argumentacion moral

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33 LA ARGUMENTACION MORAL Hacia una definición de la argumentación moral Ya hemos visto cómo necesariamente nuestras pautas de conducta y nuestros juicios morales tienen que ser aceptados. Cómo existe desacuerdo en torno a estas cuestiones. Cómo hay personas que defienden reglas y normas distintas a las mías, a las nuestras. Es lógico, por tanto, que los juicios morales y las normas propias sean defendidas y justificadas. Llamaremos, pues, ARGUMENTACIÓN MORAL, al proceso mediante el cual intentamos demostrar que unas reglas son satisfactorias, buenas, adecuadas o convenientes y que otras no lo son. Acabamos de definir la argumentación moral como el intento de justificar unas reglas o un comportamiento concreto. ¿Ante quién?, podríamos preguntarnos. Normalmente solemos argumentar, justificar nuestro comportamiento ante nosotros mismos y ante los demás. Esto abre una nueva perspectiva. En la mente de todos estará bien claro que es más fácil justificar nuestro comportamiento ante mí que ante los otros. Por una razón muy sencilla: los otros pueden contradecirme, encontrar falsa mi argumentación, ofrecerme otras alternativas. Nosotros, sin embargo, en muchas ocasiones, encontramos razones que justifiquen nuestros actos y no nos preocupamos de analizarlas y rebatirlas. Incluso, a veces, nos conformamos con el «hice lo que tenia que hacer» o con el «lo hubiera hecho de nuevo», tranquilizando en ese momento nuestra conciencia y creyéndonos los seres más honestos del mundo. La argumentación moral: una vieja cuestión Hacia el siglo V antes de Cristo, surgieron en Grecia unos pensadores, filósofos, llamados los sofistas. No vamos ahora a profundizar en sus teorías, pero sí a resaltar lo esencial de las mismas, para que veáis que el tema de la argumentador moral es una vieja, viejísima cuestión.

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argumentacion moral definicion

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Page 1: Argumentacion Moral

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LA ARGUMENTACION MORAL

Hacia una definición de la argumentación moral

Ya hemos visto cómo necesariamente nuestras pautas de conducta y nuestros juicios morales tienen que ser aceptados. Cómo existe desacuerdo en torno a estas cuestiones. Cómo hay personas que defienden reglas y normas distintas a las mías, a las nuestras.

Es lógico, por tanto, que los juicios morales y las normas propias sean defendidas y justificadas.

Llamaremos, pues, ARGUMENTACIÓN MORAL, al proceso mediante el cual intentamos demostrar que unas reglas son satisfactorias, buenas, adecuadas o convenientes y que otras no lo son.

Acabamos de definir la argumentación moral como el intento de justificar unas reglas o un comportamiento concreto. ¿Ante quién?, podríamos preguntarnos. Normalmente solemos argumentar, justificar nuestro comportamiento ante nosotros mismos y ante los demás.

Esto abre una nueva perspectiva. En la mente de todos estará bien claro que es más fácil justificar nuestro comportamiento ante mí que ante los otros. Por una razón muy sencilla: los otros pueden contradecirme, encontrar falsa mi argumentación, ofrecerme otras alternativas. Nosotros, sin embargo, en muchas ocasiones, encontramos razones que justifiquen nuestros actos y no nos preocupamos de analizarlas y rebatirlas. Incluso, a veces, nos conformamos con el «hice lo que tenia que hacer» o con el «lo hubiera hecho de nuevo», tranquilizando en ese momento nuestra conciencia y creyéndonos los seres más honestos del mundo.

La argumentación moral: una vieja cuestión

Hacia el siglo V antes de Cristo, surgieron en Grecia unos pensadores, filósofos, llamados los sofistas. No vamos ahora a profundizar en sus teorías, pero sí a resaltar lo esencial de las mismas, para que veáis que el tema de la argumentador moral es una vieja, viejísima cuestión.

El relativismo de los sofistas puede reducirse a las siguientes consideraciones

a) No hay un criterio de lo bueno en cuanto tal. No hay un criterio de lo justo en cuanto tal.

b) Entonces, ¿cómo y por qué decimos de esos actos que son buenos o malos? Porque nos han convencido de que son virtuosos, convenientes, adecuados, o de que no lo son.

c) ¿Cómo se nos convence o convencemos a los demás?: Mediante una buena argumentación.

d) ¿Cómo sabemos que una argumentación es buena?: Cuando tiene éxito, esto es, cuando a través de la persuasión, logramos el convencimiento de los demás.

