atardeceres

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¿Por qué los atardeceres son rojos? La luz proveniente del Sol es blanca (una mezcla de los colores que vemos en el arcoiris). Cuando entra en la atmósfera, la luz del Sol choca con las moléculas de los gases que la componen y con las partículas en suspensión, y sufre desvia- ciones. La desviación que sufre la luz por efecto de los choques con las moléculas de oxígeno y de nitrógeno, es diferente para cada color. Distinta para cada lon- gitud de onda, se diría técnicamente: mientras mayor es la longitud de onda, menor es la desviación. Los colores que más se desvían son el violeta y el azul (los de menor longitud de onda), y los que menos se des- vían son el amarillo, el naranja y el rojo (cuya longitud de onda es la mayor del espectro visible). La trayectoria de la luz roja casi no sufre alteración. Durante el día, al Sol lo vemos amarillo-anaranjado porque nuestro ojo es particularmente sensible al amarillo. Pero en la tarde, por la posición del Sol, el pedazo de atmósfera que tiene que atravesar la luz del Sol es mayor que durante el resto del día (ver figura). De modo que sufre numerosas desviaciones y el único color que llega a nues- tros ojos es el rojo. El violeta y el azul llegan a nosotros después de algunos rebotes en la atmósfera y parecieran venir de otras posiciones y no del Sol. Por eso el cielo lo vemos azul. Los fenómenos descritos se cono- cen con el nombre de Efecto Tyndall (en honor a John Tyndall, que dio en 1859 los primeros pasos para expli- car el color del cielo) o Scattering de Rayleigh (que algunos años más tarde lo estudió con mayor detalle). Apuesto a que si haces un repaso mental de las fotografías de paisajes que más te han impactado recien- temente, alguna de ellas es de un atardecer. 1

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Atardeceres, Sunsets

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¿Por qué los atardeceres son rojos?

La luz proveniente del Sol es blanca (una mezcla de los colores que vemos en el arcoiris). Cuando entra en la atmósfera, la luz del Sol choca con las moléculas de los gases que la componen y con las partículas en suspensión, y sufre desvia-ciones.

La desviación que sufre la luz por efecto de los choques con las moléculas de oxígeno y de nitrógeno, es diferente para cada color. Distinta para cada lon-gitud de onda, se diría técnicamente: mientras mayor es la longitud de onda, menor es la desviación.

Los colores que más se desvían son el violeta y el azul (los de menor longitud de onda), y los que menos se des-vían son el amarillo, el naranja y el rojo (cuya longitud de onda es la mayor del espectro visible). La trayectoria de la luz roja casi no sufre alteración.

Durante el día, al Sol lo vemos amarillo-anaranjado porque nuestro ojo es particularmente sensible al amarillo. Pero en la tarde, por la posición del Sol, el pedazo de atmósfera que tiene que atravesar la luz del Sol es mayor que durante el resto del día (ver figura). De modo que sufre numerosas desviaciones y el único color que llega a nues-tros ojos es el rojo.

El violeta y el azul llegan a nosotros después de algunos rebotes en la atmósfera y parecieran venir de otras posiciones y no del Sol. Por eso el cielo lo vemos azul.

Los fenómenos descritos se cono-cen con el nombre de Efecto Tyndall (en honor a John Tyndall, que dio en 1859 los primeros pasos para expli-car el color del cielo) o Scattering de Rayleigh (que algunos años más tarde lo estudió con mayor detalle).

Apuesto a que si haces un repaso mental de las fotografías de paisajes que más te han impactado recien-temente, alguna de ellas es de un atardecer.

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Hay atardeceres que son absolutamente mágicos. A mi, personalmente, me encanta “cazarlos” con la cámara y revivirlos más ade-lante. Compartirlos con los amigos y, por qué no, disfrutar de algún piropo que, como fotó-grafo me brinda una buena instantánea de un espectáculo natural como son las puestas de sol.

Muchas cosas hacemos para entretenernos y ganar dinero. Nos lo dicen algunos y nuestra propia sensatez también. Y no sólo eso, sino que debemos tener la ca-beza ocupada y no pensar en tonterías, ni banalidades que puedan debilitarte: “Ay, amigo, cuida tu mente y tu cuerpo, pero sobretodo tu mente”. Esto es lo que te po-dría decir cualquier persona que cada cinco minutos mira el reloj. Desde luego yo no.

Casi no tenemos tiempo para nosotros mismos, ni para el sosiego de un mo-mento muy personal. Me refiero a ese tiempo que te dedicas a descansar de tu propio ser”.

Andrés Belmonte, un hombre de mediana edad, de cuarenta y tres años para ser exactos, sufrió un ac-cidente mortal en la autopista, la noche de ayer. El exceso de velocidad le jugó una mala pasada. La última.

