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IDEOLOGÍA DE GÉNERO Escrito por José Arregi La ideología de género se ha convertido en objeto preferente de denuncia por parte de algunos obispos. Entre ellos destaca Mons. Munilla, obispo de San Sebastián, que no duda en presentarla como “metástasis del marxismo”, para igual asombro de marxistas y no marxistas que saben algo del asunto. Ha sido diseñada, sostiene, para destruir la familia y arruinar el alma de Occidente. Y, citando a Santa Teresa que calificó de “tiempos recios” la época que le tocó vivir, llama a los cristianos a afrontar con ánimo martirial los tiempos actuales en los que son perseguidos el bien y la verdad y quienes los defienden. Clarifiquemos los términos. Según la Organización Mundial de la Salud –lo puedes encontrar en Wikipedia–, el término “género” significa algo tan simple como “los roles socialmente construidos, comportamientos, actividades y atributos que una sociedad considera como apropiados para hombres y mujeres”. ¿Será que también la OMS está afectada por esa perniciosa metástasis del marxismo? Seamos razonables. Con el sexo se nace: soy hombre o mujer (aunque hay veces en que ni eso es tan claro); el género se construye, y depende en buena parte de lo que en una cultura determinada significa “ser hombre”, “ser mujer”. En cuanto a la “identidad de género” (me siento varón o mujer), depende tanto del sexo como del género, así como también de ese mundo insondable de nuestra psicología personal, maravillosa y frágil. El sexo es naturaleza y el género es cultura, pero existe una infinita red de interrelaciones entre ellas. No existen ni la pura naturaleza ni la pura cultura. Nada está cerrado. Todo está infinitamente abierto, y todo necesita cuidado, y un infinito respeto. Y siempre debemos empezar por acoger, más aun, por reconocer lo que es cada ser, cada persona, con su historia, su gracia, sus heridas. ¿Quién soy yo para dictar a nadie lo que debe ser, cómo debe sentirse o cómo debe amar, en nombre de una naturaleza cerrada que no existe, o en nombre de un “Dios” legislador exterior y patriarcal que tampoco existe? El género –el papel culturalmente asignado al varón o a la mujer– se convierte en ideología perniciosa cuando establece relaciones de sumisión, y las religiones cargan con una grave responsabilidad histórica por ello. La ideología de género, como todas las ideologías, se halla siempre, consciente o inconscientemente, al servicio de una trama de intereses, y no pocas veces recurre a la religión para legitimarlos y legitimarse, para perpetuarse en el poder. Basta, para ilustrarlo, con mencionar algunos textos bíblicos sobre la mujer. En el libro del Génesis, dice Dios a la mujer: “Tendrás ansia de tu marido y él te dominará”. No es Dios quien habla, sino quien lo escribió y la cultura patriarcal de la que depende: ideología de género. Contra lo que piensan quienes tanto la fustigan, la ideología de género no es un engendro de nuestros tiempos, matriz de todos los males de una sociedad hedonista, materialista y relativista, etc. Viene de muy lejos, y predomina en la Biblia. En el libro del Levítico se dice: “La mujer que conciba y dé a luz un varón quedará impura durante siete días, y si diera a luz una niña, quedará impura durante dos semanas, como cuando tiene la menstruación”. En el libro de Qohelet o Eclesiastés leemos estas terribles frases que me duele transcribir: “La mujer es más amarga que la muerte, porque es una trampa; su corazón es un lazo y sus brazos cadenas”. “Entre mil se puede encontrar un hombre cabal, pero mujer cabal, ni una entre todas”.

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Pequeña reflexión sobre el tema

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IDEOLOGÍA DE GÉNEROEscrito por  José Arregi

La ideología de género se ha convertido en objeto preferente de denuncia por parte de algunos obispos. Entre ellos destaca Mons. Munilla, obispo de San Sebastián, que no duda en presentarla como “metástasis del marxismo”, para igual asombro de marxistas y no marxistas que saben algo del asunto. Ha sido diseñada, sostiene, para destruir la familia y arruinar el alma de Occidente. Y, citando a Santa Teresa que calificó de “tiempos recios” la época que le tocó vivir, llama a los cristianos a afrontar con ánimo martirial los tiempos actuales en los que son perseguidos el bien y la verdad y quienes los defienden.

