arqueología y prehistoria del 02 02-7.pdf · 2015-05-16 · arpi. arqueología y prehistoria del...
TRANSCRIPT
Arqueología y Prehistoria del
Interior Peninsular
02
2015
ARPI 02
Arqueología y Prehistoria del Interior peninsular
Publicación Anual: 2015 ISSN: 2341-2496 Dirección: Primitiva Bueno Ramírez (UAH) Subdirección: Rosa Barroso (UAH) Consejo editorial: Manuel Alcaraz (Universidad de Alca-lá); José Mª Barco (Universidad de Alcalá); Cristina de Juana (Universidad de Alcalá); Mª Ángeles Lancharro (Universidad de Alcalá); Estibaliz Polo (Universidad de Alcalá); Antonio Vázquez (Universidad de Alcalá); Pie-dad Villanueva (Universidad de Alcalá). Comité Asesor: Rodrigo de Balbín (Prehistoria-UAH); Margarita Vallejo (Historia Antigua- UAH); Lauro Olmo (Arqueología- UAH); Leonor Rocha (Arqueología – Uni-versidade de Évora); Enrique Baquedano (MAR); Luc Laporte (Laboratoire d'Anthropologie, Université de Rennes); Laure Salanova (CNRS). Edición: Área de Prehistoria (UAH)
SUMARIO Editorial
04-13
Arqueologia Profissional versus Arqueologia de Investigação: a situação portuguesa.
Rocha, Leonor
14-31
A atividade arqueológica e a salvaguarda do patrimonio arqueológico em avaliação de impacte ambiental.
Branco, Gertrudes
32-50
Los espacios divulgativos del patrimonio arqueológico de la comunidad de Madrid: el Plan de yacimientos visitables.
Hernández Garcés, Carlos
51-67
Las Navas de Tolosa: Musealizando su campo de batalla.
Ramírez Galán, Mario
68-89
Regreso a la cueva de Los Casares (Guadalajara). Un nuevo proyecto de investigación para el yacimiento del Seno A.
Alcaraz-Castaño, Manuel; Weniger, Gerd-Christian; Alcolea, Javier; de Andrés- Herrero, María; Baena, Javier; de Balbín, Rodrigo; Bolin, Viviane; Cuartero, Felipe; Kehl, Martin; López, Adara; López-Sáez, Jose Antonio; Martínez-Mendizábal, Ignacio; Pablos, Adrián; Rodríguez-Antón, David; Torres, Concepción; Vizcaíno, Juan e Yravedra, José.
90-107
Manifestaciones gráficas en la Cueva-Sima del Castillejo del Bonete (Terrinches, Ciudad Real).
Polo Martín, Estíbaliz; Bueno Ramírez, Primitiva; Balbín Behrmann, Rodrigo; Benítez de Lugo Enrich, Luís y Palomares Zumajo, Norberto
108-132
Viviendas del Bronce Final e inicios de la Edad del Hierro en la Cuenca Superior del Tajo.
Coroba Peñalver, Juan Ramón
133-145
Paisaje visigodo en la cuenca alta del Manzanares (Sierra de Guadarrama): Análisis arqueopalinológico del yacimiento de Navalvillar (Colmenar Viejo, Madrid).
López Sáez, Jose Antonio; Pérez Díaz, Sebastián; Núñez de la Fuente, Sara; Alba Sánchez, Francisca; Serra González, Candela; Colmenarejo García, Fernando; Gómez Osuna, Rosario y Sabariego Ruiz, Silvia.
146-164
El Proyecto de investigación “ Los paisajes culturales de la ciudad de Toledo: Los Cigarrales”. Criterios de actuación y metodología de trabajo
Carrobles Santos, Jesús; Morín de Pablos, Jorge; Rodríguez Montero, Sagrario y Sánchez Ramos, Isabel M.
ARPI. Arqueología y Prehistoria del Interior peninsular 02– 2015 108
VIVIENDAS DEL BRONCE FINAL E
INICIOS DE LA EDAD DEL HIERRO EN
LA CUENCA SUPERIOR DEL TAJO.
Juan Ramón Coroba Peñalver (1)
Resumen
En el siguiente artículo se analizan los restos estructurales de las posibles viviendas documentados en el
territorio de la Cuenca Superior del río Tajo, para los periodos del Bronce Final e inicios de la Edad del Hierro. El
objetivo del mismo era establecer una comparación entre los posibles cambios apreciables dentro de los siste-
mas constructivos de las viviendas documentadas, poniendo todo ello en relación con los cambios socioeconó-
micos acaecidos en el transito del Bronce Final al Hierro I.
Palabras clave: viviendas, Cogotas I, Hierro I, transición Bronce Final- Hierro, Tajo.
Abstract
In the following paper we will study the structural remains of the possible documented homes, in the ter-
ritory of the upper basin of river Tajo, in Late Bronze Age and First Iron Age. Our aim is to stablish a comparison
between potential appreciable changes within the building systems in our documented homes, putting all in
relation to socioeconomic changes occurring in the transit of late Bronze Age to early Iron Age.
Key words: houses, Cogotas I, Early Iron Age, Late Bronze Age, Tagus River
(1) [email protected] El texto que sigue hace referencia de manera resumida al Trabajo Fin de Máster titulado como el
presente artículo . Fue leído en la Universidad de Alcalá en septiembre del 2013.
ARPI. Arqueología y Prehistoria del Interior peninsular 02– 2015 109
1.– INTRODUCCIÓN
El tema a tratar en este artículo, abarca el
periodo final de la Edad del Bronce y su transición
a la Edad del Hierro, concretamente el marco tem-
poral iría desde el último tercio del II milenio a.C.,
hasta los comienzos del siglo VI a.C., siendo su
escenario geográfico el eje marcado por la cuenca
Superior del río Tajo, abarcando las provincias de
Madrid, Guadalajara y norte de Toledo.
Tanto los momentos Finales de la Edad
del Bronce, como los inicios de la Edad del Hierro
en el centro de la Península Ibérica, han tenido una
historia complicada con desarrollos de investiga-
ción arqueológica más retrasados que los de otras
áreas peninsulares (Torres 2005). Es por esto que
las lagunas e interrogantes que ofrece este lapso
temporal de la prehistoria reciente sean mayores
que para otras regiones mucho mejor estudiadas,
cuyos avances han sido mayores. Es ahora cuando
la alta concentración de yacimientos que se apiñan
sobre todo en el área madrileña, aportan una can-
tidad de datos excepcional, permitiendo acercar-
nos al proceso de cambio que se registra entre am-
bos horizontes. De hecho, uno de los objetivos de
la investigación que más problemas plantea en los
estudios de Prehistoria reciente, es el de estable-
cer límites entre los distintos horizontes culturales,
ya que los cambios o variaciones indicativas de
cada etapa no aparecen de forma coetánea en to-
dos los lugares. Estamos pues ante procesos evolu-
tivos muy prolongados, en los que el impacto ex-
terno no suele ser directo y rápido, ni de permeabi-
lidad homogénea (Blasco 2007).
El principal problema a resolver es el de
determinar cuáles son las causas que propician el
cambio, y en qué medida afectan a la formación
del nuevo orden, algo que no resulta en absoluto
fácil de solucionar, más cuando entran en juego
otros aspectos tales como las incidencias que tie-
nen en estos procesos las influencias externas, y el
papel que juega el propio desarrollo interno de
unas sociedades en proceso de transformación.
El propio término “transición” precisa ser
matizado. Su propia naturaleza nos dice que es un
término arbitrario, definido como un segmento
temporal, durante el cual se reconocen cambios
culturales y sociales importantes que rompen con
una trayectoria anterior, manifestándose en dife-
rentes aspectos tales como el mundo funerario, los
patrones de asentamiento, los sistemas económi-
cos y sociales, junto con elementos de la cultura
material. Las transformaciones de esta índole de
tan larga duración, tienen incluido un carácter de
cese de un ciclo y comienzo de un nuevo modelo,
manteniendo rasgos antiguos junto a otros com-
pletamente nuevos.
En general, la transición tiene lugar en los
primeros momentos del Primer milenio a.C., y hay
que colocarlo en sincronía con la liquidación del
Horizonte Cogotas I, que está presente en la zona
centro desde mediados del II milenio, en lo que se
conoce como su área nuclear de desarrollo y que
cuya desaparición parece relativamente brusca. Se
conocen yacimientos como, Ecce Homo (Almagro
y Fernández 1980) y la Dehesa de Alcalá, que pre-
senten rasgos de estos dos horizontes, aunque la
escasez de estratigrafías verticales nos impide sa-
ber si estas ocupaciones se sucedieron de manera
ininterrumpida, o por el contrario se trata de episo-
ARPI. Arqueología y Prehistoria del Interior peninsular 02– 2015 110
dios discontinuos de ocupación. Por tanto, el pun-
to de partida es el mundo de Cogotas I en la Mese-
ta sur, que da paso a unas comunidades que prota-
gonizan en el Tajo, el final de la Edad del Bronce y
el comienzo de la Edad del Hierro.
Se ha planteado un final de Cogotas I ha-
cia el 1000 a.C. (Delibes et al. 1995: 156 y 1998:
195). Sus cerámicas características tiene una conti-
nuidad que va más allá de esas fechas, por lo que
algunos autores proponen una prolongación de
Cogotas I hacia finales del siglo X a.C. (Abarquero
2005), mientras que otros autores propugnan una
continuidad hasta la primera mitad del siglo IX a.C.
(Ruiz Zapatero 2007).La propuesta mayoritaria
sigue manteniendo su continuidad hasta la transi-
ción del siglo IX al VIII a.C., usando como argu-
mento la pervivencia de algunos estilos decorati-
vos propios de Cogotas I junto a cerámicas pinta-
das y grafitadas.
La idea de una continuidad tan prolonga-
da de las cerámicas de Cogotas I, va asociada a la
coexistencia de sus clásicas cerámicas con otras
tipologías distintas, pertenecientes a otros grupos
culturales, tales como los de Pico Buitre, mezclán-
dose ambas tradiciones en otros yacimientos co-
mo La Muela de Alarilla, San Juan del Viso y el ya
mencionado Ecce Homo. Parecería que estos dos
mundos se solapasen.
