeto de unan lisis antropolgico o histrico dispuesto a tom ar en consideracin la pluralid ad y la diversidad de lo real.Ex iste en efecto el riesgo (que es in he re nt e a cierto tipo dehis toria filosfica) de confundir el pu nto de vista n orm ativo , quecorresponde por derecho a la filosofa, con el punto de vistadescriptivo que, por definicin, es el de las ciencias sociales.Una atencin excesiva puesta en un aspecto de lo real puedefacilitar el desliz am iento desd e el pu nto de vis ta descriptivo alpu nto de vista norm ativo y ser as la caus a de "discrepancias"que al principio pueden pasar inadvertidas. Es pues posiblep re g un ta rs e si al cele bra r en dem asa el fin de la "excepcionali-dad francesa" no se corre el peligro de reproducir la s am bigedades propias de esta nocin, al considerar que un cambioproducido en el voca bulario poltico francs tien e un a significacin que sobrepasa el marco francs o, para decirlo de otramanera, que basta que la revolucin francesa haya por finterm inad o (en las cabezas francesas) y aqu no discutirem ossi esta afirmacin e st o no bien fundada pa ra que toda ideade cuestiona m iento del nexo necesario en tre economa liberal ydemocracia representat iva quede definit ivamente el iminadode la superficie del globo. Esa eliminacin puede considerarsedeseable en trminos absolutos o en trminos relativos (lademocracia liberal como un m al menor), pero no pued e deducirse su realidad de su carc ter m s o menos deseable ni se puedecon vertir la su pu es ta "excepcionalidad francesa" en smbolo deilusin o bien en criterio de ver dad . Es posible que la frmulapoliticoeconmica hoy mundialmente dominante (acompaadade medios m ili tares superp otentes y de un a d eterminacin sinpreced entes como lo atestig ua la creacin reciente del conceptode "derecho de injerencia") contine estando vigente durantemucho tiempo en sus formas actuales, pero nada autoriza al

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    antroplogo o al socilogo en su cond icin de tales a ima ginar sufuturo, as como naturalmente nada autoriza al historiadorsiem pre que ste practiq ue un a historia concebida como cienciasocial y no como un a forma pa rtic ul ar de filosofa.De manera muy sugestiva, Vincent Descombes prolongasu anlisis del concepto de "posmodernidad" (en el sentido deLyo tard) med iante el anlisis del concepto weberiano de "desencan tam iento del mun do". Tal vez sea posible, inspirnd ono s enesta perspectiva, interrogarn os un poco m s sistemticam entesobre la nocin de "consenso". E n p rincipio el " dese ncan tam ientodel mundo" introduce la modernidad y luego seguir otro

    "desencantamiento", el de la posmodernidad que afectar losmitos escatolgicos. Pero Descombes observa que el desen can tam iento web eriano tiene que ver, men os con las relaciones de los hom bres y la nat ura lez a que con las relaciones de loshom bres en tre s, y que el encan tam iento primero correspondem eno s a la ficcin de los cuen tos de h ad as (que los aficionadosa las fbulas y a la lite ra tu ra a ntig ua se sienten tenta do s a ver)que a un sistema de interpretacin y, especialmente, de interpreta cin de los infortunios y m ales vinculado s con u n a definicin del s mismo entendido como algo inseparable de suambiente material y social. El Aufklarer, al aconsejar al campesino del Bocage, quien trata de saber si alguien le desea elm al, que se ap ar te de los suyos y de todo lo que le pertenec e, queacud a al veterinario si se le enferm an las vacas, al agrnomop ar a m ejorar la calidad de su trigo y al mdico para ase gu rar lsalud de la familia, en suma "desencantar" su mundo, niega ala vez que el infortunio pueda tener una significacin y que el"yo" pu eda s itua rse en otra pa rte que no sea el individuo mismo :"Al ped irle que no s ite el s mismo ni en su casa, ni en su tie rra ,ni en s u cosecha, ni en su fam ilia, el Aufklarer parece nega r queel aldeano pu eda verse afectado l y nin g n otro en todo lo quele es querido. Ese aldeano no da crdito a sus odos: de talmanera esa casa familiar, esas vacas, esa esposa, esos hijos,todo eso no sera l mismo. Po dra v er en ello u n no yo, es m sa n, debe verlo as si quiere prop one rse como yo infinito. P eroacaso la pers pec tiva de identificarse con el yo infinito le parez cainhumana" . 1 138

