atlántico : revista de cultura contemporánea num 22 1963
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REVISTA DE CULTURA CONTEMPORÁNEA
Las opiniones expresadas en los art ículos pub l i cados en Atlántico no representan necesariamente las del Gobierno de los Estados Unidos de América. Se ofrecen como ejemplos representativos de las opiniones y puntos de vista acerca de asuntos diversos de la vida contemporánea norteamericana.
A T L Á N T I C O Revista cultural
Número 22 Año 1963
CONTENIDO DE ESTE NUMERO
Págs.
DIÁLOGO EUROPEO - NORTEAMERICANO, por John
L. Brown 5
L A ESCULTURA AL MEDIAR EL SIGLO, por Henry
R. Hope 45
VIABILIDAD ECONÓMICA DE AMÉRICA LATINA, por
Víctor L. Urquidi 60
L o s ESTUDIANTES NORTEAMERICANOS Y EL " R E S U R
GIMIENTO P O L Í T I C O " , por Kenneth Keniston ... 93
NOTAS CULTURALES 139
C R Í T I C A DE LIBROS 143
ULTIMAS ADQUISICIONES 147
Diálogo europeo - norteamericano Por John £. Brown
Parte I
DESDE que terminó la guerra, al principio con
carácter privado como profesor, periodista
y editor, y ahora, desde hace varios años,
oficialmente, he estado dedicado, en Francia, Bél
gica e Italia, a fomentar e incluso a veces a provocar
la discusión entre norteamericanos y europeos. Estoy
convencido de la importancia de ese debate, que cons
tituye una continuación natural del largo, complejo,
apasionado y a veces áspero diálogo en curso entre
nosotros desde la fundación misma de nuestra Repú
blica y que nos revela, si seguimos su evolución, tan
tas cosas importantes acerca de unos y otros.
Gradualmente, mientras viajaba por la Europa de
la posguerra y.celebraba conversaciones con toda cla-
John L. Brown, ex Agregado Cultural de los Estados Unidos en Bruselas, Paris y Roma. En la actualidad Miembro del Centro de Estudios Superiores de la Wesleyan University.
se de personas, me fui dando cuenta de que yo ha
blaba de cosas completamente diferentes, y de una
manera también diferente, de lo que era el tema de
conversación de Henry James o Henry Adams, o de
lo que hablaban Pound y Elliot o Hemingway o Henry
Miller cuando trataban de conocerse mejor contem
plándose en el espejo del Viejo Mundo. El diálogo
europeo-norteamericano había sufrido en realidad una
profunda modificación. ¿Cuál?
Esto me lo decían continuamente toda clase de pe
queñas cosas sin importancia. No cosas intelectuales,
sino pequeños detalles de la vida cotidiana: las per
sonas a la page bebían whisky en vez de aperitivos,
el marido de nuestra criada acababa de comprarse
un coche. Recientemente vi en Milán una tienda ele
gante que anunciaba "antigüedades norteamericanas".
Un día, a principios de la última década, al volver
a París, me llamó la atención, al bajar por la rúe Ro
yale, un nuevo anuncio luminoso. "Qucenie's Snack
Bar, Queenie's Snack Bar", centelleaba en la oscuri
dad. Qué abominación —pensé—, y prácticamente de
lante de la Madeleine, además. De pronto me acordé.
Ahí es donde estaba Larue's, ese templo gastronómi
co de la belle époque, un monumento histórico fran
cés donde, en el más discreto de los cabinets particu
liers, Cleo de Mérode comería con amantes reales,
y, donde Marcel Proust, envuelto en un abrigo fo
rrado de piel, incluso en las fragantes tardes de pri-
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mavera, quizá se presentara a medianoche para una
cena tardía con Robert de Montesqutou o Antoine
Bibesco. Sic transit, pensé. Ha desaparecido "Laure's"
y en su lugar está "Queenie's". Un signo de los
tiempos.
Era evidente que ya no existía el París de "The
Ambassadors", ni siquiera el París de "Tender is the
Night". Que la relación entre el Viejo y el Nuevo
Mundo, para que pudiera seguir teniendo un signifi
cado, necesitaba ser expuesta de nuevo en términos
completamente diferentes.
Comprendí que el vocabulario consagrado que ha
bíamos estado utilizando a lo largo de los años ya
no servía para describir la situación que teníamos
ante nuestros ojos. Todos esos términos como "ino
cencia y experiencia", naturaleza y civilización, tec
nología y humanismo, materialismo y espiritualidad,
movilidad y estabilidad, masa y clase, innovación y
tradición, vida y cultura —todos estos pares de opues
tos con los que hemos estado tratando de expresar
una dicotomía real o imaginaria entre ellos y nos
otros— ya no eran aplicables a la Europa posbélica
de la producción en serie y de la cultura industriali
zada, de los automóviles baratos y de los plásticos, de
la Coca Cola y de la televisión, de las vacaciones pa
gadas y de las revistas ilustradas. Y, naturalmente, no
era sólo Europa la que había cambiado. Norteamérica
había cambiado quizá tanto o más, y esos términos
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ya no servían tampoco para describir nuestra situa
ción. Cualquier intercambio genuino de ideas tendría
que basarse ahora en premisas completamente dife
rentes.
II. Un debate centenario
P N el pasado este diálogo entre dos culturas consti
tuyó uno de los fenómenos centrales de la historia
intelectual norteamericana. "¿Nunca podremos ex
traer del cerebro de nuestros compatriotas el gusano
de Europa?", exclamó una vez, irritado, Ralph Waldo
Emerson. Este debate ha atraído las energías de al
gunos de nuestros más grandes espíritus —Jefferson,
Henry James, Henry Adams— y nos ha incitado a
pensar sobre algunos de nuestros más importantes pro
blemas: la naturaleza de nuestra propia cultura, por
ejemplo, y el espinoso problema de la definición del
carácter norteamericano. Muchos de nuestros intentos
de descubrir quiénes somos han sido hechos en térmi
nos de nuestra relación con Europa. ¿Qué es un nor
teamericano? Al abordar el enigma de nuestra propia
identidad, nuestros poetas y pensadores inevitablemen
te revelaron su repulsa al Viejo Mundo o su identi
ficación con él, u hostilidad o adulación nostálgica.
Un grupo, al que Philip Rahv llamó el de los Pieles
Rojas, proclamaba con orgullo que el norteamericano
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era el Hombre Nuevo en un Nuevo Mundo, que se
había liberado de la iniquidad y el atraso del Viejo,
que podía exclamar con Walt Whitman, el mayor de
los bardos Pieles Rojas: "Todo el pasado dejamos
tras nosotros."
Pero otros, los Rostros Pálidos, objetaban que esa
opinión era engañosa y fragmentaria. El norteame
ricano, después de todo, no era un monstruo nacido
sin cordón umbilical. Tenía un pasado, y este pasado
era europeo. Y nadie podía negar que la mayor parte
de los norteamericanos, con excepción de los indios,
eran simplemente "europeos trasplantados", eran "las
mismas personas en un nuevo país", como lo expresó
Gertrude Stein. Para adquirir plena conciencia de sí
mismo y de las fuentes de su propia identidad, el nor
teamericano necesariamente ha de establecer conexio
nes con la cultura europea y considerarse como una
continuación natural de la misma, en vez de recha
zarla y separarse así de las más profundas fuentes
de su propia sensibilidad, de las raíces más hondas
de su propia tradición nacional. Los Rostros Pálidos
hablaban delicadamente, desdeñando la "bárbara gri
tería" de sus rivales ; preferían el refinamiento y la
complejidad a la autenticidad de la frontera; prefe
rían, como Henry James, la vida junto al Sena o
junto al Támesis a la vida junto al Mississippi, e in
sistían en que no por ello eran menos norteamericanos.
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El mismo James, que exploró las relaciones europeo-
norteamericanas con más sutileza y profundidad que
lo haya hecho nadie antes o después de él, dijo una
vez que:
Es un destino complejo el de ser norteamericano, y una de las responsabilidades que implica es la de luchar contra una evaluación supersticiosa de Europa.
Hacia el fin de su vida se había liberado de muchas
de las supersticiones que podía haber tenido al co
mienzo de su estancia en Europa. Pero la mayor par
te de los norteamericanos del siglo XIX estaban te
nazmente apegados —como siguen estándolo todavía
algunos norteamericanos del siglo XX— a sus pre
juicios. Tendían a ver las cosas en términos de blanco
y negro, de diferencia absoluta. Y según la supersti
ción adoptada creaban una Europa que era la Mujer
Vestida de Escarlata o la Gracia Salvadora ; una Ba
bilonia o un Paraíso incomparable; un centro de sabi
duría y refinamiento, en comparación con el cual su
país de origen era un vasto desierto del espíritu; o
una sima de corrupción y reacción medieval; encan
tadora y pintoresca o sucia y atrasada.
Los europeos, naturalmente, tampoco estaban exen
tos de supersticiones. ¿Qué civilización lo ha estado?
Tenían y todavía tienen sus venerables e indispensa
bles prejuicios. Ven a Norteamérica como inculta,
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metalizada, mecanicista y como una gran amenaza
para la gran tradición del humanismo occidental, o,
en el otro extremo, como la tierra prometida del ca
pitalismo sin trabas, donde una raza privilegiada crea
un porvenir despejado de libre empresa. (Afortuna
damente, los encomios de esta última categoría se es
tán haciendo muy raros. Encontrados generalmente
en las publicaciones de cámaras provinciales de co
mercio, carecen de valor literario y resultan más des
concertantes que alentadores. Estimo, en Europa y
en otras partes, que no hay nada más humillante que
ser apreciado por razones equivocadas. Es mejor ser
mal visto por razones verdaderas.)
Pero en los años transcurridos desde la guerra, los
norteamericanos han estado menos ligados emocional-
mente a Europa. Nuestra visión del mundo se ha
hecho más amplia y hemos atendido con nuevo inte
rés y preocupación a Asia, a Africa, a Sudarriérica.
Ya no nos sentimos obligados a tomar partido, ya
sea por los "Rostros Pálidos", ya sea por los "Pieles
Rojas". La expatriación ya no es un problema que
nos inquiete como inquietaba a James, Hawthorne o
William Wetmore Story o, algo después, a Pound,
Eliot o Henry Miller.
I I
UI. Un nuevo aspecto de la discusión
JPN otras palabras, el artista o intelectual norteamericano ya no se siente belicoso ni tiene un sentimiento de inferioridad cultural al acercarse a Europa. Puede tomarlo o dejarlo. Ya no es para él una cuestión cargada de emociones. Ya no siente la necesidad de hacer denuncias o renuncias dramáticas. Es tan fácil, para quien realmente lo desee, pasar parte de su tiempo en el extranjero, es tan fácil trasladarse, física y espiritualmente, que nadie parece pensar ya que se ha convertido en \m expatriado simplemente por el hecho de vivir fuera de los Estados Unidos. Ahora, irónicamente, es a veces el hombre de negocios, no el intelectual, el que se ve tentado a la expatriación. A menudo puede ganarse dinero más de prisa hoy en los mercados en rápida expansión de Europa que en los Estados Unidos. No hace mucho pregunté a un joven ingeniero norteamericano que trabajaba para un gran conjunto de empresas europeas del acero cuándo pensaba represar. "No sé —contestó—, me va muy bien aquí. Supongo que seguiré aquí e iré mejorando al mismo tiempo que el país."
Muchas de las ventajas culturales que el intelectual norteamericano antes buscaba en el extranjero —música, bellos museos, grandes bibliotecas, instrucción especializada— puede encontrarlas ahora con tanta o mayor facilidad en su país. No necesito repetir aquí
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lo que sabe todo el mundo; por ejemplo, que un es
tudio serio de los impresionistas franceses no puede
llevarse a cabo sin visitar nuestras colecciones; o que
la cantidad y variedad de la vida musical de Nueva
York es superior a la de muchas capitales europeas;
o que los profesores europeos más jóvenes, a veces
recuerdan con nostalgia sus visitas a universidades
norteamericanas, a causa de las muchas oportunida
des de investigación y de otra naturaleza que se les
ofrecieron allí.
El intelectual norteamericano ya no se siente "apar
tado", por lo menos no más en Norteamérica que en
otras partes, y quizá menos que se sentiría en la
próspera sociedad materialista de Milán o de Dues-
seldorf. (lomo sabemos muy bien, el intelectual goza
ahora de un nuevo prestigio entre nosotros. Eruditos
y artistas europeos vienen a visitarnos y quedan a
menudo seducidos por los encantos de la nueva so
ciedad norteamericana: los Centros de Estudios Su
periores, las colonias para artistas creadores, las mu
chas oportunidades que ha abierto nuestra presente
"explosión cultural". Quisiera señalar de pasada las
inmensas contribuciones hechas al actual florecimien
to de la vida intelectual y artística norteamericana
por los grandes sabios y artistas europeos que bus
caron refugio en los Estados Unidos a fines de los
años treinta. Muchos se quedaron definitivamente, in-
virtiendo así el tipo tradicional de la expatriación.
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¿Pero podemos seguir hablando lógicamente de "expatriación" en un período en el que todos somos normalmente "personas desplazadas", en el que encontrarse a gusto espiritualmente no depende tanto del lugar como del medio? En el siglo XIX la residencia prolongada en Europa o el viaje por la misma era una necesidad para el norteamericano que deseaba ampliar estudios u obtener un conocimiento superior de las artes o simplemente el sentido de la historia de su tiempo. Hoy los intelectuales extranjeros sienten cada vez más la necesidad de una experiencia norteamericana para obtener una visión anticipada de la configuración de su propio porvenir. En ciertas disciplinas, en las ciencias naturales, por ejemplo, o en las ciencias sociales, o en la administración de negocios, o en la sanidad, un título superior norteamericano es ahora una garantía de éxito en todo el Continente, y muchos de los jóvenes más brillantes del mundo de los negocios o del Gobierno han asistido a universidades norteamericanas y, lo que es aún más significativo, tienen el propósito de enviar a sus hijos a ellas. Algunos de mis amigos europeos pintores consideran una gran exposición norteamericana como una consagración, y han expresado la creencia de que para las artes, a mediados del siglo XX, Nueva York puede llegar a ser lo que fue París en el XIX. Pero aunque esos comentarios favorables los tomemos cum
grano salis, es evidente que el centro de gravedad se
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está desplazando. Y seguirá desplazándose, con toda la
desconcertante rapidez que es la característica de los
cambios históricos en nuestro tiempo.
Puesto que las palabras que utilizábamos para dis
cutir la relación entre Europa y Norteamérica no ex
presan ya la situación real; puesto que las bases fun
damentales de esta relación se han modificado pro
fundamente, sobre todo en los años transcurridos des
de la guerra ; y puesto que los papeles tradicionales
de los dos participantes han quedado prácticamente
invertidos, ¿cómo, entonces, podemos renovar este
diálogo y darle un significado contemporáneo?
En primer lugar, olvidemos la antigua premisa de
que existe una verdadera dicotomía. Esta actitud pue
de haber sido defendible alguna vez, pero ahora me
parece completamente falsa. En lugar de una división
hay una estrecha continuidad, pero una continuidad
a la inversa. Permítaseme explicar lo que quiero decir.
Podemos empezar con el principio de que lo que Nor
teamérica es, Europa será y está llegando a ser con
una rapidez increíble. Todos lo hemos observado. To
dos hemos visto lo de prisa que una sociedad tradi
cional, agrícola y artesana, como la de Italia, ha evo
lucionado hacia la producción en serie. Todos hemos
presenciado la irresistible invasión de los transistores,
la televisión y los automóviles en las más aisladas al-
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deas rurales; hemos visto con qué delicia las masas
europeas han adoptado algunos de los aspectos más
artificiales de una civilización industrial en gran escala.
No se trata simplemente de lo que los antiguos in
telectuales europeos llamaban "americanización" o, pa
ra emplear un término más peyorativo, utilizado por
Hubert Beuve-Méry, de Le Monde, "coca-coloniza
ción" *
IV. Los Estados Unidos, Viejo Mundo
^ E trata más bien de que muchos aspectos básicos
de la experiencia norteamericana —cada vez estoy más
convencido de ello— están surgiendo rápidamente co
mo la experiencia arquetípica del mundo moderno.
Agrade o no a los intelectuales europeos de la clase
* Este cliché de la «americanización» se mantiene tenazmente, como lo indica el reciente y bastante violento libro del periodista inglés Francis Williams, «The American Invasion». El critico de The Times hace observar sensatamente a este respecto que «muchas, personas censuran en Norteamérica lo que no les agrada de la producción en serie en la sociedad moderna, olvidando que la modernización ha de tener necesariamente acento americano». Y James Baldwin («Nobody Knows My Naine», paginas 171-172) informa que los suecos se han estado quejando amargamente de la «americanización», «que, por Jo que hemos podido observar, se refiere sobre todo al hecho de que cada vez más personas van a Estocolmo». «No es justo —dice Irwin Abrams (An-tioch Review, verano de 1962, página 144)— censurar a los Estados Unidos por haber llegado antes al siglo XX.»
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media alta (y desde luego a muchos de ellos no les
agrada, porque amenaza su situación privilegiada en
la sociedad y contribuye a explicar las raíces de su
antiamericanismo), vivimos en una sociedad de masas,
igualitaria, ante la cual desaparece la sociedad de
clases del pasado en casi todas partes de Occidente.
Hace 125 años, Tocqueville, con su extraordinaria in
tuición, lo comprendió e hizo de esto el tema central
de su gran obra De la Démocratie en Amérique.
"Me parece indudable —dice— que tarde o tem
prano llegaremos, como los americanos, a una casi
completa igualdad... No es, pues, meramente por sa
tisfacer una curiosidad por lo que he estudiado a Nor
teamérica ; mi deseo ha sido el de encontrar allí en
señanzas de las que pudiéramos aprovecharnos." Lue
go dice: "Confieso que en América vi algo más que
América; busqué allí la imagen de la democracia
misma." Tocqueville ya percibió que Norteamérica
era un vasto laboratorio de experimento social, las
"antenas" de la sociedad igualitaria del porvenir.
En otras palabras: en nuestro tiempo se está con
virtiendo Norteamérica en una especie de Viejo Mun
do de la Era de las Máquinas, cada vez menos con
vencida de la posibilidad de salvación por la abun
dancia material sola, cansada de ingeniosos artefac
tos, cada vez más preocupada de la preservación de
valores humanos, mientras que Europa —e infinita
mente más Asia y Africa— son el Nuevo Mundo de
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la sociedad de masas, la exuberante frontera de la
máquina. Dedicadas hambrientamente al consumo, to
davía no vacunadas para resistir las enfermedades de
la mecanización, son todavía lo bastante jóvenes e
inexpertas para creer que la producción y la adqui
sición de cosas en cantidad suficiente puede resolver
sus problemas.
Esta inversión de papeles se ha hecho cada vez más
evidente en el curso de los veinticinco años últimos.
La Europa de los años treinta, a pesar de la amena
za de la guerra que había de precipitar la transfor
mación histórica, conservaba aún el sabor de un "Viejo
Mundo". La compleja fachada de la cultura y las ins
tituciones burguesas del siglo XIX todavía parecía es
tar intacta, aunque observadores sensibles, tales como
Proust, comprendían muy bien que la primera guerra
había socavado gravemente los cimientos de toda la
estructura, y que detrás de un frente de apariencia
sólida y todavía espléndida no había más que un cas
carón vacío. Pero los norteamericanos que vivían en
Europa en los años veinte y a principios de los años
treinta podían todavía admirar la fachada. La segun
da guerra derrumbó la estructura y debilitó aún más
a la clase de la grande bourgeoisie que en el pasado
contribuyó tan considerablemente a las realizaciones
intelectuales y artísticas del Continente, a costa, natu
ralmente, de tanta explotación e injusticia social. Se
ñaló el ascenso de una nueva sociedad de masas que
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llevo a Europa muchos de los problemas que hemos
estado tratando de resolver durante generaciones: la
educación de las masas, la emancipación de la mujer,
los derechos de las minorías, la nivelación social, et
cétera. Cuando yo observaba estos cambios tenía un
sentimiento de déjà vu, de "aquí es donde entramos
nosotros". Mucho de lo que solíamos considerar como
característico de la experiencia norteamericana se ha
convertido ahora también en parte de la experiencia
europea.
V. Encuentro de mentalidades
V^J NO de los resultados positivos de todo esto es
que europeos y norteamericanos pueden hablarse más
sensatamente y quizá con más utilidad que en el pa
sado. Ciertamente, tenemos más en común de lo que
teníamos antes. Por primera vez podemos discutir
realidades compartidas en vez de prejuicios que se
excluyen recíprocamente. Lo mismo que los norteame
ricanos se están liberando de la "superstición de Eu
ropa", muchos europeos, especialmente los que han
vivido y trabajado aquí, como Jacques Maritain o
Gaetano Salvemini, se están liberando de la supersti
ción de América. Cesare Pavese, el crítico y novelista
italiano que tanto hizo por dar a conocer la literatura
norteamericana en Italia, escribía en 1947: "America
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e il gigantesco teatro dove, con maggiore franchezza che altrove, veniva recítalo il dramma di tutti." (América c» el gigantesco teatro en el que, con mayor sinceridad que en otras partes, se representa el drama de todos.)
Esta creencia de que Norteamérica desempeñará el
papel del nuevo Viejo Mundo del siglo XX ha sido
expresado a menudo en forma fragmentaria. Tocque-
ville, naturalmente, está lleno de esta intuición; busca
en América una visión previa de lo que será la civili
zación del porvenir. Charles Eliot Norton, escribiendo
a Chauncey Wright desde Italia durante su estancia
allí en 1869, dice:
El silbido del tren inmediatamente detrás de la iglesia de Santa María Novella o poco más allá del Campo Santo de Pisa suena lo mismo que en Back Bay o en Fitchburg Station, y esto y la escuela elemental están americanizando el país en grado sorprendente. ¡Feliz país! ¡Afortunado pueblo! Dentro de poco pueden esperar sus Greeleys, sus Beechers y sus Fisks. (Philip Rahv, Discovery of Europe, pág. 230.)
Gertrude Stein, sin embargo, lo resume quizá mejor
en una declaración que hace en Wars l llave Seen:
"Dije que había empezado diciendo que, después de
todo, hoy es Norteamérica el país más viejo del murf-
do, y la razón de ello es que ha sido el primer país
que ha entrado en el siglo xx. Tuvo su natalicio del
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siglo xx cuando otros países estaban todavía en el siglo xix o en otros siglos anteriores."
Luigi Barzini, hijo, el periodista y diputado italiano, que se crió en Nueva York en los años veinte, cuando su padre era director del principal diario en lengua italiana de la ciudad, hace observar lo mismo, aunque en una perspectiva cronológica invertida, en un artículo publicado en el Corriere, en el que dice que la Italia del milagro económico le hace recordar el Nueva York que conoció durante los ruidosos años veinte.
La vieja actitud del norteamericano rico, imperial, que antes adoptábamos de manera tan convincente, está ya pasada de moda. Especialmente a partir de la última década, cada vez me he sentido más deslumhrado por el empuje y la prosperidad del extrañamente juvenil "Viejo Mundo", que se está comportando de una manera que contradice la mayor parte de nuestras antiguas generalidades. Cada vez más me siento como el griego en una nueva sociedad romana. Pues al viajar ahora por el Continente, quejándonos de los precios y tratando de no salimos de nuestro presupuesto, damos decididamente la impresión de ser los Nuevos Pobres en comparación con la extravagante manera de gastar de los magnates industriales de la Cuenca del Ruhr, o con las más discretas pero igualmente costosas vacaciones de los franceses y los belgas, o con los gastos llamativos de los nue-
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vos millonarios de Milán. Este rencor proletario, cuan
do contemplamos todo el esplendor material que nos
rodea, es una nueva y probablemente muy saludable
experiencia para el norteamericano en. el extranjero.