Clarifiquemos los términos. Según la Organización Mundial de la Salud –lo puedes encontrar en Wikipedia–, el término “género” significa algo tan simple como “los roles socialmente construidos, comportamientos, actividades y atributos que una sociedad considera como apropiados para hombres y mujeres”. ¿Será que también la OMS está afectada por esa perniciosa metástasis del marxismo? Seamos razonables.

Con el sexo se nace: soy hombre o mujer (aunque hay veces en que ni eso es tan claro); el género se construye, y depende en buena parte de lo que en una cultura determinada significa “ser hombre”, “ser mujer”. En cuanto a la “identidad de género” (me siento varón o mujer), depende tanto del sexo como del género, así como también de ese mundo insondable de nuestra psicología personal, maravillosa y frágil. El sexo es naturaleza y el género es cultura, pero existe una infinita red de interrelaciones entre ellas. No existen ni la pura naturaleza ni la pura cultura. Nada está cerrado. Todo está infinitamente abierto, y todo necesita cuidado, y un infinito respeto. Y siempre debemos empezar por acoger, más aun, por reconocer lo que es cada ser, cada persona, con su historia, su gracia, sus heridas. ¿Quién soy yo para dictar a nadie lo que debe ser, cómo debe sentirse o cómo debe amar, en nombre de una naturaleza cerrada que no existe, o en nombre de un “Dios” legislador exterior y patriarcal que tampoco existe?

El género –el papel culturalmente asignado al varón o a la mujer– se convierte en ideología perniciosa cuando establece relaciones de sumisión, y las religiones cargan con una grave responsabilidad histórica por ello. La ideología de género, como todas las ideologías, se halla siempre, consciente o inconscientemente, al servicio de una trama de intereses, y no pocas veces recurre a la religión para legitimarlos y legitimarse, para perpetuarse en el poder.

Basta, para ilustrarlo, con mencionar algunos textos bíblicos sobre la mujer. En el libro del Génesis, dice Dios a la mujer: “Tendrás ansia de tu marido y él te dominará”. No es Dios quien habla, sino quien lo escribió y la cultura patriarcal de la que depende: ideología de género. Contra lo que piensan quienes tanto la fustigan, la ideología de género no es un engendro de nuestros tiempos, matriz de todos los males de una sociedad hedonista, materialista y relativista, etc. Viene de muy lejos, y predomina en la Biblia. En el libro del Levítico se dice: “La mujer que conciba y dé a luz un varón quedará impura durante siete días, y si diera a luz una niña, quedará impura durante dos semanas, como cuando tiene la menstruación”. En el libro de Qohelet o Eclesiastés leemos estas terribles frases que me duele transcribir: “La mujer es más amarga que la muerte, porque es una trampa; su corazón es un lazo y sus brazos cadenas”. “Entre mil se puede encontrar un hombre cabal, pero mujer cabal, ni una entre todas”.

San Pablo, que escribió en la Carta a los Gálatas aquello tan innovador de que “en Cristo ya no hay distinción entre varón y mujer”, en la primera Carta a los Corintios escribe, sin embargo, que “la cabeza de la mujer es el varón” y que “no procede el varón de la mujer, sino la mujer del varón, ni fue creado el varón por causa de la mujer, sino la mujer por causa del varón”, que, en consecuencia, “la mujer debe llevar sobre su cabeza una señal de sujeción” y que “no es decoroso que la mujer tome la palabra en la iglesia”. Y en la Carta a los Efesios, que no es de Pablo, se dice: “Mujeres, someteos a vuestros maridos”.

La mujer impura, la mujer tentadora, la mujer sometida. ¿Palabra de Dios? No. Pura y dura ideología de género, humillante para la mujer tratada como inferior, degradante para el varón convertido en déspota. Liberar al Espíritu de la prisión de esa letra bíblica es la única manera de ser fieles a la Biblia. Seguir aferrados a “lo que está escrito” hace miles de años es seguir ahogando la vida. Es lo que hizo, por ejemplo, San Pío XI cuando, en 1930, condenó a quienes ponían en tela de juicio la “obediencia de la mujer al marido” o defendían que las mujeres pudiesen “tener libremente sus propios negocios”. Ideología de género con argumentos “teológicos”. El daño que ha hecho y sigue haciendo a la mujer, al homosexual, al transexual, al bisexual…, tratados como pervertidos cuando no como perversos en nombre de la “naturaleza” o de “Dios”, es espantoso.