2.– OBJETIVOS Y PLANTEAMIENTO DEL TEMA
El objetivo del presente artículo es anali-
zar la información proporcionada hasta el momen-
to para el estudio de las viviendas o estructuras
habitacionales que el registro arqueológico nos
permite recopilar en nuestra área de estudio, con
el fin de establecer una exposición de los distintos
procesos constructivos, las tipologías, y sus rela-
ciones con el amplio proceso de cambio que carac-
teriza la etapa de transición entre la Edad de Bron-
ce y la Edad del Hierro.
En este sentido, la labor que se aborda es
la de establecer una línea visible de evolución
atendiendo a los posibles cambios apreciables
dentro de las viviendas documentadas en el regis-
tro arqueológico dentro del espacio geográfico y
temporal que nos ocupa, poniendo todo ello en
relación con los aparentes cambios socioeconómi-
cos que concurren en el tránsito del Bronce Final a
la Primera Edad del Hierro. Es el ámbito de lo in-
mediato y lo cotidiano, el que crea y sustituye las
estructuras e instituciones. Por todo ello nos servi-
mos del hogar como objeto de estudio, por ser
esta categoría sensible a los cambios sociales y
simbólicos.
La vivienda ha sido un elemento de estu-
dio que tradicionalmente poco o nada ha tenido de
importante a la hora de caracterizar a los grupos
que ocuparon un territorio, a lo largo de un perio-
do de tiempo muy amplio que abarca un proceso
tan convulso como lo pueda ser un cambio de era.
En la Meseta, el periodo que ocupa este
trabajo, ha sido mejor y más estudiado en la plani-
cie septentrional. Pese a ello, podemos hacer un
recorrido historiográfico que ya desde temprano
comienza en nuestra zona de estudios con los tra-
bajos de Pérez de Barradas a comienzos del siglo
XX, con los hallazgos en los Areneros del Manza-
nares sobre el emplazamiento tardío de Cogotas I,
ARPI. Arqueología y Prehistoria del Interior peninsular 02– 2015 111
o los trabajos del Marqués de Cerralbo, que pone
de manifiesto la importancia de un mundo plasma-
do en las necrópolis de incineración de la Edad del
Hierro de la zona de Guadalajara. Vemos por tan-
to, que en las dos provincias vecinas las priorida-
des científicas son distintas.
Estas iniciativas independientes, termina-
rán por generalizarse en todas las provincias con la
formación de los Museos provinciales, que supu-
sieron un fuerte impulso para la investigación, pe-
ro que no tuvieron un programa definido como
hubiera sido deseable.
Los años 70 son un momento clave en la
zona, comienza la actividad arqueológica en Alcalá
de Henares, en la que aparte de sus yacimientos
romanos o visigodos ya conocidos, ganará impor-
tancia el yacimiento del Ecce Homo, gracias a la
figura de M. Almagro Gorbea. A la par, se inician
las revisiones de los materiales excavados por Ce-
rralbo y depositados en el MAN, junto a la reexca-
vación de una de las necrópolis de la Edad del Hie-
rro en Aguilar de Anguita en Guadalajara.
No será hasta la década de los 80, cuando
estas iniciativas se unan a la de los investigadores
universitarios, materializándose en proyectos in-
terdisciplinares amplios, de carácter espacial y
temporal. De esta manera parece que la organiza-
ción va dando sus primeros resultados, materiali-
zándose en la realización de varios congresos y
simposios castellano- manchegos y madrileños, en
los que se ve un claro predominio por los estudios
de la Edad del Hierro y el Bronce de la Mancha, y
un vacío investigador para el Bronce Final.
Tanto en Madrid, como en el resto de la
Meseta Sur, la segunda mitad de la década de los
80 verá aumentar el número de excavaciones. Pico
Buitre, Muela de Alarilla y Ecce Homo, son algunas
de ellas, que permiten ya identificar el Bronce Fi-
nal. Incluso se empieza a perfilar un momento de
transición a partir de hallazgos como los de La
Torrecilla o Perales de Tajuña.
Toda esta avalancha de datos no se trató
del todo bien, y es que muchas de estas excavacio-
nes fueron contrarreloj, casi de urgencia, en terre-
nos muy deteriorados por la explotación de arene-
ros y con claras deficiencias de planificación.
Pero también hay grandes logros con res-
pecto a la información obtenida de Cogotas I, que
hace que por vez primera se intente realizar un
estudio modélico en Arenero de Soto (Martínez
Navarrete y Méndez 1983), en el que su buen plan-
teamiento, une datos del registro estratigráfico y
material con datos palinológicos, edafológicos y
faunísticos, con el fin de determinar la funcionali-
dad de los fondos, esas estructuras de carácter tan
repetitivo que ya habían sido dadas a conocer por
Pérez de Barradas. Casi a la par, ya en la provincia
de Guadalajara, se pondrá en práctica el mismo
modelo de excavación de cuidada metodología
con la que se había trabajado en Arenero de Soto,
en este caso en el yacimiento de La Muela de Ala-
rilla (Méndez y Velasco 1986).
El final de los años 80, vendrá marcado
por la aparición de algunas síntesis que irán estruc-
turando esta información como la de M.D. Fernán-
dez Posse (1998), que secuencia el mundo de Co-
gotas I en tres fases aun hoy útiles.
ARPI. Arqueología y Prehistoria del Interior peninsular 02– 2015 112
Tanto en Madrid como en Guadalajara, la
importante labor de prospección y concienciación
de la riqueza arqueológica que albergan, da como
resultado la creación de las primeras cartas ar-
queológicas en ambas provincias.
Los años 90 no proporcionan grandes no-
vedades en el conocimiento de la cultura de Cogo-
tas I. La única verdadera novedad procede del yaci-
miento de Caserío de Perales del Río (Iniesta 2003).
En general, se aprecia un cierto inmovilismo a la
hora de investigar. Uno de los trabajos de esta dé-
cada, reestructura Cogotas I, según las fechas cali-
bradas de los yacimientos peninsulares (Castro et
al. 1995), ubicándola entre los siglos XVII-XI cal
ANE. Las escasas novedades en la investigación,
estuvieron enfocadas hacia el mundo de la cerámi-
ca característica de Cogotas I, y a su gran expan-
sión por toda la península. Fenómeno que no esta-
ría relacionado a una dispersión territorial humana,
sino más bien a una divulgación de unos estilos
decorativos que responden a fines estéticos y que
utilizan planteamientos de tipo social, relaciona-
bles con el intercambio de mujeres, la celebración
de banquetes, o el intercambio de regalos
(Abarquero 2012).
En la actualidad el gran número de yaci-
mientos nuevos, excavados con los últimos méto-
dos, están proporcionando una cantidad de datos
importantísima, evolucionando la visión que se
tenía sobre estos periodos. Motivadas todas exca-
vaciones por el desarrollo de proyectos de las car-
tas arqueológicas, la ingente cantidad de datos
está haciendo que las hipótesis sobre el pobla-
miento y la ocupación del territorio que se habían
venido barajando hasta ahora, deban ser contras-
tadas con esta nueva realidad.
En este sentido, pensamos que el cambio
desde la Edad del Bronce a la Edad del Hierro, con-
lleva una transformación social, que implica la di-
solución total de un modelo cultural, y su suplanta-
ción por otro completamente nuevo, que a su vez
conservará alguna clase de pervivencias de la fase
anterior.
Como sería de suponer, las viviendas, al
ser un elemento tangible, producto de las gentes
que las habitan, deberían incluir en su configura-
ción material la huella cultural de su constructor.
Es el lugar donde vive y actúa un grupo. En ellas
descansan, pero también trabajan. Por tanto estas
tendrán que ser adaptadas a las características
sociales y económicas que rijan la cultura de ese
grupo que las hizo.
En el Bronce Final, los poblados documen-
tados, por lo general se componían de grandes
extensiones en las que se abrían subestructuras,
que tradicionalmente los investigadores han veni-
do llamando “fondos de cabañas” (Díaz del Río
2001), una tradición frecuente ya en el Bronce Me-
dio. Poco a poco, nos hemos ido dando cuenta, de
que estos hoyos no eran las verdaderas viviendas
en las que habitaban estas comunidades. Junto a
estos pretendidos fondos de cabaña, se levantaban
ciertas estructuras que por el contrario sí eran iden-
tificadas como áreas de hábitat.
Llegado este punto, deberíamos matizar
que entendemos por hábitat, y remitiéndonos a su
definición obtenida del diccionario de la Real Aca-
demia, solo podemos decir que se trata de un lugar
ARPI. Arqueología y Prehistoria del Interior peninsular 02– 2015 113
que cumpla unas condiciones apropiadas para que
viva en su interior un organismo. En este caso, el
organismo es el ser humano, y como tal, no puede
vivir en unos simples hoyos excavados en la tierra.
Su hábitat debe de tener un mínimo de comodi-
dad, debe de ser un área preparada para ello.
Las verdaderas cabañas del mundo de
Cogotas I siempre han sido muy huidizas en cuanto
a su localización y visibilidad arqueológica (Blanco
2010). Pocas son las ocasiones en las que estas se
dignan a sorprendernos con su presencia. Y es por
esto que rápidamente los investigadores han queri-
do establecer ciertas relaciones entre el carácter
tan exiguo de estas viviendas y la cultura de las
gentes que las habitaron y construyeron.
Es cierto que los materiales que emplea-
ban para su construcción no eran los más adecua-
dos para que estas estructuras perdurasen en el
tiempo hasta que nosotros pudiéramos analizarlas.
Este no era uno de los cometidos en los que sus
constructores pensaron a la hora de realizarlas. Por
eso, los diversos autores siempre han creído que la
falta de pervivencia y de estabilidad que ofrecían
los materiales con los que se construían estas cho-
zas, era característica de su modelo social y econó-
mico y por ello propusieron explicaciones en este
sentido que hablaban de la movilidad de estos gru-
pos, de su estacionalidad, de su economía ganade-
ra trashumante, etc.