Una hermosa y saludable niña nació en Valencia, a la misma hora que moría Andrés, en Murcia. La niña, a la que sus padres llamaron Carmen, era sobrina del falle-cido. ndrés Belmonte, minutos antes de morir, mientras conducía, pensaba en que siempre quiso pintar; que-ría dedicar horas de horas a escuchar a Beethoven, Franz Liszt, Chopin, Erik Satie y meditar acerca de la vida y escribir poesía. Todo eso recordaba minutos an-tes del accidente. Pero nunca lo hizo. Había planifica-do hacer todo eso de mayor: “aún soy joven”, decía.

Los padres de Carmen, tristes por la noticia, vieron a la niña y se vieron a ellos mismos como si fuera un espe-jo. Sabían de los sueños de Andrés, que nunca realizó y que ellos tampoco realizaron. Una lágrima se deslizó por sus rostros y se miraron. En aquella mirada decidie-ron que a su hija no le ocurriría lo mismo que a ellos. Atardecía en Valencia.

Como todo, conseguir mejorar en el arte de inmortalizar atardeceres requiere un poco de paciencia y práctica. Y también ayuda leer algunos consejos como los que te acerco en el artículo de hoy ¿quieres descubrir cómo mejorar tus fotos de atardeceres?

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Amantes de los atardeceres

Cuando tengas un minuto de tu valioso tiempo, dedícatelo a ti. No vaya a ser que la vejez o las circunstancias te pasen fac-tura. ¿Cuántos han llegado a la “edad de oro” y sienten la necesidad de recu-perar el valor del tiempo perdido? Obser-va el parque en un día soleado lleno de personas mayores tomando el sol, mirán-dose unos a otros, y a nosotros y entende-rás de qué te hablo. No sé tú, pero yo en sus miradas veo un terrible vacío. No me refiero a todos, pero en muchos sí. No lo sé, igual exagero, pero es la percepción que tengo. Tal vez al llegar a esa edad me coma mis palabras, aunque si te digo esto es porque lo veo y lo siento así. Eso de esperar el final debe de ser algo bas-tante complicado. Yo, treintañero, no po-dría decirte qué sienten ellos, pero aproxi-marme si que puedo. La verdad es que en algunos he visto el hastío y en otros he visto la resignación. Hastío de acabar ya, pronto, y resignación en los otros, de aceptar el inminente final.

En ambos casos, el vacío es una cons-tante que aparece en sus retinas. Lo que quiero decir, es que si en vez de hastiarse y de resignarse cultivaran su espíritu con, ¡qué sé yo! algo que les llene, algo que les haga sentir satisfechos.

No sólo se trata de la biológica ne-cesidad de haber procreado y ver a sus retoños prepararse para seguir sus pasos, no. De eso no se debería constituir la rutina. Correr en busca del éxito o en la pasividad del medio-cre aburguesado. Rotundamente no. hay quienes llegan al final sin haber-se dado cuenta de eso.

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O, quizá, sí se dieron cuenta pero ya era demasiado tarde para mirar atrás. No sé tú, amigo lector o lectora, pero a mí la rutina me parece más traicionera que un avaro. Vale, puedo reconocer que la rutina te ordena las cosas e ideas para seguir un derrote-ro. Acepto todo eso, pero llega-rá el momento en que te sientas desbordado por la abundancia de tiempo. Y cuando te sobre ese tiempo, y hayas dejado a tu espíritu yermo, no te quedará nada que cultivar.

Nunca aprenderás a cosechar en tu interior aquello que en tu vejez llene ese vacío natural. La rutina es una creación artificial que es necesaria en su justa me-dida. Nunca debe ser prioritaria, la prioridad eres tú.Sabemos medir nuestro tiempo, pero ¿sabemos medir el tiem-po del universo?

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Paisaje (extensión de terreno que se ve desde un sitio),1 es un concepto que se utiliza de manera diferente por varios campos de estudio, aun-que todos los usos del término llevan implícita la existencia de un sujeto observador y de un objeto observa-do (el terreno) del que se destacan fundamentalmente sus cualidades visuales y espaciales.El paisaje, como componente del medio ambiente, es objeto de protección por parte de diver-sas leyes e instituciones naciona-les e internacionales (UNESCO y Consejo de Europa).

El paisaje, desde el punto de vista geográfico, es el objeto de estudio primordial y el documento geográfico básico a partir del cual se hace la geografía. En general, se entiende por paisaje cualquier área de la superficie terrestre producto de la inte-racción de los diferentes factores presentes en ella y que tienen un reflejo visual en el espacio. El paisaje geográfico es por tanto el aspecto que adquiere el espacio geográfico. Se define por sus formas: naturales o antrópicas. Todo paisaje está com-puesto por elementos que se articulan entre sí. Estos elementos son básicamente de tres tipos: abióticos (elementos no vivos), bióticos (resultado de la actividad de los seres vivos) y antrópicos (resultado de la actividad humana). Determinar estos elementos es lo que constituye el primer nivel del análisis geográfico.