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    Vincent Descombes, para ilustrar el anlisis del "desencantamiento" se apoya en el l ibro que Jeanne Favret-Saadadedic a la hechicera pra ctica da en el Bocage.12 Esa referenciaexige varias observaciones. La obra de Je an ne Fav ret-Saa dadestaca mo dalidades de interpretacin y de accin en tera m en tecomparables con las que encontramos en otros contextos, porejemplo a fricanos.13 E sa s mod alidades de rivan de lo que podemos llam ar con Descombes "la discrepancia que hay entre unsupersticioso y un es pritu ilustrado". Pero indep end ientem ente del hecho de que estemos de acuerdo con Descombes enreconocer que no se pue de calificar de irracio nal u n sis tem a deinterp retac in en cuyo interior la agresin hechicera se conside ra como posible y las m s veces es t p rec isam en te codificada 1 4 y en sub ray ar q ue la categora de la "supersticin" no puedeaparecer en un contexto nuevo, podemos prestar atencin alhecho de que, consideradas desde un punto de vista general ,esas modalidades se inscriben en un a necesidad m s va sta, quees la necesidad de la construccin del sentido (social). Elejemplo del Bocage nos plan tea v aria s cuestiones. Por un lado,pone de manifiesto la coexistencia en el seno de u n a sociedad,que en principio est dom inada por la ideologa de la Ilus tracin, de sectores en los que la Ilustracin no es operante (aspre sen tad a, esta coexistencia podra remitirn os a la comprobacin que cree poder establecer Tylor cuando afirma qu e, h as tacierto pu nto , los campesinos britnicos antiguos son "antep asados" de los britn icos y otros pueblos civilizados, lo m ismo quelos salvajes y los rem otos b rba ros ). Pero todo el prob lem a delantroplogo est , o debe ra est ar, precisam ente en co m prende resa coexistencia, cualquiera que sea la manera en que lainterprete, como part cipe de una misma contemporaneidad.Por otra parte, en la medida en que hace entrar en juegoconcepciones del poder, de la pa labr a e nun ciada y de la person a,concepciones que no son ni arbitrarias ni independientes lasun as de las otras, el antroplogo se abre a un a cuestin muchoms vasta, de la cual los fenmenos de hechicera son slo unasp ecto : la cue stin de lo simb lico, si se definen como simblicas las relaciones pensadas e instituidas entre los individuosen tre s, relaciones p ue sta s bajo el signo de la nec esidad desdeel mo m ento en qu e el pensam iento del individuo solo es impo-

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    sible. Admitamos que los campesinos del Bocage no sean losnicos en consid erar i n hu m an a la concepcin del yo infinito y enconsiderar que su relacin con el ambiente espaciosocial espa rte in teg ran te de su definicin como person a individua l. Enlas diferentes agrupaciones humanas, esta relacin es por lodem s siem pre el objeto de formulaciones relativ am ente precisas en lo tocante a la herencia biolgica, a la herencia institucional y por lo tan to a la transm isin del patrim onio gentico,social, m ate rial y de bienes races.Tal vez convenga abrir aq u un p arn tesis que sin em bargo no dejar de te ne r inte rs e n lo referen te a la exposicin deltem a que estam os trata nd o. La loable preocupacin de mo strartodo aquello que en el mundo "encantado" procede de lainterpretacin del infortunio y de las relaciones entre loshombres lleva a Descombes a evocar un poco rpidamente loque procedera, en el mismo m und o, de las relaciones en tre elhom bre y la natur ale za . Sobre este part icula r , a Desombes leinteresa en efecto, ya sea la concepcin literaria del mito("Cuando en el curso de sus estudios clsicos uno encuentraprim ero el m ito en la forma de la fbula, lo que retie ne es quecada dios esta ba asociado con un a forma de la natu rale za: u ndios del rayo, un dios del ocano. Esos dioses son una malaexplicacin. La raz n, ape na s desp ierta, proscribe a sem ejantes cria tura s. Pero, en esta reconstruccin l i tera ria, las potencias secretas tie ne n u n rostro inofensivo"15 ), ya sea la an tropologa de Fra ze r ("La antropologa rac iona lista, por ejemplo lade Frazer, ve en la magia una especie de tcnica ilusoria. Sequieren obtener resul tados inmediatamente en vir tud designos, sin tomarse uno el trabajo de producirlos. Estainterpretacin ve en todas partes slo las relaciones entre elhom bre y la natu rale za ; le fal tan las relaciones entre los sereshumanos"1 6). Esto s ejemplos bas ta n por en tero a las necesidades de la argum entacin de Descombes. Pero, de alguna m ane ra , se podra llevar ag ua a su molino haciendo hin capi, por un aparte, en el hecho de que los estudios antropolgicos msrecientes muestran la condicin y la complejidad de las relaciones que los grupos hum an os m s aislados pueden te ne r consu amb iente na tur a l , y por ot ra par te , que entre los hombresexiste un a relacin subyacente o ha sta inh eren te a las relacio-40