Precisamente la remarcada falta de regis-
tro sobre viviendas, es lo que ha marcado las vías
de estudio de las mismas. Es paradójico que se
llegue a proponer un modelo de poblamiento gra-
cias a la inexistencia de este. Es decir, la poca pre-
sencia de evidencias estructurales de cabañas para
Cogotas I, se ha convertido en característica misma
de su modelo (Díaz del Río 2001).
El panorama sobre la vivienda en los
inicios de la Edad del Hierro, es bastante diferente.
En primer lugar el registro es mucho mayor. Las
excavaciones e investigaciones de los últimos años
han contribuido a favor de completar un registro
muy pobre, pero que a día de hoy, gracias a los
nuevos métodos de excavación en extensión, nos
ha permitido saber más, con la consiguiente multi-
plicación de datos para el conocimiento de la épo-
ca en general.
En lo referente a las evidencias arqueoló-
gicas, tenemos que añadir muchos más ejemplos
de estas últimas décadas a los tradicionalmente
conocidos. Los antiguos yacimientos, debido a las
técnicas utilizadas y a las circunstancias de las ex-
cavaciones, que en muchos casos ni siquiera llega-
ban a excavar las estructuras en su totalidad, ha-
bían proporcionado datos parciales, que no podían
ser tomados en conjunto para la elaboración de un
modelo.
Muy a nuestro pesar, tampoco la amplia-
ción de este registro ha permitido establecer un
modelo de poblamiento basado en términos for-
males, ya que este aumento, lo que ha dejado en-
trever es una heterogeneidad tremenda entre las
diversas cabañas y viviendas. Estas son abundantes
y de complejidades variables.
El estudio de las viviendas, de uno y otro
periodo cobra un cierto protagonismo a lo hora de
argumentar y de inferir en ciertas preguntas que se
ARPI. Arqueología y Prehistoria del Interior peninsular 02– 2015 114
hace la arqueología a día de hoy, y que pretende
ahondar en las diferencias y los cambios entre lo
que podemos considerar distintas eras o etapas de
la prehistoria reciente.
¿Su mayor número supone a la vez un
aumento demográfico? ¿El qué se hayan conserva-
do más y mejor es síntoma de un carácter de per-
duración en el tiempo imprimido por sus construc-
tores? Si es así ¿podemos hablar de sedentariza-
ción definitiva?, ¿Esta sedentarización conlleva
cambios en las características socioeconómicas de
estos grupos? ¿Existen otro tipo de estructuras en
los poblados? ¿Qué pasó con los clásicos fondos de
cabaña? ¿A qué corresponde tan variado tipo de
viviendas?
La vivienda es reflejo directo de la visión
del mundo que tiene aquel que la construye y la
habita, y en este sentido es posible observar cuales
son las variaciones que se han podido ir producien-
do en las estructuras respecto el estadio anterior,
a la vez que se pueden ir poniendo en relación con
posibles cambios de mayor calado en la configura-
ción cosmológica de estos grupos.
3.- METODOLOGIA.
Para ver los reflejos de los cambios ocurri-
dos en el mundo de las viviendas y su arquitectura
tenemos primeramente que elaborar un listado
ordenado de todos los ejemplos de estructuras y
viviendas con las que contemos, para posterior-
mente ir analizando las diferencias o similitudes
que vayan observándose. Para ello, he desarrolla-
do un catálogo en el que enumero y describo los
yacimientos en los que se han documentado res-
tos de estructuras.
De manera general, la investigación en
torno al problema de la vivienda y el espacio do-
méstico en la Prehistoria se puede organizar en
dos grandes bloques: por un lado el referido a las
pautas de organización del espacio a lo largo del
proceso de hominización, sobre todo durante el
Paleolítico Superior. En segundo lugar, el que a
nosotros más nos interesa aquí, y que tiene que
ver con el proceso de sedentarización y la arqui-
tectura de las sociedades agrícolas. En ambos ca-
sos las respuestas de la investigación se han verifi-
cado de forma distinta, ya que el estudio se corres-
ponde con sociedades en las que los medios de
producción, las relaciones sociales y el desarrollo
tecnológico manifiestan importantes cambios y
diferencias.
La limitación de la arqueología respecto al
problema de la vivienda viene determinada por un
lado por la conservación del registro arqueológico
y la dificultad de su interpretación. En este sentido
determinar las estructuras de habitación es algo
controvertido para la época prehistórica que esta-
mos tratando. Al respecto hay que señalar el con-
cepto de suelo de ocupación, que servirá de punto
de partida en el análisis del registro a la hora de
evaluar su conservación, pudiendo diferenciar en-
tre lo realmente interesante y lo ocasionado por
posibles procesos postdeposicionales. A su vez el
propio concepto nos ayudará a interpretar el regis-
tro.
Nos encontramos ante evidencias inmue-
bles de difícil interpretación, debido principalmen-
te al mal estado de conservación en el que se en-
ARPI. Arqueología y Prehistoria del Interior peninsular 02– 2015 115
cuentran estos restos. Aun así, los investigadores
son capaces de indagar en sus características para
así poder establecer posibles interpretaciones fun-
cionales.
La riqueza del registro nos permite clarifi-
car algunos aspectos relacionados con los compo-
nentes funcionales y constructivos de los lugares
de habitación. Sin embargo, la creciente compleji-
dad cultural de las sociedades se traduce en una
mayor complejidad de los patrones de asenta-
miento, arquitectónicos y domésticos (Vela 1995).
Aspectos más específicos como la estructura y
composición de las unidades familiares, los crite-
rios de distribución interna de las viviendas, o los
procedimientos y técnicas constructivas emplea-
das de manera sistemática en la solución de las
cimentaciones, los muros, los cerramientos y so-
bre todo en las cubiertas, quedan aún definidos
parcialmente (Vela 1995). Por ejemplo el problema
de la estructura familiar de los grupos humanos
que habitaron estos asentamientos es un tema
que la investigación pretende aclarar. Los datos
con los que trabajan los investigadores a este res-
pecto, se corresponden con las dimensiones de las
cabañas. Se piensa que las viviendas de menos de
50 metros cuadrados corresponderían a estructu-
ras familiares de tipo nuclear (Vela 1995). En cual-
quier caso es un elemento de análisis más que te-
ner en cuenta a la hora de abordar la investigación.
Otro de los problemas que plantea la in-
vestigación es el de las viviendas circulares, el cual
pretende aclarar si existe algún modelo evolutivo
dentro de la arquitectura de las viviendas que ten-
ga como punto de partida estas cabañas de ten-
dencia circular. Parece relativamente aceptado y
parcialmente probado que la vivienda circular pre-
cedió a las cuadrada y rectangular (Vela 1995).
En nuestro caso, los yacimientos de la
Edad del Bronce son característicos por la presen-
cia de subestructuras en el suelo, que no son más
que manchas de distinta coloración, de tamaños y
formas variadas. Frecuentemente se denomina a
este tipo de estructuras como fondos de cabañas,
término que ya de por sí lleva implícita la funciona-
lidad de la estructura. Es decir el significante y sig-
nificado son uno. El concepto, por sencillo que
parezca es erróneo. El juego de palabras, o el sig-
nificante, nos lleva a imaginarnos su significado
literal, que lleva implícita ya la funcionalidad de la
estructura. Pero el propio término es una trampa,
no todas las estructuras excavadas en el suelo son
fondos de cabaña en sentido estricto del término.
Numerosos estudios han constatado que la funcio-
nalidad de estos hoyos es muy variada. Por tanto
debemos de atender a otro tipo de características
para identificar estas estructuras como viviendas.
A causa de este error semántico, creemos
necesario hacer un paréntesis para establecer que
entendemos por cabaña. De manera general, po-
dríamos decir que bajo el término cabaña, estarían
incluidas cualquier tipo de estructuras que reunie-
sen una característica básica; su condición de habi-
tabilidad. En este sentido la cabaña debería enten-
derse como cualquier estructura habitable, en la
que pueden desarrollarse diversas actividades co-
tidianas tales como la cocina, el dormitorio, alma-
cén, taller, etc, bien de forma exclusiva, bien com-
binando diversas de estas funciones entre sí.
En cuanto a las técnicas constructivas,
estarían relacionadas con muy variados criterios,
ARPI. Arqueología y Prehistoria del Interior peninsular 02– 2015 116
circunstanciales en su mayoría, como pudiera ser
la proximidad a materias primas, la estructura so-
cioeconómica del grupo, los aportes externos, el
número de miembros que la habitan. Por lo que es
tremendamente difícil establecer un modelo o
patrón para todas las cabañas.
Los aspectos a los que atenderemos en
este trabajo y que nos ayudarán a identificar las
distintas estructuras como áreas de habitación son
los siguientes: el primer aspecto a tratar es el del
tipo de materiales empleados en la construcción
de las cabañas, que por la fragilidad de sus ele-
mentos, su documentación se hace realmente
difícil. El barro y el adobe se constituirá como el
elemento fundamental que junto con la madera
conformaran el armazón principal de estas caba-
ñas. A lo largo de todos los ejemplos que se mues-
tran en este trabajo, vamos a poder observar la
presencia de este material en diversos yacimien-
tos y desempeñando funciones distintas. Entre
ellas podemos destacar su uso para recubrir entra-
mados vegetales a modo de manteado, convertido
en adobes para recrecer muros o para la construc-
ción de bancos corridos. A su vez y relacionado
directamente con el barro está el uso de la made-
ra, de la cual no es frecuente encontrar testigos
directos. Por el contrario, su presencia la podemos
atestiguar gracias a los negativos impresos en las
pellas de barro que recubrían estos entramados
vegetales, o incluso en las huellas dejadas por los
postes o las vigas caídas una vez colapsada la vi-
vienda. Relacionado con el uso de la madera está
la aparición de los hoyos donde se introducirían los
postes que conformarían las estructuras. La pre-
sencia de alineaciones de hoyos, con piedras y
fragmentos cerámicos en su interior, actuando a
modo de calzadores de los postes, es muy frecuen-
te en la documentación. En muchos casos, la canti-
dad de estos hoyos, permiten delimitar unos de-
terminados espacios que configurarían la forma de
las plantas que tendrían las viviendas, mostrando
incluso reformas y modificaciones estructurales de
las cabañas. Estos hoyos además de conformar la
estructura principal de muchas cabañas, también
funcionaban como sustento para las techumbres,
y en momentos más avanzados su presencia en el
interior de las viviendas se interpreta como señales
de una posible compartimentación interna a base
de parapetos o biombos de madera.