Hoy condenarían –sin saber lo que hacen– por ideología de género a Santa Teresa, que hace 500 años, y refiriéndose a los inquisidores, escribió en su Camino de Perfección (aunque luego, por precaución, lo borró hasta hacerlo ilegible, pero hoy se puede leer): “Como son hijos de Adán y, en fin, todos varones, no hay virtud de mujer que no tengan por sospechosa”. Lo que hacía justamente era denunciar su ideología de género. Y, por cierto, cuando Santa Teresa hablaba de “tiempos recios”, no hablaba de los enemigos de la fe y de la Iglesia, sino de los eclesiásticos inquisidores. La historia se repite.

No repitamos la historia. Seamos naturaleza viviente y creadora. Seamos Iglesia compañera, Iglesia liberadora, Iglesia sanadora. Iglesia de Jesús.

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MUJERESEste espacio nace para contar los cambios que está aportando la mujer a un mundo en transformación, para detectar desigualdades y para albergar debates bajo esta premisa clave: una sociedad desarrollada y libre no puede funcionar si no permite idénticas oportunidades a la mitad de la población. Hombres y mujeres sois bienvenidos.

La tan polémica discriminación positivaPor: Mª Ángeles Cabré | 31 de marzo de 2014

En una magnífica viñeta de Forges aparecida en EL PAÍS en marzo del 2007, con motivo del Día de la Mujer, un cartel rezaba “Siglo de la mujer”. De que el siglo XX lo ha sido no cabe duda alguna, siendo como es el siglo en que las mujeres han vivido, hemos vivido, mayores avances y a mayor velocidad (el sufragio femenino, la píldora, la plena incorporación a los estudios universitarios…). Y tampoco de que el siglo XXI está destinado a serlo también en aquellos países en los que las mujeres siguen siendo aún una casta social, concretamente la más baja.

El Día de la Mujer, cuyo origen se remonta a mediados del siglo XIX, viene celebrándose desde 1910 a instancias de Clara Zetkin, quien lo propuso para promover el sufragio femenino en la II Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas, aunque fueron las mujeres rusas quienes, reclamando alimentos en plena Primera Guerra Mundial, instauraron en 1917 la fecha actual, el 8 de marzo. Al Día de la Mujer y con él al Mes de la Mujer (marzo), que es cuando a las mujeres se les brinda, de modo excepcional, el turno de palabra que el resto del año se les niega si no es en pequeñas dosis y sin armar demasiado revuelo, se suma la existencia de los Institutos de la Mujer (nacionales o autonómicos), de las regidorías de Igualdad y de las asociaciones de mujeres y demás inventos del feminismo, inventos avalados por el espíritu democrático y sobre los que nunca ha dejado de arrojarse un sibilino haz de sospecha.

A la controvertida existencia de todos esos entes (para muchos enormemente necesarios y para otros del todo superfluos), cabe sumar la debatida cuestión de las cuotas, de las que se hace burla y escarnio como si fueran instrumentos del diablo.

Cuotas que responden a una política destinada a propiciar un mejor reparto de los espacios comunes y que nacen para facilitar el acceso a los mismos de colectivos históricamente discriminados, como lo ha sido claramente el de las mujeres: más de la mitad de la población desde el origen de los tiempos, pero tratada como si de un minoritario grupo ético se tratara.

Cuotas, sí, que obligan a contratar a un número determinado de mujeres en una empresa, o a incluir a un número determinado de mujeres en las listas de un partido político y así un largo etcétera. Su misión: incentivar la igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres, en un intento para que a las mujeres no les pase lo que decía uno de los personajes de Primera historia de Esther, deEspriu, la Secundina que interpretó la también escritora y feminista Maria Aurèlia Campany: "Corte quien corte el bacalao, una se queda siempre de portera".

Fue a principios de los 80 cuando en este país los sectores progresistas comenzaron a reclamar medidas de discriminación positiva para las integrantes del sexo femenino. Desde aquella fecha, estas tres décadas se nos han hecho eternas, sobre todo a las mujeres, quienes al tiempo que contribuíamos a asentar la democracia, debíamos ocuparnos de desterrar la idea de mujer propiciada por Pilar Primo de Rivera y sus secuaces de la Sección Femenina.