Como vemos, los sofistas tienen muy claro que cada estado, cada sociedad, tiene sus propias convenciones y reglas sobre lo que se debe y no se debe hacer, y por lo tanto, es necesario estudiar las prácticas prevalecientes en esas sociedades y aprender a adaptarse a ellas con el fin de influir con éxito sobre los demás.

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Como los actos humanos, para los sofistas, no son, por sí mismos, buenos o malos, y como, continuamente, en la sociedad, tenemos que demostrar que los actos que realizamos son los más convenientes y adecuados, entonces tenemos que acudir a la persuasión, esto es, al artificio verbal por medio del cual, podamos convencer a los demás de que nuestro comportamiento ha sido correcto.

Por eso los sofistas, además de ser los fundadores del relativismo moral, fueron auténticos maestros de oratoria, retórica y lógica. ¿Qué quiere decir esto?: Pues que fueron auténticos maestros en el arte de hablar, en el arte de persuadir y en el arte de argumentar.

¿Y cómo sabían los sofistas que una determinada argumentación había sido correcta?: Pues observando los efectos que ésta producía sobre los demás. A mayor aceptación y convencimiento, mejor argumentación.

Actividad

Comentar este texto de uno de los sofistas más importantes:

«La palabra es una gran dominadora, que con un pequeñísimo y sumamente invisible cuerpo, cumple obras importantes, pues puede hacer cesar el temor y quitar los dolores, infundirla alegría e inspirar la piedad...Pues el discurso, persuadiendo al alma, la conduce, convencida, a tener fe en las palabras y a consentir en los hechos... La persuasión, unida a la palabra, impresiona al alma como ella quiere. La misma relación tiene el poder del discurso con respecto a la disposición del alma que la disposición de los remedios respecto a la naturaleza del cuerpo.»

(GORGIAS, Elogio de Elena. 8. 12-14.)

Argumentar convencido y argumentar para convencer

El problema ético de la argumentación moral reside, principalmente, en los razonamientos que realicemos. Existen varios tipos de razonamiento que responden, a su vez, a actitudes distintas. Veamos:

a) Razonamos, a veces, antes de actuar de una manera determinada. Tras este proceso, encontramos lo que comúnmente se llaman «razones previas». Ahora bien, ¿qué actitudes anteceden a estos razonamientos? Normalmente éstas:

a.l) Actitud analítica y crítica: Consistente en pensar lo que debo hacer en ese momento. Calibrando también el alcance de mis actos. Considerando sus consecuencias. Atendiendo a la situación en la que me encuentro y a las circunstancias que me rodean. Una vez encontradas estas razones previas actuaremos de una manera determinada o desistiremos de hacerlo.

a.2) Actitud irreflexiva: Es frecuente que, en muchas ocasiones, decidamos primero qué es lo que vamos a hacer, y luego buscamos unas razones que justifiquen nuestro comportamiento. En este caso, lo que hacemos es adecuar las razones al acto y no el acto a las razones, como en el apartado anterior.

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b) Razonamos, a veces, después de actuar de una manera determinada. Está claro que, en este caso, hemos actuado sin unas razones previas y que luego, razonamos o argumentamos nuestra conducta, normalmente con dos finalidades:

b.1) Para convencerme de que lo que he hecho es lo que debía.

b.2) Para convencer a los demás de que mi comportamiento ha sido correcto.

Es frecuente, que, excepto en el caso a.l), en todos los demás aparezcan factores como el autoengaño, la autojustificación, la persuasión y la habilidad argumentativa, y cuya finalidad es convencernos a nosotros mismos y a los demás de que nuestro comportamiento fue el adecuado.

Por ello podemos decir que:

ARGUMENTAR CONVENCIDO es:

Explicar las razones que creíamos EN UN PRINCIPIO adecuadas y convenientes para realizar un acto determinado.

Partir de la seguridad y del convencimiento de que mis actos han sido los adecuados a las razones previas, sopesadas con antela-ción a los mismos.

ARGUMENTAR PARA CONVENCER es:

Explicar unas razones para convencer a los demás y a mí mismo de que mis actos han sido correctos.

Partir de la seguridad de que si argumento con habilidad y persuasión convenceré a los demás de que mis actos han sido correc-tos.

Actividad

Reflexionando sobre el cuadro anterior, proponer a los alumnos que, divididos en grupos, ejemplifiquen el «argumentar convencido» y el «argumentar para convencer».

Las llamadas emocionales

No se trata ahora de argumentar nuestros actos, sino de ofrecer buenas razones a los demás, para que se comporten de una manera determinada.