Incluso somos testigos de la aparición de
material lítico como elemento constructivo en
algunos casos, conformando verdaderos zócalos
de mampostería, en estructuras de muros rectilí-
neos. Esta estructuras, en ocasiones, se nos pre-
sentan embutidas en el suelo mediante una zanja
de cimentación, con el objetivo de proporcionar
mayor solidez a las construcciones. Hay casos en
los que el muro ha desaparecido por motivos que
desconocemos, pero podemos rastrear su huella,
gracias a la zanja de cimentación sobre la que des-
cansaba, pudiendo así seguir el contorno de estas
paredes que delimitaban un espacio interior aisla-
do.
Otros de los elementos para la identifica-
ción de una estructura como un área de vivienda,
es la presencia de suelos preparados. Muchos son
los ejemplos de superficies con pavimentos reali-
zados de diversas maneras. Los más comunes son
los de arcilla apisonada o de placas endurecidas al
calor, pero también encontramos otros mucho
más complejos que preparan la superficie de em-
ARPI. Arqueología y Prehistoria del Interior peninsular 02– 2015 117
pedrados o encachados sobre los que descansan
los pavimentos de arcilla. Junto a estos otra de las
huellas que nos podemos encontrar es la presencia
de hogares. Estos son de tipologías distintas, pode-
mos ver desde simples braseros, a otros con hue-
llas de uso muy prolongadas, pero todos ellos son
síntoma de que en esa área ha habido actividad
humana.
Como último punto, hay que señalar la
última de las características que nos pueden llevar
a interpretar una zona como área de habitación. Se
trata de la presencia de silos y fosas asociados a los
fondos y a los suelos de las habitaciones. La funcio-
nalidad nos es desconocida, pero muchos de ellos
se han interpretado como zonas de almacenaje en
el interior de las cabañas, o como sistemas de sus-
tentación para formas cerámicas grandes que ser-
virían también para almacenar.
Cuando estos elementos descritos conflu-
yen en un mismo espacio dentro de una excava-
ción, lo más probable es que estemos ante un área
de habitación. A esto, habría que sumar el estudio
del material asociado, el cual ayuda a los arqueólo-
gos en la identificación como vivienda.
4. ANÁLISIS DE LA DOCUMENTACION
El número total de yacimientos con restos
estructurales de posibles viviendas de nuestro área
de estudio, asciende a un total de 28 enclaves, re-
partidos entre las provincias de Madrid, Guadalaja-
ra y Toledo. Las cifras son de dieciocho yacimien-
tos localizados en Madrid, frente a cuatro para
Guadalajara y cinco finalmente en Toledo.(Fig. 1)
Esta marcada diferencia entre el número
de yacimientos de las distintas provincias, creemos
nada tiene que ver con la distribución y densidad
del poblamiento de las épocas prehistóricas. Es en
la zona madrileña donde se observa una mayor
concentración de hábitats debido al boom urbanís-
tico de la década de los noventa, con el consiguien-
te aumento de la actividad arqueológica, que trajo
consigo lo que se observa en el mapa, ese fuerte
contraste entre áreas, el cual debemos achacar a la
desigualdad de un registro potenciado por el desa-
rrollo y el crecimiento demográfico y urbanístico de
las zonas de la periferia madrileña.
Todos ellos se localizan en la cuenca Supe-
rior del Tajo, en las márgenes de los cauces fluvia-
les de sus principales ríos afluentes Manzanares,
Jarama y Henares ademá de en otros de carácter
secundario. Tenemos que señalar que indepen-
dientemente de los ejes principales protagonizados
por estos ríos, tenemos dos casos, La Coronilla
(García Huerta y Cerdeño 1986) y Fuente Estaca
(Martínez Sastre 1992), que revelan otro tipo de
distribución.
Según la topografía del lugar elegido co-
mo asentamiento para estos poblados, se distin-
guen dos tipologías. En primer lugar, hay una am-
plia mayoría que se localizan en las terrazas fluvia-
les bajas y medias de los principales cauces y en
otros de carácter secundario. La altitud de estas
zonas no es muy elevada, se trate de zonas bajas y
llanas que a veces ven alterada su morfología por
barrancos y cortados creados por los cauces torren-
ciales de arroyos y riachuelos cercanos. Son los
más numerosos. Por ejemplo Capanegra (Martín y
Virseda 2005) se sitúa a la margen derecha del ba-
ARPI. Arqueología y Prehistoria del Interior peninsular 02– 2015 118
rranco del mismo nombre, tributario del Manzana-
res, Arenero de Soto II (Pernia y Leyra 1992), se
localiza en la margen derecha del Valle del Manza-
nares, en un nivel de terraza a 10 metros por enci-
ma del cauce y situado sobre un suelo de su terraza
fluvial de hasta cuatro metros de profundidad. Es-
tos terrenos por lo general, son zonas bien irriga-
das, que cuentan con pastos todo el año. Un sub-
grupo que podemos diferenciar dentro de este, es
el de yacimientos que pese a no estar situados a
una altitud muy elevada, si eligen para su localiza-
ción las planicies superiores de algunos cerros. Este
es el ejemplo del yacimiento de Cerro de San Anto-
nio (Blasco et al. 1991), el cual se sitúa en el distrito
de Vallecas en Madrid, y el cual elige para su em-
plazamiento la planicie superior del cerro enclava-
do en la margen izquierda del río Manzanares, a
una altura de 600 m. s.n.m., situación que permite
una amplia visibilidad.
Frente a estos tenemos un segundo gru-
po que se encuentran situados a mayor altura. El
acceso a estos poblados suele ser abrupto por al-
guno de sus lados, lo que puede hacer parecer que
Fig.1 : Mapa de dispersión de yacimientos con restos estructurales atribuibles a áreas de vivienda: 1.Las Camas (Agustí et al. 2012) 2.Puente Largo de Jarama (Muñoz y Ortega 1997) 3.La Cuesta (Flores y Sanabria 2012) 4.Muela de Alarilla (Méndez y Velasco 1986) 5. Las Lunas (Urbina y Urquijo 2012) 6.Capanegra (Martín y Vírseda 2005) 7. Varas del Palio (Rojas et al. 2007) 8.La Deseada (Martín y Virseda 2005) 9.Los Pinos (Muñoz y Ortega 1997) 10.El Colegio (Sanguino et al. 2007) 11.El Caracol (Oñate et al. 2007) 12.Pico Buitre (Crespo 1995) 13.Sector 3 (Blasco y Barrio 1986) 14.Arenero de Soto II (Pernia y Leyra 1992), 15.Cerro de S. Antonio (Blasco et al. 1991) 16.Caserío de Perales (Iniesta 2004) 17.Fuente Estaca (Martínez Sastre 1992) 18.La Capellana (Blasco y Baena 1989) 19.La Albareja (Consuegra y Díaz-del-Río 2007) 20.La Indiana (Morín et al. 1999) 21.Los Llanos II (Sánchez-Capilla y Calle 1996) 22.Zona 4 de Lerma (Rojas et al. 2007) 23.Cerrocuquillo (Baquedano et al. 2007) 24.Los Borda-les (Dávila 2007) 25.Ecce Homo (Almagro Gorbea y Dávila 1988) 26.Dehesa de Ahín (Rojas y Gómez 2012) 27.La Coronilla (García y Cerdeño 1986) 28. El Baldío (Martín y Walid 2007) . (En rojo los atribuidos a Cogotas I)
ARPI. Arqueología y Prehistoria del Interior peninsular 02– 2015 119
la elección de este tipo de localizaciones lleve im-
plícita algún tipo de planificación o búsqueda de
lugares con ciertas características para cubrir algu-
nas necesidades de tipo defensivo o de control
territorial. La Muela de Alarilla en Guadalajara
(Méndez y Velasco 1984 y 1988), se emplaza en un
cerro pontiense, en una gran pradera de 60.000
metros cuadrados, con una de sus pendientes bas-
tante abrupta. El cerro está en la confluencia de los
ríos Henares y Sorbe, con una altura de 959 m.
s.n.m., lo que le confiere un aspecto de fortaleza.
A su vez, el yacimiento de Ecce Homo (Almagro
Gorbea y Dávila 1989), también se encuentra si-
tuado en una zona elevada de difícil acceso.
Es difícil aclarar, que se esconde detrás de
esta diferencia topográfica de los yacimientos.
Mientras que los emplazamientos en zonas bajas y
llanas, pueden corresponder a una búsqueda de
los entornos más propicios para desarrollar una
actividad agrícola y ganadera, los asentamientos
en altura nos invitan a pensar en todo tipo de con-
dicionantes relacionados con la ventaja del pobla-
miento en altura como la defensa o el control terri-
torial (Díaz del Río, 2001). (Tabla 1)
Dentro del total de yacimientos del que se
compone nuestro estudio, hay que diferenciar en-
tre los correspondientes a la Edad del Bronce Final
y a la Primera Edad del Hierro. La clasificación que
hemos seguido, se corresponde con la adscripción
Tabla 1: Posición hidrográfica y topográfica de los asentamientos
ARPI. Arqueología y Prehistoria del Interior peninsular 02– 2015 120
cultural que cada autor ha querido establecer para
su yacimiento, siguiendo principalmente criterios
tipológicos de carácter morfológico y decorativo
de las cerámicas, y en segundo lugar las datacio-
nes obtenidas mediante C14 y la TL. De todos
ellos, pertenecientes al Bronce Final contamos con
cinco yacimientos en total, mientras que para los
momentos de transición hacia la Primera Edad del
Hierro tenemos veintitrés. (Tabla 2).
Pocos son los restos estructurales que han
llegado hasta nosotros pertenecientes a Cogotas I.