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    nes de los hombres con la naturaleza. En primer lugar, losdioses, cuando existen con un a person alidad y un rostro p art icu lar (como ocu rre en el caso de los pan teone s yoruba, fon o ewedel frica occidental, m uy c om parables en este aspecto con elpanten griego de nuestros estudios clsicos) son ms bienpotenc ias que pe rso na s, como los dioses de ese mismo pan te nque torn a examinar Jean-Pierre Vernant1 7 y por eso ms omen os controlables por los hom bres y m s am bivalen tes quebenficas. Numerosas mitologas sugieren adems que losdioses, en la medida en que se los puede re pre sen tar en im agen,en la medida en que t ienen una historia, un carcter y unrostro, son originalmente hombres. En definitiva, los dispositivos rituales funcionan como mediaciones necesarias de laaccin que los hom bres ejercen sobre otros hom bres : los diosesson m ediad ores, no los de stin ata rios definitivos de u n a operacin de relacin en tre lo "visible" y lo "invisible" o de lo "na tural"y lo "sobren atural". Esta s categoras pertenece n al vocabulariode algunos etnlogos "observadores", no al vocabulario de laspoblaciones "observadas". La accin ejercida sobre la na tu ra leza t iene evidentemente una f inalidad humana, tanto en susaspectos m s m ateria les como en sus aspectos r i tua les, estrecha m ente vinculados con los prim eros. Asegu rarse el retornoregular de las estaciones, prevenir o conjurar la sequa o laesterilidad, proteger la fecundidad de las mujeres, superar laenferm edad, in te rp re ta r la m ue rte , tal es la finalidad explcitade un gran nmero de disposit ivos r i tuales 1 8 en los cuales laaccin sobre la naturaleza y la accin sobre los hombres nopueden disociarse. Si bien es cierto, como lo afirma VincentDescombes, "que las prcticas magicorreligiosas respondenm anifiestam ente al pen sam iento de la posibilidad de un infortunio",19 se puede todava prec isar que, en los sistema s paganos integrad os (entendiendo por esta expresin los sistem as e nlos qu e la gestin de lo social p a sa oficialme nte por u n conjuntode dispositivos rituales), la relacin con la naturaleza y larelacin con el ser humano (especialmente en lo tocante alinfortunio) no pueden distinguirse. Desde este punto de vista,debera tam bin ten erse en cuenta la existencia de antropologas locales (que los etnlogos h a n int en tad o explicar h ab land ode "la nocin de persona") p ar a la s que es la composicin m ism a

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    del organismo humano, mezcla de principios diferentes dediversos orgenes, lo que un e su stan cia lm en te a los vivos y a losm ue rto s, a los ho m bres y a los dioses y a los ho m bres en tre s.Para decir lo de otra manera, en cierto nmero de sociedadeshay dispositivos mucho ms diversificados que se han hechocargo de las preocupaciones, las inquietudes y las angustiasque en el Bocage encuentran una expresin y un intento desolucin en el lenguaje de la hechicera y en las prcticas yestra tegia s que le corresponden. El mund o "encantado" es puesciertam ente un m undo de sospechas, de infortunio, de m ales yde inquietudes que se lanza a interpretar , a conjurar y adisipar, un mundo en el que el clculo, la observacin y elrazon am iento t ien en su lugar, pero en el interior de un universo donde im po rta m s reconocerse que conocer. El esfuerzo deconocimiento supone, en efecto, la posibilidad del error y laexistencia de lo desconocido. E n un m und o enc anta do que, entrm ino s men os poticos, podram os llam ar "universo de reconocimiento", el error es siempre pasajero y no existe lo desconocido. Los dispositivos ritua les tien en por finalidad pe rm itiren definitiva a cada cual "reconocerse".Sin duda , tamb in aqu sera mejor hab lar de "condicin"que de "sociedad". Pues no es seguro que una sociedad, poraislada que est, se haya identificado ntegramente con ununiverso de reconocimiento. Invenciones e iniciativas siemp refueron indispensables a la supervivencia y a la reproduccin.Inversamente, los universos de reconocimiento pueden multiplicarse en sociedades complejas. Sin duda su existencia esindispensable para definir relaciones estables entre cierto nmero de miembros de la sociedad y esos universos otorganne cesa riam ente el m nimo de sentido social indispe nsab le a lavida en comn. Pero el reconocimiento supone siempre elconocimiento ad quirido de una vez por todas y no pone en telade juicio el conocimiento; la aventura del reconocimiento com ienza con la relacin dua l y nu nc a llega muy lejos puesto queslo se expone a la satisfaccin plcida o resignada ("Tereconozco bien por eso!") o a la decepcin sin ape lacin ("No tereconozco! Ya no er es el mismo!").