En Roma, el invierno pasado, para un público
compuesto en gran parte de estudiantes y profesores,
dirigí un grupo de discusión sobre el tema general
"Interpretaciones de la experiencia americana". Pro
puse hablar acerca de algunos de los factores que han
contribuido a la formación de nuestro carácter nacio
nal: igualdad social, espacio, movilidad y "la fron
tera", la ausencia de tradición y la "carga del pasado",
la educación de las masas, la sociedad próspera ("el
pueblo de la abundancia"), la emancipación de la mu
jer, el "crisol", etc.
Pronto descubrí que estábamos hablando tanto del
presente europeo como del pasado norteamericano.
Mi auditorio había captado rápidamente la relación
de la experiencia norteamericana con la revolución
social por la que estaban pasando ellos mismos. Y
pronto estuvimos dedicados a lo que me parecía ser
una versión revisada del tradicional diálogo europeo-
norteamericano, en el que los antiguos papeles esta
ban cambiados y los viejos temas eran planteados de
nuevo.
Como la mayor parte de mis oyentes estaban inte
resados en la literatura, muchos de nuestros debates
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iniciales trataron de la situación de la literatura nor
teamericana en el Continente y de lo que ha signifi
cado para los jóvenes europeos.
VI. La literatura americana y Europa
J~\ principios del siglo xix, el crítico inglés Sydney Smith podía preguntar despectivamente: "¿Quién lee un libro norteamericano?" En la década siguiente a la segunda guerra mundial, la pregunta sería más bien: "¿Quién no lee un libro norteamericano?" Los catálogos de los editores europeos están todavía llenos de títulos norteamericanos, algunos de los cuales apenas si merecen la traducción. ¿Cuál es la razón de la boga de la literatura norteamericana, que hace apenas medio siglo era todavía considerada por la gran mayoría de los europeos cultivados simplemente como una expresión parroquial de la literatura inglesa?
Me parece que una razón muy pertinente es que a fines de los años veinte y en los años treinta los intelectuales —personas como Malraux y Sartre y Queneau en Francia y como Pavese y Vittorini y Moravia en Italia— tenían en cierto modo la sospecha de que la literatura norteamericana era quizá la única literatura contemporánea de su tiempo, una literatura en la que podían encontrar una nueva ima-
23
gen del hombre y una nueva exposición de la condi
ción humana, una literatura liberada de la retórica
tradicional que tanto estorbaba al escritor europeo
cuando trataba de describir al hombre "poshuma
nista".
Presentaba al "hombre solo" más que al "hombre
en sociedad" que había sido el tema dominante de
la gran novela europea; reconocía que el hombre no
era sólo "intelectual", sino también visceral; que el
escritor necesitaba registrar lo que el hombre siente
tanto como lo que "piensa". En consecuencia, nues
tra literatura se hizo una literatura "clásica", un
modelo que muchos europeos conscientemente imita
ban cuando trataban de expresar el extrañamiento del
hombre en una sociedad de masas, un tema para el
que no estaban bien adaptadas las técnicas decimonó
nicas de análisis psicológico. Vienen a la memoria ar
tistas como Camus (quien espontáneamente reconocía
la influencia de los norteamericanos en un libro como
L'étranger, aunque reaccionó contra esta influencia
en su obra posterior) o como el Sartre de Les die-
mins de la liberté (que se apoyaba tan descarada
mente en U. S. A., de Dos Passos), o Moravia o el
Vittorini de Conversazione in Sicilia. Si existe hoy
una tradición literaria contemporánea en Europa, un
elemento importante de la misma es norteamericano.
Figuras como Faulkner o Hemingway (cuya impor
tancia en Italia ha sido afirmada en los conocidos en-
24
sayos de Mario Praz) son consideradas como clásicos
modernos, como "ascendientes" y estudiados como
tales. La literatura y la civilización norteamericanas
constituyen ahora una parte regular del plan de estu
dios universitarios europeo. Ha surgido un grupo so
briamente profesional de "americanistas" europeos,
muy diferente de la apasionada vanguardia de los
años treinta, para la cual los escritores norteamerica
nos eran profetas y videntes. Un profesor de litera
tura norteamericana, Agostino Lombardo, de Milán,
que dirige también una revista profesional, Sludi
americani, dice a su público en un número reciente:
"Non è questo il momento delia scoperta {delia lette-
ratura americana) ne quello deW entusiasmo... questo
è il momento dello studio, delia rwerce." Semejante
declaración de que la cultura norteamericana es ya
lo bastante antigua para ser entronizada en la aca
demia, es como un eco refinado del exabrupto de
Pavcse: "Sono jiniti i tempi in cid scoprivamo VAme
rica." ("Han pasado los tiempos en que descubríamos
América.")
VIL Europa, la Nueva América
[ J E M O S sido, pues, víctimas de un engaño mutuo. Si nuestro mito de Europa como el Viejo Mundo superior de refinamiento jamesiano e incluso de per-
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versidad ha desaparecido ante el milagro económico, también los europeos han abierto los ojos. Han descubierto que su preciado espejismo de Norteamérica como una tierra soñada de violencia, nuevas sensaciones y libertad individual ilimitada se ha evaporado en cierto modo. Y así, despojados de nuestras míticas vestiduras, ahora cambiamos miradas desengañadas, dándonos cuenta cada vez niejor de que tenemos más o menos el mismo aspecto, y de que ninguno ofrece ya al otro una posibilidad de escapar.
Creemos que Europa nos ha traicionado en cierto modo. Observamos con amargura la desaparición del pequeño bistro en favor del snack-bar y de la cafetería; de la íntima posada rural, con escasez de cuartos de baño pero con abundante servicio, en favor del eficiente motel. Vemos con desagrado la transformación de los pequeños cafés italianos, donde los aldeanos, en vez de conversar con pintoresco abandono latino, quedan sumidos en hipnótico silencio ante la pantalla de televisión, saliendo de su fantasía colectiva únicamente para pedir otra Coca Cola. Protestamos de que los suburbios de Roma y París se vayan llenando de sombríos edificios para viviendas, todos ellos provistos de comodidades modernas y pronto ocupados por inquilinos encantados, que los prefieren a los viejos palazzi o a los entre-sols de la Orilla Izquierda. Lamentamos que la Place de la Concorde sea convertida en zona de estacionamiento,
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y el espacio alrededor del Coliseo en zona de tránsito,
y que el pasear a pie en cualquier ciudad europea
importante se haya convertido en la más arriesgada de
las empresas; que los carretones sean sustituidos por
supermercati en los que todo está congelado, enlatado,
desecado o envuelto en celofán y donde se empuja
un carrito lo mismo que en Scarsdale. Nos afligimos
cuando la sirvienta de Cerdeña (a la que creíamos
aún animada por todas las virtudes campesinas) súbi
tamente se marcha sin previo aviso para ponerse a
trabajar en una fábrica de automóviles.
La población local está encantada con todas estas
innovaciones y no puede comprender que no lo este
mos nosotros también, ahora que podemos conseguir
espinacas congeladas y minestrone en conserva y Me-
trecal, lo mismo que en nuestro país. En Roma vivía
mos en un viejo palacio cerca del Tiber, donde te
níamos lujo sin confort. Pronto fuimos motivo de
escándalo para nuestros amigos romanos de la clase
media, que se habían alojado a diez kilómetros de la
ciudad, en la nueva y creciente colonia de Vigna
Clara, donde había una piscina y supermercado.
" ¡ Dios mío ! —decían, después de subir la escalera
de mármol con estatuas romanas, iluminada por dos
débiles bombillas de diez vatios— ¿Cómo es posible
que ustedes, americanos, puedan vivir en estas ca-
suchas?"
Pero si nosotros estábamos engañados, imagínese
27
qué desilusión hemos resultado ser, qué miserable
mente hemos dejado de estar a la altura de nuestra
reputación. Aquí estamos desdeñando la hamburgue
sa que el camarero nos ofrece de buena fe y atur-
diéndole con nuestra chachara gastronómica sobre
especialidades regionales y vinos locales; protestando
de la radio y pidiéndole que la apague cuando a todas
las demás personas que hay en el comedor les agrada
tanto, que les importa poco lo que comen ; mostrando
al dar la propina una moderación indígena que des
miente todo lo que se ha dicho de nuestra prodigali
dad ; buscando iglesias románicas o capillas barrocas
en vez de inscribirnos para una expedición nocturna
que encanta a los turistas nórdicos y que ofrece tres
clubs de noche e incluso un auténtico strip tease ame
ricano ; y como colmo del engaño, se nos sorprende a
menudo conduciendo pequeños y baratos coches eu
ropeos. ¿Dónde —se preguntan— está nuestro sueño
del Nuevo Mundo, dónde está esa gran raza de los
americanos pródigos y animosos de los buenos tiem
pos pasados, cuando F. Scott Fitzgerald solía entrar
a caballo hasta el bar del Ritz, cuando los millonarios
se comportaban como verdaderos millonarios y cuan
do no se hablaba como ahora de le petit vin local,
pero durante toda la noche se oían los estampidos
del champán?
28
Parte II
En ningún sector han estado más profundamente
arraigadas estas supersticiones que en el de la edu
cación. En el largo debate entre Europa y Norteamé
rica, el tema de la escuela ha reaparecido constante
mente y hoy sigue estando más que nunca en el cen
tro mismo de nuestras preocupaciones mutuas. Los eu
ropeos de la generación más vieja, así como algunos
norteamericanos (de los cuales el más insistente es el
almirante Rickover, que siente por las escuelas sui
zas una pasión que es un misterio para los suizos
mismos), sostienen a menudo que la educación con
tinental europea es automáticamente superior a la
nuestra.
Pretenden que hemos sacrificado la calidad a la
cantidad. Aseguran que los niños norteamericanos
nunca aprenden realmente a leer o escribir (ni siquie
ra en su propio idioma), que se gasta demasiado tiem
po en actividades ajenas a los estudios y en otras
ocupaciones no intelectuales, que el muchacho francés
con el bachot sabe a los diecisiete años tanto como
nuestro estudiante de penúltimo año en el colegio uni
versitario.
Naturalmente, nosotros podemos contestar, con toda
razón, que hasta un pasado muy reciente la escuela
europea ha sido una escuela de clase, en la que se
educaba sólo una minoría privilegiada, y que sólo
29
ahora, por la presión del crecimiento demográfico y
de la transformación social, se está viendo obligada a
afrontar el problema de la educación en gran escala.
Podemos señalar que la formación de la personalidad,
un sentimiento de responsabilidad individual y cívica,
se sacrifica en aras de una preparación puramente in-
telectualista que ya no es suficiente en una sociedad
democrática. Podemos citar la frase de Rabelais de
que ''"'science sans conscience n'est que ruine de l'âme".
Podríamos señalar también que prácticamente no te
nemos analfabetismo (pero, naturalmente, ¿qué po
demos decir de ese pavoroso semianalfabetismo que
lo ha sustituido?), en comparación con las cifras de
analfabetismo de hasta cuarenta por ciento que toda
vía existen en algunas regiones de países que alardean
de humanismo tradicional. Podríamos indicar que
nuestras universidades están continuamente elevando
su nivel y procurando prestar cada vez más atención
a la excelencia intelectual. Y deberíamos realmente
hablar de nuestras escuelas graduadas. Las mejores
de ellas no tienen equivalente en ninguna parte del
mundo y mantienen un elevado nivel de saber y de
integridad intelectual del que podemos sentirnos or
gullosos.
Pero la "superstición de Europa" realmente ha per
sistido entre nosotros mucho más en el sector educa
tivo que en cualquier otro, y desde luego mucho más
que en las artes, que se han liberado decisivamente
30
en el curso de las pasadas generaciones. Tendemos
a la modestia y la humildad, incluso cuando no hay
necesidad de ello. He de reconocer que a veces reac
cionamos con violencia a los viejos tópicos que con
tinuamente sacan a relucir críticos tanto norteameri
canos como europeos y que todavía solemos aceptar
demasiado humildemente. Uno de los más persisten
tes de estos tópicos es la superioridad del lycée o del
Gymnasium sobre la escuela secundaria norteameri
cana. Casi nadie se toma la molestia de contestar sen
cillamente que la escuela secundaria y el lycée son
dos instrumentos completamente diferentes, diseñados
para dos tareas enteramente distintas, y que no pue
de establecerse comparación legítima entre ellos. (Na
turalmente, una de las principales dificultades con
que se tropieza en tales discusiones es que ninguna
de las partes puede imaginar la posibilidad de cual
quier otro sistema que no sea el suyo.) Cuando los
europeos comienzan a examinar los nuestros, suelen
tratar de encajar nuestras instituciones en el lecho
de Procusto de sus propias categorías, lo cual no es
en absoluto posible. Por ejemplo, no pueden ima
ginar cómo podemos arreglárnoslas sin exámenes de
tipo nacional como cl bachot o la aggregation. Buscan
en vano en Washington un ministerio de Educación
que tenga poder para determinar qué materias, de qué
libros y a qué horas se enseñará en todas las escuelas
del país. Insisten en la anarquía de nuestro sistema,
31
incluso cuando señalan que nuestro pluralismo y falta
de uniformidad (con ello desaparece otra supersti
ción) reflejan la magnitud y diversidad de nuestro
país. Nosotros sostenemos que diferentes regiones pue
den tener diferentes necesidades educativas, y pensa
mos que es más bien cómico que las escuelas france
sas del Africa Ecuatorial, del Norte de Africa o de
Madagascar, siguiendo instrucciones del Ministerio de
París, hicieran aprender a los pequeños africanos, ára-
mes y malgaches todo lo referente a sus ascendientes,
los galos.
Naturalmente, en cualquier intento de comparación
entre el lycée y la escuela secundaria norteamericana
se señala siempre un hecho esencial: que la escuela
secundaria fue organizada para todos. Por necesidad,
en una sociedad heterogénea como la nuestra, tenía
que preocuparse tanto de la formación cívica y social
como de la enseñanza pura. En realidad, la formación
cívica y social era probablemente más importante para
el porvenir inmediato de la nación. El liceo, por otra
parte, estaba organizado para una minoría muy peque
ña de niños de la clase media alta y de la aristocracia,
cuya formación cívica y social estaba ya asegurada por
el ambiente familiar y por la misma sociedad .estructu
rada de clases en que vivían. El ideal tradicional de la
instrucción europea era la educación para la minoría
gobernante; el nuestro, desde un principio y para bien
o para mal, ha sido la instrucción para todos. Ahora,
32
ambos ideales han demostrado ser insuficientes para
las necesidades enormemente complejas de nuestro
tiempo. Europeos y norteamericanos se dan cuenta de
que hay que hacer algo. Ambos empezamos a mirarnos
recíprocamente en busca de ayuda. Esto es bueno
porque estimula la receptividad de la mente. El diálo
go europeo-norteamericano en el sector de la educación
está ahora saliendo del reino de la fantasía y los pre
juicios en que se ha estado desarrollando durante tan
to tiempo y va pasando al reino de los problemas co
munes concretos, que es el lugar que verdaderamente
le corresponde.
Así, por primera vez, en mi experiencia por lo me
nos, está empezando a tener lugar un amplio intercam
bio de ideas. En el lado europeo, esto ha sido desen
cadenado por un enorme incremento de la población
escolar, que literalmente no puede ser contenida en las
instalaciones existentes. En los años transcurridos des
de la guerra, obreros y campesinos y pequeños em
pleados se han mostrado resueltos a enviar a sus hijos
a la universidad. Las masas europeas han adquirido
ahora la convicción "americana" de que incluso para
ellos es posible progresar y que para conseguirlo hay
que tener, si no necesariamente una educación, sí por
lo menos un título. Esto explica el exceso de alumnos
en los liceos y universidades, la falta de preparación
de muchos de los estudiantes, el descenso de nivel de
la enseñanza hasta ' un punto en que se ve seriamen-
33
te amenazada la calidad de la cintura humanística
europea tradicional.
He podido observar personalmente que la cultura
de la generación de la posguerra parece más apresu
rada, más superficial que la de los intelectuales de
antes de la guerra. Las razones, naturalmente, son
en parte económicas y están vinculadas al proceso
general de democratización. Las viejas fortunas de la
clase media alta, que en el siglo xlx alimentaban a
la mayor parte de los eruditos y artistas —Gide,
Proust, Shelley, Lord Byron, Browning, etc.— están
ya consumidas. Los jóvenes intelectuales sin ese di
nero heredado tienen que ponerse a trabajar y como
consecuencia de ello se dispersan mucho más que lo
hicieron nunca sus antecesores. Trabajan para la ra
dio, para la televisión, para el cine, en calidad de con
sultores de editoriales, de encargados de relaciones pú
blicas, de directores culturales en grandes industrias
como Olivetti o Marzotto, y rara vez disponen del
ocio necesario para leer mucho, para pensar o para
madurar su obra ellos mismos.
El exceso de alumnos, como ya he dicho, se ha
convertido en un importante problema en todas par
tes, en todos los niveles de la instrucción', en toda la
Europa Occidental. La Universidad de Roma, cuya
nueva sede fue construida en los años treinta con ca
pacidad para unos seis o siete mil estudiantes, cuen
ta ahora con unos treinta y cinco mil matriculados.
34
Naturalmente, en su mayoría rara vez asisten a cla
se; probablemente no encontrarían sitio para sentar
se —o para estar de pie— si lo hicieran. La Sorbona
tiene ahora una matrícula de más de setenta mil es
tudiantes en la misma situación de no asistencia a
clases. En las universidades europeas que he observa
do en Francia, Bélgica e Italia, el estudiante medio
tiene poco o ningún contacto con el profesor, ex
cepto al final del curso, cuando se presenta a los exá
menes orales. Generalmente se ha preparado para este
examen en su casa, a menudo en una ciudad provin
ciana, lejos de la universidad. I Recuerdo haber ha
blado en Potenza a un "grupo universitario" compues
to de muchachos que seguían viviendo en sus casas,
estudiando para los exámenes —generalmente de Dere
cho— y yendo a la Universidad de Roma o de Ñapó
les cada mes, aproximadamente.) Una parte lamen
tablemente grande del trabajo universitario en las ins
tituciones europeas, especialmente en materia de le
yes y humanidades, consiste ahora en la preparación
solitaria de los exámenes, es decir, en aprenderse de
memoria los libros de texto, pues las bibliotecas están
lejos y la discusión es imposible.
Es una experiencia nueva y a veces satisfactoria
para un norteamericano escuchar a rectores de uni
versidades europeas e incluso a ministros de Educa
ción elogiar nuestro sistema escolar y considerarlo como
modelo. En Italia, por ejemplo, para bien o para mal,
35
John Dewey está siendo traducido y entusiásticamen
te comentado ; está llevándose a cabo una campaña
para eliminar el latín como asignatura obligatoria
para todos aquellos que deseen pasar la maturità, el
examen de Estado requerido para el ingreso en la
universidad; en el informe oficial sobre la reforma
de la enseñanza, preparado por el ex ministro Medi
ci, "¡ntroduzione al piano di sviluppo deMa scuola", se
citan continuamente fuentes norteamericanas y se da
a entender que muchos aspectos de la reforma escolar
italiana podrían muy bien inspirarse en costumbres
norteamericanas.
Este fermento ha sido estimulado por la presencia
en la escuela europea de un número cada vez mayor
de jóvenes profesores que han tenido experiencia de
Norteamérica, como estudiantes o como profesores,
en virtud de uno de los muchos programas de inter
cambio actualmente en curso.
Lo mismo que nosotros nos damos cuenta cada
vez mejor de que la educación en masa no basta si
no va acompañada de la formación de dirigentes de
mocráticos, los europeos están dándose cuenta ahora
de que la formación de una minoría gobernante debe
ser llevada a cabo dentro de un amplio marco demo
crático de educación en masa.
El número de septiembre de 1962 de la revista in
telectual francesa Esprit estuvo dedicado a esta cri
sis de la enseñanza, siendo el segundo número espe-
36
cial aparecido sobre este tema en los últimos años.
(Además de Esprit, he observado que otras varias pu
blicaciones francesas, italianas, holandesas y belgas
han dedicado recientemente números especiales a la
escuela.) Esprit se muestra áspero en sus juicios. La
escuela francesa es antidemocrática, retrógrada, in
capaz de dar a los estudiantes un sentimiento de res
ponsabilidad cívica. Atribuye a la escuela gran parte
de la culpa de la continua crisis política francesa :
"Est-ce parce que notre éducation est totalitaire, que
nous sommes toujours, deux siècles bientôt après la
Révolution, à la recherche de la démocratie —si peu
démocrates en tout cas?...-- Tout le monde déplore
le manque de sens civique des Français, et la montée
du fascisme et de la violence. Mais cette violence ra
ciste et fasciste que les universitaires dénoncent, ont-Us.
le droit de s'en laver les mains?" Kl autor sostiene que por haber mantenido la escuela su carácter rígidamente "intelectual", el francés, incluso el francés educado, tiene poca conciencia de sus deberes como ciudadano.
Dice el autor que el liceo francés, cuya superioridad aceptamos nosotros tan fácilmente, uest la cage dont
l'élevé s'évade pour vivre vraiment, c'est la triste usine
à bourrer les cerveaux de connaissances tonte faites né
cessaires pour passer les examens. Ce n'est surtout pas
en endroit où l'on apprend ce que c'est que la vrai li
berté, la vraie discipline, et la participation démocra
tique".
37
No cito estos pasajes para que podamos consolarnos
al saber que la situación de "los otros" es tan poco sa
tisfactoria como la nuestra. Se trata más bien de que al
buscar solución a nuestros propios problemas no abri
guemos la ilusión de que es posible un retorno a mé
todos tradicionales europeos. Tampoco debemos menos
preciar, como a veces sentimos la tentación de hacer en
estos tiempos de autoacusación y celo reformista, nues
tras auténticas realizaciones en la educación de masas
y en la enseñanza para adultos, que no tienen paralelo
en ninguna otra parte del mundo. Pocos países han pro
gresado hasta ahora tanto en el camino hacia la "ins
trucción permanente" que, si evitamos la destrucción
permanente, constituirá la principal ocupación del hom
bre en un porvenir de automatización, de cada vez más
tiempo libre y de cada vez más cambios técnicos.
No necesito insistir en que tales transformaciones
en el campo educativo están íntimamente relacionadas
con transformaciones en muchos otros sectores. En mis
conversaciones con intelectuales de países latinos,
especialmente los de más edad (ya que los más jó
venes están ahora sacando provecho de las prósperas
industrias culturales), me han repetido con monótona
insistencia que los Estados Unidos pueden ser ricos
en las cosas del mundo, pero que Europa posee las ri
quezas del espíritu, una esfera de la que, al parecer, es
tamos para siempre excluidos. El "materialismo" es un
vicio que se nos ha reprochado durante generaciones.