En contraposición, los yacimientos pertenecientes
a la Primera Edad del Hierro en los que se han con-
servado indicios de áreas de habitación son mucho
más numerosos. Esta notable diferencia puede ser
explicada gracias al modelo poblacional con el que
ha sido relacionado el mundo de Cogotas I que
hace referencia al carácter exiguo de sus viviendas,
relacionado con las características perecederas de
sus materiales constructivos, y con una pretendida
temporalidad o estacionalidad de sus asentamien-
tos lastrando por ello el trabajo arqueológico. En
contraposición, los yacimientos de la Primera
Edad del Hierro en los que se han conservado indi-
cios de áreas de habitación son más numerosos.
La situación de los yacimientos con restos
identificados como cabañas, responde principal-
mente a una disposición en las zonas llanas de los
cauces principales de la Cuenca Superior del Tajo.
Se ve un claro aumento del número de ellos, una
vez llegada la Edad del Hierro. Esto puede atender
a un aumento demográfico, que se plasma en la
creación de nuevos asentamientos a la vez que se
documenta una creciente expansión del pobla-
miento desde los cauces principales hacia zonas
secundarias (Muñoz 1998).
El tipo de poblados a los que nos enfren-
tamos es variado. Para el Bronce Final, se caracte-
rizan por tener una arquitectura efímera difícil de
registrar. La única evidencia es el gran número de
subestructuras en forma de hoyos excavados en el
suelo, junto a los cuales existirían cabañas de ma-
teriales perecederos que hace difícil su identifica-
Tabla 2: Tabla de dataciones absolutas
Yacimientos Fechas C14 Fechas TL, a.C.
Caserío de Perales 1406±68 a.C.
Pico Buitre. 1040±90, 950±-90, 1120±100 a.C.
Ecce Homo. 1150±70;1070±70;1070±100;1040±70
a.C.
Las Camas. 2770±70; 3070±70; 2800±50; 2990±80;
2480±100; 2880±120 BP.
Fuente Estaca. 800±90 a.C.
Dehesa de Ahín. 610±170;595±210;740±196
La Coronilla. 670±80, 950±90 a.C.
La Capellana. 526±192; 528±219; 516±205
ARPI. Arqueología y Prehistoria del Interior peninsular 02– 2015 121
ción (Iniesta 2004). Las gentes de Cogotas I no
suelen crear poblados de nuevo cuño, sino que se
reiteran o prolongan en los espacios ya ocupados
en momentos anteriores por gentes de su propia
cultura, véase el sustrato del Bronce Medio de La
Muela de Alarilla (Méndez y Velasco 1984 y 1988),
o incluso aún más alejadas en el tiempo como ocu-
rre en Arenero de Soto (Pernía y Leyra 1992).Estos
poblados después de un uso dilatado se volverían
a reocupar, a juzgar por los numerosos hoyos que
se reabren y por las extensas superficies ocupadas,
por lo que estos asentamientos tendrían un carác-
ter cíclico, con unas ocupaciones de permanencia
variable (Barroso 2002: 129).
Tanto la materia prima empleada, como
el esfuerzo invertido, como la trayectoria de uso
prevista han de relacionarse con el tipo de lógica
cultural que manejan estas sociedades. Esta falta
de evidencias estructurales, unida a la escasa su-
perposición estratigráfica detectada de manera
general en los poblados, ha sido entendida como
una revelación acerca del carácter móvil de estos
grupos y su falta de voluntad de permanencia. Una
movilidad relativa, ya que en nuestra zona de estu-
dio del Alto Tajo, estas comunidades volverían a
ocupar sistemáticamente los mismo espacios
(Barroso 2002: 129). Por tanto el supuesto carácter
móvil que se atribuye a las gentes de Cogotas I
debería ser matizado. Aun así contamos con una
pequeña muestra de la existencia de restos mate-
riales inmuebles que podemos identificar como
pertenecientes a zonas de hábitat contando con
los ejemplos documentados de La Muela de Alari-
lla (Méndez y Velasco 1984 y 1988), Capanegra
(Martín y Virseda 2005), Arenero de Soto II (Pernía
y Leira 1992), Caserío de Perales (Blasco et al.
1991) y por último el yacimiento de la Indiana-
Barrio del Prado (Morín et al. 1999).
El yacimiento de Capanegra (Martín y
Vírseda 2005), en el término municipal de Rivas-
Vaciamadrid, ofrece una secuencia de ocupación
de dos momentos diferentes de Cogotas I. Dos
ocupaciones estables, en las que ha sido posible
documentar una estructura de gran tamaño y pro-
fundidad en la que se produce la superposición
estratigráfica en cuatro momentos de uso. La ex-
cavación en Arenero de Soto II (Pernía y Leira
1992), posibilitó la documentación de una serie de
estructuras que se interpretan como los restos
dejados por dos grandes cabañas, donde el mate-
rial arqueológico asociado es adscrito por sus au-
tores como perteneciente al horizonte Cogotas I.
En el caso de La Muela de Alarilla (Méndez y Velas-
co 1986 y 1988), vemos una alineación de piedras
con recorrido semicircular en sentido N-S, inter-
pretada como parte de una cabaña. La alineación
no constituye un auténtico muro, sino que debió
servir de refuerzo para sujetar o afianzar una es-
tructura más ligera fabricada con ramaje y enluci-
da por adobe. En su interior hay una estructura
cuadrangular con muros de piedra formados por
cantos amorfos de tamaño medio, abierta por su
lado sur y en sentido O-E. Con unas dimensiones
de 1,8 por 1 metro aproximadamente, bien podría
formar parte de una habitación dentro de la caba-
ña. Caserío de Perales (Blasco et al. 1991) carece
de estructuras sólidas, así como de indicios sufi-
cientemente claros como para atestiguar el tama-
ño y la morfología de las posibles cabañas. Las
evidencias más fehacientes, las constituyen los
fondos excavados directamente sobre la terraza
del río. Por último, en la Indiana (Morín et al. 1999)
ARPI. Arqueología y Prehistoria del Interior peninsular 02– 2015 122
encontramos un hábitat de Cogotas I, que se en-
cuentra en la zona noreste del yacimiento. Aquí
encontramos los restos de una cabaña y tres fon-
dos.
Esta escasa muestra de evidencias habita-
cionales es toda la información que manejamos en
nuestra área de estudio en este periodo concreto
del Bronce Final. De ellas, tan solo tres ejemplos
pueden ser considerados como claros. Alarilla,
Capanegra y La Indiana-Barrio del Prado ofrecién-
donos una buena información, bastante completa
de como eran las viviendas de las gentes de Cogo-
tas I. Mientras que los restos de Arenero de Soto y
Caserío de Perales son muy parciales, no pudién-
dose distinguir muy bien las cabañas.
Las plantas de este tipo de viviendas sue-
len ser de tendencia redondeada y la relación que
tenían estas cabañas con el resto del poblado es un
completo misterio. No contamos con más restos
habitacionales con los que poder vincularlas. Por
ello no podemos saber el tipo de trama urbana que
seguían estos asentamientos, sino todo lo contra-
rio, parecen carecer de ella.
De manera general las estructuras esta-
ban delimitadas por postes, o por otros elementos.
Por ejemplo la cabaña de Alarilla (Méndez y Velas-
co 1986 y 1988) delimita su contorno gracias a una
alineación de piedras. En cuanto a la organización
interna de estas estructuras comentaremos que
contamos con ejemplos de subdivisiones internas
y otras que aparentemente son diáfanas.
Existen también otro tipo de estructuras
asociadas a las cabañas, el caso de Alarilla
(Méndez y Velasco 1986 y 1988), en el cual la es-
tructura de vivienda se relaciona con hasta cinco
fondos dentro de los cuales se encontraron hoga-
res. En Capanegra (Martín y Vírseda 2005) asocia-
do a su primer periodo de ocupación, en la parte
más baja de la ladera sur, se localizaron 33 fosas,
de las cuales 14, se han identificado como silos. La
Indiana (Morín et al. 1999), tiene asociada a su ca-
baña tres fondos de boca circular y ligera forma de
cuello de botella en cuyo interior se encontró ma-
terial cerámico.
La relación de estos campos de hoyos y
las zonas de habitación estaría hablándonos de
áreas de almacenamiento comunales, interpreta-
ción respaldada por la aparente preparación del
interior de algunos de estos hoyos, con una finali-
dad impermiabilizadora. Prueba de ello es el hoyo
documentado en La Muela de Alarilla (Méndez y
Velasco 1984 y 1988), que contenía a modo de re-
vestimiento, unas lajas de piedra unidas a la pared
con un mortero ceniciento. Su uso como hogares
también está respaldado por su reiterado relleno
ceniciento y de materiales quemados, de los que
tenemos constancia en hoyos de Alarilla, Ecce Ho-
mo, o Perales del Río. La intencionalidad despren-
dida del acto de acumulación de víveres, pudiera
inferir que la tan hablada estacionalidad de estos
poblados no fuese una norma generalizada para el
modelo de poblamiento en el mundo de Cogotas I.
Es posible que no todos los poblados tuvieran una
duración tan fugaz, ni que sus desplazamientos
tuvieran lugar siempre en los mismo momentos.
No es que podamos hablar de hábitats permanen-
tes ni mucho menos, pero si matizar ese carácter
móvil con el que se ha caracterizado a estos gru-
pos, y que en realidad sus desplazamientos no es-
ARPI. Arqueología y Prehistoria del Interior peninsular 02– 2015 123
tuvieran tan estandarizados ni que recorriesen
grandes distancias (Barroso 2002: 129).
Los materiales constructivos mediante los
cuales se realizaron estas cabañas, principalmente
fueron el barro y los entramados vegetales. Las
huellas de postes y las pellas de barro con impron-
tas vegetales así lo demuestran. En la Muela de
Alarilla (Méndez y Velasco 1986 y 1988), son fre-
cuentes los adobes con restos de impronta vege-
tal, con algunos conservando en una de sus caras
los restos de un encalado y con ángulos planos que
asocian a tablas o tablones escuadrados, un posi-
ble enlucido de estas estructuras.
