aportes 2: meditaciones Éticas sobre la tÉcnica

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Colección Aportes MEDITACIONES ÉTICAS SOBRE LA TÉCNICA. 02 Pablo Mella, S.J.

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Aportes es una colección de artículos de investigación que ofrece el Instituto Especializado de Estudios Superiores Loyola que está destinada a resaltar temas de importancia para la Comunidad Educativa. En esta ocación dedicada al tema de la ética sobre la técnica, por Pablo Mella, S.J.

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Colección Aportes

MEDITACIONES ÉTICAS SOBRE LA TÉCNICA. 02Pablo Mella, S.J.

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ÍNDICE

1. Conferencia para la Graduación del Instituto Politécnico Loyola ________________________ pág.05

2. La técnica como saber humano ____________ pág.06

3. La ética de la técnica en nuestros días ______ pág.08

4. Sobre la educación técnica ________________ pág.10

MEDITACIONES ÉTICAS SOBRE LA TÉCNICA.

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MEDITACIONES ÉTICAS SOBRE LA TÉCNICAPablo Mella, S.J.

COLECCIÓN APORTES, No.2

Cuidado Editorial.Unidad de Comunicación Loyola.Junio 2011.

www.ipl.edu.doCalle Padre Ángel Arias #1, San Cristóbal, República Dominicana, Tel.: 809-528-4010 / Fax: 809-528-9229.

Instituto EspecializadoDe Estudios Superiores

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INTRODUCCIÓN

Hablemos de Ética

La ética al parecer se ha convertido en una de las mayores inquie-tudes de nuestra sociedad. Hoy oímos hablar en muchos ambientes del “retorno de la ética”. La expresión “ética” se asocia a todos los sectores de la vida, de la actividad humana: ética médica, ética social, ética en los negocios etc. Esto no deja de llamar la atención dado que el hombre de la segunda mitad del siglo XX se creyó capaz de vivir su vida y actuar sin referirse a normas. Michael Foucault no temía afirmar que “para el mundo moderno, no hay moral posible”.

Pero, he aquí que estamos constatando que el hombre difícilmente puede escapar de su condición de sujeto moral. Puede rechazar morales que le parecen obsoletas, pero requiere, sin embargo, día tras día hacer una elección, tomar decisiones y actuar según ciertos criterios. Al hombre- quizás hoy más que nunca le hace falta explicar a los otros y explicarse a sí mismo, cuáles son las reglas que guían su comportamiento y sus decisio-nes.

Así que creo que tenemos que decirle a Foucault: al mundo moder-no sí le es posible una moral porque ni el progreso científico-tecnológico y su dinámica autosuficiente, ni el moralismo fundamentalista han conse-guido crear un mundo en que podamos seguir llamándonos hombres en el pleno sentido de la palabra.

En ese sentido el retorno necesario y urgente de la ética al nivel del discurso y de la discusión crítica representa uno de los mayores desafíos para nuestra sociedad.

Apostamos que el sentido último de nuestros discursos y acciones des-canse en una razón comunicativa, y no sólo calculadora, es necesario hablar de un modo de ser más humano que otros: el ethos responsable y solidario.

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1. Conferencia para la Graduación del Instituto Politécnico Loyola