38
Sin embargo, al ponerse de pronto a la disposición de
todos en el continente los frutos de la producción en
serie, comprendemos que nuestros interlocutores se
veían preservados antes de este mal no tanto por con
vicción virtuosa como por falta de tentación. Ahora
que por primera vez, realmente, el europeo de clase
media baja puede satisfacer sus apetitos materiales más
allá de la mera subsistencia, una epidemia de compras
está barriendo el continente, sobre todo, como era de
esperar, en las zonas menos favorecidas del Medi
terráneo.
En lo que se refiere a materialismo realmente fran
co y descarado, la situación hoy se ha invertido. En
realidad, los norteamericanos han estado siempre un
poco avergonzados de sus posesiones. Somos un pue
blo abstracto, esencialmente puritano, más interesados
en el dinero y en los objetos como símbolos que como
medios de goce material y sensual. Por lo que se refiere
al verdadero materialismo, a la subordinación de la
personalidad humana y de la vida humana a la adqui
sición de tierras y de cosas, el europeo moderno pue
de aportar innumerables pruebas demostrativas de que
los norteamericanos son verdaderos ascetas en compa
ración con los campesinos de Auvernia o de Toscana
o con las dinastías de comerciantes de la clase media,
ya sean de Hamburgo o de Flandes.
Al discutir el materialismo norteamericano con ami
gos europeos (y no hay más remedio que discutirlo, ad
39
nauseam), siempre me gusta referirme a un ensayo de
Mary McCarthy, America the Beautiful: The Hu
manist in the Bathtub, inspirado por un duelo espe
cialmente mortífero entre ella y Simone de Beauvoir
durante la visita de esta última a los Estados Unidos.
¡Un duelo de tigresas! Dice la señorita McCarthy:
"Entre nosotros, los norteamericanos, la familiaridad
ha originado quizá el menosprecio ; hasta que no se
tiene una máquina lavadora no es posible imaginar la
poca importancia que tiene... Es verdad que Norte
américa produce y consume más coches, jabón y ba
ñeras que cualquier otra nación, pero vivimos entre
estos objetos y no por ellos... Los únicos individuos
realmente materialistas que he conocido han sido eu
ropeos." Luego dice: "El más poderoso argumento
en prueba del carácter no materialista de la vida nor
teamericana es el hecho de que toleramos condiciones
que, desde un punto de vista materialista, son intolera
bles. Lo que el extranjero encuentra más criticable en
la vida norteamericana es su falta de confort básico...
Es por ascetismo, por espiritualidad, precisamente, por
lo que las toleramos."
En todo caso, para el norteamericano, ya sea por
ascetismo o, como en muchos de nosotros, simplemen
te por saciedad, constituye una experiencia nostálgi
ca el ver a los compradores italianos, por ejemplo,
con los ojos iluminados por un brillo casi erótico, sa
tisfacer instintos adquisitivos largo tiempo reprimidos
40
en almacenes baratos como Upim y Stànda, que han
surgido después de la guerra por toda la península.
Cuando adquieren medias de nylon, ropa interior de
rayón, horrorosas flores artificiales, vírgenes de celu
loide con una lámpara eléctrica dentro y objetos plás
ticos de todas las formas y colores, su placer es in
menso y constituye para mí una experiencia conmo
vedora. Supongo que nosotros mismos, deambulando
por el primer Woolworth's como por un Jardín del
Edén, tuvimos la misma juvenil pasión adquisitiva
que estas multitudes europeas de ahora.
Las mujeres de los trabajadores —-que ahora a
menudo trabajan y ganan dinero ellas mismas— no
han podido nunca gastar tanto ni disponer de tantas
posibilidades en la elección de mercancías. (Nos da
mos cuenta ahora de lo fundamentalmente uniforme
que ha de ser una sociedad campesina o de artesanos,
en comparación con la vertiginosa c injustificada va
riedad ofrecidad por la producción de las máquinas.)
Están disfrutando de los comienzos de la era del con
sumo. Todavía no sospechan ni siquiera vagamente que
esta senda sembrada de flores de plástico les llevará
al melancólico otoño de los vastos almacenes norte
americanos donde multitudes inexpresivas compran sin
alegría, pero concienzudamente artefactos que ni ne
cesitan ni verdaderamente desean. Todavía no han
llegado a sospechar que la abundancia trae consigo
la muerte del deseo.
41
Sería fácil demostrar que la relación europeo-nor
teamericana ha evolucionado de manera análoga en
otras esferas, como en la situación de las mujeres (y
de los niños y adolescentes también), en la igualdad
y movilidad sociales, en la filosofía del consumo y de
lo anticuado. Nosotros podríamos preguntarnos tam
bién si no estamos cambiando nuestro papel tradicio
nal en el diálogo —el de romanos contemporáneos—
por otro nuevo —el de los griegos del porvenir— y en
qué consisten los privilegios y peligros de ser griego
en vez de romano.
Pues en Norteamérica parece ahora que estamos
abandonando el semiagresivo, semiapologético senti
miento "romano" de superioridad material que nos
dominaba en el siglo xix y principios del xx. Nos es
tamos dando cuenta, cada vez con más claridad, de
que no somos necesariamente "los más grandes y me
jores" o incluso, en realidad, permanentemente "los
más ricos". Se espera que nuestra preeminencia, que
está siendo desplazada del reino de las cosas, pueda
establecerse en el reino del espíritu. Es cierto que cada
vez nos preocupa más la preservación de determina
dos valores que en la próspera Europa y en los países
en desarrollo de Asia y Africa están siendo sacrifica
dos —quizá inconscientemente— a los nuevos dioses
de la producción en masa y del consumo en gran es
cala. Sabemos ahora que ya no podemos considerar
a Europa como una reserva cultural inagotable a la
42
que poder recurrir para avivar y enriquecer nuestra propia vida intelectual y artística. Parece muy posible que en las décadas venideras, en tiempos en que las antiguas sociedades tradicionales se están convirtiendo en sociedades técnicas de masas, nos veamos llamados a asumir el principal papel en la defensa de los valores humanistas, no sólo conservándolos en nuestros grandes museos, bibliotecas y universidades, sino también transformándolos de tal manera que tengan significación contemporánea en vez de mero interés como antigüedad, creando quizá un nuevo humanismo científico del que pueden ya percibirse indicios entre nosotros.
En realidad, al acercarnos al siglo xxi, los Estados Unidos pueden llegar a ser el centro mundial del intelecto y de las artes, como compensación, quizá, de una declinación relativa del poder material absoluto y del prestigio económico. Teniendo en cuenta la vertiginosa "aceleración del ritmo de la historia", dentro de pocas generaciones puede ser Calcuta un gran centro industrial, mientras que en Pittsburgh, con sus altos hornos largo tiempo apagados, quizá se haya desarrollado una pasión por las artes contemplativas. En todo caso, uno de los signos de los tiempos puede verse en el hecho de que rara ' vez nos sentimos obligados a alardear muchos estos días de la altura de nuestros rascacielos o, en general, de la magnitud o la novedad de nuestras cosas. Dejamos eso a los habi-
43
tantes de Duesseldorf y Milán y a los rusos, ya que
para ellos constituye un placer nuevo.
Traducido del Foreign Service Journal. J 1963, The Foreign Service Journal, Washington, D.C.
I ^ =̂a
44
La escultura al mediar el siglo
Por Tienry R. Hope
EL desarrollo de la escultura moderna en Estados
Unidos durante los años recientes ha sido pro-
lífico no solamente en la calidad de la obra
realizada, sino en cuanto al crecimiento del interés
del público, como las exposiciones, las compras para
colecciones públicas y particulares, los artículos en
diarios y revistas y las monografías debidas a críti
cos de primera fila han puesto en manifiesto. Por
ejemplo, durante los últimos años parte de las me
jores esculturas contemporáneas norteamericanas han
sido encargadas para edificios religiosos, bancos, ofi
cinas y mercados urbanos. El reducto único contra
la tendencia lo encontramos en los encargos oficiales
para edificos públicos y monumentos, aunque la ma
yor parte de las personas que forman parte del Go-
Henry R. Hope es jefe del Departamento de Bellas Artes de la Universidad de Indiana, director del College Art Journal y delegado de arte de la Comisión Nacional de Estados Unidos en la UNESCO.
45
bierno, como el mundo artístico y el público educado,
en general, han visto complacidos y han estimulado la
nueva actividad creadora en las artes plásticas.
La escultura moderna se encuentra en un estado
de revolución no contra la sociedad, afortunadamen
te, sino contra su propio pasado. Como la revolución
de los pintores contra la ilusión de la tercera dimen
sión, el arte escultórico, que en tiempos pasados estuvo
más o menos limitado por las imágenes monolíticas de
las figuras animadas, se ha emancipado de su tradi
ción. Se ha descubierto a sí mismo como el arte de
la materia, situada en el espacio y visible merced
a la luz. Incluso ha invadido el territorio del pintor.
Uno de los profetas más expresivos de la escuela de
pintura de Nueva York cree que la nueva escultura
tiene aún más posibilidades de expresarse que la pin
tura, porque está relacionada con la materia física
en el espacio. "El cuerpo humano —dice— ya no es
postulado como el agente del espacio, en la pintura
o en la escultura. Hoy es sólo los ojos, y la vista tiene
mayor libertad de movimiento y de invención dentro
de tres dimensiones que de dos." Además, dado que
permanece inexorablemente ligada a la tercera dimen
sión, la escultura es, inherentemente, menos ilusoria
que la pintura.
Aunque la tendencia general de la nueva escultura
es hacia lo abstracto, lo concreto no queda excluido
de ninguna manera, y representa, de hecho, un papel
46
importante en muchas obras recientes, pero la idea del
arte como espejo de la naturaleza ha perdido su vi
gencia casi por completo entre los artistas contempo
ráneos. Mucho de las obras nuevas está estrecha
mente relacionado con la vanguardia del arte pic
tórico. Por ejemplo, la escultura soldada se asemeja
con frecuencia a la pintura abstracta expresionista.
Sus asuntos dan la idea de acción, rara vez son apa
cibles y nunca son elegantes. El metal cortado es
agrio y nada pulido, como una tela pintada. Sus su
perficies pueden estar goteadas, o corroídas, o man
chadas por el ácido. Con frecuencia busca solamente
un efecto lineal, dibujar en el espacio limitándose
francamente a las dos dimensiones. No obstante, la
sensibilidad modernista acepta esta extensión del al
cance de la escultura como si se diese cuenta de las
posibilidades que ofrece. Aunque la tendencia domi
nante es hacia el expresionismo abstracto, hay escul
tores cuyo trabajo pudiera ser definido como cons-
tructivista o surrealista, o puramente abstracto, si estos
términos se toman como indicaciones no concretas de
énfasis. Y aunque durante el pasado año, tal vez du
rante los dos últimos, se han observado indicios de
un retorno a la imagen humana, tanto en la pintura
como en la escultura, si descontamos los atributos fí
sicos identificables, esta nueva imagen no se asemeja
en absoluto al tipo idealizado apolíneo-hercúleo del
musculado héroe neoclásico que solía aparecer en los
47
monumentos públicos de todo el mundo y a ambos
lados del Telón de Acero.
Hasta tiempos recientes, la nueva escultura tendió
a abandonar la piedra, el yeso y el bronce en favor
de materiales como el hierro forjado, el acero inoxi
dable, el plomo laminado y las aleaciones de cobre
y latón. Muchas de las obras mejores fueron plasma
das en metal trabajado usando los métodos y las he
rramientas del herrero y de los soldadores industria
les. Estas técnicas han producido una gran riqueza de
formas expresivas plenas de nuevo significado. Han
sido desarrolladas por artistas como David Smith,
Seymour Lipton, Theodore Roszak, Herbert Ferber,
David Hare e Ibran Lassaw, todos ellos conocidos
en Estados Unidos. En fecha reciente, Richard Stan-
kiewicz ha ejecutado esculturas con trozos de maqui
naria averiada y mohosa, tuberías, depósitos, ruedas
dentadas, para formar esculturas posdadaistas con un
contenido evidente de referencias simbólicas a la edad
de la máquina.
El esculpido en piedra, con algunas excepciones
importantes como la obra de James Rosati e Isamu
Noguchi, se emplea poco en la actualidad, quizá por
que este método de trabajar, largo y laborioso, se
ajusta mal a la obra nerviosamente expresiva o al
impulso repentino tan característicos de los artistas
del día. El modelado en yeso, el más dúctil de todos
los métodos, también estuvo pasado de moda hasta
48
fecha muy reciente, posiblemente porque se le juzgó
demasiado fácil, o harto reminiscente de la moribun
da tradición de la escultura representativa. Con yeso
o con cera, materiales perecederos ambos, se suscita
el problema de la fundición en bronce. No solamente
precisa ésta la ayuda del técnico de fundición, con
lo que se arriesga que se pierda el toque personal del
artista, a lo que hay que añadir que el tiempo nece
sario para esta clase de trabajo y su costo son muy
considerables.
No obstante, existe un pequeño grupo de modela
dores y fundidores contemporáneos, que al parecer
tiende a ser más numeroso, y es posible encontrar en
él a varios escultores de mérito. Encabezaría la lista
Jacques Lipchitz, que es, sin duda alguna, uno de los
grandes artistas del siglo y lleva viviendo en Estados
Unidos casi veinte años. Aunque su obra fue retra
sada por el desastre del. incendio de su estudio de
Nueva York en 1952, ha acabado desde entonces dos
grupos monumentales: Notre Dame de Liesse, para
la pequeña iglesia de Assy, en los Alpes franceses,
y un gran grupo alegórico de la ciencia y la indus
tria para Fairmont Park, en Filadèlfia. Otro escultor,
de más edad, que está trabajando con los materiales
tradicionales, es Reuben Nakian, que ha terminado
recientemente una gran figura yacente, The Emperor's
Bedchamber, una odalisca concebida en estilo barroco
de sueltas líneas. David Hare, Que se ha citado entre
49
los soldadores, continúa también empleando la fun
dición, utilizando moldes de arena y de goma para
conservar la flexibilidad de sus obras. Una obra re
ciente muy importante es su relieve monumental en
bronce, compuesto por inmensas figuras abstractas
contra un fondo de tres grandes paneles en la entrada
de una casa de oficinas en Nueva York.
La madera, material más fácil de trabajar que la
piedra, ha sido elegida por varios escultores contem
poráneos. Las figuras de madera de Brancusi, po
derosas e impresionantes, muy admiradas en los Es
tados Unidos, figuran entre las expuestas en la co
lección del Museo Guggenheim y han inducido a va
rios artistas más jóvenes a trabajar en madera. Uno
de los más destacados es Gabriel Kohn. También han
tallado obras excelentes Israel Levitan y George Su-
garman. Cierto número de mujeres escultoras vienen
trabajando también en madera. Por ejemplo, Louise
Nevelson ha realizado construcciones muy notables
en madera, frecuentemente pintadas o en negro in
tenso o en blanco puro. Su Sky Cathedral, de 1958,
de una altura de 3,35 metros y de 3,05 de ancho, es
singularmente impresionante. Hay algunos escultores
que insisten en las abstracciones puras, en formas
que han de ser vistas exclusivamente como formas.
Aunque el ideal "purista" es imposible de conseguir,
no obstante, la escultura norteamericana ha resultado
enriquecida por sus esfuerzos. Los dos hermanos Gabo
50
y Pevsner, que crearon el "constructivismo", han ejercido una influencia importante sobre la escultura en Norteamérica. Gabo emigró a los Estados Unidos en 1946 y sus obras son muy conocidas allí. El fallecido Moholy-Nagy, que fundó la New Bauhaus School, de Chicago, en 1937, dejó muchos discípulos con sus "moduladores espaciales" creados en material plástico transparente. Y entre los "puristas" indígenas, viene a las mientes José de Rivera, nacido en Louisiana, cuyas composiciones curvilíneas en acero inoxidable transforman las frías formas mecánicas de los diseños industriales en vibrantes ritmos. Isamu Noguchi, un californiano, japonés de raza, ha logrado composiciones de notable elegancia con losas de piedra pulida, y después de una reciente visita a Japón ha demostrado más convincentemente su dominio de la sutil composición espacial de sus antecesores.
Debiera resultar evidente, incluso por este apresurado examen, que el arte de la escultura en la Norteamérica contemporánea está muy lejos de encontrarse en la agonía. Y resulta además patente que está muy alejado de la tradición grecorromana y renacentista del monolito esculpido y del refinamiento de los detalles. Aunque, por otro lado, algunas de las obras no están a gran distancia de la escultura primitiva africana y de la América anterior a Colón, puede advertirse que el escultor contemporáneo, como sus colegas pintores, ha buscado una nueva identidad en
51
términos de los materiales y las tendencias de nuestra
época.
Aunque este movimiento es a la vez una parte esen
cial de la cultura de los Estados Unidos y un reflejo
de tendencias internacionales más amplias en el si
glo xx, resulta sorprendente algunas veces encontrar
lo desarrollado de manera tan extensa. En fecha tan
reciente como el fin del siglo pasado, la escultura •—si
exceptuamos a Rodin— había quedado rezagada en
relación con la pintura de caballete como método de
expresión. Nada en el arte plástico era ni remotamen
te comparable con los brillantes pintores del impre
sionismo y el posimpresionismo. Rodin vitalizó nueva
mente la escultura con el uso de las superficies, la
tensión de las actitudes y el empleo impresionista de
la luz. Su genio engendró un renacimiento que per
duró hasta bien entrado el nuevo siglo, captando adep
tos tan brillantes como Bourdelle, Maillol, Despiau,
Lehmbruck, Brancusi el joven y los pintores esculto
res-pintores Matisse y Picasso. Después que el cubis
mo y el arte primitivo africano mostraron el camino,
se inició el desarrollo de una escultura completamente
nueva justo antes de la primera guerra mundial.
Mas hubo de pasar bastante tiempo antes que estas
nuevas formas esculturales fueran vistas en los Es
tados Unidos. No fue hasta 1913, año recordado prin
cipalmente por las sensacionales exposiciones de pin
tura moderna, desde Cezanne al futurismo, cuando la
52
escultura de Maillol, Joseph Bernard, Bourdelle (el
defensor de la talla directa), Brancusi y Lehmbruck
fue presentada al público norteamericano y especial
mente a los jóvenes artistas de los Estados Unidos.
La guerra de 1914 retrasó el efecto que esto pudo
haber tenido sobre el arte norteamericano, pero a
poco del armisticio, dos jóvenes escultores norteame
ricanos —William Zorach y Robert Laurent— co-
menzaron a exponer figuras ligeramente modernistas
talladas o esculpidas directamente sobre madera o
piedra. Mas incluso estos innovadores mozos no pa
recían haberse emancipado de manera suficiente para
comprender todo el significado de las nuevas tenden
cias y su radicalismo, pues sus estilos permanecieron
más cercanos a los de Maillol y Lehmbruck que próxi
mos al cubismo.
Al llegar la década de 1920, el escultor más des
tacado de los Estados Unidos era Gaston Lachaise,
que había venido de Francia en 1906, y comenzaba
en aquella sazón a exponer su obra luego de un pro
longado aprendizaje. Muchos críticos admiran aún sus
bronces y sus figuras de mujer, modeladas con gran
des masas, de pecho hinchado y superficies de tan
matizada sinuosidad que las figuras colosales parecen
estar flotando en el aire.
Otro escultor de aquellos años, quizá más importan
te todavía, fue John B. Flannagan, cuyas pequeñas
esculturas de animales, la mayor parte de ellas escul-
53
pidas en piedra basta, representaban asuntos tales como una serpiente enroscada, un gran saltamontes o un polluelo al salir del huevo. Las obras de Flannagan tienen calidades atrevidas y primitivas que recuerdan el antiguo arte escultórico en piedra de los mejicanos y conjuran el misterio de lo por venir. Aunque su obra nunca fue muy conocida en el extranjero, Flannagan fue un romántico y un visionario y sus teorías de la escultura no resultarían hoy en absoluto anacrónicas.
Muchos fueron los artistas norteamericanos que se trasladaron a Europa durante esta década de 1920. Entre ellos, el joven Alexander Calder. En el París de 1927 a 1930, Caldér fue muy admirado por los artistas de Montparnasse, debido a sus circos mecánicos de juguete y a sus caricaturas hechas con alambre. Calder se sintió atraído fuertemente por la obra de Arp y de Léger y encontró especial inspiración en Mondrian y en Miró. Recordando su primera visita al estudio de Mondrian, Calder habla de su admiración por las limpias zonas geométricas y por sus colores simples y primarios. "¡Mas qué admirable —exclamaba— si todo aquello se moviera!" Partiendo del ejemplo de la pintura de Mondrian y de las formas libres de Miró, Calder acabaría por desarrollar sus primeras construcciones, de las cuales saldrían sus móviles y sus estables. Su "vocabulario" de discos planos, pintados en rojo o en negro y suspendidos en el
54
aire para que oscilasen con suaves movimientos fue
pronto reconocido como una nueva clase arte. Los
móviles de Calder se reconocieron en todas partes
como norteamericanos de manera característica —aca
so debido a su especial combinación de mecanización,
humor e ironía sintetizados en una expresión lírica
de movimiento que les daba una naturaleza única.
Con Calder la escultura norteamericana alcanzó la
mayoría de edad en el período moderno. No obstante,
tanto en forma como en contenido, sus obras difícil
mente podrían ser más distintas de las construcciones
de metal soldado de la generación actual. Tanto las
unas como las otras deben, sin embargo, su origen
a las manifestaciones artísticas del París de las dé
cadas de 1920 y 1930.
Desde muchos puntos de vista aquél fue uno de
los períodos más importantes de la escultura norte
americana. Brancusi, al reducir la figura humana o
de animales a los elementos básicos del cilindro y la
esfera, señaló el camino del purismo geométrico que
luego fue elaborado por Arp y continuado en los Es
tados Unidos por Rivera, y sus atrevidas tallas en
madera han inspirado posteriormente a otros escul
tores norteamericanos. Lipchitz, después de un breve
período de hacer bustos de retrato en la década de
1920, regresó al redil cubista y comenzó a hacer ex
perimentos con pequeños bronces modelados en cera
de acuerdo con una técnica casi olvidada, que presen-
55
taban un aspecto tan lineal y airoso que el autor
las llamó "transparencias". Esto señala el comienzo
del interés por la escultura de "forma abierta" que
se ha desarrollado tan extensamente en la Norteamé
rica contemporánea.
Otro movimiento que tuvo enorme influencia sóbre
los artistas norteamericanos es el surrealismo y su
sucesor inmediato, el dadaísmo. Del dadaísmo vino
la reunión irracional de objetos extraños y vulgares
—paraguas y máquinas de coser, extintores de incen
dios y equipo fontanero— en una violenta campaña
contra el absolutismo de la respetabilidad académica
sobre las artes. Ello llevó a los "objetos encontrados"
en escultura y animó a los poetas y a los artistas a
revelar nuevas medidas de fantasía e imaginación.
La contribución de los surrealistas fue en parte do
cumental, ya que la codificación de sus aspiraciones
resultó en abundancia de publicaciones.
El surrealismo sigue inspirando la imaginación de
muchos artistas norteamericanos jóvenes. En el te
rreno de la escultura surrealista la obra de tres hom
bres reviste importancia singular para el desarrollo
norteamericano : Giacometti, Picasso y González. Las
obras surrealistas de Giacometti, tales como The Pa
lace at Four A. M. y la espeluznante Slaughtered Wo
man fueron fuertes ejemplos para Hare, Roszak y
otros norteamericanos jóvenes, en tanto que la in
fluencia de Picasso alcanza todo el período, tanto en
56
escultura como en pintura. González, un artista en
metales de las artes decorativas, que contribuyó a plas
mar las composiciones angulares de Picasso en hierro
soldado, parece que no sólo comprendió inmediata
mente el violento simbolismo surrealista de las inven
ciones de Picasso, sino que su propia obra de la dé
cada de 1930 lleva el marchamo del genio.