Los asentamientos de la Primera Edad del
Hierro han ido aumentando gracias a los estudios
de los últimos años. Contamos con un total de 23
poblados con restos estructurales identificados
como viviendas, pertenecientes a la Edad del Hie-
rro o a su periodo de transición (Fig. 1). Evidencian
notables diferencias entre ellos, yendo desde po-
blados donde se documentan cabañas semiexca-
vadas en el suelo de poco tamaño como las del
Cerro de San Antonio (Blasco et al. 1991), Los Pi-
nos (Muñoz y Ortega 1996) o Sector III (Blasco y
Barrio 1986) , hasta otros con estructuras de gran
complejidad como pueden ser los ejemplos de la
cabaña encontrada en Ecce Homo (Almagro Gor-
bea y Dávila 1988), o incluso otros en los que se
combina la utilización de diversos materiales cons-
tructivos, como Puente largo de Jarama (Muñoz y
Ortega 1997), donde se experimenta con el uso de
la piedra como materia prima (Tabla 3).
La principal de las características de esta
época es la concepción diferente del espacio se
hace ahora también tangible en la organización
interna de las propias cabañas y los poblados. En
este sentido, tendríamos que hablar de un cambio
radical de mentalidad. Si bien las actividades eco-
nómicas siguen siendo básicamente las mismas
que en las fases anteriores, este tipo de cambios
debe responder a otro tipo de motivaciones. En
este sentido se habla de implicaciones sociales
profundas que surgen y que están afectando a la
distinta manera de concebir el espacio en estos
yacimientos. La organización interna de la cabaña
de Varas del Palio (Rojas et al. 2007), el espacio es
diáfano, salvo una pequeña habitación de planta
cuadrada junto a la entrada. Otro ejemplo lo en-
contramos en la configuración del espacio interior
de la cabaña 2, de la fase A2 de Dehesa de Ahín
(Rojas y Gómez 2012), parece de un único ambien-
te abierto y diáfano. Solo la presencia de peque-
ños agujeros de postes podrían indicar la existen-
cia de una tabiquería interna. En el yacimiento de
El Colegio (Sanguino et al. 2007) debemos señalar,
la clara presencia de subdivisiones internas de la
mayor de sus estructuras.
El trabajo de los últimos años, con su nue-
va metodología de excavación en extensión ha
ayudado a definir el panorama en los inicios de la
Edad del Hierro en el que predomina un pobla-
miento rural disperso, de pequeños asentamientos
concentrados en áreas ricas en recursos y estrate-
gicamente bien posicionados, en los que se docu-
menta un único suelo de ocupación poco potente
(Ruiz, 2007). En ellos apreciamos una variedad de
estructuras, y una asociación de las mismas hasta
ahora inédita, en lo que parece ser unidades do-
mésticas amplias. El yacimiento de La Deseada
(Martín y Virseda 2005) muestra una construcción
ARPI. Arqueología y Prehistoria del Interior peninsular 02– 2015 124
formada por una estructura triangular, interpreta-
da como un granero aéreo de alzado piramidal,
que también se relaciona con las demás estructu-
ras descubiertas. En el Colegio (Sanguino et al.
2007), se documentan alineaciones de postes, in-
terpretadas como construcciones exentas de me-
nor tamaño asociadas a las dos cabañas mayores.
A su vez, las dos cabañas mayores se encuentran
unidas creando un espacio abierto entre ellas, en
el que se han encontrado dos agujeros de poste,
que pudo estar techado. El yacimiento de Las Lu-
nas (Urbina y Urquijo 2012), sorprendió debido a la
cantidad enorme de estructuras documentadas y
aunque, el estudio de los restos todavía no está
terminado, sus autores piensan que existen rela-
ciones entre distintas estructuras, formando de-
pendencias de un mismo ámbito familiar.
Además todavía seguimos sin advertir un
interés defensivo en estos poblados, aunque en
algunos de ellos estemos viendo evidencias que
hablan de cercas o vallas, pero que en ningún caso
Yacimientos Forma de la Planta
Pico Buitre Posiblemente rectilínea
Cerro de San Antonio Tendencia circular
Las Camas Alargada
La Cuesta Alargada rectangular/ alargada tenencia elíptica/ circular
Dehesa de Ahín Alargada rectilínea
Las Lunas Alargada/ alargada tendencia circular/ elíptica
Zona 4 de Lerma Ovalada
Puente Largo de Jarama Cuadrada
La Deseada Cuadrangular
La Albareja Ovalada
El Colegio Alargada
El Caracol Indeterminada/ rectangular
La Capellana Indeterminada
Los Llanos II Tendencia circular
Cerrocuquillo Alargada
Fuente Estaca Ovalada
Sector III Ovalada
Ecce Homo Alargada
Los Pinos Ovalada
El Baldío Rectangular
Los Bordales Ovalada
La Coronilla Rectilínea
Varas del Palio Rectangular
Tabla 3: Forma de la planta de los restos estructurales documentados..
ARPI. Arqueología y Prehistoria del Interior peninsular 02– 2015 125
podemos considerar como autenticas murallas con
una funcionalidad defensiva. En La Deseada
(Martín y Virseda, 2005) el conjunto de estructuras
estuvo protegido en su flanco meridional por una
posible empalizada, que no rodearía completa-
mente el área ocupada por el asentamiento. En El
Colegio (Sanguino et alii, 2007) también se docu-
mentaron una serie de hoyos alineados junto a la
cabaña mayor, paralelos a sus paredes y que se
prolongan unos 13 metros más allá de la longitud
definida por la vivienda.
La escasa extensión de muchas de las
excavaciones antiguas, en las que incluso no se
llega a delimitar totalmente las estructuras, lastra
la interpretación de estos yacimientos. Es imposi-
ble establecer cualquier tipo de relación entre las
cabañas, así como poder identificar estructuras
diferentes o llegar a entender la organización del
espacio interno de los asentamientos. (Tabla 4).
La heterogeneidad de los asentamientos
de la Primera Edad del Hierro, nos mostraría el
comienzo de un proceso de transformación social
que apunta hacia la consolidación de una nueva
identidad que ya no es del todo igualitaria. Habría
que pensar en una sociedad que está comenzando
a cambiar, casi de manera inconsciente, y que se
asocia a un modelo sedentario que abrirá las puer-
tas a la aparición de desigualdades y la progresiva
jerarquización social de momentos posteriores. En
este sentido es ampliamente ilustrativo el hecho
de que esta posible transformación del ámbito
social, esté representada por las diferentes solu-
ciones que adquieren los grupos de las dos etapas
en lo que al almacenamiento se refiere. Mientras
que en el mundo de Cogotas I proliferarían los silos
comunales al exterior, en los inicios de la Edad del
Hierro, este tipo de soluciones desaparecen, dan-
do paso a un almacenamiento más individualizado
centrado en la unidad familiar.
Los materiales utilizados y las técnicas si
parecen introducir alguna novedad propia de este
periodo de experimentación, ahora se potencian
elementos que mejoran la estabilidad de los edifi-
cios que en estos momentos se conciben como
permanentes. Aunque si es cierto que todavía exis-
ten reminiscencias muy fuertes de la fase anterior.
Cabe señalar también la presencia relati-
vamente estandarizada de elementos de refina-
miento interior de las cabañas. Nos referimos a
revocos o revestimientos internos de las paredes
de las viviendas. Enlucidos exteriores de yeso y un
suelo de guijarros cubiertos por arcilla apisonada y
endurecida al fuego, es lo que se documentó en
Puente Largo del Jarama (Muñoz y Ortega 1997).
En el Caracol (Oñate et al. 2007), en su conjunto
número 4, se aprecia el posible suelo de ocupación
que tendría esta estructura. Suelos de empedra-
dos también se documentan en Pico Buitre
(Crespo 1995) cubriendo el fondo de la vivienda.
En Varas del Palio (Rojas et al. 2007) se han con-
servado restos de un suelo compuesto por placas
de arcilla compactas. No se conservan revocos,
aunque la presencia de un derrumbe de arcilla muy
decantada junto a las paredes y sobre el suelo po-
dría estar indicando su presencia.
Este tipo de actuaciones podríamos decir
que solamente responde a un interés meramente
estético, por lo que aquí estaríamos ante un tipo
de comportamiento que se esta reflejando en las
ARPI. Arqueología y Prehistoria del Interior peninsular 02– 2015 126
cabañas, y que se relacionan con una serie de cam-
bios en la mentalidad de sus protagonistas.
Estos aspectos novedosos, podrían estar
evidenciándonos una posible sedentarización de
los grupos que habitaban el centro de la Meseta.
Desde luego, el mayor interés mostrado en la
construcción y acondicionamiento de las estructu-
ras de habitación, puede ser interpretado como
una señal de la tendente mayor pervivencia en el
espacio de los asentamientos y por lo tanto de las
estructuras que los conforman.
5. CONCLUSIONES
Una vez llegados a este punto, estamos
en disposición de recapitular y realizar una serie de
conclusiones finales con respecto a los objetivos
marcados al inicio de este trabajo.
Yacimientos Área excavada Estructuras Secuencia vertical
Pico Buitre 1 Sí
Cerro de San Antonio 4 cuadrículas de 4x4 2
Las Camas 25.000 m2 2
La Cuesta 15 ha. 3
Dehesa de Ahín 3200 m2 5 Sí
Las Lunas 10.000 m2 Indefinidas Sí
Zona 4 de Lerma 3200 m2 1
Puente Largo de Jarama 1
La Deseada 1 ha. 4
La Albareja 17.037 m2 4 Sí
El Colegio 8500 m2 3
El Caracol 4
La Capellana 1 Sí
Los Llanos II 5000 m2 2
Cerrocuquillo 1
Fuente Estaca 2
Sector III 1
Ecce Homo 1
Los Pinos 31,7 ha. 2
El Baldío 1
Los Bordales 1 ha. 1
La Coronilla 1 Sí
Varas del Palio 200 m2 1
Tabla 4: Comparación entre las distintas áreas excavadas en los yacimientos y el número de estructuras localizas.