San Cristóbal, 15 de agosto de 2006

Una reflexión ética sobre la técnica depende, en primer lugar, de una defini-

ción de la misma como un modo de saber específicamente humano. En

efecto, los demás seres sobre la tierra no tienen “técnica” porque no han

creado recursos técnicos. La técnica lleva el sello de lo humano y es bueno

que este sello no se pierda en el camino. Pero, ¿seríamos capaces de definir

la técnica como saber específicamente humano? Si hiciéramos este ejer-

cicio de definición, nos sorprenderemos básicamente poniendo ejemplos

de aparatos, y de las disciplinas y especialistas que producen esos apara-

tos. Es decir, la mayoría de nosotros nos sentiríamos incapaces de dar una

definición propiamente dicha de la técnica en el sentido señalado. Esto sig-

nifica, a mi entender, que nosotros no poseemos la técnica como un saber

que ponemos a nuestro servicio, sino que ella nos posee a nosotros, como

un saber dado y establecido; ella forma nuestro mundo moderno, como una

segunda naturaleza que nos determina. Pienso que esto demanda una re-

flexión ética, que se puede preguntar lo siguiente: ¿mejoramos como seres

humanos cuando la técnica se convierte en una especie de segunda natu-

raleza determinante, es decir, en algo dado e incuestionable? Para aclarar-

nos sobre la definición de la técnica como saber específicamente humano

conviene hacer referencia a la herencia que hemos recibido de la cultura

occidental, donde se ha generado tanto el pensamiento como el hacer téc-

nico dominante en nuestros días. De eso nos ocuparemos en un primer

momento.

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Una vez establecido el significado de la técnica como saber específica-

mente humano, la reflexión ética sobre la técnica exige un pronunciamiento

sobre la bondad o la maldad de la misma. Ciertamente, la reflexión ética

como acabamos de decir, tiene al menos la responsabilidad de quitarle a

la técnica moderna su carácter de necesidad natural, pues se tendería a

bendecirla en todo momento. Por eso, en buena medida, la reflexión sobre

la técnica se desarrolla como una elucidación crítica sobre la “tecnofilia”, un

modo de relacionarse con la técnica como si esta representara la solución

a todos los problemas humanos. Ahora bien, si la ética quiere mantenerse

como una reflexión razonable sobre las prácticas humanas, tampoco pue-

de caer en la “tecnofobia”, es decir, en una actitud de condena unilateral de

la técnica como causante de todos los males que nos aquejan. Ni tecnofí-

lica, ni tecnofóbica, la reflexión ética sobre la técnica intentará discernir los

resultados ambiguos de la técnica, preguntándose por lo que es humano

en la técnica y por aquello que no lo es. De ellos nos ocuparemos en un

segundo momento.

Pero, en un país pobre y dependiente como República Dominicana, estos

dos momentos de reflexión no bastan. Debemos además preguntarnos por

el impacto real que tiene la técnica dentro de unas relaciones sociales tan

asimétricas, que ofrecen oportunidades muy desiguales a los miembros de

la comunidad nacional. A diferencia de la literatura primer mundista sobre

la técnica, una reflexión desde el Tercer Mundo nos pone ante el desafío de

una técnica que ha de promover la justicia social y la lucha contra la pobre-

za. Como se verá, el discurso ético dominante sobre la técnica en nuestros

institutos y empresas, unen la profesión técnica al triunfo individual, a la

competencia de punta, a ocupar los lugares más famosos del mercado em-

presarial. La educación técnica casi nunca se pregunta por la consolidación

de una “técnica solidaria con los pobres”. De esto nos ocuparemos en el

tercer y último apartado de estas reflexiones.

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2. La técnica como saber humano

Pasemos a reflexionar nuestro primer punto, el lugar que ocupa la técnica

entre los saberes humanos. Conviene recordarlo otra vez: la técnica es un

modo de saber específicamente humano. Pero ahora podemos añadir que

este tipo de saber tiene un dinamismo propio que lo lleva a olvidar su raíz

humana. La historia del pensamiento en Occidente nos ayuda a descubrir

por qué.

La palabra “técnica” es de origen griego, y significa muchas cosas: arte,

bellas artes, ciencia, saber, oficio, habilidad, astucia, medio, modo, manera.