No escapa a nuestra atención que, en ocasiones, cuando la persona a quien nos dirigimos no ve ninguna buena razón para comportarse tal y como le indicamos o no somos capaces de ofrecerles un buen argumento, entonces acudimos a lo que comúnmente se llaman: Llamadas emocionales.

Entendemos por LLAMADAS EMOCIONALES el intento de provocar comportamientos concretos en los demás a través de apelaciones al sentimiento, la sensibilidad y las emociones ajenas

¿Por qué son tan frecuentes las llamadas emocionales?

1. Punto de partida: En ocasiones aconsejamos, indicamos u ordenamos un cierto tipo de comportamiento.

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a) Aconsejamos cuando nos lo piden o cuando nos sentimos inclinados u obligados a ello.

b) Indicamos conductas o pautas de comportamiento cuando queremos ofrecer una alternativa moral a alguien.

c) Ordenamos actos, cuando nuestra responsabilidad así lo exige (como jefes, educadores, padres, etc...).

2. El consejo, la indicación, la orden, pueden estar apoyadas en sólidas razones morales, o en argumentos claros y precisos. En este caso se esgrimirán tales razones y se expondrán tales argumentos. Pero puede ocurrir lo contrario, esto es:

a) Que no encontremos estas razones previas.

b) Que no consigamos que la gente ponga en práctica nuestros consejos, indicaciones u órdenes.

c) Que las personas no consideren buenas, sólidas, claras, las razones que les ofrezcamos, bien porque no lo sean, o porque no seamos capaces de dárselas.

En estas situaciones solemos acudir a las llamadas emocionales como sustitutos de la argumentación fallida o de las razones ausentes.

El peligro de las llamadas emocionales

Está claro que actuar por una llamada emocional es actuar irreflexivamente, actuar desde nuestros sentimientos y no desde nuestras razones.

Por eso podemos decir que, en la medida en que las llamadas emocionales no apelan al sentido común, a nuestro sentido moral, o a nuestra razón, sino que, por el contrario, llaman a las puertas de nuestros sentimientos, los actos que realicemos, siguiendo tales llamadas emocionales, serán actos irreflexivos e irracionales. Del mismo modo, los actos o los comportamientos que provocamos utilizando tales llamadas, serán también, de la misma índole.

No queremos decir, de ningún modo, que a toda llamada emocional le corresponde un acto injusto o deshonesto. Tampoco se sigue, que a toda llamada emocional le corresponde un acto bueno. Únicamente, repetimos, que a toda llamada emocional le corresponde un acto irreflexivo, y por tanto, sus consecuencias, al no ser medidas o sopesadas prudentemente, son imprevisibles.

Por otro lado, y como mi razón o mi sentido moral no entran en juego, el valor de mis actos se empobrece, pues no es mi conciencia moral la que actúa sino los sentimientos aguijoneados por este tipo de llamadas emocinales.

El riesgo de toda argumentación

Toda argumentación moral es arriesgada. Ya hemos dicho que los juicios morales y la argumentación moral no son juicios y razonamientos científicos, que son juicios y razonamientos que dependen de nuestro sentido moral y no de las leyes de la lógica y de la experiencia.

Por todo ello, no debemos esperar la certeza del cálculo matemático ni la confianza que la experiencia, la observación y la comprobación posterior nos ofrecen las ciencias de la naturaleza.

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Todo argumento moral es, a fin de cuentas, un razonamiento subjetivo, que puede ser compartido por muchos, pero no necesariamente... De ahí, que ante un argumento moral, podemos hablar de conocimiento y de aceptación, pero nunca de prueba y demostración.

Por eso decimos que la argumentación moral es arriesgada, porque son nuestras razones las que defienden un comportamiento concreto o las que lo desestiman, y cabe, por tanto, que otras razones y otros argumentos, contrarios a los nuestros, sean más sólidos y convincentes. De cualquier modo, vale la pena el riesgo del error, cuando tras una discusión o enfrentamiento de argumentos contrarios, se obtenga la suficiente claridad como para enfocar el problema que nos ocupa, con mayor rigor.