Hoy la discriminación positiva es una realidad en algunos ámbitos, aunque no por ello menos discutida. Así, en un intento por "corregir" la poca presencia de mujeres directoras en el cine español, en el camino de acceso a las subvenciones (ahora muy escasas) que reparte el Instituto de la Cinematografía y de las Artes Visuales (ICAA), desde 2009 se considera un incentivo que la película esté dirigida por una mujer. Una medida que obedece a la Ley de Igualdad 3/2007 del Parlamento español (aprobada por el gobierno del PSOE), de la que otros sectores profesionales, y mismamente de la cultura, hacen caso omiso.

Medidas de impulso que fueron pioneras en la política, donde nos pongamos como nos pongamos el éxito de las cuotas ha sido rotundo, de ahí que hoy en día los parlamentos muestren un colorido del que carecían antaño, como

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habrán podido comprobar quienes a tenor de la muerte de Suárez han visto imágenes de archivo o quienes visionaron el falso documental sobre el 23-F de Jordi Évole. Siguiendo esa misma tónica de colorear las sedes del poder, a instancias de la Comisión de Igualdad de Género, Viviane Reding, vicepresidenta de la Comisión Europea y titular de Justicia, decidió en 2012 tramitar una directiva que promoviera la contratación de mujeres para puestos en los consejos de administración de las grandes empresas, con el objetivo último alcanzar en el 2020 una cuota del 40% de mujeres. Aunque sin carácter obligatorio y habiendo levantado ampollas, la Eurocámara aprobó dicha directiva el pasado noviembre.

Viviane RedingEl ámbito de lo penal no escapa a la polémica y, en el tan sensible asunto de la

violencia del género, hallamos otro debatido talón de Aquiles: se ha llegado incluso a acusar de discriminatoria para los varones la Ley Integral contra la Violencia de Género (aprobada en 2005), que supuestamente busca proteger a las mujeres de la virulenta rémora patriarcal, y que hay quien cree que las favorece en exceso en perjuicio de los varones; una inquietud que puso de manifiesto un desafortunado tuit de un conocido actor reconvertido en político,

quien aseveró imprudentemente que la mayor parte de las denuncias de malos tratos eran falsas.La mala prensa de la discriminación positiva la lleva incluso a ser rechazada por las propias interesadas. De esta guisa

muchas mujeres, antes de aceptar cualquier trato de favor, prefieren mantenerse firmes en un encastillamiento afín al de esos ancianos vacilantes que, a punto de derrumbarse, no aceptan el brazo o el asiento que gentilmente se les cede. Heroicos ancianos y heroicas mujeres que “por dignidad”, prefieren arriesgarse a la caída –en el caso de los ancianos- y a perpetuarse en su ir a la cola –en el caso de la mujeres-.

Me consta que discriminación positiva suena a oxímoron, es decir a juego de contrarios. En cuestión de género, suena incluso a ofensa: ¿necesitan las mujeres que se las discrimine aún más de lo que se les ha discriminado ya, aunque sea ahora para bien? ¿Qué piensan todas esas mujeres que no quieren ni oír hablar de discriminación positiva? ¿Qué razones alegan quienes están en contra de la segregación infligida a las mujeres en su propio beneficio? Pues precisamente eso, que en lugar de integrarlas las segrega.

Esa negativa a aceptar una merecidísima ventaja, y la cacareada controversia que la cuestión arrastra, llevan a pensar que algo esconde el asunto más allá de la natural discrepancia. Ni la política de cuotas minusvalora a la mujer en modo alguno, ni la discriminación positiva en cuestiones de género hace más que servir de paraguas al aluvión de inercias machistas que nos cae encima a diario. El sentido común nos lleva a pensar en paralelismos como incentivar a alumnos que se incorporan a mitad de curso (y más si es por razones ajenas a su voluntad) con objeto de que alcancen el ritmo normal. ¿A qué viene pues tanto escándalo cuando de beneficiar a un género se refiere, no en detrimento del otro sino para igualarlo al otro?

Una se pregunta si sus detractores son realmente conscientes del retraso histórico que las mujeres arrastran en su incorporación a las tareas plurales que se desempeñan en sociedad. Y si son conscientes que una forzada incorporación tardía (como es el caso) precisa del uso de instrumentos de rectificación. Nadie que asuma plenamente esa discriminación previa negará la necesidad de un correctivo, pero todos los que la nieguen la rechazarán, como rechaza el tratamiento un enfermo que no asume su dolencia.