Las dificultades económicas sin precedentes de la
década de 1930 tuvieron un profundo efecto sobre el
arte y los artistas norteamericanos, como sobre toda
la estructura y la moral de la vida en los Estados
Unidos. La preocupación por los asuntos nacionales
absorbió de tal manera la atención que muchos diri
gentes prefirieron olvidar los problemas del resto del
mundo. Fue aquél un período de aislamiento, de la doc
trina "Estados Unidos antes que nada". Sus efectos
sobre las artes visuales resultaron más pronunciados
en el terreno de la pintura, pero también fueron per
ceptibles en el de la escultura. Cierto número de en
cargos de escultura fueron hechos por el Gobierno
federal, pero se consiguió con ellos bien poco para el
patrimonio artístico de la nación. Fue un período de
esculpir en piedra modelos plasmados en yeso, gene
ralmente de figuras colosales, de tobillos deformes, de
pioneros tocados de grandes sombreros fraternizando
con obreros en traje de faena que contemplaban con
juntamente figuras alegóricas de la paz, la justicia
y las artes. Resulta no poco irónico observar que el
57
apoyo del Gobierno a esta clase de escultura continua
ría hasta la época actual.
A pesar de las opiniones favorecedoras del aisla
miento y de la importancia de lo local que prevale
cieron en aquellos tiempos, un número considerable
de artistas norteamericanos continuaron estudiando la
escena internacional, según se desarrollaba en París
y en otras capitales. El cubismo, el constructivismo, el
surrealismo y el expresionismo tuvieron un papel
importante en la obra de los artistas norteamericanos
que resistieron las tendencias prevalentes en la déca
da de 1930 hacia un realismo social y persistieron en
buscar nuevas directrices. Durante los años de la se
gunda guerra mundial este fermento continuó y au
mentó debido a la presencia en Nueva York de va
rios artistas europeos de señalada importancia: Lip-
chitz, Léger, Masson, Ernst y otros. Después de aca
bada la guerra, las artes florecieron en Estados Uni
dos con inusitado celo, alcanzando una nueva madu
rez y confianza en sí mismas. La escuela de pintura
de Nueva York, bajo la dirección de Gorky, Pollock
y de Kooning, marchaba en vanguardia, pero sus fi
las pronto se vieron engrosadas por la llegada de los
escultores, y hoy, al cabo de quince años, continúa
floreciendo y creciendo.
No cabe dudar que la escuela de pintura de Nueva
York ha desarrollado características perceptibles que
son tan nacionales como vigorosas. El mismo juicio
58
pudiera probablemente ser aplicado a los escultores, mas todos ellos han reconocido su deuda al arte moderno de otros países, o, resumiendo, a la mezcla de características nacionales e internacionales incluidas en el arte norteamericano contemporáneo.
59
Alexander Colder Ballena amarilla
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David Smith Pelea de gallos
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Escultura con cuernos
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Ibram Lassaw Rectángulos en intersección
Robert Laurent Europa
Seymour Lipton Huso terrestre
David Hare Pájaro asustado
José de Ribera Amarillo-Negro
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Theodore J. Roszak Invocación
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William Zorach Devoción
Viabilidad económica de América Latina
Por Víctor £,. lArcjuidi
LA ECONOMIA LATINOAMERICANA se está modificando en muchos sentidos y, sin embar
go, es frecuente oir decir, o leer, los mismos
lugares comunes de hace veinte o treinta años, acerca
de la estructura económica de América Latina, de las
relaciones económicas con el mundo exterior —sea
con los mercados, sea con las fuentes de recursos fi
nancieros—, de los fenómenos monetarios, de la in
tervención del Estado en la economía, etc. Pero todo
esto ha cambiado y sigue transformándose. Y el mun
do exterior —obvio es decirlo— también ha variado
y continuará siendo cada vez más distinto a lo que
era antes.,.
Víctor L. UrquidH, economista mejicano que trabajó con el Banco Internacional, es autor del libro Viabilidad económica de América Latina, de cuyo libro este articulo resume las tesis. Es además autor de Trayectoria del mercado común latinoamericano.
60
Por vía de introducción, y contrariando una ten
dencia que se observa a últimas fechas, conviene in
sistir en la necesidad de considerar a América Latina
—a las veinte repúblicas que la componen— como
un conjunto. Cierto es que la diversidad entre los
países es muy grande y que es fácil tratar de restarle
validez a una afirmación general con sólo aseverar
que no es aplicable a tal o cual país. Pero el que las
distintas regiones de una nación presenten caracterís
ticas muy diferentes no impide estimar que haya
rasgos, tendencias o fenómenos de índole racional,
representativos del conjunto. Así en América Latina
hay hechos y características que representan al con
junto, por más que existan excepciones. Poner siem
pre de relieve las excepciones —sobre todo cuando
son favorables y, aún más, atañen al país propio—
tiende a desviar la atención, aun a crear falsas im
presiones. El fenómeno predominante —nos agrade
o no— es el característico y el que, generalmente, por
su solo volumen exige la mayor atención. Necesita
mos revalorizar el concepto de una América Latina,
una economía latinoamericana, no varias, si hemos de
atinar a hallar las soluciones que nos lleven a todos
al progreso firme. Estas consideraciones son aún más
importantes si se piensa en América Latina frente al
resto del mundo. La solidaridad latinoamericana, en
economía como en otros aspectos, no puede admitir
calificativos...
61
£ ¡ L 87 POR CIENTO DEL PRODUCTO BRUTO in
terno de América Latina se origina hoy en sólo seis
países: el 30 por 100 en Brasil, el 18 por 100
en Argentina —estos dos dan casi la mitad—, el 15
por 100 en México, el 11 por 100 en Venezuela,
el 7 por 100 en Colombia y el 4 por 100 en Chile.
Dichos seis países cuentan con el 76 por 100 de la
población. Los 14 países restantes contribuyen con
el 13 por 100 del producto y tienen el 24 por 100
del número total de habitantes. En consecuencia, lo
que ocurra en cualquier año en las economías de los
seis primeros determina, típicamente, el estado que
guarda la economía latinoamericana y su tendencia.
De allí que sea muy importante, para quien desee
interpretar los fenómenos económicos latinoamerica
nos, conocer la estructura y otros aspectos de esos
seis países, y en particular de Brasil, la Argentina
y México. Un mal año agrícola en la Argentina, una
huelga minera en Chile o petrolera en Venezuela, una
pausa en el desarrollo industrial del Brasil o de Méxi
co, una baja de los precios del café de Colombia y
Brasil, pueden influir poderosamente en la caracteri
zación de la situación económica latinoamericana, así
como la pueden determinar favorablemente los fe
nómenos contrarios. Las tendencias generales a lar
go plazo son, del mismo modo, en gran parte función
del desarrollo de esos países. El crecimiento indus-
62
trial relativamente rápido de México y Brasil da la
pauta del fenómeno de industrialización reciente de
América Latina. El escaso progreso de la agricultura
en general está fuertemente influido por la situación
de estancamiento de Argentina, Brasil y Chile...
Del producto bruto total de América Latina —y
recordando siempre el peso de los seis países cita
dos—, un 20 por 100 proviene de la actividad agro
pecuaria, el 24 por 100 de la producción industrial,
el 6 por 100 de la extracción minera y petrolera, el
3 por 100 de la construcción y el 47 por 100 res
tante de los servicios de transporte, comerciales, fi
nancieros, gubernamentales y otros. Si se relacionan
estas cifras con la distribución de la población eco
nómicamente activa, se aprecia que la actividad me
nos productiva por persona ocupada es la agrope
cuaria: el 50 por 100 de la población activa ge
nera el 20 por 100 del producto. La construcción,
que no es una actividad muy productiva, lo es cerca
del doble que la agropecuaria. El producto por per
sona ocupada en la industria es 3,8 veces el obte
nido en la agricultura, y el producto en la extracción
minera y petrolera es 15 veces el agropecuario y
casi cuatro veces el industrial. Se citan estos datos,
que son aproximados, a fin de hacer ver hasta qué
punto la agricultura latinoamericana, de la que vive
más de la mitad de la población, es poco productiva
en relación con otras actividades —afirmación que
63
a algunos países es aplicable con más intensidad que
a otros, entre ellos Brasil y México—. En estos da
tos ' se tiene un primer indicio de que, independien
temente de lo que progrese la producción industrial,
en general y por obrero ocupado, es preciso aumen
tar la productividad agrícola para reducir su dispa
ridad respecto a las otras actividades; una elevación rá
pida de la productividad agrícola afectaría favora
blemente el producto bruto total de América Latina
y permitiría hacer subir en forma sensible el nivel
de vida de las mayorías...
L A TASA MEDIA ANUAL DE CRECIMIEN
TO del producto bruto latinoamericano entre 1951
y 1960 fue de 4,5 por 100. Comparada con el au
mento de la población de 2,5 por 100 al año, se
aprecia que el producto por habitante se elevó, en pro
medio, 1,95 por 100 anualmente. Pero mientras el
ritmo de crecimiento del producto por habitante fue
de 2,1 por 100 anual entre 1950 y 1955, de 1955 a
1960 se redujo a 1,7 por 100. Últimamente, como
puede verse, el desarrollo ha sido más lento. La ex
plicación reside en gran parte en el crecimiento poco
veloz de la producción agropecuaria. Mientras ésta au
mentó apenas 42 por 100 en el período 1951-1960,
la industrial se elevó 97 por 100. La tasa media anual
64
de esta última fue de 7 por 100, mientras que la del producto agrícola fue de 3,6 por 100...
De todo lo anterior se desprende que el crecimiento económico de América Latina, además de relativamente poco intenso, ha sido bastante disparejo. La industrialización, ciertamente importante, se ha concentrado en cinco o seis de los países más poblados y no ha sido uniforme. Los países que acusan expansión industrial considerable no han logrado que su agricultura crezca al mismo ritmo, y ésta en general, en el conjunto de América Latina, ha carecido de suficiente impulso, y no se ha modernizado sino en pequeña parte. La minería y el petróleo también han sido actividades muy concentradas en algunos países y su crecimiento no ha influido mucho en la situación global latinoamericana; además, han estado sujetos en grado sumo a fluctuaciones de los mercados internacionales, como también lo están algunos productos agrícolas.
No parece, sin embargo, que el cuadro de conjunto deba inducir a ningún pesimismo, porque el cambio estructural hacia la industrialización es irreversible y lleva, crecientemente, a nuevas expansiones industriales que crean demanda de productos primarios, directa e indirectamente. Además, la contraparte de este cambio estructural que se requiere —la mayor flexibilidad de la producción agropecuaria— no es imposible de realizar si se proponen y llevan
65
a efecto políticas congruentes, para las cuales los ele
mentos técnicos y sociales son ya bien conocidos...
Si por problema económico se entiende el de ha
cer posible una mayor producción con el mínimo de
recursos, la experiencia latinoamericana de los últi
mos diez años ha dado abundantes muestras de que
es factible un progreso considerable, y ha demostra
do también la necesidad de que el crecimiento sea
general y no limitado a unos cuantos sectores: el
atraso agropecuario podrá explicarse, pero no jus
tificarse. Mas no basta producir sin crear la capaci
dad de consumo necesaria. Este reverso de la meda
lla es mucho menos congruente con el progreso de
la producción...
L A F A L T A D E A M P L I T U D D E L O S M E R C A
D O S en América Latina no es sólo física, sino de ca
rácter económico y social. Una población ya consi
derable y de rápido crecimiento no ejerce una de
manda intensa que haga justificar nuevas y mayo
res expansiones productivas, porque una masa enor
me de asa población, tal vez más de la mitad, es decir,
unos 105 millones de habitantes, vive escasamente
en condiciones de subsistencia y sin poder benefi
ciarse de los adelantos que las fábricas modernas ha
cen posible introducir. Casi no hay un país en donde las
desigualdades de ingreso, debidas a la forma de dis-
66
trihucïón de la riqueza territorial, a la concentración
de las industrias en pocas manos, al crecimiento ur
bano, a la falta de políticas impositivas adecuadas y
al atraso social, no sean muy acentuadas: una gran
proporción de la población recibe apenas una peque
ña fracción del ingreso, y una parte muy apreciable
de éste constituye poder de compra de sólo una pe
queña minoría. Los países que son excepción a una
distribución del ingreso de este tipo son demasiado
pequeños para variar la caracterización general. Em
pieza a reconocerse hoy en día que la distribución
tan desigual del ingreso es no sólo un problema so
cial, sino uno de tipo económico que afecta la posibi
lidad de acelerar el desarrollo. En la solución que se
dé a este problema está quizá la clave del porvenir
económico de América Latina...
Mientras el progreso económico latinoamericano no
signifique beneficios sustanciales de ingreso para la
mayoría constituida por trabajadores agrícolas y obre
ros industriales, es difícil imaginar cómo podrá au-
togenerarse el crecimiento durante un período largo...
Lo que en verdad debería preocupar a los que hoy
estudian los aspectos externos del crecimiento de la
economía en América Latina, no es que se encuen
tre demasiado sujeta a las demás —siempre estará
ligada a éstas- -, sino el que los países de mayor
nivel de vida y productividad lleguen a abastecerse
a sí mismos y a dejar de adquirir productos latino-
67
americanos o a comprarlos a ritmo muy lento. El día
en que los más avanzados no necesiten comprar ma
terias primas y productos alimenticios latinoamerica
nos cesará la "dependencia", pero también perderá
su impulso el desarrollo...
No quiere decir lo anterior que América Latina
esté condenada a vivir en un sistema de simple inter
cambio de productos primarios por manufacturas. Su
propia estructura productiva está cambiando y segui
rá transformándose, como a su vez está variando la
estructura de la demanda de los países más adelanta
dos. Pero tampoco será posible, por largo trecho de
tiempo, acortar de manera apreciable la distancia que
separa el nivel medio de productividad latinoamerica
na del de Europa occidental, Estados Unidos o Cana
dá. Que de esta realidad se deduzca que la política
mundial de desarrollo debería orientarse enfáticamente
a comprimir ese hiato, es otra cosa; mientras exista,
ejercerá influencia en la naturaleza del comercio in
ternacional...
Tampoco quiere decir lo dicho hasta aquí que no
haya habido, o no subsista aún, injusticia y error en
la política de comercio exterior de los países ya in
dustrializados, en cuanto a su trato de los productos
de los menos desarrollados, ni que no haya habido con
fabulaciones, competencias desleales, acción perjudi
cial de los monopolios internacionales, control de los
medios de transporte v otros factores. Pero tras esos
68
acontecimientos está una realidad, itacida de la evolu
ción económica misma. A ella se han añadido elemen
tos originados en la inseguridad política internacional
y otros factores que inducen a tantos países a confiar
en una fuente de abastecimiento nacional antes de des
cansar en suministros lejanos. Ha habido también im
portantes cambios tecnológicos que afectan el uso y el
valor relativos de distintos productos. El proteccionis
mo no responde, evidentemente, a causas puramente
económicas...
l ^ A DEPENDENCIA LATINOAMERICANA —por
comercio y por turismo— respecto al desarrollo eco
nómico de otros países subsistirá sin duda alguna por
tiempo imprevisible. Será recomendable diversificar
la exportación, por productos y por mercados, y en
viar al exterior los productos latinoamericanos en esta
do más elaborado, todo lo cual será ventajoso; pero
ello no variará sustancialmente los términos del pro
blema. Si América Latina desea vender más a países
que hasta ahora no han sido compradores importan
tes, será preciso que estos países crezcan más de prisa
y tengan necesidad de productos latinoamericanos.
Esto es aplicable aun dentro de la propia América
Latina, considerándola como mercado. De ahí la im
portancia de la actual zona de libre comercio y del
futuro mercado común latinoamericano...
69
Es evidente que todo cuanto pueda hacerse para
evitar las fluctuaciones (de precios de las materias
primas) o moderarlas, será beneficioso a la larga para
América Latina. La costumbre de calcular lo que Amé
rica Latina "pierde" cada vez que descienden los pre
cios no parece ser un método analítico útil, puesto que
lo que se "deja de ganar" no es siempre "pérdida" y
un análisis económico tendría que incluir estimaciones
del efecto que el haber mantenido precios anteriores
más altos habría tenido sobre los volúmenes de pro
ducción y exportación. El daño causado por las fluc
tuaciones de los precios de las exportaciones no sólo
se registra cuando éstos bajan, sino también cuando
suben demasiado y provocan trastornos inflacionarios
o crean incentivos a la producción que después no se
justifican. Pero no se niega que la economía latino
americana se fortalecería si los precios fueran menos
oscilantes y para lograrlo se generalizaran los acuerdos
internacionales necesarios.
El desarrollo económico comporta desajustes estruc
turales que hacen inevitable cierto grado de alza de
los precios. Un aumento moderado de los precios se
ría no obstante aceptable a todos los sectores sociales
si su contrapartida fuera un incremento más rápido
del ingreso real, y un grado apreciable de industriali
zación, un mejoramiento sustancial de la producción
agrícola y, en general, una ampliación de las bases pro
ductivas de una nación y una distribución menos des-
70
igual del ingleso. Pero en muchos de los principales paí
ses latinoamericanos, el aumento de los precios no ha
sido moderado ; antes al contrario, ha habido varios ca
sos de inflación aguda, varios otros de inflación sustan
cial y muchos de trastorno monetario externo. Y los ca
sos de inflación aguda no son siempre los de los países
que más se han distinguido por una tasa elevada de
desarrollo...
J ^ A S REFORMAS TRIBUTARIAS, hoy puestas de
relieve nuevamente al encararse los problemas de des
arrollo económico de América Latina con motivo
de la reciente conferencia de Punta del Este, tienen
ya el carácter de inaplazables. Es necesario que se
comprenda que, aparte del efecto que tengan en la
situación financiera de los gobiernos latinoamericanos,
dichas reformas tendrían consecuencias económicas en
teramente favorables al desarrollo (en el supuesto, cla
ro está, de que se mejoraran continuamente los progra
mas de desarrollo). Una economía en desarrollo pue
de soportar una carga tributaria más elevada, de modo
particular a través del impuesto a las utilidades de
las empresas y al impuesto a la renta personal con
solidada. Es evidente que lo que hace progresar a una
economía es el monto y la calidad de sus inversiones
públicas y privadas, no el hecho de que la tributa
ción sea baja; pero si ésta es demasiado reducida, la
71
inversión y los gastos públicos pueden resultar insu
ficientes para impulsar el desarrollo, o, lo que es
igualmente grave, pueden quedar financiados en for
mas míe refuercen el cargo inflacionario de todo Dro-
grama de desarrollo económico y alienten las infla
ciones abiertas como las que aún prevalecen en diver
sos países latinoamericanos.
No es el monto del capital del exterior lo que con
tribuye al desarrollo, sino el destino que se dé a la
suma total de recursos, nacionales e importados, de
que se disponga. Si el capital del exterior se invierte
específicamente en una industria u otra actividad pro
ductiva, pero al mismo tiempo los recursos propios se
despilfarran en actividades no productivas o sencilla
mente se gastan en consumo o se expatrian, la aporta
ción de aquel capital del exterior al desarrollo habrá
sido escasa o nula, aunque estén visibles las fábricas
o las minas en que se invirtió el capital. Por contra,
y yendo al extremo contrario, una suma de capital
del exterior que se empleara, por ejemplo, en importar
alimentos —o sea, bienes de consumo por excelen
cia—, mientras el país destinara una proporción muy
considerable de sus recursos reales propios a inversio
nes productivas, podría considerarse, por paradójico
que parezca, como una aportación muy valiosa al des
arrollo económico...
72
J^)ï SE ACEPTA QUE EL DESARROLLO ECO
NÓMICO NO ES UN FIN, sino un medio de
lograr mejor convivencia humana y mayor bienes
tar, debe admitirse que el progreso de la economía
debe juzgarse por sus resultados sociales. El desarro
llo económico no puede ser una simple acumulación
de capacidad productiva, ni el verdadero nivel de vida
de la población puede medirse en términos de lingotes
de acero producidos o de kilovatios de energía eléc
trica instalados...
Resulta cada vez más patente que el emplear re
cursos en mejoramientos sociales —en educación, en
viviendas, en modificación de las condiciones de te
nencia de la tierra, en salubridad, en seguridad social,
en facilitar la convivencia— no es ya un simple gasto
sin finalidad económica, sino una inversión que ele
va la capacidad de desarrollo de un país y acelera
la consecución de las metas sociales. La inversión
social y la inversión económica son hoy inseparables,
conceptual y prácticamente...
No obstante, sorprende que en muchas partes de
América Latina se hagan esfuerzos todavía muy esca
sos por elevar o modificar las condiciones sociales, o
que se tengan que relegar a muy segundo plano los
programas sociales ante la urgencia aparente de otras
finalidades. Se destinan en su conjunto pocos recur
sos —proporciones menores aún que en otros países
73
de condición similar— a la educación, a la vivienda,
a la aculturación de poblaciones rezagadas, al mejo
ramiento rural, etc. Sobreviven situaciones, prejui
cios, formas de organización, maneras de vivir y
orientaciones colectivas que no hacen honor al idea
rio de progreso y dignidad humana que América La
tina ha proclamado tantas veces en el pasado y que
con frecuencia recomienda a otras regiones del
mundo...
Si las economías latinoamericanas han de avanzar
por el camino de la industrialización, como una de
las formas de llegar más pronto a gozar de niveles
<le vida más elevados en corto tiempo, uno de los
obstáculos sociales que el economista puede vislum
brar es el de la excesiva propensión al individualismo
que prevalece entre la fuerza obrera y entre los em
presarios. Aun cuando desde otros puntos de vista
pueda parecer poco conveniente o agradable, la indus
trialización requiere grandes concentraciones de tra
bajadores dispuestos a aceptar una disciplina colec
tiva, o, como dice Medina Echavarría, "la adapta
ción... del obrero industrial a las condiciones sociales
y psicológicas impuestas por la moderna industria en
sus tres peculiares dimensiones del espacio, el tiempo
y la jerarquía". El crecimiento industrial latinoame
ricano no podrá hacerse a base de pequeños talleres
o de artesanos. Para la adaptación que se requiere no
tiene por qué existir ningún impedimento congénito
74
y esencial, pero sí, en cambio, se necesitaría que la
educación técnica y los programas de formación obre
ra tuvieran, además de la enseñanza de conocimien
tos, una orientación en el sentido señalado...
^ ) 1 SE DESEA ACELERAR EL CRECIMIENTO, ha
de reconocerse también, con plena conciencia, que el
sistema educativo y las formas de organización social
prevalecientes -sindicatos, agrupaciones productivas,
la propia administración pública y otras- - deben crear
elementos dirigentes o gestores, capacitados profesio-
nalmente, en el sector privado como en el público,
para asumir las responsabilidades y tomar las decisio
nes necesarias para el progreso económico. Hasta
ahora ha predominado en la mayoría de los países
latinoamericanos el tipo de "empresario político o de
coyuntura, al amparo de las alternativas del poder",
aunque ya va apareciendo el empresario profesionali
zado, a la par que el "gerente público". Y lo mismo po
dría decirse del dirigente obrero. En estas materias, la
tarea social consiste en impulsar la formación profe
sional de dirigentes y orientarla hacia las actividades
cuyo desenvolvimiento puede esperarse sea más rápi
do o urgente desde el punto de vista de las perspec
tivas del desarrollo económico...