    E n e ste pun to volvamos a co nsiderar a D escombes. No sloporque en una obra anterior ,2 0 Descombes haba evocado, al42

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    referirse a la Francoise de Pro ust, el m und o de Com bray comouna "cosmologa", un mundo en el que las complicidades dellenguaje y losso breen tend idos, ju nt o con los pun tos de referencia del paisaje, p erm iten a algun os "reconocerse" all y com partir una identidad, sino tambin porque, al referirse al mundo"desencantado", Descombes llega a la conclusin de que esimposible un a g ue rra "en tre la filosofa (razn) y el m ito (lo queno es la razn)". La racion alidad del m ito, la racion alidad de lafilosofa y la racionalidad de la ciencia no le parecen rep res en tarel recorrido en el cual se pa sa de un a irracionalida d prim itivaa u na racionalidad m odern a, sino que cree que el recorrido esy aqu em plea los trm inos de Louis Dum ont21 el de "unaracionalidad turbia que pasa a una racionalidad clara (en elsentido en que es clara el agua)".22La racionalidad del mito, la rac ion alid ad de la filosofa y laracionalidad de la ciencia se definen as por sus respectivosgrados (desiguales) de "turbiedad". Segn Louis Dumont elmito dice muchas cosas a la vez, lo mismo que el poema.Agreguemo s que el mito puede pres tars e a lectura s o interp retaciones contradictorias y que la actividad ritual (pensemos,por ejemplo, en las sesiones de adivinacin) descansa en granm edida sobre esta posibilidad de libre lectura y de recreo.23 Laracionalidad de la filosofa es menos "turbia" que la del mito,pero tam bi n se ocupa de la totalida d. E n cuan to a la racionalidad de la ciencia, ap un ta solam ente a "un trozo de la totalidad", nos dice Louis Dumont.

    Sin interrog arn os sobre lo que aq u se afirma de la racionalida d cientfica (de la que se podra pens ar q ue hoy tiene m sque ver con la complejidad de la realidad y con su inde term inac inque con la posibilidad de reco rtarla ), consideremo s el con tras tem uy elocuente ent re racion alidad "turbia" y racionalidad "clara" pa ra poner en e sta perspectiva las nociones de "consenso" yde "desencantamiento". Las dos nociones tienen en comn elhecho de pre sen tarn os u n a visin "enflaquecida" de la rea lidad.Desde este p un to de vista, Descombes dice todo lo que h ay quedecir sobre el m und o "desencantado". Pero, siempre d esde e stepu nto de vista, el "consenso" no es m s que u n doble desencantamiento o un d esencan tamien to de segundo grado (puesto que

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    procede a eliminar mitos prospectivos de los que se nutra laracionalidad desencantada). Los primeros volmenes de LesLieux de mmoire est n m uy m arcados por ese tono del "nuncam s " que Descombes cree poder encontrar (con asombro) enRaymond Aron cuando ste trata el desencantamiento delmundo .2 4 M ona Ozouf expresa deliciosam ente el pu nto en un aentrevista concedida a Magazine Littraire: ".. .me parece queen los primeros volmenes, el lugar de mem oria, segn m uchosartculos y esto es cierto en todo caso en aquellos que yo hefirmado se tra ta b a como la reanimacin im agin aria de u narealid ad a pun to de desvanecerse, como si se in te n ta ra volver aen con trar la irizacin de u n mu ndo q ue hemos perdido. En esosartculos, a menudo el lugar de memoria es la Dama de lasCa m elias: su atractivo nace de la extenuacin".25 Por seductoray soado ra que sea la em presa , se nos m anifiesta ciertam entecomo una empresa de liquidacin que a su trmino deberadejarnos la imag en (esta vez rea lm en te universalizable) de un aFrancia desembarazada tanto de sus superst iciones antiguascomo de sus supersticiones modernas.Las contribuciones de numerosos autores a Les Lieux demmoire atestiguan muy explcitamente esta comprobacin (oesta voluntad) de desenca ntam iento lt imo. P ar a Pierre N ora,lo que concibe y realiza la obra es la memoria que hoy hadesparecido en su forma n acional ("Se ha bla ta nto de m em oriaslo porque ya no existe"26). La memoria que no era, como lahisto ria, un a represe ntacin del pasad o sino que es "un fenmeno siem pre a ctua l, un vnculo vivido con el pre sen te eterno"27 seha convertido hoy en un fenmeno puramente privado. Elactu al gusto por las conmem oraciones tradu ce, en virtu d de u naparadoja que es slo aparente, esta disolucin de la memoriacolectiva y muestra el contraste que hay entre un pasado delque slo sub sisten signos m uerto s y u n pres ente ins eguro de suidentidad. E n frmulas muy n otables, Pierre N ora establece elnexo en tre la vo luntad de conservacin, la crisis de iden tidad yla prdida de sentido de las insti tuciones y monu me ntos quellegan a ser "lugares de memoria".Sin embargo, la empresa no tendra sentido si no sedesarrollara part iendo de "lugares" explci tamente marcadospor una "voluntad de memoria", partiendo de testimonios44