Esa es la única razón que puede explicar que las chicas jóvenes de hoy no quieran ni oír hablar de cuotas y demás zarandajas, que les suenan al para ellas caduco feminismo: ellas jamás han sido discriminadas, o eso creen. Curiosamente, en su pertinaz alergia también olvidan que los varones llevan siglos administrando en su propio beneficio políticas de discriminación positiva y que les ha ido espléndidamente.

Habría que explicarles a esas tiernas muchachas en flor (a decir de Proust y de Vázquez Montalbán) que las políticas de discriminación positiva caminan hacia una nueva socialización, tan necesaria, basada en la cooperación, un principio que aparece recurrentemente en las obras de algunos de los más destacados pensadores actuales, como es el caso de Richard Sennett, que lo desarrolla enJuntos, del argentino Mario Bunge en su Filosofía política o de la misma Martha Nussbaum, quien aboga por un lúcido feminismo universalista. Siendo la discriminación positiva tan solo un instrumento para romper el a estas alturas abominable techo de cristal, es de necios matar al mensajero cuando son tantos los beneficios que lo que nos trae nos puede deparar.

Mª Ángeles Cabré es escritora y crítica literaria. Su último libro es el ensayo Leer y escribir en femenino (Barcelona, Editorial Aresta, 2013)

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Sor Mary Melone: "La participación de las mujeres en la Iglesia es un desafío que ya no puede posponerse"/Marisa Noriega/Religión DigítalCreado Jueves 04 de Junio de 2015 por Aixa Armas

"Ya es hora que la Iglesia deje de hablar de la mujer y se disponga a hablar con las mujeres"

El 28 de abril, se llevó a cabo en la Pontificia Universidad

Antoniana de Roma, el Congreso: "Mujeres en la Iglesia: perspectivas en diálogo". Dicho encuentro se realizó gracias a la iniciativa de dos mujeres la Hermana Mary Melone (primera mujer rectora de dicha Universidad) y la embajadora de Chile ante la Santa Sede, la Sra. Mónica Jiménez de la Jara.

Su sueño se hizo realidad, gracias al apoyo de la Pontificia Universidad Antoniana, la Embajada de Chile, las Embajadas de Estados Unidos, Inglaterra y la Unión Europea ante la Santa Sede.

La Hermana Melone, fue quien dio la bienvenida y pronunció las palabras inaugurales del Congreso, en donde afirmó que el programa de dicho evento, es resultado del llamado constante e insistente del Papa Francisco, a la participación activa de las mujeres en la Iglesia y a enfatizar el binomio mujeres-Iglesia, lo cual representa un desafío que ya no puede posponerse.

La Hermana, planteó varios de los interrogantes que dicho llamado ha suscitado:1. ¿Cómo ampliar los espacios para las mujeres dentro de la Iglesia?2. ¿Cómo contribuir para que ellas ocupen roles en la toma de decisiones?3. ¿Cómo hacer para que la riqueza de su pensamiento sea reconocida y valorada?4. ¿Qué podemos hacer para que la teología elaborada por ellas desde hace décadas, esté presente en los círculos

oficiales del mundo teológico?Respondiendo a estas inquietudes, la Hermana apuntó que éstos y otros cuestionamientos no se resuelven tan sólo

haciendo cambios funcionales, sino que es preciso el reconocimiento profundo de que las mujeres también somos Iglesia. Dicha participación de las mujeres en la Iglesia, abre una multiplicidad de temas por demás complejos, tales como: la manera de entender la relación hombre-mujer, la forma de pensar lo masculino y lo femenino a la luz del acto creador, la dinámica de concebir la visión de comunión "koinonia" de la Iglesia, y su postura al interior de los ministerios de poder "potestas" y de servicio "diakonia".

Enfatizó en las dificultades que las mujeres han encontrado y encuentran al participar en la vida eclesial dentro de las diversas culturas y de la falta de reconocimiento, visibilización y valorización del trabajo pastoral confiado a las mujeres, el cual, no les concede ninguna autoridad, ya que se inserta en la trama que vive la comunidad eclesial en lo sencillo y lo cotidiano.