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La naturaleza o natura, en su sentido más amplio, es equivalente al mundo natural, universo físico, mundo material o univer-so material. El término “naturaleza” hace referencia a los fenómenos del mundo fí-sico, y también a la vida en general. Por lo general no incluye los objetos artificia-les ni la intervención humana, a menos que se la califique de manera que haga referencia a ello, por ejemplo con expre-siones como “naturaleza humana” o “la totalidad de la naturaleza”. La naturaleza también se encuentra diferenciada de lo sobrenatural. Se extiende desde el mun-do subatómico al galáctico.

La palabra “naturaleza” proviene de la palabra germanica naturist, que significa “el curso de los animales, carácter natu-ral.”1 Natura es la traducción latina de la palabra griega physis (φύσις), que en su significado original hacía referencia a la forma innata en la que crecen espontá-neamente plantas y animales. El concepto de naturaleza como un todo —el universo físico— es un concepto más reciente que adquirió un uso cada vez más amplio con el desarrollo del método científico mo-derno en los últimos siglos.

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Dentro de los diversos usos actuales de esta palabra, “naturaleza” pue-de hacer referencia al dominio ge-neral de diversos tipos de seres vivos, como plantas y animales, y en algu-nos casos a los procesos asociados con objetos inanimados - la forma en que existen los diversos tipos par-ticulares de cosas y sus espontáneos cambios, así como el tiempo atmos-férico, la geología de la Tierra y la materia y energía que poseen todos estos entes. A menudo se conside-ra que significa “entorno natural”: animales salvajes, rocas, bosques, playas, y en general todas las cosas que no han sido alteradas sustan-cialmente por el ser humano, o que persisten a pesar de la intervención humana. Este concepto más tradi-cional de las cosas naturales implica una distinción entre lo natural y lo ar-tificial (entendido esto último como algo hecho por una mente o una conciencia humana).

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Los elefantes o elefántidos (Elephan-tidae) son una familia de mamíferos placentarios del orden Proboscidea. Antiguamente se clasificaban, jun-to con otros animales de piel grue-sa, en el orden, ahora inválido, de los paquidermos (Pachydermata). Existen hoy en día tres especies y di-versas subespecies. Entre los géne-ros extintos destaca Mammuthus que incluía los mamuts.

La jirafa (Giraffa camelopardalis) es una especie de mamífero artiodáctilo de la familia Giraffidae propio de África. Es la más alta de todas las especies vivien-tes de animales terrestres. La cima de la cabeza puede llegar a encontrarse a 5,8 m de altura y puede pesar de 750 kg hasta 1,6 toneladas.2 El nombre co-mún ‘jirafa’ y primer término del nombre binomial Giraffa proviene del árabe (zi-raafa o zurapha), que significa “alta”. El segundo término que da nombre a la especie camelopardalis proviene del griego καμηλοπάρδαλη cameloparda-le y del latín camelopardalis, que signi-fica “camello leopardo” .

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Los úrsidos (Ursidae) son una familia de mamíferos carnívoros conocidos co-múnmente como osos.1 Son animales de gran tamaño, generalmente om-nívoros ya que, a pesar de su temible dentadura, comen frutos, raíces e in-sectos, además de carne. Sin embar-go, el oso polar, debido a la escasez de otras fuentes de alimento, se ali-menta casi únicamente de carne.2 Con sus pesados cuerpos y sus pode-rosas mandíbulas, los osos se cuentan entre los mayores carnívoros que viven en la Tierra. Un macho de oso polar pesa en promedio 500 kg y alcanza una talla de hasta 130 cm a la altura de la cruz.3 Se mueven con un cami-nar pesado, apoyando toda la planta de los pies (son, por lo tanto, anima-les plantígrados). Tienen orejas cor-tas y cola rudimentaria.

La característica más importante del esqueleto de las tortugas es que una gran parte de su columna ver-tebral está soldada a la parte dorsal del caparazón. El esqueleto hace que la respiración sea imposible por movimiento de la caja torácica; se realiza principalmente por la con-tracción de los músculos abdomi-nales modificados que funcionan de modo análogo al diafragma de los mamíferos y por movimientos de bombeo de la faringe.

El cráneo presenta características de un gran primitivismo. Aunque carecen de dientes, tienen un pico córneo que recubre su mandíbula, pareci-do al pico de las aves.Al igual que todos los reptiles, las tor-tugas son animales ectotérmicos, lo que significa que su actividad meta-bólica depende de la temperatura externa o ambiental.Las tortugas mudan la piel; sin em-bargo, a diferencia de los lagar-tos y serpientes, lo hacen poco a poco. También mudan o despren-den los escudos del caparazón, in-dividualmente y aparentemente sin un orden determinado.