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DIARIO - COLUMNISTAS - 24/11/2011

Por qué dejé el “mainstream media”PUNTOS DE VISTA

Natasha Lennard, una periodista freelance de The New York Times, fue arrestada junto a varios

manifestantes en Nueva York, mientras realizaba la cobertura de una manifestación del movimiento “Ocupy

World Street” (OWS) unas semanas atrás. Posteriormente liberada, dejó su trabajo, o fue apartada del

periódico, y además fue acusada de haber actuado como instigadora y militante, antes que como periodista.

En un artículo suyo publicado en la página web salon.com, explica la situación y se defiende en un artículo

titulado “Why I quit the mainstream media”.

Con mucho orgullo, acepta el hecho de ser “más que una periodista” , y explica su alejamiento del

mainstream media para tomar posición a favor del movimiento OWS. Establece, sin embargo, cierta reserva:

no se considera una activista, y niega tal acusación.

De alguna forma, me recordó una discusión hace unos meses en aulas de mi ex universidad, el IE Law

School en Madrid. Hablábamos sobre el caso de un abogado defensor de un grupo de muchachos

acusados de asesinar a una joven. Los jóvenes habrían confesado el crimen al abogado, y así, el lugar 

donde se encontraba el arma del delito, elemento esencial, sin el cual no iban a poder ser condenados.

La cuestión se suscitaba en si el abogado debería informar sobre la ubicación del arma o no. Muchos

alumnos salieron airados al frente con un orgullo parecido al de la periodista, no sin poca hipocresía pero

con mucha autosatisfacción, diciendo que si el abogado habría sido uno de ellos, habrían denunciado de

alguna forma el hecho.

 Ambos casos muestran cierto narcisismo: el abogado, el doctor, el ingeniero, el periodista o cualquier otro,

son profesionales en sus disciplinas y ramas, y han aceptado como tales tomar un rol, un papel dentro de la

sociedad. A fin de cuentas, prestar un determinado servicio.

La enfermera cuida del enfermo, el médico diagnostica la enfermedad y prescribe un tratamiento. El

ingeniero de caminos construye caminos. El abogado defensor defiende a su cl iente, y el periodista debe

informar de manera imparcial a la población, para que ésta pueda formarse una opinión propia a partir del

conocimiento de actos y hechos.

El que acepta el rol de abogado defensor, se circunscribe a esa labor. No se le ha encomendado el papel de

un héroe, cuya imagen es simplemente nuestras proyecciones románticas, alimentadas por la ingenuidad de

las películas de Hollywood hoy, o por ejemplo las novelas de caballería en la Edad Media. El abogado

defensor, de acuerdo a su código de ética, debe ante todo respetar la confidencialidad del test imonio de su

cliente, y defenderlo. No le corresponde a él señalar el arma del delito. A su modo es un héroe, porque

sacrifica ese hedonismo del héroe prefabricado, por su deber, como el soldado anónimo. Pero peor aún,

quizás pasará a la historia como un anti-héroe, al triste estilo de Caín o Judas, cómodamente apedreado por 

la moral de la multitud que señala toda apiñada miopemente desde la esquina de una sola tribuna.

 Anti-héroes, que como los opuestos que se cruzan, pudieran ser en realidad héroes, ante el monumental

peso inquisidor que llevan encima.

Un periodista que protesta contra el mainstream media y se acerca al OWS, puede tener mucho que ver con

los inquisidores, antes que con los héroes. Pero más que una inquisición, lo de Lennard es una especie de

quejido. En su artículo señala: “La gente no sabe exactamente lo que quiere, pero como lo pone un amigo,

«fuck this shit!» queremos algo diferente: una vida diferente, con valores distintos, o al menos el chance de

valores distintos”.

El movimiento OWS, derivado del de “Los Indignados” en España, se contrasta de algún modo con los

españoles de vieja guardia, aquellos que vivieron una España con un rostro auténticamente diferente, de

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retraso, castración y aislamiento franquista. Muchos de ellos, que lucharon por lograr una España

enganchada a Europa, por un país moderno, libre y democrático, quizás vean con ojos de ironía a aquellos

que se quejan sin saber no sólo de qué se quejan, sino sin saber todo lo que t ienen y dan por sentado.

En épocas de crisis, para los primeros será necesario amarrarse los cinturones, trabajar duro y quejarse

menos, más aún si, como señala la periodista, no se sabe bien de qué se queja uno, pero al parecer el mero

hecho de quejarse, como en un grotesco infantilismo, le hace a uno sentirse mejor.

Lennard continúa: “(…) si (…) se cree que soy una periodista que concuerda con aquellos que en todo el

país piensan «fuck this shit» cuando se trata de un sistema que perpetúa la desigualdad (…), entonces

tienen razón”. Quizás es una de esas personas que le encanta decir “ fuck” como un mero statement por sí

mismo.

 Así lo menciona ella: “También había lanzado «F-bombs» en abundancia”. Como aquellas personas que

cuando escuchan una canción con una mala palabra, les encanta cantarla. Es el cliché cantado. El

infantilismo, tan afín a cierto espíritu norteamericano, ese de Hollywood, tan cercano a nuestros héroes

prefabricados.

 

El autor es abogado

Por: José Manuel Canelas Schutt Columnista

COPYRIGHT © 2011 Editorial Canelas. Prohibida su reproducción total o parcial, así como su traducción a

cualquier idioma sin autorización escrita de su titular.

(Impreso el 28/11/2011)

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