Destacó que, es necesario abrir la posibilidad de repensar el rol de las mujeres en la Iglesia y replantear el de los hombres, para trazar nuevas responsabilidades paritarias para ambos, de acuerdo a las directrices indicadas por el Papa Francisco, las cuales invitan al combate de los prejuicios, reivindicaciones y sospechas en aras de la disponibilidad de construir juntos y juntas. La Hermana Melone finalizó su saludo con una frase contundente y llena de certeza: "Nosotras, mujeres de la Iglesia, no somos huéspedes, sino somos Iglesia y queremos serlo siempre más intensamente".

El Cardenal Gianfranco Ravasi, Presidente del Consejo Pontificio de la Cultura y de la Comisión Pontificia de Arqueología Sacra en el Vaticano, dirigió unas palabras a manera de saludo, aduciendo que, "siempre un saludo, es una reflexión personal". El Cardenal inició reconociendo que la presencia de la mujer a lo largo de la historia ha sido invisibilizada y hasta humillada, más en ello no se debe uno de detener sino, que hay que superar el pasado, ya que el tribunal de la historia será quien lo juzgue. Ravasi invitó a la audiencia presente a ir más allá, a tener una mirada que apunte hacia el futuro sin recriminación ni crítica del pasado, "Hay que archivar ciertas cuestiones, para superarlas."En un tercer momento se le otorgó la palabra a Maestra Cettina Militello quien desarrolló la conferencia magistral, cuyo título fue: "Modelos pasados: desafíos actuales". Su ponencia fue realmente ejemplar en todos sentidos, ya que Maestra fue prudente y a la vez sumamente valiente al decir las cosas por su nombre. Inició reconociendo que la afirmación del Cardenal en cuanto a superar el pasado, ponía en "crisis" el título de su conferencia, ya que ella quería empezar su discurso y así lo hizo, precisamente por asumir y reconocer los modelos del pasado.

Cettina Militello subrayó, que para comprender la situación actual de las mujeres, y su proyección hacia el futuro, son necesarias dos cosas: reconducir los modelos del pasado y abrirse a un diálogo intercultural. Sostuvo, que es

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indudable que la misoginia bíblica es un discurso inculturado, ya que aunque sabemos bien que el amor humano es un reflejo del pacto que Dios mantiene con su pueblo; el paradigma del amor de pareja que se proclama, recalca en la relación nupcial la potencialidad divina del hombre y el límite de la mujer como creatura. Así que la misma categoría esponsal establece una relación dispar entre el hombre y la mujer a nivel social, religioso y moral.

La Maestra hizo referencia a la diversidad de escritos neotestamentarios en los que gracias a estudios elaborados (muchos de ellos, actualmente en investigación), se vislumbra un discipulado de iguales en la comunidad jesuanica. Sin embargo, continuó, sabemos con bastante claridad que una parte del discipulado original, viene mediado por los hagiógrafos que inevitablemente transmiten al pueblo su visión antropo-religiosa patriarcal.

Cettina subrayó que el cristianismo aporta una novedad, ya que el hecho de formar parte de esta comunidad no conlleva ninguna discriminación. La iniciación cristiana, es idéntica tanto para los hombres como para las mujeres. Sin embargo, la equivalencia en el orden de la gracia, no supone una analogía en el plano social ni jurídico , la mujer se mantiene subordinada a lo largo de la historia y por ello excluida de una subjetividad de tipo religiosa, política y moral. Las mujeres enfrentadas ante situaciones adversas, han buscado reconstrucciones alternativas ya que siempre han estado y han ejercitado su sacerdocio, su realeza y su profetismo.

Después de analizar los modelos de las mujeres del pasado, hasta llegar al siglo XX, apuntó que a la vista del naciente feminismo y a pesar de la apertura del Concilio Vaticano II, la Iglesia ha tenido una sola preocupación: salvaguardar lo específico femenino. El que las mujeres empezaran a trabajar saliendo del ámbito privado para ocupar puestos en el ámbito público, y el que obtuvieran el derecho al voto, se consideró como una amenaza, la cual provocó que los modelos transitaran de la desigualdad a la paridad desigual, sin poder evitar que la mujer siguiera estando subordinada a la autoridad del padre, del marido, del varón, tanto en la esfera social como en la eclesial.