Como vemos, se trata de una palabra rica en significados y muchos de ellos

los conservamos en nuestro modo de hablar. Sin embargo, en las reflexio-

nes que llegan hasta nosotros predomina un sentido que está asociado a la

manera en que Aristóteles organizó los saberes humanos. Para Aristóteles,

la técnica es un saber práctico que se caracteriza por la producción de

un objeto. Se trata de la habilidad para crear objetos. Sin embargo, en su

opinión, este saber práctico no tiene la capacidad de captar lo que explica

el sentido de todo, el conocimiento de lo que es necesario. Concluye que

como el fin último de la técnica es la producción de cosas, de objetos, su

actividad no redunda en beneficio del sujeto que la realiza. En realidad, de

acuerdo con este modo de ver la realidad, la técnica o el saber técnico no

mejora la calidad moral de las personas porque su finalidad no son las per-

sonas, sino las cosas. Lo que de verdad mejora a las personas es la con-

templación de las realidades necesarias y eternas, las realidades divinas. A

este saber necesario Aristóteles llamó Sophia, “sabiduría”; pero también lo

llamó “ciencia”, que en griego se dice episteme. De esta suerte, ciencia y

técnica quedaban clasificados como saberes opuestos.

Este modo de plantear los saberes humanos predominó hasta la edad mo-

derna, con la aparición del humanismo renacentista. La cultura de la anti-

güedad consagraba la superioridad de la contemplación sobre la acción.

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La modernidad vino a desafiar esta valoración de los saberes humanos. El

punto de referencia para situar este cambio de perspectiva es el filósofo in-

glés Francis Bacon, y su obra el Novum Organum, publicada en 1620. Para

Bacon “saber es poder”. De esta idea, surgió nuestra concepción actual de

la ciencia como fundamentación de la técnica. En la modernidad, ciencia y

técnica no se oponen, sino que forman parte del mismo proyecto de poder.

Con la tecnociencia llegó la promesa de que tarde o temprano todo proble-

ma humano sería resuelto por los “especialistas”, capaces de transformar

el saber humano en una constelación de intervenciones eficaces. Con sus

reflexiones, Bacon profetizaba el advenimiento de la Revolución Industrial.

En esta nueva etapa de la historia, se generó un auténtico culto de la ciencia

como técnica. Este culto se debía al hecho de que, con su aparición, la tec-

nociencia se hacía portadora de una promesa: lograr el paraíso en la tierra.

El mundo esperado no se situaba ya en el más allá, sino en el más acá.

Los seres humanos pueden transformar el medio ambiente en que viven y

convertirlo en un paraíso terrestre, disfrutando de su creatividad, de sus in-

novaciones tecnológicas y planificar todo gracias a la exactitud predictiva de

los conocimientos tecno-científicos.

Sin embargo, andando el tiempo, y ya entrados en el siglo XX, el entusiasmo

con la tecnociencia comenzó a conocer severas críticas. Dos acontecimien-

tos históricos cabe destacar como parte de esta reacción. En primer lugar,

la creación y utilización de la bomba atómica durante la Segunda guerra

mundial. De repente, este hecho atroz descubre a la conciencia de muchas

personas que los poderes desatados por la tecnociencia pueden destruir

toda la vida en el Planeta e incluso el Planeta como tal. En segundo lugar,

la gran crisis ecológica, generada por el calentamiento general del Planeta.

En pocos años se descubre que una tecnociencia desbocada es incapaz de

cumplir las promesas de crear un paraiso en la tierra.

Como ejemplo de esta reacción, citemos unas palabras del filósofo francés,

de origen judeo-español, Edgar Morin, interesado en las reflexiones sobre el

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saber humano moderno: “La visión científica de Bacon, Descartes Marx en

la que el hombre dueño de la técnica se convierte en dueño de la naturaleza,

es seguida por la visión de Heisenberg y de Gehlen, en la que la humanidad

se convierte en instrumento de un desarrollo metabiológico animado por

la técnica. Debemos abandonar los dos principales mitos de Occidente: la

conquista de la naturaleza-objeto por parte del hombre sujeto del universo,

el falso infinito en dirección al cual se lanzaban el crecimiento universal, el

desarrollo, el progreso. Debemos abandonar las racionalidades parciales

y cerradas, las racionalizaciones abstractas y delirantes que consideran

irracional toda crítica dirigidas a ellas. Debemos liberarnos del paradigma

pseudo-racional del Homo Sapiens Faber, según el cual la ciencia y la téc-

nica se encargan de llevar a término el desarrollo humano y lo realizan. La

tragedia del desarrollo y subdesarrollo del desarrollo, la carrera desenfre-

nada de la tecnociencia, la ceguera producida por el pensamiento frag-

mentado y reductivo: todo eso nos lanzó en una aventura descontrolada”.