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    deliberados (sobre cuyo destino se puede pu es m edir el prese nte). Los verda deros lu gar es de mem oria son como las "fuentesdirectas", "las fuentes que una sociedad produjo voluntariam ente par a que fueran reproducidas como ta les" y qu e la crticahistrica d istingu e de las "fuentes indirec tas" que son "testim onios que una poca ha dejado sin pensar en que pudieranutilizarlos futuros historiado res": esa s fuentes no son sim pleslugares de historia.2 8Aqu el antroplogo puede interro ga rse si es com pletamente legtimo medir toda la significacin o la no significacin deuna inst i tucin, material izada o no en un momento, puedepr eg un tars e sobre la intencin original del caso: en semejantescondiciones no ha y m uch as p osibilidades de que por lo m enosuna parte de la respuesta est incluida en la pregunta? AsM ona Ozouf est ima "el fracaso del Pa nte n" partie nd o de lo queste simbolizaba originalmente y de lo que, segn dice laauto ra, hoy dudam os: la existencia de gran des ho m bres y de unbu en legislador, por u n a p art e, y de la pedagoga del art e, porla otra. Pero, si esta comprobacin suponiendo que sea cierta rige la lectura retrospectiva del Panten, es sta unadem ostracin o un a ilustracin de lo que ya estab a ad m itido yestablecido de otra m ane ra? 2 9Tratn dose de los lugares de mem oria y m s part icularmente de los monumentos en los que, segn nos lo recuerdaNo ra, la prim era intencin fue "enc errar el m ximo de sentidoen el mnimo de signos" (lo cual nos aproximara a ciertaspropiedades del mito y a su "racionalidad turbia") podemosrepe tir la pregu nta que an tes formulamos y desarrollarla as :cul es la legitimidad cientfica de la duda sobre el presenteque gobierna la lectura del pasado? La historia retrospectiva,no es menos exigente respecto del pre sen te del que pa rte querespecto del pasado que reinterpreta? Tambin puede unopr eg un tars e si el sentido (que pa ra el antroplogo es siempre elsentido social, la relacin posible y concebible entre los hombres) no sobrepasa siempre el signo, precisamente porque esrelacin: en el monumento vemos invertirse la relacin entresignificante y significado que Lv i-Str au ss pone como principiodel pensamiento simblico (un excedente de significante enrelacin con u n significado escaso). E n el caso del mo nu m ento ,

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    el significante con tina siendo el m ismo, pero la historia m ultiplica los significados posibles (para no hablar del Pantenclsico consideramos que el Sacr-Coeur n o tiene hoy la m ism asignificacin que despus de 1870 y la Comuna). Las manifestacion es po lticas o festivas (por ejemplo, los conciertos del 14 dejulio) en los que el teat ro es un lug ar como la plaza de la B astilla,no recargan acaso la memoria de ese lugar? La evocacindem asiado rpida del presen te puede hacer que no prestemosatencin a los significados contemporneos.

    Todava podran hac erse otra s preg un tas . Por ejemplo, laseleccin de los "lug ares de me m oria", no es por s m ism a u nproblema? T eniendo en c ue nta su definicin inicial (y aqu cabeconsiderar la ley del xito; la expresin ha evolucionado en eluso comn hasta el punto de designar lo contrario de lo queconstitua una paradoja heurstica), los "lugares de memoria"slo pued en se r smbolos del segundo de senc antam iento. P ero,no son, para las generaciones diferentes de aquella de losintelectuales nacidos antes de la Segunda Guerra Mundial ,otros luga res? lugares co nstitutivos de m em oria? Y la histo riano debe tom ar en consideracin esos posibles deslizam ientos deu n lug ar a otro, esa topologa mvil que uno no puede apreh ender si se privilegian los lugares reales o metafricos de lam em oria de ayer? Desaparece la mem oria o sencil lam ente sedesplaza? En todo caso sta es u