El periodo posconciliar significó un gran avance para las mujeres, sobre todo en el acceso que tuvieron al estudio de la teología. Éste hecho les aportó una serie de herramientas con las que fueron capaces de cuestionarse sobre su rol y presencia en la Iglesia. El punto de mayor tensión destacó Militello, ha sido la discriminación de las mujeres del Ministerio del Orden. Puntualizó que en 1994, el acceso de las mujeres al Ministerio del Orden en la Iglesia Anglicana, provocó que la Iglesia Católica diera por concluidas las cuestiones debatidas y el tema quedara cerrado.

Dicho lo anterior, Milittello prosiguió su ponencia abordando el problema al cual el Cardenal Ravasi se refirió como uno de los más dramáticos ante el horizonte presente: la cuestión de género. El género como objeto clasificatorio, ofrece la ventaja de desenmascarar el hecho de que los roles que desempeñan hombres y mujeres han sido asumidos de manera natural. A su vez agregó que contra la negación del valor original de la sexuación la Congregación de la Doctrina de la Fe, ha estigmatizado la categoría de género, reconociendo la antropología de los sexos sobre constructos de modelos tradicionales. Afirmó, que las preocupaciones legítimas de los enfrentamientos de las teorías radicales de género, llevaron tanto al Papa Benedicto XVI, como al Papa Francisco a satanizar la categoría de género.

En este sentido, señaló, que en tiempos posconciliares se habla de la gran diversidad de modelos actuales, como el de una igualdad indiferenciada, el de la complementariedad y el de la reciprocidad, con el cual ella se siente más cómoda ya que: "permite tanto a hombres como a mujeres, reconocerse en su diferencia como seres plenos y en autónomos".

Destacó que uno de los desafíos del hoy, es la llamada a la Iglesia a adquirir una postura ideológica más abierta, para estar más consciente de los desafíos que la interpelan, e hizo una invitación a la Iglesia, a no cerrarse en una apologética que al final como tantas veces en el pasado, desgraciadamente se volvió improductiva y estéril. Además añadió, es indispensable para el futuro de nuestras comunidades, hacer una lectura equilibrada, no mitológica de la relación entre los sexos. Esta frase la ilustró destacando el don de profecía, el cual implica discernimiento, capacidad crítica y lectura de los acontecimientos presentes para orientarlos hacia el futuro. Todas estas son cosas que las mujeres pueden y deben hacer para potenciar el crecimiento de la comunidad cristiana. Si partimos de la premisa, que las mujeres somos Iglesia, debíamos gozar de una total participación como derecho que los sacramentos de iniciación nos conceden.

Una Iglesia Católica, apuntó, con mayor presencia femenina en los puestos de liderazgo y con capacidad de decisión, contribuiría definitivamente a mejorar no sólo a la Iglesia, sino a la humanidad, siempre y cuando no se recalcase el acento solamente en la reivindicación de los puestos de poder. Las mujeres, están contribuyendo de manera directa a la reforma de la Iglesia, intentando superar los modelos obsoletos de poder, aprendiendo y proponiendo vivir en un modelo de verdadera comunión

Antes de concluir su discurso, la Maestra Cettina, definió el modelo occidental de la Iglesia Católica, como modelo eurocéntrico. Empleó la metáfora de la diversidad de lenguas escuchadas en Pentecostés, para preguntarse, ¿cuál es la lengua que debe vehicular la voz de las mujeres de los otros continentes? ¿Cuál es el ejercicio de corresponsabilidad que se les presenta en el horizonte de sus iglesias? ¿Cómo incluir sus voces y reconocer la gran diversidad cultural en el quehacer teológico? Es urgente superar los modelos culturales occidentales, promoviendo un diálogo intercultural y liberando del colonialismo a otras culturas.

Este hecho ya no es un camino opcional, Europa ya no es el corazón del mundo, el centro se ha desplazado. Necesitamos escuchar las voces de las mujeres de todo el orbe, que revisen su pasado para que lean

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críticamente los acontecimientos presentes y que se abran a la profecía de un futuro diverso del cual han sido herederas. Para finalizar, apuntó que ya no podemos mantenernos indiferentes ante las injusticias actuales, el hambre, la pobreza, las persecuciones religiosas, la imposición de una ideología religiosa sobre otra. Tenemos que aceptar la energía nueva que aportan a la Iglesia todas las culturas.