75
£ ¡ L CONCEPTO DE PROPIEDAD que prevalece en
América Latina dista mucho de hacer posible un des
arrollo económico acelerado. Los muy pocos casos en
que la propiedad privada está sujeta a modalidades de
beneficio social o colectivo en América Latina, no ha
cen sino confirmar que el concepto de propiedad que se
ha heredado, y comúnmente aceptado, no contribuye
a poner en juego las fuerzas del progreso que Amé
rica Latina exige para sus habitantes. La concentra
ción de la propiedad particular, sobre todo la agraria,
su uso inadecuado, su no uso en la actividad econó
mica y los efectos sociales y económicos que produce,
constituyen obstáculos primordiales al desarrollo la
tinoamericano. Y no sólo en la agricultura se presenta
este fenómeno, sino en el dominio sobre los recursos
naturales, en el control de las zonas urbanas y en la
propiedad industrial y comercial...
La pobreza de recursos de América Latina no ad
mite que el ejercicio irrestricto del derecho a acumu
lar propiedad privada conduzca a resultados óptimos,
pues el uso que se dé a esa propiedad —si es que
alguno se le da— puede interferir con las necesidades
del desarrollo. En consecuencia, el concepto de la pro
piedad tendrá, tarde o temprano, que ser objeto de
revisión, independientemente de las modalidades de
tenencia de la tierra, las restricciones por utilidad
pública en zonas urbanas y otras...
76
Para acelerar cl desarrollo económico es necesaria
la intervención del Estado, aun en forma más genera
lizada e intensa de lo que se supone requiere la conse
cución del bienestar en un país de #alto nivel de des
arrollo. El desarrollo acelerado requiere la adaptación
de las instituciones e instrumentos de gobierno —in
cluso el abandono de viejos instrumentos y la adop
ción de nuevos— a fin de hacer posible alcanzar con
eficacia los objetivos del crecimiento, es decir, para
hacerlos cumplir, para evitar que sean meras decla
raciones de intención. La adopción de las nuevas
modalidades institucionales y políticas puede tener
distintos resultados económicos y sociales según se
efectúe o no por medios democráticos representativos
de la voluntad popular...
Si en América Latina ha de seguirse apreciando
la libertad política, es necesario que, para acelerar
el desarrollo económico, se logre al mismo tiempo, y
quizá con mayor intensidad, un progreso político de
liberado. El desarrollo político debe ser objeto de
planeación no menos que el económico, y ambos se
complementan. Además de una mayor evolución po
lítica, es requisito el de la reforma de muchas insti
tuciones y métodos de gobierno. Y para algunos paí
ses latinoamericanos será requisito, tarde o temprano,
a causa de su pequeña dimensión, rebasar el concepto
de Estado-nación y, por medio de la cooperación o en
77
formas más absolutas, fundirse en una comunidad económica y tal vez política más amplia...
P A R A PROGRESAR POLITICAMENTE es necesa
rio que se reconozca y acepte que el poder no puede
continuar en manos de grupos minoritarios no identifi
cados con los requisitos de la economía nacional, o su
jeto al veto de estos grupos, sino que tiene (pie transfe
rirse crecientemente a la mayoría, y (pie debe asegurar
se que la voluntad de ésta será respetada y que tendrá
acceso efectivo a los medios de expresión como la
Prensa y otros instrumentos de comunicación, además
de manifestarse a través de los representantes políti
cos elegidos...
Mientras el poder político carezca de verdadera
base popular, o ésta sea imprecisa o no tenga medios
de expresión, será muy difícil acelerar el desarrollo
económico, porque las medidas que deba tomar el
Estado serán objeto de oposición o resistencia por los
grupos plutocráticos —que pueden estar incrustados
en el propio gobierno - sin que los intereses popula
res sepan apoyarlas debidamente. En un sistema en
que falte comunicación entre el gobierno y el pueblo,
en que las imperfecciones electorales impidan la ver
dadera expresión de la voluntad popular, en que no
se eduque al pueblo para el ejercicio democrático y
en que el Estado practique una excesiva ccntraliza-
78
ción de la función ejecutiva, el programa de desarro
llo económico puede fracasar por falta de apoyo ge
neral y por la aguda oposición de los intereses pri
vilegiados que resultarían afectados en su hasta ahora
excesiva libertad de acción...
No bastaría que se tratara de lograr una democra
cia más representativa. Habría que asegurar la pro
tección de los derechos de las minorías y la garantía
de sus medios de expresión. Sería preciso, en especial,
someter la acción del Estado a viligancia y fiscaliza
ción efectivas y establecer diversos medios de con
trolar el abuso del poder.
No es menester esperar (pie primero ocurra el des
arrollo económico para avanzar por estos caminos de
la evolución política democrática. Antes bien, esta úl
tima facilitaría el desarrollo económico y tendría con
secuencias positivas en la productividad general.
]_A ORGANIZACIÓN SINDICAL como forma de
proteger y consolidar los intereses de la clase trabaja
dora está llamada a desempeñar un papel muy impor
tante en el desarrollo económico. Si los frutos del des
arrollo han de compartirse equitativamente, es evidente
que no ha de lograrse por simple señalamiento por el
Estado, sino que las organizaciones obreras debieran
tener conciencia tanto de una repartición adecuada
a través de mayores salarios, prestaciones y otros
79
beneficios, como de la necesidad de participar ple
namente en los asuntos políticos que conciernen al
desarrollo económico y en la formulación de las po
líticas generales de éste. Un movimiento obrero pa
sivo sería un lastre para el desarrollo. Por otro lado,
un movimiento obrero excesivamente agresivo y de
magógico puede hacer peligrar el éxito de un pro
grama de desarrollo económico acelerado. La organi
zación sindical actual en América Latina no responde
todavía a las realidades del desarrollo económico y
sería preciso que, además de ampliarse muy conside
rablemente, y de mejorar sus procedí míenlos de elec
ción interna de sus dirigentes, lleve a cabo, con una
participación activa de sus miembros, una labor de
vigilancia y crítica de la ejecución de los programas
de desarrollo como forma ulterior de mejorar el po
der de compra, la situación social y las perspectivas
de los trabajadores en quienes tendrá que descansar
fundamentalmente la industrialización...
[^AS UNIVERSIDADES, tal vez la mayor deficiencia
que revelan es su falta de integración con la comunidad
a la que sirven. La educación universitaria, si bien debe
admitir plena libertad del espíritu, debiera también
estar más orientada hacia la resolución de los proble
mas futuros de crecimiento de la economía y de
reestructuración social. Hoy, las universidades necesi-
80
tan compenetrarse de la naturaleza de estos proble
mas y recibir la influencia de quienes actúan en la
práctica en su resolución, para poder a su turno con
tribuir más eficazmente a ésta, sea por su propio tra
bajo de investigación, sea por una mejor formación
de los futuros graduados universitarios...
Si el desarrollo económico de América Latina
ha de incorporar crecientes dosis de tecnología in
dustrial moderna como condición para lograr incre
mentos sin paralelo de la productividad, y si se ha
de economizar el recurso latinoamericano más escaso,
que es el capital, es evidente que tendrá que producir
se una verdadera revolución en las actitudes hacia la
investigación científica y técnica, tanto de parte del
capitalismo privado extranjero como de los gobiernos
y la iniciativa privada latinoamericanos —a menos
que América Latina se contente con que la tecnología
le llegue únicamente a través de las empresas subsi
diarias de las industrias extranjeras: una especie de
colonialismo tecnológico...
A M E R I C A LATINA TIENE QUE HACER FREN
TE AL CAPITALISMO EXTRANJERO de diversas
maneras y no en todas puede salir bien librada en fun
ción de sus deseos de un progreso económico rápido.
El precio de aceptar una colaboración intensa del capi
tal extranjero privado puede ser un sometimiento exce-
81
sivo al mismo, a través de su control de_ los recursos
naturales o de su control de la tecnología industrial. La
consecuencia para América Latina no es fácil de preci
sar en el campo puramente económico, pues hay aspec
tos negativos y positivos ; pero en términos políticos, no
cabe duda que sería desfavorable. En cambio, recha
zar totalmente el capital privado exterior sería pri
varse de muchos elementos progresistas, sobre todo en
el campo industrial, y sacrificar posibilidades de au
mentar exportaciones a los mercados mundiales; re
presentaría también excluirse de importantes avenidas
de progreso tecnológico, mientras no se intensifique
extraordinariamente la investigación propia...
Pero el capital privado extranjero no debe recla
mar para sí, en materia tecnológica como en otras,
mejores condiciones que aquellas de las que pueda
disfrutar la iniciativa latinoamericana. Debe, en con
secuencia, compartir sus conocimientos ; y debe adap
tar sus actitudes a las necesidades de los países en
que invierte, y cooperar asumiendo una responsabili
dad no sólo mercantil, sino de participación en las
aspiraciones de desarrollo económico y en la pro
gramación de dicho desarrollo. Mientras no participe,
ni acepte los nuevos conceptos sobre programación,
su actuación en la vida económica nacional será cau
sa de continuas dificultades tanto sociales como polí
ticas. Mientras mantenga un monopolio de la tecno-
82
logia moderna, creará resentimientos cada vez ma
yores...
IJ EBE HABER UN PLAN, en el sentido más general
de este término, y el plan debe traducirse en un con
junto de medidas congruentes entre sí, capaces a su
vez de modificarse para corregir deficiencias o des
viaciones o para lograr resultados mayores...
Es frecuente en América Latina que se hable de
una "política de desarrollo económico" que no cons
tituye sino una aspiración imprecisa de elevación del
nivel de vida - -como si un ejército declarara que
tuviera una "política de vencer al enemigo" en vez
de un plan estratégico y el ordenamiento de los me
dios necesarios para llevarlo al éxito—. Es también
costumbre que se hable de "planes de gobierno" en
que se hace mucho hincapié en las inversiones del
sector público y se considere que su enumeración
constituye un programa de desarrollo económico
—como si un ejército pretendiera ganar una guerra
publicando una lista del material bélico que posee
y del que va a adquirir—. Un programa de desarrollo
económico no puede ser ni la adopción de un objetivo
sin precisar los medios que se van a emplear para
alcanzarlo ni una enumeración desarticulada de ins
trumentos materiales (por más "jerarquizados" que
estén! sin indicación de objetivos...
83
Lo anterior quiere decir que, aun cuando con de
ficiencia, más en unos países que en otros, América
Latina está en posibilidad técnica de efectuar una
programación adecuada del desarrollo desde el punto
de vista macro-económico general y de las interrela-
ciones sectoriales. Cuenta también con un número cre
ciente de economistas y de especialistas en otras ra
mas de las ciencias sociales que tienen adiestramiento
y experiencia en material de programación, y cuyo
trabajo podría ser de gran efectividad si los gobier
nos le asignaran tanta importancia como la que con
ceden, por ejemplo, a un estado mayor militar. La
guerra contra la pobreza y en favor del crecimiento
económico no debería emprenderse sin contar con un
estado mayor económico, y ya hay los elementos para
formarlo, o éstos pueden adiestrarse con ayuda de los
muchos cursos de espeeialización que hoy se impar
ten en la propia América Latina y en otras partes
del mundo...
La tendencia actual en América Latina a conside
rar que basta con programar el sector público cons
tituye por eso un error. La verdad es que la progra
mación debe abarcar también al sector privado; por
lo menos, en una primera etapa, en las industrias más
importantes, sobre todo las industrias como la side
rúrgica y la química, que son la base de gran parte
de las demás...
Debe concluirse que será inmensa la tarea de per-
84
suasion y educación que deberá emprenderse en Amé
rica Latina para incorporar el sector privado a la
programación del desarrollo. Dependerá en mucho de
las cualidades de los propios dirigentes de las acti
vidades industriales, bancadas y comerciales; pero
requerirá de los gobiernos también una actitud razo
nable, en que se combinen la tolerancia con la fir
meza —a menos que se crea poder prescindir del todo
de la iniciativa privada—. Desde el punto de vista
gubernamental, uno de los sectores que evidentemen
te más debe persuadirse de la necesidad de la pro
gramación y plegarse a los objetivos de ésta es el
bancario y financiero. Hoy día, en América Latina,
la Banca y las instituciones financieras privadas en
cuadran sus actividades en políticas monetarias y cre
diticias definidas por el Estado en virtud de proble
mas de corto plazo relativos a la tendencia inflacio
naria o al desequilibrio de la balanza de pagos. La
mayoría de los Bancos centrales, o los organismos que
hacen sus veces, han sido nacionalizados; o sea, que
responden plenamente a la política oficial. Una parte
importante del mercado financiero de los países lati
noamericanos, y una proporción significativa de los
recursos para inversión, se orientan, bajo la influen
cia del Banco central y de los institutos o corpora
ciones de fomento, hacia las necesidades del des
arrollo económico. Empieza por lo tanto a perfi
larse un síntoma que, debidamente reforzado, puede
85
contribuir con eficacia a la programación del desarro
llo por el lado financiero, y que puede influir a su
vez en los aspectos de inversión y de producción.
La iniciativa privada en general tendrá que conven
cerse con el tiempo de que un desarrollo programa
do es la mejor garantía de la supervivencia del siste
ma de economía mixta, pública y privada, que hoy
prevalece en América Latina y que parece responder
a las aspiraciones de los latinoamericanos...
El desarrollo económico y social de toda América
Latina, por razones históricas, por afinidad étnica,
por motivos políticos y por conveniencia económica,
debería verse como un proceso de integración de sus
naciones componentes, un borrar de las fronteras eco
nómicas, culturales y sociales y, tal vez, algún día,
de las políticas. Este es el sueño bolivariano, que hasta
ahora no se ha podido cumplir ni en pequeña escala
morazánica...
L A I N T E G R A C I Ó N D E L A S E C O N O M Í A S L A T I
N O A M E R I C A N A S viene a ser en realidad un requisito
de la política de desarrollo, y uno tan importante como
cualquiera de los de naturaleza puramente interna. Es
de prever que traiga consigo una serie de ventajas adi
ciónalas a las del sólo intercambio de productos y del
ensanchamiento de la base industrial. Será un medio de
dar mayor alcance a la posibilidad de introducir tec-
86
nologías mejoradas y nuevas y de amortizar el costo
de la investigación técnica. Deberá crear en la inicia
tiva privada estímulos mayores a la investigación,
capacidad para coordinar sus esfuerzos y mayor cam
po para la aplicación de nuevas ideas y métodos. Será
una salida lógica para excedentes de producción de
productos primarios que no encuentren en los mer
cados mundiales suficiente oportunidad de colocación,
y contribuirá así a reducir la inestabilidad de los pre
cios. Servirá para hacer mejor uso de muchas de las
inversiones públicas —sobre todo en medios de trans
porte— cuyo período de amortización sea largo. En
pocas palabras, la integración hará más eficaz el des
arrollo económico.
Otro aspecto que merece especial consideración es
el de la relación entre la integración de las economías
latinoamericanas y la programación del desarrollo en
general. Hace ya algún tiempo se viene hablando de
la conveniencia de una programación general de la
economía latinoamericana. Los países más adelanta
dos deberán ayudar, en primer término, a los más
débiles o menos industrializados. Pero, en segundo, la
suma de varios programas nacionales de desarrollo
deberá significar algo más que una cifra total de in
versiones y metas de producción. Deberían existir vin
culaciones entre los programas de unos países y los
de otros, y a medida que se establezcan se habrá
pasado automáticamente a un concepto de integración
87
económica programada para América Latina. Fácil
parece plantearlo; pero es indudable que el proceso
de relacionar la integración con una programación
coordinada será muy lento, largo y complicado. Po
drán abordarse algunos problemas parciales entre dos
paises limítrofes en relación con algún sector eco
nómico de interés común; pero no hay que hacerse
ilusiones sobre una programación económica latino
americana de conjunto, cuando aún no se asienta bien
la idea de hacerlo efectivamente en cada uno de los
países. Puede afirmarse, no obstante, que a medida
que la integración avance con la ayuda de la zona de
libre comercio, empezarán a tocarse aspectos en que
sé verá la conveniencia de cierta coordinación en ra
mas industriales importantes y en otros aspectos, y ya
se advierten síntomas de interés en la industria side
rúrgica, la química y otras...
| _ A "ALIANZA PARA EL PROGRESO"..., según el
punto de vista norteamericano, no sería un simple plan
para paliar los problemas sociales y acentuar los avan
ces económicos, sino una revolución pacífica y positiva
encaminada a transformar la estructura social y eco
nómica de América Latina, y en la que Estados Unidos
y otros países, tales. como los europeos, el Canadá y
el Japón, cooperarían con recursos técnicos y finan
cieros en gran escala, a condición de que los países
88
latinoamericanos emprendieran o intensificaran, según
el caso, programas bien concebidos de verdadero pro
greso y sobre amplias bases...
Fundamental en la Carta de Punta del Este es el
hecho de que la cooperación financiera se vincula a
la ejecución de reformas sociales conjuntamente con
los proyectos de desarrollo económico. El atraso so
cial de grandes partes de América Latina y la falta de
eficacia de muchos de los programas agrarios, educa
tivos y otros, se han reconocido de un modo general
como importantes y graves obstáculos al crecimiento.
Razón tiene Estados Unidos cuando ha observado que
en el pasado la cooperación financiera dada a muchos
países no se ha compaginado con firmes avances eco
nómicos y sociales, y en cambio los países beneficia
dos han puesto a salvo parte de sus propios recursos
financieros, concentrados en manos de una minoría...
Merece señalarse otra característica del plan de
Punta del Este que tiene considerable importancia. No
se aprecia en él ningún aspecto que coarte la liber
tad de acción de un país latinoamericano para rela
cionarse, a través del comercio o de las inversiones,
con los países con los que más le convenga hacerlo.
A diferencia de formulaciones anteriores en que se
concebía una vinculación exclusiva entre América La
tina y Estados Unidos, las condiciones previstas en
Punta del Este abarcan la participación europea, o la
canadiense, o la japonesa o cualquiera otra en el des-
89
arrollo latinoamericano ; además, una parte impor
tante de los recursos provendrá de organismos inter
nacionales. Lo que no parece admitir la Carta de Punta del Este es que un país tenga pleno acceso a
los recursos del plan de Alianza para el Progreso si
adopta un régimen político que no se base en el sis
tema de democracia representativa y si se vincula ex
clusivamente al bloque soviético*..
UE PUEDE ESPERARSE DEL PLAN DE
ALIANZA PARA EL PROGRESO? Más importante
que las cifras mismas dadas a conocer es el plantea
miento hecho y el enfoque de la manera en que Amé
rica Latina puede aprovechar el apoyo y la cooperación
del exterior. El Plan se asemeja al Plan Marshall en el
sentido de que es la garantía de un acceso a fondos del
exterior suficiente para asegurar que el esfuerzo interno
que se emprenda no fracase. Como en el caso de Euro
pa, el éxito del programa dependerá de lo que la misma
América Latina haga. Si prevalece el escepticismo,
si los gobiernos se empeñan en proclamar, como ya
ocurre con algunos, que nada más les queda por ha
cer para ajustarse a las metas de la Alianza, si no
se preparan planes económicos a largo plazo que
constituyan verdaderos programas en lugar de listas
de proyectos, y si no se corrigen deficiencias insti
tucionales, políticas y sociales, que impiden o retra-
¿Q
90
san el desarrollo, no hay programa de cooperación
internacional que pueda tener éxito. En tales condi
ciones, si se fracasa, el fracaso habrá sido latino
americano. Si, en cambio, América Latina se embar
ca en esta nueva etapa de desarrollo y la cooperación
externa resultara insuficiente, por pérdida de conti
nuidad o por nuevo cambio en la orientación de la
política norteamericana, se puede fracasar también,
por factores ajenos a América Latina. El compromi
so, para que se logren los objetivos, tiene que ser
firme y duradero por ambas partes, y la situación
deberá ser susceptible de examinarse periódicamen
te, como está previsto para evitar el desánimo y cual
quier error de orientación...
En la actual etapa del desarrollo latinoamericano,
muchas reformas sociales e institucionales tienen vi
sos de haberse retrasado excesivamente; por otro
lado, los problemas económicos requieren solucio
nes más técnicas, mejor planteadas y bien ejecutadas,
y, sobre todo, integradas en planes de conjunto. Se
está en la situación paradójica de temer adentrarse
en una verdadera programación del desarrollo, sin
reconocer que cuanto más se aplace más radical ten
dría que ser la programación posterior y, por lo
tanto, menos aceptable para la tradición democrática
de América Latina...
Posiblemente, nunca como ahora haya contado
América Latina con una coyuntura externa tan fa-
91
vorable para hacer de sus utopías una realidad —una
realidad bastante imperfecta, pero varias veces me
jor que la actual—. Es inútil pretender que se pue
dan resolver idealmente los problemas. El desarrollo,
con o sin apoyo del exterior, es una tarea ardua y,
por desgracia, de resultados no inmediatos. "El des
arrollo —ha escrito recientemente Raúl Presbich—
tiene que ser obra de nosotros mismos, de nuestra
determinación de introducir cambios fundamentales
en la estructura económica y social..., la política de
cooperación internacional no puede inspirarse en el
propósito de favorecer a grupos privilegiados en nues
tros países, o de preservar el orden de cosas existen
tes, sino (en el) de colaborar con los países latino
americanos para transformar el orden existente a fin
de acelerar el desarrollo económico y asegurar una
creciente participación de las masas populares en los
frutos del desarrollo." La Alianza para el Progreso
está concebida en estos términos y significa, en rea
lidad, el único camino que se le presenta a América
Latina en un régimen de democracia, libertad y dig
nidad de la persona.
(Tomado del libro Viabilidad económica de América Latina, publicado por el Fondo de Cultura Económica, México.)
92
Los estudiantes norteamericanos y el «Resurgimiento Político»
Por K.en»etb K.(niston
LA actitud apolítica de la juventud norteameri
cana resulta no poco sorprendente. Nuestra tra
dición de liberalismo político nos llevó en un
tiempo a creer que la preocupación inteligente por la
política iba con el bienestar público y con la cultura,
mas a pesar de la prosperidad y del nivel de cultura
más alto del mundo, nuestros muchachos y mucha
chas muestran indiferencia abrumadora por el es
tado del país o del mundo. Incluso en una época de
"resurgimiento político" y de "revolución en- el re
cinto universitario", los cálculos más altos de la pro
porción de estudiantes que actúan en política dan un
diez por ciento aproximadamente, y en la mayor
parte de los colegios universitarios el 90, el 95 ó el
99 por ciento de los estudiantes no participan de
Kenneth Keniston es catedrático adjunto de Psiquiatria en la Facultad de Medicina de la Universidad de Harvard.
93
manera activa en ninguna causa u organización que
pudiera llamarse verdaderamente política. En otros
países, tanto en los muy industrializados como en
los que están en proceso de rápido desarrollo, una proporción mucho mayor de muchachas y muchachos
educados participan activamente en la vida política,
discuten los problemas del día y demuestran con
vigor sea aprobación o condena de las tendencias
contemporáneas. En Corea y en Turquía, dos revolu
ciones dirigidas por estudiantes han logrado recien
temente el éxito; en Japón, como en Hispanoamérica
y Africa, las manifestaciones estudiantiles pueden afec
tar la política nacional; e incluso en la industrializa
da Europa la juventud muestra más conciencia y ac
tividad política que en los Estados Unidos. Casi pu
diera parecer como si la riqueza y la cultura tuvie
ran un efecto negativo sobre las actividades políti
cas, al menos en Norteamérica.