ARPI. Arqueología y Prehistoria del Interior peninsular 02– 2015 127
En primer lugar, el poblamiento de Cogo-
tas I, era el que se extendía por la zona del centro
peninsular durante el Bronce Final. Concretamen-
te nosotros nos centramos en el poblamiento con-
centrado en la cuenca del Tajo Superior y de sus
afluentes. Aquí hemos visto una fuerte densidad
de asentamientos en los valles madrileños del He-
nares, Jarama y Manzanares, que contrastaba con
otras zonas vacías, o menos pobladas. Esta dicoto-
mía entre áreas ha querido entenderse en la medi-
da en que el registro arqueológico no está com-
pensado. Es decir, las zonas en las que se ha detec-
tado mayor densidad del población, concuerdan
en ser las que mayor desarrollo urbanístico han
sufrido en las últimas décadas, con el consiguiente
aumento de las excavaciones y los descubrimien-
tos.
Dejando de lado estas diferencias se po-
día establecer que el poblamiento se dividía en dos
tipos, según el lugar elegido para su emplaza-
miento. Había gentes que se establecían en zonas
Tabla 5: Yacimientos en los que conocemos las dimensiones de las estructuras localizadas. [1] se refiere a la superficie total útil del espacio interior. [2] Las Lunas cuenta con estructuras con medidas que varían entre esas cifras totales. [3] En Dehesa de Ahín se superponen varias estructuras de distintas fases que aprovechan los restos de las anteriores viviendas sobre las que se asientan reformando o aumentando su espacio. No se ha documentado ninguna de las cabañas en su totalidad. [4] La estructu-ra de Puente largo de Jarama está incompleta y su dimensión total ha sido sólo estimada . [5] Las medidas de una de las caba-ñas de El Caracol son estimadas, debido a la destrucción de la estructura.
ARPI. Arqueología y Prehistoria del Interior peninsular 02– 2015 128
de altura, y otro grueso que prefería los llanos para
asentarse.
Este tipo de asentamientos se caracteriza-
ba por tener un tipo de estructuras endebles, muy
efímeras, que estaban construidas mediante mate-
riales perecederos como el barro y la madera. En
estos yacimientos proliferan los llamados “fondos
de cabaña”, o hoyos excavados en el suelo, para los
cuales se han propuesto una variedad de funciones,
entre las cuales la mayormente extendida y acep-
tada es la de atribuirles una función de silos. Junto
a estos silos y en menor medida, se detectan los
restos de las auténticas cabañas. Su conservación y
documentación, parece más bien fruto de la suer-
te, ya que los materiales y la forma en la que estos
se usan, dan como resultado estructuras frágiles,
que no parecen estar diseñadas para perdurar en el
tiempo.
Sobre este tipo poblamiento se han dicho
muchas cosas, entre ellas está la idea de que sus
características y las de sus restos, corresponderían
a emplazamientos de cierta temporalidad que ven-
drían a señalar el carácter móvil de sus gentes.
Hemos podido comprobar que el registro
correspondiente a estas fechas, en lo que respecta
a restos estructurales de áreas de habitación, es
realmente escaso.
Una vez entrada la Primera Edad del Hie-
rro, el poblamiento parece responder a las mismas
características generales que tenía la etapa ante-
rior. En vista a los datos que tenemos y que hemos
expuesto, podemos afirmar que las viviendas de la
Primera Edad del Hierro, al ser más abundantes y
al estar en algunos casos mucho mejor conserva-
das, difieren con las que tenemos para el periodo
anterior. Viene al caso entonces explicar breve-
mente el primero de los resultados que se advierte
al analizar los datos ofrecidos por las viviendas.
Hablamos de la forma de poblamiento de estos
grupos. Mientras que para el Bronce Final se apun-
taba un poblamiento semi-sedentario, de cierta
movilidad, con asentamientos estacionales, la
Edad del Hierro va a traer consigo la apertura del
debate sobre la completa sedentarización de estos
grupos. Se observan nuevos patrones de asenta-
miento. Se van a ir buscando los cauces menores
en detrimento de los cauces principales como zo-
nas para establecerse, donde van a aparecer multi-
tud de nuevos enclaves.
Parece ser que estos patrones responden a
un modelo disperso de pequeños núcleos poblacio-
nales rurales, autosuficientes y que buscan de nue-
vas zonas para asentarse.
En cuanto a las estructuras podemos decir
que básicamente se siguen los mismos métodos y
la misma tradición constructiva que en Cogotas I,
pero tenemos que añadir ciertos matices que si
hacen diferentes a estas nuevas cabañas. Mientras
que el cuerpo constructivo sigue siendo el mismo,
configurado básicamente por barro y entramados
vegetales, la forma en la que se unen estos dos
elementos da muestras de ser novedosa. Atende-
mos también a las primeras experimentaciones con
nuevos materiales constructivos como la piedra, y
a su vez podemos comprobar como no hay una
homogeneidad en las técnicas ni en los modelos
constructivos, mientras que los materiales más
utilizados siguen recordándonos a los modelos
ARPI. Arqueología y Prehistoria del Interior peninsular 02– 2015 129
tradicionales. Se experimentan nuevas plantas, se
construyen diversos tipos de estructuras con fun-
cionalidades diversas, las cuales se relacionan en-
tre si para formar unidades estructurales más com-
plejas que las que se veían en el Bronce Final. Es
ahora cuando apreciamos ciertos detalles que nos
obligan a pensar en un proceso de sedentarización
progresiva de estos grupos, el cual se manifiesta
en las viviendas, que en estos momentos comien-
zan a adoptar ciertos elementos funcionales que
responderían a esta mayor continuidad o perviven-
cia temporal de las cabañas. Paralelamente, pode-
mos discernir que existe un incremento en el inte-
rés por diferenciar distintos espacios dentro de las
áreas de habitación y en el conjunto territorial de
los propios poblados, en los que se construyen
vallas o cercas que compartimentan el terreno.
¿Qué extraemos de todo esto? Cierta-
mente se ven cambios tangibles en la manera de
construirse las viviendas, en su forma, en sus ta-
maños pero ¿estos cambios en las viviendas pue-
den ser interpretados como un espejo en el que se
refleja el proceso de cambio cultural?
Como comprobamos al observar de cerca
el registro, se ve una progresión en las viviendas,
pero, lo más importante, sigue siendo práctica-
mente igual. Existen pervivencias, el armazón bá-
sico para la construcción de las cabañas sigue sien-
do de cañas y barro, siguen habiendo plantas irre-
gulares de pequeño tamaño, que en nada nos re-
cuerdan a ese cambio hacia la estabilidad y la ma-
yor perdurabilidad. Además, los lugares y los pa-
trones de asentamientos seguirán siendo los mis-
mos, lo que a su vez refuerza la idea de que su es-
Fig. 2: Comparación a escala de las estructuras de la I Edad del Hierro excavadas en la Albareja (1), Sextor III (2), Los Pinos (3), Ecce Homo (4), (según Consuegra y Díaz del Río 2007).
ARPI. Arqueología y Prehistoria del Interior peninsular 02– 2015 130
tructura económica tampoco cambia demasiado.
En nuestra opinión, creemos que por enci-
ma de las diferencias formales en la tipología, for-
ma y sistema constructivo de las distintas cabañas,
algo que parece responder a distintas experimen-
taciones propias de un momento de transición o
de un proceso cultural en formación, que pudo
estar a su vez influenciado por influjos culturales
provenientes de otros ámbitos peninsulares, lo
que realmente nos lleva a pensar que en las vivien-
das se materializa el proceso de cambio cultural es
en la transformación que sufre el espacio interno
de las cabañas, con esa progresiva compartimen-
tación en distintas áreas funcionales, la cual nos
esta dictando el camino para poder hablar de una
diferente concepción del espacio (Torres 2013:
181).
Los cambios en la concepción del espacio
están vinculados a cambios en la estructura social
de quien los realizan. En este sentido el cambio en
la gestión del espacio interno de los edificios apun-
ta a una separación entre las esferas comunitaria y
familiar (Torres 2013: 181). La Edad del Hierro trae
consigo una progresiva sedentarización de los gru-
pos, que se transmitirá a un modelo de vida al-
deano que impondrá un marco más estable, que
prolongará la permanencia, convirtiendo a la vi-
vienda en una célula socioeconómica y a la vez
identitaria (Blanco 2010: 164). Nuevos sistemas de
almacenamientos que parecen estar más indivi-
dualizados, diversas estructuras de distinta funcio-
nalidad que se relacionan entre sí formando unida-
des más amplias, separaciones internas dentro de
los asentamientos, compartimentaciones dentro
de las propias cabañas, en definitiva nos hablan de
la búsqueda de un espacio propio. Todo ello hace
pensar que la transformación social se está llevan-
do a cabo y que mira hacia la consolidación de una
nueva identidad que ya no es del todo igualitaria.
BIBLIOGRAFÍA
Abarquero Moras, F. J. 2005: Cogotas I. La difusión de un
tipo cerámico durante la Edad del Bronce. Arqueolo-
gía en Castilla y León, Monografías, 4. Junta de Cas-
tilla-León. Valladolid.
- 2012: Cogotas I más allá del territorio nuclear. Viajes,
bodas, banquetes y regalos en la edad del bronce
peninsular. Cogotas I. Una cultura de la Edad del
Bronce en la Península Ibérica. Universidad de Valla-
dolid: 59-110.
Agustí, E., Morín, J., Urbina, D., Lopez, F. J., Sanabria, P.
J., Lopez, G., Lopez, M., Illan, J. M., Yravedra Sainz
De Los Terreros, J., y Montero, I. 2012: El Yacimiento
de Las Camas (Villaverde, Madrid) Longhouses en la
Meseta Central. El primer milenio a.C. En la meseta
central. De la longhouse al oppidum. Vol. 1 : 112-147.
Almagro Gorbea, M. y Dávila, A., 1989: Ecce Homo. Una
cabaña de la Primera Edad del Hierro. Revista de
Arqueología 98 : 29-38.
Almagro Gorbea, M. y Fernández Galiano, D., 1980:
Excavaciones en el cerro Ecce Homo (Alcalá de Hena-
res, Madrid). Madrid.
Baquedano, I., Torija, A. y Cruz, M., 2007: Algunos apun-
tes sobre las excavaciones en curso del yacimiento
de Cerrocuquillo (Villaluenga de la Sagra- Toledo).