Después de un breve descanso, tuvo lugar el Panel: "Las mujeres y la Iglesia Católica en el mundo", moderado por Flaminia Giovanelli, subsecretaria del Consejo Pontificio de Justicia y Paz. En él, presentaron a grandes rasgos, la situación actual de las mujeres en los siguientes continentes:La Hermana Gloria Wirba de Camerún, lo hizo por África.Carolina del Río, teóloga chilena por Latinoamericana.La Hermana Carol Keehan de Estados Unidos, por su país.La italiana María Giovanna Ruggieri, por la Unión Europea. Y la Hermana Helen Leung de Hong Kong por Asia.

Debo decir, que sus intervenciones fueron un tanto cuanto generales, debido al límite de tiempo, y a la dificultad de abarcar la compleja variedad de experiencias de las mujeres de todo un Continente. Sin embargo, me parece importante mencionar aunque de manera sucinta, el centro del mensaje de la teóloga chilena, ya que ella precisó: "existen dos fenómenos que ocupan un papel preponderante en la configuración de identidades en el Continente Latinoamericano, el machismo y el "marianismo".

El primero dijo, se basa en la idea de superioridad del hombre sobre la mujer. Y el segundo, la ambigüedad de la imagen de la Virgen, que se ha utilizado para manipular y marginar a la mujer latinoamericana . Invitó a reconsiderar la sobre exaltación que se ha hecho de la maternidad de María para desde ahí, revisar los roles sociales y eclesiales impuestos a las mujeres latinas.

Por la tarde, nos reunimos en grupos de trabajo, previamente asignados de acuerdo a nuestro idioma. Se nos pidió reflexionar en común y sacar tres ideas fundamentales con sus respectivas propuestas de lo expuesto por la mañana. Una vez terminado este trabajo, pasamos de nuevo al auditorio de la Universidad en donde cada representante de grupo expuso de manera sintética las pautas reflexionadas. Los aportes vertidos por los grupos fueron los siguientes:

-Las mujeres deben ocupar ya los roles de liderazgo y los puestos de decisión en la Iglesia . Al igual que deben ejercer con plenitud su capacidad profética.

-Incluir la categoría de género no sólo en el discurso sino en lo cotidiano de nuestra vida, para sensibilizarnos y capacitarnos a reconocer y a acoger la diversidad.

-Reconocer que para lograr un cambio real de las estructuras, y de las relaciones entre hombres y mujeres debemos transformar primero nuestras conciencias de una manera conjunta.

-Se propuso que la educación es indispensable para lograr este cambio significativo por ello las mujeres deben tener completo acceso a ella. También, se les debe facilitar el acercamiento a la teología para que sean capaces de revisar y actualizar la eclesiología, la mariología, etc. Y además, ésta teología debe estar permeada por la diversidad de voces de las mujeres y de sus experiencias.

-Se sugirió también, que la historia se debe revisar críticamente para comprenderla, asumirla y cambiarla de cara al futuro. Para ello se deben leer, rescatar y escuchar las historias de las mujeres del pasado. Se deben escribir las historias de las mujeres del presente, tomando en cuenta, los distintos ambientes socio-culturales, para dejar un legado de modelos referentes a las generaciones futuras.

La Hermana Mary Melone concluyó la jornada afirmando que: "ya es hora que la Iglesia deje de hablar de la mujer y se disponga a hablar con las mujeres".

Antes de concluir, quiero compartir brevemente mi apreciación en torno al Congreso.Considero que, éste, es un hecho sin precedentes, ya que se llevó a cabo en Roma, dentro de una instancia

pontificia, y en dónde estuvieron representantes de alrededor de treinta países. Nos reunimos mujeres y hombres, laicas y laicos, religiosas y religiosos, novicias y seminaristas, profesoras y profesores de las más variadas disciplinas, teólogas y teólogos, diplomáticas y diplomáticos. En fin, una diversa gama de seres humanos con un objetivo común, visibilizar y acreditar la presencia de las mujeres en la Iglesia. Las organizadoras y organizadores coincidieron en que, eventos como éste, tienen que repetirse en un futuro no lejano.

Marisa Noriega es Socia fundadora de la Asociación Mexicana de Reflexión Teológica Feminista, A.C.

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