Lo que el caso tiene de extraño se acentúa cuando
recordamos la estrecha asociación histórica entre un
rápido cambio social y una juventud políticamente
activa. Es un axioma de la observación histórica que
los cambios sociales profundos y rápidos someten al
individuo a tensiones enormes, que las aspiraciones
de la gente joven caminan con frecuencia, y en reali
dad casi siempre, más aprisa que los hechos sociales
durante semejantes períodos, y que una escena social
94
alterada radicalmente hace imposible cualquier con
tinuidad natural entre las generaciones. Todos estos
factores aumentan la probabilidad de que muchachos
y muchachas traten de cambiar la sociedad para ajus
taría a sus aspiraciones democráticas y frecuentemen
te radicales. Y en este país hemos presenciado du
rante los pasados cien años precisamente la clase de
transformación que en otros lugares ha llevado a la
juventud hacia la política. Comenzando por el rápido
arranque industrial que siguió a la guerra civil, la
sociedad norteamericana ha sufrido y sigue sufrien
do profundas transformaciones, no menos drásticas
por el hecho de que ya no queden reflejadas en los
coeficientes de la producción económica, y no menos
significativas por el hecho de que nos hayamos acos
tumbrado a ellas. Sin embargo, la juventud norte
americana es predominantemente apolítica y lo ha
sido casi sin interrupción desde que la nación fue
fundada.
Explicar de manera completa el punto de vista pre
dominantemente apolítico de la juventud norteame
ricana, así como la participación activa en política
de un reducido grupo en aumento, necesitaría nada
menos que una historia social y psicológica de la na
ción. Aquí solamente me es dado apuntar uno o dos
factores que han representado cierto papel en el des
arrollo de este punto de vista para pasar luego, a la
luz de estos factores, a tratar de calcular el signifi-
95
cado y el porvenir del reciente "resurgimiento" entre
los estudiantes del interés por los asuntos políticos.
Para entender tópico tan corriente como el del "re
surgimiento político" en los recintos universitarios, y
las masas estudiantiles inertes contra las que este
"resurgimiento" está teniendo lugar, hemos de re
trotraernos a la consideración de los factores ya re
motos que distinguen el desarrollo social norteame
ricano del de la mayoría de los demás países. Pues
creo que en ellos reside la clave que nos permitirá
comprender el punto de vista apolítico de la juven
tud de hoy. Para empezar, como muchos comentado
res de la vida norteamericana han observado, Nor
teamérica nunca tuvo un pasado feudal al que sobre
ponerse. Si definimos lo feudal con amplitud para
que incluya no sólo las aristocracias establecidas, sino
las oligarquías propietarias de tierras y minas y los
gobernantes coloniales, veremos que solamente un pu
ñado de antiguas colonias británicas empezaron su
vida como nosotros. En concreto, esto ha significado
que los norteamericanos han carecido desde el prin
cipio de objetivos claros y evidentes para rebelarse.
Los muchachos que se han hecho hombres en este
país durante los pasados 150 años se han encontrado
viviendo ya en una nación en la que eran hechos lo
que siguen siendo lemas revolucionarios en otros lu-
96
gares : igualdad de derecho, igualdad de oportuni
dades, justicia de acuerdo con la ley y así sucesiva
mente. No quiere decirse que estos valores se lleven
siempre a la práctica, pero por lo menos son defen
didos casi universalmente y se reflejan en la práctica
en mayor medida que en muchos otros países. Y así,
generación tras generación de jóvenes norteamerica
nos han alcanzado plenitud racional para descubrirse
viviendo en un mundo "posrevolucionario". Si perdu
raba su falta de contento, su pobreza, sus desventa
jas, no había aristócratas, terratenientes o gobernan
tes coloniales contra quienes rebelarse. En su lugar,
los norteamericanos siempre han advertido que el
obstáculo principal era alguna característica personal
y propia, tal como la ignorancia, la abulia, la mala
suerte o la falta de experiencia, cadenas de que podía
librarse con un esfuerzo, estudiando o, en nuestros
días, mediante la psicoterapia.
Un segundo elemento constante de importancia en
la vida norteamericana es el prejuicio del pensamien
to norteamericano contra toda ideología. Ya Tocque-
ville comentó en los años 1830 que la pasión de los
norteamericanos por las grandes ideas no corría pa
reja con ninguna pasión paralela de traducir estas
ideas en hechos. Y sigue siendo verdad, en general,
que las especulaciones ideológicas en este país han
constituido una especie de juego de los intelectuales,
de cuya posibilidad de aplicación práctica en gran
97
eîcala ellos mismos han dudado frecuentemente. Por
ejemplo, aunque los fundadores de las comunidades
utópicas que salpicaron el país durante los años 1800
estaban descontentos con el "statu quo", no trataron
de cambiar toda la sociedad mediante la revolución
o mediante la actuación en política como hubiesen
quizá tratado de hacer en una nación ideológica tal
como Francia o Alemania. Prefirieron alejarse de la
sociedad más amplia para establecer sus utopías par
ticulares. Los norteamericanos que se han manifes
tado explícitamente en contra de lo establecido rara
vez han tratado de actuar en política en gran escala,
y han preferido retirarse, emigrar o la propia refor
ma ejemplar, ("orno nación no solamente sentimos hos
tilidad contra la aplicación de las grandes ideas al
terreno de la realidad política, sino, lo que es más
importante, rara vez se nos ocurre que las conside
raciones ideológicas (c incluso intelectuales) tengan
gran cosa que ver con el funcionamiento de la vida
política.
Esta desconfianza, característicamente americana,
frente a los grandes esquemas políticos, unida a nues
tros comienzos como nación, ha matizado de manera
especial y acaso única las actitudes de los america
nos acerca de los cambios sociales. De resultas de
esto ha correspondido demostrar su caso a quienes
se mostraban opuestos a las transformaciones econó
micas y sociales de la nación o trataban de dirigirlas.
98
En países con clases establecidas, nobiliarias, cultu
rales, raciales o nacidas de la conquista, parecía muy
natural que los establecidos originalmente, o sus su
cesores de última hora, buscaran dirigir los cambios
del aspecto social de la nación. Y en tales países, los
vestigios de los antiguos órdenes "feudales" han ser
vido frecuentemente como focos de oposición a lo
nuevo, lo moderno, lo por ensayar. Mas en Estados
Unidos, por carecer de tales focos y por desconfiar de
la planificación social, hemos preferido siempre per
mitir que la sociedad se desarrollase por sus "cami
nos naturales", lo que en la práctica ha significado
que las necesidades de una industria en germinación
han solido ser las más atendidas. A este hecho debe
mos parte de nuestras realizaciones industriales y
nuestro elevado nivel de vida, que no podrían ha
berse alcanzado sin un pueblo que estuviera con
vencido de que lo nuevo, lo moderno, lo "último" es
bueno y de que lo antiguo y establecido está "anti
cuado" y "pasado de moda". Concretamente, esto ha
significado que cada nuevo producto, institución, cos
tumbre o incluso valor ha sido afanosamente adopta
do por una nación deseosa de superar su pasado y
de entrar en un porvenir aún más brillante que el
presente. En una palabra, los norteamericanos han
sido y siguen siendo partidarios del cambio y han
considerado obligación suya llevar a cabo todas las
adaptaciones que fueran necesarias para el Progreso.
99
Las cuatro últimas generaciones de norteamerica
nos se han formado en este ambiente invariable de
cambios sociales sin oposición ni dirección y altamen
te apreciados. Y, lo que es más importante aún, su
concepto de sí mismos y de su misión como jóvenes
ha sido determinado por definiciones sociales de la
juventud, que en sus líneas generales estaban en con
sonancia con este marco de cambio social. Esas de
finiciones sociales existen inadvertidas en toda so
ciedad, dictando qué tipos de comportamiento son
legítimos para la juventud, y, si no legítimos, espe
rados, y si no esperados, por lo menos comprendidos
por otros miembros de la sociedad como signos de
protesta, malestar o favor divino. Un muchacho o mu
chacha que vive dentro de los límites de estas defi
niciones es comprensible y previsible para sus com
pañeros y (lo que tiene aún más importancia para
un adolescente) comprensible y "normal" para sí mis
mo ; mientras que quien se aparta de los límites pro
tectores de tales imágenes es calificado de extraño, ex
céntrico o raro (en nuestra sociedad, de "antiameri
cano"), y finalmente comienza a dudar de su propia
normalidad. Para tener validez en el amplio marco
de la sociedad, una imagen de la juventud debe estar
en líneas generales en consonancia con los valores
fundamentales de la sociedad y, además, debe ayudar
al joven a pasar a la edad adulta, resolviendo las
tensiones peculiares de la adolescencia en dicha so-
100
ciedad y fortaleciendo en cada joven la vinculación
a las tareas que le impondrá la madurez.
En una compleja y cambiante sociedad como la
nuestra existen dos definiciones fundamentales de la
juventud, cada una de ellas con muchas subvariantes.
Estas dos imágenes, que denominaré juventud como
aprendizaje para la movilidad social y juventud como
cultura de la juventud, son muy diferentes en la ma
yor parte de sus aspectos. Pero ambas están en ar
monía con los valores norteamericanos relativos al
cambio social; ambas permiten la resolución de al
gunos de los principales problemas creados por el
cambio rápido, y —lo que es más pertinente para nos
otros aquí— ambas desaprueban la actividad políti
ca entre los jóvenes.
Para comprender el papel desempeñado por estas
definiciones de la juventud debemos examinar con
más detalle las direcciones concretas del cambio so
cial en este país a lo largo de los cien años últimos,
aproximadamente. A este respecto hay bastante una
nimidad entre historiadores y sociólogos. Expresado
en términos muy generales, estamos pasando de una
economía de escasez a otra de relativa abundancia,
desde el punto de arranque de la industrialización
rápida a una era de consumo en masa, desde la pro
ducción básica a las industrias de servicios. Socioló-
101
Ricamente, esto ha significado un desplazamiento re
lativo desde la empresa individual a las corporacio
nes burocráticas limitadas por reglamentaciones gu
bernamentales, desde la tosca competencia de la ética
protestante del siglo pasado a la más refinada orien
tación de grupo de la ética social en este siglo; en
e'l aspecto familiar, desde la más autoritaria familia empresarial a la más moderna familia burocrática,
con más espíritu de equipo. Y de suma importancia
para la comprensión de la juventud ha sido el cambio
de carácter social primeramente discutido por Ries-
man, el paso de una organización de carácter basa
do en normas internas de valor personal que llevan
a la realización competitiva, desde esta dirección in
terna al más nuevo carácter dirigido hacia fuera y
basado en la sensibilidad a los sentimientos de otros
y en normas interpersonales de valor.
El apogeo de la antigua sociedad empresarial pa
rece haberse producido en el norte de los Estados
Unidos durante las décadas de rápida industrializa
ción después de la guerra civil; en esos años se pro
dujo la transformación del país, que pasó de ser una
sociedad agraria a ser una sociedad industrial. Es
tas fueron décadas de movilidad social muy rápida,
de fortunas acumuladas rápidamente y rápidamente
perdidas en el siguiente período de pánico ; un tiempo
muy semejante al nuestro, cuando los adultos se en
contraban viviendo en un tipo de sociedad que sus
102
padres ni siquiera habían imaginado y para el cual,
por lo tanto, no habían podido preparar a sus hijos.
Durante períodos equiparables, en Alemania y Japón
surgieron grupos juveniles militantes que se propo
nían efectuar cambios radicales en la organización
social del país; pero en Norteamérica jamás ha habi
do ningún movimiento semejante.
Parte de la explicación de la inactividad de la ju
ventud norteamericana reside indudablemente en los
hechos que ya he mencionado: en Norteamérica
no había un orden feudal, preindustrial que obsta
culizara el progreso o frustrara las aspiraciones de
mocráticas de los jóvenes; pero en Japón y Ale
mania existía ese orden, que frustró los sueños de
la juventud radical. Pero aún más importante, en
mi opinión, fue la existencia en este país de
otra mítica y hasta cierto punto auténtica al
ternativa ofrecida a la juventud en vez de la po
lítica: la movilidad social rápida. Horatio Alger es
probablemente el más conocido expositor de este pun
to de vista. Recuérdese el argumento básico de sus
cuentos: sus héroes eran muchachos pobres y honra
dos que eran protegidos por un hombre rico de más
edad, un hombre que había alcanzado el éxito y la
prosperidad dentro del orden social existente. El jo
ven, en parte por su propio empuje y energía, pero
también con mucha ayuda de su benévolo protector,
se hace cargo finalmente del banco o la compañía,
103
se casa con la encantadora y rica hija dol viejo y
alcanza un éxito estrepitoso. La presencia del viejo
que ayuda es aquí esencial. Horatio Alger da a en
tender que si los padres de uno son modelos inade
cuados, otros actuarán en su lugar. Kn realidad, Ho
ratio Alger, como el lema "de los andrajos a la ri
queza", positivamente insta al joven a abandonar a
sus padres andrajosos y a seguir a otros mayores
más modernos y triunfantes para llegar al nuevo
mundo de la riqueza. La discontinuidad de las ge
neraciones es, naturalmente, uno de los principales
problemas del cambio social rápido, en el sentido de
que los padres rara vez pueden servir de ejemplo a
los hijos; pero aqui se hace de ello una virtud. Se
dice a los jóvenes que el remedio para el descontento
es el duro trabajo dentro del sistema existente, que
premiará al que lo merezca de acuerdo con su labo
riosidad, ambición y honradez.
Aunque probablemente sólo unos pocos jóvenes in
terpretaron literalmente a Horatio Alger, la moraleja
general de sus relatos fue ampliamente aceptada. La
juventud era definida como un aprendizaje para la
edad adulta; la tarea específica de la juventud era
cultivar las muchas virtudes y adquirir las pocas ha
bilidades necesarias para el éxito en el camino as
cendente que había de seguir. Y mientras podía se
guirse creyendo en ella, esta definición de la juven
tud resultaba bastante eficaz. Aconsejaba al joven
104
que reaccionara al descontento trabajando intensa
mente, que abandonara gustoso el pasado por ma
yores bienes futuros y que tomara sus escuelas y cen
tros de enseñanza superior como si se tratara de la
Estación de Ferrocarril de Pensilvània, según frase
de Edgar Fricdenberg. El único problema para un
joven ( aunque no era siempre un pequeño proble
ma) consistía en encontrar la vía apropiada y mante
nerse en ella basta llegar a su destino. La educación
era cuestión, sobre todo, de aprenderse de memoria
el trayecto y los horarios y de emprender lo más
pronto posible el viaje fundamental. Además, mien
tras fueran muchos los jóvenes que creyeran en la
posibilidad y conveniencia de la movilidad ascen
dente y del éxito, esta definición de la juventud ase
guraba a la sociedad una considerable reserva de afa
nosos jóvenes resueltos a abandonar el pasado, a
aprender rápidamente las técnicas de la nueva socie
dad, convencidos de que a ellos mismos les convenía
trabajar mucho, y sostenidos incluso en la pobreza por
fantasías de éxito y suerte y de una mano que les
ayudaría en el porvenir. Y finalmente, al encauzar
el posible descontento e inquietud hacia la lucha para
mejorar dentro del sistema, esta imagen de la juven
tud prevenía eficazmente la actividad política de los
jóvenes.
Pero, como todos sabemos ahora, banqueros ama
bles y dispuestos a ayudar no había bastantes para
105
todos, ni bastantes negocios prósperos de que adue
ñarse, ni bastantes encantadoras hijas de jefes para
casarse con ellas. Y, lo que es más importante, la so
ciedad norteamericana ha cambiado desde los días
de Horatio Alger, de modo que sus puestos más vi
sibles y prestigiosos no son ya los llamativos pala
cios de los presidentes de bancos y capitanes de in
dustria, sino los discretos despachos de acero y cris
tal de vicepresidentes ejecutivos, asesores técnicos,
científicos industriales e incluso, a veces, de un pro
fesor universitario con una subvención del Gobierno.
Cada vez en mayor medida, en nuestra sociedad actual,
las antiguas virtudes "empresariales" de economía y
decisión, valor e iniciativa, ya no bastan ; los nuevos
requisitos para el prestigio son por lo menos un título
universitario, un cierto refinamiento personal, com
petencia técnica especializada, una esposa aceptable y
por lo menos una buena imitación de "auténtico in
terés por el pueblo". Pero también se ha reducido la
intensidad del impulso hacia la consecución del éxito
y el prestigio. En una época de prosperidad de la clase
media ha disminuido la necesidad de escapar a la po
breza y las restricciones del suburbio, de la vida en
el campo o entre los inmigrantes, y las gentes se pre
ocupan más de cómo vivir una vida plena con los bie
nes que ya poseen, e incluso a veces se preguntan si
todo ello valía la pena del esfuerzo realizado. Hora
tio Alger y el lema "de los andrajos a la riqueza" son
106
recuerdo de una época que está desapareciendo rápi
damente; y con ella está desvaneciéndose también la
imagen de la juventud como un aprendizaje para la
movilidad ascendente.
La definición de la juventud, que en muchos lugares
ha sustituido a esta imagen anterior, es más difícil de
precisar, y resulta también más difícil encontrar un
nombre para ella. Sólo puedo darle la incómoda deno
minación de imagen de la juventud como cultura de
la juventud, y tratar luego de aclarar lo que quiero
decir. La cultura de la juventud es el conjunto espe
cial de hábitos, costumbres, papeles y valores de la
juventud considerada como una edad distintiva y apar
te. En muchas sociedades primitivas la juventud no es
considerada de esta manera ; por el contrario, los ado
lescentes son considerados como niños grandes o como
adultos jóvenes, no como miembros de un grupo de
los que se espera —simplemente por ser adolescentes—
que se comporten de una manera distinta del modo de
conducirse tanto los niños como los adultos. Pero en
otras sociedades, especialmente en aquellas como la
nuestra en las que el paso de la infancia a la edad
adulta es difícil, se espera que las personas que se en
cuentran al final de la adolescencia y al comienzo de
la edad adulta se comporten de maneras especiales y
peculiares que son sintomáticas de su edad.
107
En Norteamérica es probablemente más exacto ha
blar de muchas culturas de la juventud y no de una
sola, pues bajo este epígrafe hemos de reunir muchos
fenómenos diferentes: jóvenes de 13 a 19 años, es
tudiantes que sólo se ocupan de lo externo y superfi
cial, jóvenes disidentes, fanáticos del rock-and-roll, de
lincuentes juveniles. Pero, al mismo tiempo, todas estas
culturas distintas tienen ciertos rasgos comunes. Tal-
cott Parsons señala la insistencia en el atractivo físico,
la irresponsabilidad, el interés por los deportes, la hos
tilidad a las cosas adultas; a esta lista añadiría yo
otras características comunes, como, por ejemplo, una
especie de hedonismo del momento, la resistencia a
asumir compromisos a largo plazo, el alto valor dado
a la sensación, la experiencia y la excitación. La des
cripción por F. Scott Fitzgerald, de Princeton, antes y
después de la primera guerra mundial, fue como el
compendio de una versión anterior, "llameante", de la
cultura juvenil. En nuestros días tenemos versiones más
variadas y contrapuestas, que van desde el atracador
hasta el hipersensible Catclier in the Rye, desde el in-
comprendido James Dean hasta el miembro de aso
ciaciones estudiantiles dedicado a la diversión y el
deporte. El grupo particular que más interesa al exa
minar la política entre los estudiantes es lo que po
dría denominarse la "elite de la juventud", es decir,
los muchachos y muchachas educativamente privi
legiados que corresponden, en talento e inteligencia,
108
a los estudiantes políticamente más activos de otras
naciones. Es de este grupo de donde con toda pro
babilidad saldrán los dirigentes del mañana; y estos
muchachos y muchachas suelen servir de modelos
que imitar a otros estudiantes. Aunque esos estu
diantes de "elite" suelen ser más capaces de expre
sión que la mayor parte de sus contemporáneos, a
menudo manifiestan aspiraciones e ideas implíci
tas en otras versiones de la cultura de la juventud, y
un examen de las opiniones más destacadas de los
estudiantes de "elite" puede servir como resumen
también de las perspectivas de otras culturas de la ju
ventud norteamericana.
Una de las características sobresalientes de mu
chos jóvenes de hoy es su evidente falta de interés
profundo por los valores adultos. Gran número de
jóvenes de uno y otro sexo están relativamente ale
jados de los conceptos del mundo de sus padres, des
asociados de las ideas anteriores sobre lo que cons
tituye una vida satisfactoria. A menudo ven el mun
do adulto con bastante falta de entusiasmo, conside
rándolo frío, mecánico, impersonal y superespeciali-
zado, carente de las cualidades de dignidad y vitali
dad que podrían hacer que valiera la pena de entre
garse a él. Para algunos es muy importante mante
nerse "frío", y la "frialdad" implica, sobre todo,
falta de entusiasmo. Esto no quiere decir que los
estudiantes sean cínicos o calculadores; en realidad,
109
la mayor parte de ellos desean que hubiera fines a
los que pudieran consagrarse sin reservas. Cuando
encuentran tales propósitos, suele ser en el extran
jero, en los países subdesarrollados, que se han con
vertido en la última frontera y refugio del idealismo
norteamericano. Cuando surge algo como el Cuerpo
de la Paz, es sorprendente el número de los que se mues
tran dispuestos a incorporarse dejándolo todo. Pero
generalmente, si se muestran entusiasmados por algo,
es por su novia, por su papel en la sociedad teatral
del colegio universitario, por una obra musical o por
un fin de semana con sus amigos. Sin embargo, el
otro lado de la moneda es que estos mismos mucha
chos y muchachas son sorprendentemente sanos, jui
ciosos y realistas, probablemente más "adultos" en
muchos sentidos que lo eran sus [ladres a la misma
edad. No son nunca propensos al fanatismo ; en rea
lidad, tienen unas veces pasmosa conciencia de la
complejidad del mundo. Han leído mucho y están
bien informados; son amables y tolerantes y honrados
en sus tratos con otras personas.
En segundo lugar, me llama la atención la falta
de rebeldía entre los estudiantes universitarios de
hoy. Esto es en cierto modo sorprendente, porque
estamos acostumbrados a pensar que la falta de ad
hesión ha de significar rechazamiento y rebelión. En
realidad, en los relatos clásicos de rebelión filial, cuan
do el hijo está en auténtico peligro de verse obligado
110
a ser como su padre, se rebela antes que aceptar esta
definición de sí mismo. Pero muchos muchachos y
muchachas de hoy simplemente no* ven la posibilidad
de ser como sus padres; el mundo de los padres está
tan lejano, es tan diferente, que ni tienta ni ame
naza al joven; y por ello rara vez es necesaria la re
belión. Por el contrario, muchos jóvenes muestran
una conmovedora comprensión de los a menudo va
cilantes esfuerzos de sus padres por aconsejarles y
asesorarles. También los padres suelen percibir, de
alguna manera, que ellos mismos han quedado anti
cuados para sus hijos, y esta conciencia les hace rea
cios a tratar de imponer sus propios valores. El re
sultado es una especie de acuerdo tácito entre las
generaciones para no inmiscuirse una en los asuntos
de la otra.