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3. La ética de la técnica en nuestros días

Esta historia de la aventura de la técnica y la ciencia en Occidente nos pone,

pues, ante los dos extremos que ya hemos referido. Por un lado, encontra-

mos las actitudes de “tecnofilia”, de aquellas personas que creen que con la

implementación del saber técnico se resuelven todos los problemas huma-

nos. La historia se ha encargado de desmentir esta idea, aunque todavía los

proyectos políticos de muchos gobernantes de nuestros días están llenos

del culto a la tecnología y al progreso. Lo cierto es que la técnica entusiasma

a casi todo el mundo, porque nos pone a soñar con lo imposible, y nos llena

de orgullo, porque nos permite constatar las potencialidades que duermen

en nuestra inteligencia. La satisfacción de ser creadores y creativos empata

con las fibras espirituales más profundas de nuestra condición humana, una

reflexión que no se divorcia de la concepción cristiana del ser humano como

llamado a completar la creación de Dios.

Sin embargo, las consecuencias negativas de una tecnociencia entregada

su propio dinamismo son de sobra conocidas. Este modo de saber se ca-

racteriza por su velocidad y por su voracidad. Quizá el ritmo de innovación

en informática y comunicaciones es la mejor ilustración en nuestros días. En

pocos meses las cosas que sabemos se hacen obsoletas, y tenemos que

vivir en el sobresalto de la novedad. También sabemos que las investiga-

ciones en estas áreas del saber, así como en otros saberes de punta, están

aceitadas por grandes intereses capitalistas. Por eso, es explicable que

algunas personas con sensibilidad por la calidad de las relaciones humanas

se lancen a criticar de manera radical el culto a la tecnociencia, como lo hace

Edgar Morin en el texto citado. Entonces se puede generar la otra posición

extrema, la “tecnofobia”, que consiste en un odio o miedo enfermizo a la

tecnología. Un pensador contemporáneo que ilustra la actitud tecnofóbica

es el alemán Hans Jonas. Para los tecnófobos, la tecnociencia es la raíz de

todas las desgracias que vivimos en nuestros días.

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Conviene sin embargo mantener un equilibrio en este asunto. Y creo que

se puede proponer de la siguiente manera. La tecnociencia es un medio, no

un fin en sí mismo. Está al servicio de la calidad de vida de las personas. Por

esta razón, ha de velar por todo aquello que fortalece las relaciones entre

las personas. Pongo algunos ejemplos de relaciones humanas fortalecidas:

una comunicación interpersonal más fluida, un respeto por las inquietudes

existenciales de las personas, una distribución equitativa de las riquezas y

un cuidado delicado por el medio ambiente en que todos habitamos.

En buena medida, estas tareas, específicamente éticas, pueden estar a

cargo de la educación técnica. Por eso, quisiera concluir reflexionando un

poco sobre una educación técnica con sensibilidad ética en un país pobre

como el nuestro. Que estas ideas les ayuden a ustedes, queridas y queridos

graduandos, para evaluar poco a poco lo que aprendieron en las aulas del

Politécnico Loyola.

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4. Sobre la educación técnica

En nuestro país, la educación técnica está concebida sobre todo para preparar a

los y las jóvenes a insertarse a temprana edad en el mundo laboral. Busca satisfacer

las necesidades imperantes en las empresas de técnicos medios de base amplia, o

especializados en un oficio. Por tanto, podemos concluir que se pretenden dos ob-

jetivos principales: suplir las grandes necesidades de técnicos y técnicas que tiene el

país, y lograr la inserción laboral temprana de jóvenes de los sectores bajos y medio-

bajos del país.