No obstante, es necesario tener presente que si partimos de nuestro sentido moral, y de las normas de conducta que aceptamos como buenas y adecuadas, y si por otro lado, hemos reflexionado sobre las mismas y sobre los actos que de ellas se derivan (actitud analítica y crítica), es lógico que tendrán que ser muy fuertes y claros los argumentos contrarios para que nuestros criterios varíen. Como ven, no se trata tanto de mantener inamovibles y rígidos nuestros criterios, cuanto de razonarlos sin apasionamientos y con rigor, para defenderlos lo mejor posible, estando siempre abiertos a cualquier modificación de los mismos. Lo contrario seria ser unos dogmáticos, y el dogmatismo, el aferrarse irreflexivamente a creencias y pautas de conducta, es síntoma de inmadurez o de poca inteligencia.

Hemos definido dogmatismo el aferrarse irreflexivamente a creencias y a pautas conducta. Con ello no hemos querido tachar de dogmáticos a los que viven en unas creencias y en unas normas determinadas, sino a aquellos que se aferran irreflexivamente a sus creencias, no atendiendo otros argumentos, y desestimándole incluso, antes de oírlos, con el convencimiento irreflexivo de que su verdad es verdad con mayúsculas, desde siempre y para siempre.

Actividad

Un grupo voluntario de alumnos argumentará a favor de la pena de muerte y otro grupo en contra. El resto sopesará los argumentos y decidirá cuáles son más sólidos.

Del mismo modo, se argumentará, a favor y en contra de este texto de PLATÓN

«Educación es aquello que desde niños encamina a la virtud, haciéndonos deseosos de convertirnos en ciudadanos perfectos, que saben mandar y obedecer con justicia.

... Quien reúne una recta educación y un natural feliz suele transformarse en un animal sumamente divino y afable; pero mal educado se transforma en el más feroz entre todos los que la tierra produce. Por ello, el legislador debe preocuparse en que la educador de los niños no se convierta en algo secundario o que pueda desdeñarse». (Platón, Leyes, I, 12. 643. y VI. 12. 766.)

Necesidad de toda argumentación

Continuamente estamos exigiendo que se nos razonen las órdenes que recibimos o las pautas de conducta que nos invitan seguir. Tal exigencia se debe al afán de entender aquello con lo que, en principio, no estamos de acuerdo.

Y así como exigimos argumentos a los demás, es lógico que los demás nos los exijan a nosotros.

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Un comportamiento responsable no se agota en el acto, sino en los argumentos que nos han llevado a actuar de ese modo. Una cosa es que nos los pidan o no, y otra es que estemos siempre dispuestos a ofrecerlos.

Podemos hablar, por tanto, de la triple necesidad de la argumentación moral:

1) Por un lado, necesitamos que los otros nos argumenten su comportamiento, bien porque no lo entendemos, bien porque no lo compartimos, bien porque puede resultarnos dudoso; en cualquier caso, la necesidad del argumento busca, en última instancia, la comprensión de los demás.

2) Del mismo modo, y por las mismas circunstancias, el argumento de nuestros actos, ante los que me lo exijan, está igualmente justificado. Es la demostración de que mis actos han tenido que producirse así y no de otra manera.

3) Para ello, es necesario que sin autoengaños, argumentemos ante nosotros mismos aquellas razones que nos llevan a un comportamiento concreto.

En cualquier caso, cabe la posibilidad de afianzar nuestros criterios de conducta o de desestimarlos, y si tales argumentos son elaborados con actitud crítica, autocrítica y reflexiva, el esfuerzo habrá valido la pena, sea cual fuere el resultado.

VOCABULARIO

Normas: Reglas de comportamiento. Tras su adquisición, solemos aceptarlas o mantenernos indiferentes hacia ellas.Juicio Moral: Aquel en el que nos pronunciamos sobre la bondad o maldad de un acto pasado, presente o previsto.Sentido moral: Conjunto de normas que hemos adquirido y que mantenemos en el momento de emitir un juicio moral.Provisionalidad: Decimos que los juicios morales son provisionales porque, por diversas circunstancias, pueden ser modificados.Relativismo: Decimos que los juicios morales son relativos porque dependen de las normas de la persona que los emite, su situación y sus circunstancias.Rigidez: Un juicio moral es rígido cuando censura un comportamiento aplicando rigurosamente una norma o un conjunto de normas, sin atender a otras circunstancias. Tolerancia: Un juicio moral es tolerante cuando juzga con amplitud y transigencia un acto determinado.Grado de permisibilidad social: Conjunto de actos que una sociedad tolera. Limites de comportamiento que una sociedad permite. Saltar por encima de ellos supondría la condena social. Respeto: Decimos que respetamos los juicios morales que otros emiten cuando los atendemos con corrección, reflexionamos sobre ellos y los analizamos. Respetarlos no significa aceptarlos.