Semejante acuerdo crea nuevos problemas, sin em
bargo, y nos lleva directamente a otra característica
de muchos estudiantes, su falta de /¿garas paternas
admiradas. Nuestros héroes literarios modernos rara
vez tienen padre; o cuando tienen padre biológico,
éste es presentado como una persona débil, ineficaz,
ausente o incapaz de alguna otra manera, de desem
peñar el papel psicológico tradicional del padre como
ejemplo. Piénsese en Augie March o Holde.il Caul-
field, o en los héroes de las obras de Arthur Miller
y Tennessee Williams, o recuérdense los tipos inter
pretados por Jimmie Dean. Ninguno de estos jóve-
111
nés tiene un padre que pueda servir como modelo o
incluso como objetivo de la rebelión; ni encuentra,
como los héroes de Horatio Alger, un sustituto ejem
plar. Aqui creo que la literatura actual no hace más
que presentar la vida real amplificada. A veces se
oye a los estudiantes lamentarse de que sus padres
no les den una orientación autorizada: "Sólo con que
me dijeran lo que ellos piensan que debiera hacer."
Los jóvenes desean y necesitan modelos, tanto posi
tivos como negativos, y requieren adultos mayores
que sean como guardianes de su identidad mientras
está todavía indecisa. Cuando esos modelos y guar
dianes faltan, el joven se siente con razón defraudado.
Otra característica de muchos estudiantes —y aquí
nos acercamos más a la política— es un difuso sen
timiento de impotencia social. Esto afecta a la polí
tica, desde luego, pero se extiende bastante más allá,
hasta el punto de que muchos jóvenes se sienten in
capaces de encauzar o dirigir más que los aspectos
más personales e inmediatos de su vida. El mundo
parece ser un lugar inestable y caótico; los indivi
duos parecen ser víctimas de colosales e impersona
les fuerzas históricas que rara vez pueden ser com
prendidas y jamas controladas.
La respuesta más común a este sentimiento de im
potencia social es lo que David Riesman ha llamado
particularismo. Los jóvenes generalmente destacan y
aprecian precisamente aquellos sectores de la vida
112
que están más alejados de la sociedad en sentido
amplio, y por ello parecen más manejables. Consi
dérese la cuestión de la familia: la mayor parte de
los jóvenes desean familias numerosas, se casan an
tes que en el pasado, están dispuestos a trabajar mu
cho para crear familias felices, y a menudo valoran
la intimidad familiar mucho más que un trabajo sig
nificativo. 0 recuérdese, análogamente, el valor que
muchos jóvenes dan al ocio: su deseo de aprender
a pasar del modo más ventajoso su tiempo libre, de
encontrar puestos de trabajo con buenas vacaciones
en zonas en las que el tiempo libre pueda pasarse
agradablemente. Conozco en realidad a varios jóve
nes decididos a trabajar en su tiempo libre con una
intensidad que faltará en su trabajo propiamente di
cho. En estos dos sectores vemos una búsqueda de
estilos privados de vida que sean previsibles y con
trolables.
En estrecha relación con el particularismo está el
acortamiento del período de tiempo. La forma más
extrema de esta tendencia se encuentra en la insis
tencia de los "jóvenes disidentes" en las satisfaccio
nes del momento, rehusando casi totalmente tener en
cuenta compromisos pasados o consecuencias futuras.
En forma bastante menos psicopática, muchos jóvenes
dan preferencia a las actividades y a los intereses que
pueden disfrutarse por sí mismos y en el presente.
La decadencia de la ética protestante ha acarreado
113
prácticamente la desaparición de la idea del trabajo
de toda una vida, de los objetivos y satisfacciones
a muy largo plazo de anteriores generaciones de
norteamericanos. Pocos jóvenes tienen en su vida
objetivos para plazos superiores a unos pocos años;
la mayoría no ve más allá de la escuela graduada;
y muchos se dejan llevar a la carrera futura, en vez
de elegirla activa o conscientemente.
En general, pues, muchos estudiantes tienen lo que
podría denominarse un culto de la experiencia, en el
que se subraya, como dijo un estudiante, "el máximo
número posible de experiencias de los sentidos". En
realidad, parte de la fascinación que sobre los estu
diantes ejerce la "generación disidente" reside en la
búsqueda sin trabas de estímulos, de una intensi
ficación de la experiencia privada y actual hasta
grados casi insoportables. Pocos estudiantes llegan
tan lejos, aunque puedan ir en motocicleta, frecuen
tar los cafés y dejarse barba. Pero se buscan también
otros tipos de experiencia privada menos asociales
que la velocidad, el sexo y los estimulantes: el goce
de la naturaleza, lo privado del amor erótico, la
compañía de los amigos, todo esto ocupa un lugar
análogo en la jerarquía de los valores.
En el mejor de los casos, semejante cultura de la
juventud tiene importantes virtudes tanto para el indi
viduo como para la sociedad, proporcionando lo que
Erik Erikson llama una "moratoria psico-social"; es
l i 4
decir, un período sancionado durante el cual el joven
puede decidir cómo, cuándo e incluso si se adaptará
a la sociedad. Y, sobre todo, proporciona una etapa
de transición entre la infancia y la edad adulta, tiem
po para que se desarrolle un sentimiento de identidad
personal que enlace el problemático pasado indivi
dual, social y nacional con el incierto futuro, y que
se espera permitirá al joven elaborar sus propias
normas para el compromiso y la acción. Así, la de
finición de la juventud como cultura de la juventud
ayuda al joven a afrontar las tensiones y esfuerzos
creados por los cambios sociales rápidos, y, al mis
mo tiempo, a que lo haga de una manera enteramente
apolítica que no haga oscilar la nave social o po
lítica.
Naturalmente, el paso del aprendizaje a la cultura
de la juventud está lejos de ser un hecho consumado.
En muchos colegios universitarios, especialmente en
aquellos cuyos estudiantes proceden fundamentalmente
de la clase trabajadora y de la clase media baja,
los aprendices todavía dominan la escena. E incluso en
los llamados colegios selectos, algunos estudiantes ven
todavía su educación como un pasaporte profesional
y se resisten a incorporarse tanto a la cultura juvenil
como a la empresa académica. Además, como suge
riré más abajo, creo que estamos asistiendo a la
aparición de todavía una tercera concepción de la
juventud, que difiere tanto del aprendizaje como de
115
la cultura juvenil. Así, la transformación de las imá
genes de la juventud es compleja y no está en modo
alguno terminada.
Tampoco pretendo dar a entender que los jóvenes
corresponden simplemente a una u otra de estas dos
imágenes de la juventud: la del aprendizaje o la de
la cultura juvenil. Ello equivaldría a dejar a un lado
lo que constituye probablemente el hecho fundamen
tal en lo que se refiere a la mayor parte de los es
tudiantes: su ambivalencia ante su propia juventud.
Mucho se ha dicho y escrito acerca de la ambivalen
cia de las personas mayores frente a los adolescentes:
la mezcla de envidia, respeto, temor, excitación, exa
geración y esperanza con que los no jóvenes ven siem
pre a la generación más joven. Pero se ha hablado
mucho menos de la ambivalencia de los jóvenes ante
sí mismos, de su fluctuación entre una visión de sí
mismos como participantes libres e inquietos en la
más irresponsable de las culturas juveniles, y la ima
gen alternante de ellos mismos como serenos y dedi
cados aprendices de ciudadanos. En realidad, hay una
viva controversia entre los observadores que ven una
juventud norteamericana bravia e irresponsable y los
que sólo ven el lado deferente y conformista de la
juventud.
Lo que sucede, en mi opinión, es que estos obser
vadores ven las dos caras de una misma moneda,
tomando la parte por el todo. Esa simplificación ex-
116
cesiva es especialmente difícil de evitar porque los
mismos jóvenes presentan ahora una cara y luego
otra, sosteniendo siempre que no ocultan nada. No
es que deliberadamente engañen a las personas ma
yores respecto a los que ellos son; por el contrario,
cuando un muchacho o una muchacha se halla con
representantes del mundo de los adultos (profesores,
sacerdotes, funcionarios de admisión, encargados de
encuestas) no sólo actúa como un futuro ciudadano
norteamericano, sino que realmente se siente así. Y
los mismos jóvenes, en otras circunstancias —cuando
están con amigos, en Fort Lauderdale o Newport, en
cafés universitarios, asociaciones estudiantiles o resi
dencias universitarias—, se sienten realmente como
tunantes, disidentes, etc. Pero en cada una de estas
posturas existe algo de la misma ambivalencia, a
pesar de la frecuente insistencia del joven (con una
característica combinación adolescente de ambivalen
cia e intolerancia para la ambivalencia) en que la
moneda sólo tiene una cara.
Por muy complejas, cambiantes y ambivalentes que
sean estas definiciones de la juventud, tienen en co
mún una indiferencia fundamental frente a lo políti
co. En realidad, no se limitan a sugerir indiferencia
frente a la política ; hacen que resulte prácticamente
anormal que un joven criado en un ambiente ordi
nario de clase media se ocupe apasionadamente de
cuestiones nacionales o internacionales. No es sor-
117
préndente que los pocos jóvenes que violan la pro
hibición de la política implícita en estas imágenes
procedan de medios atípicos: por lo general de fami
lias europeas que han inmigrado recientemente o de
familias de clase alta capaces de resistir a las cos
tumbres norteamericanas dominantes. Tampoco es
sorprendente la serie de costumbres que refuerzan
y sostienen la actitud apolítica de los estudiantes nor
teamericanos. Entre estos hábitos que sirven de re
fuerzo hay dos que me parecen especialmente im
portantes hoy : lo que suele denominarse política del
recinto universitario y lo que a menudo se denomina
el legado del maearthismo. Estas dos cosas suelen
ser erróneamente interpretadas.
El primero de estos términos, tal y como lo uti
lizan la mayor parte de los norteamericanos, se re
fiere fundamentalmente a la política intramural de la
vida estudiantil norteamericana: las disputas por las
elecciones a representantes de los estudiantes y a los
consejos jurídicos estudiantiles, por el papel del de
cano de las estudiantes y por el tradicionalmente más
enfadoso de los problemas de los colegios universi
tarios, el de los horarios en las residencias femeninas.
Así, la denominación de "político del recinto uni
versitario" es un término ligeramente peyorativo para
designar a la persona que aspira a manipular las
facciones dentro del recinto universitario y rara vez
se aplica a un joven interesado en cuestiones polí-
118
ticas más amplias. En realidad, las cuestiones sus
tanciales de la política intrauniversitaria rara vez se
asemejan a los temas de lo que en adelante llamaré
"verdadera política", es decir, el interés activo en
cuestiones estatales, nacionales e internacionales. Pero
teniendo en cuenta las semejanzas externas (en am
bos casos hay elecciones, decisiones, partidos, candi
datos, campañas y parlamentos), la política intra
universitaria suele ser considerada como una "pre
paración para la democracia", para la responsabilidad
política en los años venideros. En realidad, sin em
bargo, creo que la política del recinto universitario
sirve para apartar insensiblemente de la verdadera
actividad política.
La política del recinto universitario suele quitar
energía de la actividad política verdadera, lo mismo
que, entre los adultos, las discusiones apasionadas
acerca de nuevas carreteras, emisiones de bonos es
colares o la fluoruración del agua distraen la aten
ción de más urgentes y decisivos asuntos nacionales
e internacionales. Una vez que las energías de mu
chachos y muchachas se encauzan hacia cuestiones
tales como las relaciones entre los miembros de las
asociaciones estudiantiles y los no miembros o los
horarios en las residencias femeninas, rara vez re
sulta fácil encauzarlas de nuevo hacia cuestiones más
generales. Los temas que preocupan a los estudiantes
son a menudo de bastante importancia, pero de lo que
119
se trata es de que esa política intrauniversitaria es
a menudo un sucedáneo —más que un complemento—
de los intereses verdaderamente políticos.
Pero la llamada política estudiantil es un disuasivo
de la verdadera política por otra razón más impor
tante: implícitamente sugiere que los individuos no
son capaces de adoptar decisiones importantes rela
tivas al bien general. Para aclarar bien esto, supon
gamos que bajo la apariencia de "preparación para
la democracia" tratamos de convencer a una genera
ción de jóvenes norteamericanos de que carecen de
la sabiduría necesaria para adoptar decisiones polí
ticas, y de que esa sabiduría sólo la poseen funcio
narios de toda competencia. Sería difícil encontrar
un sistema mejor que la política estudiantil. Empe
zaríamos en la escuela graduada dejando poco a poco
a los estudiantes todas las pequeñas decisiones con
las que las personas mayores no quieren tener que
molestarse: bailes, elecciones, venta de bonos, etc. Al
mismo tiempo, sin embargo, todas las decisiones im
portantes las reservaríamos para las personas mayo
res, reunidas en consejo secreto en la Reunión Sema
nal de Profesores o en sesión privada de la Junta
Rectora. Para tener la seguridad de que se producía
un sentimiento completo de incompetencia, haríamos
que todas las decisiones de los estudiantes, por tri
viales que fueran, estuvieran sujetas a revisión por
algún organismo superior formado por adultos. Creo
120
que con estas técnicas podríamos crear en todos los
estudiantes, exceptuando los más independientes y de
más fuerte voluntad, un impalpable sentimiento —qui
zá más efectivo por el hecho mismo de no exponerse
nunca claramente— de que eran incapaces de adop
tar decisiones que no fueran las más triviales, e
incluso éstas sólo si estaban sujetas a revisión por
una autoridad superior. Una generación así formada
se sentiría impotente e indefensa ante las cuestiones
importantes y estaría inclinada a dejar los asuntos
verdaderamente políticos - las cosas que realmente
importan—- en manos de superiores, ya sean el Rec
tor, el Decano, el Pentágono o el Consejo de Segu
ridad Nacional. En pocas palabras: la política es
tudiantil es con demasiada frecuencia un sustitutivo
de la verdadera política en vez de ser una adición
a la misma; sutilmente convence a los estudiantes
de que son incapaces de abordar las principales cues
tiones relativas al bienestar y a la supervivencia na
cionales, cuestiones que en último término les afec
tan mucho más profundamente que la mayor parte
de las cuestiones universitarias.
Otro factor que conspira con nuestras imágenes
apolíticas de la juventud —y que en realidad es re
forzado por ellas— es el temor que ha quedado del
período de McCarthy. Cuando se menciona ese te
mor solemos pensar en un joven que rehusa tomar
parte en alguna actividad política en la que cree por
121
lemor a que "conste en sus antecedentes" y con pos
terioridad sea "utilizada contra él". En realidad, sin
embargo, creo que el temor a la represalia ulterior
es pequeño en comparación con ese especial temor
norteamericano al propio idealismo e inocencia, so
bre el cual se reflejaron las "revelaciones" del pe
ríodo de McCarthy. Los norteamericanos, especialmen
te los hombres, han tenido siempre temor a ser un
"primo", a ser "embaucado" o "engañado", a con
vertirse en el instrumento involuntario e inconsciente
de la voluntad de otro.
Así, las "revelaciones" hechas por los dedicados a
denunciar rojos y su mundo de "inocentes incautos",
de "organizaciones subversivas disimuladas", "ins
trumentos inconscientes", "seudorrojos", "víctimas in
fortunadas", etc., activaron en muchos jóvenes norte
americanos el temor, no demasiado latente, de que
su idealismo, inmadurez, sensibilidad o inocencia pu
dieran llevarles a ser engañados fácilmente. Cuando
los estudiantes dan razones para negarse a firmar
peticiones políticas con las que están plenamente de
acuerdo, suelen citar sus dudas respecto a quienes
respaldan y patrocinan la petición, preocupándose por
el uso que pudiera hacerse de sus nombres. Es un
error suponer que estos estudiantes piensan en fu
turas investigaciones políticas; más bien se trata de
que en una época de interpretaciones de la historia
como conspiración, todos, con excepción de los más
122
resueltos o insensibles, tiemblan ante la idea de que
también ellos puedan convertirse en peones de esa
conspiración. Ante estas irritantes dudas y en la im
posibilidad de estar jamás seguro de las credencia
les de cualquier petición, individual o colectiva, la
inacción es a menudo el rumbo más seguro y fácil.
Pero al seguir este rumbo, los muchachos y mucha
chas no hacen más que confirmar la imagen de la
juventud que considera en cierto modo "antiamerica-
na" la actividad política juvenil.
Teniendo en cuenta estas imágenes apolíticas de la
juventud y los temores y distracciones que las han
sostenido, no es de extrañar que hasta recientemen
te haya habido pocas luces que deshicieran la oscu
ridad política en la mayor parte de las universidades
norteamericanas. Es cierto que en los años treinta hu
bo destellos de grupos políticos del ala izquierda en
colegios universitarios metropolitanos y de "elite",
pero el número total de sus miembros fue pequeño ;
y aunque los estudiantes que intervinieron poseían
más talento y capacidad de expresión de los que co
rrespondían a su número, encontraron escasa respues
ta entre la mayoría de sus compañeros. Además, el
ardor incluso de estos estudiantes fue encauzado pri
meramente hacia la guerra y luego moderado por la
guerra fría, de modo que hacia 1950 habían des
aparecido de la mayor parte de las universidades nor
teamericanas los grupos izquierdistas. El período de
123
McCarthy no produjo ninguna protesta política estu
diantil, aunque los estudiantes, como colectividad, eran
mucho mas opuestos a la indiscriminada persecución
de rojos que la población en general. Tampoco fue
ron una verdadera excepción organizaciones estudian
tiles como los Jóvenes Republicanos y los Jóvenes
Demócratas. Pequeños como eran estos grupos, el
pretendido número de sus miembros estaba aumen
tado por miembros inactivos que ingresaban en bus
ca de una actividad ajena a los estudios ¡tara los no
deportivos ; y entre sus miembros activos había un
número desproporcionado de antiguos polemistas y
futuros abogados, incluyendo no pocos que buscaban
un aprendizaje prepolítico y pases gratuitos para la
próxima Convención Nacional.
En los dos años últimos, sin embargo, ha habido
signos de creciente actividad política en cierto nú
mero de universidades. Y aunque lie de subrayar
de nuevo que, en comparación con lo usual en el
extranjero, el número de los estudiantes que inter
vienen es muy escaso, tienen interés tanto por la
atención sin precedentes que reciben como por su po
sible papel anunciador de cosas venideras. Los dos nue
vos grupos más visibles son las organizaciones dere
chistas generalmente asociadas con los Young Ame
ricans for Freedom (Y.A.F.), y los grupos, general
mente del ala izquierda, organizados alrededor de
cuestiones aisladas, como la integración racial, el
124
desarme y los juramentos de lealtad. Está general
mente admitido que los grupos del ala derecha en
cuentran menos apoyo entre los estudiantes que los
grupos formados alrededor de una sola cuestión, y
que no son siempre creaciones estudiantiles espon
táneas. Pero basándome en un conocimiento muy po
co sistemático de esos grupos derechistas y de su li
teratura, y en uno o dos estudios actuales de sus
miembros, creo que están llevando a la actividad po
lítica a una clase de juventud que antes era política
mente inactiva, a un tipo que podemos llamar el del
aprendiz desplazado.
Esos estudiantes siguen viendo el colegio univer
sitario y la juventud en términos de una imagen
antigua, como aprendizaje. En los colegios de artes
liberales, sin embargo, cada vez menos encuentran
horarios que aprender de memoria o mapas del ca
mino por recorrer, pero quedan sometidos en cambio
a intensa presión para que se entreguen a la cultura
juvenil o a la empresa académica misma. Frecuente
mente proceden de pequeñas ciudades conservadoras;
y las enseñanzas y los sacrificios de sus padres les
han inculcado una manera de ver y un carácter que
les hubieran servido bien para la movilidad ascen
dente en la antigua sociedad, más empresarial. En
muchos colegios de artes liberales, estos estudiantes
se encuentran ahora en minoría, contemplados con
perplejidad por sus compañeros y profesores; ade-
125
más, suelen ver que el prestigio y los galardones aca
démicos van a los estudiantes más sensibles, inqui
sitivos y \de inclinación interpersonal. La escena po
lítica en sentido amplio también les afecta ; durante
la Administración Eisenhower aún parecía haber si
tio para ese espíritu en los consejos de gobierno y
poder; pero la Administración Kennedy, rodeada de
falanges de profesores universitarios, parece indicar
que están contados los días del empresario a la an
tigua. Desde varios puntos de vista, el aprendiz des
plazado se enfrenta con la desagradable alternativa
de aceptar el juicio de su colegio universitario y, por
extensión, de su sociedad, que le califican de anti
cuado o, en caso contrario, de encontrar un medio
de repudiar los valores y las personas que le consi
deran pasado de moda.
Un grupo como los Y.A.F. parece ofrecer una so
lución a algunos de esos estudiantes. Por una parte,
les ofrece un lugar donde reunirse con otros mucha
chos y muchachas animados del mismo espíritu y un
sentimiento de pertenencia a un grupo respaldado
por personas poderosas y que tiene un aire de cons
piración. Pero más importante es el hecho de que
la ideología de un grupo como el Y.A.F., que ascé
ticamente pide el retorno a una Norteamérica más
pura, fuerte e inflexible, da al aprendiz desplazado
una voz para repudiar a los "blandos" liberales, pro
fesores universitarios, burócratas y otros que resu-
126
men la nueva América en la que él resulta caracte-
rológicamente anticuado. Y no es lo menos importante
el que la pertenencia a un grupo así permite al es
tudiante de formación conservadora mantener y re
forzar su lealtad a sus padres y a su ciudad natal
y quizá incluso pensar en volver a su localidad para
presentarse a las elecciones en una candidatura con
servadora.
Pero si la llamada derecha resurgente puede ser
parcialmente comprendida en términos de definiciones
norteamericanas tradicionales de la juventud, los gru
pos formados alrededor de una cuestión aislada y que
son más prominentes en la mayor parte de los re
cintos universitarios, no se ajustan a estas definicio
nes, l 'ara comprender estos grupos hemos de expo
ner una tercera definición norteamericana de la ju
ventud, que sólo ahora está empezando a adquirir
forma y cuyo porvenir es incierto. Esta nueva concep
ción de la juventud, que denominaré "académica",
tiene como carácter distintivo una dedicación al in
telecto, al conocimiento, al saber y a la empresa aca
démica, relativamente sin precedentes en anteriores
generaciones universitarias norteamericanas. Al mis
mo tiempo, implica en la generación una considerable
conciencia de sí misma —conciencia de sí mismo
como miembro de un grupo de determinada edad, en
cierto modo como en el caso de la cultura de la ju
ventud— y también una aceptación básica de los va-
127
lores tradicionales de nuestra sociedad: de esos va
lores que aunque no siempre puestos en práctica por
padres y mayores son por los menos predicados.