Para cumplir sus objetivos específicos, la educación técnica se orienta fundamental-

mente a formar a los-as jóvenes en destrezas técnicas, fomentando de manera es-

pecial los aspectos asociados a la competencia laboral. Los valores que se enfatizan

en este marco son la eficacia y la eficiencia. De esta manera, los y las estudiantes

son orientados a la excelencia competitiva para poder ser colocados-as en empre-

sas altamente cotizadas en el mercado. Pero podemos preguntarnos, ¿en qué lugar

quedan los aspectos relacionados con la formación propiamente humana y con el

desarrollo de la solidaridad? El afán por la excelencia técnica tiende a dejar de lado

los aspectos humanos y saca a los y las jóvenes profesionales de su contexto comu-

nitario, sobre todo si son de origen popular.

Por otro lado, sin embargo, la educación técnica aparece concebida en nuestro país

como una herramienta para combatir la pobreza a través del desarrollo temprano de

los y las jóvenes y su inserción en el mercado laboral, pudiendo obtener empleos de

calidad e incidir en el mejoramiento de la calidad de vida de sus familias. Esto es muy

laudable, pero creo que es legítimo preguntarnos si es suficiente. La nueva formación

recibida hace prácticamente imposible las relaciones normales de los y las jóvenes

con sus barrios, sus campos, y los sitúa en los grandes centros urbanos donde

prima el mundo capitalista-competitivo. Es como si se tratara de fabricar entes tec-

nológicos, capaces de obtener buenos salarios en un nuevo mundo de relaciones.

Ellos y ellas logran salir de la pobreza, pero podemos abrigar la sospecha de que sus

comunidades de origen se mantendrán básicamente iguales.

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El reto de una educación técnica estaría en lograr además insertar los servicios de

las jóvenes técnicas y los jóvenes técnicos formados en las comunidades en las

cuales nacieron, o en ellos y ellas sean capaces de permanecer atentos y atentas a

la realidad de otras comunidades similares a las suyas. Estas actitudes se podrían

implementar en el desarrollo de los mismos estudios, en la misma manera en que se

desarrolla el currículo. Con esta perspectiva, además de lograr que sean excelentes

técnicos, conseguirán ser mejores seres humanos. Se hace necesaria una reflexión

al respecto, si queremos realmente ver a la educación técnica como un instrumento

para reducir la pobreza en las comunidades más desfavorecidas de nuestro país,

y no como un medio de sacar a una familia dichosa de su situación de pobreza.

¿Cómo ayudar para que lo recibido no sea disfrutado tan sólo por familias que se

sacan una especie de lotería con un hijo o una hija aplicados, sino que redunde en

beneficio del conjunto de la comunidad?

Por otra parte, la educación técnica tiene también retos importantes en cuanto a la

perspectiva de género. Es necesario trabajar rompiendo paradigmas de relación de

oficios con el género de la persona. El Politécnico Loyola ha dado algunos pasos en

esta dirección, pero podemos preguntarnos si lo están haciendo los demás politéc-

nicos de nuestro país.

Por eso, al finalizar esta reflexión, queda más claro por qué valores prácticos como la solidaridad y el servicio a la comunidad son relevantes para el saber técnico o tecnocientífico. La educación técnica, para que sea humana, no puede ser un fin en sí misma, sino que debe estar al servicio de un proyecto de vida diferente, que nos permita disfrutar de nuestro hábitat de manera gozosa. En este hábitat debemos caber todos y todas; grupos humanos excluidos son signo de un fracaso de nuestra inteligencia práctica. En este sentido, algo que está a nuestro alcance en los plan-teles es combatir contra el individualismo feroz que pueden desarrollar las escuelas técnicas en los-as estudiantes cuando solamente se fijan en la competitividad. Un mundo diferente es posible, si sembramos nuestros corazones y nuestras ideas con justos deseos que tengan posibilidades reales para traducirse en acciones que

estén a nuestro alcance como realizaciones parciales de lo que más queremos como

personas.

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