Actas de las II Jornadas de Arqueología de Castilla-La
Mancha (Toledo 2007): 116-156.
Barroso, R. 2002: El Bronce Final y los comienzos de la
Edad del Hierro en el Tajo Superior. Colecc. Ensayos y
documentos 52. UAH- Diputación de Guadalajara.
Blanco, A. 2010: ¿Nuevos hogares para los emigrantes?
Casas y paisajes en el debate sobre el límite entre
Cogotas I y el Primer Hierro en el valle del Duero.
Zephyrus, LXVI: 155-179.
ARPI. Arqueología y Prehistoria del Interior peninsular 02– 2015 131
Blasco, C. 2007: El transito del Bronce Final al Hierro
Antiguo en la cuenca baja del Manzanares. Estudios
sobre la Edad del Hierro en la Carpetania vol I. Zona
Arqueológica 10: 64-86.
Blasco, C. y Baena, J. 1989: El yacimiento de La Capella-
na (Pinto, Madrid). Nuevos datos sobre las relaciones
entre las costas meridionales y la Submeseta Sur
durante la Primera Edad del Hierro. Cuadernos de
Prehistoria y Arqueología de la Universidad Autónoma
de Madrid, 16: 211-231.
Blasco, C. y Barrio, J. 1986: Excavaciones de dos nuevos
asentamientos prehistóricos en Getafe (Madrid).
Noticiario Arqueológico Hispánico, 27: 75-142
Blasco, C., Lucas, R. y Alonso, M. A. 1991: Excavaciones
en el poblado de la Primera Edad del Hierro del cerro
de San Antonio (T. M. Madrid). Arqueología, paleon-
tología y etnografía, 2: 7-188.
Blasco, C., Calle Pardo, J. y Sánchez-Capilla Arroyo, M.
L. 1991: Yacimiento del Bronce Final y época romana
en Perales del Río (Getafe, Madrid). Arqueología,
paleontología y etnografía 1: 37-148.
Castro, P., Mico, R. y Sanahuja, M. A. 1995: Genealogía
cronológica de la Cultura de Cogotas I. Boletín del
Seminario de Estudios de Arte y Arqueología LXI: 51-
118.
Cerdeño, Mª. L. y García Huerta, R. 1986-87: Estructuras
de habitación del poblado de la Coronilla (Molina de
Aragón, Guadalajara). Zephyrus, 39-40: 337-345.
Crespo, M. L. 1995: Estructuras de habitación en Pico
Buitre (Espinosa de henares). Arqueología en Guada-
lajara. Patrimonio Histórico-Arqueología. Castilla- La
Mancha, 12: 163-178.
Consuegra, S. y Díaz Del Río, P. 2007: El yacimiento de
la Albareja (Fuenlabrada, Madrid): un ejemplo de
poblamiento disperso de la primera Edad del Hierro.
Estudios sobre la Edad del Hierro en la Carpetania vol.
II. Zona Arqueológica 10: 132-152.
Dávila, A. 2007: La Edad del Hierro en el bajo valle del rio
Henares: territorio y asentamientos. Estudios sobre
la Edad del Hierro en la Carpetania, Vol. I. Zona Ar-
queológica 10: 88-134.
Delibes, G.; Romero, F.; Fernández Manzano, J.; Ramí-
rez, Mª. L., Misiego, J.C. y Marcos, G. J. 1995: El trán-
sito Bronce Final-Primer Hierro en el Duero medio. A
propósito de las nuevas excavaciones en el Soto de
Medinilla (Valladolid). Homenaje a Ana Mª. Muñoz
Amilibia. Verdolay, 7: 145-158.
Delibes, G., Romero, F., Fernández Manzano, J., Ramí-
rez, M. L., Herran, J. I., Abarquero, F. J. 1998; Data-
tions au radiocarbone concernant a la transition en-
tre l'áge du bronze et l'áge du Fer dans la Péninsule
lberique. Actes du 3eme Congres lntemational de 14C
et Archéologie. Supplement 1999 de la Revue d’ ar-
cheomélne. Lyon: 193-197.
Díaz del Río, P. 2001: La formación del paisaje agrario.
Madrid en el III y II milenios BC. Comunidad de Ma-
drid.
Flores Fernández, R. y Sanabria Marcos, P. J. 2012: La
Cuesta, Torrejón de Velasco (Madrid): un hábitat
singular en la I Edad del Hierro. El Primer Milenio A.C.
en la Meseta Central. De la longhouse al oppidum: 149
-171.
Fernández-Posse, M. D. 1986: La cultura de Cogotas I.
Homenaje a Luis Siret (1934-1984). Junta de Andalu-
cía: 457-487.
Iniesta, J. 2003-2004: Reflexiones sobre el hábitat en
Cogotas I: una cabaña procedente del caserío de
Perales. Boletín de la Asociación de Amigos de la Ar-
queología, 43: 197-210.
Martín, A. y Virseda, L. 2005: Espacios domésticos y de
almacenaje en la confluencia de los ríos Manzanares
y Jarama. Encuentro de Jóvenes Investigadores sobre
Bronce Final y Edad del Hierro en la Península Ibérica:
181-206.
Martín, A. y Walid, S. 2007: El yacimiento de El Baldío
(Torrejón de Velasco, Madrid). Algunos aspectos
acerca de la evolución de los espacios de habitación
entre los siglos V y I a.C. de la cabaña al edificio. Es-
tudios sobre la Edad del Hierro en la Carpetania, Vol.
II. Zona Arqueológica 10: 194-214.
Martínez, V. 1992: El poblado de Campos de Urnas de
Fuente Estaca (Embid, Guadalajara). La Celtización
ARPI. Arqueología y Prehistoria del Interior peninsular 02– 2015 132
del Tajo Superior. Memorias del Seminario de Hª
Antigua III. Universidad de Alcala de Henares: 67-78.
Martínez Navarrete, M. I. y Méndez, A. 1983: Arenero de
Soto. Yacimiento de fondos de cabaña del Horizonte
Cogotas I. Estudios de Prehistoria y Arqueología
madrileñas 1: 183-254.
Méndez, A. y Velasco, F. 1986: Alarilla. Una propuesta
de metodología arqueológica. Arqueología Espacial,
9: 17-32.
- 1988: La Muela de Alarilla. I Congreso de Historia de
Castilla- La Mancha, T. III. Talavera: 185-19.
Morín, J. Penedo, E., Oñate, P., Oreja, G., Ramírez, M. y
Sanguino, J. 1999: El yacimiento de la Indiana- Barrio
del Prado (Pinto, Madrid), de la Prehistoria a la Edad
Media en el sur de Madrid. Actas del XXIV Congreso
Nacional de Arqueología (Cartagena, 1997), vol. 5: 63-
76.
Muñoz, K 1998: Mirando al Suroeste de la Celtiberia:
nuevos datos sobre la Primera Edad del Hierro en la
cuenca media del Tajo. El origen del mundo celtibéri-
co. Consejería de Agricultura y Medio Ambiente de la
Junta de Comunidades de Castilla- La Mancha, Moli-
na de Aragón: 221-237.
Muñoz, K. Y Ortega, J. 1997: Elementos de inspiración
orientalizante en la cuenca media del río Tajo: el
yacimiento de Puente Largo de Jarama (Aranjuez,
Madrid). Spal, 6: 141-167.
Oñate, P., Sanguino, J., Penedo, E. y De Torres, J. 2007:
El Caracol: un yacimiento de transición en la Primera
Edad del Hierro madrileña. Estudios sobre la Edad del
Hierro en la Carpetania, Vol. II. Zona Arqueológica 10:
176-193.
Pernia, A. y Leira, R. 1992: Excavaciones de urgencia en
el Arenero de Soto II (P.K.S. + 360 AL P.K.S. + 380 del
tren de alta velocidad Madrid-Sevilla). Arqueología,
paleontología y etnografía 3: 119- 129.
Rojas Rodríguez-Malo, J. M., Gómez Laguna, A., Cáce-
res Gutiérrez, Y., De Juan Ares, J. 2007: Estructuras
de ocupación del Bronce Final Horientalizante, Hie-
rro I y II Edad del Hierro, localizadas en la Autovía de
los Viñedos CM-400. Tramo Consuegra-Tomelloso
(P.K. 0+000 A 74+600). Yacimientos de Varas del
Palio, Palomar de Doña Leonides, Zona 4 de Lerma y
Arrojachicos. En Actas de las II Jornadas de Arqueolo-
gía de Castilla – La Mancha (Toledo, 2007). CD.
Ruiz Zapatero, G. 2007: Antes del Hierro. Cultura y so-
ciedad en el centro de la meseta (ca. 1200-500 a.C.).
Estudios sobre la Edad del Hierro en la Carpetania.
Zona Arqueológica, 10, vol. 2: 38-62.
Sanchez-Capilla, Mª. L. y Calle Pardo, J. 1996: Los Lla-
nos II: un poblado de la primera Edad del Hierro en
las terrazas del Manzanares (Getafe). Reunión de
Arqueología madrileña, Madrid: 254-257.
Sanguino, J., Oñate, P., Penedo, E. y Torres, J. 2007: El
Colegio (Valdemoro): cambios materiales y estabili-
dad socioeconómica a mediados del Primer milenio
a.C. Estudios sobre la Edad del Hierro en la Carpeta-
nia, Zona Arqueológica, 10, vol. 2: 154-174.
Torres Rodríguez, J. 2005: La Carpetania: un análisis
historiográfico. Arqueoweb 7, 2.
- 2013: La tierra sin límites. Territorio, sociedad e identida-
des en el valle medio del Tajo (S. IX-I a.C.). Zona Ar-
queológica.
Urbina, D. y Urquijo, C. 2012: El Yacimiento de Las Lu-
nas, Yuncler (Toledo): una ciudad de cabañas. El
primer milenio a.C. En la meseta central. De la
longhouse al oppidum. Vol. 1: 173-194.
Vela Cossio, F. 1995: Para una prehistoria de la vivienda.
Aproximación historiográfica y metodológica al estu-
dio del espacio doméstico prehistórico. Complutum,
6: 257-276.