La aparición de la imagen académica de la juven
tud es en parte una consecuencia de la transformación
misma del grupo estudiantil. Al hacerse más severas
las normas de ingreso, la calidad de los solicitantes
mejora también, de modo que son cada vez más nu
merosos los estudiantes que llegan al colegio univer
sitario con buena preparación y ya dedicados a los
valores y vicios de la colectividad académica, más
auténticamente interesados en conseguir una educación
(si es necesario sólo por la educación misma), menos
pacientes tanto con el vocacionalismo como con las
asociaciones estudiantiles. La mayor parte de los pro
fesores sostendrán que estos estudiantes se encuen
tran aún en minoría; pero son una minoría crecien
te que en algunos colegios universitarios será pron
to mayoría. Su nivel de refinamiento y conciencia de
sí es sumamente elevado, probablemente más elevado
que el de cualquier otro grupo universitario anterior ;
y aunque no están inmunizados frente a las presiones
que se oponen a la actividad política en este país,
poseen al mismo tiempo un conocimiento más rea
lista de la importancia que las cuestiones naciona
les e internacionales tienen para su propio porvenir
y para el de su generación.
Es cierto que los puntos de vista de esos estudian-
128
tes no son necesariamente políticos. A menudo, sus
intereses son más bien estrictamente académicos; y en
algunos casos la subida en la escala de la especiali-
zación y el ascenso académico sustituye simplemente
a formas más antiguas del esfuerzo por crearse una
posición, dejando poco tiempo para la política. Y
cuando están políticamente comprometidos, esos estu
diantes académicos son rara vez radicales o revolu
cionarios; más bien están interesados en valores nor
teamericanos fundamentales e irreprochables como la
paz, la igualdad y la libertad. Sus diferencias con sus
padres son rara vez por cuestiones de valores funda
mentales, sino más bien por la puesta en práctica de
estos valores, como en el caso de los estudiantes ne
gros que participan activamente en el movimiento por
conseguir la integración racial, que han sorprendido
a dirigentes negros de más edad —entre ellos sus
propios padres— al tratar de alcanzar en la prác
tica los derechos que sus mayores habían afirmado
siempre pero que nunca se habían atrevido a exigir.
Y, por último, el estilo político distintivo de tales
estudiantes es moderado, reflexivo, cauteloso, intelec
tual e incluso pedantesco.
Únicamente algunos, y quizá sólo unos pocos de los
estudiantes activos en los grupos formados alrededor
de una sola cuestión se ajustan a esta imagen; pero
son suficientes, en mi opinión, para matizar el estilo
de estos grupos. Se ve la moderación de esos estu-
129
diantes en sus piquetes de propaganda y peticiones
en vez de protestas y manifestaciones ; en sus grupos
cuidadosamente organizados de estudio y discusión ;
en sus debates, en los que ceden la tribuna a sus
adversarios ; y sobre todo en la no violencia y auto
dominio del movimiento negro por la integración. Ta
les estudiantes se resisten a los esfuerzos por organi-
zarlos al servicio de algún programa ideológico ge
neral, de modo que los intentos de los grupos radicales
por captar el movimiento estudiantil pro paz o el
movimiento negro pro integración han fracasado es
trepitosamente. Y el estilo académico de esos estu
diantes se manifestó durante la reciente Marcha de
la Paz a Washington en su esfuerzo primitivo (aun
que no siempre con éxito) por presentar argumentos
cuidadosamente estudiados y razonados a los miem
bros del Congreso y a los funcionarios del Gobierno.
La reciente actividad política de los estudiantes
"académicos" obedece a diversos factores. Por una
parte, el número de esos estudiantes está aumentando,
de modo que la reserva de los estudiantes que tie
nen un conocimiento inteligente de la "verdadera po
lítica" es ahora mayor. Y, por otra parte, el relativo
éxito y moderación del movimiento negro ha estimu
lado a estudiantes blancos del Norte a apoyar activi
dades que, una vez iniciadas, eran fácilmente encau
zadas hacia otros movimientos, como los grupos pro
desarme y opuestos al Comité de Actividades Anti-
130
americanas de la Cámara de Representantes. Pero
más importante ha sido el cambio de Administración
en Washington. A diferencia de su predecesora, la
Administración Kennedy se ha mostrado solícita de
la buena opinión de los futuros electores y sensible
a las manifestaciones estudiantiles, por lo menos en
la medida de "simbólicas" jarras de café, si no de
cambios de política. Y lo más decisivo para los es
tudiantes de la variedad académica ha sido la pre
sencia de cierto número de personalidades académi
cas, académicamente respetadas, entre el personal del
Presidente. Si el aprendiz empresarial encontraba jus
tificación para la inactividad en la ética de campo
de golf del régimen Eisenhower, el estudiante aca
démico encuentra un estímulo para la actividad en la
mentalidad de sala de profesores de Harvard del sé
quito inmediato de Kennedy. Ni siquiera el fútbol
del Clan Kennedy, que es para este estudiante aca
démico un incómodo recuerdo de su propia falta de
proezas deportivas, amortigua su esperanza de que
los de su clase puedan tener todavía algo que decir
en Washington.
Pero a pesar de todo el interés y la publicidad que
los nuevos activistas políticos han suscitado (y bus
cado) en las universidades norteamericanas, persiste
el hecho de que son pocos los estudiantes que in-
131
tervienen y de que la mayor parte de ellos están con
centrados en algunas de las instituciones más selec
tivas, como California, Harvard, Michigan, Antioch, etcétera. La gran mayoría —en los colegios univer
sitarios "selectos" más del noventa por ciento, y en la
mayor parte de los colegios universitarios probable
mente más del noventa y nueve por ciento— se man
tiene sin intervenir en la verdadera política, excep
tuando quizá la pertenencia formularia a la rama
local de los Jóvenes Republicanos.- Por ello, al con
siderar el futuro de la política estudiantil, la cues
tión decisiva es la de si estas "masas inertes" están
destinadas a hacerse más activas de lo que han sido
tradicionalmente.
El porvenir, naturalmente, es algo que está deter
minado por hombres y grupos de hombres. Y de ello
se desprende que la forma del futuro no es mera
mente algo sobre lo que se pueden hacer suposiciones,
sino algo que, si tenemos esperanzas, puede ser mol
deado de acuerdo con estas esperanzas. Hay muchos,
naturalmente, que esperan que la juventud norteame
ricana siga desinteresada de la política. Se dice que
la apatía política previene los movimientos radica
les de la juventud que causan preocupaciones a otros
gobiernos; y en términos sociológicos más refina
dos, esencialmente el mismo argumento se expresa
en términos de estabilidad social y solidaridad social.
Probablemente es ya obvio que mis propias esperan-
132
zas son distintas. Por una parte, veo poca probabi
lidad de que los estudiantes norteamericanos desem
peñen nunca un papel radical, y mucho menos revo
lucionario, en nuestra sociedad. Y aunque lo hicie
ran, ello estaría lejos de ser una calamidad, dada
la falta casi total de crítica radical o fundamental
de la sociedad norteamericana en la actualidad. Por
el contrario, más me impresionan los peligros de la
inactividad, la ignorancia y la indefensión políticas,
especialmente en una era en que el porvenir de la
civilización y de la vida misma depende de unas po
cas palabras pronunciadas ante un teléfono en las
Montañas Rocosas o en los Urales. En tiempos así, el
máximo peligro no es el fermento estudiantil, sino la
renuncia a preocuparse de la forma del mundo en
sentido amplio, la delegación de la responsabilidad
de la supervivencia en los expertos, en los especia
listas de armamento, en los generales e incluso en los
presidentes y sus asesores académicos.
Más importante, pues, que hacer conjeturas acerca
del porvenir de la política estudiantil es el esfuerzo
por sugerir medios de aumentar el interés y la ac
tividad de carácter político en los recintos universi
tarios. Y aquí la comunidad académica parece estar
destinada a desempeñar un papel principal. Señalé an
tes que la forma y el estilo de la definición "académi
ca" d". la juventud estaban aún por determinar. Lo
mismo que los equivalentes reales de los banqueros
133
de Horatio Alger contribuyeron a formar el concep
to de aprendizaje, y lo mismo que el grupo de los
iguales y los medios de información en gran escala
contribuyeron a definir la cultura de la juventud,
así los miembros de la colectividad académica des
empeñarán un papel especialmente importante en la
formación de los puntos de vista del nuevo estudiante
"académico", determinando entre otras cosas la me
dida en que estos estudiantes considerarán cosa apro
piada y necesaria en su vida la preocupación y la
actividad políticas.
Aquí, los profesores pueden hacer varias cosas.
Por una parte, creo que debemos poner en duda
cada ve/ más nuestra tradicional oposición norteame
ricana a la "ideología". Desde luego, todos estamos
en contra de un dogmatismo estrecho y ciego; pero si
por "ideología" entendemos meramente un programa
político coherente que abarca muchos sectores de la
sociedad, entonces el sentido común impone que se
aborde "ideológicamente" la política. Todos los da
tos recientes de las ciencias sociales sugieren lo di
fícil que es resolver las cuestiones aisladamente. Ocu
parse de una sola cuestión a la vez es como si el
médico decidiera tratar sólo los síntomas externos de
una enfermedad, o si el psiquíatra se comprometiera
a discutir sólo las manifestaciones de una neurosis
en el momento actual. Las cuestiones sociales y po
líticas son complejas y tienen entre sí relaciones com-
134
plejas; y a veces la mejor manera de aliviar un pro
blema es hacer caso omiso de él y abordar otro.
El comprometerse a abordar una sola cuestión o la
oposición inflexible a la "ideología" equivale con de
masiada frecuencia a comprometerse a la ineficacia o
a la oposición a una curación radical.
En segundo lugar, y a un nivel muy diferente, puede
hacerse mucho más para alentar a los estudiantes a
comprender su propia posición en el mundo y su pa
pel en la sociedad. Evidentemente, lo que quiero de
cir aquí no es que deba instruirse a los estudiantes
acerca de la responsabilidad social y de la perversi
dad del particularismo. Tales prédicas tendrían el
efecto contrario, aunque sólo sea porque el particula
rismo es ya una especie de reacción faute de mieux,
una compensación por parte de muchachos y mucha
chas que abrazarían rápidamente un propósito her
moso, noble o difícil si pudieran encontrarlo. Tampo
co quiero decir que deba pedirse a los estudiantes
que sigan más cursos de ciencia política y relaciones
internacionales. En vez de ello, o además, creo que
debe alentarse y ayudarse a los jóvenes inteligentes
a explorar su propia situación y puesto en la socie
dad, a comprender mejor los conflictos y tensiones
que les acosan, no sólo como individuos, sino como
miembros de una generación, de una nación y en
el siglo xx. Aquí, la mayor parte de los colegios uni
versitarios hacen demasiado poco, pues en los cursos
135
relativos a nuestra sociedad y a nuestras motivacio
nes, a menudo se trata deliberadamente de impedir
todo interés personal, examen de conciencia y aplica
ción del conocimiento a la propia vida ; es decir, se
trata de impedir esa participación que es lo único
que lleva al verdadero conocimiento. Pero puede ima
ginarse —en realidad, muchos de nosotros lo hemos
presenciado— que una conciencia real de las fuerzas
psicosociales con que se enfrenta su generación puede
dar a los estudiantes un sentimiento mucho más ele
vado de sus responsabilidades y poderes políticos.
Y, por último, los profesores deben tener concien
cia de su creciente papel no sólo como encargados
de transmitir información y técnicas a sus alumnos,
sino como ejemplos personales. Este es un papel que
a la mayoría de los profesores conscientemente des
agrada, pero los estudiantes ven a sus profesores casi
siempre como héroes o malvados. Incluso el estu
diante más antiintelectual encuentra entre sus profe
sores modelos de retirada en la torre de marfil y de
mezquina pedantería que decide no imitar. Pero cuan
do la sociedad en conjunto carece de adecuados ejem
plos paternales, aumenta en los estudiantes la ten
dencia a buscarlos entre sus profesores. Y en los
próximos años, al ser cada vez mayor el número de
los estudiantes que llegan a la universidad ya entre
gados a intereses y valores académicos, será más pro
bable que busquen entre sus profesores representantes
136
de la vida (académica) satisfactoria. Menos protegi
dos de la emulación por el menosprecio de lo "mera
mente académico" y por una lealtad a la cultura de
la juventud, estarán más propensos a considerar dig
nos a sus profesores a menos que demuestren no
serlo, y probablemente estarán más inclinados a imi
tarlos incluso cuando no sean dignos de ello.
Todo esto significa que la colectividad académica
tiene ahora una mayor responsabilidad (indeseada
por la mayor parte de los profesores) en lo que se
refiere a configurar las autodefiniciones e ideales de
la juventud. La colectividad académica tiene dos res
ponsabilidades que se excluyen recíprocamente y que
llevan a resultados muy diferentes en lo que se re
fiere a la política estudiantil. Una es la pedantería:
una estrecha concentración en subespecialidades den
tro de campos rígidamente acotados, la hostilidad a
los intereses generales, a la meditación especulativa
y a los compromisos amplios. A la otra la denomina
ría yo inteligencia en su mejor aspecto y está carac
terizada por la preocupación social y política, y por
estar abierta al mundo no académico, que es, des
pués de todo, la última raison d'être del colegio su
perior y de la universidad. El que prevalezca una u
otra posibilidad es, a mi parecer, muy importante;
pues lo que está finalmente en juego es nuestra pro
pia supervivencia personal y la supervivencia de la
civilización en el mundo. No es que estas cuestiones
137
vayan a ser decididas por las universidades o en las
universidades norteamericanas, ni mucho menos; pe
ro si se nos da tiempo suficiente, serán decididas en
parte por jóvenes que han asistido a estos centros
de enseñanza. Y lo mismo que pasadas generaciones
de norteamericanos se han ajustado a imágenes an
teriores de la juventud, así la generación venidera
estará formada por las concepciones de la juventud
y de la vida que estaban a su disposición.
En el peor de los casos podría resultar un estre
cho academicismo de los jóvenes, aun más intolerante
y maligno por la fusión de la ambición personal y de
un seudopatriotismo que cree que podemos "aprove
char las fuerzas intelectuales" para derrotar a los
rusos. En el mejor de los casos, una generación aca
démica podría llegar a ser una generación verdadera
mente inteligente, animada por el interés público y
guiada por la comprensión política. Ayudando a con
figurar ese concepto, lo más que los profesores pue
den hacer (y es mucho) es sugerir posibilidades, man
tener puertas abiertas, criticar lo falso e ilegítimo y
sostener lo verdadero, y, sobre todo, encarnar en la
propia vida esa preocupación política humana y esa
amplitud de visión social que constituye la marca de
la verdadera inteligencia.
Traducción autorizada por The American Scholar.
© 1962 hy the United Chapters of Phi Beta Kappa.
138
NOTAS CULTURALE.S
I
Premios Nacionales de Literatura para 1963
CADA primavera, junto con otros premios lite
rarios que se conceden en los Estados Unidos,
se adjudican también los Premios Nacionales
de Literatura. Estos premios son menciones patro
cinadas por el Consejo de Editores Norteamericanos
(American Book Publishers), la Asociación de Libre
ros Norteamericanos (American Booksellers Associa
tion) y el Instituto del Libro, concedidos a los "libros
más destacados en el año anterior en novela, poesía
y otras obras" escritos por ciudadanos de los Estados
Unidos.
Después que el Jurado ha efectuado sus selecciones,
los ganadores son laureados en la convención anual
de editores, críticos, escritores y libreros en Nueva
York. Este año, como siempre, hubo una gran dife
rencia de opinión entre los 1.000 representantes de
la industria del libro que asistieron a la convención
139
en cuanto a cuáles eran los mejores libros publicados
en 1962. El Jurado, sin embargo, seleccionó los si
guientes :
Novela : Morte d'Urban. Primera novela del es
critor de cuentos J. F. Powers, Morte d'Urban capta
el desarrollo espiritual del padre Urban Roche en
lo que el jurado ha calificado de "un extraordinario
vigor de estilo y sensibilidad" y una notable demos
tración de la "singular y sutil capacidad del autor
para la novela".
Otras obras: A Leon Edel por Henry James: The
Conquest, oj London y Henry James: The Middle
Years, volúmenes segundo y tercero de una biografía
concluyente proyectada en cuatro de Henry James, no
velista, escritor de cuentos y ensayista norteameri
cano que pasó la mayor parte de su vida creadora
en Europa dedicado a describir las tensiones exis
tentes entre los nuevos Estados Unidos y la vieja
Europa.
Poesía: A William Stafford por Traveling Through
the Dark, un libro de poesía al que la mención del
Premio Nacional de Literatura califica de "límpido,
directo e íntegro... vigoroso y dulce, a la vez..."
Aunque menos conocido que algunos de los otros con
currentes, como Robert Frost por ejemplo, William
Stafford había ya alcanzado un gran prestigio crítico
por la extraordinaria diafanidad de sus imágenes en
poemas sobre la naturaleza y la humanidad.
140
Il
Premios Pulitzer para 1963
LOS Premios Pulitzer para 1963 resaltaron la me
moria del difunto William Faulkner, novelista
y Premio Nobel conocido mundialmente, falle
cido el 6 de julio del pasado año. Los Premios Pu
litzer, establecidos en 1917 por un legado hecho a
la Universidad de Columbia por el difunto Joseph
Pulitzer, periodista de Nueva York, son anualmente
concedidos por los fideicomisarios de la citada univer
sidad a propuesta de los directores de periódicos, quie
nes constituyen el consejo asesor de los Premios Pu
litzer.
Además del concedido al señor Faulkner, por su
última novela The Reivers, en música y literatura
se adjudicaron los siguientes premios:
Poesía : Pictures From Breughel, del difunto poeta
William Carlos Williams, que falleció el 4 del pasado
marzo.
Música: A Samuel Barber por su Concierto para
Piano No. 1, dado a conocer por primera vez en el
mundo por la Boston Symphony en el Philarmonic
Hall el 24 de septiembre de 1962.
Otras obras: A Barbara W. Tuchman, por The
Guns of August, una narración de los primeros días
de la primera guerra mundial.
141
Historia : Wasliington, Village and Capital. 1800-
1878, por Constance McLaughlin Green.
Biografía: Henry James. Volumen II. The Con
quest oj London. 1870-1881; Volumen III. The Mid
dle Years. 1881-1895, por Leon Edel.
Los premios, que incluyen también galardones de
periodismo, llevan consigo uno de 500 dólares para
las categorías de letras y música. El Premio Pulitzer
está considerado generalmente como el premio lite
rario más importante de la actualidad en los Estados
Unidos.
i Ï
< ^ >
142
CRITICA DE LIBROS.
Tres escritores norteamericanos. University oí Min
nesota. Tomo IV. HERMAN MELVILLK, EDITH WHAK-
TON, GERTRUDE STEIN. Madrid, Editorial Gredos,
1962, 162 páginas, 30 pesetas.
La Universidad de Minnesota concibió la publica
ción de una serie de folletos {The University of Min
nesota Pamphlets on American Writers) sobre auto
res cuya obra les ha dado categoría universal y colo
cado entre los más importantes del mundo, a fin
de proporcionar a los estudiosos un conocimiento de
esta hoy día importantísima literatura y facilitar su
comprensión.
En el tomo IV de la citada serie se encuentran
estudios sobre Herman Melville, por Leon Howard,
profesor de inglés en la Universidad de California, Los
Angeles; Edith Wharton, por Louis Auchincloss, crí
tico literario, y Gertrude Stein, por Frederick J. Hoff
man, profesor de literatura moderna en la Universi
dad de California, Riverside.
143
THORP, WII.LARD: La literatura norteamericana en el
siglo XX. Madrid, Editorial Tecnos, 1962, 399 pá
ginas, .140 pesetas.
Thorp cu esta obra no se limita al estudio de todos
los movimientos revolucionarios que se sucedieron en
la poesía, la novela y el teatro de este siglo, en que
la literatura norteamericana ha llegado a su mayoría
de edad, sino que refleja también el mundo en que
se movieron escritores tan grandes como O'Neill,
T. S. Kliot o Dos Passos, y estudia las causas que
les llevaron a escribir esto o aquello, cerrando su
estudio con un interesantísimo capítulo dedicado a
las guerras de los críticos que dedicaron su vida a
entender y hacer que otros entendieran qué era lo
mejor de la literatura de su época.
FKANK, ISAIAH: El Mercado Común Europeo. Un
análisis de política comercial. Barcelona, Editorial
Hispano Europea, 1962, 372 páginas, 125 pesetas.
Isaiah Frank es un experto de calidad. Profesor
de Economía de la Universidad de Columbia, director
del Office of International Trade y del Office of Inter
national Financial and Development Affairs del Depar
tamento de Estado Norteamericano, ha seguido muy
de cerca, desde su gabinete de estudio y representan
do a su país en reuniones de expertos y en congresos,
144
el desarrollo del Mercado Común, pudiendo analizar
su impacto sobre los países europeos y sobre la eco
nomía americana.
Como fruto de sus investigaciones y experiencias nos
ofrece esta obra, en la que realiza un examen muy
ponderado de la política comercial de la Comunidad
Económica Europea, relacionándola con los acuerdos
del G.A.T.T. y del Fondo Monetario Internacional y
del que extrac conclusiones de gran interés para quie
nes, atentos a las derivaciones que cabe esperar de la
consolidación del Mercado Común, desean estar in
formados.
BALI., M.: La O.T.A.N. y la cooperación atlántica.
Barcelona, Editorial Hispano Europea, 1962, 4.76
páginas, 165 pesetas.
La O.T.A.N. es mucho más que un tratado para
la defensa de los países atlánticos. Constituye una en
tente que reúne a los pueblos más poderosos del mun
do occidental y apunta a establecer unas bases que
garanticen su estabilidad tanto en el orden estraté
gico como en el ideológico. Esta obra, al ofrecer en
forma sistemática los esfuerzos y realidades produ
cidos en torno a la alianza atlántica, presta el valio
so servicio de divulgar unos considerandos y unos he
chos de la mayor trascendencia para nuestro futuro.
145
SPF.IER, HANS : Berlín, baluarte de L· libertad. Bar
celona, Editorial Hispano Europea, 1962, 177 pá
ginas, 100 pesetas.
Berlín, como explica el autor en este libro, es hoy
mucho más que una gran capital o una numerosa pp-
blación reunida en un punto estratégicamente vul
nerable. Berlín constituye una avanzadilla del mundo
occidental enclavada en el área de influencia sovié
tica y, como tal, un símbolo de afirmación de la
libertad, del amor a Dios y del social-capitalismo y
de negación del totalitarismo, que hoy se proyecta dçs-
de Moscú y desde Pekín.
146
Biblioteca de la Casa Americana
ULTIMAS ADQUISICIONES
Las letras entre paréntesis a continuación del titulo de cada obra indican la biblioteca en que se encuentra el hbro: Madrid (M.), Paseo de la Castellana, 48; Bilbao (Bi.), Buenos Aires, 1; Sevilla (S.), Laraña, 4.
BELLAS ARTES
HOLDEN, Donald: Art career guide; a guidance handbook for art students, teachers, vocational counselors, and job hunters. Watson-Guptill, 1961. 275p. (S.)
KREHBIEL, Henry Edward: Afro-American folksongs. Ungar, 1962. 176p. (M.)
ROGERS, Kate Ellen: The modern house, U.S.A.: its design and decoration. Harper, 1962. 292p. illus. (Bi.M.S.)
SCULLY, Vincent Joseph: Frank Lloyd Wright. Barcelona, Bruguera, 1961. 127p. illus. (Bi.M.S.)
147
BIOGRAFIA
DALAI LAMA: My land and my people; the memoirs; of His Holiness the Dalai Lama of Tibet. McGraw-Hill, 1962. 271p. illus. (M.)
FANNING, Leonard M. : Fathers of industries. Lippin-cott, 1962. 256p. illus. (Bi.M.)
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